Seleccionar página
Tierra de nadie

Tierra de nadie


 

-Y usted, señor, ¿a qué se dedica?

-Yo soy metafísico

-Hay gente pa tó

Conversación en la barrera de la plaza entre Bombita, torero, y Ortega y Gasset

 

Hablo con seres vivos a diario, algunos no lo parecen ni son conscientes de serlo pero lo son. Me encargo de recordárselo a diario. Desde mi atalaya se contempla una enorme masa de cuerpos y de ruido. La confusión cobra múltiples formas. En esta sociedad de muchos que se autoexigen y pocos que les gobiernan, crece aceleradamente la tierra de nadie. Cada vez menos lugares físicos y menos lugares emocionales nos pertenecen, antes bien ampliamos cada día el grado en el que pertenecemos a otros. La extensión de la comunicación humana a nivel global no logra por el momento salvar las fronteras del continuo adoctrinamiento. Será que el pensamiento crítico no es una cuestión de tener en nuestra casa más libros o mejor ancho de banda, sino de educarse y esforzarse realmente por tenerlo. Un cliente resopla: «Parece que poco a poco ya volvemos a la normalidad». Le respondo sonriendo: «No se qué de qué me hablas, nunca he conocido eso«.

En este artículo recorreré el estado actual de la fuente de conocimiento más empleada por los individuos de mi especie, la cultura audiovisual. Este es el mapa inicial de nuestro viaje:

  • De donde venimos: El estallido irracional de los 80
  • El mito del pasado como consuelo sistémico
  • La normalización del colapso
  • El abordaje epidérmico: Todo superficial es mejor que algo en detalle
  • Hacia donde vamos: La tierra prometida de China

Comenzamos.

 

DE DONDE VENIMOS: EL ESTALLIDO IRRACIONAL DE LOS 80

La tierra que se deshace ahora bajo nuestros pies es la misma tierra que nuestros padres sembraron con su sudor en los años 80 y 90. El reproche hacia las generaciones posteriores o presentes como responsables de la actual falta de horizonte y de sentido no solo es impostado sino que también es parcial y falso. Ellos fueron tan culpables como nosotros de lo que hoy tenemos. Y digo culpables y no responsables porque hablamos de mayor homicidio colectivo de la historia, de uno del que todos somos parte. En aquellas décadas fundamentales para comprender el origen de la futura implosión y el colapso venidero (mi investigación ya apenas ofrece ninguna duda sobre esto), la cultura audiovisual generaba ya pocos contenidos de denuncia sistémica.

Continúo acumulando ingentes pruebas sobre cómo se nutrió entonces la pasiva desatención de toda una especie hacia sus actos y sus perversas consecuencias. No es que antes de los años 80 lo hiciéramos mejor, es que nuestra iniquidad estaba todavía medianamente restringida a sus respectivos territorios culturales y sociales. Pero todo adquirió la velocidad de la luz -o mejor dicho la de la oscuridad- a finales del siglo XX. En nombre de esa libertad de la que muchos hoy se apropian, el malestar fue extendiéndose y permeabilizó con claridad al tiempo que la industria del entretenimiento y la tecnología digital se diversificaban para robar el presente.

La cultura fílmica en las sociedades enfermizas del siglo XXI es uno de los mejores indicadores de la ausencia generalizada de salud mental. Incluso si uno se abandona al capitalismo de plataforma del que llevo varios años saliendo, todo apunta a que no estamos muy bien, ni tan siquiera aceptables. Los únicos filtros que pasamos ya son los de instagram, pero la apariencia de felicidad apenas se sostiene. Los títulos de películas y series son como droga que mantiene al ciudadano apolíptico conectado a la ficción agorera del absorbente sistema. Aunque las campañas electorales y las instituciones sociales todavía permanecen al margen del enorme abandono moral y el declive que vivimos como especie, y aunque hoy más que nunca la realidad supera con creces a la ficción, resulta interesante contemplarla para ver nuestro estado emocional e involutivo en ella. En lugar de combatir los hechos que demuestran que nos estamos yendo al carajo (como especie, como sociedad, como seres vivos), la industria audiovisual imagina variantes posibles de las inmediatas consecuencias de un comportamiento irresponsable.
 

EL MITO DEL PASADO COMO CONSUELO SISTÉMICO

Se respira desazón y nostalgia en las películas de nuestro tiempo. Parece intuirse en ellas un ejercicio introspectivo de dolorosa constricción que engloba a toda una especie y tal vez sea la mejor muestra del actual pulso del planeta. Como contrapunto, uno puede observar con gran facilidad los denodados intentos de Hollywood por levantar el ánimo cueste lo que cueste con películas ambientadas en otro tiempo, remakes de épocas mejores. Lo bueno o lo residualmente admirable de la humanidad ha dejado de buscarse en el presente y se nutre del barniz épico de relatos anteriores. Si bien mirar a otro tiempo para fabricar el ejemplo ha sido una constante en la historia de la humanidad desde el poema de Gilgamesh, el Enuma Elish u Homero, puede que nunca antes haya existido una ausencia tan flagrante de referencias contemporáneas que aporten esperanza y visión crítica a los que siguen vivos. De algún modo echar la vista atrás y recrearse con tiempos mejores, tranquiliza y ofrece una imagen de nuestra condición mucho más animosa que la presente. Parecemos flotar de orgullo cuando nos fijamos en otras épocas en las que había menos sobrepoblación humana, menos degradación ambiental y mental, y ante todo menos aversión al esfuerzo, la crudeza y el dolor consustanciales a la Vida. Desde nuestras pantallas miramos al mundo que era antes, en una suerte de incoherencia extrema desde nuestro televisor celebramos absortos aquellas épocas en las que todavía existía realidad más allá de las pantallas.

Abundan así las películas bélicas de la IIGM o incluso de la IGM, los títulos que recuerdan los gloriosos 30 años de la posguerra o las semblanzas de personajes mesiánicos que abundaban cuando nuestras sociedades predigitales todavía tenían referentes. Pero nadie en definitiva parece atreverse a defender un atisbo de bondad o vislumbrar un estímulo de esperanza en ningún aspecto de todo cuanto lleva ya más de 4 décadas pasando. Mientras Ana Iris Simón echa de menos el tiempo de sus padres y lo mitifica y lo recrea, olvidamos que fue en aquella generación donde se gestó y aceleró la maquina de mierda que salpica hoy las sociedades posmodernas. Como no tenemos ni puta idea de lo que somos ni queremos, nos decimos que los matrimonios sin divorcio, la escasez de libertad o el caciquismo rural eran mejores, que entonces se comía y vivía mejor. Pero la realidad es que no, el mundo de nuestros padres no era mejor ni ellos eran mejores, simplemente tenían entonces menos instrumentos y mucha menos tecnología para explotar la avidez y desenfreno que han sido en nosotros consustanciales siempre.

El ejercicio de Ana Iris Simón se convierte así en un magnífico ejemplo y un muy bello ejercicio literario de retrotopía, esa búsqueda de una utopía deseable que los actuales seres humanos encarnan en un pasado ideal que nunca existió pero que al reescribirlo de forma ficticia, tranquiliza. Sin medios para poder llegar a esbozar el mapa freudiano de emociones destructivas que hoy nos recorre, entonces -en aquella época- eramos miles de millones de personas menos, no habíamos multiplicado aún por 1000 el ritmo natural de extinción de las especies vivas, consumíamos menos no por convicción ni ética sino porque fuimos -conviene recordarlo- pobres como ratas y la mayoría de nuestro territorio apenas tenía retretes ni agua corriente. Por último, y por descontado -aunque no menos importante-  el totalitarismo todavía era local y analógico. Así que no, no éramos mejores sino igualmente dañinos pero sin medios ni recursos.
 

LA NORMALIZACIÓN DEL COLAPSO

En mi trabajo de investigación exploro ahora los estudios sobre colapsología y las causas de nuestro malestar continuo. Parece que hubo un tiempo en el que las crisis sucesivas fueron suficientes para mantenernos a raya, hasta que hace relativamente poco comenzamos a trabajar activamente para el auténtico y definitivo colapso. Lo que estoy descubriendo -con datos, cifras y hechos de nuestra historia antigua y reciente- sencillamente me aterra. Sea como fuere, parece como si el capitalismo financiero y digital no evocara en los cineastas ninguna voluntad de épica (¿por qué será?), antes bien aflora el cine que muestra la inhumanidad del ser actual en medio de su humanidad herida. Margin call (2011) The company men (2010) nos ofecían hace años un retrato certero del funcionamiento de la empresa global deshumanizada que apenas ha cambiado. El cine que celebraba la épica y que entonces era sustituido por el cine que retrataba el despropósito, ha sido hoy devorado por el cine que perfila futuras catástrofes. Peliculas de virus, desahuciados sociales, corrupciones políticas, tráfico de influencias, carestía de recursos naturales o exploraciones espaciales para huir de la miseria de la Tierra aventuran una imagen realista de las consecuencias del mundo que estamos construyendo. El ciudadano medio llega a casa y se enfrenta a dos decisiones: ser espectador pasivo de cualquier relato audiovisual del futuro colapso o evadirse del mundo humano con programas vacuos o banales comedias románticas francesas o italianas. Cualquier cosa menos asumir responsabilidad propia.

En una suerte de hibridación entre la vida real y la ciencia ficción a uno le resulta complicado diferenciar los guiones más catastrofistas de Hollywood de las noticias que a diario muestran los televisores y de los hechos de los que las revistas científicas nos alertan. Peliculas y series como The last man on Earth, I am leyend, The book of Eli, Virus, IO, la saga Cloverfield, El día de mañana, Contagio, Un lugar tranquilo, Tren a Busan, The Road, Infectados, 2012, The 100, The Rain, 3%, Walking Dead  son insignificantes al lado de los documentales o películas basados en hechos reales como An unconvenient Truth, Lo imposible, Tierra, La hora 11, Plastic Planet, Océanos, The true cost, River Blue, Cowspiracy, 2040, Home, Gaia, o Comprar, tirar, comprar.

Incluso una película de ficción como Extinction (2018) es menos dramática que el documental científico sobre la realidad actual del planeta que David Attenborough ha presentado recientemente con el mismo nombre Extinction (2020). Asustan mucho más los documentales verídicos sobre la realidad invasiva y totalitaria de la tecnología digital incipiente que la serie de ficción Black Mirror (2011). Y en este climax de asunción del colapso, parece como si en el estado actual de las cosas, la aparición de Godzilla por la Gran Vía de Madrid o el aterrizaje de un platillo volante no fueran a causar mayores reacciones que el advenimiento de Boris Izaguirre anunciando la última crisis de la Pantoja. Para confirmar todos los pronósticos que atestiguan nuestra imbecilidad galopante, en el año 2049 el bueno de George Clooney, en la piel de uno de los grandes científicos de su tiempo y uno de los pocos miles de supervivientes, se anima en The midnight sky (2020) a advertir a unos astronautas que regresan de Júpiter, que mejor se den la vuelta, que aquí abajo «como veis, no se nos ha dado bien eso de cuidar el planeta en vuestra ausencia«.

Todo esta enorme estimulación audiovisual ocurre en un estado de anestesia social que da la espalda a las evidencias científicas por medio de estas y otras distracciones. De cuando en cuando el trabajador más quemado enciende el televisor y visualiza videos de tailandeses o indonesios construyendo casas con sus propias manos en medio de la naturaleza. Nuestra nostalgia de cazador-recolector que salió de África hace 300.000 años se mueve en busca de una autenticidad extinta, al mismo tiempo que la desertificación completa de los bosques de pluriselva de la isla de Borneo es un hecho. El televisor sobre el que se ofrecen esas imágenes bucólicas paradójicamente  reposa sobre un mueble de Ikea fabricado con contrapachado de madera de una pretérita biodiversidad de millones de años al que la voracidad humanidad ya ha vencido.

Con suerte esa persona ha sacado tiempo volviendo del trabajo para ir a la carnicería o la pescadería y comprar algo. Mientras hace a la plancha su cena, el árbol genealógico del pez, el pollo, el cerdo o la ternera se diluye en la efectividad económica de la maquinaria posmoderna de forma efectiva. Efectiva solo para nosotros, claro, porque desde 1950 el volumen de la pesca ha crecido de 18 a 100 millones de toneladas al año agotando 3/4 partes de los bancales marítimos y haciendo desaparecer a un 60% de las especies marítimas de gran tamaño. La alternativa a esta realidad es también extrema. ¿Qué podemos reprochar a ese español medio que consume 240 litros de agua diarios o a ese estadounidense que consume 4 veces más? Si no eres una de esas personas que forman parte de ese millón de sapiens por semana que se muda a las ciudades en busca de un trabajo precario escapando de la aridez y la pobreza del mundo agrícola abandonado, pertenecerás a esa otra mitad de la humanidad que aún cultiva la tierra. Y si vives por debajo del meridiano, con certeza serás parte de esos 3/4 partes de personas que la cultivan a mano, o tal vez una de esas 1 de cada 4 personas (1.500 millones de personas) que viven como se vivía hace 6.000 años, o puede que una persona entre las 1.000 millones de ellas que no tiene acceso todavía hoy a agua potable. Si eres de ellas con certeza no estarás leyendo este artículo, porque no tendrás acceso a internet (el menor de tus problemas), y vivirás en uno de esas decenas de países ricos en recursos con poblaciones completamente explotadas en las que se acumulan la mitad de los pobres de este mundo y cuyo esfuerzo genera la mitad de la riqueza del planeta humano en manos del 2% de personas. Algún imbécil -o por desgracia ahora muchos- escribre de cuando en cuando un libro celebrando la mejora significativa de la calidad de vida de la humanidad entera. Hay gente pa tó, que diría Bombita.

Y en medio de este mundo inventado en el que la felicidad huye del que posee y se le arrebata al explotado, uno queda perplejo al contemplar los poderosos, fríos y vacíos paisajes que se suceden en la carretera rodeando de infinitud el hogar móvil que conduce Frances McDormand. El espectador huye con ella en esa furgoneta, trata de escapar sin ningún éxito de una sociedad rota cuyas cenizas muestra con maestría Chloé Zhao en Nomadland (2020), una oda a una época llamada Progreso que dicen -aunque ya no se sostiene – que antes existió. De acuerdo a las exigentes y ahogadoras premisas de la mano invisible (Adam Smit, nuestro valiente profeta), aquellas antiguas industrias hoy yacen bajo el polvo a la sombra de las grandes naves robotizadas de Amazon, aquellas ciudades llenas de vida son hoy lugares fantasmas que visitan seres que provienen de las megaciudades emergentes, y los excedentes humanos de aquellas familias con grandes coches, barbacoas y jardines hoy tratan de sobrevivir sin apenas dinero para malcomer en los maleteros de un coche. La clase trabajadora que vivió la ficción eventual de creerse clase media ya cumplió su cometido. Sin ser conscientes de ello el esfuerzo diario de centenares de millones de personas -entre ellos mis padres y los tuyos- se convirtió en el mejor acelerador combustible para la demolición del mundo conocido (el natural y el humano). Y entre tanto Elon Musk fabrica cohetes para abrir el espacio al mercado. Desea trascender y perdurar en lugares remotos del tranquilo universo… Tranquilo, claro está, porque todavía no llegamos nosotros. El caso es que veo a la sonda Voyager I descojonarse de la risa al contemplarnos desde sus 22.600.000.000 de kilómetros de distancia, a un ritmo de carcajada en el que huye del planeta Tierra a 17 kilómetros por segundo. El otro día al comentárselo a una amiga que todavía está bien de la cabeza, me decía… ¡Qué envidia!

Pero créanme, el éxito de Nomadland no es un fenómeno puntual, responde a un patrón de expresión creativa audiovisual concreto que muestra la humanidad gris que ahora somos. Ese patrón tiene múltiples ejemplos. Un año antes de Nomadland, en la también mundialmente celebrada Parasite (2019) un irreprochable Bong Joon-ho pintaba el retrato de la inmensa y mayoritaria cara B del mundo, familias que viven del pillaje en la miseria, seres humanos convertidos en parásitos sociales por el mecanismo empobrecedor y la lógica diligente del sistema. Apartados del mundo se convierten en seres invisibles. Nuevas éticas de la precariedad se abren paso en estructuras laborales decadentes que lentamente quiebran. Lo que fuimos ya no sirve y nadie sabe hacia donde ahora vamos. El ejercicio de exposición de nuestra miseria que realiza Bong Joon-ho lleva hasta el cine de masas la larga tradición de exposición de la miseria que realizaron en su día Ken Loach, Vitorio di Sica (su imprescindiible Ladri di biciclette es pionera) o Luis Buñuel.

Y cuando algunos piensan… Bueno, pero también somos capaces de grandes cosas, dos buenos ejemplos de bofetadas cinematográficas nos demuestran que sí, en efecto lo somos, pero sobre un amplio océano de corrupción y de mierda… En The last face (2016) el maravilloso director Sean Penn mostraba el retrato descarnado del mundo de los cooperantes, esa legión de animales heroicos que no contentos con disfrutar una vida de privilegio se adentran en lo más oscuro y lo más negro. Seres humanos que pretenden tan solo ser humanitarios, esto es, servir a sus semejantes, sufren las consecuencias de una globalización envilecida que muerde a quienes tratan de curarle las heridas. Charlize Theron y Javier Bardem cruzan sus vidas en una continua batalla por superar la iniquidad de los laboratorios farmaceúticos, la corrupción de las instituciones políticas o la constante dentellada de los grupos paramilitares armados por Occidente para mejor matarse. Algo que ya había sido puesto sobre la mesa en la también descarnada -y edulcorada- película Beyond Borders (2003) en la que Angelina Jolie vive un apasionado romance con Clive Owen, un doctor que se mueve por varios continentes entre la ilegalidad y la legalidad de los médicos cooperantes que ponen tiritas a una humanidad que se desangra en abierto.

Las series Euphoria, Shameless, Modern Love, Fleabag o Transparent ponen sobre la mesa de la cena de millones de familias la vida de personas que lidian como pueden con construcciones sociales, identitarios y culturales anacrónicas que destrozan su salud mental a diario en el fuerte choque con el individualismo contemporáneo. Una mujer con una vida vacía se siente extasiada ante la vida de los otros que contempla a través de las ventanas mientras toma el tren camino a casa cada día en The girl on the train. La excelente Robin Wright trata de superar un suceso traumático en su vida escapando y dejándose morir en las montañas en Land. Trabajos que no existen, afectos que se crean para sustituir a otros que ya se fueron, relaciones amorosas urbanas, fugaces y sedentarias, amores dificiles de mantener en medio de la furia turbulenta posmoderna. La película V de Vendetta cuyas máscaras fueron utilizadas posteriormente en el ya completamente extinto espíritu del 15 M o las series Years and Years, Black Mirror, Them, The Wire o The handmaids tale alertan -tal y como antes lo hicieron Orwell, Asimov, Bradbury o el propio King- de los peligros del fanatismo que favorece la pasividad. Donald Trump ha hecho más daño al mundo del que jamás hizo Kevin Spacey en House of Cards.

Proliferan los documentales que nos advierten de las consecuencias de las burbujas financieras del dataísmo, la deshumanización provocada por las redes sociales, el peligro de la cesión de datos personales, el aumento de la publicidad subliminal. Y como consuelo uno puede visualizar el lavadero de conciencias psicoanalítico del mundo en In treatment o conocer las últimas tendencias y modas que aceleran la inercia desde la mirada de la consultora Axios.

En Una ventana al mar (2019), Miguel Ángel Jiménez nos ofrece otro retrato frecuente: una mujer madura que ya no es útil para la sociedad para la que trabajó pero se niega a renunciar al amor o a sus sueños antes de morir. De algún modo se niega a reconocer que ella no posea ya belleza y eso la convierte en el mejor paradigma de la mujer heroica posmoderna. La inalterable mirada de Emma Suárez se abre paso desde el Cantábrico y a través del mar Mediterráneo hasta acabar en uno de los países destruidos por la crisis, Grecia. La antigua cuna de la civilización moderna se convierte así en la víctima de un mundo que ofrece una experiencia de renacimiento para el nuevo ave fénix: ser humano de más de 45 años que se niega a que le aparquen. Edadismo o silver sufers lo llaman algunos gurús en sus continuas conferencias, al tiempo que las empresas no reducen sino que aumentan sus formas de discriminación continuas.

En Mientras dure la guerra (2019), la visión de Amenabar trata de advertirnos de los peligros de las ideologías del odio retrotayendo a los espectadores españoles a episodios que todavía emocionalmente sienten como recientes. El mejor Karra Elejalde personifica a un ser humano que hoy desde la periferia intelectual de nuestro tiempo nos parece estratosférico. Un Miguel de Unamuno convencido de convencer y a la vez entristecido por volver a comprobar cómo perdemos todos en esta tierra de nadie que queda tras la derrota continua de quienes tratan siglo tras siglo de educar a España, aún a pesar de aquellos que la pueblan. Pero a Unamuno ya nadie le lee y a Karra Elejalde le escuchan solo unos segundos antes de acudir a las urnas a votar a los nuevos representantes políticos del odio, la ignorancia falaz y el oscuro y vetusto enfrentamiento.
 

EL ABORDAJE EPIDÉRMICO: TODO SUPERFICIAL ES MEJOR QUE ALGO EN DETALLE

Atereados en su propia supervivencia los refugiados climáticos, los represaliados políticos, los industriales proactivos, los jubilados empobrecidos, las femenistas que se enfrentan entre ellas, los riders o las kellys, el desahuciado que ve cómo la persona que le defendía antes le olvida por completo siendo alcadesa, las madres estresadas o los brokers de insatisfacción eterna y pretérita, no prestarían mucha atención a un extraterrestre o un monstruo marino. Y en esta anestesia colectiva en la que todo es incertidumbre y nada es horizonte, en este magma en el que todo se agita y nada llega, la sociedad de todos acaba siendo en definitiva la tierra de nadie. La clave, sobre todo, está en adormecer, en generar activismo de sofá, en provocar agitación y protestas pero de esas que nunca dan problemas.

Alguien escribe un tweet o publica un video en tiktok que se hace viral y algún periodista vago que jamás hizo periodismo de investigación utiliza para llena espacio en el telediario. El video o el tweet no tienen ningún efecto y a los dos días todo se olvida por completo, hasta ahí el activismo posmoderno: controlable, ruidoso pero apenas significativo y siempre fugaz e indoloro. Proliferan los videos en Twitch o Youtube de personas apenas leídas o informadas que comparten su opinión (un puzzle de ideas inconexas) a masas deseosas de adquirir criterio sin esfuerzo. Hay debates de jóvenes curiosos en espacios como GenPlayz que pueden resultar interesantes pero se quedan en la superficie. Como ocurre con casi todo la atención también allí es epidérmica y no orgánica, expositiva y no propositiva. Prima el impacto y la risa sobre el conflicto real y la crítica.

En algunas plataformas, foros y espacios, la cultura sobrevive con mayúsculas y con enorme dificultad. Nos quedan así grandes espacios de conocimiento, fundaciones privadas, instituciones todavía públicas y canales audiovisuales que estimulan la curiosidad sana, el sentido del conocimiento y la conciencia cósmica (ese sabernos muy poquita cosa para desvestirnos de certeza). El Espacio Fundación Telefónica, la Fundación Juan March, Medialab Prado, la Fundación Raíces de Europa, el Museo Nacional del Prado, el MNCARS, el Museo de la Evolución Humana, la Casa Árabe, la Casa Asia o la Casa América son mis favoritos en España. También -por amistades, conversaciones y experiencia- conozco el delicado estado financiero y la escasez de recursos de muchas de ellas, y reconozco que me apena.

Como completemento a esta realidad, la realidad de la antena televisiva en abierto es igualmente descarnada. Ojo al dato: En la televisión española no existe un solo programa cultural o de reflexión documentada o seria en ninguna televisión privada. Han leído bien: en ninguna. De nuevo uno puede escuchar a una caterva de imbéciles repetir el mismo soniquete cuando una conversación se pone interesante: «Parecemos ahora mismo la 2«. Claro, lo parecéis porque el canal 2 de RTVE ahora mismo es el único canal televisivo en España en el que podemos contemplar conversaciones y diálogos de interés para el lector, el curioso o simplemente el ciudadano. Educado en el puro entretenimiento, el ser humano medio no nutre las audiencias de un sistema de medición de éxito audiovisual que hace décadas quedó caduco pero en el que triunfa la voluntad popular de infoxicarse.
 

HACIA DONDE VAMOS: LA TIERRA PROMETIDA DE CHINA

Si no trabajamos masivamente por evitar lo que ya está siendo un hecho -y no basta con que 4 o 5 freakis agentes de cambio rememos en esa dirección- tengo muy claro hacia donde vamos. Puede que el mejor retrato de la inmensa desgracia social y ambiental que estamos propiciando desde el ya obsoleto modelo de relaciones en el que nos movemos, se encuentre en American factory (2019), ese maravilloso trabajo documental de los entrañables ancianos Steven Bognar y Julia Reichert en el que se ve el choque entre la completa amoralidad productiva de China y el imperialismo laboral todavía predominante -aunque en rápida decadencia- de la clase trabajadora de EEUU. Empresarios que eliminan sindicatos, personas que sobreviven con lo que pueden, empleos miserables y dictaduras que esclavizan para multiplicar cosas en la vida del consumidor irresponsable. Y entre medias de ambos mundos se sitúa Europa, cariacontecida y en parálisis permanente.

La sociedad orwelliana ha llegado y se llama China: Mientras la segunda generación de capitalistas financieros aterriza en China proclamando que es la nueva tierra de las oportunidades en la que crecen como setas las ciudades y los mercados, El Gran Hermano totalitario crece y la ambición de Xi Jinping aspira a que la industria de la videovigilancia china recorra la cada vez más corta distancia entre la ausencia total de libertades china y los restos de las democracias liberales y plurales occidentales. Los datos asustan. Desde 2013 a 2020 se ha duplicado el impresionante número de cámaras en las calle chinas hasta alcanzar los 600.000.000, lo que equivale a 1 cámara por cada 2 habitantes chinos. Las etnias uygur y tibetana viven una vigilancia constante por parte de las autoridades chinas que supera cualquier ficción cinematográfica. Campos de reeducación y detenciones arbitrarias a partir de espionaje digital revelan un sistema de represión silencioso muy desarrollado que audita costumbres de consumo, creencias religiosas, facturas, salarios, horarios de empleo, envío y recepción de correos electrónicos, sistemas de mensajería instantánea, geolocalizaciones e imágenes captadas por las cámaras de móvil o en la calle e incluye códigos QR de marcado social y apps desarrolladas exprofeso para vigilar y castigar (Si estuvieras vivo, fliparías, Michael Foucault).

Este sistema de espionaje y etiquetado social al servicio del régimen se complementa con modelos públicos que convierten a sospechosos en personas marcadas u objeto de constante vigilancia. El sistema de Crédito Social, que ahora se exporta a otros paises y que partió de los trabajos de Lin Junyue, infantiliza los ya socavados derechos ciudadanos en China desde hace algunos años. Dicho sistema puntúa a las personas desde la triple A a la D en función del completo cumplimiento de las normas impuestas e incentiva que las personas cumplan con leyes impidiendo y limitando su libertad hasta límites que atentan contra la igualdad de oportunidades en la política, el trabajo o la sociedad. Todo pasa la validación de un baremo de puntos a través del cual las personas van perdiendo derechos de forma irreparable si incumplen las asfixiantes leyes chinas favoreciendo la delación y la denuncia de vecinos en la propia comunidad. Las fotografías de ciudadanos ejemplares cuelgan como modelos de moralidad en expositores públicos mientras que los ciudadanos de mala calificación son expuestos para vergüenza pública y el sonido de su móvil antes de descolgar la llamada les identifica públicamente como deplorables.

Para aquellos que escriben magníficos libros defendiendo que este es el mejor momento de la humanidad, en fin, aunque solo sea por vergüenza propia y para la salud mental del resto de nosotros, por favor hacéoslo mirar. Si no conocéis a un terapeuta, en serio, yo puedo daros un teléfono…
 

***

Respuesta para la pregunta que todos me estáis haciendo estos meses: ¿Cuándo se publicará el libro?. Pues bien, no es 1 solo libro sino 4. Los estoy escribiendo al mismo tiempo y como mínimo la investigación durará 5 años. Ya llevo 2 de ellos, así que paciencia. La perspectiva histórica y la rigurosidad se cocinan a fuego lento.

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

Gracias a todos por el éxito del programa TRAINING DAYS, el programa de entrenamiento de alto impacto en Habilidades Relacionales. La edición online sigue su curso contra viento y pandemia. Infórmate ya sobre nuevas ediciones.

***

 

Una vida en la que todo el mundo piense

Una vida en la que todo el mundo piense

 

Lissa Cuddy:  Tu siempre tienes razón y los demás somos idiotas

Gregory House: No, mujer, es que no creo que yo sea idiota y que todos los demás tengáis razón

Primera conversación entre el Dr.House y Lissa Cuddy, Cap.1, T.1

 

Una vida en la que todo el mundo piense. Así dicho suena bien pero… ¡Todo apunta a que estamos yendo en la dirección contraria!. Mi trabajo por tanto es quijotesco. No solo no estoy dispuesto a aceptar una sociedad en la que la mayoría de personas con las que hablo se encuentran deprimidas, solas o perdidas, en la que la desigualdad económica es creciente, o en la que nuestros trabajos a menudo nos envilecen, sino que además trabajo para crear entornos diferentes sobre dos ejes: vidas propias en las que cada persona se piense y contextos laborales en las que todo el mundo piense. Así de sencillo y complicado a la vez. Hace años reflexioné en este mismo sitio en alto tratando de aportar algunas claves para educar el pensamiento propio. Continúo en este artículo la tarea comenzada entonces tratando de explicar por qué estamos dejando de pensar y por qué sigue siendo necesario hacerlo.

Aviso a políticos moralmente obscenos y populistas, youtubers descerebrados y ciudadanos de a pie que sobreviven con dificultad al despiste:

  • No somos más libres cuantas más veces votemos o cuanta más libertad tengamos de hacer lo que nos de la gana (esa forma tan falaz de entender algo tan noble como el liberalismo), sino que somos más libres cuanto menos confusos y perdidos estamos y cuanto más protegidos nos sentimos ante los malos momentos por el prójimo y por nuestros representantes.
  • No somos más desarrollados cuanto más altos sean los beneficios económicos de unos pocos; somos más desarrollados cuantas más personas aprendan a pensar conscientemente. No tenemos más igualdad cuanto más universalicemos la precariedad sino cuanto más cercanos nos sintamos.

Tal y como recordaba Gregori Luri en una reciente conferencia titulada El deber moral de ser inteligente: Conferencias y artículos sobre la educación y la vida, la maestra Concepción Arenal ya en 1881 sostuvo en su ensayo La instrucción del pueblo que permanecer voluntariamente en un estado de letargo intelectual equivale a «mutilar la existencia» y a «consumar una especie de suicidio espiritual». Pero «el deber de instruirse —continúa— no brota espontáneamente de la conciencia […]. No parece obligatorio sino al que sabe algo». Al ignorante que no conoce, saber le parece algo innecesario o incluso un lujo. Esto ocurre porque el que no piensa ni sabe, ignora que no lo hace. Y si antes no había demasiado peligro porque los iletrados no tenían micrófonos, ahora hay peligro de colapso porque todos ellos cuentan con amplificadores bestiales. En la medida en la que todos trabajemos para comprender esto y aprendamos a diferenciar qué es tener criterio y opinión respetable y que es no tenerlos, quedará esperanza.

Este será un artículo con enjundia que reune 7 breves pero contundentes píldoras de reflexión:

  • Por qué es útil pensar
  • Los peligros de no pensar
  • Pensar lo propio, comprender lo ajeno
  • Aprender a ser estúpidos de forma controlada
  • Seleccionar minorías influyentes de calidad
  • Distinguir subjetividad y soberanía
  • No reducir la vida a la satisfacción propia

Comenzamos.

POR QUÉ ES ÚTIL PENSAR

¡Así es!, hemos llegado a esto, y esta quizás es el primer hecho descabellado al que nos estamos enfrentando muchos: ¡Hemos llegado a un momento de la historia en el que vemos necesario explicar por qué es útil pensar!. Estamos en un tiempo de decadencia y la prueba de ello es que olvidamos a diario lo más básico: para qué sirve pensar. Sobre todo porque la mayoría de empresas y personas que conozco, reconocen no tener tiempo para hacerlo… ¡Cómo si fuera algo que pudiéramos no hacer conscientemente! Considero que era natural llegar a este punto dado que la rápida extensión casi ya universal de todos los avances de la humanidad reciente (económicos, técnicos, políticos) no se correspondía con la lenta educación de las personas para adaptarse a estos cambios. Por así decirlo venimos de un desequilibrio entre el progreso técnico y social de nuestra especie -acelerado en el último tercio del siglo XX- y una precaria y primitiva forma de entender las relaciones que arrastramos desde hace varios milenios. Por eso hoy son determinantes las habilidades transversales que casi nadie tiene. Pero vayamos por partes…

La moda siempre ha sido no pensar, porque para no pensar no hay que hacer ningún esfuerzo. No pensar en principio parece gratis y además a menudo la estupidez propia, tranquiliza. El problema viene cuando a la larga no saber pensar tiene el mayor coste posible para la persona y además la estigmatizada y reduce su experiencia de vida a lugares comunes gobernados por una resignación constante. De todo ello podríamos deducir que no pensar y dejarse llevar es lo más rentable a inmediato plazo pero lo más estúpido a corto, medio y largo plazo. El aumento de la estupidez en el mundo y de la potencial peligrosidad de una ingente masa estúpida, está ligado a tres fenómenos simultáneos.

  • En primer lugar la aceleración social que ha vivido la humanidad en las últimas 15 décadas ha modificado por completo las estructuras técnicas, relacionales y ahora ya incluso biológicas de nuestra especie, sin que haya habido una adaptación de nuestras instituciones sociales (relaciones afectivas, familia, estado, empresa).
  • En segundo lugar el reciente y anodino periodo pacífico de Europa, sin duda el continente más violento de la historia hasta hace tan solo 7 décadas, ha favorecido el olvido de los fantasmas que acechan y son inherentes a nuestra condición: la tiranía de la barbarie y la ignorancia. No pasarlo mal nos ha hecho olvidar que es muy fácil estar mucho peor de lo que estamos acostumbrados.
  • En tercer lugar, la desigual universalización de las libertades civiles y de las democracias pluralistas en el mundo ha estado fatalmente educada. En otras palabras, conquistamos la libertad contra la tiranía de unos pocos pero no contra la propia tiranía de nuestras creencias. Por lo general no nos educamos para ejercer la libertad de forma responsable, por lo que en la actualidad vivimos un tiempo de involución hacia tiranías emocionales anteriores.

La vieja idea de fluir con la realidad que los grandes maestros del tardohinduismo nos legaron, no consiste en abandonarse a los acontecimientos -esa especie de puñetero FLOW cuya consecuencia directa es renegar del criterio propio y permitir que otros vivan y decidan por nosotros- sino desapegarse de la propia voluntad tratando de disfrutar la vida desde la aceptación. Las 108 formas de experiencia que aceptamos los discípulos de Buda y el sistema de creencias taoísta que están formulados en el Dao De Jing, el Hua Hu Ching y que Zuang Zhi honró en toda su extensión, responden a este objetivo.

Pensar no es solo querer comprender, sino sobre todo aprender a percibir. Quien no piensa intuye sin argumentos, se conforma con la inexperiencia, huye de la responsabilidad de vivir, no existe como consecuencia de su propia capacidad sino como objeto de la voluntad de otros, se desindividualiza, se convierte en masa por medio de la inercia acrítica. Quien no piensa es, en definitiva, el pálido reflejo de la débil luz que proviene del acogedor aunque pasajero calor de otros; es, si se prefiere, el eco imitativo y desprovisto de existencia que se deriva de una voz significada lejana o del ruido general en el que su individualidad se sume.

 

LOS PELIGROS DE NO PENSAR

Pensar no es algo que se elige o no se elige hacer. Una persona solo tiene dos opciones: aprender a pensar continuamente, o dejar que las propias consecuencias de sus actos inconscientes le piensen. Por descontado como sociedad enfermiza hace tiempo que optamos por lo segundo. El problema no es que cada persona no piense casi nunca sobre su propia vida, lo cual ya sería por sí mismo alarmante. El problema es que una enorme masa de personas que no se piensan a sí mismas (no se cultiva, no dialogan, no leen, no se cuestionan) tiene consecuencias terribles. Más aún cuando en la actualidad nos hayamos en el mundo humano más conectado y con mayor capacidad de creación y/o destrucción de la historia. Nuestras sociedades -incluso las inmediatas sociedades modernas del reciente pasado tras la llegada de la subjetividad y la soberanía popular- siempre han estado pobladas de personas que no piensan durante la mayor parte de su existencia. Casi todos nosotros dejamos de pensar a menudo por salud mental. No está ahí el peligro, sino en no hacerlo nunca.

A lo largo de la historia de la humanidad, una realidad inconsciente nos ha condicionado siempre: No se respeta a quien mejor piensa o a quien más sabe sino a quien mejor se expresa y convence. Los actuales servicios de marketing tremendamente diversificados tratan de convencernos para convencer mejor, incluso si lo que se hace no tiene sentido. Fruto de un soniquete constante y ensordecedor que pugna por nuestra atención de la manera en la que lo hacen todos los narcóticos, la realidad es que cada vez cuesta menos convencer a alguien de algo. La democratización de la comunicación humana y la equiparación en el mismo plano de atención de grandes referentes intelectuales y terroristas culturales de barrio, ha dado lugar a lo que hemos llamado posverdad, una realidad no real que se dirime en el tiempo de la posmodernidad en sociedades ruidosas en las que se derrite la soberanía. Al haber ganado en credulidad (mucho más que en tiempos teocráticos pretéritos), los humanes hemos ampliado nuestro margen de estupidez tolerable, y en consecuencia la volatilidad inestable de nuestro pensamiento (que se rige hoy por modas pasajeras y no por razones sólidas) nos sume en la inestabilidad continua.

A lo largo de la historia, donde no hay ninguna certeza absoluta sobre nada, nace a menudo la sabiduría; pero donde no hay ninguna forma ni medio para cuestionarse (diálogo tranquilo, reflexión escrita o leída, tiempo y espacio para el encuentro), se multiplican de forma virulenta la estupidez y la ignorancia. No paro de comprobar cómo la dirección que está tomando el pensamiento empresarial es por lo general y en lo particular, errónea. En lugar de cuestionarse a sí mismo, de realizar una nutrida autocrítica, la velocidad inercial de las empresas lleva acelerándose ya más de dos décadas con especial torpeza intelectual y estupidez sistémica desde 2008. Dedico mi labor diaria a cuestionar lo que la mayoría de personas dan por supuesto ante esta clara evidencia: las empresas, el órgano colectivo de relaciones sociales más efectivo que hemos creado en la historia de la humanidad, caminan hoy cegadas.

 

PENSAR LO PROPIO, COMPRENDER LO AJENO

El que piensa alcanza la madurez por cuanto trasciende lo propio, habla con humildad desde lo que sabe queriendo abrazar y comprender todo aquello que le hace cuestionarse o le resulta ajeno. El que piensa no adoctrina, no necesita imponer porque convence, no imprime todo su esfuerzo en influir manipulando la realidad porque toda su energía se centra en razonar con otros. El que piensa combate su criterio, cuestiona su pensamiento, se atreve a dudar. El que piensa habla sobre todo de muchas personas que le precedieron y fundamenta su propia vida no en su voluntad sino en un comportamiento ético que favorece el bien común sobre la doma diaria del interés propio. En contra de lo que se ha dicho, quienes piensan no tienden a la virtud sino que la practican. Su propia manera de ser y hacer representa un modelo y edifica un ejemplo. No se admira a quienes piensan por su capacidad de llegar a otros (número de likes, seguidores, lectores,etc…) sino por el grado de calidad que se destila de su razonamiento. 

Por oposición el que no piensa vive en un infantilismo o puerilismo continuo, no necesita leer, ni se molesta en construir un diálogo significativo, ni argumenta más allá de lo que siente, percibe o quiere. Su deseo le dicta comportamientos que además trata de defender como deberes naturales para los otros y ajenos. Su interés y afan de conocimiento no llegan nunca más allá de la defensa de su realidad propia. Por eso, desde el inicio del siglo XXI, la sociedad posmoderna se enfrenta a un grave problema: estamos dejando de pensar. Nuestros sistemas educativos y nuestro modelo de relaciones se aproximan a toda velocidad a la ignorancia y a la estupidez. No es que nunca hayamos corrido este mismo peligro, es que desde la conquista de las libertades civiles mínimas, nunca como hasta ahora ese peligro ha sido tan masivo.

 

APRENDER A SER ESTÚPIDOS DE FORMA CONTROLADA

Lo diré de forma clara: es imposible que dejemos de ser estúpidos, la clave reside en cuándo y cómo aprender a serlo. Somos animales bípedos, gregarios, mamíferos, con escasa autonomía, elevada torpeza y niveles de estupidez elevadísimos regados de momentos espectaculares de inteligencia y maravillosas capacidades colectivas. Aceptémoslo, por favor. Dejemos de intentar parecer cualquier otra cosa.

Hasta ahora la estupidez propia ha sido algo que por lo general negamos, que no reconocemos o de lo que tratamos de defendernos o huir. Nada peor que hacer esto en mi experiencia. Desde hace años dedico gran parte de mi jornada diaria a ser estúpido, la enorme diferencia con el resto de mis semejantes es que yo trato de hacerlo en privado y de forma controlada. Tener esos momentos me ayuda a comportarme de manera cabal y sensata en público y sin apenas esfuerzo. En otras palabras, las personas necesitamos desahogos, desconexiones temporales que nos ayuden a distinguir entre lo que es deseable para relajarme y descansar durante unos momentos, y lo que es necesario para construir sociedades mejores durante la mayor parte del tiempo. Negar la estupidez propia de uno mismo es lo más estúpido que alguien puede hacer.

Todo iría mejor en este mundo si las personas aprendiéramos que necesitamos a diario momentos de completa estupidez, pero que debemos tomar decisiones importantes cuando no estamos en esos momentos. La estupidez propia que no se comparte no hace daño a otros, pero la estupidez propia que se comparte como el más estupendo de los hallazgos, nos está matando como especie. Así, la estupidez cuando es controlada no solo es saludable sino incluso necesaria. Practicada en contextos cuyas posibles malas consecuencias no afectan dramáticamente a la realidad de una amplia proporción de gente, la estupidez individual o compartida es una bendición porque la estupidez reconocida nos acerca y ha sido de hecho uno de los mayores pegamentos de la amistad y la solidaridad fraterna durante milenios.

No hay por tanto nada de malo en ser estúpidos a diario siempre y cuando los lugares y tiempos en los que lo somos estén reservados para ello, esto es, siempre y cuando identifiquemos y sepamos que estamos eligiendo ser estúpidos. El problema llega cuando somos estúpidos la mayor parte del tiempo y en todos y cada uno de los foros y ámbitos de desarrollo humano, y ni siquiera -como está ocurriendo ahora- somos capaces de reconocerlo. No es lo mismo permitirnos ser estúpidos en una taberna junto a un par de amigos en una conversación amena, o abandonarnos a visualizar un video de youtube ridículo, que comprender el contenido de ambas manifestaciones como regulativo o normativo para la sociedad en su conjunto. Ser idiota en privado o en un contexto adecuado para serlo es fantástico, pero ser idiota en los medios de comunicación, la empresa o el parlamento es dramático.

La estupidez es altamente contagiosa, mucho más de lo que llegará a serlo nunca la inteligencia. Pero la relación entre inteligencia y estupidez no es tan sencilla. Descontrolada e indómita, desnuda de los filtros de la vergüenza y el respeto por el bien común, la estupidez nos anima a tener un comportamiento en el que nada posa, nutre ni se asienta, y todo pasa, se repite y enferma. Sin embargo al mismo tiempo la estupidez se basa en dos grandes paradojas:

  • La primera paradoja de la estupidez es que siendo un comportamiento universal e histórico en nuestra especie, está basado en una exclusiva obsesión por el instante presente. Es decir, la estupidez siempre sobrevive aunque pronto quede obsoleto nuestro interés humorístico o crítico en ella. De este modo la estupidez es acumulativa, se nutre de la cegazón continua.
  • La segunda paradoja de la estupidez es que solo cuando dejamos de ser estúpidos y nos atrevemos a ser inteligentes, accedemos a un habilitador y sano sentido del humor. El estúpido, por lo general, se defiende mucho más de lo que se ríe de sí mismo. Las personas con un desarrollado sentido del humor suelen ser en mi experiencia inteligentes.

Esto quiere decir que para ser estúpido basta con ser un completo ignorante pero para ser muy estúpido curiosamente hace falta ser muy inteligente. Lo que nos lleva a una deriva interesante: hay una estrecha relación entre estupidez, entretenimiento y sentido del humor. Lo racional, por lo común, no nos hace ninguna gracia pero lo más sujeto al presente y pasajero (una mueca, una broma, un eructo o un pedo) nos hace reír hasta postrarnos en el suelo.

De lo dicho se deduce que no es lo mismo ser ignorante que ser estúpido. Ser ignorante consiste en no saber que no se sabe, y ser estúpido consiste en vivir como si se supiera. A ser estúpido se llega mediante la acción, a ser ignorante se llega por omisión; para lo segundo no hace falta hacer ningún esfuerzo. Habiendo olvidado todo esto, hoy en nuestro tiempo proliferan como setas las personas que siendo completamente ignorantes y/o estúpidas, no solo no lo aceptan y no presumen de serlo, sino que se aventuran a expresar su opinión de forma abierta tratando de que esta opinión se encuentre al mismo nivel que la del resto de personas que se esfuerzan por comprender y conocer. El peligro no llega cuando una persona puntual hace esto, sino cuando las personas que son consideradas referentes, en lugar de aceptar la responsabilidad que tiene cada cosa que dicen o que hacen, utilizan los altavoces de su propio status social para aparentar que piensan o hacen uso de alguna inteligencia. En suma, el problema de nuevo no es que haya muchas personas estúpidas, sino que aquellas que deberían dar ejemplo no siéndolo, obtienen mayor reconocimiento social al serlo.

 

SELECCIONAR MINORÍAS INFLUYENTES DE CALIDAD

Dice el maestro Innenarity que esperamos siempre demasiado de la democracia, y que ésta cuando es sana y real está llena de frustraciones que continuamente se expresan. Nada que objetar a esta brillante reflexión, salvo la necesidad de que esa frustración disponga de un bálsamo continuo para evitar una enorme rotura colectiva. Ese bálsamo es sin duda el mantenimiento de las clases medias -hoy autodestruidas y en franca decadencia- y el cuidado y escucha activa de diálogos y debates intelectuales fundados y llenos de razones y argumentos sólidos no sentimentalizados, es decir el cultivo de eso que Ortega llamó la minoría selecta, y que no es una forma de aristocracia griega moderna sino la manera de favorecer sociedades mínimamente virtuosas basadas en lo que podríamos llamar atención autorizada continua como complemento a un creciente y descontrolado fenómeno de escucharlo o leerlo todo…

En la sociedad tiránica del Like, TODO tiene la importancia pasajera de la atención que genera en un determinado momento (hashtag, trending topic, meme, challenge, clicbait) para acto seguido morir en el olvido. Explicado de una forma más clara y sin duda muy trágica: no existe lo que no está existiendo ahora. Este podría ser el título de una de esas presentaciones ridículas, vacías, idiotizantes y aspiracionales de cualquier profesional del marketing de ventas. Aceptar -tal y como estamos aceptando- que no existe lo que no está existiendo ahora, equivale a despreciar o exiliar lo que fue o lo que siempre seremos, equivale a sustituir la memoria consciente (que nos evita repetir errores del pasado) por la atención dispersa (que nos sume en la indefensión).

De este modo, los esfuerzos actuales de nuestra especie no se centran tanto en aprender a pensar como en captar las sucesivas y esquivas atenciones. Esto nunca había sido un problema para las sociedades modernas porque si bien la teoría la soberanía popular existía, en la práctica esa soberanía era siempre gobernada por una minoría de personas medianamente conocedoras que ocupaban un lugar prioritario, central o referencial. Estemos o no estemos de acuerdo con Juan Ramón Jiménez o con Ortega (que incluso defendían que la civilización dependía de ella), en nuestras sociedades existía y existe una eterna minoría selecta. De algún modo nunca hemos logrado desasirnos de esta inercia. El dilema no está en que exista o no sino en las personas que en cada época la integran.

Así, no es lo mismo que tu presidente del gobierno sea Donald Trump que Abraham Lincoln; no es lo mismo que la opinión colectiva sea guiada por Marx, Adorno, Cioran o si se prefiere Mill, Mises o Hayek, que por Belén Esteban, Messi o el Rubius. No es lo mismo mantener un diálogo sensato y cultivado entre un neoliberal convencido y un republicano socialdemócrata, que mantener un ridículo diálogo entre un presentador de La Sexta y un youtuber que acaba de terminar de ver un video y repite una a una sus premisas. Por extensión, y sin caer en la beatería cultureta, no es lo mismo que una persona no lea nada en absoluto y limite su vida a trabajar, mandar whatsapps y jugar a videojuegos, que una persona -además de hacer lo anterior- dedique tiempo a conversaciones significativas, libros interesantes o experiencias vitales que conformen un sólido edificio crítico e intelectual sobre el que desarrollar ideas. No, no es lo mismo. Una cosa y otra generan sociedades diferentes.

Las formas de selección de esa eterna minoría eran la vía académica o cultural (mayor y mejor conocimiento sobre determinado ámbito o sobre la perspectiva genérica) o la vía experiencial (mayor y mejor experiencia en ese área). Si antes dábamos nuestro reconocimiento -de forma acertada o equivocada- a personas que socialmente eran reconocidas por sus ideas o trayectorias, hoy damos nuestro reconocimiento a hombres y mujeres de paja, personas que no nos animan a mantener nuestra dignidad sino que enmascaran su indignidad propia con técnicas de manipulación, marketing o empobrecimiento moral. Las formas de selección de esa minoría de referentes no solo se han deteriorado sino que se han entregado por completo al capricho voluble de la gente. Hoy el proceso social de selección de minorías no tiene nada que ver con una autoridad social brindada por la excelencia en el ámbito del pensamiento o la racionalidad, sino que la concesión de autoridad prescriptiva en nuestras sociedades está cada vez más ligada a la capacidad de generar irreflexión y entretenimiento.

 

DISTINGUIR SUBJETIVIDAD y SOBERANÍA

La frase Todo es subjetivo o Todo es relativo que repiten continuamente desde profesionales del coaching, a alumnos de secundaria y políticos que nos representan, no solo es vacía y absurda sino que atenta contra los grandes valores democráticos que construyeron lo mejor de cuanto somos. Además de hacernos más estúpidos este tipo de reflexiones sencillas y baratas nos abocan a olvidar un hecho: no es lo mismo subjetividad que soberanía. Yo soy demócrata en la medida en la que acepto que tengas derecho a expresarte como sujeto soberano, pero también soy demócrata en la medida en que cuestiono y contrasto mis ideas contigo para llegar a una conclusión que podamos compartir como cierta.

Con la incorporación de la subjetividad a la escena, es decir con el nacimiento de la opinión pública, en lugar de aprender a respetar, cuidar y honrar a cierta intelectualidad movilizadora, la aniquilamos en nuestro individual deseo de alcanzar la relevancia. Pero olvidamos -aunque internet nos lo recuerda a diario- que más personas opinando no necesariamente hacen un mejor pensamiento, sino que a menudo desembocan en todo lo contrario. El maestro Amalio Rey ha sintetizado durante años lo mucho que se ha hablado sobre esto. Para que exista inteligencia colectiva, debe existir voluntad individual de aprender a pensar; y por otro lado mucha publicación ideas no garantiza una elevada calidad de ellas.

Con la subjetividad (es decir, con el disruptivo derecho a ser alguien en el mundo), la persona (campesino, siervo, cumplidor, esclavo, sometido o vasallo) que solo podía aspirar en la Antigüedad a la supervivencia diaria, dio un salto espectacular al cambiar una vida de penurias y servidumbre por el renovado espíritu de trascendencia al que le invitaba la nueva ciudadanía. Este inmenso salto cualitativo se produjo sin apenas transición ya entrados en el siglo XIX pero solo comenzó a resultar verdaderamente trágico a comienzos del siglo XXI. No solo porque el insaciable crecimiento poblacional que predijera Malthus se multiplicara, y no solo porque la intensificación industrial adquirió dimensiones inasumibles para la Tierra, sino sobre todo porque el siglo XXI nació de la prisa, de la urgencia, fue de hecho un recién nacido prematuro que no se adelantó unos meses sino 2 décadas. Y la urgencia es ante todo contraria a la reflexión y la racionalidad. Por eso en los endemoniados cursos de marketing no se enseña a las personas que venden cosas a razonar, sino a hacer que las personas que pueden comprar lo hagan rápido, cuanto antes; y por eso repetimos como un mantra -que si se piensa en completamente absurdo, ilógico y esclavista- que el cliente siempre tiene la razón.  ¿Qué clase de broma pesada es esa? No, amigos, la Razón no se tiene por comprar algo o tener la voluntad de hacerlo, sino que alguien tiene razón por el esfuerzo, el compromiso y la voluntad que imprime en cultivarla. No se nace con razón, se adquiere.

Cuando hablo de la sociedad tiránica del like, quiero decir que en la realidad posmoderna y decadente que vivimos tiene más valor un «Me gusta» que un razonamiento poderoso. Pero no nos martirecemos con esto, no dramaticemos, simplemente analicemos lo que nos está ocurriendo poco a poco: Las buenas ideas no son las mejores sino las más votadas. Mientras algunos sienten que peligra la democracia, lo que ocurre es precisamente lo contrario: TODAS las personas opinan y votan sobre TODO incluso cuando no tienen criterio. Esto, que era válido y noble en el marco de la representatividad política y la salvaguarda de los derechos colectivos desde el nacimiento de la democracia moderna -toda una conquista histórica de libertad-, no lo es tanto para determinar qué es lo ético o lo correcto en una enorme cantidad de ámbitos que requieren conocimiento y especialidad. No todo vale y no todas las opiniones son respetables de facto, sino que más bien podemos determinar si son o no respetables siempre a posteriori, tras un civilizador y calmado diálogo y sobre todo desde el tamiz del conocimiento y no desde el mero derecho a la opinión. Al entregarnos a la mentalidad apriorítica, al juicio rápido, al impacto y la emoción, lo que hacemos -y lo estamos haciendo en masa y de manera alarmante- es comprar con la omisión de nuestra inteligencia, la estupidez colectiva.

Un pensamiento republicano y a la vez liberal me acompaña frecuentemente y proviene de mis continuas lecturas de Habermas, Sandel y Rorty: Si todos podemos erigirnos como sabedores o conocedores de todo, esto es, como opinadores dogmáticos y sintetizadores de verdad en potencia, no solo no hemos superado las tiranías con las que los antiguos príncipes nos oprimieron, sino que por el contrario cada uno de nosotros se ha convertido en un príncipe tirano de los otros sustituyendo la convivencia por la tiranía mutua y competitiva. En esta reedición de la sociedad hobbesiana que confirma todos los temores de Carl Smichdt, la cautela y la humildad se vuelven minoritarias, y la entrega y la pasión inconsciente e irreflexiva con opiniones infundadas se convierte en el regulador de la vida. Somos dictadores individuales que se suman a la dictadura colectiva del like. Los púlpitos públicos de hoy no están ocupados por relevantes pensadores, denodados juristas, extraordinarios filósofos, eminentes políticos sino por personas que no solo son como cualquier persona -porque los antiguos referentes también lo eran- sino que además no hacen nada para dejar de serlo y son admirados como si no lo fueran. La estupidez y la ignorancia han conquistado los puestos de mando y los puestos referenciales que conformaban la ejemplaridad pública y construían los mitos y narrativas sociales de la heroicidad.

 

NO REDUCIR LA VIDA A LA SATISFACCIÓN PROPIA

El respeto no consiste en aceptar lo que dice cualquier persona como válido, sino en tolerar a cada persona que se expresa pero cuestionar sus planteamientos. La pasiva y acomodaticia forma que hoy tenemos de entender el respeto es en realidad indolencia, temor al conflicto y mediocridad racional. Hace poco me preguntaron en qué consiste la postverdad, y creo que es una buena suma de todas estas cosas que nos están destruyendo y que algunos estamos tratando de curar y revertir:

Nuestras sociedades han llegado a tal punto de estupidez colectiva que si bien en la antigüedad más reciente nadie que no supiera o pensara a diario negaba la utilidad de saber o pensar; hoy en día muchas personas dudan incluso de que hacerlo sea incluso útil o sensato. En realidad muchos de ellos están en lo cierto. La sociedad ha dejado de premiar al que sabe para premiar simplemente al que más consume y compite. Y para hacer esto último se necesitan sobre todo altas dosis de ignorancia e inconsciencia. En la mente de cualquier persona de hoy surgen a diario una cascada de preguntas hasta ahora inéditas: ¿Por qué tengo que pensar?, ¿Por qué tengo que hacer cosas que no me gustan?, ¿Por qué debo leer?, ¿Qué me aporta conocer? o siendo más exactos… ¿Por qué pensar pudiendo tan solo no hacerlo y obteniendo grandes beneficios económicos por ello?, ¿Por qué no es correcto hacer tan solo lo que me gusta si es lo que de veras quiero?, ¿Por qué he de leer pudiendo vivir mis propias experiencias?, ¿Por qué conocer algo en detalle si todo está en internet?

En este contexto, las personas como un mínimo sentido común y un honorable sentido propio escasean. No porque seamos más viles que antes, sino porque lo que cada vez hacemos con mayor frecuencia nos envilece más rápido y profundamente. Vivimos sumidos en una ética de la voluntad propia o individualismo posesivo-defensivo que siempre fue conocida por su verdadero nombre: egoísmo. El problema de ser egoístas y de encontrar cierta virtud en el egoísmo (una tesis ampliamente defendida por la escuela económica austriaca, el tardoliberalismo deformado y el objetivismo de Rand, solo por citar algunos apóstoles), es que olvidamos por entero las bases sobre las que se asienta el progreso histórico de la condición humana: la solidaridad social. El relativismo moral que afirma que lo que tú dices y lo que yo digo es todo respetable a priori (y no a posteriori) olvida que las conquistas de la ilustración no arrojaron un mundo potencialmente mejor porque respetáramos todas las ideas, sino porque convenimos en respetar a todas las personas por medio de su cuestionamiento continuo. Al haber olvidado esto, somos víctimas de un punto muerto colectivo en el que cualquier discurso es válido y por tanto ninguno moviliza.

Decía el maestro Lessing en plena Ilustración que «el valor de una persona no se define simplemente por la verdad en cuya posesión cualquiera está o puede estar, sino por el esfuerzo honrado que ha realizado para llegar hasta ella. Así pues, no es por la posesión de la verdad sino por la constante investigación en pro de la verdad como se amplían sus fuerzas, y sólo en ellas consiste su siempre creciente perfeccionamiento. La posesión hace apático, perezoso y orgulloso«. Pero ¿Qué esfuerzo para llegar a la verdad tiene un tertuliano?, ¿De qué esfuerzo hace uso una persona que retwitea o vive en el feed continuo de lecturas efímeras? ¡Qué razón tenía Lessing podríamos decir al leerle!, ¡Cuánto exceso de orgullo y defensa de lo propio se gasta hoy y qué poca voluntad de entendimiento del argumento ajeno!, ¡Cuánta mala energía gastamos en la fratricida lucha por no desposeernos de la verdad propia contra la verdad ajena!. Y en esta batalla dialéctica ridícula, que no nos aleja demasiado de nuestros parientes primates, pasamos las horas y los días, los artículos de blog, las publicaciones de linkedin, los videos de youtube en los que abundan palabras como «Tal persona destroza a tal otra en tal debate» o «Le da la lección de su vida» o «Le pone en su sitio» ¡Qué escasez intelectual, amigos/as! los programas de televisión, los videoblog, las noticias, las tertulias y la prensa, en todos los lugares la carnaza abunda.

Al hacer esto, no solo estamos cambiando a un ritmo acelerado la paideia, esto es, la forma en la que entendemos y transmitimos el mundo, sino que estamos tratando de apropiarnos de la verdad el mundo y reformulándolo cada día en una suerte de adormecimiento continuo en el que todo parece cambiar cuando en realidad todo empeora. Porque quien se gasta estos comportamientos -y sobran los ejemplos- no solo desconoce las consecuencias de lo que dice o piensa sino que empeora el mundo a cada paso.

Si hemos dejado de movilizarnos colectivamente (e incluyo a las empresas actuales, tremendamente inertes a nivel intelectual), o al menos si hemos dejado de hacerlo de forma provechosa, es porque en la sociedad del entusiasmo nos movilizamos sobre todo por la satisfacción propia. Si la satisfacción de las necesidades esenciales a nivel individual siempre ha sido conditio sine qua non para nuestra supervivencia propia, lo cierto es que tenemos ingentes evidencias históricas -me refiero a océanos de pruebas- que demuestran que es cierto aquello que afirmó Nietzsche, y antes que él toda la genealogía de grandes maestros desde Tales de Mileto y Lao Tsé, a saber, que «solo en cuanto animal social el hombre ha aprendido a ser consciente de sí mismo, y así lo hace todavía y lo seguirá haciendo. La conciencia no pertenece a la existencia individual del hombre, antes bien a lo que en él es naturaleza y rebaño» (Gaya ciencia, V, 354).

Reducir nuestra vida a la satisfacción propia no solo nos envilece sino que nos aproxima a la barbarie de la ignorancia de la que me alertó en mi primera juventud la lectura del gran maestro Steiner. Aprender a pensar es una tarea ardua y continua. No hay principio ni existe fin. Quien se atreve a pensar opone su propia vida a la actitud rígida, pueril y cómoda del pensamiento dogmático y a la actitud cómoda, barata y nada comprometida del relativismo. El problema de nuestro tiempo no es la existencia del populismo. Éste siempre ha existido, todos durante la mayor parte del día somos de hecho populistas, y durante toda la historia de la humanidad la mayoría de la población ha regido su vida diaria alrededor de la irreflexión y la emocionalidad constantes. El problema es que el populismo -para el que todo es relativo y la verdad no importa- rige hoy nuestras vidas. La continua búsqueda de satisfacción propia, esto es, la incapacidad sistémica y radical de razonar y explorar la verdad y a su vez la extraordinaria capacidad de fabricar falsedades y convencer de ellas a otros, además de seguir condicionando nuestras pequeñas decisiones diarias, ahora condiciona los lugares y espacios donde se toman decisiones importantes. En esos lugares donde antes -hasta hace relativamente poco- se pensaba, hoy tan solo se publicita y se comparte pero mayoritariamente no se piensa. En otras palabras, la irreflexión ha conquistado de forma plena los puestos de mando de nuestras sociedades; el populismo y la tecnocracia han desplazado por completo de la escena pública y el ideario referencial y simbólico a la cultura del esfuerzo, el ejercicio de conocimiento y la voluntad de pensar y razonar de acuerdo a criterios racionales.

El que hoy influye a otros ni siquiera necesita hacer ya el esfuerzo por conocer los hechos o tratar de explorar múltiples dimensiones de una misma verdad. Tan solo se limita a favorecer una profecia autocumplida de su propia voluntad. Las personas que hoy ejercen influencia sobre grandes mayorías, grupos o comunidades de gentes no destacan por su capacidad de haber logrado algo y escapar del vacío; sino que son heroicos por su capacidad de hacer de la plena nada, simplemente algo. Las divertidísimas y absurdas entrevistas de David Broncano, el relativismo moral del twitchero Grefg o el Rubius sobre su migración a Andorra, o el populismo político de la nueva generación de dirigentes mundiales, responden todos ellos a una misma realidad: la Nada. Todo lo que rodea a la persona es vacío, solo la propia persona importa y existe. Y por tanto todo lo que se aproxima a la persona (entrevistado, sociedad o aficionado) queda eclipsado por ella.

El entrevistador que es siempre protagonista de todas sus entrevistas cuyos contenidos improvisa aunque existan guionistas, el jugador de videojuegos que se define como «creador de contenido« (revolvéos en la tumba Tolstoi, Berlin, y temblad Buonarotti o Borges) o el político que aspira a ser incoherente sin que se note demasiado, todos ellos son productos de una misma realidad: la reducción de la vida a la satisfacción propia. En todos ellos el todo (el mensaje y fin último) importa menos que la suma de las partes (la distracción o la dispersión intermedia). En ese contexto, paradójicamente TODO es menos vistoso que NADA. Pasar el rato es mejor que significarlo; presumir de que se ignora algo es mejor que tratar de conocerlo. Así, el entrevistador ya no necesita preparar la entrevista porque él es el protagonista, el youtuber no necesita mejorar el país en el que nació porque se puede ir a otro, y el político no necesita conocer los hechos porque puede provocarlos. Todo es más rápido, más cómodo y más nada.

 

***

Consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com

Gracias a todos por el éxito del programa TRAINING DAYS, el programa de entrenamiento de alto impacto en Habilidades Relacionales. La edición online sigue su curso contra viento y pandemia. Infórmate ya sobre nuevas ediciones.

***

#COVID19 Reflexiones en la calma y la distancia

#COVID19 Reflexiones en la calma y la distancia

 

«Como no teníamos muebles no había que limpiarlos ni se rompían.

Como no sabíamos que existía otra vida, éramos felices en esta

Una habitante de las Hurdes, sobre su infancia

 

Este no es un artículo científico, es un artículo de opinión. Si usted quiere obtener información real sobre la situación o recomendaciones del COVID19 acuda a las autoridades sanitarias de su país o la web de la World Health Organization.

 

En uno de sus maravillosos libros cuenta Salvador de Madariaga, genial maestro de la Historia, que en los gobiernos de Sagasta y Cánovas la compra del voto era una práctica bastante habitual. Relata el maestro que un buen día un cacique fue a la pequeña chabola de un jornalero andaluz, y le ofreció los dos duros que habitualmente se pagaban por un voto. Ante la sorpresa del terrateniente, el jornalero le arrojó las monedas a la cara, y mientras regresaba a su pequeño reino le gritó: «En mi hambre mando yo«. Sirva este artículo como homenaje a aquella ejemplar y anónima persona.

Es domingo de madrugada y amanezco tras una semana de viaje en mi biblioteca. A los varios miles de libros en papel que me abrigan y custodian, sumo varios cientos de ensayos digitales. Dedico días y noches a tomar apuntes. La redacción del libro avanza a pasos agigantados y cada vez me siento más contento con ella. Con toda probabilidad, tengo suficiente material para redactar una enciclopedia sobre todo lo que a nuestra especie lleva décadas pasándole y por qué y cómo podemos superarlo. Por respeto a la cuarentena decidí no realizar las dos últimas compras mensuales de libro nuevo y viejo, así que durante las últimas semanas no he sumado hermanos a mi actual familia.

Escribo este artículo tras meses de silencio, centrado en el servicio a mis clientes y llevando una vida feliz tras un periodo personal de enorme desconsuelo. Hoy hablaré, lector o lectora, sobre un tiempo de confusión y de pandemia, un relato del mundo que aunque parezca ficticio ya estamos viviendo.

Personalmente considero que no tengo ni capacidad técnica, ni autoridad sanitaria, ni voluntad ética para opinar acerca de esta crisis sanitaria. Siento además el deber moral de no hacerlo y de confiar en los profesionales que se encargan de ello. Creo simplemente que todos debemos hacer lo posible para superarla cuanto antes, y esto en mi caso concreto se traduce en el compromiso de un confinamiento total. Lo que aquí expondré es exclusivamente una reflexión sobre la sociedad a la que está afectando la pandemia.

Si tuviera que medir mi salud mental actual por el grado de adaptación a la forma de entender la vida del resto de personas, concluiría que estoy loco. Solo una pequeña reflexión me salva de este rápido diagnóstico. La hizo el maestro Jiddhu Krishnamurti hace unos años cuando afirmó que «no es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma«.

Dado que no volveré a escribir nada sobre esta crisis, este será un extenso artículo. He pretendido estructurar la visión sobre lo que está pasando de acuerdo a este pequeño índice de puntos:

  • El triunfo del ruido
  • El triunfo de la inercia
  • El triunfo del entretenimiento
  • Los 3 discursos mayoritarios para explicar lo que está pasando
  • 10 reflexiones sobre lo que nos está pasando

Ánimo valientes. Comenzamos.

 

EL TRIUNFO DEL RUIDO

Llevo semanas observando tranquilo los acontecimientos. Hasta hoy he tomado como guía de conducta un principio clave durante toda mi vida: hacer todo lo que nadie hace. Y no es porque los demás no sean capaces, sino porque el contexto de todas las personas que conozco, sin excepción, no les invita en absoluto a vivir el confinamiento desde la perspectiva del recogimiento, la tranquilidad y la reflexión. Sus formas de relaciones inmediatas (trabajo, familia, pareja, amigos) no ayudan a la práctica de una vida consciente. Si ésta sería una gran oportunidad para reducir la velocidad y reflexionar sobre ello, la mentalidad de todas las personas que conozco sin excepción es la de que todo esto -aunque puede que se institucionalice- es pasajero y volverán en algún momento a la normalidad.

Todos sus juicios o comentarios están enfocados a valorar qué o cual político se está comportando de forma más sensata para volver a lo que todos queremos: lo qie ya estabamos haciendo. Cada mañana se levantan esperando en su más profundo interior que alguna noticia les de un horizonte de expectativa que les ayude a seguir haciendo lo de antes. Algunos, los más snob, hipsters o privilegiados, comparten una cita de un filósofo o una infografía o un meme que habla de que el problema era la normalidad. Pero son frases hechas, quedan bien como pie de foto y las comparten porque aparentan cierta inteligencia. De hecho los que se consideran más inteligentes hacen uso de ese superpoder universal que tienen como CAPITANES A POSTERIORI, como héroes de la edad moderna, y crean o se adscriben a teorías descabelladas sobre el mundo que vendrá, sobre lo que ha pasado y sobre lo que nos está pasando. Pero en el fondo todos guardan la infértil y triste esperanza de volver a la normalidad. Porque en su normalidad, todo aunque vacío era más llevadero y agradable. Todo era mejor que disponer de tiempo en su propia vida.

 

EL TRIUNFO DE LA INERCIA

Durante los primeros días previos al Estado de Alerta, llevé una vida similar a la que llevan todas las personas que conozco: ocupaba mi tiempo tratando de procesar y poner en orden el enorme ruido del mundo. A partir de entonces lo tuve claro. Acudí mentalmente a una de las escuelas de vida a las que pertenezco, y recordé nuestro hábito de explorar la incomodidad constantemente para aprender a crecer en la adversidad. Al igual que en las dos crisis inmediatas anteriores aunque por motivos diferentes, tenía la fortuna de haber llegado hasta esta crisis muy bien preparado: una década compatibilizando teletrabajo y presencial, clientes que confían en mí pase lo que pase, una caja contra apocalipsis nucleares, una vida articulada alrededor del hogar, y continuos periodos de soledad, reflexión y confinamiento en mi vida.

En este contexto, decidí aprovechar el momento para apartarme del mundo en la medida de lo posible, en lugar de adaptarme a él. Como si en mi confinamiento en lugar de pretender la normalidad, aprovechara la excepcionalidad para mejorarme. En las circunstancias de aquellos primeros días, visto hoy con la perspectiva de varias semanas, eso fue exactamente lo que hice. Si bien conectaba contadas veces al día con el mundo (noticias, chats o llamadas) y me veía a menudo atacado por la crispación y susceptibilidad social creciente, aprendí poco a poco a normalizar y comprender el estado de ansiedad colectivo de la gente. Salvo estas pequeñas interacciones, he desaparecido literal y progresivamente del enorme y absorbente Leviatán (bendito Hobbes).

La experiencia está siendo tan gratificante que estoy eliminando mi perfil de varias redes sociales y aplicaciones de uso común que no me aportaban en su mayor parte nada bueno. Llevaba varios años queriendo tomar esta decisión, y aprovechando el estado de confusión de la gente me pareció un buen momento. La reacción normal de todas las personas que conozco ante esta progresiva desaparición era que había perdido el juicio, dado que si antes era necesario «vivir conectado o en línea«, con el aislamiento y en mi soledad era aún más necesario. Rememorando el mito de la caverna de Platón, algunas personas me llamaban preocupadas por si había entrado en depresión o tratando de comprobar si me había vuelto loco. Otras me manifestaban que sin estar en una aplicación de mensajería instantánea de uso global, iban a perder su contacto conmigo. Yo respondía sonriendo y con buen humor limitándome a decir que si nuestra relación era solo tecnológica, ¿por qué continuar teniéndola? Salvo tímidas manifestaciones de apoyo, no he visto que nadie haya adoptado esta actitud al más puro estilo Groucho Marx: «Paren el mundo que yo me bajo«. Mis respetos y oraciones están con todos vosotros, ánimo.

 

EL TRIUNFO DEL ENTRETENIMIENTO

Quien no lee con frecuencia, se envilece. Muchos de los maestros que me han educado, han escrito mucho sobre la barbarie. A lo largo de estas semanas he comprobado que estaban en lo cierto. Ante la realidad de esta crisis sanitaria global, las personas que conozco no solo no han disminuido su presencia sino que han aumentado y multiplicado su sobrexposición al mundo a través de chats grupales, videollamadas familiares y con amigos, varias convocatorias de aplausos diarias, ejercicios físicos, maualidades, grupos de apoyo, reuniones de trabajo online, redes sociales, artículos, noticias y una gran cantidad de interacciones con que ocupar su tiempo. La realidad común es para mí muy evidente: la mayoría de personas permanece totalmente ajena a la reflexión sincera y huyen ante la mínima oportunidad de conocerse. Por extensión aquellos que no son alérgicos a la reflexión sincera, dedican grandes esfuerzos a compartirla con violencia y certeza, en lugar de aprender a cuestionarla.

Todos ellos, tanto los que huyen de sí mismos como los que se gustan demasiado, entienden la vida en clave de entretenimiento (el otium humanista mal vivido) o en clave aburrimiento (contra el que la ética protestante industrial recetó siempre el trabajo, labora). En otras palabras, lo que me entretiene me gusta, lo que me aburre o cuesta esfuerzo, no me gusta; y cada vez que alguien abra la boca, yo dedicaré todos mis esfuerzos a decir si me gusta o no me gusta. Dedicamos nuestro tiempo a decir, a hablar, a opinar, y no a escuchar, parar o disfrutar.

Ocupamos al niño con los deberes de un sistema educativo muerto en el que no creemos, mientras grabamos videos dando pautas al mundo o aconsejando cómo poner una lavadora, meditar y evitar que se quemen las lentejas, para no dejar en ningún momento de rendir. Porque esa misma mentalidad del entretenimiento está asociada a la idea de rendimiento, a esa viaje lección aprendida que nos dice que ningún momento debe desaprovecharse en labores que no sean productivas. Y allí llega el agobio, la ansiedad, la necesidad de que el tiempo no pase tan lento, el vértigo que siento al no ocuparme. El entretenimiento social que consumimos y el entretenimiento mental que generamos para no volvernos locos, provoca serios estragos en el comportamiento. Sin autodisciplina mental, sin filtros ni control sobre nuestras emociones, lo importante de la vida es no aburrirse.

 

LOS 3 DISCURSOS MAYORITARIOS PARA EXPLICAR LO QUE ESTÁ PASANDO

Pertenezco a esa vieja nobleza pobre de personas que ante la agitación universal encuentra hogar en la calma. Por eso la mayoría de reflexiones que hoy se comparten me parecen atrevidas o agitadas. Dado que en los momentos claves de mi vida nunca huí de mí, con anterioridad y de forma casi constante he vivido largos periodos de soledad y confinamiento. Parte de todo lo que soy es gracias a momentos muy parecidos a los que ahora estamos viviendo.

En contra de lo que algunos fanáticos del #COVID19 pueden sostener, no minusvaloro la tragedia de la crisis, trabajo para explicarla en su contexto. Yo también al estar en uno de los focos mundiales de la pandemia, conozco varios casos de contagio y yo también he sufrido varios fallecimientos cercanos. Aún a pesar de la tristeza evidente por la pérdida inestimable de estas personas, nada de todo lo que está ocurriendo y está por venir es para mí revolucionario o diferente. Todo para mí forma parte de la lógica en el marco de un largo relato social y económico que se ha gestado durante mucho tiempo, y que he vivido en primera persona durante años como facilitador y agente de cambio. Pero veamos en qué consiste este relato.

Uno de los más frecuentes errores de juicio a la hora de comprender y vivir una situación excepcional es tratar de sobrestimar el pasado e infravalorar el futuro. En una suerte de amnesia colectiva la historia se diluye en el agua del tiempo. Si la intelectualidad ha fallado durante milenios en similares y titánicas tareas, créanme, seguirá fallando en ésta con el agravante de que, por absoluta desgracia para todos nosotros, cualquier paria del planeta, sepa o no de lo habla y sepa o no decirlo, dispone hoy de un altavoz en continuo contacto con la inmediata atención de una inmensa cantidad de gente.

Precisamente por todo ello, en nuestra responsabilidad se encuentra saber filtrar la ingente cantidad de información, y localizar a aquellos discursos relevantes. Dado el actual clima de totalismo y polarización social que estamos viviendo (en esto de la crisis sanitaria hay clases), en apariencia tengo cuatro opciones a la hora de escribir un artículo que hable de lo que está pasando:

 

1) «El capitalismo ha muerto»: La profecía mesianica de Slavoj Zizec

La primera opción que tengo es comprar o participar de ese discurso que abandera Zizec y que sostiene -leo con asombro- que una catástrofe similar no ha pasado nunca en la historia de la Humanidad y que esto cambiará por completo nuestra forma de entender la vida, el trabajo y las relaciones. Zizec augura la caída de China, la ruptura de los mercados financieros y la reconquista social del papel de la ciudadanía en el mundo a través del advenimiento de una forma de comunismo mejorada. En este contexto, para el autor, un nuevo comunismo, más realista, menos ideal y autoritario que el que ya conocemos, sería la única solución viable:

«La bien fundamentada necesidad médica de establecer aislamientos ha hecho eco en las presiones ideológicas para establecer límites claros y mantener en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza a nuestra identidad. Pero tal vez otro -y más beneficioso- virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-Estado, una sociedad que se actualice con solidaridad global y cooperación»

«El primer modelo vago de una coordinación global de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no obtenemos el galimatías burocrático habitual, sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. Dichas organizaciones deberían tener más poder ejecutivo»

El autor ha alertado, al igual que muchos otros, de la necesidad de haber vivido una tragedia global para plantearnos un cambio en el modelo de sociedad, pero dice estar seguro de que este cambio se va a producir muy pronto.

 

2) «Esta crisis acelerará la inercia»: La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han

La segunda de las opciones es comprar el otro discurso más extendido a la hora de entender la crisis. Es aquel que abanderan un ejército de intelectuales entre los que destacan las palabras del filósofo Byung-Chul Han. Esta lectura de la realidad defiende que si no cambiamos nada en nuestra forma de vida, nada cambiará a mejor para nosotros. El virus no va a lograr ningún cambio a positivo por sí mismo, sino tal vez precisamente todo lo contrario. En esta lectura hay una enorme cantidad de advertencias sobre las viejas estructuras nacionalistas, la soberanía digital, el capitalismo salvaje y los derechos ciudadanos. En las palabras de Han se huele esa sensación al más puro estilo Naomi Klein o Noam Chomsky, de que el triunfo de la inercia es tan grande, que el #COVID19, del mismo modo que otras crisis anteriores, ha llegado para fortalecer y reforzar el avance del neoliberalismo deshumanizador que nos consume. Y que si no estamos dispuestos a hacer algo más que ser la gestapo del balcón o los que aplauden cada día a las 8 de la tarde, el mundo seguirá tendiendo a convertirse en una mierda.

Sin duda una interpretación de la realidad con la que me siento muy identificado y cuya lectura puede servir para agitar conciencias. Sus palabras resuenan en nuestra responsabilidad sobre la sociedad embrutecida a la que estamos yendo:

«Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo

Han alerta de que la sensación de un terror permanente, un enemigo común (el otro), puede garantizar una involución hacia épocas pasadas, en la forma de totalitarismos y de una religión financiera fundada en el aprovechamiento del shock y en el pánico constantes. El autor concluye:

«La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta

 

3) «La emergencia como modelo de vida»: El mundo vigilado de Yuval Noah Harari

Algunas reflexiones de este discurso que encabeza Harari son especialmente interesantes. Pese al momento histórico de progreso que vive la humanidad, nos sentimos más frágiles que en la Edad Media. Aunque Harari ha reiterado en numerosas ocasiones que no estamos viviendo la peste negra de la Edad Media, ha reconocido enormes similitudes como la necesidad de aislamiento, la vigilancia masiva, las medidas autoritarias necesarias, el pánico colectivo o el creciente sentimiento de indefensión. Pese a ello, la situación en términos sociales es muy diferente en cuanto a esperanza de vida, realidad diaria, cobertura sanitaria o acceso a los bienes fundamentales. Tenemos, según este autor, la tecnología y la economía necesaria para superarlo. Mi enorme certeza tras estas semanas, pero sobre todo tras estos años, es que no estamos aprovechando tecnología, ciencia ni economía en la dirección correcta, sino en la totalmente contraria. Sabemos lo que está ocurriendo en términos sanitarios y estamos luchando por una solución. Opina que la información es más importante aún que el aislamiento.

La tesis fundamental de Harari está fundada en que las decisiones de urgencia que se adopten para combatir esta crisis, se institucionalizarán cuando aparentemente pase. Sostiene esta opinión en gran medida basándose en que lo que está ocurriendo es que Occidente está entrando en el mismo modo de vida de emergencia en el que llevan viviendo muchos países en el mundo desde hace décadas. No habla por hablar, él mismo vivió cómo su estado -Israel- estableció hace más de sesenta años medidas de emergencia que todavía hoy siguen en vigor.

La base de esperanza para Harari está en la ciencia y en el adecuado flujo de información a la población. Una sociedad informada y culta, conocedora de la información veraz, será mejor que otra que se mueve de acuerdo a intuiciones o fake news virales. Para el autor algunas medidas de vigilancia masiva están justificadas e incluso es saludable acostumbrarnos a medir constantemente nuestra salud. Su más inteligente contribución, creo yo, ha sido su reflexión relativa a la falta de un plan global para situaciones de emergencia como esta, en las que claramente hemos visto medidas individualistas y centradas en el Estado-nación, en un mundo totalmente intercomunicado y aparentemente conectado.

Algunos otros autores han hablado de la realidad inmediata que viene, ese ejército de marcas y marketing que se va a empeñar en bombardearnos para que volvamos a la normalidad enferma de la que nos hablaba Krishnamurti.

 

10 REFLEXIONES SOBRE LO QUE NOS ESTÁ PASANDO

Aunque estoy en plena redacción de un libro que creo que nos ayudará a comprender por qué se nos ha ido tanto la cabeza y hasta qué punto podemos o no recuperarla, quiero terminar este artículo hablando muy sintéticamente de mi visión sobre toda esto:

 

1) No estamos aprovechando el confinamiento para hacer un examen de conciencia: Ni como personas ni a nivel empresarial. Veo muchos casos de empresas que simplemente están traduciendo y multiplicando a una nueva realidad de teletrabajo, los mismos errores que cometían en lo presencial: no hay espacios significativos de reflexión; no hay naturalización de una situación extraordinaria que requiere relajación, compasión y empatía con realidades personales en cada hogar; y por último la exigencia es idéntica o mayor a la que existía en la oficina. Los maestros Pablo de Tarso y Miguel de Cervantes son dos de los miles de ejemplos de personas que en su confinamiento fueron capaces de alumbrar grandes reflexiones y construir el cambio del pensamiento occidental. Todos ellos dedicaron momentos de máxima contención y aislamiento a aprender a conocerse, a imaginar y soñar mundos mejores. ¿Por qué nosotros no estamos siendo capaces de hacerlo ni a nivel personal ni corporativo? De nuevo creo que es una cuestión de desconocimiento e inercia, de falta de perspectiva y absoluta y diletante ejecución. Conclusión: Aprovecha estos momentos para abandonar el sobrepensamiento, deja de exigirte lo mismo que si estuvieras en una situación normal (por dios, tu hijo se te está subiendo por el brazo vomitando mientras lees esto) y, por favor, practica el autoconocimiento y el silencio sinceros. Apaga la tele, desconéctate un poco, aprende a decir NO. Te necesitamos fuerte durante y tras la crisis. Si el mundo se ha interrumpido, ¿por qué tú no?

 

2) El proceso de medievalización del mundo se acelera. La pandemia está ayudando a una velocidad supersónica a marcar las nuevas clases sociales que se sitúan a uno y otro lado del pensamiento único. En la nueva pirámide feudal, la guerra por los recursos básicos (agua, medicina, alimento) comienza a acelerarse. En la nueva Edad Media, no serán la agricultura y el pueblo los sustentos de la desigualdad, sino la concentración corporativa y el control de la tecnología digital en la explotación de las ciudades. El ya lamentable deterioro de la cultura y la educación durante las últimas décadas, está favoreciendo la aceptación de este nuevo orden mundial distópico y totalitario. Que las personas confinadas en su cada por puro aburrimiento se dignen a abrir un libro o ver un documental o consultar un artículo, no es suficiente. Que lo hagan por la convicción de que este sistema perverso que todos hemos alimentado ya nos está robando incluso el derecho a la vida, es lo necesario. Conclusión: este proceso no solo se acelera, sino que además es invisible.

 

3) Lo que está pasando ahora es la causa de un modelo de vida destructivo y absurdo. El sistema del capitalismo voraz y autodestructivo sigue tan sobradamente vivo y está tan implantado en tu vida que al morir tu abuelo no puedes ir a su entierro por peligro de contagio un sábado pero el lunes estás obligado a ir a trabajar a tu puesto de trabajo donde interactuarás con decenas de personas y con suerte podrás tener una mascarilla, que por cierto nadie salve si te libra del contagio. Con total certeza, si no te pones las pilas tus hijos vivirán un mundo peor que el que ahora vives, y los hijos de tus hijos también. Millones de personas vivimos recluidas en nuestras casas (o en las de otros, por ser más precisos) porque durante décadas salimos de ellas a diario para construir el mismo mundo que ahora nos encierra, ese mismo mundo al que queremos volver «cuando todo esto acabe». Conclusión: no estamos aprendiendo nada, ¿Cómo estás dispuesto a comencer a hacerlo?.

 

4) La pandemia está recordándonos las tres cosas importantes para el mantenimiento de una sociedad avanzada: cooperación no violenta, acceso universal a una educación integral y humanista, y derecho a una atención sanitaria pública. A ver quién tiene ovarios o cojones a cuestionar ahora o a recortar aún más las condiciones de todos esos profesores sin recursos, médicos y enfermeras saturados de trabajo, y agentes sociales, cuyo cambio he acompañado por toda España durante años constatando realidades profesionales flagrantes, y que ahora están sacando a todo un país con enorme coraje de la total debacle. Esto ha sido una pandemia impredecible en terminos sanitarios, sí, pero he vivido en primera persona cómo nuestras sociedades llevaban años ejercitándose en una mercantilización del pensamiento único a través de un salvaje capitalismo financiero que nos ha desprotegido y esquilmado a nivel de diálogo, derechos y libertades. Pese a ello, continuamos confiando nuestro futuro a personas que no están preparadas para preverlo, y nuestro presente a personas mediocres que aceptan no dos duros, sino uno por comprar su voto. Conclusión: Si no recuperamos el tiempo perdido, la implosión es segura

 

5) Nada de la sociedad que tienes va a cambiar por un virus, porque esto lleva décadas pasando. O cambias tú o nada cambia. Que nos hayamos dado cuenta ahora de que el mundo no está tan bien, no significa que otros no llevemos alertando de ello y trabajando años por mejorarlo. El #COVID19 es un indicador de la situación del mundo, un testimonio del comportamiento de la naturaleza a la que por cierto habíamos olvidado, pero también un reflejo de una gran cantidad de fenómenos simultáneos e insostenibles: un crecimiento demográfico abusivo, desigual y desproporcionado en el mundo, unas instituciones creadas en la Edad Media (y que por eso tienden a validar la nueva Edad Media), y un comportamiento humano insaciable. Conclusión: Cuando acabe esta crisis, tendremos aún menos derechos, ¿Qué estás dispuesto a hacer para recuperarlos o construir otros nuevos?.

 

6) La sociedad violenta del LIKE: La gestapo del balcón se ha sumado a la más antigua gestapo de twitter. El virus no ha hecho más que subrayar lo que ya éramos y hacíamos, pero en nuevos formatos. Sea como fuere, hemos llegado a tal nivel de desquiciamiento colectivo, que todo lo que leemos o escuchamos pasa ese filtro infantil tan primario, inmaduro, y peligroso que se resume en ME GUSTA/NO ME GUSTA. En esta eterna dialéctica de acumulación de likes, en esta crisis aún más que fuera de ella pero como siempre en nuestra  historia como especie, no seguimos a quienes tienen más criterio sino a los que más nos gustan. Si algo gusta a muchos, será porque es verdad… Es el triunfo de la comodidad sobre el esfuerzo. La sociedad está tan rota y despistada y es tan iletrada que los comportamientos y el lenguaje violento a través de canales que ya estaban viciados (redes sociales, formaciones políticas y medios de comunicación), se han disparado eliminando ya de lleno los filtros mentales ante reacciones emocionales inmediatas, al tiempo que las reflexiones más sencillas contenidas en artículos de 6 párrafos nos parecen extraordinarias y se hacen virales. Conclusión: Instalados como idotas en el ME GUSTA/NO ME GUSTA, otras personas seguirán tomando las decisiones sobre nuestra vida por nosotros. ¿Estás dispuesto a escuchar, dialogar y construir en lugar de a juzgar continuamente e indignarte?

 

7) Panorama político desolador: El escenario politico está tan roto que las escasas demostraciones de mínima sensatez nos parecen admirables. Nos agarramos al primero que llega y dice algo sensato, y se lo agradecemos porque el nivel es tan bajo que nos conformamos con eso, aunque solo sea algo temporal o aparente. Conclusión: Lo que compras y consumes es tan importante como lo que defiendes y votas. No necesitamos que te representen mejor, sino que te representes bien.

 

8) Exceso de simplificación y de milagros. La esperanza de la gente está tan rota que nos lanzamos a agarrar el primer salvavidas que vemos en forma de lo que sea: declaraciones triunfalistas de la crisis, incitaciones a volver a «la normalidad» tras el confinamiento, proclamaciones de un nuevo orden mundial, identificación de la solidaridad coyuntural con una nueva sociedad cooperativa y solidaridaria,… Si ahora parecemos solidarios es porque tan solo vemos que esto nos toca cerca, no porque lo seamos a diario fuera de la excepcionalidad. Eso se llama miedo propio, no solidaridad común. Muchos hablan de un nuevo orden mundial. Así, de repente, porque una pandemia vaya a matar a 1 de los 8.000 millones de personas en el mundo que sobrevivirán. La pregunta es ¿Qué cambios se están dando en los órganos de poder y decisión del mundo en estos momentos para que estas personas afirmen con rotundidad esto? Conclusión: Que esta situación de excepcionalidad no te engañe, no hemos conquistado nada, queda mucho trabajo por delante.

 

9) Partícipes del engaño. La única nueva realidad a conquistar se llama coherencia social y estaremos más lejos de ella ahora que antes de esta crisis. Es evidente que el modelo de relaciones que tenemos no opera con ética y denigra nuestra humanidad, pero ¿Creemos de veras que de acuerdo a los indicadores financieros que siguen gobernando el mundo el modelo social actual de veras no funciona? Personalmente yo lo veo muy rentable a nivel económico. Las gallinas que entran por las que salen; si no aceptan este abuso que propongo, aceptan silenciosamente otro. ¿Acaso han visto algún cambio en los mercadores financieros, las medidas adoptadas por los gobiernos o las leyes que rigen nuestras sociedades en una dirección diferente a la de seguir haciendo lo mismo que hemos hecho siempre?. Cuando algunos hablan de un cambio social, exactamente ¿a qué se refieren? ¿A  la ausencia de contaminación coyuntural porque no hay tráfico en las calles y los cervatillos cruzan el puente de Brooklin?, ¿A felicitar al vecino por su cumpleaños todos en el patio y meterme luego en casa para tener una reunión online que prepara la siguiente campaña de marketing global para «volver a la normalidad» que garantiza que sigamos dejando morir solos a los ancianos? Conclusión: La alegría circunstancial ante determinados gestos no nos garantizará la felicidad constante tras todo esto. Aprende a practicar el pensamiento crítico.

 

10) Esse quam videri. En uno de los capítulos del libro hablo de esta tendencia malsana que hemos desarrollado a aparentar y parecer, en lugar de limitarnos a ser. Esta tendencia a venderlo y mercantilizarlo todo, incluso nuestra vida. Personas colgando videos, audios, consejos constantes sin ejercer el mínimo esfuerzo de introspección, alimentando el ruido del samsara, engordando a la bestia… ¿Por qué?, ¿Por qué hacemos esto una y otra vez? Pretender parecer limita nuestra capacidad de ser. Conclusión: En lugar de tratar de parecer que lo sabemos todo y de intentar vender como una estampida de ñúes, ¿No sería más útil aprender a mostrarnos vulnerables?

 

NOTA: Mi compañera Eva Trías me acaba de mandar un artículo que habla precisamente de alguien que NO QUIERE VOLVER A LA NORMALIDAD. Disfrutadlo. Gracias, Eva.

Espero de corazón que este artículo haya despertado en tí alguna útil reflexión. Vuelvo a recluirme tras esta breve reflexión. Poco a poco iré alejándome cada vez más del ruido para aprender a escuchar el verdadero río, tal y como Vasudeva enseñó a Siddhartha.

Gracias por tu tiempo.

***

Si necesitas apoyo o acompañamiento en tu proceso de cambio consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y amplia más información escribiendo a david.criado@vorpalina.com

***

Por qué ninguna empresa necesita otra teoría

Por qué ninguna empresa necesita otra teoría


 

«Igual que la ropa pesada dificulta los movimientos del cuerpo, la riqueza dificulta el movimiento del alma«

 Demófilo, s. IV d.C

 

Creo que la mayoría de autores que escriben y formulan pensamiento empresarial, no lo han pasado verdaderamente mal. Su riqueza, como decía el famoso obispo Demófilo, dificulta el movimiento de su alma, la nubla, no les hace comprender la verdadera crudeza del dolor en las organizaciones. Si le preguntara qué es lo que no necesitan a los cientos de personas con los que trabajo a diario por España, tras desperazarse como el joven ser humano sobre estas líneas, soltarían esta frase: «En mi empresa no necesitamos más teorías, ¡Dejad de fabricarlas!»

En este artículo defenderé que los agentes de cambio, semi-gurús, hipoglifos del paradigma, fofisanos del management, y abrazafarolas de la consultoría somos unos cansinos, que tenemos más Ego que Cleopatra y que nos encanta gustarnos formulando y reformulando teorías…. ¡PERO QUE LAS EMPRESAS JAMÁS NECESITARON ESO! Con motivo de la escritura del libro en el que estoy inmerso, me gustaría compartir una de las principales tesis que defenderé en él. Quiero animar a todas aquellas personas que se sientan ofendidas o en desacuerdo con esta tesis a que me escriban bien a mi correo personal o bien a través de redes sociales o comentarios a este mismo artículo. Vuestra participación será mi ayuda y cualquier comentario será bien recibido.

Esta es la tesis que defenderé en este artículo: La gente en sus empresas no necesita otro modelo más, ni una nueva fórmula de la Coca-Cola que les ilumine y corran a aplicar. Está genial tener marcos de trabajo, metodologías y modelos pero lo que sigue sin servir de nada es tratar de buscar el milagro universal. Así que, oh grandes gurús del management, oh ínclitos espíritus del clan cavernario de la empresa, ¡dejad de una maldita vez de fabricarlos! Lo que necesitamos son nuevas actitudes y comportamientos, prácticas, ideas dinámicas, sensatez y buena perspectiva, valores y construcción de nuevas éticas. ¿Cómo? Ninguno lo sabemos, dejad de adoctrinarnos. Para empezar, necesitamos confiar en las personas. Pero ojo, que ni tú, querido autor de libros de pensamiento empresarial, ni yo decidimos qué significa confiar en las personas y cómo esas personas deben hacerlo. ¡¡¡¡Lo deciden ellas!!!! He aquí la maldita clave.

Llevo insistiendo años en esto de no saturarnos más con la teoría redentora de un mesías, y aprender a alimentarnos colectivamente de la práctica. Para muestra, casi un millón de personas ha sido capaz de ver aquella frikada que me marqué en un foro TED.

Veo a auténticos believers de grandes modelos y metodologías, fanáticos de uno u otro autor, religiosos de la facilitación y el cambio. Para todos vosotros con cariño va este artículo. Comenzamos.
 
 
EL MILAGRO DE LALOUX Y EL PARADIGMOCENTRISMO

Mientras una gran cantidad de autores no se cansan de generar etiquetas y teorías, la vida real de las personas en las organizaciones a las que sirvo continúa siendo dolorosa. En el mundo de las ideas se vive fácilmente bien, en el de la práctica de las personas que se levantan a las 5:30 de la mañana la cosa es diferente. En este otro mundo, marcado por el modelo económico industrial y la sociedad de consumo postmoderna de la que todos participamos a diario, el tiempo para jugar con las ideas es bastante limitado. Las oportunidades de mejorar las cosas no son muchas y requieren de un grado muy alto de atención. Pero no de atención a ese ideal de lo que queremos ser (generación de expectativas imposibles) sino de atención a la realidad de lo que podemos ir mejorando (aceptación del ritmo y escenario de la organización).

Hace tiempo que tenía pendiente escribir sobre una de las teorías que están más en boga en la disidencia del desarrollo organizacional, ese universo repleto de buenas intenciones pero -salvo muy raras excepciones- fatalmente organizado, insultantemente atrevido, altamente desinformado y poco riguroso en el que me muevo a diario como agente de cambio. La difusión de la teoría sobre la que voy a hablar en los círculos en los que me muevo está tan extendida y en los últimos meses me he visto obligado a hablar con tantas personas y tantas veces sobre este modelo, que me veo invitado a escribir este artículo para aportar cierto orden a mi visión y dejarla por escrito. He tomado este modelo como ejemplo porque ahora mismo de los casi 40 modelos con los que trabajo en mi mente, resulta que este ahora es la tendencia.

Lo primero que quiero dejar claro es que respeto profundamente el trabajo de formulación de mi compañero Frederic Laloux, una mente brillante y poco frecuente a la que deberíamos escuchar. Agradezco enormemente su defensa de una nueva forma de entender las relaciones como apóstol del cambio en un mundo convulso y en mitad de la creciente confusión y pérdida de sentido del pensamiento empresarial. En este agradecimiento sincero no existen «peros«. Su obra ha contribuido a abrir un marco de reflexión dentro de aquellas personas que la han leído y esto merece todo mi apoyo y atención. En adelante trataré de responder a la formulación de Laloux con el único ánimo de aportar otra perspectiva y contribuir a enriquecer un espacio de diálogo en la disidencia empresarial. Al igual que en otras ocasiones, escribo esto porque cada vez observo menos pensamiento crítico y más autocomplacencia en el mundo del cambio empresarial. Lamento la silenciosa y cíclica tragedia de todos los que no saben crecer a partir de voces diferentes y necesitan adherirse a cualquiera de los discursos únicos con los que saturamos el mercado.

La teoría de Laloux, en su sexta edición ya con prólogo de Ken Wilber, está teniendo tanta difusión en foros empresariales internacionales y en el mundo hispanohablante, en Europa y en Japón, que ha ensombrecido decenas de trabajos brillantes anteriores que promovieron también una mirada más enriquecida del ser humano y su relación con los entornos de trabajo. Entre algunas de las causas del éxito de la teoría de Laloux destacaría tres grandes logros que deberíamos reconocer:

  • La teoría formula un marco de comprensión sencillo y visual. Si algo funciona bien en el mercado editorial de hoy es la generación de nuevas etiquetas. Nos encanta que alguien exponga algo para ver con qué nos identificamos o identificamos a otros. La propia redacción del libro invita a que el lector siga una visión aparentemente lógica del mundo y de la vida si se trata de la primera o de las primeras lecturas que uno realiza con exhaustividad en el estudio del comportamiento humano y el desarrollo organizacional. La división de paradigmas evolutivos en colores es una herencia de Wade y Wilber, tal y como el propio autor reconoce, y es muy visual (de hecho un libro adicional hace aún más visual la teoría). Esto sin duda es un gran acierto. El penoso estado mental, la holgazanería intelectual y la frecuente falta de tiempo de la mayoría de personas del planeta son cualidades hoy universales que agradecen contenidos masticados y ágilmente digeribles.
  • El autor maneja una elegante destreza narrativa reuniendo elementos de estudio contrastado y juicios propios. Una de las grandes cualidades de un buen escritor de ensayo empresarial ha consistido hasta hoy precisamente en esto. A lo largo del libro Laloux hace referencia a hechos, datos científicos y estudios propios y de expertos con incuestionable empirismo; intercalándolos con la exposición de afirmaciones propias que se mueven en el terreno de una experiencia emocional y espiritual hacia la que el ser humano tendería hoy (he aquí uno de mis grandes dolores con este libro, luego entraré en ello). La narrativa, en todo momento, es ilusionante e impecable. A mí, desde luego, me resulta inspiradora.
  • El ensayo aporta claridad y concreción como respuesta a uno de los mayores retos de nuestro tiempo: la falta de sentido y el cambio cultural en las organizaciones. Una de las razones para el éxito de una buena teoría y su difusión en la sociedad es la cualidad del autor para formular sus tesis en el momento justo, respondiendo a una preocupación extendida y dando una propuesta de solución a posibles dolores reales. En este sentido, la teoría es todo un acierto.

Pese a todo esto, mi acercamiento al libro «Reinventar las organizaciones» de mi compañero Frederic Laloux, implica a la vez un soplo de esperanza y la sensación de asistir a un juego magistral de acrobacia argumental. Todo el libro es alentador e interesante; si bien una gran cantidad de las tesis que el autor da como válidas en el libro acerca del desarrollo de la Humanidad se enmarcan dentro de la categoría de las teorías subjetivas (como p.e. su lectura de la evolución humana -de la que paleoantropólogos y biólogos tendrían mucho que decir-, su comprensión del management, o su idea mesiánica del propósito evolutivo); otro tanto de afirmaciones pertenecen a una corriente de pensamiento y cosmovisión del mundo muy concretas (el modelo transpersonal y la teoría integral); y la tercera parte de afirmaciones basadas en algunas empresas personalmente considero que no son ni universal ni mayoritariamente replicables.
 
 
EL ERROR DE BASE DEL VIEJO Y EL «SUPUESTAMENTE» NUEVO PARADIGMA

Creo que el principal error de Laloux consiste en proponer la misma fórmula de trabajo para la mejora organizacional que ha caracterizado a la mayoría del pensamiento empresarial de los últimos 140 años, y que por otro lado es la base de la consultoría tradicional o industrial: Primero estudio las organizaciones que me parecen fantásticas (menos de un 1% del panorama empresarial), luego propongo o dejo caer la idea de que el resto del planeta trate de ser como ellas (el resto del 99% del mercado), y por último formulo una teoría (otra más) sobre cómo llegar a ser como ellas. El resumen de la jugada es el siguiente: Un experto estudia el mundo, me dice a mí -que trabajo en mi empresa- cómo es ese mundo y cómo debería ser, y por último me ofrece herramientas para conseguirlo. La cosa lleva tanto tiempo siendo así, que ni siquiera imaginamos que pueda llegar a existir algo diferente, y nuestra esperanza de cambio se reduce a la espera de un nuevo milagro que esta vez sí -ya para siempre- suponga de una vez por todas la eterna salvación. El nivel de EGO que hay en toda esta cadena de creencias que acabo de enunciar me resulta inabarcable tanto por el lado del que formula el milagro como por el lado del que se lo cree. De modo que continúo con el razonamiento.

Decir que estoy agotado de esta dinámica creo que es quedarme corto. Cuando dejé la consultoría tradicional y suscribí los principios de consultoría artesana, esperaba encontrar otra forma de hacer y comprender la vida bastante diferente. Y aunque encuentro en algunos compañeros esa inspiración, la mayor parte del tiempo solo veo la misma actitud y pretensiones pero con un barniz impostado de nueva conciencia y post-its que marea. Resulta claro en mi experiencia que esta forma de abordar el cambio no integrativa y basada en casos de éxito genera más frustración y dolor por el camino en las organizaciones. En concreto, alrededor de la teoría de Laloux no he conocido uno sino cinco casos de organizaciones que han tratado de seguir los cánones de la teoría con resultados desastrosos. ¡Ojo, que no achaco a la teoría por sí misma la total responsabilidad en el fracaso de todos estos casos!, solo pido que seamos sensatos. Si bien es cierto que el cambio cultural tiene mucho de mezcla entre arte y ciencia, y que todos estamos aprendiendo en este nuevo escenario de relaciones; lo que de ningún modo podemos permitirnos es sumar nuevos cadáveres a los antiguos, ni siquiera aunque nos muevan las mejores entre todas nuestras buenas intenciones.

Como buen pragmático, después de todos estos años acompañando el cambio, mi reflexión es tan inmediata como meridiana en este sentido: Resulta abismal en mi experiencia la diferencia entre creer en un modelo o un paradigma tratando de imponerlo en una organización; y creer en las personas que integran esa organización adaptándonos como facilitadores y agentes de cambio a su momento y su necesidad. En otras palabras, está genial que yo practique el dzogchen en mi casa, haya leído bibliotecas enteras de maestros y esté escribiendo un libro que pretende mapear la condición humana y lo que nos está pasando (hasta ese grado de locura he llegado)… pero las personas a las que sirvo prioritariamente y por este orden suelen tener que comer y alimentar a sus familias, luego suelen querer enriquecer y mejorar su experiencia de vida en el trabajo; y por último se animan a pensar en nuevos horizontes. Por tanto no son tan importantes mis convicciones como mi capacidad de compasión y comprensión de la realidad del otro. No importan tanto los paradigmas como la humanización real de nuestras relaciones. La enorme falla del modelo de Laloux y el de muchos otros, no radica es las fantásticas reflexiones y herramientas que nos ofrecen, sino en la falta de empatía con la necesidad inmediata de las personas. En la admirable y bienintencionada búsqueda de estos autores por mejorar el contexto en el que trabajan las personas, se olvidan de respetar su criterio y tenerlas verdaderamente en cuenta, no como usuarios de normas o modelos de otros, sino como fantásticos creadores y mantenedores de buenas prácticas.

En su libro, Laloux expone el ejemplo de Brian Robertson y del proceso de creación de la Holocracia como un ejemplo de lo agotador y poco recomendable que resulta que las personas busquen por sí mismas las buenas prácticas: «Robertson y sus dos confundadores empezaron experimentando sin descanso con cualquier práctica organizativa que sonara prometedora. Estos experimentos cotidianos con distintas prácticas organizativas resultaban agotadores. Con el tiempo la loca experimentación se decantó en un conjunto sofistiado y coherente de estructuras y prácticas al que Robertson llamó Holocracia.» En realidad en ese mismo argumento, reside el argumento en contra de no hacerlo. Fue esa actitud de búsqueda constante la que, a pesar del dolor y la incertidumbre continua en sus inicios, dio lugar a la Holocracia y a un sistema de gobierno útil para esa empresa. Si esta empresa vivió ese proceso de descubrimiento, ¿por qué otras no? Que su creador o creadores incurrieran luego en el eterno retorno de querer montar OTRO MODELO MÁS replicable al resto de organizaciones, forma parte de su responsabilidad, no de la nuestra.

Bien diferente sería que una empresa quisiera realizar un cambio significativo de forma rápida. Este es un intento inconsciente de suicidio tan común que diariamente lo atiendo. Como si fuera un médico mental, observo cómo las organizaciones tratan de convencerse de que «cogiendo algo que le ha funcionado a otro, podremos despegar«. Mi experiencia es que el cambio cultural reside en el cómo, casi nunca en el qué.

Si se diera el caso de que las personas a las que sirvo están en su mundo y yo en el mío, yo debo servir a la mejora de su mundo a partir del suyo, no del mío. Como facilitador mi obligación es partir de ellos para que crezcan y evolucionen, no tratar de convencerles con lenguajes, conceptos, teorías o modelos que no pueden o no necesiten con urgencia comprender. Tenemos dos opciones: aplicar un modelo o partir de las ideas y decisiones de las personas para generar ese modelo. Ambas cosas pueden salir bien o mal, pero la clave radica en el camino que hemos recorrido para llegar a ese resultado.

En mis comienzos acompañé a una empresa que aparentemente podría considerarse que fracasó en su cambio, pero todos los empleados sorprendentemente aceptaron que habían sido ellos los responsables de sus propias decisiones. Eso -y no cualquier otra cosa- es el verdadero y enorme cambio significativo que se está fraguando en nuestro tiempo, desde el victimismo o el acomodamiento fundado en el consumo de modelos, a la asunción de responsabilidades propias sobre mis propias decisiones y acuerdos. Porque cuando llegue el momento de evaluar si la cosa ha ido bien o ha ido mal en un proceso de cambio cultural, la responsabilidad del éxito o el fracaso dependerá de una teoría («esos malditos cabrones consultores nos han jodido la vida con su modelo«) o de las propias personas de la organización («hemos hecho todo lo que hemos podido y hemos disfrutado haciéndolo a partir de lo que somos«)

Mientras una enorme cantidad de personas luchan por encontrar, formular y dictar en qué consiste el nuevo paradigma, la forma de gobernanza perfecta o el mejor modelo de organización, mi trabajo consiste en facilitar que cada persona de cada organización viva y trabaje sobre sus propias decisiones sobre una base de sostenibilidad económica y realista que garantice la continuidad o transformación de su entorno de trabajo.
 
 
QUÉ PROPONGO PARA SALIR DE LA RUEDA

¡Qué te he dicho que lo importante no es el qué, sino el cómo! ¿Ves cómo eres un yonki de los modelos milagrosos? :)) Lo siento pero para saber más sobre mi perspectiva completa tendrás que esperar al libro o sufrirme como cliente. Juro que no escribiré nada que tenga que ver con otro modelo, teoría o redención universal. Yo sí he cogido el mensaje de hartazgo de milagros y cálices celestiales que rezuma a diario esta sociedad 🙂
 

***

Si te cuadra algo de lo que digo y quieres comentarlo, hazlo aquí en comentarios, en las redes sociales o en privado a david.criado@vorpalina.com.

***

Si necesitas apoyo o acompañamiento en tu proceso de cambio consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y amplia más información escribiendo a david.criado@vorpalina.com

***

El modelo 4,7,12 de cambio cultural

El modelo 4,7,12 de cambio cultural


 

«No es el peso de las cosas lo que las hace insoportables, sino la cantidad de tiempo que sostenemos esas cosas. Medio quilo de arroz sostenido durante un minuto se convierte en una insoportable tonelada cuando se sostiene una semana.»

Famoso argumento en favor del constructivismo

 

En este breve artículo repasaré niveles, fuerzas y resistencias del cambio cultural en las organizaciones a partir de la aproximación reveladora de un compañero y maestro en esto del cambio.

Día a día compruebo cómo es realmente evidente lo complicada que resulta mi vocación. Algunos de mis amigos no se cansan de recordármelo y yo tampoco me canso de insistir en que nací en gran medida para ser paciente. Y aunque me entreno, medito e ilustro en la práctica de la compasión y el amor a diario, procuro recordar que tal y como decía el maestro Albert Camus, «Si en la vida solo bastase con amar, todo sería muy sencillo«. Precisamente por ello he creído conveniente hacer un brevísimo repaso, apenas un esbozo, de la cantidad de factores que influyen y debemos atender en todo acompañamiento al cambio cultural dentro de una organización. No se me ha ocurrido nada mejor que rescatar un modelo de otro compañero. Lo hago con gusto porque encuentro placer en parecer brillante rindiendo honores y partiendo del trabajo de alguien que ya ha lo ha sido antes. Comenzamos.

El modelo al que yo denomino 4,7,12 es probablemente junto al modelo COP del maestro Fred Luthans, uno de mis marcos de comprensión favoritos en cambio organizacional. En 2012 salía a la venta la 7ª edición del fantástico libro Organizational Theory, Design, and Change del maestro Gareth Jones. Este libro, aunque viejuno en muchas concepciones, ejemplos y aproximaciones al comportamiento organizacional, es para mí a estas alturas un buen clásico sobre la teoría organizacional genialmente concebido y estructurado. Es obligado señalar que en las conclusiones de Jones resuenan mucho algunas ideas brillantes ya formuladas por los padres fundadores del comportamiento organizacional como Rosabeth Moss Kanter, Argyris, Putnam, Greiner o Likert.
 
4 NIVELES

El caso es que Gareth Jones planteaba entonces que en todo proyecto de cambio cultural existen 4 posibles niveles interdependientes de cambio:

  • Recursos humanos o cualquiera de los nombres molones que queramos inventar. Esto se traduce en formación, capacitación y desarrollo de habilidades; sociabilización de la plantilla para generar nuevas rutinas de convivencia; cambio de normas y valores para motivar una fuerza de trabajo comprometida y real; análisis de los sistemas de recompensa y gestión; y cambios en la composición del modelo y/o equipo/s de gobierno de la organización.
  • Recursos funcionales. Esta inversión se traduce en cambios en la estructura de funcionamiento (departamentos, equipos, modelos de trabajo) que tienen por objeto dejar de poner el foco en el dolor persistente y comenzar a invertir recursos y atención en funciones de la organización que resulten provechosas para todos.
  • Competencias tecnológicas: La renovación constante de herramientas no es el objetivo; más bien se trata de utilizar la tecnología con criterio. Resulta clave en esta tarea reinventarse con cabeza para conservar el posicionamiento sin incurrir en la ansiedad de la novolatría en la que actualmente estamos inmersos.
  • Competencias organizacionales: Conocer y manejar una perspectiva sistémica con una mirada integradora y amplia de la organización es -cada vez lo noto más en mis clientes- una clave vital para alcanzar cierto grado de estabilidad y confiabilidad interna. En aquellas organizaciones en las que los empleados no son colaboradores ni compañeros, la agonía suele ser larga y dolorosa. Sin embargo -y empleando el lenguaje del paradigma de empresa consciente de mi compañero Koffman- es frecuente hallar éxito en el cambio cultural en aquellas organizaciones en las que las personas no solo cumplen con su TAREA-IMPERSONAL-ELLO, sino que también piensan en clave RELACIONES-INTERPERSONAL-NOSOTROS gracias a que la organización permite el desarrollo del INDIVIDUO como PERSONAL desde su YO.

 

7 FUERZAS DE CAMBIO

Expuestos estos 4 niveles de cambio, el maestro Jones destacaba además 7 fuerzas para el cambio que se encuentran en el ambiente y que afectan a todo proceso de cambio. En concreto destacaba que a menudo los equipos directivos actúan con excesiva lentitud ante las fuerzas competitivas, económicas, políticas, globales, demográficas, sociales y éticas que continuamente se actualizan y renuevan.

Tengo ejemplos de todas ellas en cada uno de mis clientes y aunque lamento no poder compartirlos porque me debo a la confidencialidad y la confianza de las personas a las que sirvo, sí diré que solemos errar en alguna medida en todas ellas pero el error más frecuente es obsesionarse con tener una ventaja competitiva ignorando el resto de las otras fuerzas. Hace poco hablaba con mi compañera Alicia Barco sobre la constante tendencia a que el hecho de que un cliente se centre en ver con claridad un solo árbol le impida a menudo ver el bosque.
 
12 RESISTENCIAS DE CAMBIO

Por extensión, el maestro Jones nos regala esta reflexión: Siempre durante el cambio cultural surgirán 12 posibles resistencias que deberemos atender:

  • Resistencias a nivel organizacional: Estructura, cultura y estrategia. Casi siempre al acompañar el cambio, los profesionales nos olvidamos de alguna de estas tres, pero es necesario que las tres estén alineadas. Son tres cosas bien diferentes que se sirven entre sí.
  • Resistencias a nivel funcional: Diferencias en la orientación y poder y conflicto. Todo el mundo ve el problema desde su problema, lo que implica que nadie entiende el problema. Grábate, lector o lectora, esta frase y recuérdala siempre porque siempre es así. Esto fenómeno conocido en psicología visión de túnel según Jones aumenta la inercia organizacional. Cuando los diferentes equipos o departamentos creen ver el problema en el otro, todavía queda mucho por hacer. Respecto al poder y conflicto vivo frecuentemente cómo el hecho de apostar por unas actitudes, funciones y compromisos implica que unas personas o departamentos entren en juego y otras salgan de él de uno u otro modo, y esto genera fricciones que debemos ponderar a diario.
  • Resistencias a nivel grupal: Normas, cohesión y pensamiento de grupo. Incluso los nuevos modelos de gobernanza organizacional insisten en la existencia de normas compartidas. El ser humano no puede guiarse sin referencias comunes ni reglas. Por añadido, es un hecho que muy a menudo en las organizaciones 70 personas pensando a la vez son más imbéciles y capaces de tomar peores decisiones que una sola persona haciéndolo. Este patrón deficiente denominado pensamiento de grupo está asociado a grupos muy cohesionados donde el grupo resta importancia a la información negativa o incluso la ignora por completo tomando decisiones incoherentes o suicidas. De este modo tenemos que encontrar un difícil equilibrio porque cierta cohesión favorece el desempeño, pero mucha cohesión lo anula y hace que el grupo sea perezoso y cambie lento.
  • Resistencias a nivel individual: Sesgos cognitivos, incertidumbre e inseguridad, percepción y retención selectivas y hábitos adquiridos. En esta familia de resistencias todas las organizaciones que he acompañado suelen hacer un pleno al 15, es decir, las tienen todas. Esto sucede porque las organizaciones son conjuntos de personas y las personas tenemos conductas y comportamientos similares y fácilmente contagiosos. En este sentido nada me ha ayudado más que familiarizarme con grandes escuelas de vida, estilos y prácticas de acompañamiento y escuelas de terapia y psicología en las que he ampliado horizontes.

Si bien el discurso y el análisis posterior de Jones ha sido en parte evolucionado por otros compañeros durante estos años, defiendo que nada de los niveles, fuerzas y resistencias que acabo de enunciar son ahora diferentes y que, por consiguiente, es muy útil tener en mente este modelo 4,7,12 de cara al acompañamiento de organizaciones.

Como último apunte me gustaría señalar que el hecho de atender a todos estos elementos, no significa responsabilizarnos en exclusiva de ellos como profesionales del acompañamiento sino poner en su justo lugar y proporción la responsabilidad de cada persona en todo esto. Solo así, en mi experiencia, son posibles cambios duraderos y significativos.

Espero que este artículo te haya resultado interesante. Si es así, no dudes en compartirlo 😉

 
***

Si necesitas apoyo o acompañamiento en tu proceso de cambio consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y amplia más información escribiendo a david.criado@vorpalina.com

***

TRAINING DAYS Academy continúa creciendo y habrá a partir de Septiembre ediciones en Madrid y Girona. Está ya muy avanzada la edición de la edición internacional para América Latina en la que están participando personas de 9 países diferentes. Puedes consultar detalles en la web de convocatorias.

 

Aprender a convivir con el dolor

Aprender a convivir con el dolor


 

«Algunas personas piensan que tengo poderes sanadores. Si los tuviera ya los habría utilizado para evitar la operación de vesícula por la que tuve que pasar. En realidad sólo puedes obtener algún beneficio de mis palabras y experiencias por el simple hecho de que tú y yo somos iguales.»

S.S. XIV Dalai Lama, gran maestro, encarnación de Avalokitesvara, bodhisattva de la compasión

 

Escribí hace años un artículo hablando de la felicidad, y otro artículo hablando de grandes claves de la vida. Ambos han tenido durante años una gran cantidad de visitas. Este artículo, lo adelanto y lo asumo, nunca las tendrá. En la vida ignoramos con frecuencia todo lo que incluya la palabra «dolor».

Llegado el tiempo de vacaciones o descansos, muchas personas necesitan ponerse una pulsera e ir de la habitación del hotel a la piscina y de la piscina a la habitación del hotel sin apenas esperar alguna otra cosa. Esto es algo fantástico para todos aquellos a los que les sirva. En mi caso, si bien practico otras muchas incoherencias en mi vida, esta en concreto me haría sentir verdaderamente pobre. Pese a que muchos artículos en la prensa tradicional invitan a perpetuar este modo de vida basado en la conexión-desconexión continua, no entiendo que el ser humano frecuentemente desee abstraerse de su realidad o su dolor, negarlos o hacer como si no existieran en una suerte de huida hacia delante donde nada se supera y todo permanece dentro. No es mi caso y el hecho de que no lo sea me ha convertido en una persona a la que verdaderamente aprecio.

Sostengo que la mayor parte de personas no se gustan a sí mismas porque huyen del dolor, lo esquivan, lo mantienen aparentemente alejado aunque repose en realidad muy dentro. No es su belleza aparente lo que no les permite alcanzar la paz; es su dolor latente lo que no les da consuelo. Dado que atravieso un momento delicado en mi vida (¿cuándo no? 🙂 trataré de explicar por qué ocurre esto. Comenzamos.

Somos mortales pese a nuestra insistencia continua por dejar de parecerlo. Todas esas personas que idolatras o todos esos momentos que idealizas están sujetos al ciclo de la vida. Permanecen por tanto ajenos a la rígida idea de lo perfecto. Todos sentimos en algún momento dolor, todos estamos llamados a aceptarlo y todos podemos crecer en la medida en que aprendemos a superarlo.

Huir del dolor es huir de la vida. Negar la tristeza, la desesperanza, el enfado o la frustración es negar la parte de la vida que representa el mayor aprendizaje. Querer pasar página demasiado rápido o intentar solapar antiguas y nuevas experiencias sin apenas tiempo para la meditación, significa dejar para mañana lo que llevo dentro. Sin excepción, las personas que se dejan para luego son las personas que no se llegan. Si todas las almas se expanden a través del manso rocío de la experiencia, también todas las almas se templan en la fragua del dolor. Por eso cuanto más queremos huir de nuestra condición, más se nos revela y aparece.

Nuestra bondad natural se nubla cuando contemplamos el mundo y al resto de personas como «todo lo demás». Pensamos que vivimos algo único o nuevo o que somos diferentes, pero al hacerlo nos separamos de la naturaleza de las cosas y nuestra mente nos posee. Imaginamos que nuestras conquistas o nuestras aflicciones son más o menos importantes o mejores o peores que las de «todos los demás». El verdadero problema es que vivir en la comparación continua no nos hace demasiado diferentes. No representa, por ejemplo, nada nuevo que te ocurra algo y creas que todo el mundo tiene que saberlo o que vivas tratando que «todos los demás» estén de acuerdo. Tampoco representa algo novedoso o diferente estar completamente enamorado de un mensaje, una idea del mundo o de la vida y acabar cegado por ello hasta apenas distinguir la belleza que late en el detalle de las pequeñas cosas.

Queremos trascender e influir, imponer o convencer y a través de esta insaciable sed de relevancia, nos distanciamos cada día de esas pequeñas cosas. Y ahí, en mitad de ese oscuro rincón de aparente sociabilidad y cercanía, en esa sonrisa compartida o ese paisaje publicado emerge la tempestad oculta del postureo, la incoherente pose que parece convertirnos en verdaderos dioses. Pero nada de esto permanece, nada de todo esto dura mucho. Y cuando el velo cae, cuando la realidad se muestra, nos debatimos entonces entre la sana utilidad de convivir con el dolor o la nada rentable costumbre de seguir huyendo.

Es una época dulce para mí. Disfruto de la sana amistad de mis clientes en una etapa de madurez profesional que en mi vida no tiene precedentes. Ayudo a diario a cientos de personas y soy uno más de esos a los que escucha nuestra desgastada especie. Todos los días apago nuevas guerras mundiales en mi mente. La mayor parte de mi tiempo vivo en absoluta riqueza, de modo que no me quita la felicidad decir que estos últimos muchos meses en mi vida personal fueron mierda y que no me dejaré llevar por el victimismo o la autocomplacencia. Me dedico a la espeleología emocional de otros; por eso mis vacaciones no estarán basadas en escapar de mis abismos sino en vivir a conciencia este dolor.

Cuando uno es como yo he querido ser, cuando uno decide vivir la vida tal y como yo quiero vivirla no existen vacaciones de los otros ni descansos de uno mismo. Cualquiera que lleve este rollo no necesita ni le apetece huir. Cuando las cosas vienen mal, cualquiera que viva así tiene el infinito consuelo de vivir en la conciencia de todo lo que es y con o sin razón le pasa. En mi caso caigo muy lento, y me levanto rápido. No nos pongamos dramáticos, entonces… Mírenlo así, amigos: mucho peor sería vivir de acuerdo a lo contrario.

No cifro mi sabiduría en no tener dolor sino en aceptarlo y aprender a convivir con él.

No cifro mi bienestar en ocultar mi dolor sino en no necesitar huir de él.

No soy feliz porque no sufra sino porque sufriendo se poner en su justa perspectiva el diminuto abismo del que tengo que salir en relación a la enorme belleza del conjunto de la vida.

Que todo lo que aprendí hasta hoy me eleve porque todo el amor que di sin excepción me fue devuelto.
 

***

Si necesitas apoyo o acompañamiento en tu proceso de cambio consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y amplia más información escribiendo a david.criado@vorpalina.com

***

TRAINING DAYS Academy continúa poco a poco creciendo y en breve tienes nuevas ediciones por si te interesa. Si fuera así, ponte en contacto conmigo.