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Sobre clientes y proveedores de servicios

Sobre clientes y proveedores de servicios


 

“…Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:

Su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”

maestro Francisco de Quevedo,

 

Este será un extenso artículo que quiere invitarte a reflexionar sobre un principio que hasta hoy parecía incuestionable: el cliente siempre tiene razón. Fue una máxima para los explotadores industriales de Manchester en el siglo XIX, para las fábricas en serie inventadas por Henry Ford que adelantaron el siglo XX, pero también lo es para los modernos design thinkers de IDEO, los acólitos de la innovación abierta, los fieles de la experiencia de usuario, o los profetas del negocio centrado en el cliente. Como llevo ya décadas dedicado a esto de asesorar y acompañar empresas y huelo y reconozco el tufo del vacío y la apariencia en la contratación y la prestación de servicios, veo útil dedicar algo de tiempo a aclarar ciertas cosas en lo relativo a la relación cliente-proveedor.

Vaya por delante que SI ERES UN CLIENTE INTERESADO EN CONTRATAR MIS SERVICIOS y crees no tener mucho tiempo para leer este artículo, tal vez sea útil que vayas directamente al punto 3: Carta a todos mis presentes y futuros clientes.

Esta es una historia de una perversión que se fue incubando durante décadas hasta lograr finalmente el control de nuestras vidas. En este artículo expondré por qué considero que situar al cliente en el centro como único validador de una actividad profesional es un horrible enfoque. Asociaré con este peaje histórico la existencia de los actuales comportamientos inerciales de consumo, la multiplicación de trabajos pecarios, el empeoramiento de la calidad y perspectiva de vida generacionales, la destrucción ambiental, el debilitamiento de los tejidos asociativos y la lenta demolición de los ritos de paso colectivos que sostienen toda sociedad.

He dividido el artículo en 4 apartados:

  • Las 2 formas de romper una sociedad de forma acelerada
  • Una historia de la prestación de servicios
  • CONTRATACIÓN de servicios: Carta a todos mis presentes y futuros clientes
  • PRESTACIÓN de servicios: Carta al ejércitos de aceledores de inercia

Comenzamos.
 

LAS 2 FORMAS DE ROMPER UNA SOCIEDAD DE FORMA ACELERADA

Hay 2 formas de romper una sociedad de acuerdo a las dinámicas del mercado. La primera de ellas es dar siempre la razón al cliente y olvidar todo lo demás (la tiranía del cliente). La segunda de ellas es no hacerle caso nunca y aún así lograr que te necesite (la prestación de servicios inducidos que nadie necesita). Un buen ejemplo de la primera manera de romper una sociedad son Amazon, Uber o Deliveroo. Un buen ejemplo de la segunda forma de romper una sociedad lo representan Ryanair, cualquier corporación eléctrica, cualquier gran entidad financiera o bancaria que impone su voluntad, o alguna de las pocas compañías de telecomunicaciones que existen y de las que nos hemos hecho dependientes.

Sobre la primera, se nos ha dicho que “el cliente siempre tiene razón. Hemos repetido esta frase como un mantra o una letanía. Esas 5 palabras unidas han sobrevolado escuelas de negocio, se han escuchado como un eco imparable en congresos y forman parte de los libros de texto de los estudiantes de empresa o economía. Parece un razonamiento inapelable: si el cliente es el que compra, debemos plegarnos a lo que nos exige. De modo que durante décadas hemos articulado la actividad profesional alrededor de la satisfacción del cliente, haciendo depender a ésta del cumplimiento de sus exigencias. El cliente ha pasado de ser un usuario de productos y servicios a un tirano que impone su criterio. Y en consecuencia el trabajo orientado a la mejora del producto y servicio ha dejado de tener en el centro la propia calidad a medio y largo plazo de lo que se ofrece y desde hace décadas se ha basado en contentar a inmediato plazo al cliente. Esto es como decir que hemos pasado del trabajo o el oficio a la servidumbre o la esclavitud, y de la calidad real a la apariencia. Todo ello con la consiguiente pérdida de humanidad y rigor en el resultado de todo lo que hacemos.

Contra esta tendencia quasi universal, he aquí mi experiencia… He escuchado pocas cosas más estúpidas que la frase “el cliente siempre tiene razón“. De hecho, en mi experiencia profesional, casi nunca la tiene. Dado que el cliente se ha acostumbrado a ostentar un poder sin conocimiento ni criterio, su voluntad es pasto de la inercia inconsciente. No se mueve de acuerdo a lo que le conviene sino de acuerdo a lo que todo el mundo hace. No se cuestiona sino que se encumbra. Tiene, a todos los efectos, lo que el maestro Jean-Pierre Faye llamaría un lenguaje y un comportamiento totalitarios. Se ha fraguado de este modo una manera de ser cliente que no invita a la reflexión sosegada sino al consumo desmedido desde la propia tiranía. Todas estas cosas, claro está, ocurren si se permiten. No es mi caso y explicaré por qué.

Está aún por llegar el día que hable con un cliente y sepa realmente lo que quiere, menos aún lo que verdaderamente necesita. Y es normal, porque enuncia su necesidad desde el más absoluto desconocimiento. Por lo general el cliente sabe tan solo que tiene que hacer algo. Hay 3 razones por las que un cliente cree que necesita algo: O bien sufre un dolor o nota una carencia de la que es consciente, o bien tiene sospechas de que algo no funciona pero desconoce lo que es, o bien por último -tal y como señaló el maestro Thorstein Veblen- se mueve de acuerdo a impulsos de ostentación, comparación o adaptación a un contexto de cambio en el que se siente atrasado.

Por descontado las 2 últimas razones son las más frecuentes. Es decir, el cliente se mueve sobre todo por comparación respecto a otras referencias. Entender esto es crucial para comprender por qué un cliente casi nunca tiene razón y dársela continuamente es malcriarle. Si se mueve por comparación con otros, no se mueve por lo general motivado por una necesidad intrínseca sino extrínseca. Esto es, no solicita o exige algo porque lo necesite sino porque ve que otros lo tienen. Si además el mercado se aprovecha de esta tendencia y genera al cliente más necesidades de las que tiene, he aquí el comienzo del auténtico calvario en el que nos encontramos: No sabemos lo que necesitamos pero confiamos continuamente en resolverlo exigiendo a otros más objetos, servicios o soluciones. Cuanto más aceleramos esta escalada aparentemente infinita, más nos aproximamos al abismo.

Sobre la 2ª forma de romper una sociedad: no hacer ni puñetero caso al cliente (pasar absolutamente de sus necesidades) y pese a ello lograr que te necesite, tenemos sobrados ejemplos en sectores ampliamente monopolizados (telecomunicaciones, aerolíneas, transporte de mercancías, energía,…). Me refiero a empresas que maltratan, ignoran y vejan continuamente a sus clientes y continúan obteniendo inapelables resultados financieros. Al tiempo que dicen situar al cliente en el centro en ominosos y vergonzantes anuncios televisivos, lo manipulan e insultan continuamente con limitaciones draconianas en sus servicios de atención al cliente y con exigencias de consumo abusivas que atentan contra sus libertades y derechos esenciales. Casos como el de Ryanair son especialmente nocivos. este no es el modelo que pretendo defender en este artículo. Defiendo que hay un término medio entre dar siempre la razón al cliente y no hacerle ni puto caso.

La gran pregunta es… ¿Ha existido alguna vez una época o un tiempo en el que todo esto no se haya producido?. Y la respuesta es SÍ, SIN DUDA. Todos estos extremos comerciales son inventos de la modernidad tecnológica e industrial. Por fortuna, durante toda nuestra historia hemos vivido las relaciones comerciales de forma bastante diferente. Y no es casualidad que cuando hemos comenzado a comportarnos como acabo de exponer en este apartado, el planeta entero y nuestra salud mental peligren. Veamos de dónde provenimos.

 

UNA HISTORIA DE LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS

Aunque hoy en día asociamos el arte a la belleza, al consumo estético o a la expresividad no productiva, esta distorsión se produjo al comienzo de la Edad Moderna, en el Renacimiento. El artista, que antes era un proveedor de servicios y productos, pasó a ser una persona sostenida por las élites que proveía de belleza a los que podían permitírsela. Se separó de este modo el arte del oficio o ciencia. En esta larga travesía que duró casi 3 siglos, se desvistió de espiritualidad, emoción y trascendencia a los productos y servicios, para barnizarlos de una supuesta racionalidad que luego la Ilustración vendría a prescribir como eterna dotando al trabajador de cierta condición de servidumbre y al artista de cierta autonomía y reconocimiento propios. Comenzaba entonces a perfilarse una orientación del servicio hacia la satisfacción de las exigencias del cliente (por descabelladas que sean) en lugar de hacia el perfeccionamiento y la calidad del resultado en sí mismo.

Solo por citar algunas referencias que nos hablan de una concepción del trabajo más enriquecida y diferente a la actual, basta leer esta bien fundada relación de citas en una de las mejores y mejor fundadas entradas de Wikipedia (la relativa al arte): “Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está basado en un método y un orden» (via et ordine). Platón, en el Protágoras, habló del arte, opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet).“​ Como vemos el hecho productivo y el hecho artístico eran una sola cosa en la Antigüedad. Pero, ¿Cómo es posible que ocurriera esto y que lo hayamos perdido? He aquí la respuesta:

Utilizando un lenguaje bíblico, al principio no era el cliente, sino el producto o servicio. Desde la emergencia de las primeras civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Persia) hasta la etapa comercial precapitalista del último periodo de la Edad Media, el celo profesional en la calidad del servicio garantizaba por sí solo la satisfacción del cliente. ¿Quién dirimía que algo era de calidad? Desde luego no lo hacía el cliente. El profesional o proveedor de servicios fue altamente valorado desde la invención de las ciudades. Muchos de los profesionales con conocimientos complejos sobre su materia, formaron parte de los puestos de poder de las sociedades en Oriente y Occidente, y a menudo acompañaban y asesoraban a los jerarcas o reyes siendo socialmente muy reconocidos. Un escriba, un arquitecto, un filósofo, un propietario de una ceca que acuñaba moneda, un hacedor de barcos, un matemático o un ingeniero civil,… todos ellos si eran buenos en su oficio/arte ostentaron siempre posiciones destacadas en las sociedades griega, fenicia, cartaginesa o romana. Pero también eran muy valorados alfareros o artistas del metal -así se les llamaba-. Un acueducto, una carretera, una vasija o una espada eran obras de arte, porque arte y oficio caminaban de la mano. La cosa no cambió con los años.

En el surgimiento de las incipientes profesiones medievales, el taller gremial se articulaba en torno al perfeccionamiento de un oficio. Lo importante -insisto- no era el cliente sino la puesta en práctica de arcanos conocimientos y dilatadas experiencias que daban lugar a un producto o servicio de calidad que el cliente finalmente adquiría. Maestros y aprendices convivían en un entorno cercano y directo en el que prescribían reglamentos y disposiciones orientados a la mejora continua del producto. El indicador de éxito de un producto era la propia autoexigencia gremial y la competencia virtuosa con otros talleres. Un alfafero de un burgo conocía bien el trabajo del resto de alfareros de su entorno. El conocimiento, las innovaciones y los avances de unos y otros fluían de acuerdo a un sistema de corporación gremial en el que el especialista siempre tenía la primera y última palabra como conocedor de lo que hacía. Cada taller incorporaba sus propias innovaciones dentro de un marco práctico profesional que procuraba un amor por el proceso y el resultado. Se hace necesario recordar aquí que este sistema -a la vez escuela y negocio- era un modo de vida en sí mismo y con el tiempo fue predecesor de los sindicatos laborales industriales que años más tarde harían frente a los desmanes y abusos de la Revolución Industrial.

La orientación al servicio -tanto como el valor del mismo- no se cifraba en torno a la satisfacción del capricho del cliente sino en torno a la calidad del proceso y el resultado. Poco tenía que decir un cliente más allá de sus deseos iniciales o el pago final, dado que su respeto y confianza eran depositados de forma natural en personas que dedicaban toda su vida a perfeccionar su arte. He aquí la palabra fundamental que en algún momento de esta historia olvidamos: arte. El pescador tenía un arte de redes, el sastre un arte o patrón de referencia, pero también el panadero, el cestero o el zapatero. En aquel tiempo el arte no era algo que reposaba en los museos, sobre todo porque no existían. El arte del pan, el arte del zapato o el botín, el arte de la piedra o el arte del mimbre o la cestería eran artes vinculados a un conocimiento específico reservado tan solo para los iniciados y del que el cliente era un mero usuario final que se limitaba a disfrutarlo. Así, el arte ((del latín ars, y del griego τέχνη téchnē) era el dominio de un conjunto de técnicas y procesos que tenían afán estético y comunicativo. El arte contenía emociones, era un recurso de comprension del mundo, un componente cultural con valor en sí mismo mucho antes de que un mercado le pusiera precio. El arte aportaba cohesión y consistencia a los rituales sociales, dotaba de sentido material a un discurso estético y era el gran pegamento relacional de su tiempo.

Con la llegada de la Edad Moderna y la irrupción del sistema socioeconómico capitalista, se castigó la práctica gremial por considerarse contraria a la libertad de mercado. La cultura asociada a los gremios, altamente rica y efectiva, sobrevivió relegada a un entorno y un contexto rurales. Las aldeas y pueblos se convirtieron en refugios de un conocimiento y un saber ancestrales que se transmitían entre generaciones y sobrevivían incorporando con humildad los sucesivos adelantos técnicos. En una realidad inventada, artificial y paralela -las macrociudades de la modernidad- poco a poco quedó disociado completamente el arte del oficio y los productos y servicios modificaron su comprensión del negocio hasta cambiar el modelo de autoexigencia del artesano al modelo de exigencia del cliente.

El proceso de democratización y extensión del consumo para la inclusión de grandes masas de clientes conllevó una trampa histórica cuyas consecuencias hoy pagamos: La calidad, el valor final o el éxito de un servicio o producto ya no dependía del criterio informado y experimentado de los creadores (proveedores), sino de la variable satisfacción de personas que -precisamente porque buscan satisfacer necesidades que no pueden satisfacer por ellos mismos- a menudo no tienen conocimiento ni criterio sobre lo que contratan (clientes). Desde esto a la actual tiranía del cliente, pasaron varios siglos y sucesivas dinámicas de mercado que nos malcriaron a todos hasta que la caprichosa voluntad y la tiranía de personas sin conocimiento, se impuso a la calidad, la humanidad, el cuidado y el arte. De alguna manera todos tras este tiempo nos fuimos convirtiendo en proveedores serviles (que se pliegan a lo que les exijan) y clientes insatisfechos (o satisfechos de forma cada vez más temporal y menos duradera).

No conozco una mejor manera de expresar el desdoblamiento de personalidad que vivimos a diario (somos cliente insatisfecho + proveedor explotado) que esta parodia de los Pantomima Full:
 

 

CONTRATACIÓN DE SERVICIOS: CARTA A TODOS MIS PRESENTES y FUTUROS CLIENTES

De todo lo anterior, extraigo y declaro lo que sigue como aplicable a todos mis presentes y futuros clientes:

El valor de mis servicios está escalado en función del tamaño (nº de empleados) y rendimiento (facturación) de tu organización para hacer que la estrategia, la innovación y el cambio sean accesibles a todos. Es por eso que los particulares, las PYMES y el Tercer Sector tienen siempre tarifas reducidas. Te adelanto que no soy caro pero tampoco barato, aunque quiero detenerme a explicarte qué es caro y qué es barato en esta vida. La calidad y experiencia que ofrezco tiene un precio que fijo de forma razonable teniendo en cuenta el tiempo y la atención dedicada que he necesitado para estudiar, crear y entrenar los conocimientos y destrezas necesarias para prestar mis servicios.

Vendo calidad porque he trabajado mucho para ser calidad, vendo algo único porque me he esforzado durante décadas para ser único en el servicio a mis clientes. Y eso se paga. Recuerda que el importe que me pagas es una inversión que realizas para obtener beneficios. Y recuerda también lo más básico dentro de un mercado: el hecho de que todos pagamos impuestos necesarios para mantener nuestra sociedad, y todos tenemos una vida o varias que debemos mantener.

No me pagas -ni pagas a mis colaboradores- por 150, 40 o 2 horas, me pagas por el valor real y contrastado que te aporto, me pagas para mantener el modo de vida y hábitos que resultan necesarios en mi vida para ofrecerte un enorme valor a un módico precio que solo es posible porque no eres mi único cliente y muchos otros colaboran contigo para que ese modo de vida sea posible. No soy un trabajador a sueldo de tu empresa. Su trabajo es imprescindible para que tu organización salga adelante pero no me compares con él/ella.

Me contratas porque quieres algo diferente, porque necesitas algo diferente. Y eso es lo que soy y puedo darte. Y tiene un precio que he calculado en el justo medio entre un precio residual por el que tu organización no haría ningún esfuerzo y un precio desproporcionado que nunca podrías pagar. Tengo el suficiente bagaje para saber a estas alturas que si eres una organización con más de 20 empleados y no estás dispuesto a pagar las tarifas escaladas que tenemos tanto yo como mi equipo en el mercado, no es porque no puedas hacerlo sino porque decides dedicar ese mismo dinero -sea el que sea- a otra cosa. Es tu elección pero no me hagas responsable de ella.

Mi vocación es un trabajo y una especialidad lo suficientemente rara y extraordinaria para que pongas en valor todo lo que con gusto haré por ti. Manifiesto una falta de interés total en perseguirte. No diseñaré un plan de acción con el que llegar a tí y sorprenderte. No lucharé por ser visible o conocido, por llegar a pocos o a muchos. No competiré contra nadie (por precio, engaños o halagos) para captar tu atención. No venderé lo que no soy ni trataré de parecer lo que no tengo. No estudiaré qué formatos tienen más público para centrarme en ellos y los repetiré como un papagayo, porque yo tengo algo que decir, es enormemente diferencial y valioso para tí y se cómo decirlo. Me muevo por conocimiento, experiencia y valores, no por intereses ajenos. Seguiré sin hablar de lo que todo el mundo habla. Defenderé lo que creo que siempre necesitan las personas, y no aquello que inconscientemente demandan.

Permíteme ser sincero contigo: No me resulta apasionante prestar mi servicio al mundo y ejercer mi vocación desde el cumplimiento de tus puntuales o infundadas expectativas. No he llegado a este mundo para complacerte. No he nacido para satisfacer tu paja mental, sino para ayudarte a entender qué necesitas y apoyarte a la hora de obtenerlo. La dinámica habitual de las relaciones comerciales dicta una forma de actuar muy concreta: unas personas (proveedores de productos y servicios) dedican tiempo a crear algo, luego invierten una gran cantidad de tiempo en captar, perseguir y mantener la atención de otras personas (clientes potenciales) para que finalmente estas personas cifren el valor del trabajo realizado pagando un precio (y convirtiéndose en clientes). De acuerdo a este ciclo el valor o la relevancia de cualquier cosa queda fijado por el cliente, es decir por la cantidad de atención que despierta en el resto de personas esa cosa creada por alguien. Y he aquí mi problema: no estoy de acuerdo con nada de esto. Más bien creo algo bien diferente: El mundo está profundamente enfermo y sentirme completamente adaptado a él para satisfacerle no parece una fantástica señal que me indique que estoy haciendo lo correcto.

Antes bien, creo que lo que hago es valioso en sí mismo. Me dedico a curar el dolor de cientos de equipos y organizaciones. Se que lo hago importa y veo a diario los resultados de mi esfuerzo y del esfuerzo de las personas a las que acompaño. Por eso, me niego a darte la brasa, a dedicarle ingentes cantidades de tiempo o técnicas disruptivas de manipulación que llamen tu atención. No he sido ni seré como esa enorme legión de personas que mediante estrategias de venta depuradas se dedican a vender el contenido que no tienen. No milito en la apariencia, sino que formo parte del minoritario ejército de personas que cifran su honestidad en función de estándares de coherencia. Soy real y si quieres saber quién soy y lo que hago es sencillo informarte, conocerme o escuchar lo que otros dicen de mí. Por ello no andaré ni mucho ni demasiado tiempo detrás de tí para convencerte de que vivas o disfrutes de algo de todo cuanto soy y ofrezco. Ni tú ni yo somos tan importantes, querido cliente. Soy lo que soy y si eso no te convence, sigamos nuestro camino. Pero jamás te cederé la autoridad o el derecho a validar mi fracaso o mi éxito. Soy un profesional artesano, mimo y cuido los detalles, lo que significa que no te sirvo como esclavo, ni te daré siempre la razón.

No tengo necesidad alguna de conquistarte. Invierto cada día de mi vida en conquistarme a mí mismo y alcanzar una vida honesta, y con eso -créeme- ya tengo suficiente. Si como resultado de mi esfuerzo, lo que digo o hago crees que puede ayudarte, estaré encantado de servirte, pero no forzaré que me llames o que me necesites. Ni mi autoestima ni mi bienestar dependen de tí. Tampoco necesito tu reconocimiento. Cada día desde el alba hasta la noche tengo ya demasiado con llegar a cumplir los estándares habituales de mi autoexigencia. Esto no significa que tu criterio no me resulte relevante, significa más bien que si quieres que tu opinión me importe, debes ganártelo. Y no vale con que tengas una cuenta anónima en twitter, con que me pagues y seas mi cliente o con que abras la boca para expresar lo que se te ocurra sin pensar lo que dices. Todas estas cosas las puede hacer cualquier y no me infunden ningún respeto. No, no me vale con eso. Si quieres que valore en algo tu criterio, necesito que tus actos y tu vida dignifiquen los del resto. Me importa lo que piensas, pero no me determinas.

 

PRESTACIÓN DE SERVICIOS: CARTA AL EJÉRCITO DE ACELERADORES DE INERCIA

Aunque hace poco hablé de los limpiadores de conciencia, existe un ejército de profesionales mucho peor que ese. Se trata de los aceleradores de inercia. He dedicado otro artículo titulado La verdad sobre la formación y la consultoría en el que hablo en detalle de estos individuos con los que bato el cobre a diario, pero hoy quiero dirigirme de forma breve a todos ellos:

Redundando y alimentando la tóxica y destructiva inercia de las relaciones comerciales actuales entre proveedor y cliente, se encuentran todo tipo de believers del Mercado posmoderno, adoradores de la venta, generadores de emociones y experiencias, publicistas reciclados, copywriters de alto impacto, marketeros digitales y demás calaña… Todos ellos nos abocan a una comprensión de las relaciones comerciales nada virtuosa, en la que prima el hecho de captar (robar) la atención de los demás para que te compren a tí y no a otro. Nada se habla del valor ético o la honestidad de lo que se hace, tan solo importe “llegar al cliente”, “satisfacer una necesidad que tenía o que le generas” o “convencer al otro de que lo hago es único”. Todo un ejército de personas y profesiones se dedica a diario a echar más madera a nuestra inercia inconsciente, encumbrando a la supuesta dinámica autorreguladora del mercado al rango de divinidad tutelar. El problema hoy es que estamos viviendo a diario miles de consecuencias evidentes de esta forma de entender el comercio. La crisis climática, las sucesivas crisis económicas (de las que ya no nos recuperamos y vamos acumulando), o la ruptura del modelo social de mercado son el resultado de estos enfoques aspiracionales y mentirosos que nos abocan a la insolidaridad y el aislamiento del individuo.

Y ahora permíteme ser todavía más claro: Cada cierto tiempo me llega un mensaje de alguien comentándome que le encanta lo que hago y que por ello sería fantástico que pudiera ayudarme a mejorar mis técnicas de venta. Dado que soy nefasto vendiendo y que llevo 8 o 9 años sin vender nada más allá de todos los clientes que me llegan por recomendaciones, le dedico tiempo a leer o atender a estas personas. En sus correos siempre se incluye un texto detallando algunos consejos relacionados con captar la atención de la gente, engañarles con algún cebo, transformar mi discurso hacia mensajes persuasivos o abundar en el clickbait. En 5 ocasiones he recibido incluso un video personalizado en el que estas personas me interpelan. La cantidad y variedad de personas que se dirige a mí ofreciendo esto es sorprendente: copywriters, vendedores, expertos en marketing digital,… Las recomendaciones de todos ellos se resumen en estos puntos:

1) Prolonga la estupidez de las personas: La gente quiere cosas sencillas y rápidas, no tiene tiempo para pensar, ni capacidad para prestar atención de forma continuada. Funcionamos por impulsos de atención brevísimos y queremos tener soluciones sin esfuerzo. Aprovéchate de ello. ¿Y si yo creo que este modo de vida aunque de mucho dinero, genera una sociedad de mierda y no quiero contribuir a ella?

2) Trata a las personas como si fueran idiotas: Según estas personas -aunque nunca lo dicen con tanta claridad- las personas hoy en día no tienen criterio ni tiempo, y no quieren invertir el esfuerzo necesario en tenerlos. La labor de un proveedor de servicios es entonces servir a esta inercia. A menudo me interpelan de forma bastante atrevida apelando a una falta de autoestima o seguridad que no tengo. “Nadie va a leer tus artículos, David” o bien “Nadie va a matricularse en tus programas” o bien “Las grandes empresas demandan otro discurso” o bien “Si quieres llegar a grandes masas, simplifica mucho más todo“. Afirmaciones bastante gratuitas a las que nunca respondo por vergüenza ajena y cierto sentido de la compasión. Vender -según ellos- consiste en multiplicar la mierda, descender la calidad de lo que se hace y aumentar en número y profundidad la legión de imbéciles que pueblan el planeta. Es importante señalar que algunas de estas personas que se dirigen a mí realmente garantizan y son capaces de hacer que tu producto o servicio esté visible en todos lados y acabes captando clientes por saturación, pesadez o goteo. Es decir, bastantes de estas personas saben lo que hacen y lo hacen perfectamente aportándote resultados financieros. Puedes multiplicar tus ingresos con facilidad si inviertes en este tipo de cosas porque las formas de manipulación e impacto son hoy infinitas. Pero ¿Y si yo creo que sobran las personas que se ofrecen sin ser ni tener un contenido, y faltan las personas que dedican su vida a serlo o a tenerlo?

3) La gente no quiere calidad, quiere gratis e inmediato: Todos ellos también insisten en que precarice mis servicios. Que descienda la dedicación de mis programas o que ofrezca píldoras rápidas que nos envilezcan. Los contenidos de calidad -me dicen con atrevimiento- no funcionan. Lo que triunfa son los contenidos y ofertas impactantes que apelan a una necesidad que la persona siempre ha tenido o no conoce, es decir, que en realidad genera una necesidad que no necesitan. ¿Y si yo no trabajo para ampliar las mayorías inconscinetes sino para ampliar a esa minortía de personas que quiere una vida de calidad y de sentido?

He aquí mi respuesta a todos ellos: Nunca he tenido ninguna estrategia de venta ni trabajaré para tenerla. Más allá de que todo lo que hacéis redunda en el mito del profesional autónomo e independiente que tiene que cuidar de sí mismo porque nadie más lo hará -un mito falso que nos envilece como especie- cofieso que no soy experto en publicidad o marketing y que tras conocer durante años a los que lo son, no quiero parecerme a ellos. Prefiero el azar, la confianza ajena y el foco a la manipulación, la autopromoción y el bombardeo.

Pero quizás la clave está en que reflexiones sobre algo: En la era de la distracción masiva todas las personas se prestan a competir por la atención de otras, así que el gran dilema ético hoy en día es este: ¿Qué estoy dispuesto a hacer para captar la atención de otros? Si la respuesta es “lo que sea”, no lo dudes, formas parte del problema. Piénsalo.

Al final el dilema para mí es fácil de resolver: o bien decido sumarme a las legiones de centenares de millones de personas que alimentan una inercia de negocio en la que se vende lo que la gente pide (capricho o entretenimiento) sin pensar en lo que todos hoy necesitamos (comportamiento ético); o bien soy honesto y me cuestiono lo que llevamos décadas haciendo y nos está destruyendo como sociedad y como especie, y en consecuencia no trato de alimentar más a la bestia. Elijo lo segundo.

 

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Cultivar el amor por la lectura

Cultivar el amor por la lectura

 

“Y así llevó a su casa todos cuantos pudo dellos… Y con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni el mismo Aristóteles si resucitara solo para ello… Y se enfrascó tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco domir y del mucho leer, se le secó el cerebro…

Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante…

Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana se armó de todas sus armas, subió sobre su Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.”

 

maestro Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cap.I y II

 
 

No llamamos locos a quienes lo son, sino a quienes nos hacen parecerlo. El mundo del libro dignifica la vida de quien accede a él. Hablo de relaciones sociales enriquecedoras, respetuosas y sinceras. Autores, editores, impresores, libreros y lectores formamos un sólido tejido de actos, encuentros y conversaciones que resulta emotivo y esperanzador. Aún así intentaré hacerlo en este texto.

En este artículo trataré de argumentar por qué es necesario leer y cómo desarrollar el amor por la lectura. Aunque creo que hemos idealizado el conocimiento y vejamos frecuente e injustamente a las personas analfabetas, o incultas, creo que en esto de la defensa de la lectura es necesario hacer una distinción entre personas que tienen una elevada capacidad de decisión en una comunidad social y personas que se limitan a llevar una vida sencilla y digna.

Escribo este artículo para inspirar a las personas que toman decisiones a que lean. No he podido tomar decisión más importante en mi vida que leer con frecuencia y fruición desde hace años. Sin duda leer -y todas las actividades que rodean a la lectura- te ayudarán a encontrar la paz que siempre has buscado fuera y aguardaba a que la cultivaras muy dentro.

Necesitamos que las personas que toman decisiones se comprometan a leer. Mi experiencia acompañando empresas durante estos años me dice que el nivel de conocimientos sobre la historia, la economía o el comportamiento humano que manejan los directivos es tremendamente limitado o directamente muy bajo. Intentemos remediarlo.

He dividido el artículo en 3 apartados:

  • Leer es un acto revolucionario
  • Los datos de la deriva lectora
  • Por qué y cómo cultivo la lectura

Espero, lector o lectora, que lo disfrutes.

Comenzamos.
 

LEER ES UN ACTO REVOLUCIONARIO

Para mí es evidente que las personas que toman decisiones relevantes en el mundo deberían alimentar un conocimiento en perspectiva de la vida que reúna no solo experiencias vitales inmediatas sino sobre todo un hábito lector que vista de argumentos la experiencia propia. Y la realidad es que esto, en mi experiencia acompañando a directivos/as, no ocurre. Sostengo que en el marco de sociedades altamente complejas e interdependientes, representa un comportamiento altamente irresponsable ocupar puestos de mando relevantes sin dedicarle tiempo a la lectura.

Las personas no leen porque leer requiere tiempo y espacio adecuados, y porque leer es desacelerar el alma, sintonizar la frecuencia de nuestra atención para comprender lo que otros dijeron o escribieron antes. Leer es sobre todo vivir con el compromiso de superar la mirada propia identificándome con otros. Quien lee nunca está solo porque calienta su espíritu al abrigo del eco de lo que otros lectores y escritores fueron alumbrando durante siglos. Si quieres leer -y ya te adelanto que lo necesitas- nada más adecuado que reservar un espacio y un tiempo para hacerlo para, con el tiempo -es mi caso- poder entregarte a la enfervorecida aventura de devorar páginas.

Tal y como George Orwell (1984) se encargó de dejar claro no existe nada más revolucionario que leer y escribir. En Fahrenheit 451 Ray Bradbury relataba un mundo distópico en el que legiones de bomberos se dedicaban a quemar sistemáticamente todos los libros. Hablaba de sociedades que ya existieron. El Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica -que estuvo vigente 400 años hasta 1966 y cuya alargada sombra inspiraría a los sucesivos dictadores del mundo- censuraba, prohibía y quemaba libros que se escondían en los rincones y dobles fondos de los anaqueles para escapar de la misma depredación idiotizante que promovieron los nazis.
 

LOS DATOS DE LA DERIVA LECTORA

Partamos de lo básico. Vayamos a los datos. Esta es la realidad del mundo analizada desde una perspectiva desarrollista (más cantidad = mejor): Sumando los libros editados desde que se hizo el cálculo inicial de Google, podemos estimar que existen aproximadamente 150.000.000 de libros diferentes (titulos no duplicados) en el mundo. Cada día se publican 100 libros nuevos. En realidad, como lector y como profesional del libro, diré que esta estimación está muy centrada en una forma de cómputo sesgada propia de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (el organismo de referencia y control en EEUU tal y como la Biblioteca Nacional lo es de España).

En estas cifras, la pujanza de la cultura normativa anglosajona es evidente: Reino Unido es el país que más libros imprime per cápita en el mundo. Hace poco alguien comentaba en una red asocial que en su disciplina concreta era imposible estar al día sin saber inglés. Esto sigue siendo rigurosamente cierto. Añado un ranking a esta verdad. Estos son los 10 países que más libros publican al año:
 

Rank Country Year Titles Notes Ref.
1  United States 2013 275,232 New titles and re-editions [3]
2  China 2013 208,418 New titles and re-editions [3]
3  United Kingdom 2018 188,000 [4]
4  Japan 2017 139,078 New titles and re-editions [5]
5  Russia 2019 115,171 [6]
6  Iran 2018 102,691 New and revised [7]
7  France 2018 106,799 [4]
8  India 2013 90,000 total: revised editions not included; 26% in Hindi, 24% in English, and the rest in other Indian languages [8][9]
9  Spain 2017 89,962 New titles and re-editions (ediciones y reimpresiones) [10]
10  Germany 2018 79,916 [4]

 
Los datos apuntan que se leen libros una media de 5,5 horas a la semana en los países ricos. Sorprendente cifra que no se corresponde con ninguno de los testimonios sinceros del común de las personas que tengo a mi alrededor (vivo en un país rico) y tampoco con ninguno de los directivos/as que acompaño a diario.

¿Pero lo publicado se adapta a lo leído? La respuesta es NO. Ni los datos cuadran ni las personas suelen reconocer el escaso tiempo que dedican a la lectura. Solo por citar una realidad palmaria, la media de lectura anual por países es un dato claro a este respecto: Según el World Culture Score Index “a nivel mundial, las personas afirman que pasaron 16.6 horas viendo televisión, 8 horas escuchando la radio, 6.5 horas leyendo y 8.9 horas en computadoras / Internet (por razones no relacionadas con el trabajo) de promedio cada semana.” Siguiendo con los datos, ¿Cómo se comportan en términos de hábito lector los lectores en el mundo y cuántos leen al menos 1 libro al año (sutil y épica proeza)?:
 


 

Cifra arriba, cifra abajo, concluyamos que si incluímos a todos los países del mundo (aquí solo están los que supuestamente más leen) aproximadamente lee un 40% de personas en el mundo. Esto significa que la mayoría de personas no lee nunca o casi nunca. Los datos de la OCDE son sin embargo poco creíbles -al menos en mi experiencia, insisto- dado que según este organismo 2/3 de los estudiantes de la OCDE leen por placer.

Lo que sí es fácil de creer -y los editores no dejan de repetirlo- es que las mujeres leen más que los hombres. La proporción que arroja el informe PISA de la OCDE (ciclo 2000-2009) es que un 52% de estudiantes masculinos leía por placer frente a un 73% de estudiantes femeninas. También hay barreras socioeconómicas y una relación entre nivel de desarrollo y lectura: el 72% de estudiantes de clase media o clase alta o países más aventajas económicamente aseguraron leer por placer frente al 56% alumnos en situación más desaventajada. Pese a esta celebración de cifras, la OCDE admite que incluyendo el ciclo ampliado (2009-2020) el porcentaje de lectores jóvenes por placer (y no por obligación de estudios) ha descendido progresivamente durante los últimos años. Caminamos hacia una sociedad literalmente imbécil y desprovista de conocimiento más allá de la técnica.

Los datos de la UNESCO tampoco acompañan en lo relativo a educación en términos de diversidad, inclusión y escolaridad. Según la UNESCO -no es la primera vez que lo dice- los chavales, básicamente, no salen preparados para entender la realidad actual del mundo y hay una evidente disonancia entre lo que se enseña en las escuelas del mundo y el conocimiento sobre los principales debates de nuestra especie en este momento de la historia.

En España leen en términos reales (relación entre frecuencia y cantidad) 1 de cada 2 personas. El 40% de personas no lee nunca. Los datos de la Federación de Gremios de Editores de España son claros a este respecto y apuntan a cierta recuperación del sector en los últimos años. Se venden unos 150 millones de libros al año en España con una tirada media de 2.700 libros, un precio medio de 14 € y un fondo editorial nacional de entre 500.000 y 600.000 libros. El informe panorámico de la edición española que elabora anualmente el Ministerio de Cultura de España apunta a que se traduce poco de otros idiomas (siempre menos de un 20%), lo cual representa una asignatura pendiente. Aún así parece que la concesión de ISBNs (números únicos de identificación de títulos y ediciones) vive cierto auge en los últimos 5 años, tanto como lo hace la venta de libros que no parece corresponderse con el descenso en picado de ejemplares publicados. Es decir, se imprimen menos ejemplares pero se vende un poco más cada año. Como siempre ha ocurrido, la ficción gana por goleada al ensayo en términos de facturación anual.
 

POR QUÉ y CÓMO CULTIVO LA LECTURA

Durante años he recorrido muchos quilómetros conociendo a centenares de personas y es duro comprobar cómo la mayor parte de ellas se limita a creer lo que alguien o un conjunto de personas dice y desconoce los rudimentos esenciales del cuestionamiento propio. En mi experiencia la lectura profunda y detallada -es decir, no internet, sino los libros- es fundamental en la conformación del carácter filosófico. Me refiero a una actitud de vida basada en el cuestionamiento y el disfrute de las cosas de una manera consciente e informada que te ayude a tomar mejores decisiones.

Leer es la apoyatura necesaria y básica para aprender a pensar, y aprender a pensar es practicar la verdadera libertad y autonomía en la vida. Por contra, lo hegemónico nos sugiere que no se vive de acuerdo a un criterio propio sino de acuerdo a un conjunto amorfo y aleatorio de influencias ajenas. Por descontado, estas influencias no están basadas en la solidez argumental o intelectual sino en la capacidad de impacto por captación de la atención de grandes masas. Es decir, el esperpento vence casi siempre a la sensatez y al criterio.

Nos hallamos así en sociedades que idolatran, premian y nos saturan de la ocupación explosiva (trabajo y entretenimiento) pero eliminan o excluyen la ocupación reflexiva y contemplativa (introspección, lectura, meditación, diálogo). Más allá de que unos y otros tengamos un carácter o una estructura perceptiva más o menos proclive a cuestionarnos las cosas, es fundamental entender que necesitamos conocer los detalles que articulan a nuestro alrededor la vida.

¿Cómo lo hago yo? Mi caso es extremo pero no quiero dejar de compartirlo. Leer, aunque sobre todo escribir, y en general el cultivo de la palabra, es mi gran pasión desde pequeño. Dado que soy una mezcla curiosa entre afable y huraño, siempre he pensado que debería acabar en algún momento viviendo en medio del campo rodeado de libros, con una vida tranquila y apacible (a la manera de Tolstoi) pero en continuo contacto con el mundo. Todo llegará.

Hace ya muchos años, acepté que las instituciones educativas del sistema jamás me iban a procurar un conocimiento en profundidad y riguroso porque no estaban pensadas para ello. Emprendí así una no planeada ni proyectada larga formación autodidacta en varias disciplinas de conocimiento. Me interesan sobre todo las ciencias humanas y sociales en su conjunto y desde hace años tan solo leo ensayo con esporádicas incursiones en la literatura de ficción.

En muchos casos -lo he sabido al hablar con catedráticos o doctorandos- manejo niveles de lectura en cada ámbito equiparables a una especialización universitaria o profesional. Por así decirlo he explorado -y sigo explorando a diario- el universo del conocimiento humano de manera integral y tratando de armar una visión en perspectiva e informada de las cosas que me ha aportado una mirada enriquecida en mi labor diaria.

No diría que tengo una sistemática definida de lectura, soy bastante inconstante en lo que leo. Leo siempre varios libros a la vez, nunca menos de entre 30 y 40 para poder conservar el hilo de la lectura. Lo que sí hago es dedicarle la mitad de mi jornada a la lectura. Lo hago sin un ritmo frenético, sin presión, a razón de unas 160-200 páginas en cada tanda de lectura (hay días en los que leo 1 sola tanda, otros 2 tandas y los menos días leo 3 tandas interrumpidas por descansos intermedios). Toda mi casa es una zona de lectura. Por supuesto he necesitada trabajar mucho para lograr una vida en la que pueda mantener este ritmo de lectura, pero eso daría para otro artículo

No hago todo esto conscientemente (de hecho he tenido que calcular todos estos detalles mientras iba escribiendo el artículo), tan solo lo hago porque amo hacerlo, y la única manera de amar la lectura -del mismo modo que la única manera de amar a una persona- es dedicándole tiempo. No conozco otra fórmula. Diría que lo fundamental para leer en mi caso es disponer de mucho tiempo en mi agenda.

Pero no todo en la lectura son buenas noticias, también hay peligros. El conocimiento y en general la sabiduría -que es algo muy diferente- suelen ofender. Leer, y sobre todo leer a un buen ritmo durante muchos años en una sociedad enferma diseñada para multiplicar estúpidos, también implica que uno puede convertirse en un completo extraterrestre si se descuida. Poco a poco lo notas. De repente te das cuenta de que hablas y la gente se pone a tomar apuntes, o te mira frunciendo el ceño tratando de comprender lo que dices como si fueras un marciano.

Cuando uno es vulgar sin conocimiento, entonces no tiene alternativas: solo puede ser vulgar. Cuando uno sin embargo se procura cierta formación y cultura, llega el peligro porque uno puede convertirse o bien en un imbécil condescendiente (un estúpido más estúpido que el resto porque además lo es tras haber leído), o bien en una persona fácil de tratar, respetuosa y honesta. En definitiva, tus relaciones sociales pueden resentirse si no eres capaz de modular tu discurso en función del foro y las personas con las que te comunicas o si te crees superior por haber dedicado tiempo a la lectura, lo cual sinceramente me parece patético y es el caso de buena parte de pensadores.

En mi caso, dado que ni nací ni crecí en un entorno cultural de élite -como le ha pasado a tantos otros pensadores- con personas altamente leídas con las que poder hablar en detalle de muchos temas, trato de recordar algo que aprendí hace tiempo:

Por un lado, en todo lenguaje existen lo que se denominan variedades diastráticas, es decir niveles culto, estándar y vulgar en el habla. Es útil distinguir cuándo utilizar uno y otro dependiendo de los foros en los que uno se mueva y sobre todo no caer en la ridícula y egoica condescendencia conservando la humildad. En mi caso recuerdo que leer no me hace menos ignorante que nadie, sino que me ayuda a serlo de forma noble y controlada. Por cierto, a menudo se nos olvida que nadie puede alcanzar un nivel estándar o culto en el habla sin leer.

Por otro lado, me obligo a recordar cuando estoy con amigos en un contexto informal que no estoy sentando cátedra y tan solo se trata de opinar y hablar de manera relajada. Quien olvida esto, acaba su vida como el bueno de Alonso Quijano. Y aunque hace ya muchos años que -como él- salí al campo “con grandísimo contento y alborozo“, vivo para no poder ser ignorado por el resto.
 

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Por qué INDITEX no es un caso de éxito

Por qué INDITEX no es un caso de éxito


 

El que no tenga sueños, que se prepare para tener dueños

maestro Luis Eduardo Aute

 
 
Escribo este artículo para ayudarnos a pensar de otro modo y aprender a ver la realidad del estado actual del mundo empresarial en todo su contexto. Este artículo crítico es un caso de estudio que viene a demostrar las tesis que defendí en un artículo anterior titulado Porqué el pensamiento empresarial es suicida. Espero, lector o lectora, que lo disfrutes. Comenzamos.

Hace unos días se produjo cierto revuelo por el cambio que el 1 de abril de 2022 se producirá en la presidencia de INDITEX. Pablo Isla dejará su cargo tras 17 años al mando y éste pasará a ser ocupado por Marta Ortega, hija del fundador del grupo. Pablo Isla, calificado como el mejor CEO de la década por la revista Forbes en 2020 y como el mejor presidente del mundo por la Harvard Business Review en 2017, ha aumentado el beneficio económico de la empresa con ratios de crecimiento económico increíbles para los analistas (un 167% en 10 años) y que representan máximos históricos para la compañía con un incremento de un 237% en el último trimestre de 2021 a razón de 2.500 millones de euros de beneficio neto y unas ventas en 2021 de 19.325 millones de euros, un 37% más respecto al mismo periodo de 2020. Todo ello implica que Pablo Isla a su partida deja a INDITEX con el doble de tiendas en el mundo y 10 veces más valor en Bolsa que cuando llegó a la presidencia, esto es, de 9.000 millones de euros de valoración bursátil a 87.990 millones de euros de valoración a día de hoy.

Con la noticia del relevo en la presidencia, las redes asociales se han poblado de todo tipo de opiniones, la mayoría de ellas positivas de nuevo por enésima vez elogiando la visión empresarial de un grupo que se ha posicionado en el mundo textil de forma clara con 6.600 tiendas en 5 continentes y 88 mercados a través de marcas como Zara, Zara Home, Massimo Dutti, Pull & Bear, Bershka, Oysho, Uterqüe, Lefties y Stradivarius. Entre las opiniones vertidas la mayor parte de ellas se puede resumir en esta publicación de una persona en linkedin que me ha animado a escribir este artículo y que pego aquí tal y como aparece todavía a día de hoy:

 
https://www.linkedin.com/posts/ivan-fernandez-amil_yolotengoclaro-innovation-careers-activity-6872088240342597633-r8nq/
 

Desde luego esta publicación -marcada como LIKE por 19.126 personas cuando escribo este artículo- da para mucha reflexión en términos sociológicos, antropológicos, psicológicos, estéticos y éticos. Dado que este tipo de opiniones se suman a otras que celebran las puntuales donaciones caritativas de Amancio Ortega a la sociedad sin cuestionarse nada más, me interesa sobre todo analizar contigo, lector o lectora, tanto el tono empleado en este tipo de opiniones como los aprendizajes y elementos de reflexión que podemos extraer de este tipo de lecturas de la realidad. Más en concreto como apunta el título de este artículo me interesa valorar qué entendemos cómo éxito en nuestras sociedades y la manera en la que estamos acelerando una inercia socieconómica suicida.

Aclaro en primer término que soy absoluto defensor de la libertad de cada persona para hacer con su propiedad y patrimonio lo que desee siempre y cuando no atente contra el bienestar humano colectivo ni contra la continuidad de la vida en el planeta. En fin, llamadme exigente o loco pero lo que se plantea aquí no es la abolición de la libertad, sino el duro cuestionamiento necesario de los comportamientos lascivamente onerosos de empresas, organismos, instituciones y personas que destruyen tejidos sociales y ecosistemas globales. Y lo que se plantea en consecuencia es que dichas personas o iniciativas no pueden ser los referentes morales que necesitan nuestras sociedades para reinventarse.

 

“Y AL QUE NO LE GUSTE QUE CONSTRUYA SU PROPIO IMPERIO”

Lo que evidencian tanto el comentario reseñado como las esperpénticas cifras reales que he compartido, es en realidad un dilema de filosofía política que acompaña a la sociedad liberal desde sus inicios en el siglo XVII. Dado que tengo reciente este dilema porque es parte del proyecto de investigación en el que me he embarcado, trataré de explicarlo de manera sencilla:

Si uno lee al maestro John Locke (1632-1704) -sobre todo en Los 2 tratados sobre gobierno civil pero  también el Discurso sobre el orígen y la desigualdad en los hombres– notará que -vistas desde la cómoda perspectiva de las consecuencias generadas- existen auténticas barbaridades en las premisas de base que fueron formuladas en la invención de la sociedad moderna. Estos deslices discursivos se explican porque fueron formulados en la época de una etapa mercantil incipiente en la que los autores de nuestro mundo actual pretendían realizar intencionalmente una transición hacia entornos de convivencia más esperanzadores que los que llevaba siglos asumiendo el Antiguo Régimen. En la teoría las tesis de Locke son emocionantes y habilitadoras, en la práctica no existen.

Lo que planteaba Locke -y cuya perversión legal nos ha llevado a la existencia de INDITEX- tiene que ver con la consideración de todos los seres humanos como universalmente iguales en un estado de naturaleza apriorítico -es decir, si no existieran instituciones o estructurales sociales-, lo que nos situaba a todos como sujetos de derecho y poseedores de libertades. Esto era altamente revolucionario en un mundo marcado por los privilegios y las diferencias entre desposeídos y acumuladores. Entre estas libertades a las que nos daba derecho Locke se encuentra el derecho a la propiedad privada como derecho natural de las personas. Es decir que por el mero hecho de nacer seres humanos tenemos derecho a apropiarnos de lo que hallamos “trabajado” en función de una teoría de la propiedad-trabajo basada en el esfuerzo.

Veamos hasta qué punto esto es cierto:

 

LOCKE ESTABLECÍA LIMITES A LA PROPIEDAD PRIVADA

Tenemos que entender que cuando el maestro Locke formuló su teoría pensaba en personas que labran un campo y tienen por tanto derecho a ser propietarios de él sin necesidad de vasallaje o servidumbre. En otras palabras, Locke defendía la apertura del mercado para que los beneficios económicos y materiales se distribuyeran en una sociedad -la de entonces- caracterizada por señores feudales que acumulaban privilegios de origen. En realidad el planteamiento de la pre-ilustración no era tan puritano pero eso ya forma parte de otra historia que sería más larga de explicar. Lo que es cierto es que Locke vino a decir que contra esta realidad, es el trabajo el que debe generar “propiedad” y que esta libertad debía ser inalienable para todos. Por supuesto esto no se ha cumplido porque pasados los siglos nos encontramos con continuos ciclos de acumulación y desigualdades que se repiten. Pero lo que se nos olvida de su discurso -o se les olvida a los que lo utilizan para justificar su iniquidad- es que Locke puso limites a este derecho:

Locke vino a defender que lo que debe generar propiedad es el trabajo y que una persona no puede (debe) poseer más de lo que pueda consumir sin que se pudra o deteriore por no ser usado, porque eso va en contra de la ley natural enunciada. Aunque sea discutible la idea de poseer el mundo, Locke defendía fervientemente que la propiedad sobre el planeta no se nos ha dado para que lo echemos a perder y que debemos tomar lo que sea necesario sin perjudicar a los demás. El problema vino con los desarrollos posteriores de la teoría lockiana al equiparar la libertad de propiedad con el dinero. Al hacerlo y establecer que el dinero formaba parte del estado natural de libertad, algunas personas podían ya enriquecerse de tal manera que ese trabajo no generaba propiedad ni favorecía la libertad real en otras.

La trampa suicida está en considerar que cada persona “puede generar su propio imperio” (el gran mito de la burbuja del emprendimiento, entre otras) sin dañar la libertad de otras o atentar contra los sistemas sociales y los ecosistemas ambientales sobre los que se proyecta u opera. Es decir, que la idea de sostener un imperio -sea económico o estatal- es directamente contraria al pensamiento ilustrado y al origen de la sociedad moderna liberal. El error de base que nos está matando como humanidad es considerar que el esfuerzo de una persona y su adaptación al mero cumplimiento de un sistema legal falaz, es suficientemente ético a priori sin necesidad de ningún cuestionamiento moral. Hay de hecho algo falaz, esencialista y totalitario en no poder criticar el terrible daño que hace una compañía por el mero hecho de que genere empleos o por la mera razón de que no pare de crecer. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar como sociedad o a hacer pagar a otros y qué precio estamos dispuestos a hacer pagar al planeta para sostener este tipo de éxitos acríticos e inconscientes?

 

POR QUÉ NO EXISTE LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

El amplio trabajo que durante décadas ha realizado el materialismo histórico en la recopilación y contraste de datos históricos nos enseña que el estado natural no existe en sociedades que parten de un desarrollo anterior que condiciona los contextos socioculturales, económicos y ambientales en los que una persona nace o se mueve para “trabajar” y disfrutar de intercambios o acceder a la propiedad privada. Pero también nos enseña que la acumulación de riqueza una vez superadas las necesidades fundamentales de toda persona (acceso a vivienda, empleo, alimentación, ropa, salud, ahorro estable), atenta contra la libertad de otras personas para satisfacer estas mismas necesidades en su propia vida. Ergo, la propiedad privada no era igualmente accesible para todos y no existía la igualdad real de oportunidades entonces, y sigue sin existir ahora.

El nombramiento de la hija de Amancio Ortega como presidenta de la compañía, añadido al accionarado de otra de sus hijas y de su propia ex-mujer, sigue siendo representativo del profundo desequilibrio de libertades que rompe el ascensor social y económico en las sociedades, y en particular en España, desde siempre. En este país, según el informe del Peterson Institute for International Economics (PIEE) el 53,8% del origen de la riqueza de los multimillonarios es heredado, tan solo el 15,4% pertenece a fundadores de compañías, el 7,7% está en manos de ejecutivos, el 3,9% procede de conexiones políticas y el 19,2% lo engrosa el sector financiero. Amancio Ortega acumula junto a otras 7 personas, el equivalente a la mitad de la riqueza del mundo. 2/3 de los billonarios del mundo lo son debido a herencias, construcción de monopolios o amiguismos. En 2021, el segundo año de la pandemia, la riqueza de los multimillonarios ha crecido enormemente. Los estudios de Pikketty y Zucman hablan de un empeoramiento de estos datos. En 2040 las 500 personas más ricas de un mundo que tendrá 10.000 millones de personas heredarán 2,4 trillones dólares, algo que indica que este tipo de prácticas ahonda en el desequilibrio social. “El resultado es que esa mitad de la población tiene un patrimonio medio de 2,900 euros por adulto, lo que en conjunto representa solo un 2% del total mundial, mientras el 10% superior concentra el 76%. Cuando se examinan son los ingresos, el 10% de los más ricos en el 2021 se quedan con el 52% del total (de media 87,200 euros por adulto), mientras el 50% más pobre se tiene que contentar con el 8.5% (2,800 euros para todo el año).”

Uno podría argumentar, como hace nuestro atrevido individuo en linkedin, que Amancio Ortega se labró este “imperio” él solo. Esto redundaría en el mito del tendero que creció hasta ser una de las personas más ricas del mundo con su propio esfuerzo. Pero esa afirmación es radical y fundamentalmente falsa. Ninguna riqueza de ese tamaño puede amasarse sin el sacrificio, el trabajo o el inmenso dolor de miles de personas trabajando para que esa persona -o familia- se enriquezca más aún. De hecho la cuestión no es que ahore acumule riqueza o que su empresa sea económicamente exitosa, sino qué tiene que hacer una persona o una empresa para llegar a eso. Y la respuesta hoy es evidente para una persona como yo que ve a diario las tripas de decenas de organizaciones y mercados: no tener principios ni escrúpulos.

 

POR QUÉ LA DINÁMICA EMPRESARIAL DE INDITEX NOS LLEVA AL ABISMO

La tesis de Locke implicaba -y lo dijo exactamente así- que literalmente el planeta Tierra, sus recursos y sus frutos pertenecen a una sola de las millones de especies de vida que existen. La actividad empresarial de INDITEX es el ejemplo más claro del abuso de este principio. Era comprensible defender esto en un mundo -como era aún el del siglo XVII- antropocentrista y teológico en el que no existían conocimientos científicos ni históricos suficientes para cuestionar la centralidad humana o el impacto de la ambición individual en la evolución de las sociedades humanas. Sin embargo hoy, con todas las evidencias y descubrimientos arqueológicos, antropológicos, sociológicos, ecobiológicos e históricos de los que disponemos, esta tesis es directamente insostenible, y se ha demostrado como suicida. El problema a atacar tiene que ver con el tipo de relaciones humanas y relaciones con el medio que fomenta la actividad de una empresa favoreciendo un tipo u otro de consumo. Y en el caso de INDITEX lo que favorece es evidente.

Por ser más claro, el desastre ambiental que viene es de base antropogénica, es decir lo hemos creado nosotros, los humanos, a partir de la apropiación y la explotación del mundo de acuerdo a la ficción de la propiedad-trabajo de Locke (entre otras ideas de la historia del pensamiento político-económico). En la página web de INDITEX existe un apartado en el que se afirma que la empresa está comprometida con el medio ambiente. Contra esta visión, la Organización de Naciones Unidas ha calificado el fast-fashion promovido por Inditex como una emergencia medioambiental sin precedentes. Por aportar datos, la manera en la que INDITEX y otras compañías textiles similares fabrican ropa genera un 20% de las aguas residuales del planeta que atentan contra la biodiversidad y ponen en peligro la ingesta humana de alimentos del mar. La industria de la moda rápida consume 1,5 billones de litros de agua al año que deja inservibles en un mundo en el que las guerras por el agua comienzan (y acabo de volver de un país en el que esto es evidente). Además el sector de moda rápida que lidera INDITEX representa el 10% de las emisiones de dióxido de carbono globales. INDITEX  fue de hecho pionera en la generación de las denominadas microtemporadas de moda que han facilitado que “haya hoy 52 temporadas anuales de consumo de moda y que los consumidores compren hoy más prendas de vestir que en el 2000, pero cada producto se conserve la mitad de tiempo que entonces y, de media, el 40% nunca se utilizan“. El cultivo de algodón para abastecer este ritmo de reposición causa el 88% de la huella hídrica humana global.

Según el estudio científico The enviromental price of fast fashion publicado en Nature en 2020, gracias sobre todo a empresas como INDITEX entre 1975 y 2018, la producción mundial de textiles per cápita aumentó de 5,9 kg a 13 kg por año. La cosa no irá a menos gracias a la continuidad de este modelo de negocio: se estima que el consumo global de ropa aumentará de unos 62 millones de toneladas de productos textiles por año, a 102 millones de toneladas para 2030. El 70% de las emisiones de dióxido de carbono de estas empresas procede de la utilización de fibras sintéticas, la escasa o nula capacidad de reciclaje de las prendas y un completo desinterés por el impacto de sus acciones. El impacto de la industria que lidera INDITEX ha sido ampliamente detallado en un genial artículo de Ester Xicota y abarca todos los procesos de producción de fibras, manufactura, distribución y desechado de las prendas desde su origen hasta su posterior huella en la salud de todas las especies, incluida la nuestra. Es un hecho que INDITEX contribuye de forma muy activa al cambio climático provocado según el Lancet Planetary Health en un 92% por las dinámicas y hábitos de consumo de Norteamérica, Europa, Japón, Australia y Nueva Zelanda, territorios en los que la empresa arrasa en ventas favoreciendo un consumo inconsciente y desleal con la naturaleza y el modelo de propiedad-trabajo de los países manufactureros.

En el aterrador documental True Cost se muestra con toda claridad audiovisual el coste real de comprar, desechar y tirar en un ciclo promovido por esta industria en el que lo barato en las sociedades del primer mundo sale muy caro a personas en pobreza real bochornosa. El colapso del edificio de Fashions Tazreen (proveedora de marcas como C & A, Carrefour, Walmart o Kik) de 8 pisos en 2013 el que murieron 1134 personas y fueron heridas 2437 en Daca (Bangladesh) ya se ha olvidado, pero en él trabajaban personas que se dedican a la misma industria de la que participa INDITEX. ¿La empresa ha multiplicado sus beneficios económicos? Sí, a costa de hacer del mundo un lugar apocalíptico para vivir a nivel laboral, ambiental y social. ¿Amancio Ortega es un multimillonario innegable? Sí, pero desde hace décadas cada vez que alguien compra una prenda de esta compañía, la vida del planeta se va literalmente a la mierda. ¡Claro que siempre hay tiempo como empresa para unirse a la estrategia de greenwashing tras haber debastado sociedades y ecosistemas!

El absoluto cinismo llega cuando una compañía que genera condiciones de trabajo indignas mediante una estrategia de precarización laboral propia de un colonialismo económico que no genera riqueza sino que expropia y desposee a las poblaciones sobre las que se proyecta, cuando ese tipo de compañía -digo- construye una nueva sede central sostenible y ecoeficiente de 170.000 metros cuadrados presumiendo de cumplir los estándares bioclimáticos del US Green Building Council (USGBC) por 238 millones de euros. ¿Por qué es cínico e insultante? Porque Inditex, con sede oficial en España -esa misma sede que no va a cambiar con el nuevo edificio- pagó en 2019 más del 70% de impuestos en Holanda, Irlanda y Suiza, lo que implica que eludió 585 millones de euros de impuestos a través de su entramado empresarial. No es el ejercicio en el que INDITEX ha logrado eximirse de mayores impuestos, ya que en el ejercicio fiscal de 2012 llegó a evitar el pago de 900 millones de euros.

INDITEX ha sido periódica y recurrentemente denunciada y condenada por plagios de diseño, llegando a verse obligada a retirar prendas, explotación laboral y trabajo con productos químicos dañinos en diversas regiones, entre las que se incluye empleo infantil (72 horas a la semana por 0,88 euros al día) en la India (junto a Cortefiel y el Corte Inglés), la obligación judicial de pagar compensaciones de 1,36 millones de euros en Brasil con 52 actos de infracción por fomentar el trabajo esclavo, la denuncia de jornadas de 13 horas de trabajo en Argentina en condiciones infrahumanas (junto con Puma, Topper y otras marcas), pero también huelgas y rebeliones de trabajadores en Nueva York denunciando sus condiciones laborales. Por concluir, ¿Todo esto se arregla subiendo un año el 14% de los salarios de los empleados de Galicia? Acaso ¿podemos decir que esto se arregla haciendo que el 10% de tus prendas sean supuestamente ecológicaso afirmando que en 2025 todas tus prendas serán sostenibles? La respuesta es NO, EN ABSOLUTO. Los que nos dedicamos a acompañar cambios empresariales sabemos que este tipo de iniciativas suman pero no son cambios significativos si no van ligados a una transformación integral de la comprensión ecosocial de la empresa y su papel en el mundo.

 

POR QUÉ EN CONSECUENCIA INDITEX NO ES UN CASO DE ÉXITO

Se que es frecuente mostrar a Marc Zuckerberg, Bill Gates, Steve Jobs, Jeb Bezzos, Elon Musk, Richard Branson o al propio Amancio Ortega y sus iniciativas como casos de écito, pero lamento que a mí no me impresionen ni me inspiren en absoluto. Esta especie de mitología empresarial que hemos creado nos está matando a través de prácticas monopolísticas y totalitarias que rallan lo maniaco. Ellos no son las referencias éticas que quiero en mi vida, ni el tipo de sociedad que promueven es el tipo de sociedad que quiero que hereden nuestros hijos. Las consecuencias de sus acciones han sido abrumadoramente nefastas en términos de aumento de la desigualdad, generación de élites egoístas y ruptura del tejido social. No considero que estas marcas -incluida INDITEX- sean un caso de éxito y por ello trato en la medida de mis posibilidades de no favorecer su crecimiento evitando ser su cliente. Si alguna de ellas me llamara para ayudarles como proveedor o generador de cambios -tal y como hecho con otras marcas igualmente detestables- yo lo haría encantado por un motivo sencillo: Trabajo para ayudar a cambiar a las personas y las empresas y sin duda estas son las que más lo necesitan. No ayudarles a pensar de otro modo no resuelve el problema, esa ha sido siempre mi opinión.

Tal vez Zara fue un caso de éxito cuando era una empresa que extraía beneficio de su comunidad aportando un valor social y económico indudable en un intercambio entre un propietario de negocio honesto y trabajadores que podían vivir dignamente de su empleo. Pero desde que en 1963 Amancio Ortega, su fundador, abriera una pequeña tienda en A Coruña, ya ha llovido mucho. La expansión de la empresa fue de la mano de los años de bonanza que acompañaron a la transición democrática española e incrementaron el poder adquisitivo de los españoles. Entre 1980 y 2000 el grupo se expandió hasta que en 2001 salió a Bolsa. Desde entonces, tal y como hemos visto, el crecimiento y expansión económica de la empresa han sido imparables incumpliendo todo tipo de estándares éticos y sociales, favoreciendo empleos precarios y destruyendo el entorno a niveles irreversibles. INDITEX es solo un caso de éxito para aquellos que no levantan la cabeza de la cuenta de resultados financieros, pero es imposible mantener que lo es cuando atendemos a indicadores que la sitúan a la cabeza de las empresas cuyo comportamiento nos envilece como especie.

Si bien la apuesta por cerrar centenares de tiendas físicas, aumentar la internacionalización y favorecer el comercio online y el inventario único digital/físico con prendas siempre disponibles para la venta aunque la tienda física esté cerrada, puede ser considerada una estrategia económicamente acertada dado que la compañía ha alcanzado beneficios históricos, el problema no reside en el incuestionable aumento de beneficios económicos sino en la manera en la que se consiguen estas cifras y el impacto y resultados sociales que generan. Cuando valoras el éxito de una compañía solo por sus beneficios económicos (criterio economicista) sin valorar el impacto social, ambiental, laboral y/o sanitario que implican sus procesos de fabricación, comercialización y logística, sin duda se comete un error de dimensiones colosales que está situando al planeta al borde de colapso ambiental y a las sociedades al borde de una neofeudalización de consecuencias imprevisibles.

El verdadero punto de inflexión en nuestras sociedades llegará cuando entendamos que estas cifras que he compartido tienen una cara B inmensamente dolorosa y nociva para todo lo que representa la humanidad en el mundo. Si después de leer este artículo el argumento contra las personas que no consideramos a INDITEX ni a Amancio Ortega como referencias ni casos de éxito, es que “en España seguimos sin soportar que algunos tengan éxito” nos merecemos el puto y absoluto colapso como especie, tal y como apunta la célebre película Don´t look up (McKay, 2021).

 

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Una vida de servicio y compromiso con el bien

Una vida de servicio y compromiso con el bien


 

«Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita”

maestro Dante Alighieri, Divina Commedia, Inferno, Canto I

 
 

En este artículo expondré mi manera de entender la vida y mi propia vocación y a la vez estableceré compromisos claros para los años por venir. Hace un tiempo hice pública la manera en la que vivo a diario para facilitar el cambio significativo en las personas sin perder mi salud emocional ni mi cabeza. Como siempre el mundo humano nos ha provisto de grandes crisis desde entonces pero nada ha cambiado. Este artículo viene a complementar muchas de aquellas tesis

Me gustaría aclarar primero algo básico: No he necesitado traicionar ni olvidar al niño que fui para ser el adulto que hoy contemplas. Ninguno de ustedes lo creerá pero jamás pensé que viviría tanto tiempo. Siempre creí que no habría sitio para mí en este mundo. De niño casi todo lo que hacían los adultos me parecía feo, cruel o sin sentido. Les miraba como quien mira a un extraterrestre. Terminé por pensar que tarde o temprano aquella enorme masa de alienígenas acabaría conmigo. Al tener tan claro que moriría joven, nunca hice grandes planes y habité el presente. La sensación no cambió con el tiempo; todavía hoy siento que vivo en un mundo de otros que temen, huyen, desconocen o se evaden de la belleza de la vida. Así que todo este tiempo, y en contra de lo que hace todo el mundo, me he dedicado a celebrar la vida como si ya la mereciera.

Por lo general no dedico apenas tiempo a la mayor parte de cosas a las que el resto de humanos le otorga una enorme importancia. Aquello de lo que todos hablan no suele importarme nada. Sigo pensando que la vida real suele ocurrir en lugares físicos y emocionales que los adultos humanos jamás frecuentan, así que trato de mostrárselos. Hemos hecho del planeta un lugar inhabitable para el resto de especies y a la vez tremendamente hostil e injusto para la mayoría de nosotros. No somos un milagro para el mundo, somos más bien una plaga cuyo sistema productivo y reproductivo está profundamente enfermo. Al dedicar mi vida a cambiar la cultura de las empresas, lucho cada día contra la maldad normalizada, la que todos aceptan para salir hacia delante mientras con su esfuerzo y trabajo, todo a su alrededor o bajo ellos se diluye o desaparece a marchas forzadas.

Durante todos estos años mi intención ha sido la de no contribuir a acelerar el claro camino hacia el colapso. Hace ahora 10 años tomé la segunda decisión más importante de mi vida: elegí observar, analizar, ayudar y curar a las personas, no desde un punto de vista médico, patológico o clínico, sino consciente, intencional y moralmente. Suelo pensar 3 o 4 veces al día que los alienígenas no van a mejor pero me empeño en seguir creyendo en ellos e intentar acompañarlos. Rozo ahora con pavor -como el maestro Alighieri- la mitad de mi vida. Sirva este artículo para hacer balance sincero de mi paso por el mundo y declarar lo que me gustaría lograr en adelante.

Defino “bien” como todo lo que una persona puede hacer en la realidad de su vida para no aumentar su propio sufrimiento y el sufrimiento de otras. Todo lo demás, en consecuencia, es el “mal” y subyace dentro de nosotros, tan solo debemos aprender a controlarlo. Denomino “madurez” al hecho de haber conseguido hacerlo la enorme mayoría del tiempo.

Para explicar cómo trato de llevar una vida de servicio y compromiso con el bien, he dividido el artículo en 4 apartados:

  • Vivir en tiempo de descuento
  • Practicar el equilibrio en mi vida
  • Escribir algo que lo cambie todo para muchos
  • No olvidar mi verdadero hogar en este mundo

Comenzamos.

 

VIVIR EN TIEMPO DE DESCUENTO

Nací y a las pocas horas debería haber muerto. De haber nacido en otra época no estaba escrito que yo sobreviviera. Teniendo en cuenta este feliz comienzo, el resto de mi existencia ha sido igualmente fortuita. Y aquí, permítanme aclarar en números lo que les adelantaba más arriba: Mi esperanza de vida -la que yo me daba cuando era un niño- no superó nunca los 30 años. Creo que si continúo aquí es porque la mayor parte del tiempo he procurado pasar desapercibido, y cuando no lo he hecho, solo fue para no dejar a nadie indiferente.

Seguir vivo para mí en estos términos, equivale a lo que representa para un escalador hacer cima en el Cervino, coronar a pulso el Gran Capitán sobre los bosques escarpados del anciano Yosemite, o sobrevivir contra la propia extenuación la enérgica ascensión del Fitz Roy. Que alguien como yo haya sido capaz de sobrevivir hasta la fecha en condiciones medianamente aceptables, viene a ser lo que para un ciclista supone sentir en sus mejillas el viento frío del Angliru o la dentellada helada previa a la Col du Tourmalet en mitad del duro invierno. A estas alturas de mi viaje -y debido a que mi propia condición es la de ir contracorriente de un mundo saturado y cruel- siento de veras que emocional y anímicamente ascendí varias veces el Alpe D´Huez o el mítico Mortirolo con apenas una nimia y enclenque bicicleta.

Sea como fuere, y aunque el niño que fui no se lo creería, he aquí el hecho incuestionable: Contra todo pronóstico sigo vivo. Así que pienso en Mallory, en Bonatti y en Messner, pero también en Pantani, Bahamontes, Indurain y Gaul. Me siento como uno de esos peregrinos que ascendían a pie hasta el Urtiola. Lo que escribo y hago en mi vida es algo asi como la primera oración visual que uno reza en silencio mientras sus ojos sonríen al alcanzar la imagen continua del inaccesible Santuario. Y a la vez ocurre algo curioso: al sentir que vivo en este tiempo de descuento continuo que por lógica no merezco, apenas me pesa la supuesta gravedad de la vida. He aprendido a aceptar que no soy tan importante como para que mi vida tenga algún sentido más allá de la propia existencia. Moriré más pronto que tarde y lo haré como lo hará cualquier ser vivo, dejando algo de amor y de dolor a su paso. En el momento en el que aceptas esto, dejas de buscar una trascendencia mayor y por fin te disfrutas porque te encuentras.

 

PRACTICAR EL EQUILIBRIO EN MI VIDA

De todo cuanto he leído hasta la fecha quizás esto que sigue sea lo más inteligente y sabio que encontré. Se lo debemos al maestro Lev Nikoláievich Tolstoi (La felicidad conyugal, 1858):

He vivido muchas cosas y creo que ahora se lo que se necesita para ser feliz: Una vida tranquila y alejada en el campo, con la posibilidad de ser útil a otras personas con las que resulta fácil hacer el bien, y que no están acostumbradas a que las ayuden. Dedicarme a un trabajo que sea de algún provecho, y luego descansar, la naturaleza, libros, música, amar al prójimo. Esa es mi idea de la felicidad. Y para culminar todo lo anterior, que tú estuvieras a mi lado y que tuviéramos hijos tal vez. ¿Qué más puede desear el corazón de un hombre?

A base de recorrer el mundo y comprobarlo, he tomado las conclusiones de Lev como ciertas. Para que el mundo acepte la extravagancia de una persona que no compite, vivo a diario tratando de lograr un difícil equilibrio:

EJEMPLARIDAD PROPIA: Intento llevar con todo mi esfuerzo una vida de baja intensidad fundada en el autocuidado consciente, el cultivo del conocimiento y la desaceleración. Esto implica sobre todo vivir lento, dedicar mucho tiempo a cultivarme y reflexionar sobre lo que me rodea para intentar mejorarlo, y salvaguardar mi propia autonomía evitando cualquier tipo de apego emocional y dependencia económica. Con los años he logrado equilibrar el ritmo de trabajo y pese a algunas temporadas frenéticas desconozco el estrés. Ni lo quiero ni lo necesito y trato de dejárselo claro a mis clientes. Todas estas cosas me procuran verdadera paz en términos generales.

COMPROMISO SOCIAL: Hablaré en términos de ingresos y gastos para que se me entienda. Quizás lo más reseñable de mi vida es que hace mucho tiempo renuncié a la oscura y extendida obsesión por ganar dinero para gastarlo. Vivo con lo justo y mantengo un nivel de vida medio. Renunciar al enriquecimiento implica aceptar que si algún día ingreso ingentes cantidades de dinero, la mayor parte de ese beneficio no será para mí sino para otros. Mi compromiso social es integral y tiene 4 ejes:

  • Una profesión que hace bien al mundo: Para lograr ingresos desde hace ahora 10 años mi vocación de servicio está orientada a mejorar la toma de decisiones en el ámbito empresarial para favorecer el sentido común. Tarea difícil que persigo avivando la reflexión, la toma de conciencia y el pensamiento crítico. Lo hago con un compromiso social añadido: cobro más a quien más tiene y menos a quien en condiciones naturales de mercado no podría permitirse mis servicios.
  • Un compromiso con la creación de contenido útil para el cambio significativo: Otra forma de compromiso social la representa este espacio digital que alberga ya más de 600 artículos orientados a inspirar algún tipo de cambio significativo.
  • Un consumo basado en un impacto social y ambiental reducido y responsable: En lo tocante a mis gastos, he optado por comprar de forma consciente todos los artículos o servicios que necesito en alimentación, hogar, tecnología, libros, transporte, energía, ropa, higiene, viajes, ocio,… tratando de tener el mínimo impacto en la precarización de la vida de otros y la menor huella humana en el planeta. Esto implica desde hace años reutilizar, arreglar y solo confiar en empresas que cumplan unos altos estándares éticos.
  • Apoyo a los que trabajan para curar la enfermedad del mundo: Por último mantengo una cuota mensual destinada al apoyo de organizaciones independientes que mejoran nuestro mundo. He centrado mi contribución económica en 4 ámbitos globales que me preocupan especialmente: Ecología, Igualdad de género, Derechos Humanos y Cooperación médica. Seré claro: Antes dejaría de comer que de apoyar a esta gente.

SALUD AFECTIVA: Unas relaciones humanas fundadas en el afecto y la protección del amor como centro. Esto implica que aunque lo que hago sea público y me exponga a diario, salvaguarde al mismo tiempo mi intimidad. Todos mis clientes saben que soy celoso con mi vida privada aunque generoso en los afectos. Esto implica tratar de amar con entrega y gratitud a “otras personas con las que resulta fácil hacer el bien”, pero sobre todo amar a quienes bien me quieren. A esto añado mi cruzada contra el determinismo tecnológico en favor de las sociedades y las relaciones reales (presenciales).

 

ESCRIBIR ALGO QUE LO CAMBIE TODO PARA MUCHOS

Hace ahora poco tiempo -apenas unos años- comencé el mayor proyecto de mi vida. Escribo 4 ensayos que ayuden a comprender el mundo y el cambio que necesitamos a todos aquellos que se quieran comprometer con una forma más enriquecida de entender la vida. Trataré de explicar por qué me he metido en este lío y qué pretendo:

Mantengo mi fe en las personas y vivo para argumentar la posibilidad de la esperanza. Al mismo tiempo noto una deriva en la evolución del estado anímico y emocional de las personas. Nos veo por lo general confundidos, desorientados, volubles, esperando algo en nuestras vidas que solo llegará si lo provocamos. He aquí el único problema: quien no sabe lo que busca no puede saber que lo ha encontrado; y quien tiene demasiado claro lo que busca pierde la oportunidad de disfrutar lo que se le presenta.

Ante tanto desconcierto, hace un poco más de un par de años llegue a esta conclusión: La resaca de la posmodernidad está durando ya demasiado tiempo. La poetización de la debacle, la disipación de los afectos, la obsesión por el caos, la destrucción de la realidad y su sustitución por la mentira y el autoengaño, tanto como la teorización continua del desorden, el desdén por la naturaleza, el relativismo moral y la batalla contra lo empírico han causado ya un enorme y desproporcionado daño. Nos falta claridad y foco en mejorar lo básico y lo importante, lo que todos sufrimos y nos une. Nos sobran ensoñaciones o narrativas que tratan de abrazar una verdad o un discurso elevados que cada vez son más distantes. Cuanto más conocimiento acumulo, más claro veo lo que para mí resulta ya evidente: la mayoría de cambios significativos que se quieren o se persiguen no se logran por la continua ausencia de criterio, perspectiva, claridad, sistematicidad y estructura. Con tristeza diré que veo a la gran mayoría de personas que se dedican al cambio dedicadas a glosar y barnizar el desconcierto.

En esta línea, y una vez asentado profesionalmente, inicié entonces la labor de mi vida: un trabajo de investigación comparada que durará algo menos de una década. Si no muero por enfermedad, hastío o agotamiento antes de concluirlo, pretendo que el resultado de este trabajo sean 4 ensayos que aporten un sólido marco de reflexión integral a cualquier persona que quiera comprometerse con cualquier tipo de cambio significativo para mejorarnos. Lo hago porque creo que nos falta sustancia, carecemos por lo general de una sólida base de conocimientos y de una estructura intelectual y racional fuertes (a nivel cronológico, ideológico y cultural) con las que combatir con firmeza y convicción nuestras maldades cotidianas o la maldad sistemática e inconsciente de los que insisten en la inercia del sistema socioeconómico que ya delira.

¿De qué va este proyecto de investigación? Los ensayos que se deriven de él serán un mapa de los vínculos entre nuestra historia como especie y nuestra actual deriva, con especial acento en las causas y no en los síntomas de nuestra dispersión. No busco establecer una metodología o una propuesta de cambio – de eso nos sobra- sino ofrecer a todo aquel que quiera facilitar cambios en su vida o en su entorno, una mirada integral en perspectiva que le ayude a entender por qué hemos llegado a esto y qué podemos hacer ahora. En lo que escribo relaciono la historia de la cultura humana, la evolución de nuestras formas de habitar el mundo, la transformación de nuestro pensamiento político y económico, y muchas otras cosas. La gran diferencia respecto a cualquier otro trabajo académico de esta envergadura es que YO NO SOY ACADÉMICO, y siendo fiel al trabajo de todos ellos, aspiro a trazar un mapa con el que nuestra humanidad pueda empezar al fin el siglo XXI.

 

NO OLVIDAR MI VERDADERO HOGAR EN ESTE MUNDO

En el mundo que vivimos a diario, me siento de visita. Por un lado llevo años evitando continuamente contribuir activamente a lo que estamos siendo, y por otro lado llevo el mismo tiempo tratando de alimentar un mundo diferente. Aunque de pequeño me llamaban idealista, siempre consideré que el verdadero idealismo -la absoluta ficción insostenible- es lo que los demás se han acostumbrado a vivir a diario. Pese a haberme labrado una vida estable, me sigo sintiendo parte de la inmensa mayoría de personas que este mundo no tuvieron suerte. Éticamente solo me he sentido y me siento completamente en casa junto a las personas desposeídas y junto a los seres vivos de otras especies. No es que no pueda amar a otras personas, de hecho lo hago a diario, es tan solo que siento que los olvidados, los extraños y los excluidos son “los míos”.

Mi extraña fraternidad con los vagabundos, los exiliados, los ignorados, los incomprendidos, los heridos o los maltratados socialmente no se comprende si no se entiende que tan solo me identifico y me siento en paz con ellos. Me siento más cerca de la convivencia con su dolor continuo que de la autojustificación diaria y el autoengaño aspiracional de la mayoría de la gente. En otras palabras, estoy en mi hogar cuando hablo, convivo y atiendo a los olvidados de este mundo. Aunque inesperadamente yo disfrute de una vida estable y acomodada, no olvido que en realidad les pertenezco. Algún imbécil puede pensar que esto equivale a ser un absoluto desagradecido o un cenizo, que supone no celebrar ni disfrutar la vida que me ha tocado en suerte o la que me he labrado. Sin embargo los más sensatos entenderán que viva sin olvidarme de mi auténtica familia. Y esa familia no es otra que la enorme masa de personas desfavorecidas, excluidas u olvidadas a su suerte. Dado que esta gran masa de gente cada vez la integran más personas, para mí es importante seguirme sintiendo parte de ellas.

Estos son los 10 compromisos que hoy establezco para los años de vida que me quedan y de cara a seguir prestando un buen servicio a mi gente:

Seguiré amando y enseñando a amar porque solo el amor de las personas puede salvar al mundo de la gente.

Seguiré creyendo en los que parecen fríos, distantes o perversos. El hielo es el abrigo del agua contra el frío y mantiene a salvo la totalidad de la vida

Mientras la riqueza de unos pocos siga basada en la miseria de la mayoría, no descansaré. Seguiré haciendo el bien dentro del mal sistémico para alimentar la virtud de los que albergan esperanza.

Mientras siga existiendo alguien que entienda la vida como un sacrificio ritual y no como un placer completo, no descansaré. Seguiré trabajando duro para cambiar la manera en la que entendemos las relaciones y el trabajo.

Mientras haya heridas yo elegiré ser parte del remedio. No ampliaré la enfermedad que exista sino que seré bálsamo curativo para mí y para otros.

Mientras haya oscuridad y la belleza de la vida siga escondida tras las sombras, yo elegiré ser parte de la luz. Ante la duda o la incertidumbre, ante la inseguridad, elegiré siempre amar en vez de tener miedo.

Mientras alguien me escuche o me lea, todo tendrá sentido. No escribiré ni facilitaré para mí sino para el resto.

Mientras alguien siga buscando algo fuera de sí mismo, yo le ayudaré a encontrarse. Ayudaré a las personas que quieran acercarse a mí y comprometerse con su cambio, a tener foco y a que ese foco esté fundado en la responsabilidad propia.

No me rendiré nunca ni renunicaré de este propósito ante ninguna fuerza o persona. Por muy dolorido o solo que me sienta, por muy frustrado o cansado que parezca, seré viento fresco para quien ya no tenga fuerza para alzar su remo.

Seguiré viviendo para que las personas crean en sí mismas convirtiendo así el dolor universal del mundo en esperanzas concretas. Que todo lo que yo haga de esperanza en un tiempo de desorientación y confusión perpetuos.

Gracias a todos los que he acompañado hasta hoy y gracias también a los que acompañaré en adelante.

 

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Aprender a pensar y #lafilosofiaimporta

Aprender a pensar y #lafilosofiaimporta


 

A los dioses les encanta que las personas trabajen mucho.
Las personas que no están ocupadas continuamente pueden empezar a pensar
.”

sir Terry Pratchett

 
Hoy es el día de la filosofía, y se bien por qué las personas que gobiernan desde hace décadas el modelo socioeconómico actual, atentan década tras década contra ella. Se maltrata, se exilia o se elimina la filosofía porque la conformación de personas mansas y dóciles, de una masa iletrada y distraída, limita la aspiración humana colectiva a la satisfacción individual de lo doméstico. Al reducir el hogar defendible a la persona individual (la satisfacción de su deseo, su emoción o su instinto), perdemos nociones de pertenencia colectiva vertebradoras como familia, cultura, territorio o Estado de Derecho. Cuando estos hacedores de convivencia desaparecen, resulta más sencillo para la eterna minoría de los que más tienen favorecer la competitividad voraz entre los que menos tienen.

Quien no sabe pensar sobre grandes cuestiones ni formar un criterio propio, no tiene la capacidad de reivindicar sus derechos, ni aún cumpliendo la totalidad de sus obligaciones a rajatabla cada día. Cuando mis convicciones las fabrica otro que no apruebo ni decido, en lugar de vivir disfrutando del camino, nos convertimos en mero combustible y medio de los atajos de otros. Por explicarlo de una forma muy gráfica, cuando aprendí a pensar, aprendí a sintonizar el sonido de la vida, identifiqué cada vez con más facilidad su inalterable frecuencia. Pero quienes no aprenden a pensar ni se molestan por entender lo que otros dictan, se limitan a vivir ajenas sintonías. Contra la comodidad autojustificativa de no cuestionarse nunca, la filosofía ofrece la oportunidad responsabilizadora de cuestionarse a veces.

Sin la filosofía todo cuanto nos digan otros es verdad y todo lo que digamos nosotros es mentira. La verdad así puede cancelarse, ser propiedad tan solo de unos pocos, y dejar de ser una construcción colectiva. Al generar cada vez mayores masas que ignoran, no se rebelan ni cuestionan, y cada vez menores y más reducidas élites que gobiernan y deciden, nos deposeemos como especie de la realidad, nos alejamos de la naturaleza y vivimos de la arbitraria decisión de otras personas porque nos importan más de lo que nosotros nos importamos a nosotros. Les dedicamos de hecho más tiempo a sus estúpidas apariciones que a nuestras necesarias evoluciones.

Por contra, la filosofía es sobre todo el interés y el cultivo de los medios y las formas, es un continuo e inspirador comienzo, y la única y verdadera cura que conocemos para la obsesión por el fin o la mera satisfacción continua de nuestros instintos o deseos. Pretender que la dignidad humana, la economía política o la democracia puedan existir si no existe la filosofía, es un suicidio inconsciente. Cualquier persona que visite la historia lo comprende, y solo quien vive obsesionado por su ficción o su entelequia finalista, lo ignora. La filosofía cuestiona la esencia y la apariencia, articula la ética y al estética, nos mantiene próximos a lo humano para pensar con inteligencia constructiva la sociedad, la industria, la máquina.

Ya he hablado de la necesidad de aprender a pensar en otras ocasiones, pero permíteme, lector o lectora, contarte por qué insisto en ello.

La filosofía que de niño leí cuando lloraba, hizo posible al adulto que hoy sonríe. La filosofía, y en general aprender a pensar, me ha ayudado a vivir de acuerdo a unas referencias, a una estructura. Ello me ha permitido no sentirme perdido ni aún cuando me encontraba en un terreno desconocido o ignoto. De hecho, aprender a pensar y cuestionarme me salvó varias veces la vida. Solo la filosofía convirtió mi frustración y rabia en aceptación y valentía. Solo la filosofía tomó una tímida llama que latía en mí (inquietud innata) y la alimentó hasta convertirla en fuego eterno (curiosidad sistemática). Ese mismo fuego me ha dado calor en pleno invierno y ha sabido dar calor a otros cuando me necesitaban.

Pero hay algo todavía más poderoso que todo lo anterior, y es el hecho de tener la certeza de saber que si hoy soy algo -y se que soy mucho- es gracias a que otros existen y existieron. Esta certeza que me contextualiza como parte de una larga y dilatada historia de ideas, de esfuerzos y de relaciones y me ayuda a equipararme al resto de personas, es totalmente contraria al discurso barbarizante y aspiracional que promueve la independencia, la superación y la autosuficiencia de unas personas sobre otras. Las tres cosas -independencia, superación y autosuficiencia- si bien pueden generar euforia a inmediato plazo, se han demostrado históricamente dañinas y contraproducentes a largo plazo en una especie compuesta por animales gregarios, seres sociales que necesitan comprender y sentirse comprendidos, amar y sentirse amados más allá de la competitividad insaciable y la sed de interés propio.

Nada salvo la filosofía me enseñó a amar a los otros, me hizo comprender la sencillez y la complejidad, el gozo y el dolor ambivalentes y continuamente necesarios en la vida. Quienes dicen que la filosofía es algo simple o algo complejo, aciertan, porque así es también la vida.

Nada salvo la filosofía me salvó en innumerables ocasiones del abismo de la falta de sentido, de la oscuridad que sentí al comprobar que existe la injusticia. Nada salvo la filosofía me curó de la herida que inflige el abuso de poder, del desconsuelo de la condescendiente inercia, de la fría y distante indiferencia de los que se aislan.

La filosofía me permitió acceder a realidades colectivas, sentirme verdaderamente humano al compartir con personas a miles de quilómetros las mismas inquietudes, y sentirme verdaderamente vivo al cuestionar lo que pensaba o sentía. Solo la filosofía me ayudó a sentirme único construyendo mi criterio y a la vez completamente acompañado al ver que mis dudas son las mismas que las de cualquier persona en el mundo, y al entender que a menudo ninguno tenemos respuesta. Al leer, hablar y estudiar para vivir con criterio, comprendí que antes que yo, muchos otros intentaron mejorar el mundo. Y lo mejor de todo: también comprobé que algunos lo consiguieron. La filosofía sobre todo aporta referencias, historias de esfuerzos pasados y presentes, pistas y bastones con los que explorar, acariciar y disfrutar la vida. En una época en la que las identidades, los sentimientos y las ideas dividen, la filosofía fue y es mi pegamento.

Nada salvo aprender a pensar me libró de la cadena perpetua y la barbarie de la absoluta ignorancia. Me supe interdependiente gracias a la filosofía. Aprender a pensar me enseñó a detectar, localizar, relacionar y mantener cerca la mayor parte de cosas importantes de la vida. La filosofía me ayudó a tener la necesaria base apreciativa desde la que amar, sentir y contemplar la existencia.

Gracias a la filosofía me levanté cuando caía, recobré y aumenté mi valor para seguir insistiendo, para perseverar, para alejar de mí la tentación del abandono o la apatía. Nada salvo la filosofía me acompañó en las travesías de silencio y soledad que viví en mi vida. Recuerdo con nitidez la presencia de la filosofía en la primera parte de mi vida pero también en la crisis que toda persona vive a la mitad de ella o con la pérdida dolorosa de relaciones o seres queridos. En todos esos momentos, la filosofía me enseñó a saberme vulnerable, me animó a aceptar el dolor y a exponerme, me dio herramientas para ayudar a mejorar la realidad de miles de personas.

Nada salvo la filosofía me ayudó a comprender -para intentar cambiar- la continua sensación de ruido, desconcierto, absurdo y vacío de una sociedad evanescente, continuamente errada y difusa. Solo el estudio y el conocimiento detallado del pensamiento humano me hicieron ser humilde al comprender que entre todos pensamos mejor que por nosotros mismos. Nada salvo la filosofía me apartó de la ceguera de la fe y la creencia ciega, nada salvo ella me enseñó tolerancia, me ayudó a detectar y tratar de superar cada prejuicio.

En la filosofía hallé esperanza y ahora tú deberás encontrarla sin la ayuda del sistema educativo. Suerte.

Hoy más que nunca gritemos y actúemos alto: La filosofía importa #lafilosofíaimporta
 

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