«Quiero evitar la baldosa que baila y va y me pisa el pie el invierno. Tú me dirás que son cosas que pasan igual que pasa esta otra ambulancia. Voy a quitar todas estas zetas del sopor que te infunden mis letras. La próxima vez que levantes las cejas de incredulidad que sea al mundo y no a mi condición de aturdido. Encuentro que todo está perdido. Pero ahora que el mal ya está hecho lo bueno va a encontrar su oportunidad. Ahora tú no dejes que hable. Te debo un baile y no una explicación. Nunca te voy a pedir que confíes en mí.»
Canción Te debo un baile, Cuaresma, Nueva Vulcano (2010) interpretada por The New Raemon
Que la actitud marca la diferencia, aparte de ser la recurrencia del branding de mi actual empresa, es una realidad demoledora. No soy nada importante salvo por el hecho de que soy fundamental. A pesar de ser un dememoriado, procuro no olvidar que la red que compone mi tejido más sólido está formada por diminutas conexiones completamente imprevisibles que dependen de mi capacidad personal para captar. sugerir y motivar. Si he de controlar algo, hacerme dueño de alguna realidad para sentirme tal vez dueño de mí mismo, me gustaría no controlar nada de esto. Mi red une conjuntos de neuronas personales para intentar pensar de forma colectiva. Es magia y explicarla o controlarla no favorece su misterio. Para esta red necesito por lo general de algún tipo de ayuda (software, estructura,…), de una dedicación casi completa (#culturared) pero sobre todo de voluntad para cambiar y mejorar. Los grandes sistemas y estructuras no son rígidos sino estables.
La estabilidad depende de la resistencia y la adaptación al cambio. Los mejores tejidos son capaces de adaptarse a su entorno y ser ligeros. Si en una empresa generamos grandes aparatos y artefactos burocráticos estaremos matando lentamente la capacidad de improvisación y el ejercicio de creatividad diariamente necesarios para que un árbol vivo no pueda convertirse en ataud. Del mismo modo que es fácilmente comprensible que el éxito de las grandes organizaciones estará ligado a la capacidad de motivar y favorecer talento, en nuestra propia vida hay un vínculo indisoluble entre lo que esperamos y lo que podemos recibir. De alguna forma elegimos nuestro camino gracias a la enorme cantidad de variaciones con las que nos moldea el viento. Mi abuela Pepa siempre me decía «Abrígate, hace frío» aunque estuviéramos en julio. Su virtud era la supervivencia por defecto y estoy seguro de que quería protegerme pero inconscientemente yo jugaba siempre al fútbol en mangas de camisa. Me constipé y me resfrié, cai enfermo varias veces pero sin duda disfruté grandes y épicos partidos durante horas y horas de alegría. Proteger es siempre necesario, disfrutar de uno mismo es fundamental. Tal y como os comentaba ayer, la muerte de las pequeñas cosas marca siempre el comienzo de la agonía de todo lo importante.
Del mismo modo que el árbol de Tamaraceite que vemos en la imagen es esculpido por el aire, podemos luchar contra el viento o aceptarlo y disfrutar de su presencia. Podemos agazaparnos tras nuestros parapetos (categorías, posiciones sociales, estatus, grupos, ideologías) o buscar una vía común para un entorno sostenible. Compartía con la blogosfera en la mañana de un viernes yendo hacia el trabajo la siguiente idea:
Cada día que el sol amanece en tu vida, comienza a reproducirse la película «Dead poets´society«. Tú eliges ser ese ilusionado y rebelde profesor o el amargado director del instituto.
Mi reflexión de hoy tiene que ver con esa cita de Séneca, divinidad cordobesa y tutor de grandes líderes romanos, que compartía con nosotros el gran @albarte «Ningún árbol es fuerte sin continuos vientos pues con ellos se fortifican sus raíces«. Seguiremos trabajando en agitar y levantar más viento contra el resto de árboles y en abrazar y recibir con rigor el viento ajeno porque tal vez ese sea nuestro único deber…