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Tierra de nadie

Tierra de nadie


 

-Y usted, señor, ¿a qué se dedica?

-Yo soy metafísico

-Hay gente pa tó

Conversación en la barrera de la plaza entre Bombita, torero, y Ortega y Gasset

 

Hablo con seres vivos a diario, algunos no lo parecen ni son conscientes de serlo pero lo son. Me encargo de recordárselo a diario. Desde mi atalaya se contempla una enorme masa de cuerpos y de ruido. La confusión cobra múltiples formas. En esta sociedad de muchos que se autoexigen y pocos que les gobiernan, crece aceleradamente la tierra de nadie. Cada vez menos lugares físicos y menos lugares emocionales nos pertenecen, antes bien ampliamos cada día el grado en el que pertenecemos a otros. La extensión de la comunicación humana a nivel global no logra por el momento salvar las fronteras del continuo adoctrinamiento. Será que el pensamiento crítico no es una cuestión de tener en nuestra casa más libros o mejor ancho de banda, sino de educarse y esforzarse realmente por tenerlo. Un cliente resopla: “Parece que poco a poco ya volvemos a la normalidad”. Le respondo sonriendo: “No se qué de qué me hablas, nunca he conocido eso“.

En este artículo recorreré el estado actual de la fuente de conocimiento más empleada por los individuos de mi especie, la cultura audiovisual. Este es el mapa inicial de nuestro viaje:

  • De donde venimos: El estallido irracional de los 80
  • El mito del pasado como consuelo sistémico
  • La normalización del colapso
  • El abordaje epidérmico: Todo superficial es mejor que algo en detalle
  • Hacia donde vamos: La tierra prometida de China

Comenzamos.

 

DE DONDE VENIMOS: EL ESTALLIDO IRRACIONAL DE LOS 80

La tierra que se deshace ahora bajo nuestros pies es la misma tierra que nuestros padres sembraron con su sudor en los años 80 y 90. El reproche hacia las generaciones posteriores o presentes como responsables de la actual falta de horizonte y de sentido no solo es impostado sino que también es parcial y falso. Ellos fueron tan culpables como nosotros de lo que hoy tenemos. Y digo culpables y no responsables porque hablamos de mayor homicidio colectivo de la historia, de uno del que todos somos parte. En aquellas décadas fundamentales para comprender el origen de la futura implosión y el colapso venidero (mi investigación ya apenas ofrece ninguna duda sobre esto), la cultura audiovisual generaba ya pocos contenidos de denuncia sistémica.

Continúo acumulando ingentes pruebas sobre cómo se nutrió entonces la pasiva desatención de toda una especie hacia sus actos y sus perversas consecuencias. No es que antes de los años 80 lo hiciéramos mejor, es que nuestra iniquidad estaba todavía medianamente restringida a sus respectivos territorios culturales y sociales. Pero todo adquirió la velocidad de la luz -o mejor dicho la de la oscuridad- a finales del siglo XX. En nombre de esa libertad de la que muchos hoy se apropian, el malestar fue extendiéndose y permeabilizó con claridad al tiempo que la industria del entretenimiento y la tecnología digital se diversificaban para robar el presente.

La cultura fílmica en las sociedades enfermizas del siglo XXI es uno de los mejores indicadores de la ausencia generalizada de salud mental. Incluso si uno se abandona al capitalismo de plataforma del que llevo varios años saliendo, todo apunta a que no estamos muy bien, ni tan siquiera aceptables. Los únicos filtros que pasamos ya son los de instagram, pero la apariencia de felicidad apenas se sostiene. Los títulos de películas y series son como droga que mantiene al ciudadano apolíptico conectado a la ficción agorera del absorbente sistema. Aunque las campañas electorales y las instituciones sociales todavía permanecen al margen del enorme abandono moral y el declive que vivimos como especie, y aunque hoy más que nunca la realidad supera con creces a la ficción, resulta interesante contemplarla para ver nuestro estado emocional e involutivo en ella. En lugar de combatir los hechos que demuestran que nos estamos yendo al carajo (como especie, como sociedad, como seres vivos), la industria audiovisual imagina variantes posibles de las inmediatas consecuencias de un comportamiento irresponsable.
 

EL MITO DEL PASADO COMO CONSUELO SISTÉMICO

Se respira desazón y nostalgia en las películas de nuestro tiempo. Parece intuirse en ellas un ejercicio introspectivo de dolorosa constricción que engloba a toda una especie y tal vez sea la mejor muestra del actual pulso del planeta. Como contrapunto, uno puede observar con gran facilidad los denodados intentos de Hollywood por levantar el ánimo cueste lo que cueste con películas ambientadas en otro tiempo, remakes de épocas mejores. Lo bueno o lo residualmente admirable de la humanidad ha dejado de buscarse en el presente y se nutre del barniz épico de relatos anteriores. Si bien mirar a otro tiempo para fabricar el ejemplo ha sido una constante en la historia de la humanidad desde el poema de Gilgamesh, el Enuma Elish u Homero, puede que nunca antes haya existido una ausencia tan flagrante de referencias contemporáneas que aporten esperanza y visión crítica a los que siguen vivos. De algún modo echar la vista atrás y recrearse con tiempos mejores, tranquiliza y ofrece una imagen de nuestra condición mucho más animosa que la presente. Parecemos flotar de orgullo cuando nos fijamos en otras épocas en las que había menos sobrepoblación humana, menos degradación ambiental y mental, y ante todo menos aversión al esfuerzo, la crudeza y el dolor consustanciales a la Vida. Desde nuestras pantallas miramos al mundo que era antes, en una suerte de incoherencia extrema desde nuestro televisor celebramos absortos aquellas épocas en las que todavía existía realidad más allá de las pantallas.

Abundan así las películas bélicas de la IIGM o incluso de la IGM, los títulos que recuerdan los gloriosos 30 años de la posguerra o las semblanzas de personajes mesiánicos que abundaban cuando nuestras sociedades predigitales todavía tenían referentes. Pero nadie en definitiva parece atreverse a defender un atisbo de bondad o vislumbrar un estímulo de esperanza en ningún aspecto de todo cuanto lleva ya más de 4 décadas pasando. Mientras Ana Iris Simón echa de menos el tiempo de sus padres y lo mitifica y lo recrea, olvidamos que fue en aquella generación donde se gestó y aceleró la maquina de mierda que salpica hoy las sociedades posmodernas. Como no tenemos ni puta idea de lo que somos ni queremos, nos decimos que los matrimonios sin divorcio, la escasez de libertad o el caciquismo rural eran mejores, que entonces se comía y vivía mejor. Pero la realidad es que no, el mundo de nuestros padres no era mejor ni ellos eran mejores, simplemente tenían entonces menos instrumentos y mucha menos tecnología para explotar la avidez y desenfreno que han sido en nosotros consustanciales siempre.

El ejercicio de Ana Iris Simón se convierte así en un magnífico ejemplo y un muy bello ejercicio literario de retrotopía, esa búsqueda de una utopía deseable que los actuales seres humanos encarnan en un pasado ideal que nunca existió pero que al reescribirlo de forma ficticia, tranquiliza. Sin medios para poder llegar a esbozar el mapa freudiano de emociones destructivas que hoy nos recorre, entonces -en aquella época- eramos miles de millones de personas menos, no habíamos multiplicado aún por 1000 el ritmo natural de extinción de las especies vivas, consumíamos menos no por convicción ni ética sino porque fuimos -conviene recordarlo- pobres como ratas y la mayoría de nuestro territorio apenas tenía retretes ni agua corriente. Por último, y por descontado -aunque no menos importante-  el totalitarismo todavía era local y analógico. Así que no, no éramos mejores sino igualmente dañinos pero sin medios ni recursos.
 

LA NORMALIZACIÓN DEL COLAPSO

En mi trabajo de investigación exploro ahora los estudios sobre colapsología y las causas de nuestro malestar continuo. Parece que hubo un tiempo en el que las crisis sucesivas fueron suficientes para mantenernos a raya, hasta que hace relativamente poco comenzamos a trabajar activamente para el auténtico y definitivo colapso. Lo que estoy descubriendo -con datos, cifras y hechos de nuestra historia antigua y reciente- sencillamente me aterra. Sea como fuere, parece como si el capitalismo financiero y digital no evocara en los cineastas ninguna voluntad de épica (¿por qué será?), antes bien aflora el cine que muestra la inhumanidad del ser actual en medio de su humanidad herida. Margin call (2011) The company men (2010) nos ofecían hace años un retrato certero del funcionamiento de la empresa global deshumanizada que apenas ha cambiado. El cine que celebraba la épica y que entonces era sustituido por el cine que retrataba el despropósito, ha sido hoy devorado por el cine que perfila futuras catástrofes. Peliculas de virus, desahuciados sociales, corrupciones políticas, tráfico de influencias, carestía de recursos naturales o exploraciones espaciales para huir de la miseria de la Tierra aventuran una imagen realista de las consecuencias del mundo que estamos construyendo. El ciudadano medio llega a casa y se enfrenta a dos decisiones: ser espectador pasivo de cualquier relato audiovisual del futuro colapso o evadirse del mundo humano con programas vacuos o banales comedias románticas francesas o italianas. Cualquier cosa menos asumir responsabilidad propia.

En una suerte de hibridación entre la vida real y la ciencia ficción a uno le resulta complicado diferenciar los guiones más catastrofistas de Hollywood de las noticias que a diario muestran los televisores y de los hechos de los que las revistas científicas nos alertan. Peliculas y series como The last man on Earth, I am leyend, The book of Eli, Virus, IO, la saga Cloverfield, El día de mañana, Contagio, Un lugar tranquilo, Tren a Busan, The Road, Infectados, 2012, The 100, The Rain, 3%, Walking Dead  son insignificantes al lado de los documentales o películas basados en hechos reales como An unconvenient Truth, Lo imposible, Tierra, La hora 11, Plastic Planet, Océanos, The true cost, River Blue, Cowspiracy, 2040, Home, Gaia, o Comprar, tirar, comprar.

Incluso una película de ficción como Extinction (2018) es menos dramática que el documental científico sobre la realidad actual del planeta que David Attenborough ha presentado recientemente con el mismo nombre Extinction (2020). Asustan mucho más los documentales verídicos sobre la realidad invasiva y totalitaria de la tecnología digital incipiente que la serie de ficción Black Mirror (2011). Y en este climax de asunción del colapso, parece como si en el estado actual de las cosas, la aparición de Godzilla por la Gran Vía de Madrid o el aterrizaje de un platillo volante no fueran a causar mayores reacciones que el advenimiento de Boris Izaguirre anunciando la última crisis de la Pantoja. Para confirmar todos los pronósticos que atestiguan nuestra imbecilidad galopante, en el año 2049 el bueno de George Clooney, en la piel de uno de los grandes científicos de su tiempo y uno de los pocos miles de supervivientes, se anima en The midnight sky (2020) a advertir a unos astronautas que regresan de Júpiter, que mejor se den la vuelta, que aquí abajo “como veis, no se nos ha dado bien eso de cuidar el planeta en vuestra ausencia“.

Todo esta enorme estimulación audiovisual ocurre en un estado de anestesia social que da la espalda a las evidencias científicas por medio de estas y otras distracciones. De cuando en cuando el trabajador más quemado enciende el televisor y visualiza videos de tailandeses o indonesios construyendo casas con sus propias manos en medio de la naturaleza. Nuestra nostalgia de cazador-recolector que salió de África hace 300.000 años se mueve en busca de una autenticidad extinta, al mismo tiempo que la desertificación completa de los bosques de pluriselva de la isla de Borneo es un hecho. El televisor sobre el que se ofrecen esas imágenes bucólicas paradójicamente  reposa sobre un mueble de Ikea fabricado con contrapachado de madera de una pretérita biodiversidad de millones de años al que la voracidad humanidad ya ha vencido.

Con suerte esa persona ha sacado tiempo volviendo del trabajo para ir a la carnicería o la pescadería y comprar algo. Mientras hace a la plancha su cena, el árbol genealógico del pez, el pollo, el cerdo o la ternera se diluye en la efectividad económica de la maquinaria posmoderna de forma efectiva. Efectiva solo para nosotros, claro, porque desde 1950 el volumen de la pesca ha crecido de 18 a 100 millones de toneladas al año agotando 3/4 partes de los bancales marítimos y haciendo desaparecer a un 60% de las especies marítimas de gran tamaño. La alternativa a esta realidad es también extrema. ¿Qué podemos reprochar a ese español medio que consume 240 litros de agua diarios o a ese estadounidense que consume 4 veces más? Si no eres una de esas personas que forman parte de ese millón de sapiens por semana que se muda a las ciudades en busca de un trabajo precario escapando de la aridez y la pobreza del mundo agrícola abandonado, pertenecerás a esa otra mitad de la humanidad que aún cultiva la tierra. Y si vives por debajo del meridiano, con certeza serás parte de esos 3/4 partes de personas que la cultivan a mano, o tal vez una de esas 1 de cada 4 personas (1.500 millones de personas) que viven como se vivía hace 6.000 años, o puede que una persona entre las 1.000 millones de ellas que no tiene acceso todavía hoy a agua potable. Si eres de ellas con certeza no estarás leyendo este artículo, porque no tendrás acceso a internet (el menor de tus problemas), y vivirás en uno de esas decenas de países ricos en recursos con poblaciones completamente explotadas en las que se acumulan la mitad de los pobres de este mundo y cuyo esfuerzo genera la mitad de la riqueza del planeta humano en manos del 2% de personas. Algún imbécil -o por desgracia ahora muchos- escribre de cuando en cuando un libro celebrando la mejora significativa de la calidad de vida de la humanidad entera. Hay gente pa tó, que diría Bombita.

Y en medio de este mundo inventado en el que la felicidad huye del que posee y se le arrebata al explotado, uno queda perplejo al contemplar los poderosos, fríos y vacíos paisajes que se suceden en la carretera rodeando de infinitud el hogar móvil que conduce Frances McDormand. El espectador huye con ella en esa furgoneta, trata de escapar sin ningún éxito de una sociedad rota cuyas cenizas muestra con maestría Chloé Zhao en Nomadland (2020), una oda a una época llamada Progreso que dicen -aunque ya no se sostiene – que antes existió. De acuerdo a las exigentes y ahogadoras premisas de la mano invisible (Adam Smit, nuestro valiente profeta), aquellas antiguas industrias hoy yacen bajo el polvo a la sombra de las grandes naves robotizadas de Amazon, aquellas ciudades llenas de vida son hoy lugares fantasmas que visitan seres que provienen de las megaciudades emergentes, y los excedentes humanos de aquellas familias con grandes coches, barbacoas y jardines hoy tratan de sobrevivir sin apenas dinero para malcomer en los maleteros de un coche. La clase trabajadora que vivió la ficción eventual de creerse clase media ya cumplió su cometido. Sin ser conscientes de ello el esfuerzo diario de centenares de millones de personas -entre ellos mis padres y los tuyos- se convirtió en el mejor acelerador combustible para la demolición del mundo conocido (el natural y el humano). Y entre tanto Elon Musk fabrica cohetes para abrir el espacio al mercado. Desea trascender y perdurar en lugares remotos del tranquilo universo… Tranquilo, claro está, porque todavía no llegamos nosotros. El caso es que veo a la sonda Voyager I descojonarse de la risa al contemplarnos desde sus 22.600.000.000 de kilómetros de distancia, a un ritmo de carcajada en el que huye del planeta Tierra a 17 kilómetros por segundo. El otro día al comentárselo a una amiga que todavía está bien de la cabeza, me decía… ¡Qué envidia!

Pero créanme, el éxito de Nomadland no es un fenómeno puntual, responde a un patrón de expresión creativa audiovisual concreto que muestra la humanidad gris que ahora somos. Ese patrón tiene múltiples ejemplos. Un año antes de Nomadland, en la también mundialmente celebrada Parasite (2019) un irreprochable Bong Joon-ho pintaba el retrato de la inmensa y mayoritaria cara B del mundo, familias que viven del pillaje en la miseria, seres humanos convertidos en parásitos sociales por el mecanismo empobrecedor y la lógica diligente del sistema. Apartados del mundo se convierten en seres invisibles. Nuevas éticas de la precariedad se abren paso en estructuras laborales decadentes que lentamente quiebran. Lo que fuimos ya no sirve y nadie sabe hacia donde ahora vamos. El ejercicio de exposición de nuestra miseria que realiza Bong Joon-ho lleva hasta el cine de masas la larga tradición de exposición de la miseria que realizaron en su día Ken Loach, Vitorio di Sica (su imprescindiible Ladri di biciclette es pionera) o Luis Buñuel.

Y cuando algunos piensan… Bueno, pero también somos capaces de grandes cosas, dos buenos ejemplos de bofetadas cinematográficas nos demuestran que sí, en efecto lo somos, pero sobre un amplio océano de corrupción y de mierda… En The last face (2016) el maravilloso director Sean Penn mostraba el retrato descarnado del mundo de los cooperantes, esa legión de animales heroicos que no contentos con disfrutar una vida de privilegio se adentran en lo más oscuro y lo más negro. Seres humanos que pretenden tan solo ser humanitarios, esto es, servir a sus semejantes, sufren las consecuencias de una globalización envilecida que muerde a quienes tratan de curarle las heridas. Charlize Theron y Javier Bardem cruzan sus vidas en una continua batalla por superar la iniquidad de los laboratorios farmaceúticos, la corrupción de las instituciones políticas o la constante dentellada de los grupos paramilitares armados por Occidente para mejor matarse. Algo que ya había sido puesto sobre la mesa en la también descarnada -y edulcorada- película Beyond Borders (2003) en la que Angelina Jolie vive un apasionado romance con Clive Owen, un doctor que se mueve por varios continentes entre la ilegalidad y la legalidad de los médicos cooperantes que ponen tiritas a una humanidad que se desangra en abierto.

Las series Euphoria, Shameless, Modern Love, Fleabag o Transparent ponen sobre la mesa de la cena de millones de familias la vida de personas que lidian como pueden con construcciones sociales, identitarios y culturales anacrónicas que destrozan su salud mental a diario en el fuerte choque con el individualismo contemporáneo. Una mujer con una vida vacía se siente extasiada ante la vida de los otros que contempla a través de las ventanas mientras toma el tren camino a casa cada día en The girl on the train. La excelente Robin Wright trata de superar un suceso traumático en su vida escapando y dejándose morir en las montañas en Land. Trabajos que no existen, afectos que se crean para sustituir a otros que ya se fueron, relaciones amorosas urbanas, fugaces y sedentarias, amores dificiles de mantener en medio de la furia turbulenta posmoderna. La película V de Vendetta cuyas máscaras fueron utilizadas posteriormente en el ya completamente extinto espíritu del 15 M o las series Years and Years, Black Mirror, Them, The Wire o The handmaids tale alertan -tal y como antes lo hicieron Orwell, Asimov, Bradbury o el propio King- de los peligros del fanatismo que favorece la pasividad. Donald Trump ha hecho más daño al mundo del que jamás hizo Kevin Spacey en House of Cards.

Proliferan los documentales que nos advierten de las consecuencias de las burbujas financieras del dataísmo, la deshumanización provocada por las redes sociales, el peligro de la cesión de datos personales, el aumento de la publicidad subliminal. Y como consuelo uno puede visualizar el lavadero de conciencias psicoanalítico del mundo en In treatment o conocer las últimas tendencias y modas que aceleran la inercia desde la mirada de la consultora Axios.

En Una ventana al mar (2019), Miguel Ángel Jiménez nos ofrece otro retrato frecuente: una mujer madura que ya no es útil para la sociedad para la que trabajó pero se niega a renunciar al amor o a sus sueños antes de morir. De algún modo se niega a reconocer que ella no posea ya belleza y eso la convierte en el mejor paradigma de la mujer heroica posmoderna. La inalterable mirada de Emma Suárez se abre paso desde el Cantábrico y a través del mar Mediterráneo hasta acabar en uno de los países destruidos por la crisis, Grecia. La antigua cuna de la civilización moderna se convierte así en la víctima de un mundo que ofrece una experiencia de renacimiento para el nuevo ave fénix: ser humano de más de 45 años que se niega a que le aparquen. Edadismo o silver sufers lo llaman algunos gurús en sus continuas conferencias, al tiempo que las empresas no reducen sino que aumentan sus formas de discriminación continuas.

En Mientras dure la guerra (2019), la visión de Amenabar trata de advertirnos de los peligros de las ideologías del odio retrotayendo a los espectadores españoles a episodios que todavía emocionalmente sienten como recientes. El mejor Karra Elejalde personifica a un ser humano que hoy desde la periferia intelectual de nuestro tiempo nos parece estratosférico. Un Miguel de Unamuno convencido de convencer y a la vez entristecido por volver a comprobar cómo perdemos todos en esta tierra de nadie que queda tras la derrota continua de quienes tratan siglo tras siglo de educar a España, aún a pesar de aquellos que la pueblan. Pero a Unamuno ya nadie le lee y a Karra Elejalde le escuchan solo unos segundos antes de acudir a las urnas a votar a los nuevos representantes políticos del odio, la ignorancia falaz y el oscuro y vetusto enfrentamiento.
 

EL ABORDAJE EPIDÉRMICO: TODO SUPERFICIAL ES MEJOR QUE ALGO EN DETALLE

Atereados en su propia supervivencia los refugiados climáticos, los represaliados políticos, los industriales proactivos, los jubilados empobrecidos, las femenistas que se enfrentan entre ellas, los riders o las kellys, el desahuciado que ve cómo la persona que le defendía antes le olvida por completo siendo alcadesa, las madres estresadas o los brokers de insatisfacción eterna y pretérita, no prestarían mucha atención a un extraterrestre o un monstruo marino. Y en esta anestesia colectiva en la que todo es incertidumbre y nada es horizonte, en este magma en el que todo se agita y nada llega, la sociedad de todos acaba siendo en definitiva la tierra de nadie. La clave, sobre todo, está en adormecer, en generar activismo de sofá, en provocar agitación y protestas pero de esas que nunca dan problemas.

Alguien escribe un tweet o publica un video en tiktok que se hace viral y algún periodista vago que jamás hizo periodismo de investigación utiliza para llena espacio en el telediario. El video o el tweet no tienen ningún efecto y a los dos días todo se olvida por completo, hasta ahí el activismo posmoderno: controlable, ruidoso pero apenas significativo y siempre fugaz e indoloro. Proliferan los videos en Twitch o Youtube de personas apenas leídas o informadas que comparten su opinión (un puzzle de ideas inconexas) a masas deseosas de adquirir criterio sin esfuerzo. Hay debates de jóvenes curiosos en espacios como GenPlayz que pueden resultar interesantes pero se quedan en la superficie. Como ocurre con casi todo la atención también allí es epidérmica y no orgánica, expositiva y no propositiva. Prima el impacto y la risa sobre el conflicto real y la crítica.

En algunas plataformas, foros y espacios, la cultura sobrevive con mayúsculas y con enorme dificultad. Nos quedan así grandes espacios de conocimiento, fundaciones privadas, instituciones todavía públicas y canales audiovisuales que estimulan la curiosidad sana, el sentido del conocimiento y la conciencia cósmica (ese sabernos muy poquita cosa para desvestirnos de certeza). El Espacio Fundación Telefónica, la Fundación Juan March, Medialab Prado, la Fundación Raíces de Europa, el Museo Nacional del Prado, el MNCARS, el Museo de la Evolución Humana, la Casa Árabe, la Casa Asia o la Casa América son mis favoritos en España. También -por amistades, conversaciones y experiencia- conozco el delicado estado financiero y la escasez de recursos de muchas de ellas, y reconozco que me apena.

Como completemento a esta realidad, la realidad de la antena televisiva en abierto es igualmente descarnada. Ojo al dato: En la televisión española no existe un solo programa cultural o de reflexión documentada o seria en ninguna televisión privada. Han leído bien: en ninguna. De nuevo uno puede escuchar a una caterva de imbéciles repetir el mismo soniquete cuando una conversación se pone interesante: “Parecemos ahora mismo la 2“. Claro, lo parecéis porque el canal 2 de RTVE ahora mismo es el único canal televisivo en España en el que podemos contemplar conversaciones y diálogos de interés para el lector, el curioso o simplemente el ciudadano. Educado en el puro entretenimiento, el ser humano medio no nutre las audiencias de un sistema de medición de éxito audiovisual que hace décadas quedó caduco pero en el que triunfa la voluntad popular de infoxicarse.
 

HACIA DONDE VAMOS: LA TIERRA PROMETIDA DE CHINA

Si no trabajamos masivamente por evitar lo que ya está siendo un hecho -y no basta con que 4 o 5 freakis agentes de cambio rememos en esa dirección- tengo muy claro hacia donde vamos. Puede que el mejor retrato de la inmensa desgracia social y ambiental que estamos propiciando desde el ya obsoleto modelo de relaciones en el que nos movemos, se encuentre en American factory (2019), ese maravilloso trabajo documental de los entrañables ancianos Steven Bognar y Julia Reichert en el que se ve el choque entre la completa amoralidad productiva de China y el imperialismo laboral todavía predominante -aunque en rápida decadencia- de la clase trabajadora de EEUU. Empresarios que eliminan sindicatos, personas que sobreviven con lo que pueden, empleos miserables y dictaduras que esclavizan para multiplicar cosas en la vida del consumidor irresponsable. Y entre medias de ambos mundos se sitúa Europa, cariacontecida y en parálisis permanente.

La sociedad orwelliana ha llegado y se llama China: Mientras la segunda generación de capitalistas financieros aterriza en China proclamando que es la nueva tierra de las oportunidades en la que crecen como setas las ciudades y los mercados, El Gran Hermano totalitario crece y la ambición de Xi Jinping aspira a que la industria de la videovigilancia china recorra la cada vez más corta distancia entre la ausencia total de libertades china y los restos de las democracias liberales y plurales occidentales. Los datos asustan. Desde 2013 a 2020 se ha duplicado el impresionante número de cámaras en las calle chinas hasta alcanzar los 600.000.000, lo que equivale a 1 cámara por cada 2 habitantes chinos. Las etnias uygur y tibetana viven una vigilancia constante por parte de las autoridades chinas que supera cualquier ficción cinematográfica. Campos de reeducación y detenciones arbitrarias a partir de espionaje digital revelan un sistema de represión silencioso muy desarrollado que audita costumbres de consumo, creencias religiosas, facturas, salarios, horarios de empleo, envío y recepción de correos electrónicos, sistemas de mensajería instantánea, geolocalizaciones e imágenes captadas por las cámaras de móvil o en la calle e incluye códigos QR de marcado social y apps desarrolladas exprofeso para vigilar y castigar (Si estuvieras vivo, fliparías, Michael Foucault).

Este sistema de espionaje y etiquetado social al servicio del régimen se complementa con modelos públicos que convierten a sospechosos en personas marcadas u objeto de constante vigilancia. El sistema de Crédito Social, que ahora se exporta a otros paises y que partió de los trabajos de Lin Junyue, infantiliza los ya socavados derechos ciudadanos en China desde hace algunos años. Dicho sistema puntúa a las personas desde la triple A a la D en función del completo cumplimiento de las normas impuestas e incentiva que las personas cumplan con leyes impidiendo y limitando su libertad hasta límites que atentan contra la igualdad de oportunidades en la política, el trabajo o la sociedad. Todo pasa la validación de un baremo de puntos a través del cual las personas van perdiendo derechos de forma irreparable si incumplen las asfixiantes leyes chinas favoreciendo la delación y la denuncia de vecinos en la propia comunidad. Las fotografías de ciudadanos ejemplares cuelgan como modelos de moralidad en expositores públicos mientras que los ciudadanos de mala calificación son expuestos para vergüenza pública y el sonido de su móvil antes de descolgar la llamada les identifica públicamente como deplorables.

Para aquellos que escriben magníficos libros defendiendo que este es el mejor momento de la humanidad, en fin, aunque solo sea por vergüenza propia y para la salud mental del resto de nosotros, por favor hacéoslo mirar. Si no conocéis a un terapeuta, en serio, yo puedo daros un teléfono…
 

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Respuesta para la pregunta que todos me estáis haciendo estos meses: ¿Cuándo se publicará el libro?. Pues bien, no es 1 solo libro sino 4. Los estoy escribiendo al mismo tiempo y como mínimo la investigación durará 5 años. Ya llevo 2 de ellos, así que paciencia. La perspectiva histórica y la rigurosidad se cocinan a fuego lento.

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Gracias a todos por el éxito del programa TRAINING DAYS, el programa de entrenamiento de alto impacto en Habilidades Relacionales. La edición online sigue su curso contra viento y pandemia. Infórmate ya sobre nuevas ediciones.

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El management rancio o el caso de la Superliga

El management rancio o el caso de la Superliga


 

 “Las épocas de heroísmo son generalmente épocas de terror

maestro Ralph Waldo Emerson, El heroísmo

 
 
El nivel de desquiciamiento colectivo está llegando a niveles asombrosos. Lo reconozco, a veces cuando leo algunas cosas la postura que tiene el tipo que encabeza este artículo me posee. Es como si me dijera a mí mismo en alto: ¿En serio está ocurriendo esto?. No tengo ya ninguna duda: el homo economicus que soñaron los padres fundadores del neoliberalismo posmoderno está mutando a homo estupidens a un ritmo acelerado. Espero acabar la investigación y los libros antes de que hayamos olvidado leer o nos parezca poco trendie pensar de forma crítica. Convengamos en algo: Últimamente el mundo anda más loco de lo normal. No es solo la pandemia, es más bien un proceso de estupidización global. En medio de toda pandemia o carestía, surgen los profetas. En otras palabras, a río revuelto, ganancia de pescadores. El profeta que me ocupará hoy se llama Florentino Pérez. Vayamos por partes.

Recientemente Andy Stalman, una persona cuya labor sigo desde hace años y cuyo trabajo observo y respeto, ha publicado un artículo sobre la propuesta de Superliga abanderada por Florentino Pérez. Pude conocer su artículo La Superliga Europea, caso de estudio para el mundo de la empresa gracias a la impactante publicación en Linkedin que figura más abajo. Sirva este artículo como alternativa a la propuesta de reflexión del maestro Andy Stalman. No suelo coincidir en casi ningún análisis que hace Andy sobre la realidad actual de nuestro mundo, pero ello no me impide respetarle y considerarle lo que es, un buen maestro del marketing.

Este artículo breve tendrá 3 partes. En ellas trataré de exponer por qué la Superliga es el perfecto ejemplo de…

  • MARCAS Y NEGOCIOS QUE NOS ENVILECEN: Aquí explicaré cómo nos empobrece la creación de marcas o negocios elitistas sin valor de mejora social, sin ninguna voluntad de cambio significativo y sin ganas de fomentar comportamientos éticos o solidarios.
  • EL RANCIO MANAGEMENT DE SIEMPRE: Aquí abordaré cómo la inercia amoral y acrítica del pensamiento empresarial predominante desprecia a las mayorías e impone el conflicto radical continuo como medio imprescindible para la supervivencia.
  • LOS 3 PECADOS CAPITALES DEL MESIANISMO EMPRESARIAL: Aquí explicaré cómo Florentino Pérez reinventa 3 de los 7 pecados capitales que siempre ha practicado pero cuyo alcance nunca acaba.

Comenzamos.
 
MARCAS Y NEGOCIOS QUE NOS ENVILECEN

Cuando era pequeño amaba el fútbol. Pasaba el día pegado a un pelota y apenas descansaba. Jugaba incluso con tetrabriks vacíos hinchados con aire en el patio del colegio cuando ni siquiera teníamos balones. En aquel tiempo -hace menos de 30 años- equipos de todo tipo de ciudades todavía competían entre sí en una desigualdad tolerable que permitía a grandes equipos medirse con pequeños que buscaban la gesta memorable. Los estadios de fútbol eran lugares donde se dirimía el estado de ánimo de la sociedad cada domingo. Eso fue antes de que los equipos jugaran casi cada 2 días y la intensificación y globalización mediática de los torneos convirtiera un deporte noble en un descarnado mercado de intereses y lucha de poderes. Desde sus inicios el fútbol ha estado politizado y ha dependido de filántropos o empresarios que invertían en los equipos a cambio de relevancia social. Hace unos días, sin embargo, se dio un paso determinante que augura la ya creciente voluntad de apropiación de un bien colectivo y una ilusión social que a todos nos pertenece: el deporte.

La propuesta de creación de una Superliga por parte de uno de los empresarios más poderosos del mundo (ACS factura más de 100 millones de euros/día) y presidente del Real Madrid C.F. (El primer o segundo club de fútbol del mundo en cuanto a facturación anual) merece ser atendida por varias razones:

En primer lugar, considero que merecen mucho respeto las personas capaces de dirigir grandes conglomerados de negocios con independencia de la condición ética de sus actividades y modelos de negocio. Si queremos mejorar las cosas, es necesario examinar y entender la realidad de aquellos que han llegado a ser poderosos. En segundo lugar se trata de un fenómeno que capta la atención de mucha gente y es bueno reflexionar sobre algo de lo que todo el mundo opina para favorecer la reflexión racional de nuestro presente. Y por último siempre he creído -en contra de todas las escuelas de negocio que conozco- que la disciplina empresarial es algo vivo y puede alimentarse de noticias recientes. Esta es una de ellas.

El pasado domingo 18 de abril de 2021, 12 clubes de fútbol autonombrados “los más importantes” y abanderados por Florentino Pérez anunciaban la creación de la Superliga a todos los medios de comunicación a nivel mundial. Más allá de que el proyecto se esté cayendo por lógicas y evidentes presiones sociales, merece la pena analizar la continua banalización del mundo empresarial y los negocios de la que este episodio es un gran ejemplo.

Esta banalización con la connivencia de 3 factores simultáneos que suelen operar de facto en la lógica neoliberal más rancia y evidente, a saber:

  • Una coyuntura económica dificil muy útil para imponer medidas y lógicas abusivas y en la que unos pocos tratan de sacar tajada cueste lo que cueste y caiga quien caiga: En otras palabras, el descenso de ingresos por la pandemia ha afectado al mundo del fútbol y un líder supuestamente carismático recupera un viejo proyecto elitista con el que ahora es más facíl convencer a los clubes que anhelan la continuidad de un crecimiento financiero infinito que ya no existe. Esta reedición y abuso de tiempos de incertidumbre para imponer viejas ideas suele estar fundada en medidas liberalizadoras y desrregularivas anteriores, en este caso sirva de ejemplo la Ley Bosman de 1995, pero también en pactos y movimientos alegales o en la sombra.
  • La promoción y difusión de nuevas marcas y modelos de negocio por la industria insaciable del marketing vacío que solo admira el impacto fáctico y efectista convirtiéndose en un altavoz acrítico de las inercias, y haciendo que la publicidad -una de las formas de comunicación humana más efectivas- sirva a los intereses de una minoría cada vez más poderosa contra una mayoría que les compre. Sirvan de ejemplo los innumerables programas de televisión, medios y profesionales que se han hecho eco de esta propuesta de modelo de negocio durante los días previos y posteriores, en todas y cada una de las casas de cualquier persona que viera un telediario, abriera un diario (deportivo o no) o siguiera los consejos de un influencer o referente en las redes sociales. Tal y comentaba por redes sociales, incluso desde el punto de vista publicitario, mi posición es que el MKT no debe ser mera propaganda desligada de la ética. La publicidad (el branding, el marketing o como demonios quieran llamarlo) no debe idealizar el mito de la rentabilidad creciente o la generación de actividades económicas que contribuyen a la apropiación de un bien colectivo.

Por todo ello, lamento no compartir el entusiasmo y la admiración de Andy Stalman por la figura de Florentino Pérez y por ese supuesto cambio revolucionario para el fútbol europeo que lidera. Me da igual que tenga 74 años, que dirija una industria exitosa o que presida uno de los clubes más laureados del mundo. Habría tal vez que preguntarse por qué ocurren las dos últimas cosas y a que se deben. Respuestas a ambas preguntas no me faltan: concentración del poder económico del fútbol en unos pocos clubes gracias a acuerdos comerciales abusivos con empresas de comunicaciones; un desmedida, insultante e impúdico mercado del fútbol que aumenta cada año más en un mundo donde las clases medias se diluyen y la pobreza se generaliza; una concentración sectorial industrial fundada en la absorción, desmantelamiento y destrucción de la competencia; una vinculación directa y completamente demostrable entre clubes de fútbol poderosos y cargos políticos y empresarios que utilizan la atalaya del entretenimiento de masas como medio para su enriquecimiento,… En fin, la lista no acaba.

Entiendo que el negocio del fútbol se replantee fórmulas de nueva rentabilidad económica. Es algo lícito y propio de cualquier sector empresarial actualizarse. Otra cosa bien distinta es que en el fondo nada cambia de todo lo deleznable que tiene el fútbol de hoy (sueldos desmesurados, presión sobre el rendimiento del futbolista, apropiación de poder, abuso y control mediático) y solo cambie el fútbol (minutos de juego, horarios de partidos, número de partidos por semana) para intensificar la explotación de beneficio económico, y no para favorecer una comprensión saludable del deporte.

Esta propuesta nunca tuvo la voluntad de generar un marco europeo de competición deportiva justo y que garantizara la igualdad de oportunidades. Su impulso pretende que una parte muy reducida del mundo del fútbol salga reforzada respecto a una mayoría de clubes y aficionados, y además que esa minoría sortee la creciente migración de la atención masiva hacia otros medios de comunicación menos formales y menos controlables por los clubes en términos de explotación de beneficios económicos (hablo sobre todo de redes sociales de nuevo cuño y canales de streaming). En realidad la propuesta es un gran ejemplo de un dilema clásico de la filosofía moral y política: el contrato social VS el acuerdo comercial. Desde el siglo XVII y sobre todo desde el siglo XVIII aquellos que tradicionalmente entienden que la base de las relaciones humanas debe ser regulada desde el interés colectivo decidido por todos (de forma directa, participativa o a través de representantes políticos) entienden que la economía es un medio fundamental que sirve a un marco de convivencia compartido; y por otro lado aquellos que tradicionalmente entienden que esta base conductual solo debe ser regulada por los acuerdos comerciales libres entre partes entienden la economía es un fin al que las personas servimos.

Los que defendemos una posición intermedia entre el contractualismo social (liberalismo político) y libre mercado (liberalismo económico) hoy somos pocos y estamos en peligro de extinción. El falso dilema populista entre SOCIALISMO o LIBERTAD (muerte o susto) que ahora los representantes políticos más cercanos a Florentino Pérez defienden era y es por tanto falso y demuestra un desconocimiento histórico falaz, del mismo modo que es falso afirmar que el fútbol no sobrevivirá si no se produce una apropiación económica de este deporte por “los mejores”. Por cierto, eso de “los mejores” sería bueno que Florentino Pérez se lo dijera a un aficionado del Betis o del Rayo Vallecano o el Oporto… Sería genial que esta persona se diera cuenta de que el éxito en el deporte no consiste solo en ganar títulos o facturar dinero sino en aprender de esa relación saludable y muy pedagógica entre competición y solidaridad que tanto nos ennoblece como sociedad.

El neoliberalismo del que Florentino Pérez es uno de los mejores apóstoles, quema la tierra que cultiva dado que presupone a los acuerdos comerciales derecho de regulación de las relaciones humanas por encima de cualquier interés colectivo o bien común. Pero la verdad e que el fútbol siempre ha estado saludablemente en medio: en manos de millonarios que buscaban relevancia como bien colectivo disfrutable por todos. La restricción del acceso a la visualización de partidos no fue de hecho una innovación de los años 90, siempre ha estado ahí como medio de ganancia para el mantenimiento de los clubes. Recordemos aquellas jornadas en el antiguo estadio Metropolitano en las que las personas hundidas en la miseria económica más absoluta se encaramaban a la colina para poder ver el partido. Nada nuevo bajo el sol. Pero hay una diferencia notable entre restringir un uso para obtener un beneficio privado que se revierte a la sociedad, y tratar de apropiarse de un sector para romper un mercado. Ese es el efecto destructivo de la corriente económica neoliberal.

 

EL RANCIO MANAGEMENT DE SIEMPRE

Hay cierta impostura poco saludable y muy frecuente en el pensamiento empresarial y los modos de hacer de los negocios a la manera clásica que tiene que ver con ocultar los problemas reales para aparentar una fortaleza que no existe o es endeble. En el caso de la Superliga, su propuesta nace en verdad de un problema que es común a todos los clubes de fútbol grandes y pequeños pero que en los grandes causa una mella enorme: se trata de la financiarización de los clubes (la cesión de su propiedad real a los bancos) debido a su incapacidad para afrontar las deudas o préstamos necesarios para mantener un ritmo de negocio con unas cifras insostenibles en lo que vendría a ser una de las mayores burbujas de actividad económica de nuestras sociedades que nadie quiere acometer porque mantiene entretenida y ocupada a la gente. Ese es el verdadero problema y nadie reflexiona sobre cómo resolverlo, antes bien las propuestas engordan y amplían el problema buscando nuevos ingresos para que la burbuja se mantenga.

Además de valorar la adaptabilidad en las formas de negocio y admirar los Business Model Canvas de la Superliga y otras gilipolleces similares, deberíamos revisar la ética de los negocios. Si solo admiramos el dinero que pueden dar, olvidamos u obviamos la sociedad a la que DEBEN SERVIR TODOS Y CADA UNO DE LOS NEGOCIOS. Tal vez por eso uno echa en falta cuando ve todas estas cosas, cierta capacidad de autocrítica en aquellas personas que lideran el mundo. Y Florentino Pérez sin la menor duda es uno de ellos. Resulta innegable e incluso admirable su capacidad de mantener el equilibrio de manera continua desde sus inicios empresariales en los años 1970 y su inagotable pulso con las primeras economías mundiales. Como bien dice Andy Stalman no se le puede reprochar pereza a sus 74.

Sus influencias son eternas y poderosas. Desde la polémica recalificación y venta de la Ciudad Deportiva del Real Madrid en el terreno en el que hoy se sitúan el 4 Torres Business Area y en cuya operación participaron las principales grandes empresas españolas del momento hasta su fantástico olfato de talento con profesionales como su antiguo Director de Comunicación y Contenidos en el Real Madrid, Antonio García Ferreras, quien ocupa hoy uno de los programas televisivos españoles de más audiencia y con amplia influencia política; o su política de fichajes conocida como Zidanes y Pavones que rompió por completo el fútbol de finales del siglo XX introduciendo el capitalismo de casino en el fútbol tal y como recuerda uno de los madridistas más antiguos. Todo ello ha generado polémica y a la vez ha hecho universal a un club de fútbol cuyas camisetas visten los niños más hambrientos del mundo para quienes el líder salvador tiene estas palabras: “El Real Madrid para ellos es su única ilusión y esperanza“. Manda huevos, con perdón.

Nada puede objetarse en cuanto a capacidad de negocio en términos de rentabilidad económica a Florentino Pérez, otra cosa son las consecuencias de sus acciones y el tipo de sociedad que promueven. Son conocidos ejemplos muy claros en este sentido como el encarecimiento de camisetas oficiales del Real Madrid, o la pugna por el mantenimiento de agravios comparativos con otros clubes.

La propuesta de la Superliga en la cara deportiva de la vida de Florentino Pérez se asemeja en lo empresarial al golpe de efecto que ha dado respecto a la cúpula directiva de Dragados. Ambas medidas responden a una forma de hacer economía y negocios que está fundada en un fuerte sentido de cambiarlo todo continuamente para que todo siga igual. No hay reflexión ética ni social sobre lo que se hace, tan solo una suicida búsqueda continua del crecimiento económico que se lleva por delante economías familiares, órdenes sociales y mercados laborales enteros. Todo queda bien en la foto del evento pero a la larga la película documental del mundo que generan este tipo de inercias empresariales es dantesca.

 

LOS 3 PECADOS CAPITALES DEL MESIANISMO EMPRESARIAL

En el fondo el deseo de Florentino Pérez es perpetuarse, hacerse un hueco en la historia más allá de la mortalidad, del mismo modo que lo pretenden los grandes promotores de la desigualdad e injusticia global al más puro estilo Ellon Musk o Jeff Bezos en la línea de sus próceros mesiánicos Bill Gates, Larry Page o -me deprimo solo al escribir su nombre- Steve Jobs. Estas figuras apolíneas, de jerseys de cuello vuelto minimalistas o trajes encorbatados con aspecto de respetabilidad institucional, no dudan en liderar iniciativas y libros solidarios que tratan de arreglar el mismo mundo que a la vez ellos estropean. Y a mí esta mierda me cansa. El doble juego es tan evidente que resulta cruel y vergonzoso.

La propuesta de creación de la Superliga por parte de Florentino Pérez representa el paradigma de los 3 pecados capitales más desarrollados por esta clase de mesianismo empresarial en el que solo sobrevive el más fuerte, esto es, el más descarnado y cruel:

La propuesta es un buen ejemplo de la AVARICIA porque representa a una de las personas más poderosas del mundo y uno de los clubes más poderosos del mundo que se alían con otros poderosos para apropiarse de un deporte. Es decir, no contento con todo el reconocimiento y el dinero del mundo, quiere más. Ese alma insaciable es lo que vacía el mundo y nos pesa para ser mejores, lo que nos envilece y lo que nos condena. Las desorbitadas magnitudes financieras del fútbol y la pretensión de rentabilidad infinita que él representa y fomentó desde un inicio, envilecen un deporte que amo y son el peor ejemplo de éxito insolidario y clasista para los más jóvenes.

La actitud de Florentino Pérez en este aspecto es un claro ejemplo de ENVIDIA porque personas y organizaciones con mayor poder que él (a ese nivel hay pocas) le retuercen las tripas y no puede evitar sentirse regulado o normativizado por algo mayor que su interés propio. Bajo el pretexto de evitar la monopolización de la UEFA, Florentino Pérez propone una monopolización más drástica: la suya. El es fundador y dirigirá la iniciativa si llega a buen puerto.

Y por último Florentino Pérez en este caso de estudio no es un ejemplo de liderazgo, sino de SOBERBIA; no es agotamiento de un modelo, es una insultante aberración económica y una iniciativa deportivamente excluyente en un mundo en el que se diluyen las clases medias y se amplia la pobreza; no es ejemplaridad pública, es una profunda e intensa necesidad de controlarlo todo. Es una ruptura de la idea del fútbol como academia, como cantera y camino de desarrollo en virtud de la nueva ética elitista y finalista de la rentabilidad financiera. El problema es que a lo largo de la historia, las propuestas de creación de minorías selectas han supuesto siempre una enorme involución para las mayorías que eran indudablemente despreciadas.

Queridos amigos y amigas, hay otra forma de entender el entretenimiento, más democrática, más solidaria, más humana y menos egoísta. Y sí, por supuesto, hay otra forma de entender la economía y el mundo de la empresa.
 

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Hacer posible a diario la esperanza

Hacer posible a diario la esperanza


 

En algún momento de la vida, la belleza del mundo se vuelve suficiente. No necesitas fotografiarla, pintarla o incluso recordarla. Simplemente basta.

maestra Toni Morrison

 

esperanza: Der. de esperar. 1. f. Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.

En medio de una inercia superficial sin precedentes históricos, en este artículo trataré de explicar por qué es útil conservar la esperanza y de qué forma podemos contribuir a que aquellos que nos rodean, la tengan. Haré una puntualización previa: la esperanza no se conserva, se practica y si no se practica, no se tiene porque se pierde. En tiempos apocalípticos tienes derecho a no tener esperanza, pero si quieres tenerla recuerda que no consiste en cruzar los dedos y esperar a lo que venga, tal y como hace el tío freak de la foto de arriba. Tener esperanza consiste en actuar a diario para merecerla y si al final no viene, conservar la confianza en seguir haciendo lo correcto. Si la esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea, deseemos mejorar el presente y no que mejore por sí solo en el futuro.

Este artículo tiene los siguientes apartados:

  • Próxima parada: Esperanza
  • La esperanza es consecuencia de ser y estar presentes
  • La esperanza llega cuando algo se comparte
  • La esperanza se encuentra en lo básico
  • La esperanza solo llega si te das tiempo y espacio para tenerla
  • Toda persona es la esperanza de otra

Comenzamos.
 
PRÓXIMA PARADA: ESPERANZA

¿Es posible en los peores momentos y lugares tener esperanza? No he parado de experimentar en mis viajes y experiencias profesional y personales que sin duda, sí, claro que es posible. Me atrevería a decir que no sabría vivir sin esperanza, lo que me recuerda una anécdota. Cuando era adolescente mi amigo Pablo, probablemente una de las personas a las que más admiro, nos invitó a varios amigos a ir a su casa. Aunque quedaba cerca del colegio, yo jamás había estado en su barrio y existía una frontera social y psicológica muy marcada entre Canillas y los barrios que la rodeaban, al menos hasta la entonces reciente unificación de todos ellos en el distrito de Hortaleza. Para un extranjero de Esperanza, pervivía aún en el imaginario colectivo una imagen de bandas enfrentadas a lo West Side Story pero en el noreste de Madrid y sin tanto baile de moñas. Tras tomar el metro nos bajamos en la estación de Esperanza y al preguntarle varios de nosotros por el motivo de aquel nombre, Pablo nos lo explicó mientras subíamos por las callejuelas oscuras en las que se sucedían las anécdotas sobre atracos, reyertas y barbaridades varias vividas en los anteriores años recientes. Sirva la explicación de Pablo para resaltar la importancia de conservar siempre la esperanza:

Antiguamente aquel pequeño barrio estaba poblado por chabolas de pequeños trabajadores y familias gitanas entre los que se el propio Pablo y sus hermanos se habían críado durante años. Con la llegada de la construcción de nuevas viviendas subvencionadas y accesibles para los trabajadores, los vecinos habían rebautizado el nombre del barrio a Barrio de la Esperanza, una estación que Manu Chao honró años más tarde en su famosa canción. De algún modo con los años la llegada del metro en 1979 a un barrio que era el fin del mundo para todo madrileño, había dado alas al lugar. En la típica sorna mitológica de la que hace gala con frecuencia todo madrileño, nuestro profesor de religión no paraba de decirle a Pablo que él conocía su barrio cuando todavía allí había indios que tiraban flechas. Tras unos años 80 y comienzos de los 90 en los que abundaba la droga, la inseguridad y los yonkis de barrio en el marco periférico de la llamada movida madrileña y el fenómeno de la delincuencia juvenil que tan bien retrató el llamado cine quinqui, el barrio había logrado resurgir de sus cenizas. Todos necesitamos esperanza y el barrio de Pablo, al que luego he ido con frecuencia considerándolo mi propia casa, es un buen ejemplo.

 

LA ESPERANZA ES CONSECUENCIA DE SER Y ESTAR PRESENTES

Conservo mi esperanza porque no la deposito en el futuro sino en el presente, en lo que ahora está ocurriendo cuando me lees o cuando escribo, en las personas con las que estoy cuando me hablan, en el abrazo que doy o en el abrazo que recibo. Solo por eso la vida tal y como hoy se me presenta me sorprende. Su naturaleza es desnuda y evidente, me asombra. Se parece a una película de Terrence Malick. El mismo diálogo continuo entre luces y sombras, idénticos planos en detalle o panorámicos que sobrecogen. Veo cómo mis ideas hacen el amor sabiéndose solas e inermes, buscando comprenderse. Sobre el papel en blanco que me espera acechante se despliegan desprovistas las primeras conclusiones. No hay comienzo del día ni final, todo ocurre de manera continua: el cartero que se enfada porque no arreglo el buzón, el sol que recorre las feas fachadas de los años 60, las amigas que han escrito un libro, las conversaciones telefónicas, el mensaje cariñoso de un amigo que me recuerda, la persona que me escribe desde la otra parte del globo, las farolas grises de la calle, los problemas de un amigo para encontrar un piso, la depresión de un cliente o la eufórica risa de quien accede o acaricia sus escombros. Todo ocurre por acumulación aunque no satura ni rebosa.

Escribo la epopeya del mundo, exploro la hondura emocional de las personas, compongo sinfonías sobre sus experiencias. En eso ando. Mi vida hoy es practicamente idéntica al ritmo y orden de las notas contenidas en esa composición de James Newton Howard en la que el espectador siente cómo toda la dureza del mundo le resbala, y quizás por eso, flota. Si pienso en esta sensación de ingravidez que me acompaña, sonrío. He logrado todo lo que quería de este mundo: el amor y el reconocimiento de los que me rodean, el dominio de la voz natural y la palabra, la capacidad de acceder y exponer el valor de esos seres ignorados a los que llamamos “los otros”.

De niño pensaba que mi soledad era un castigo, ahora siento que es un premio. No soy propietario de las personas que me leen o me quieren pero las llevo dentro. Cuando hablo con ellas, las visito. Si a veces acudo a su escondido hogar secreto, me acogen. Su deseo de vivir y dejar atrás el dolor que pesa, me ilumina y me enternece. Sobre mi voz todo el sufrimiento que viven se interrumpe y en mi rostro todo lo que fueron y son por un breve instante se refleja. Siento que a mi alrededor todo el mundo se pierde o se acelera. y yo me veo contemplarles desde lejos.

 

LA ESPERANZA LLEGA CUANDO ALGO SE COMPARTE

En un mundo caracterizado por la apropiación y acumulación de cosas, paradójicamente la esperanza solo llega cuando algo se comparte: un objetivo común, un horizonte, una forma de mirar o entender la vida. Una buena vida es una vida en la que el resto de personas te ha llamado un montón de cosas diferentes y ha tenido siempre razón al hacerlo. Calificar a alguien es dotarle de un lugar en la mirada propia que permita digerir o ubicar en el mapa de lo conocido a esa persona. Por eso se que en todas las ocasiones en las que me identifican con algo, no hay error, nadie se equivoca. Todos los mapas son válidos siempre que nunca lleven a ninguna parte. Las relaciones humanas están para perderse, para desordenar el orden propio o reordenarlo, para no saber hacia donde uno va o qué demonios hace. Los grandes gurús del marketing se han equivocado siempre: No te llega adentro quien te impacta inesperadamente, sino quien te descoloca por completo y hace que tú sola te recoloques.

A mí también me da miedo vivir pero no por ello olvido que respiro. Hay que defender la esperanza, protegerla. No me levanto cada día como esos inconscientes que dicen que lo hacen para “comerse el mundo”. Me vale con aprender a compartirlo, que ya es mucho. La acumulación de voracidades continuas es lo que provoca siempre la verdadera hambruna interior. No hay dignidad en el hambre interior, solo es digno y se siente satisfecho quien comparte. Quien no se sacia nunca, no disfruta de lo que es o acontece sino de lo que espera que suceda y nunca llega o si llega, no se queda.

 

LA ESPERANZA SE ENCUENTRA EN LO BÁSICO

La esperanza se encuentra siempre en lo más simple y básico, no habita lo complejo. Me apasiona la lectura y no encuentro en las complejas miradas ningún consuelo, sino que más bien lo hallo en los sabios matices de quienes desnudan con suavidad nuestra crudeza. Hasta donde yo recuerdo, todo lo que he hecho en mi vida es un continuo retorno a los orígenes, una fidelidad continua a lo básico. Mi animalidad me constituye, soy valioso para los demás porque ejercito a diario mi condición de ser vivo.

Dado que la humanidad entera galopa desbocada y dispersa en medio del ruido y la histeria colectiva de una complejidad inasible que genera ansiedad, lo que hago a diario sigue pareciendo a muchos revolucionario o sorprendente cuando lo ven o experimentan: ayudo a mantener diálogos significativos, con uno mismo, entre varios o entre muchos. Solo hago eso, de veras, no hago más. Pero es ahí donde sigue habitando la esperanza.

 

LA ESPERANZA SOLO LLEGA SI TE DAS TIEMPO Y ESPACIO PARA TENERLA

¿Qué esperanza vas a tener, alma de cántaro, si te pasas la vida de la oficina a tu casa y de tu casa a la oficina, de una reunión a otra y de un correo electrónico a otro de forma continua?, ¿Qué esperanza puede tener quien no tiene espacio ni tiempo para que llegue? Ningún persona que vive muriendo, puede tener esperanza. Para tener esperanza es necesario dedicarle tiempo y espacio, sacarlos de donde sea, reservarlos para uno mismo y su propio crecimiento. En mi caso concreto, me sorprende ver que aunque pasen los años sigo conservando los mismos hábitos que aquí enuncié hace ya tiempo y que me garantizan una vida saludable. Es más, diría incluso que cada año disminuyo aún más las interrupciones, tal y como en 2020 compartía por aquí con mi particular forma de vivr la maldita pandemia fuera de la inercia.

Para mantener mi pensamiento de crucero sigo yendo a velocidad de caracol. Hago las cosas muy lento, aunque más bien diría que me refugio en ellas. Dejo siempre huecos de tiempo entre compromisos concertados, nunca los encabalgo de forma sucesiva y sin descanso.Dedicando tiempo a lo importante y eliminando cualquier tipo de presión, todo llega.

Pongo ejemplos tontos y cotidianos: Solo quien aprecia el valor de un buen tomate, una buena patata o judía, una naranja jugosa, es decir quien se para a valorar todo el proceso hasta que llega a su mesa, disfrutar su sabor. Esa persona es capaz de alimentarse; todas las demás solo se nutren. Solo quien toma un libro y lo abre como si abriera un relicario, tomando cada reflexión como una joya y sintiendo en cada párrafo al autor, puede acceder a la sugestión intelectual o la belleza. Solo quien acude a una reunión habiendo tenido tiempo para prepararla y no pensando en la siguiente sino en esa, puede disfrutar o aprender de la conversación. En definitiva, solo quien no tiene prisa, halla esperanza.

 

TODA PERSONA ES LA ESPERANZA DE OTRA

Por mucho que no lo creas porque puedas estar pasando un mal momento, eres y siempre serás la esperanza de quienes tienes cerca. Antiguamente no paraba de preguntarme por qué las personas me querían. Estuve al menos dos décadas preguntándome lo mismo. Al principio no lo entendía, no encontraba un sentido lógico. No era ni soy excesivamente llamativo, ni físicamente fuerte, ni tengo fama, ni soy demasiado guapo ni tengo algo material muy llamativo o al menos dinero. Vamos, lo que se dice un cuadro para cualquier aplicación de citas actual. Pero no he dejado de ser querido -yo diría inmensamente amado- por todo el mundo durante toda mi vida. ¿Cuál demonios era la razón?

Un buen día me caí del pedestal de mi Ego y supe la verdadera razón: No queremos a las personas por lo que son, ni siquiera por lo que pueden llegar a ser, sino porque depositamos en ellas nuestra esperanza por no sentirnos solos, por sentirnos comprendidos, por formar una familia o mejorar nuestra vida o la sociedad. La esperanza es el motor de las personas, de todos nosotros. Así, cada persona no solo es el sujeto de lo que piensa o hace, sino que es el posible objeto de una esperanza ajena.

Yo tan solo soy un objeto, represento la voz de la esperanza para centenares de personas que me aprecian. Las personas por lo general no me quieren a mí (sujeto) sino a lo que represento para ellas (objeto). Y he aquí la trampa que desconocen: encuentran a menudo en mí lo que siempre se ha escondido en ellas, lo que atesoran. Al buscar en mí su esperanza, al tomar mi mano en una conversación o una sesión, no me descubren a mí sino que se conocen a ellas.

 

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Una vida en la que todo el mundo piense

Una vida en la que todo el mundo piense

 

Lissa Cuddy:  Tu siempre tienes razón y los demás somos idiotas

Gregory House: No, mujer, es que no creo que yo sea idiota y que todos los demás tengáis razón

Primera conversación entre el Dr.House y Lissa Cuddy, Cap.1, T.1

 

Una vida en la que todo el mundo piense. Así dicho suena bien pero… ¡Todo apunta a que estamos yendo en la dirección contraria!. Mi trabajo por tanto es quijotesco. No solo no estoy dispuesto a aceptar una sociedad en la que la mayoría de personas con las que hablo se encuentran deprimidas, solas o perdidas, en la que la desigualdad económica es creciente, o en la que nuestros trabajos a menudo nos envilecen, sino que además trabajo para crear entornos diferentes sobre dos ejes: vidas propias en las que cada persona se piense y contextos laborales en las que todo el mundo piense. Así de sencillo y complicado a la vez. Hace años reflexioné en este mismo sitio en alto tratando de aportar algunas claves para educar el pensamiento propio. Continúo en este artículo la tarea comenzada entonces tratando de explicar por qué estamos dejando de pensar y por qué sigue siendo necesario hacerlo.

Aviso a políticos moralmente obscenos y populistas, youtubers descerebrados y ciudadanos de a pie que sobreviven con dificultad al despiste:

  • No somos más libres cuantas más veces votemos o cuanta más libertad tengamos de hacer lo que nos de la gana (esa forma tan falaz de entender algo tan noble como el liberalismo), sino que somos más libres cuanto menos confusos y perdidos estamos y cuanto más protegidos nos sentimos ante los malos momentos por el prójimo y por nuestros representantes.
  • No somos más desarrollados cuanto más altos sean los beneficios económicos de unos pocos; somos más desarrollados cuantas más personas aprendan a pensar conscientemente. No tenemos más igualdad cuanto más universalicemos la precariedad sino cuanto más cercanos nos sintamos.

Tal y como recordaba Gregori Luri en una reciente conferencia titulada El deber moral de ser inteligente: Conferencias y artículos sobre la educación y la vida, la maestra Concepción Arenal ya en 1881 sostuvo en su ensayo La instrucción del pueblo que permanecer voluntariamente en un estado de letargo intelectual equivale a «mutilar la existencia» y a «consumar una especie de suicidio espiritual». Pero «el deber de instruirse —continúa— no brota espontáneamente de la conciencia […]. No parece obligatorio sino al que sabe algo». Al ignorante que no conoce, saber le parece algo innecesario o incluso un lujo. Esto ocurre porque el que no piensa ni sabe, ignora que no lo hace. Y si antes no había demasiado peligro porque los iletrados no tenían micrófonos, ahora hay peligro de colapso porque todos ellos cuentan con amplificadores bestiales. En la medida en la que todos trabajemos para comprender esto y aprendamos a diferenciar qué es tener criterio y opinión respetable y que es no tenerlos, quedará esperanza.

Este será un artículo con enjundia que reune 7 breves pero contundentes píldoras de reflexión:

  • Por qué es útil pensar
  • Los peligros de no pensar
  • Pensar lo propio, comprender lo ajeno
  • Aprender a ser estúpidos de forma controlada
  • Seleccionar minorías influyentes de calidad
  • Distinguir subjetividad y soberanía
  • No reducir la vida a la satisfacción propia

Comenzamos.

POR QUÉ ES ÚTIL PENSAR

¡Así es!, hemos llegado a esto, y esta quizás es el primer hecho descabellado al que nos estamos enfrentando muchos: ¡Hemos llegado a un momento de la historia en el que vemos necesario explicar por qué es útil pensar!. Estamos en un tiempo de decadencia y la prueba de ello es que olvidamos a diario lo más básico: para qué sirve pensar. Sobre todo porque la mayoría de empresas y personas que conozco, reconocen no tener tiempo para hacerlo… ¡Cómo si fuera algo que pudiéramos no hacer conscientemente! Considero que era natural llegar a este punto dado que la rápida extensión casi ya universal de todos los avances de la humanidad reciente (económicos, técnicos, políticos) no se correspondía con la lenta educación de las personas para adaptarse a estos cambios. Por así decirlo venimos de un desequilibrio entre el progreso técnico y social de nuestra especie -acelerado en el último tercio del siglo XX- y una precaria y primitiva forma de entender las relaciones que arrastramos desde hace varios milenios. Por eso hoy son determinantes las habilidades transversales que casi nadie tiene. Pero vayamos por partes…

La moda siempre ha sido no pensar, porque para no pensar no hay que hacer ningún esfuerzo. No pensar en principio parece gratis y además a menudo la estupidez propia, tranquiliza. El problema viene cuando a la larga no saber pensar tiene el mayor coste posible para la persona y además la estigmatizada y reduce su experiencia de vida a lugares comunes gobernados por una resignación constante. De todo ello podríamos deducir que no pensar y dejarse llevar es lo más rentable a inmediato plazo pero lo más estúpido a corto, medio y largo plazo. El aumento de la estupidez en el mundo y de la potencial peligrosidad de una ingente masa estúpida, está ligado a tres fenómenos simultáneos.

  • En primer lugar la aceleración social que ha vivido la humanidad en las últimas 15 décadas ha modificado por completo las estructuras técnicas, relacionales y ahora ya incluso biológicas de nuestra especie, sin que haya habido una adaptación de nuestras instituciones sociales (relaciones afectivas, familia, estado, empresa).
  • En segundo lugar el reciente y anodino periodo pacífico de Europa, sin duda el continente más violento de la historia hasta hace tan solo 7 décadas, ha favorecido el olvido de los fantasmas que acechan y son inherentes a nuestra condición: la tiranía de la barbarie y la ignorancia. No pasarlo mal nos ha hecho olvidar que es muy fácil estar mucho peor de lo que estamos acostumbrados.
  • En tercer lugar, la desigual universalización de las libertades civiles y de las democracias pluralistas en el mundo ha estado fatalmente educada. En otras palabras, conquistamos la libertad contra la tiranía de unos pocos pero no contra la propia tiranía de nuestras creencias. Por lo general no nos educamos para ejercer la libertad de forma responsable, por lo que en la actualidad vivimos un tiempo de involución hacia tiranías emocionales anteriores.

La vieja idea de fluir con la realidad que los grandes maestros del tardohinduismo nos legaron, no consiste en abandonarse a los acontecimientos -esa especie de puñetero FLOW cuya consecuencia directa es renegar del criterio propio y permitir que otros vivan y decidan por nosotros- sino desapegarse de la propia voluntad tratando de disfrutar la vida desde la aceptación. Las 108 formas de experiencia que aceptamos los discípulos de Buda y el sistema de creencias taoísta que están formulados en el Dao De Jing, el Hua Hu Ching y que Zuang Zhi honró en toda su extensión, responden a este objetivo.

Pensar no es solo querer comprender, sino sobre todo aprender a percibir. Quien no piensa intuye sin argumentos, se conforma con la inexperiencia, huye de la responsabilidad de vivir, no existe como consecuencia de su propia capacidad sino como objeto de la voluntad de otros, se desindividualiza, se convierte en masa por medio de la inercia acrítica. Quien no piensa es, en definitiva, el pálido reflejo de la débil luz que proviene del acogedor aunque pasajero calor de otros; es, si se prefiere, el eco imitativo y desprovisto de existencia que se deriva de una voz significada lejana o del ruido general en el que su individualidad se sume.

 

LOS PELIGROS DE NO PENSAR

Pensar no es algo que se elige o no se elige hacer. Una persona solo tiene dos opciones: aprender a pensar continuamente, o dejar que las propias consecuencias de sus actos inconscientes le piensen. Por descontado como sociedad enfermiza hace tiempo que optamos por lo segundo. El problema no es que cada persona no piense casi nunca sobre su propia vida, lo cual ya sería por sí mismo alarmante. El problema es que una enorme masa de personas que no se piensan a sí mismas (no se cultiva, no dialogan, no leen, no se cuestionan) tiene consecuencias terribles. Más aún cuando en la actualidad nos hayamos en el mundo humano más conectado y con mayor capacidad de creación y/o destrucción de la historia. Nuestras sociedades -incluso las inmediatas sociedades modernas del reciente pasado tras la llegada de la subjetividad y la soberanía popular- siempre han estado pobladas de personas que no piensan durante la mayor parte de su existencia. Casi todos nosotros dejamos de pensar a menudo por salud mental. No está ahí el peligro, sino en no hacerlo nunca.

A lo largo de la historia de la humanidad, una realidad inconsciente nos ha condicionado siempre: No se respeta a quien mejor piensa o a quien más sabe sino a quien mejor se expresa y convence. Los actuales servicios de marketing tremendamente diversificados tratan de convencernos para convencer mejor, incluso si lo que se hace no tiene sentido. Fruto de un soniquete constante y ensordecedor que pugna por nuestra atención de la manera en la que lo hacen todos los narcóticos, la realidad es que cada vez cuesta menos convencer a alguien de algo. La democratización de la comunicación humana y la equiparación en el mismo plano de atención de grandes referentes intelectuales y terroristas culturales de barrio, ha dado lugar a lo que hemos llamado posverdad, una realidad no real que se dirime en el tiempo de la posmodernidad en sociedades ruidosas en las que se derrite la soberanía. Al haber ganado en credulidad (mucho más que en tiempos teocráticos pretéritos), los humanes hemos ampliado nuestro margen de estupidez tolerable, y en consecuencia la volatilidad inestable de nuestro pensamiento (que se rige hoy por modas pasajeras y no por razones sólidas) nos sume en la inestabilidad continua.

A lo largo de la historia, donde no hay ninguna certeza absoluta sobre nada, nace a menudo la sabiduría; pero donde no hay ninguna forma ni medio para cuestionarse (diálogo tranquilo, reflexión escrita o leída, tiempo y espacio para el encuentro), se multiplican de forma virulenta la estupidez y la ignorancia. No paro de comprobar cómo la dirección que está tomando el pensamiento empresarial es por lo general y en lo particular, errónea. En lugar de cuestionarse a sí mismo, de realizar una nutrida autocrítica, la velocidad inercial de las empresas lleva acelerándose ya más de dos décadas con especial torpeza intelectual y estupidez sistémica desde 2008. Dedico mi labor diaria a cuestionar lo que la mayoría de personas dan por supuesto ante esta clara evidencia: las empresas, el órgano colectivo de relaciones sociales más efectivo que hemos creado en la historia de la humanidad, caminan hoy cegadas.

 

PENSAR LO PROPIO, COMPRENDER LO AJENO

El que piensa alcanza la madurez por cuanto trasciende lo propio, habla con humildad desde lo que sabe queriendo abrazar y comprender todo aquello que le hace cuestionarse o le resulta ajeno. El que piensa no adoctrina, no necesita imponer porque convence, no imprime todo su esfuerzo en influir manipulando la realidad porque toda su energía se centra en razonar con otros. El que piensa combate su criterio, cuestiona su pensamiento, se atreve a dudar. El que piensa habla sobre todo de muchas personas que le precedieron y fundamenta su propia vida no en su voluntad sino en un comportamiento ético que favorece el bien común sobre la doma diaria del interés propio. En contra de lo que se ha dicho, quienes piensan no tienden a la virtud sino que la practican. Su propia manera de ser y hacer representa un modelo y edifica un ejemplo. No se admira a quienes piensan por su capacidad de llegar a otros (número de likes, seguidores, lectores,etc…) sino por el grado de calidad que se destila de su razonamiento. 

Por oposición el que no piensa vive en un infantilismo o puerilismo continuo, no necesita leer, ni se molesta en construir un diálogo significativo, ni argumenta más allá de lo que siente, percibe o quiere. Su deseo le dicta comportamientos que además trata de defender como deberes naturales para los otros y ajenos. Su interés y afan de conocimiento no llegan nunca más allá de la defensa de su realidad propia. Por eso, desde el inicio del siglo XXI, la sociedad posmoderna se enfrenta a un grave problema: estamos dejando de pensar. Nuestros sistemas educativos y nuestro modelo de relaciones se aproximan a toda velocidad a la ignorancia y a la estupidez. No es que nunca hayamos corrido este mismo peligro, es que desde la conquista de las libertades civiles mínimas, nunca como hasta ahora ese peligro ha sido tan masivo.

 

APRENDER A SER ESTÚPIDOS DE FORMA CONTROLADA

Lo diré de forma clara: es imposible que dejemos de ser estúpidos, la clave reside en cuándo y cómo aprender a serlo. Somos animales bípedos, gregarios, mamíferos, con escasa autonomía, elevada torpeza y niveles de estupidez elevadísimos regados de momentos espectaculares de inteligencia y maravillosas capacidades colectivas. Aceptémoslo, por favor. Dejemos de intentar parecer cualquier otra cosa.

Hasta ahora la estupidez propia ha sido algo que por lo general negamos, que no reconocemos o de lo que tratamos de defendernos o huir. Nada peor que hacer esto en mi experiencia. Desde hace años dedico gran parte de mi jornada diaria a ser estúpido, la enorme diferencia con el resto de mis semejantes es que yo trato de hacerlo en privado y de forma controlada. Tener esos momentos me ayuda a comportarme de manera cabal y sensata en público y sin apenas esfuerzo. En otras palabras, las personas necesitamos desahogos, desconexiones temporales que nos ayuden a distinguir entre lo que es deseable para relajarme y descansar durante unos momentos, y lo que es necesario para construir sociedades mejores durante la mayor parte del tiempo. Negar la estupidez propia de uno mismo es lo más estúpido que alguien puede hacer.

Todo iría mejor en este mundo si las personas aprendiéramos que necesitamos a diario momentos de completa estupidez, pero que debemos tomar decisiones importantes cuando no estamos en esos momentos. La estupidez propia que no se comparte no hace daño a otros, pero la estupidez propia que se comparte como el más estupendo de los hallazgos, nos está matando como especie. Así, la estupidez cuando es controlada no solo es saludable sino incluso necesaria. Practicada en contextos cuyas posibles malas consecuencias no afectan dramáticamente a la realidad de una amplia proporción de gente, la estupidez individual o compartida es una bendición porque la estupidez reconocida nos acerca y ha sido de hecho uno de los mayores pegamentos de la amistad y la solidaridad fraterna durante milenios.

No hay por tanto nada de malo en ser estúpidos a diario siempre y cuando los lugares y tiempos en los que lo somos estén reservados para ello, esto es, siempre y cuando identifiquemos y sepamos que estamos eligiendo ser estúpidos. El problema llega cuando somos estúpidos la mayor parte del tiempo y en todos y cada uno de los foros y ámbitos de desarrollo humano, y ni siquiera -como está ocurriendo ahora- somos capaces de reconocerlo. No es lo mismo permitirnos ser estúpidos en una taberna junto a un par de amigos en una conversación amena, o abandonarnos a visualizar un video de youtube ridículo, que comprender el contenido de ambas manifestaciones como regulativo o normativo para la sociedad en su conjunto. Ser idiota en privado o en un contexto adecuado para serlo es fantástico, pero ser idiota en los medios de comunicación, la empresa o el parlamento es dramático.

La estupidez es altamente contagiosa, mucho más de lo que llegará a serlo nunca la inteligencia. Pero la relación entre inteligencia y estupidez no es tan sencilla. Descontrolada e indómita, desnuda de los filtros de la vergüenza y el respeto por el bien común, la estupidez nos anima a tener un comportamiento en el que nada posa, nutre ni se asienta, y todo pasa, se repite y enferma. Sin embargo al mismo tiempo la estupidez se basa en dos grandes paradojas:

  • La primera paradoja de la estupidez es que siendo un comportamiento universal e histórico en nuestra especie, está basado en una exclusiva obsesión por el instante presente. Es decir, la estupidez siempre sobrevive aunque pronto quede obsoleto nuestro interés humorístico o crítico en ella. De este modo la estupidez es acumulativa, se nutre de la cegazón continua.
  • La segunda paradoja de la estupidez es que solo cuando dejamos de ser estúpidos y nos atrevemos a ser inteligentes, accedemos a un habilitador y sano sentido del humor. El estúpido, por lo general, se defiende mucho más de lo que se ríe de sí mismo. Las personas con un desarrollado sentido del humor suelen ser en mi experiencia inteligentes.

Esto quiere decir que para ser estúpido basta con ser un completo ignorante pero para ser muy estúpido curiosamente hace falta ser muy inteligente. Lo que nos lleva a una deriva interesante: hay una estrecha relación entre estupidez, entretenimiento y sentido del humor. Lo racional, por lo común, no nos hace ninguna gracia pero lo más sujeto al presente y pasajero (una mueca, una broma, un eructo o un pedo) nos hace reír hasta postrarnos en el suelo.

De lo dicho se deduce que no es lo mismo ser ignorante que ser estúpido. Ser ignorante consiste en no saber que no se sabe, y ser estúpido consiste en vivir como si se supiera. A ser estúpido se llega mediante la acción, a ser ignorante se llega por omisión; para lo segundo no hace falta hacer ningún esfuerzo. Habiendo olvidado todo esto, hoy en nuestro tiempo proliferan como setas las personas que siendo completamente ignorantes y/o estúpidas, no solo no lo aceptan y no presumen de serlo, sino que se aventuran a expresar su opinión de forma abierta tratando de que esta opinión se encuentre al mismo nivel que la del resto de personas que se esfuerzan por comprender y conocer. El peligro no llega cuando una persona puntual hace esto, sino cuando las personas que son consideradas referentes, en lugar de aceptar la responsabilidad que tiene cada cosa que dicen o que hacen, utilizan los altavoces de su propio status social para aparentar que piensan o hacen uso de alguna inteligencia. En suma, el problema de nuevo no es que haya muchas personas estúpidas, sino que aquellas que deberían dar ejemplo no siéndolo, obtienen mayor reconocimiento social al serlo.

 

SELECCIONAR MINORÍAS INFLUYENTES DE CALIDAD

Dice el maestro Innenarity que esperamos siempre demasiado de la democracia, y que ésta cuando es sana y real está llena de frustraciones que continuamente se expresan. Nada que objetar a esta brillante reflexión, salvo la necesidad de que esa frustración disponga de un bálsamo continuo para evitar una enorme rotura colectiva. Ese bálsamo es sin duda el mantenimiento de las clases medias -hoy autodestruidas y en franca decadencia- y el cuidado y escucha activa de diálogos y debates intelectuales fundados y llenos de razones y argumentos sólidos no sentimentalizados, es decir el cultivo de eso que Ortega llamó la minoría selecta, y que no es una forma de aristocracia griega moderna sino la manera de favorecer sociedades mínimamente virtuosas basadas en lo que podríamos llamar atención autorizada continua como complemento a un creciente y descontrolado fenómeno de escucharlo o leerlo todo…

En la sociedad tiránica del Like, TODO tiene la importancia pasajera de la atención que genera en un determinado momento (hashtag, trending topic, meme, challenge, clicbait) para acto seguido morir en el olvido. Explicado de una forma más clara y sin duda muy trágica: no existe lo que no está existiendo ahora. Este podría ser el título de una de esas presentaciones ridículas, vacías, idiotizantes y aspiracionales de cualquier profesional del marketing de ventas. Aceptar -tal y como estamos aceptando- que no existe lo que no está existiendo ahora, equivale a despreciar o exiliar lo que fue o lo que siempre seremos, equivale a sustituir la memoria consciente (que nos evita repetir errores del pasado) por la atención dispersa (que nos sume en la indefensión).

De este modo, los esfuerzos actuales de nuestra especie no se centran tanto en aprender a pensar como en captar las sucesivas y esquivas atenciones. Esto nunca había sido un problema para las sociedades modernas porque si bien la teoría la soberanía popular existía, en la práctica esa soberanía era siempre gobernada por una minoría de personas medianamente conocedoras que ocupaban un lugar prioritario, central o referencial. Estemos o no estemos de acuerdo con Juan Ramón Jiménez o con Ortega (que incluso defendían que la civilización dependía de ella), en nuestras sociedades existía y existe una eterna minoría selecta. De algún modo nunca hemos logrado desasirnos de esta inercia. El dilema no está en que exista o no sino en las personas que en cada época la integran.

Así, no es lo mismo que tu presidente del gobierno sea Donald Trump que Abraham Lincoln; no es lo mismo que la opinión colectiva sea guiada por Marx, Adorno, Cioran o si se prefiere Mill, Mises o Hayek, que por Belén Esteban, Messi o el Rubius. No es lo mismo mantener un diálogo sensato y cultivado entre un neoliberal convencido y un republicano socialdemócrata, que mantener un ridículo diálogo entre un presentador de La Sexta y un youtuber que acaba de terminar de ver un video y repite una a una sus premisas. Por extensión, y sin caer en la beatería cultureta, no es lo mismo que una persona no lea nada en absoluto y limite su vida a trabajar, mandar whatsapps y jugar a videojuegos, que una persona -además de hacer lo anterior- dedique tiempo a conversaciones significativas, libros interesantes o experiencias vitales que conformen un sólido edificio crítico e intelectual sobre el que desarrollar ideas. No, no es lo mismo. Una cosa y otra generan sociedades diferentes.

Las formas de selección de esa eterna minoría eran la vía académica o cultural (mayor y mejor conocimiento sobre determinado ámbito o sobre la perspectiva genérica) o la vía experiencial (mayor y mejor experiencia en ese área). Si antes dábamos nuestro reconocimiento -de forma acertada o equivocada- a personas que socialmente eran reconocidas por sus ideas o trayectorias, hoy damos nuestro reconocimiento a hombres y mujeres de paja, personas que no nos animan a mantener nuestra dignidad sino que enmascaran su indignidad propia con técnicas de manipulación, marketing o empobrecimiento moral. Las formas de selección de esa minoría de referentes no solo se han deteriorado sino que se han entregado por completo al capricho voluble de la gente. Hoy el proceso social de selección de minorías no tiene nada que ver con una autoridad social brindada por la excelencia en el ámbito del pensamiento o la racionalidad, sino que la concesión de autoridad prescriptiva en nuestras sociedades está cada vez más ligada a la capacidad de generar irreflexión y entretenimiento.

 

DISTINGUIR SUBJETIVIDAD y SOBERANÍA

La frase Todo es subjetivo o Todo es relativo que repiten continuamente desde profesionales del coaching, a alumnos de secundaria y políticos que nos representan, no solo es vacía y absurda sino que atenta contra los grandes valores democráticos que construyeron lo mejor de cuanto somos. Además de hacernos más estúpidos este tipo de reflexiones sencillas y baratas nos abocan a olvidar un hecho: no es lo mismo subjetividad que soberanía. Yo soy demócrata en la medida en la que acepto que tengas derecho a expresarte como sujeto soberano, pero también soy demócrata en la medida en que cuestiono y contrasto mis ideas contigo para llegar a una conclusión que podamos compartir como cierta.

Con la incorporación de la subjetividad a la escena, es decir con el nacimiento de la opinión pública, en lugar de aprender a respetar, cuidar y honrar a cierta intelectualidad movilizadora, la aniquilamos en nuestro individual deseo de alcanzar la relevancia. Pero olvidamos -aunque internet nos lo recuerda a diario- que más personas opinando no necesariamente hacen un mejor pensamiento, sino que a menudo desembocan en todo lo contrario. El maestro Amalio Rey ha sintetizado durante años lo mucho que se ha hablado sobre esto. Para que exista inteligencia colectiva, debe existir voluntad individual de aprender a pensar; y por otro lado mucha publicación ideas no garantiza una elevada calidad de ellas.

Con la subjetividad (es decir, con el disruptivo derecho a ser alguien en el mundo), la persona (campesino, siervo, cumplidor, esclavo, sometido o vasallo) que solo podía aspirar en la Antigüedad a la supervivencia diaria, dio un salto espectacular al cambiar una vida de penurias y servidumbre por el renovado espíritu de trascendencia al que le invitaba la nueva ciudadanía. Este inmenso salto cualitativo se produjo sin apenas transición ya entrados en el siglo XIX pero solo comenzó a resultar verdaderamente trágico a comienzos del siglo XXI. No solo porque el insaciable crecimiento poblacional que predijera Malthus se multiplicara, y no solo porque la intensificación industrial adquirió dimensiones inasumibles para la Tierra, sino sobre todo porque el siglo XXI nació de la prisa, de la urgencia, fue de hecho un recién nacido prematuro que no se adelantó unos meses sino 2 décadas. Y la urgencia es ante todo contraria a la reflexión y la racionalidad. Por eso en los endemoniados cursos de marketing no se enseña a las personas que venden cosas a razonar, sino a hacer que las personas que pueden comprar lo hagan rápido, cuanto antes; y por eso repetimos como un mantra -que si se piensa en completamente absurdo, ilógico y esclavista- que el cliente siempre tiene la razón.  ¿Qué clase de broma pesada es esa? No, amigos, la Razón no se tiene por comprar algo o tener la voluntad de hacerlo, sino que alguien tiene razón por el esfuerzo, el compromiso y la voluntad que imprime en cultivarla. No se nace con razón, se adquiere.

Cuando hablo de la sociedad tiránica del like, quiero decir que en la realidad posmoderna y decadente que vivimos tiene más valor un “Me gusta” que un razonamiento poderoso. Pero no nos martirecemos con esto, no dramaticemos, simplemente analicemos lo que nos está ocurriendo poco a poco: Las buenas ideas no son las mejores sino las más votadas. Mientras algunos sienten que peligra la democracia, lo que ocurre es precisamente lo contrario: TODAS las personas opinan y votan sobre TODO incluso cuando no tienen criterio. Esto, que era válido y noble en el marco de la representatividad política y la salvaguarda de los derechos colectivos desde el nacimiento de la democracia moderna -toda una conquista histórica de libertad-, no lo es tanto para determinar qué es lo ético o lo correcto en una enorme cantidad de ámbitos que requieren conocimiento y especialidad. No todo vale y no todas las opiniones son respetables de facto, sino que más bien podemos determinar si son o no respetables siempre a posteriori, tras un civilizador y calmado diálogo y sobre todo desde el tamiz del conocimiento y no desde el mero derecho a la opinión. Al entregarnos a la mentalidad apriorítica, al juicio rápido, al impacto y la emoción, lo que hacemos -y lo estamos haciendo en masa y de manera alarmante- es comprar con la omisión de nuestra inteligencia, la estupidez colectiva.

Un pensamiento republicano y a la vez liberal me acompaña frecuentemente y proviene de mis continuas lecturas de Habermas, Sandel y Rorty: Si todos podemos erigirnos como sabedores o conocedores de todo, esto es, como opinadores dogmáticos y sintetizadores de verdad en potencia, no solo no hemos superado las tiranías con las que los antiguos príncipes nos oprimieron, sino que por el contrario cada uno de nosotros se ha convertido en un príncipe tirano de los otros sustituyendo la convivencia por la tiranía mutua y competitiva. En esta reedición de la sociedad hobbesiana que confirma todos los temores de Carl Smichdt, la cautela y la humildad se vuelven minoritarias, y la entrega y la pasión inconsciente e irreflexiva con opiniones infundadas se convierte en el regulador de la vida. Somos dictadores individuales que se suman a la dictadura colectiva del like. Los púlpitos públicos de hoy no están ocupados por relevantes pensadores, denodados juristas, extraordinarios filósofos, eminentes políticos sino por personas que no solo son como cualquier persona -porque los antiguos referentes también lo eran- sino que además no hacen nada para dejar de serlo y son admirados como si no lo fueran. La estupidez y la ignorancia han conquistado los puestos de mando y los puestos referenciales que conformaban la ejemplaridad pública y construían los mitos y narrativas sociales de la heroicidad.

 

NO REDUCIR LA VIDA A LA SATISFACCIÓN PROPIA

El respeto no consiste en aceptar lo que dice cualquier persona como válido, sino en tolerar a cada persona que se expresa pero cuestionar sus planteamientos. La pasiva y acomodaticia forma que hoy tenemos de entender el respeto es en realidad indolencia, temor al conflicto y mediocridad racional. Hace poco me preguntaron en qué consiste la postverdad, y creo que es una buena suma de todas estas cosas que nos están destruyendo y que algunos estamos tratando de curar y revertir:

Nuestras sociedades han llegado a tal punto de estupidez colectiva que si bien en la antigüedad más reciente nadie que no supiera o pensara a diario negaba la utilidad de saber o pensar; hoy en día muchas personas dudan incluso de que hacerlo sea incluso útil o sensato. En realidad muchos de ellos están en lo cierto. La sociedad ha dejado de premiar al que sabe para premiar simplemente al que más consume y compite. Y para hacer esto último se necesitan sobre todo altas dosis de ignorancia e inconsciencia. En la mente de cualquier persona de hoy surgen a diario una cascada de preguntas hasta ahora inéditas: ¿Por qué tengo que pensar?, ¿Por qué tengo que hacer cosas que no me gustan?, ¿Por qué debo leer?, ¿Qué me aporta conocer? o siendo más exactos… ¿Por qué pensar pudiendo tan solo no hacerlo y obteniendo grandes beneficios económicos por ello?, ¿Por qué no es correcto hacer tan solo lo que me gusta si es lo que de veras quiero?, ¿Por qué he de leer pudiendo vivir mis propias experiencias?, ¿Por qué conocer algo en detalle si todo está en internet?

En este contexto, las personas como un mínimo sentido común y un honorable sentido propio escasean. No porque seamos más viles que antes, sino porque lo que cada vez hacemos con mayor frecuencia nos envilece más rápido y profundamente. Vivimos sumidos en una ética de la voluntad propia o individualismo posesivo-defensivo que siempre fue conocida por su verdadero nombre: egoísmo. El problema de ser egoístas y de encontrar cierta virtud en el egoísmo (una tesis ampliamente defendida por la escuela económica austriaca, el tardoliberalismo deformado y el objetivismo de Rand, solo por citar algunos apóstoles), es que olvidamos por entero las bases sobre las que se asienta el progreso histórico de la condición humana: la solidaridad social. El relativismo moral que afirma que lo que tú dices y lo que yo digo es todo respetable a priori (y no a posteriori) olvida que las conquistas de la ilustración no arrojaron un mundo potencialmente mejor porque respetáramos todas las ideas, sino porque convenimos en respetar a todas las personas por medio de su cuestionamiento continuo. Al haber olvidado esto, somos víctimas de un punto muerto colectivo en el que cualquier discurso es válido y por tanto ninguno moviliza.

Decía el maestro Lessing en plena Ilustración que “el valor de una persona no se define simplemente por la verdad en cuya posesión cualquiera está o puede estar, sino por el esfuerzo honrado que ha realizado para llegar hasta ella. Así pues, no es por la posesión de la verdad sino por la constante investigación en pro de la verdad como se amplían sus fuerzas, y sólo en ellas consiste su siempre creciente perfeccionamiento. La posesión hace apático, perezoso y orgulloso“. Pero ¿Qué esfuerzo para llegar a la verdad tiene un tertuliano?, ¿De qué esfuerzo hace uso una persona que retwitea o vive en el feed continuo de lecturas efímeras? ¡Qué razón tenía Lessing podríamos decir al leerle!, ¡Cuánto exceso de orgullo y defensa de lo propio se gasta hoy y qué poca voluntad de entendimiento del argumento ajeno!, ¡Cuánta mala energía gastamos en la fratricida lucha por no desposeernos de la verdad propia contra la verdad ajena!. Y en esta batalla dialéctica ridícula, que no nos aleja demasiado de nuestros parientes primates, pasamos las horas y los días, los artículos de blog, las publicaciones de linkedin, los videos de youtube en los que abundan palabras como “Tal persona destroza a tal otra en tal debate” o “Le da la lección de su vida” o “Le pone en su sitio” ¡Qué escasez intelectual, amigos/as! los programas de televisión, los videoblog, las noticias, las tertulias y la prensa, en todos los lugares la carnaza abunda.

Al hacer esto, no solo estamos cambiando a un ritmo acelerado la paideia, esto es, la forma en la que entendemos y transmitimos el mundo, sino que estamos tratando de apropiarnos de la verdad el mundo y reformulándolo cada día en una suerte de adormecimiento continuo en el que todo parece cambiar cuando en realidad todo empeora. Porque quien se gasta estos comportamientos -y sobran los ejemplos- no solo desconoce las consecuencias de lo que dice o piensa sino que empeora el mundo a cada paso.

Si hemos dejado de movilizarnos colectivamente (e incluyo a las empresas actuales, tremendamente inertes a nivel intelectual), o al menos si hemos dejado de hacerlo de forma provechosa, es porque en la sociedad del entusiasmo nos movilizamos sobre todo por la satisfacción propia. Si la satisfacción de las necesidades esenciales a nivel individual siempre ha sido conditio sine qua non para nuestra supervivencia propia, lo cierto es que tenemos ingentes evidencias históricas -me refiero a océanos de pruebas- que demuestran que es cierto aquello que afirmó Nietzsche, y antes que él toda la genealogía de grandes maestros desde Tales de Mileto y Lao Tsé, a saber, que “solo en cuanto animal social el hombre ha aprendido a ser consciente de sí mismo, y así lo hace todavía y lo seguirá haciendo. La conciencia no pertenece a la existencia individual del hombre, antes bien a lo que en él es naturaleza y rebaño” (Gaya ciencia, V, 354).

Reducir nuestra vida a la satisfacción propia no solo nos envilece sino que nos aproxima a la barbarie de la ignorancia de la que me alertó en mi primera juventud la lectura del gran maestro Steiner. Aprender a pensar es una tarea ardua y continua. No hay principio ni existe fin. Quien se atreve a pensar opone su propia vida a la actitud rígida, pueril y cómoda del pensamiento dogmático y a la actitud cómoda, barata y nada comprometida del relativismo. El problema de nuestro tiempo no es la existencia del populismo. Éste siempre ha existido, todos durante la mayor parte del día somos de hecho populistas, y durante toda la historia de la humanidad la mayoría de la población ha regido su vida diaria alrededor de la irreflexión y la emocionalidad constantes. El problema es que el populismo -para el que todo es relativo y la verdad no importa- rige hoy nuestras vidas. La continua búsqueda de satisfacción propia, esto es, la incapacidad sistémica y radical de razonar y explorar la verdad y a su vez la extraordinaria capacidad de fabricar falsedades y convencer de ellas a otros, además de seguir condicionando nuestras pequeñas decisiones diarias, ahora condiciona los lugares y espacios donde se toman decisiones importantes. En esos lugares donde antes -hasta hace relativamente poco- se pensaba, hoy tan solo se publicita y se comparte pero mayoritariamente no se piensa. En otras palabras, la irreflexión ha conquistado de forma plena los puestos de mando de nuestras sociedades; el populismo y la tecnocracia han desplazado por completo de la escena pública y el ideario referencial y simbólico a la cultura del esfuerzo, el ejercicio de conocimiento y la voluntad de pensar y razonar de acuerdo a criterios racionales.

El que hoy influye a otros ni siquiera necesita hacer ya el esfuerzo por conocer los hechos o tratar de explorar múltiples dimensiones de una misma verdad. Tan solo se limita a favorecer una profecia autocumplida de su propia voluntad. Las personas que hoy ejercen influencia sobre grandes mayorías, grupos o comunidades de gentes no destacan por su capacidad de haber logrado algo y escapar del vacío; sino que son heroicos por su capacidad de hacer de la plena nada, simplemente algo. Las divertidísimas y absurdas entrevistas de David Broncano, el relativismo moral del twitchero Grefg o el Rubius sobre su migración a Andorra, o el populismo político de la nueva generación de dirigentes mundiales, responden todos ellos a una misma realidad: la Nada. Todo lo que rodea a la persona es vacío, solo la propia persona importa y existe. Y por tanto todo lo que se aproxima a la persona (entrevistado, sociedad o aficionado) queda eclipsado por ella.

El entrevistador que es siempre protagonista de todas sus entrevistas cuyos contenidos improvisa aunque existan guionistas, el jugador de videojuegos que se define como “creador de contenido (revolvéos en la tumba Tolstoi, Berlin, y temblad Buonarotti o Borges) o el político que aspira a ser incoherente sin que se note demasiado, todos ellos son productos de una misma realidad: la reducción de la vida a la satisfacción propia. En todos ellos el todo (el mensaje y fin último) importa menos que la suma de las partes (la distracción o la dispersión intermedia). En ese contexto, paradójicamente TODO es menos vistoso que NADA. Pasar el rato es mejor que significarlo; presumir de que se ignora algo es mejor que tratar de conocerlo. Así, el entrevistador ya no necesita preparar la entrevista porque él es el protagonista, el youtuber no necesita mejorar el país en el que nació porque se puede ir a otro, y el político no necesita conocer los hechos porque puede provocarlos. Todo es más rápido, más cómodo y más nada.

 

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