Hace tiempo que disfruté con esta película pero en mi afán de recolectar y recomendar una biblioteca de títulos que conforman y son bases de mi sistema de pensamiento, hoy os traigo éste. En él, Henry Fonda interpreta a un misterioso miembro de un jurado. El film de Sidney Lumet nos enseña muchas cosas: es posible una gran obra en un pequeño espacio físico y de tiempo; y no es necesaria más que la condición humana inherente a un solo hombre (o a doce) para dar vida a un argumento maestro. Asistimos a la deliberación de un jurado que debe acordar un veredicto en un juicio que todos consideran muy claro. La primera votación, sin embargo, resulta de 11 votos a favor frente a 1. La fuerza de ese voto puede ser decisiva, la vida de un hombre acusado de asesinato está en juego. A lo largo de la obra podemos observar la fantástica interpretación del elenco de actores, ninguno de ellos secundarios en mi opinión. Larazón y la sinrazón humanas quedan al descubierto; una y otra vez se analizan las pruebas y se construyen o destruyen los prejuicios del jurado.
Sin duda un título obligatorio para los amantes del séptimo arte; una película que debería proyectarse en las grandes escuelas de negocios y centros de poder para aleccionar sobre el poder del razonamiento lógico. La imagen mesiánica del redentor desaparece para dar paso a un sistema de valores basado en la coherencia de principios, en la protesta ante lo establecido y aceptado. Ubico este film entre los grandes del género que yo llamo «grandes solitarios» y que cultivaron con mestría grandes hombres del cine como Stuart Rosenberg, director de La leyenda del indomable o Brubacker. En todas ellas, la idea de un hombre consecuente intenta prevalecer en un sistema que descuida los detalles y lo distinto para salvar la cultura del trazo ancho y homogeneizar la capa visible de las cosas.