“La respiración, un factor determinante a la hora de poder disfrutar de un sueño reparador, depende durante estos periodos de los músculos que controlan la mandíbula, la lengua y el paladar y que mantienen abierta la vía respiratoria. Cuando estos músculos se relajan, la mandíbula cae y la lengua retrocede, estrechando u obstruyendo la vía aérea y produciendo las dificultades respiratorias, que van desde los ronquidos hasta las apneas. En estos momentos, el cerebro se ve obligado a realizar lo que se denomina microdespertares, instantes en los que el sueño se interrumpe para que el cuerpo pueda recuperar el ritmo respiratorio. Estas interrupciones impiden que el organismo descanse completamente, lo que provoca la aparición de un gran número de dolencias, como dolores de cabeza o cefaleas matutinas, hipertensión pulmonar al exigírsele un esfuerzo añadido a este órgano, hipertensión y problemas cardíacos como arritmias o cardiopatías isquémicas,temblores o espasmos musculares entre otras.”
apnea, wikipedia.
Vivimos una apnea de sueños colectiva que comienza a resultarme incómoda. Explicaré por qué digo esto con 4 fenómenos que detesto y con los que me encuentro cada día:
EL AMOR A LO LEJANO: Cuanto más lejos o menos conoces a alguien, más le admiras. Cuanto menos cerca estés de lo que soy o de mí mismo, más admirable me resultas. Esto implica infravalorar a las personas que conocemos, a nuestros equipos, y -lo que es más insultante- a nuestra familia. Para la mayor parte de personas las cosas son especiales porque ocurren pocas veces, porque le ocurren a otros o porque otros dicen que lo son. Esto tiene una segunda lectura: Cuanto más alejado de nosotros sentimos algo, más especial se nos presenta. De hecho en la mayor parte de casos lo especial se desgasta y pierde sentido por el uso. En mi entorno más inmediato veo cada día como hemos perdido tres tipos de valor: el valor de las pequeñas cosas, el valor de las personas y el valor propio. En los tres casos la clave está en que no encontramos ni energía ni belleza en nuestro ámbito inmediato o en nosotros mismos. Y esto sí que es una crisis.
El problema es que esa necesidad de creer y trabajar por algo más allá de nuestra realidad, frecuentemente nos hace olvidar el valor real de nuestras vidas y de las vidas de aquellos que forman parte de la nuestra. Envilecemos e infravaloramos nuestro entorno. Es conocida la ley de murphy de la consultoría que reza “El que viene de fuera es un consultor experto y el que trabaja dentro es una puta mierda”.
LA BELLEZA ES UNA EXCEPCIÓN: Lo que nos ocurre cada día parece no ser especial y por eso nos apresuramos a inventar y convocar grandes momentos. Fruto de esto, entendemos nuestra propia vida, la vida a solas, la vida personal de las pequeñas cosas, como un conjunto de espacios muertos y controlables entre diminutos microdespertares que nos hacen sentir vivos. Lo bello y lo que realmente tiene valor para nosotros parece ser excepcional. No nos sentimos cómodos con nosotros mismos. Recelamos de aquellos que cultivan con detalle y esfuerzo cualquier tipo de vida interior o de equilibrio y enaltecemos a aquellos que transmiten y comunican mensajes o iconos redentores. La salvación tiene forma de iPad, de trofeo o de último modelo de automóvil. Estas interrupciones, al igual que leíamos en la entrada inicial, generan hipertensión vital, arritmias personales y breves espasmos sociales pero nos mantienen vivos. Nadie sabe bien por qué.
Seth Godin ha escrito el libro que está sobre estas líneas y que se titula TODAS LAS PERSONAS QUE TRABAJAN EN MARKETING SON MENTIROSOS: El poder de contar historias auténticas en un mundo desconfiado. Lo encontré en la casa de Brahm en Leiden (Holanda) justo antes de dormir y estuve leyéndolo un rato. Viene a decir muchas de las cosas que os he ido compartiendo durante las últimas semanas y me encanta el formato y la frase. Creo sinceramente que decir la verdad es totalmente diferencial en nuestros días. Hablar con honestidad y transparencia es aún más disruptivo. Nadie lo practica.
EL BECERRO DE LO INMEDIATO: En este largo camino hacia la quiebra, realmente demandamos algo sorprendente, algo que nos haga levantarnos de la silla. Tenemos una ansiedad incontrolable por sentirnos parte de algo o sumarnos a alguna identidad que trascienda nuestra gris y fría realidad inmediata. Entiendo que es una mezcla asumible de una vida insípida y un afán humano de socialización. Los expertos en marketing lo saben y trabajan cada campaña a partir de ambas realidades. Construyen personas y diseñan perfiles y targets de mercado cada vez más generalistas. Porque el aburrimiento es una enfermedad masiva. Porque buscamos algo más. Los grandes gurús depuran su mensaje para captar la voluble atención de una masa saturada de mundos cotidianos. Porque ese “algo” parece estar en otra dimensión. En San Francisco desde hace años crece una escuela de educadores mesiánicos en lo que se conoce como “elevator pitch”, discursos redentores de no más de 3 minutos en los que debes convencer a alguien de lo que sea captando su atención. Porque no tenemos tiempo. Los grandes eventos deportivos, los aniversarios, ir al cine, “escapar” a la playa o la montaña, viajar a un lugar lejano, salir a cenar fuera o hacer algo “diferente” siguen siendo motivaciones esenciales para todos los mortales incluso en la era de las redes sociales y la conectividad digital. Porque necesitamos descansar de nuestra propia vida, porque vivimos en el “YA” y en el “AHORA” pero necesitamos soñar con otros realidades para no sentirnos presos de nuestra libertad no disfrutada.
NOTA MENTAL: La gente que no tiene tiempo acaba completamente consumida por él.
El gran becerro dorado de nuestros días es la promesa de un mundo mejor solo en breves intervalos de descanso. Porque parece que no podemos aspirar a más y eso es todo cuanto podemos hacer para ser felices. Este nuevo icono del INMEDIATO PLAZO nos hunde porque lo veneran los incompetentes directivos con flamantes MBAs en nuestras empresas, también aquellos que nos gobiernan con indiferencia de color político y por supuesto los responsables de que la maquinaría no pare de girar: los equipos.
Ningún planteamiento de cambio es escuchado en las organizaciones sino maneja este nivel inmediato de retorno. Esta epidemia de ansiedad por el inmediato plazo y por el amor a todo lo lejano, se ha extendido entre aquellas personas cualificadas que respeto. Uno de mis equipos me ha dicho claramente -junto a otros muchas opiniones que sí considero respetables- que no me entiende cuando hablo. Realmente no sé si existe un esfuerzo real por entender a los demás pero sí detecto un esfuerzo real por demostrar al mundo que uno “no tiene tiempo” para entender a otro, y que es necesario “dejar las cosas claras de una forma directa y sencilla, comprensible para todos”. Y este esfuerzo es insultante a todos los niveles.
Todos ellos -nadie sabe bien por qué- han interiorizado que las cosas siempre están pasando ahora y que cualquier esfuerzo que implique más de 5 minutos, media hora, una semana o un mes es algo antiguo, obsoleto, desfasado. Gary Hamel ha detectado esta veneración profana hacia lo inmediato que muchos managers profesan y en este sentido su último libro se titula con alta claridad: WHAT MATTERS NOW (Lo que ahora importa). Por cierto, solo un apunte sobre no parar a pensar por un momento: cualquier mecánico sabe que no a veces sino siempre hay que parar la máquina para entender qué es lo que pasa.
Y aquí viene el segundo problema: Mi contundente rechazo hacia todos aquellos que no se esfuerzan por aprender, escuchar o comprender la realidad de otros. Esta clase de persona practica la palabra de moda, la “empatía”, pero en una sola dirección. El que habla tiene que ponerse en el lugar de los que escuchan pero nunca al revés. Esa, para ellos, es la clave de cualquier tipo de éxito. Personalmente heredé de un abuelo torero la noble inconsciencia de capear el temporal desde la arena más allá de ser espectador del mundo. Si no entiendo a una persona, se lo digo en el momento y hago lo posible por comprenderla más allá de todos mis recursos. Eso es todo. Y, de hecho, es todo cuanto exijo.
TODO EL MUNDO VALE PARA TODO: Más allá de estos tres fenómenos que provocan apnea de sueños, hay u cuarto que también me inquieta. Hemos generado una tabula rasa que no admite aristas, valles o montañas. La hemos llamado RED y aparentemente todo el mundo es igual ante esa RED. Realmente hemos tergiversado el concepto de red, lo hemos hecho en la mayor parte de empresas porque TODO el mundo AHORA quiere ser o estar en RED. En esa fiebre de la conectividad veo un enorme riesgo en descuidar cada uno de los nodos como si cada sacrificio personal alimentara el valor de la gran RED. Creo que este ha sido el motivo por el que la cuenta de resultados de la mayoría de personas y de empresas se lee en números rojos sobre una vida en blanco. La red que conforma nuestro cerebro tiene valor porque todas las neuronas son complementarias, no porque todas ellas sean iguales. Hace poco hablamos del comportamiento de las espinas dendríticas. Hablábamos de relaciones sin abordar la importancia de la autonomía y la independencia de cada nodo. A la hora de construir una red tenemos, en mi opinión, dos tareas claves:
- Alimentar de vida cada nodo y favorecer el desarrollo individual
- Alimentar las relaciones entre cada nodo fortaleciendo el valor de la gran malla
Se trata de dos tareas clave consecutivas, no de dos opciones o dos formas de abordar la construcción de redes de valor. Ninguna de ellas debe eclipsar a la otra en esa continua tarea por evitar nuestra actual apnea de sueños. En ello pongo toda mi experiencia 😉
NOTA MENTAL: No es que no sepamos donde ir, es que no sabemos leer ninguna brújula