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En las grandes escuelas y en los foros de grandes directivos, en los sitios donde se habla de innovación en este mundo, en las comidas familiares y en los templos, en los temidos despachos de las grandes consultoras… en todos estos sitios oigo hablar de liderazgo. Sobre todo oigo hablar de liderar a otros. Y como me da la sensación de que no está de moda leer Moby Dick, de que a T.E. Lawrence ya nadie le escucha, de que a los niños ya no se les cuenta cuentos de las Mil y una noches, y de que parece que los editores de libros de autoayuda estén haciendo su agosto a pesar de que ya estemos en septiembre, hoy quiero hablaros de liderarnos a nosotros mismos, de asumir lo que somos y de conocernos, de arreglarnos y reconciliarnos para que otros puedan arreglarse y reconciliarse luego. Hoy quiero hablar de lo que nos aombra, de ego, de lenguaje y del peligro de polarizar.

LO QUE NOS ASOMBRA

Deepak Chopra dijo una vez «El ser humano es el único ser consciente de su propia mortalidad. Esto trae consigo un fuerte deseo de explorar lo desconocido. Si no estás asombrado, maravillado y perplejo ante tu propio ser aún no eres totalmente humano.»

No tengo nada más que añadir a este apartado salvo una anécdota. Suelo contarla desde que me ocurrió y siempre que quiero presentarme a una persona que acabo de conocer. Esta es la breve historia: Hace poco estaba en una fiesta de un piso en la pequeña ciudad de Haarlem, en Holanda. Era ya madrugada y había tenido un día intenso pero salió una conversación que me apasionó y me metí de lleno en ella. Estuve hablando largo tiempo -alrededor de 15 minutos- en la terraza. Había varias chicas holandesas muy jóvenes que me escucharon y una de ellas estaba algo afectada por el alcohol. Se acercó a mí y me dijo: «¿Puedes pasarme algo para un porro?» Yo le dije que jamás había fumado ni probado droga alguna, que simplemente yo era así sin necesidad de estimulantes. Ella no me creyó y se fue algo enfadada. A veces explorar lo desconocido y vivir de lleno en el momento AHORA tiene estas consecuencias 😉

LA YIHAD MAYOR

Cualquier persona tras los acontecimientos que han ocurrido durante los últimos 15 años en geoestrategia, terrorismo y política internacional, sabe que el término yihad significa guerra santa. Pero muy pocos conocen que existen dos tipos de yihad. En las cabeceras de los telediarios, en la prensa y en los parlamentos internacionales todo el mundo habla de la yihad menor o el combate contra los que renuncian a la autoridad islámica y a los valores que transmitió el profeta Mahoma. Curiosamente este concepto de guerra obligatoria proviene tanto en el cristianismo como en el Islam, del concepto judío de miljemet mitzvá que aparece en la Toráh.

Sin embargo existe una yihad aún más importante dentro del Islam. Esta yihad se renueva cada día y forma parte de la vida de cada musulmán en el mundo. Es la mayor lucha jamás librada por ningún hombre y requiere virtud, habilidad y grandes dosis de valor. La yihad mayor ocurre en cada persona y es la guerra contra el nafs, nuestro ego y la dimensión más baja de la existencia humana, nuestro lado oscuro. Todo aquel que se embarque en una búsqueda espiritual tiene que dominar esta naturaleza inferior que está instalada dentro de nosotros. A esto se le denomina gran yihad o yihad mayor y se entiende como la más respetada batalla que una persona puede librar para lograr la armonía entre islam (sumisión), iman (fe) e ihsan (vida correcta). La yihad mayor se entiende en términos de compromiso y su éxito consiste en el logro pacífico e inspirador de los objetivos que uno mismo tiene en la vida gracias a la batalla continua contra el nafs (ego). 

MAPEAR NO ES VIVIR

Es extraordinario comprobar como la naturaleza del ser humano encuentra siempre su camino aunque emplee mapas diferentes. Soy un estudioso de las religiones teistas y no teistas y me gusta encontrar cada día enormes similitudes entre los diversos cuerpos doctrinales y valores de los que parten todas ellas. Pese a esos cuentos de Borges que leí durante los primeros años de mi adolescencia y en los que un hombre lograba reproducir un territorio en un mapa, como ha señalado Alfred Korzybski «el mapa no es el territorio». La semántica nos engaña. La realidad que conocemos está limitada por nuestro lenguaje, nuestro sistema nervioso y la combinación neuronal casi infinita que da lugar a lo que denominamos «realidad objetiva» y que -de nuevo curiosamente- es diferente en todos y cada uno de nosotros. Nuestros modelos mentales condicionan nuestra realidad. Aún así es interesante como dentro de las propias religiones todas ellas hablan del caracter limitante y engañoso del lenguaje. En el Dao De Jing, en los viejos poemas babilónicos, en la Toráh, en el Corán, en el Nuevo Testamento, en la tradición oral sintoista, en las viejas tribus subsaharianas, en los cuentos amazónicos, en el Guitá, en innumerables versos de los Sutras y en las cuatro nobles verdades y los tres sellos,… en todos y cada uno de estos textos se habla de lo importante que es no olvidar que nuestra representación del mundo y lo que nos ocurre es tan solo una representación y que en definitiva no debemos tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos.

Esta entrañable coincidencia se da por una simple razón. Por muchos modelos de iPhone y de iPad que salgan, por muchas pantallas de HD y por mucho que queramos cambiar nuestra indumentaria, hay algo que permanece inalterable y es eternamente poderoso: Cualquier persona sabe distinguir a un sabio de un estúpido. Y esto, que puede carecer de importancia para muchos, es para mí la base de cualquier tipo de liderazgo y de madurez relacional. Nuestro campo de juego es el planeta Tierra y a pesar de vueling, ryanair, los trenes de alta velocidad e internet cada vez se nos hace más grande y más complejo y como decía el viejo Sagan, no existe ninguna evidencia de que nadie vaya a venir de fuera para salvarnos de nosotros mismos. Pero nos queda algo básico: Aceptar nuestras limitaciones, saber entender que no hay nadie perfecto ni debemos tender a serlo, intentar mejorarnos en los otros, no buscar grandes sistemas para resolver diminutas situaciones.

Durante este curso voy a dedicar todos mis esfuerzos a demostrar en mi trabajo diario que la gran mayoría de problemas no existen y que aquellos que existen podrían resolverse en muchos casos si nos hiciéramos responsables de ellos, si adoptáramos compromisos sencillos y evidentes, si dijéramos lo que pensamos, si nos dejáramos sentir lo que sentimos.

SUPERAR LA DUALIDAD

La mayor parte de problemas que veo cada día en mis conversaciones con las personas a las que me acerco o que se acercan a mí tienen que ver con que solemos permanecer instalados en la dualidad. Establecemos enormes barreras entre «el yo» y «los otros», entre el «inocente» y el «culpable», la mente y el cuerpo, la vida y la muerte, mis amigos y mis enemigos. Pasamos por la vida pero no nos atrevemos a vivirla. Todo esto son excusas que ni siquiera queremos analizar. Nos resulta enormemente cómodo evitar ser conscientes de la vida, de aquello que nos pasa y de lo que nos rodea, de la enorme unidad e integración de ese punto azul pálido en mitad del universo al que llamamos Tierra. Y esto que ocurre en vida, también ocurre en nuestras oficinas, donde aparentemente hemos desterrado la vida ante el altar de nuestro orgullo. Y nadie entiende por qué pero continúa haciéndolo. Y nadie sabe cómo pero se conforma con sobrevivir por encima de los otros. En otros artículos hablé de la tendencia voraz a convertirnos en víctimas de nuestra propia existencia y a entender la vida como algo que nos pasa y que nos ha sido dado y no como algo de lo que somos responsables. Hace poco, en agradecimiento a su labor con los niños más pequeños de mi comunidad, le regalé a Luis -un amigo- un cuadro que tenía colgado en la pared de mi pasillo con la reintepretación del Holstee Manifesto. En ese cuadro aparecían estas palabras: «La vida es lo que tú hagas de ella».

En algunas sesiones suelo emplear una herramienta que me gusta especialmente y que utilizo desde bien para razonar y tomar decisiones. Suelo analizar las situaciones y durante un tiempo de mi vida de hecho analizaba en exceso mi realidad hasta establecer una disección que desembocaba casi siempre en ese sabio refrán español que dice «los árboles no te dejan ver el bosque». Porque me perdía en los detalles y porque tendía a vivir sobre la complejidad. Hace bastantes años yo decía que la vida es muy sencilla pero -debo confesaros algo- en realidad no me lo creía. Quiero decir que sabía que eso era cierto pero no lo practicaba para nada. Hace bien poco me he dado cuenta de las enormes ventajas que tiene superar los detalles para disfrutar de las pequeñas cosas. Debo decir que me sigue costando mucho esfuerzo y trabajo duro ser tan solo consciente de mi sistema de referencias, de mis prejuicios y de mis modelos mentales para -en la medida de mis humildes posibilidades- intentar que no me limiten demasiado. La gran victoria no es que haya desterrado por completo todo esto sino que cada vez me afecta y condiciona un «poquito» menos. Pero de nuevo con sinceridad creo que nunca seré capaz de actuar de una forma pura, libre de prejuicios e inocua. Y además no creo que en esta supuesta perfección resida ningún nivel de sabiduría conocido, sino que más bien conocer estas limitaciones me ayudará a no dejar que me superen y a intentar cada día superarlas.

Estoy aplicando en mi profesión como mentor, facilitador y utilizando metodologías de coaching en proyectos, muchas de las anteriores lecciones aprendidas. Con gran sorpresa y enorme realización, estoy viendo que son muy útiles para la gran mayoría de personas con las que las comparto. De algún modo y en algún momento de nuestra evolución hemos olvidado que el crecimiento es curativo y hemos entendido que la búsqueda de lo complejo puede sustituir a la conciencia de lo sencillo como forma de alcanzar la felicidad. Yo creo que nos equivocamos y vivo para demostrarlo.

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