«…Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:
Su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado»
maestro Francisco de Quevedo,
Este será un extenso artículo que quiere invitarte a reflexionar sobre un principio que hasta hoy parecía incuestionable: el cliente siempre tiene razón. Fue una máxima para los explotadores industriales de Manchester en el siglo XIX, para las fábricas en serie inventadas por Henry Ford que adelantaron el siglo XX, pero también lo es para los modernos design thinkers de IDEO, los acólitos de la innovación abierta, los fieles de la experiencia de usuario, o los profetas del negocio centrado en el cliente. Como llevo ya décadas dedicado a esto de asesorar y acompañar empresas y huelo y reconozco el tufo del vacío y la apariencia en la contratación y la prestación de servicios, veo útil dedicar algo de tiempo a aclarar ciertas cosas en lo relativo a la relación cliente-proveedor.
Vaya por delante que SI ERES UN CLIENTE INTERESADO EN CONTRATAR MIS SERVICIOS y crees no tener mucho tiempo para leer este artículo, tal vez sea útil que vayas directamente al punto 3: Carta a todos mis presentes y futuros clientes.
Esta es una historia de una perversión que se fue incubando durante décadas hasta lograr finalmente el control de nuestras vidas. En este artículo expondré por qué considero que situar al cliente en el centro como único validador de una actividad profesional es un horrible enfoque. Asociaré con este peaje histórico la existencia de los actuales comportamientos inerciales de consumo, la multiplicación de trabajos pecarios, el empeoramiento de la calidad y perspectiva de vida generacionales, la destrucción ambiental, el debilitamiento de los tejidos asociativos y la lenta demolición de los ritos de paso colectivos que sostienen toda sociedad.
He dividido el artículo en 4 apartados:
Las 2 formas de romper una sociedad de forma acelerada
Una historia de la prestación de servicios
CONTRATACIÓN de servicios: Carta a todos mis presentes y futuros clientes
PRESTACIÓN de servicios: Carta al ejércitos de aceledores de inercia
Comenzamos.
LAS 2 FORMAS DE ROMPER UNA SOCIEDAD DE FORMA ACELERADA
Hay 2 formas de romper una sociedad de acuerdo a las dinámicas del mercado. La primera de ellas es dar siempre la razón al cliente y olvidar todo lo demás (la tiranía del cliente). La segunda de ellas es no hacerle caso nunca y aún así lograr que te necesite (la prestación de servicios inducidos que nadie necesita). Un buen ejemplo de la primera manera de romper una sociedad son Amazon, Uber o Deliveroo. Un buen ejemplo de la segunda forma de romper una sociedad lo representan Ryanair, cualquier corporación eléctrica, cualquier gran entidad financiera o bancaria que impone su voluntad, o alguna de las pocas compañías de telecomunicaciones que existen y de las que nos hemos hecho dependientes.
Sobre la primera, se nos ha dicho que «el cliente siempre tiene razón«. Hemos repetido esta frase como un mantra o una letanía. Esas 5 palabras unidas han sobrevolado escuelas de negocio, se han escuchado como un eco imparable en congresos y forman parte de los libros de texto de los estudiantes de empresa o economía. Parece un razonamiento inapelable: si el cliente es el que compra, debemos plegarnos a lo que nos exige. De modo que durante décadas hemos articulado la actividad profesional alrededor de la satisfacción del cliente, haciendo depender a ésta del cumplimiento de sus exigencias. El cliente ha pasado de ser un usuario de productos y servicios a un tirano que impone su criterio. Y en consecuencia el trabajo orientado a la mejora del producto y servicio ha dejado de tener en el centro la propia calidad a medio y largo plazo de lo que se ofrece y desde hace décadas se ha basado en contentar a inmediato plazo al cliente. Esto es como decir que hemos pasado del trabajo o el oficio a la servidumbre o la esclavitud, y de la calidad real a la apariencia. Todo ello con la consiguiente pérdida de humanidad y rigor en el resultado de todo lo que hacemos.
Contra esta tendencia quasi universal, he aquí mi experiencia… He escuchado pocas cosas más estúpidas que la frase «el cliente siempre tiene razón«. De hecho, en mi experiencia profesional, casi nunca la tiene. Dado que el cliente se ha acostumbrado a ostentar un poder sin conocimiento ni criterio, su voluntad es pasto de la inercia inconsciente. No se mueve de acuerdo a lo que le conviene sino de acuerdo a lo que todo el mundo hace. No se cuestiona sino que se encumbra. Tiene, a todos los efectos, lo que el maestro Jean-Pierre Faye llamaría un lenguaje y un comportamiento totalitarios. Se ha fraguado de este modo una manera de ser cliente que no invita a la reflexión sosegada sino al consumo desmedido desde la propia tiranía. Todas estas cosas, claro está, ocurren si se permiten. No es mi caso y explicaré por qué.
Está aún por llegar el día que hable con un cliente y sepa realmente lo que quiere, menos aún lo que verdaderamente necesita. Y es normal, porque enuncia su necesidad desde el más absoluto desconocimiento. Por lo general el cliente sabe tan solo que tiene que hacer algo. Hay 3 razones por las que un cliente cree que necesita algo: O bien sufre un dolor o nota una carencia de la que es consciente, o bien tiene sospechas de que algo no funciona pero desconoce lo que es, o bien por último -tal y como señaló el maestro Thorstein Veblen- se mueve de acuerdo a impulsos de ostentación, comparación o adaptación a un contexto de cambio en el que se siente atrasado.
Por descontado las 2 últimas razones son las más frecuentes. Es decir, el cliente se mueve sobre todo por comparación respecto a otras referencias. Entender esto es crucial para comprender por qué un cliente casi nunca tiene razón y dársela continuamente es malcriarle. Si se mueve por comparación con otros, no se mueve por lo general motivado por una necesidad intrínseca sino extrínseca. Esto es, no solicita o exige algo porque lo necesite sino porque ve que otros lo tienen. Si además el mercado se aprovecha de esta tendencia y genera al cliente más necesidades de las que tiene, he aquí el comienzo del auténtico calvario en el que nos encontramos: No sabemos lo que necesitamos pero confiamos continuamente en resolverlo exigiendo a otros más objetos, servicios o soluciones. Cuanto más aceleramos esta escalada aparentemente infinita, más nos aproximamos al abismo.
Sobre la 2ª forma de romper una sociedad: no hacer ni puñetero caso al cliente (pasar absolutamente de sus necesidades) y pese a ello lograr que te necesite, tenemos sobrados ejemplos en sectores ampliamente monopolizados (telecomunicaciones, aerolíneas, transporte de mercancías, energía,…). Me refiero a empresas que maltratan, ignoran y vejan continuamente a sus clientes y continúan obteniendo inapelables resultados financieros. Al tiempo que dicen situar al cliente en el centro en ominosos y vergonzantes anuncios televisivos, lo manipulan e insultan continuamente con limitaciones draconianas en sus servicios de atención al cliente y con exigencias de consumo abusivas que atentan contra sus libertades y derechos esenciales. Casos como el de Ryanair son especialmente nocivos. este no es el modelo que pretendo defender en este artículo. Defiendo que hay un término medio entre dar siempre la razón al cliente y no hacerle ni puto caso.
La gran pregunta es… ¿Ha existido alguna vez una época o un tiempo en el que todo esto no se haya producido?. Y la respuesta es SÍ, SIN DUDA. Todos estos extremos comerciales son inventos de la modernidad tecnológica e industrial. Por fortuna, durante toda nuestra historia hemos vivido las relaciones comerciales de forma bastante diferente. Y no es casualidad que cuando hemos comenzado a comportarnos como acabo de exponer en este apartado, el planeta entero y nuestra salud mental peligren. Veamos de dónde provenimos.
UNA HISTORIA DE LA PRESTACIÓN DE SERVICIOS
Aunque hoy en día asociamos el arte a la belleza, al consumo estético o a la expresividad no productiva, esta distorsión se produjo al comienzo de la Edad Moderna, en el Renacimiento. El artista, que antes era un proveedor de servicios y productos, pasó a ser una persona sostenida por las élites que proveía de belleza a los que podían permitírsela. Se separó de este modo el arte del oficio o ciencia. En esta larga travesía que duró casi 3 siglos, se desvistió de espiritualidad, emoción y trascendencia a los productos y servicios, para barnizarlos de una supuesta racionalidad que luego la Ilustración vendría a prescribir como eterna dotando al trabajador de cierta condición de servidumbre y al artista de cierta autonomía y reconocimiento propios. Comenzaba entonces a perfilarse una orientación del servicio hacia la satisfacción de las exigencias del cliente (por descabelladas que sean) en lugar de hacia el perfeccionamiento y la calidad del resultado en sí mismo.
Solo por citar algunas referencias que nos hablan de una concepción del trabajo más enriquecida y diferente a la actual, basta leer esta bien fundada relación de citas en una de las mejores y mejor fundadas entradas de Wikipedia (la relativa al arte): «Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está basado en un método y un orden» (via et ordine). Platón, en el Protágoras, habló del arte, opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser humano. Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas, señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y complacer (delectet).« Como vemos el hecho productivo y el hecho artístico eran una sola cosa en la Antigüedad. Pero, ¿Cómo es posible que ocurriera esto y que lo hayamos perdido? He aquí la respuesta:
Utilizando un lenguaje bíblico, al principio no era el cliente, sino el producto o servicio. Desde la emergencia de las primeras civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Persia) hasta la etapa comercial precapitalista del último periodo de la Edad Media, el celo profesional en la calidad del servicio garantizaba por sí solo la satisfacción del cliente. ¿Quién dirimía que algo era de calidad? Desde luego no lo hacía el cliente. El profesional o proveedor de servicios fue altamente valorado desde la invención de las ciudades. Muchos de los profesionales con conocimientos complejos sobre su materia, formaron parte de los puestos de poder de las sociedades en Oriente y Occidente, y a menudo acompañaban y asesoraban a los jerarcas o reyes siendo socialmente muy reconocidos. Un escriba, un arquitecto, un filósofo, un propietario de una ceca que acuñaba moneda, un hacedor de barcos, un matemático o un ingeniero civil,… todos ellos si eran buenos en su oficio/arte ostentaron siempre posiciones destacadas en las sociedades griega, fenicia, cartaginesa o romana. Pero también eran muy valorados alfareros o artistas del metal -así se les llamaba-. Un acueducto, una carretera, una vasija o una espada eran obras de arte, porque arte y oficio caminaban de la mano. La cosa no cambió con los años.
En el surgimiento de las incipientes profesiones medievales, el taller gremial se articulaba en torno al perfeccionamiento de un oficio. Lo importante -insisto- no era el cliente sino la puesta en práctica de arcanos conocimientos y dilatadas experiencias que daban lugar a un producto o servicio de calidad que el cliente finalmente adquiría. Maestros y aprendices convivían en un entorno cercano y directo en el que prescribían reglamentos y disposiciones orientados a la mejora continua del producto. El indicador de éxito de un producto era la propia autoexigencia gremial y la competencia virtuosa con otros talleres. Un alfafero de un burgo conocía bien el trabajo del resto de alfareros de su entorno. El conocimiento, las innovaciones y los avances de unos y otros fluían de acuerdo a un sistema de corporación gremial en el que el especialista siempre tenía la primera y última palabra como conocedor de lo que hacía. Cada taller incorporaba sus propias innovaciones dentro de un marco práctico profesional que procuraba un amor por el proceso y el resultado. Se hace necesario recordar aquí que este sistema -a la vez escuela y negocio- era un modo de vida en sí mismo y con el tiempo fue predecesor de los sindicatos laborales industriales que años más tarde harían frente a los desmanes y abusos de la Revolución Industrial.
La orientación al servicio -tanto como el valor del mismo- no se cifraba en torno a la satisfacción del capricho del cliente sino en torno a la calidad del proceso y el resultado. Poco tenía que decir un cliente más allá de sus deseos iniciales o el pago final, dado que su respeto y confianza eran depositados de forma natural en personas que dedicaban toda su vida a perfeccionar su arte. He aquí la palabra fundamental que en algún momento de esta historia olvidamos: arte. El pescador tenía un arte de redes, el sastre un arte o patrón de referencia, pero también el panadero, el cestero o el zapatero. En aquel tiempo el arte no era algo que reposaba en los museos, sobre todo porque no existían. El arte del pan, el arte del zapato o el botín, el arte de la piedra o el arte del mimbre o la cestería eran artes vinculados a un conocimiento específico reservado tan solo para los iniciados y del que el cliente era un mero usuario final que se limitaba a disfrutarlo. Así, el arte ((del latín ars, y del griego τέχνη téchnē) era el dominio de un conjunto de técnicas y procesos que tenían afán estético y comunicativo. El arte contenía emociones, era un recurso de comprension del mundo, un componente cultural con valor en sí mismo mucho antes de que un mercado le pusiera precio. El arte aportaba cohesión y consistencia a los rituales sociales, dotaba de sentido material a un discurso estético y era el gran pegamento relacional de su tiempo.
Con la llegada de la Edad Moderna y la irrupción del sistema socioeconómico capitalista, se castigó la práctica gremial por considerarse contraria a la libertad de mercado. La cultura asociada a los gremios, altamente rica y efectiva, sobrevivió relegada a un entorno y un contexto rurales. Las aldeas y pueblos se convirtieron en refugios de un conocimiento y un saber ancestrales que se transmitían entre generaciones y sobrevivían incorporando con humildad los sucesivos adelantos técnicos. En una realidad inventada, artificial y paralela -las macrociudades de la modernidad- poco a poco quedó disociado completamente el arte del oficio y los productos y servicios modificaron su comprensión del negocio hasta cambiar el modelo de autoexigencia del artesano al modelo de exigencia del cliente.
El proceso de democratización y extensión del consumo para la inclusión de grandes masas de clientes conllevó una trampa histórica cuyas consecuencias hoy pagamos: La calidad, el valor final o el éxito de un servicio o producto ya no dependía del criterio informado y experimentado de los creadores (proveedores), sino de la variable satisfacción de personas que -precisamente porque buscan satisfacer necesidades que no pueden satisfacer por ellos mismos- a menudo no tienen conocimiento ni criterio sobre lo que contratan (clientes). Desde esto a la actual tiranía del cliente, pasaron varios siglos y sucesivas dinámicas de mercado que nos malcriaron a todos hasta que la caprichosa voluntad y la tiranía de personas sin conocimiento, se impuso a la calidad, la humanidad, el cuidado y el arte. De alguna manera todos tras este tiempo nos fuimos convirtiendo en proveedores serviles (que se pliegan a lo que les exijan) y clientes insatisfechos (o satisfechos de forma cada vez más temporal y menos duradera).
No conozco una mejor manera de expresar el desdoblamiento de personalidad que vivimos a diario (somos cliente insatisfecho + proveedor explotado) que esta parodia de los Pantomima Full:
CONTRATACIÓN DE SERVICIOS: CARTA A TODOS MIS PRESENTES y FUTUROS CLIENTES
De todo lo anterior, extraigo y declaro lo que sigue como aplicable a todos mis presentes y futuros clientes:
El valor de mis servicios está escalado en función del tamaño (nº de empleados) y rendimiento (facturación) de tu organización para hacer que la estrategia, la innovación y el cambio sean accesibles a todos. Es por eso que los particulares, las PYMES y el Tercer Sector tienen siempre tarifas reducidas. Te adelanto que no soy caro pero tampoco barato, aunque quiero detenerme a explicarte qué es caro y qué es barato en esta vida. La calidad y experiencia que ofrezco tiene un precio que fijo de forma razonable teniendo en cuenta el tiempo y la atención dedicada que he necesitado para estudiar, crear y entrenar los conocimientos y destrezas necesarias para prestar mis servicios.
Vendo calidad porque he trabajado mucho para ser calidad, vendo algo único porque me he esforzado durante décadas para ser único en el servicio a mis clientes. Y eso se paga. Recuerda que el importe que me pagas es una inversión que realizas para obtener beneficios. Y recuerda también lo más básico dentro de un mercado: el hecho de que todos pagamos impuestos necesarios para mantener nuestra sociedad, y todos tenemos una vida o varias que debemos mantener.
No me pagas -ni pagas a mis colaboradores- por 150, 40 o 2 horas, me pagas por el valor real y contrastado que te aporto, me pagas para mantener el modo de vida y hábitos que resultan necesarios en mi vida para ofrecerte un enorme valor a un módico precio que solo es posible porque no eres mi único cliente y muchos otros colaboran contigo para que ese modo de vida sea posible. No soy un trabajador a sueldo de tu empresa. Su trabajo es imprescindible para que tu organización salga adelante pero no me compares con él/ella.
Me contratas porque quieres algo diferente, porque necesitas algo diferente. Y eso es lo que soy y puedo darte. Y tiene un precio que he calculado en el justo medio entre un precio residual por el que tu organización no haría ningún esfuerzo y un precio desproporcionado que nunca podrías pagar. Tengo el suficiente bagaje para saber a estas alturas que si eres una organización con más de 20 empleados y no estás dispuesto a pagar las tarifas escaladas que tenemos tanto yo como mi equipo en el mercado, no es porque no puedas hacerlo sino porque decides dedicar ese mismo dinero -sea el que sea- a otra cosa. Es tu elección pero no me hagas responsable de ella.
Mi vocación es un trabajo y una especialidad lo suficientemente rara y extraordinaria para que pongas en valor todo lo que con gusto haré por ti. Manifiesto una falta de interés total en perseguirte. No diseñaré un plan de acción con el que llegar a tí y sorprenderte. No lucharé por ser visible o conocido, por llegar a pocos o a muchos. No competiré contra nadie (por precio, engaños o halagos) para captar tu atención. No venderé lo que no soy ni trataré de parecer lo que no tengo. No estudiaré qué formatos tienen más público para centrarme en ellos y los repetiré como un papagayo, porque yo tengo algo que decir, es enormemente diferencial y valioso para tí y se cómo decirlo. Me muevo por conocimiento, experiencia y valores, no por intereses ajenos. Seguiré sin hablar de lo que todo el mundo habla. Defenderé lo que creo que siempre necesitan las personas, y no aquello que inconscientemente demandan.
Permíteme ser sincero contigo: No me resulta apasionante prestar mi servicio al mundo y ejercer mi vocación desde el cumplimiento de tus puntuales o infundadas expectativas. No he llegado a este mundo para complacerte. No he nacido para satisfacer tu paja mental, sino para ayudarte a entender qué necesitas y apoyarte a la hora de obtenerlo. La dinámica habitual de las relaciones comerciales dicta una forma de actuar muy concreta: unas personas (proveedores de productos y servicios) dedican tiempo a crear algo, luego invierten una gran cantidad de tiempo en captar, perseguir y mantener la atención de otras personas (clientes potenciales) para que finalmente estas personas cifren el valor del trabajo realizado pagando un precio (y convirtiéndose en clientes). De acuerdo a este ciclo el valor o la relevancia de cualquier cosa queda fijado por el cliente, es decir por la cantidad de atención que despierta en el resto de personas esa cosa creada por alguien. Y he aquí mi problema: no estoy de acuerdo con nada de esto. Más bien creo algo bien diferente: El mundo está profundamente enfermo y sentirme completamente adaptado a él para satisfacerle no parece una fantástica señal que me indique que estoy haciendo lo correcto.
Antes bien, creo que lo que hago es valioso en sí mismo. Me dedico a curar el dolor de cientos de equipos y organizaciones. Se que lo hago importa y veo a diario los resultados de mi esfuerzo y del esfuerzo de las personas a las que acompaño. Por eso, me niego a darte la brasa, a dedicarle ingentes cantidades de tiempo o técnicas disruptivas de manipulación que llamen tu atención. No he sido ni seré como esa enorme legión de personas que mediante estrategias de venta depuradas se dedican a vender el contenido que no tienen. No milito en la apariencia, sino que formo parte del minoritario ejército de personas que cifran su honestidad en función de estándares de coherencia. Soy real y si quieres saber quién soy y lo que hago es sencillo informarte, conocerme o escuchar lo que otros dicen de mí. Por ello no andaré ni mucho ni demasiado tiempo detrás de tí para convencerte de que vivas o disfrutes de algo de todo cuanto soy y ofrezco. Ni tú ni yo somos tan importantes, querido cliente. Soy lo que soy y si eso no te convence, sigamos nuestro camino. Pero jamás te cederé la autoridad o el derecho a validar mi fracaso o mi éxito. Soy un profesional artesano, mimo y cuido los detalles, lo que significa que no te sirvo como esclavo, ni te daré siempre la razón.
No tengo necesidad alguna de conquistarte. Invierto cada día de mi vida en conquistarme a mí mismo y alcanzar una vida honesta, y con eso -créeme- ya tengo suficiente. Si como resultado de mi esfuerzo, lo que digo o hago crees que puede ayudarte, estaré encantado de servirte, pero no forzaré que me llames o que me necesites. Ni mi autoestima ni mi bienestar dependen de tí. Tampoco necesito tu reconocimiento. Cada día desde el alba hasta la noche tengo ya demasiado con llegar a cumplir los estándares habituales de mi autoexigencia. Esto no significa que tu criterio no me resulte relevante, significa más bien que si quieres que tu opinión me importe, debes ganártelo. Y no vale con que tengas una cuenta anónima en twitter, con que me pagues y seas mi cliente o con que abras la boca para expresar lo que se te ocurra sin pensar lo que dices. Todas estas cosas las puede hacer cualquier y no me infunden ningún respeto. No, no me vale con eso. Si quieres que valore en algo tu criterio, necesito que tus actos y tu vida dignifiquen los del resto. Me importa lo que piensas, pero no me determinas.
PRESTACIÓN DE SERVICIOS: CARTA AL EJÉRCITO DE ACELERADORES DE INERCIA
Aunque hace poco hablé de los limpiadores de conciencia, existe un ejército de profesionales mucho peor que ese. Se trata de los aceleradores de inercia. He dedicado otro artículo titulado La verdad sobre la formación y la consultoría en el que hablo en detalle de estos individuos con los que bato el cobre a diario, pero hoy quiero dirigirme de forma breve a todos ellos:
Redundando y alimentando la tóxica y destructiva inercia de las relaciones comerciales actuales entre proveedor y cliente, se encuentran todo tipo de believers del Mercado posmoderno, adoradores de la venta, generadores de emociones y experiencias, publicistas reciclados, copywriters de alto impacto, marketeros digitales y demás calaña… Todos ellos nos abocan a una comprensión de las relaciones comerciales nada virtuosa, en la que prima el hecho de captar (robar) la atención de los demás para que te compren a tí y no a otro. Nada se habla del valor ético o la honestidad de lo que se hace, tan solo importe «llegar al cliente», «satisfacer una necesidad que tenía o que le generas» o «convencer al otro de que lo hago es único». Todo un ejército de personas y profesiones se dedica a diario a echar más madera a nuestra inercia inconsciente, encumbrando a la supuesta dinámica autorreguladora del mercado al rango de divinidad tutelar. El problema hoy es que estamos viviendo a diario miles de consecuencias evidentes de esta forma de entender el comercio. La crisis climática, las sucesivas crisis económicas (de las que ya no nos recuperamos y vamos acumulando), o la ruptura del modelo social de mercado son el resultado de estos enfoques aspiracionales y mentirosos que nos abocan a la insolidaridad y el aislamiento del individuo.
Y ahora permíteme ser todavía más claro: Cada cierto tiempo me llega un mensaje de alguien comentándome que le encanta lo que hago y que por ello sería fantástico que pudiera ayudarme a mejorar mis técnicas de venta. Dado que soy nefasto vendiendo y que llevo 8 o 9 años sin vender nada más allá de todos los clientes que me llegan por recomendaciones, le dedico tiempo a leer o atender a estas personas. En sus correos siempre se incluye un texto detallando algunos consejos relacionados con captar la atención de la gente, engañarles con algún cebo, transformar mi discurso hacia mensajes persuasivos o abundar en el clickbait. En 5 ocasiones he recibido incluso un video personalizado en el que estas personas me interpelan. La cantidad y variedad de personas que se dirige a mí ofreciendo esto es sorprendente: copywriters, vendedores, expertos en marketing digital,… Las recomendaciones de todos ellos se resumen en estos puntos:
1) Prolonga la estupidez de las personas: La gente quiere cosas sencillas y rápidas, no tiene tiempo para pensar, ni capacidad para prestar atención de forma continuada. Funcionamos por impulsos de atención brevísimos y queremos tener soluciones sin esfuerzo. Aprovéchate de ello. ¿Y si yo creo que este modo de vida aunque de mucho dinero, genera una sociedad de mierda y no quiero contribuir a ella?
2) Trata a las personas como si fueran idiotas: Según estas personas -aunque nunca lo dicen con tanta claridad- las personas hoy en día no tienen criterio ni tiempo, y no quieren invertir el esfuerzo necesario en tenerlos. La labor de un proveedor de servicios es entonces servir a esta inercia. A menudo me interpelan de forma bastante atrevida apelando a una falta de autoestima o seguridad que no tengo. «Nadie va a leer tus artículos, David» o bien «Nadie va a matricularse en tus programas» o bien «Las grandes empresas demandan otro discurso» o bien «Si quieres llegar a grandes masas, simplifica mucho más todo«. Afirmaciones bastante gratuitas a las que nunca respondo por vergüenza ajena y cierto sentido de la compasión. Vender -según ellos- consiste en multiplicar la mierda, descender la calidad de lo que se hace y aumentar en número y profundidad la legión de imbéciles que pueblan el planeta. Es importante señalar que algunas de estas personas que se dirigen a mí realmente garantizan y son capaces de hacer que tu producto o servicio esté visible en todos lados y acabes captando clientes por saturación, pesadez o goteo. Es decir, bastantes de estas personas saben lo que hacen y lo hacen perfectamente aportándote resultados financieros. Puedes multiplicar tus ingresos con facilidad si inviertes en este tipo de cosas porque las formas de manipulación e impacto son hoy infinitas. Pero ¿Y si yo creo que sobran las personas que se ofrecen sin ser ni tener un contenido, y faltan las personas que dedican su vida a serlo o a tenerlo?
3) La gente no quiere calidad, quiere gratis e inmediato: Todos ellos también insisten en que precarice mis servicios. Que descienda la dedicación de mis programas o que ofrezca píldoras rápidas que nos envilezcan. Los contenidos de calidad -me dicen con atrevimiento- no funcionan. Lo que triunfa son los contenidos y ofertas impactantes que apelan a una necesidad que la persona siempre ha tenido o no conoce, es decir, que en realidad genera una necesidad que no necesitan. ¿Y si yo no trabajo para ampliar las mayorías inconscinetes sino para ampliar a esa minortía de personas que quiere una vida de calidad y de sentido?
He aquí mi respuesta a todos ellos: Nunca he tenido ninguna estrategia de venta ni trabajaré para tenerla. Más allá de que todo lo que hacéis redunda en el mito del profesional autónomo e independiente que tiene que cuidar de sí mismo porque nadie más lo hará -un mito falso que nos envilece como especie- cofieso que no soy experto en publicidad o marketing y que tras conocer durante años a los que lo son, no quiero parecerme a ellos. Prefiero el azar, la confianza ajena y el foco a la manipulación, la autopromoción y el bombardeo.
Pero quizás la clave está en que reflexiones sobre algo: En la era de la distracción masiva todas las personas se prestan a competir por la atención de otras, así que el gran dilema ético hoy en día es este: ¿Qué estoy dispuesto a hacer para captar la atención de otros? Si la respuesta es «lo que sea», no lo dudes, formas parte del problema. Piénsalo.
Al final el dilema para mí es fácil de resolver: o bien decido sumarme a las legiones de centenares de millones de personas que alimentan una inercia de negocio en la que se vende lo que la gente pide (capricho o entretenimiento) sin pensar en lo que todos hoy necesitamos (comportamiento ético); o bien soy honesto y me cuestiono lo que llevamos décadas haciendo y nos está destruyendo como sociedad y como especie, y en consecuencia no trato de alimentar más a la bestia. Elijo lo segundo.
«Y así llevó a su casa todos cuantos pudo dellos… Y con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni el mismo Aristóteles si resucitara solo para ello… Y se enfrascó tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco domir y del mucho leer, se le secó el cerebro…
Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante…
Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana se armó de todas sus armas, subió sobre su Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.»
maestro Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cap.I y II
No llamamos locos a quienes lo son, sino a quienes nos hacen parecerlo. El mundo del libro dignifica la vida de quien accede a él. Hablo de relaciones sociales enriquecedoras, respetuosas y sinceras. Autores, editores, impresores, libreros y lectores formamos un sólido tejido de actos, encuentros y conversaciones que resulta emotivo y esperanzador. Aún así intentaré hacerlo en este texto.
En este artículo trataré de argumentar por qué es necesario leer y cómo desarrollar el amor por la lectura. Aunque creo que hemos idealizado el conocimiento y vejamos frecuente e injustamente a las personas analfabetas, o incultas, creo que en esto de la defensa de la lectura es necesario hacer una distinción entre personas que tienen una elevada capacidad de decisión en una comunidad social y personas que se limitan a llevar una vida sencilla y digna.
Escribo este artículo para inspirar a las personas que toman decisiones a que lean. No he podido tomar decisión más importante en mi vida que leer con frecuencia y fruición desde hace años. Sin duda leer -y todas las actividades que rodean a la lectura- te ayudarán a encontrar la paz que siempre has buscado fuera y aguardaba a que la cultivaras muy dentro.
Necesitamos que las personas que toman decisiones se comprometan a leer. Mi experiencia acompañando empresas durante estos años me dice que el nivel de conocimientos sobre la historia, la economía o el comportamiento humano que manejan los directivos es tremendamente limitado o directamente muy bajo. Intentemos remediarlo.
He dividido el artículo en 3 apartados:
Leer es un acto revolucionario
Los datos de la deriva lectora
Por qué y cómo cultivo la lectura
Espero, lector o lectora, que lo disfrutes.
Comenzamos.
LEER ES UN ACTO REVOLUCIONARIO
Para mí es evidente que las personas que toman decisiones relevantes en el mundo deberían alimentar un conocimiento en perspectiva de la vida que reúna no solo experiencias vitales inmediatas sino sobre todo un hábito lector que vista de argumentos la experiencia propia. Y la realidad es que esto, en mi experiencia acompañando a directivos/as, no ocurre. Sostengo que en el marco de sociedades altamente complejas e interdependientes, representa un comportamiento altamente irresponsable ocupar puestos de mando relevantes sin dedicarle tiempo a la lectura.
Las personas no leen porque leer requiere tiempo y espacio adecuados, y porque leer es desacelerar el alma, sintonizar la frecuencia de nuestra atención para comprender lo que otros dijeron o escribieron antes. Leer es sobre todo vivir con el compromiso de superar la mirada propia identificándome con otros. Quien lee nunca está solo porque calienta su espíritu al abrigo del eco de lo que otros lectores y escritores fueron alumbrando durante siglos. Si quieres leer -y ya te adelanto que lo necesitas- nada más adecuado que reservar un espacio y un tiempo para hacerlo para, con el tiempo -es mi caso- poder entregarte a la enfervorecida aventura de devorar páginas.
Tal y como George Orwell (1984) se encargó de dejar claro no existe nada más revolucionario que leer y escribir. En Fahrenheit 451 Ray Bradbury relataba un mundo distópico en el que legiones de bomberos se dedicaban a quemar sistemáticamente todos los libros. Hablaba de sociedades que ya existieron. El Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica -que estuvo vigente 400 años hasta 1966 y cuya alargada sombra inspiraría a los sucesivos dictadores del mundo- censuraba, prohibía y quemaba libros que se escondían en los rincones y dobles fondos de los anaqueles para escapar de la misma depredación idiotizante que promovieron los nazis.
LOS DATOS DE LA DERIVA LECTORA
Partamos de lo básico. Vayamos a los datos. Esta es la realidad del mundo analizada desde una perspectiva desarrollista (más cantidad = mejor): Sumando los libros editados desde que se hizo el cálculo inicial de Google, podemos estimar que existen aproximadamente 150.000.000 de libros diferentes (titulos no duplicados) en el mundo. Cada día se publican 100 libros nuevos. En realidad, como lector y como profesional del libro, diré que esta estimación está muy centrada en una forma de cómputo sesgada propia de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (el organismo de referencia y control en EEUU tal y como la Biblioteca Nacional lo es de España).
En estas cifras, la pujanza de la cultura normativa anglosajona es evidente: Reino Unido es el país que más libros imprime per cápita en el mundo. Hace poco alguien comentaba en una red asocial que en su disciplina concreta era imposible estar al día sin saber inglés. Esto sigue siendo rigurosamente cierto. Añado un ranking a esta verdad. Estos son los 10 países que más libros publican al año:
Los datos apuntan que se leen libros una media de 5,5 horas a la semana en los países ricos. Sorprendente cifra que no se corresponde con ninguno de los testimonios sinceros del común de las personas que tengo a mi alrededor (vivo en un país rico) y tampoco con ninguno de los directivos/as que acompaño a diario.
¿Pero lo publicado se adapta a lo leído? La respuesta es NO. Ni los datos cuadran ni las personas suelen reconocer el escaso tiempo que dedican a la lectura. Solo por citar una realidad palmaria, la media de lectura anual por países es un dato claro a este respecto: Según el World Culture Score Index «a nivel mundial, las personas afirman que pasaron 16.6 horas viendo televisión, 8 horas escuchando la radio, 6.5 horas leyendo y 8.9 horas en computadoras / Internet (por razones no relacionadas con el trabajo) de promedio cada semana.» Siguiendo con los datos, ¿Cómo se comportan en términos de hábito lector los lectores en el mundo y cuántos leen al menos 1 libro al año (sutil y épica proeza)?:
Cifra arriba, cifra abajo, concluyamos que si incluímos a todos los países del mundo (aquí solo están los que supuestamente más leen) aproximadamente lee un 40% de personas en el mundo. Esto significa que la mayoría de personas no lee nunca o casi nunca. Los datos de la OCDE son sin embargo poco creíbles -al menos en mi experiencia, insisto- dado que según este organismo 2/3 de los estudiantes de la OCDE leen por placer.
Lo que sí es fácil de creer -y los editores no dejan de repetirlo- es que las mujeres leen más que los hombres. La proporción que arroja el informe PISA de la OCDE (ciclo 2000-2009) es que un 52% de estudiantes masculinos leía por placer frente a un 73% de estudiantes femeninas. También hay barreras socioeconómicas y una relación entre nivel de desarrollo y lectura: el 72% de estudiantes de clase media o clase alta o países más aventajas económicamente aseguraron leer por placer frente al 56% alumnos en situación más desaventajada. Pese a esta celebración de cifras, la OCDE admite que incluyendo el ciclo ampliado (2009-2020) el porcentaje de lectores jóvenes por placer (y no por obligación de estudios) ha descendido progresivamente durante los últimos años. Caminamos hacia una sociedad literalmente imbécil y desprovista de conocimiento más allá de la técnica.
Durante años he recorrido muchos quilómetros conociendo a centenares de personas y es duro comprobar cómo la mayor parte de ellas se limita a creer lo que alguien o un conjunto de personas dice y desconoce los rudimentos esenciales del cuestionamiento propio. En mi experiencia la lectura profunda y detallada -es decir, no internet, sino los libros- es fundamental en la conformación del carácter filosófico. Me refiero a una actitud de vida basada en el cuestionamiento y el disfrute de las cosas de una manera consciente e informada que te ayude a tomar mejores decisiones.
Leer es la apoyatura necesaria y básica para aprender a pensar, y aprender a pensar es practicar la verdadera libertad y autonomía en la vida. Por contra, lo hegemónico nos sugiere que no se vive de acuerdo a un criterio propio sino de acuerdo a un conjunto amorfo y aleatorio de influencias ajenas. Por descontado, estas influencias no están basadas en la solidez argumental o intelectual sino en la capacidad de impacto por captación de la atención de grandes masas. Es decir, el esperpento vence casi siempre a la sensatez y al criterio.
Nos hallamos así en sociedades que idolatran, premian y nos saturan de la ocupación explosiva (trabajo y entretenimiento) pero eliminan o excluyen la ocupación reflexiva y contemplativa (introspección, lectura, meditación, diálogo). Más allá de que unos y otros tengamos un carácter o una estructura perceptiva más o menos proclive a cuestionarnos las cosas, es fundamental entender que necesitamos conocer los detalles que articulan a nuestro alrededor la vida.
¿Cómo lo hago yo? Mi caso es extremo pero no quiero dejar de compartirlo. Leer, aunque sobre todo escribir, y en general el cultivo de la palabra, es mi gran pasión desde pequeño. Dado que soy una mezcla curiosa entre afable y huraño, siempre he pensado que debería acabar en algún momento viviendo en medio del campo rodeado de libros, con una vida tranquila y apacible (a la manera de Tolstoi) pero en continuo contacto con el mundo. Todo llegará.
Hace ya muchos años, acepté que las instituciones educativas del sistema jamás me iban a procurar un conocimiento en profundidad y riguroso porque no estaban pensadas para ello. Emprendí así una no planeada ni proyectada larga formación autodidacta en varias disciplinas de conocimiento. Me interesan sobre todo las ciencias humanas y sociales en su conjunto y desde hace años tan solo leo ensayo con esporádicas incursiones en la literatura de ficción.
En muchos casos -lo he sabido al hablar con catedráticos o doctorandos- manejo niveles de lectura en cada ámbito equiparables a una especialización universitaria o profesional. Por así decirlo he explorado -y sigo explorando a diario- el universo del conocimiento humano de manera integral y tratando de armar una visión en perspectiva e informada de las cosas que me ha aportado una mirada enriquecida en mi labor diaria.
No diría que tengo una sistemática definida de lectura, soy bastante inconstante en lo que leo. Leo siempre varios libros a la vez, nunca menos de entre 30 y 40 para poder conservar el hilo de la lectura. Lo que sí hago es dedicarle la mitad de mi jornada a la lectura. Lo hago sin un ritmo frenético, sin presión, a razón de unas 160-200 páginas en cada tanda de lectura (hay días en los que leo 1 sola tanda, otros 2 tandas y los menos días leo 3 tandas interrumpidas por descansos intermedios). Toda mi casa es una zona de lectura. Por supuesto he necesitada trabajar mucho para lograr una vida en la que pueda mantener este ritmo de lectura, pero eso daría para otro artículo…
No hago todo esto conscientemente (de hecho he tenido que calcular todos estos detalles mientras iba escribiendo el artículo), tan solo lo hago porque amo hacerlo, y la única manera de amar la lectura -del mismo modo que la única manera de amar a una persona- es dedicándole tiempo. No conozco otra fórmula. Diría que lo fundamental para leer en mi caso es disponer de mucho tiempo en mi agenda.
Pero no todo en la lectura son buenas noticias, también hay peligros. El conocimiento y en general la sabiduría -que es algo muy diferente- suelen ofender. Leer, y sobre todo leer a un buen ritmo durante muchos años en una sociedad enferma diseñada para multiplicar estúpidos, también implica que uno puede convertirse en un completo extraterrestre si se descuida. Poco a poco lo notas. De repente te das cuenta de que hablas y la gente se pone a tomar apuntes, o te mira frunciendo el ceño tratando de comprender lo que dices como si fueras un marciano.
Cuando uno es vulgar sin conocimiento, entonces no tiene alternativas: solo puede ser vulgar. Cuando uno sin embargo se procura cierta formación y cultura, llega el peligro porque uno puede convertirse o bien en un imbécil condescendiente (un estúpido más estúpido que el resto porque además lo es tras haber leído), o bien en una persona fácil de tratar, respetuosa y honesta. En definitiva, tus relaciones sociales pueden resentirse si no eres capaz de modular tu discurso en función del foro y las personas con las que te comunicas o si te crees superior por haber dedicado tiempo a la lectura, lo cual sinceramente me parece patético y es el caso de buena parte de pensadores.
En mi caso, dado que ni nací ni crecí en un entorno cultural de élite -como le ha pasado a tantos otros pensadores- con personas altamente leídas con las que poder hablar en detalle de muchos temas, trato de recordar algo que aprendí hace tiempo:
Por un lado, en todo lenguaje existen lo que se denominan variedades diastráticas, es decir niveles culto, estándar y vulgar en el habla. Es útil distinguir cuándo utilizar uno y otro dependiendo de los foros en los que uno se mueva y sobre todo no caer en la ridícula y egoica condescendencia conservando la humildad. En mi caso recuerdo que leer no me hace menos ignorante que nadie, sino que me ayuda a serlo de forma noble y controlada. Por cierto, a menudo se nos olvida que nadie puede alcanzar un nivel estándar o culto en el habla sin leer.
Por otro lado, me obligo a recordar cuando estoy con amigos en un contexto informal que no estoy sentando cátedra y tan solo se trata de opinar y hablar de manera relajada. Quien olvida esto, acaba su vida como el bueno de Alonso Quijano. Y aunque hace ya muchos años que -como él- salí al campo «con grandísimo contento y alborozo«, vivo para no poder ser ignorado por el resto.
«Las épocas de heroísmo son generalmente épocas de terror«
maestro Ralph Waldo Emerson, El heroísmo
El nivel de desquiciamiento colectivo está llegando a niveles asombrosos. Lo reconozco, a veces cuando leo algunas cosas la postura que tiene el tipo que encabeza este artículo me posee. Es como si me dijera a mí mismo en alto: ¿En serio está ocurriendo esto?. No tengo ya ninguna duda: el homo economicus que soñaron los padres fundadores del neoliberalismo posmoderno está mutando a homo estupidens a un ritmo acelerado. Espero acabar la investigación y los libros antes de que hayamos olvidado leer o nos parezca poco trendiepensar de forma crítica. Convengamos en algo: Últimamente el mundo anda más loco de lo normal. No es solo la pandemia, es más bien un proceso de estupidización global. En medio de toda pandemia o carestía, surgen los profetas. En otras palabras, a río revuelto, ganancia de pescadores. El profeta que me ocupará hoy se llama Florentino Pérez. Vayamos por partes.
Recientemente Andy Stalman, una persona cuya labor sigo desde hace años y cuyo trabajo observo y respeto, ha publicado un artículo sobre la propuesta de Superliga abanderada por Florentino Pérez. Pude conocer su artículo La Superliga Europea, caso de estudio para el mundo de la empresa gracias a la impactante publicación en Linkedin que figura más abajo. Sirva este artículo como alternativa a la propuesta de reflexión del maestro Andy Stalman. No suelo coincidir en casi ningún análisis que hace Andy sobre la realidad actual de nuestro mundo, pero ello no me impide respetarle y considerarle lo que es, un buen maestro del marketing.
Este artículo breve tendrá 3 partes. En ellas trataré de exponer por qué la Superliga es el perfecto ejemplo de…
MARCAS Y NEGOCIOS QUE NOS ENVILECEN: Aquí explicaré cómo nos empobrece la creación de marcas o negocios elitistas sin valor de mejora social, sin ninguna voluntad de cambio significativo y sin ganas de fomentar comportamientos éticos o solidarios.
EL RANCIO MANAGEMENT DE SIEMPRE: Aquí abordaré cómo la inercia amoral y acrítica del pensamiento empresarial predominante desprecia a las mayorías e impone el conflicto radical continuo como medio imprescindible para la supervivencia.
LOS 3 PECADOS CAPITALES DEL MESIANISMO EMPRESARIAL: Aquí explicaré cómo Florentino Pérez reinventa 3 de los 7 pecados capitales que siempre ha practicado pero cuyo alcance nunca acaba.
Comenzamos.
MARCAS Y NEGOCIOS QUE NOS ENVILECEN
Cuando era pequeño amaba el fútbol. Pasaba el día pegado a un pelota y apenas descansaba. Jugaba incluso con tetrabriks vacíos hinchados con aire en el patio del colegio cuando ni siquiera teníamos balones. En aquel tiempo -hace menos de 30 años- equipos de todo tipo de ciudades todavía competían entre sí en una desigualdad tolerable que permitía a grandes equipos medirse con pequeños que buscaban la gesta memorable. Los estadios de fútbol eran lugares donde se dirimía el estado de ánimo de la sociedad cada domingo. Eso fue antes de que los equipos jugaran casi cada 2 días y la intensificación y globalización mediática de los torneos convirtiera un deporte noble en un descarnado mercado de intereses y lucha de poderes. Desde sus inicios el fútbol ha estado politizado y ha dependido de filántropos o empresarios que invertían en los equipos a cambio de relevancia social. Hace unos días, sin embargo, se dio un paso determinante que augura la ya creciente voluntad de apropiación de un bien colectivo y una ilusión social que a todos nos pertenece: el deporte.
En primer lugar, considero que merecen mucho respeto las personas capaces de dirigir grandes conglomerados de negocios con independencia de la condición ética de sus actividades y modelos de negocio. Si queremos mejorar las cosas, es necesario examinar y entender la realidad de aquellos que han llegado a ser poderosos. En segundo lugar se trata de un fenómeno que capta la atención de mucha gente y es bueno reflexionar sobre algo de lo que todo el mundo opina para favorecer la reflexión racional de nuestro presente. Y por último siempre he creído -en contra de todas las escuelas de negocio que conozco- que la disciplina empresarial es algo vivo y puede alimentarse de noticias recientes. Esta es una de ellas.
El pasado domingo 18 de abril de 2021, 12 clubes de fútbol autonombrados «los más importantes» y abanderados por Florentino Pérez anunciaban la creación de la Superliga a todos los medios de comunicación a nivel mundial. Más allá de que el proyecto se esté cayendo por lógicas y evidentes presiones sociales, merece la pena analizar la continua banalización del mundo empresarial y los negocios de la que este episodio es un gran ejemplo.
Esta banalización con la connivencia de 3 factores simultáneos que suelen operar de facto en la lógica neoliberal más rancia y evidente, a saber:
Una coyuntura económica dificil muy útil para imponer medidas y lógicas abusivas y en la que unos pocos tratan de sacar tajada cueste lo que cueste y caiga quien caiga: En otras palabras, el descenso de ingresos por la pandemia ha afectado al mundo del fútbol y un líder supuestamente carismático recupera un viejo proyecto elitista con el que ahora es más facíl convencer a los clubes que anhelan la continuidad de un crecimiento financiero infinito que ya no existe. Esta reedición y abuso de tiempos de incertidumbre para imponer viejas ideas suele estar fundada en medidas liberalizadoras y desrregularivas anteriores, en este caso sirva de ejemplo la Ley Bosman de 1995, pero también en pactos y movimientos alegales o en la sombra.
La promoción y difusión de nuevas marcas y modelos de negocio por la industria insaciable del marketing vacío que solo admira el impacto fáctico y efectista convirtiéndose en un altavoz acrítico de las inercias, y haciendo que la publicidad -una de las formas de comunicación humana más efectivas- sirva a los intereses de una minoría cada vez más poderosa contra una mayoría que les compre. Sirvan de ejemplo los innumerables programas de televisión, medios y profesionales que se han hecho eco de esta propuesta de modelo de negocio durante los días previos y posteriores, en todas y cada una de las casas de cualquier persona que viera un telediario, abriera un diario (deportivo o no) o siguiera los consejos de un influencer o referente en las redes sociales. Tal y comentaba por redes sociales, incluso desde el punto de vista publicitario, mi posición es que el MKT no debe ser mera propaganda desligada de la ética. La publicidad (el branding, el marketing o como demonios quieran llamarlo) no debe idealizar el mito de la rentabilidad creciente o la generación de actividades económicas que contribuyen a la apropiación de un bien colectivo.
Por todo ello, lamento no compartir el entusiasmo y la admiración de Andy Stalman por la figura de Florentino Pérez y por ese supuesto cambio revolucionario para el fútbol europeo que lidera. Me da igual que tenga 74 años, que dirija una industria exitosa o que presida uno de los clubes más laureados del mundo. Habría tal vez que preguntarse por qué ocurren las dos últimas cosas y a que se deben. Respuestas a ambas preguntas no me faltan: concentración del poder económico del fútbol en unos pocos clubes gracias a acuerdos comerciales abusivos con empresas de comunicaciones; un desmedida, insultante e impúdico mercado del fútbol que aumenta cada año más en un mundo donde las clases medias se diluyen y la pobreza se generaliza; una concentración sectorial industrial fundada en la absorción, desmantelamiento y destrucción de la competencia; una vinculación directa y completamente demostrable entre clubes de fútbol poderosos y cargos políticos y empresarios que utilizan la atalaya del entretenimiento de masas como medio para su enriquecimiento,… En fin, la lista no acaba.
Entiendo que el negocio del fútbol se replantee fórmulas de nueva rentabilidad económica. Es algo lícito y propio de cualquier sector empresarial actualizarse. Otra cosa bien distinta es que en el fondo nada cambia de todo lo deleznable que tiene el fútbol de hoy (sueldos desmesurados, presión sobre el rendimiento del futbolista, apropiación de poder, abuso y control mediático) y solo cambie el fútbol (minutos de juego, horarios de partidos, número de partidos por semana) para intensificar la explotación de beneficio económico, y no para favorecer una comprensión saludable del deporte.
Esta propuesta nunca tuvo la voluntad de generar un marco europeo de competición deportiva justo y que garantizara la igualdad de oportunidades. Su impulso pretende que una parte muy reducida del mundo del fútbol salga reforzada respecto a una mayoría de clubes y aficionados, y además que esa minoría sortee la creciente migración de la atención masiva hacia otros medios de comunicación menos formales y menos controlables por los clubes en términos de explotación de beneficios económicos (hablo sobre todo de redes sociales de nuevo cuño y canales de streaming). En realidad la propuesta es un gran ejemplo de un dilema clásico de la filosofía moral y política: el contrato social VS el acuerdo comercial. Desde el siglo XVII y sobre todo desde el siglo XVIII aquellos que tradicionalmente entienden que la base de las relaciones humanas debe ser regulada desde el interés colectivo decidido por todos (de forma directa, participativa o a través de representantes políticos) entienden que la economía es un medio fundamental que sirve a un marco de convivencia compartido; y por otro lado aquellos que tradicionalmente entienden que esta base conductual solo debe ser regulada por los acuerdos comerciales libres entre partes entienden la economía es un fin al que las personas servimos.
Los que defendemos una posición intermedia entre el contractualismo social (liberalismo político) y libre mercado (liberalismo económico) hoy somos pocos y estamos en peligro de extinción. El falso dilema populista entre SOCIALISMO o LIBERTAD (muerte o susto) que ahora los representantes políticos más cercanos a Florentino Pérez defienden era y es por tanto falso y demuestra un desconocimiento histórico falaz, del mismo modo que es falso afirmar que el fútbol no sobrevivirá si no se produce una apropiación económica de este deporte por «los mejores». Por cierto, eso de «los mejores» sería bueno que Florentino Pérez se lo dijera a un aficionado del Betis o del Rayo Vallecano o el Oporto… Sería genial que esta persona se diera cuenta de que el éxito en el deporte no consiste solo en ganar títulos o facturar dinero sino en aprender de esa relación saludable y muy pedagógica entre competición y solidaridad que tanto nos ennoblece como sociedad.
El neoliberalismo del que Florentino Pérez es uno de los mejores apóstoles, quema la tierra que cultiva dado que presupone a los acuerdos comerciales derecho de regulación de las relaciones humanas por encima de cualquier interés colectivo o bien común. Pero la verdad e que el fútbol siempre ha estado saludablemente en medio: en manos de millonarios que buscaban relevancia como bien colectivo disfrutable por todos. La restricción del acceso a la visualización de partidos no fue de hecho una innovación de los años 90, siempre ha estado ahí como medio de ganancia para el mantenimiento de los clubes. Recordemos aquellas jornadas en el antiguo estadio Metropolitano en las que las personas hundidas en la miseria económica más absoluta se encaramaban a la colina para poder ver el partido. Nada nuevo bajo el sol. Pero hay una diferencia notable entre restringir un uso para obtener un beneficio privado que se revierte a la sociedad, y tratar de apropiarse de un sector para romper un mercado. Ese es el efecto destructivo de la corriente económica neoliberal.
EL RANCIO MANAGEMENT DE SIEMPRE
Hay cierta impostura poco saludable y muy frecuente en el pensamiento empresarial y los modos de hacer de los negocios a la manera clásica que tiene que ver con ocultar los problemas reales para aparentar una fortaleza que no existe o es endeble. En el caso de la Superliga, su propuesta nace en verdad de un problema que es común a todos los clubes de fútbol grandes y pequeños pero que en los grandes causa una mella enorme: se trata de la financiarización de los clubes (la cesión de su propiedad real a los bancos) debido a su incapacidad para afrontar las deudas o préstamos necesarios para mantener un ritmo de negocio con unas cifras insostenibles en lo que vendría a ser una de las mayores burbujas de actividad económica de nuestras sociedades que nadie quiere acometer porque mantiene entretenida y ocupada a la gente. Ese es el verdadero problema y nadie reflexiona sobre cómo resolverlo, antes bien las propuestas engordan y amplían el problema buscando nuevos ingresos para que la burbuja se mantenga.
Además de valorar la adaptabilidad en las formas de negocio y admirar los Business Model Canvas de la Superliga y otras gilipolleces similares, deberíamos revisar la ética de los negocios. Si solo admiramos el dinero que pueden dar, olvidamos u obviamos la sociedad a la que DEBEN SERVIR TODOS Y CADA UNO DE LOS NEGOCIOS. Tal vez por eso uno echa en falta cuando ve todas estas cosas, cierta capacidad de autocrítica en aquellas personas que lideran el mundo. Y Florentino Pérez sin la menor duda es uno de ellos. Resulta innegable e incluso admirable su capacidad de mantener el equilibrio de manera continua desde sus inicios empresariales en los años 1970 y su inagotable pulso con las primeras economías mundiales. Como bien dice Andy Stalman no se le puede reprochar pereza a sus 74.
Nada puede objetarse en cuanto a capacidad de negocio en términos de rentabilidad económica a Florentino Pérez, otra cosa son las consecuencias de sus acciones y el tipo de sociedad que promueven. Son conocidos ejemplos muy claros en este sentido como el encarecimiento de camisetas oficiales del Real Madrid, o la pugna por el mantenimiento de agravios comparativos con otros clubes.
La propuesta de la Superliga en la cara deportiva de la vida de Florentino Pérez se asemeja en lo empresarial al golpe de efecto que ha dado respecto a la cúpula directiva de Dragados. Ambas medidas responden a una forma de hacer economía y negocios que está fundada en un fuerte sentido de cambiarlo todo continuamente para que todo siga igual. No hay reflexión ética ni social sobre lo que se hace, tan solo una suicida búsqueda continua del crecimiento económico que se lleva por delante economías familiares, órdenes sociales y mercados laborales enteros. Todo queda bien en la foto del evento pero a la larga la película documental del mundo que generan este tipo de inercias empresariales es dantesca.
LOS 3 PECADOS CAPITALES DEL MESIANISMO EMPRESARIAL
En el fondo el deseo de Florentino Pérez es perpetuarse, hacerse un hueco en la historia más allá de la mortalidad, del mismo modo que lo pretenden los grandes promotores de la desigualdad e injusticia global al más puro estilo Ellon Musk o Jeff Bezos en la línea de sus próceros mesiánicos Bill Gates, Larry Page o -me deprimo solo al escribir su nombre- Steve Jobs. Estas figuras apolíneas, de jerseys de cuello vuelto minimalistas o trajes encorbatados con aspecto de respetabilidad institucional, no dudan en liderar iniciativas y libros solidarios que tratan de arreglar el mismo mundo que a la vez ellos estropean. Y a mí esta mierda me cansa. El doble juego es tan evidente que resulta cruel y vergonzoso.
La propuesta de creación de la Superliga por parte de Florentino Pérez representa el paradigma de los 3 pecados capitales más desarrollados por esta clase de mesianismo empresarial en el que solo sobrevive el más fuerte, esto es, el más descarnado y cruel:
La propuesta es un buen ejemplo de la AVARICIA porque representa a una de las personas más poderosas del mundo y uno de los clubes más poderosos del mundo que se alían con otros poderosos para apropiarse de un deporte. Es decir, no contento con todo el reconocimiento y el dinero del mundo, quiere más. Ese alma insaciable es lo que vacía el mundo y nos pesa para ser mejores, lo que nos envilece y lo que nos condena. Las desorbitadas magnitudes financieras del fútbol y la pretensión de rentabilidad infinita que él representa y fomentó desde un inicio, envilecen un deporte que amo y son el peor ejemplo de éxito insolidario y clasista para los más jóvenes.
La actitud de Florentino Pérez en este aspecto es un claro ejemplo de ENVIDIA porque personas y organizaciones con mayor poder que él (a ese nivel hay pocas) le retuercen las tripas y no puede evitar sentirse regulado o normativizado por algo mayor que su interés propio. Bajo el pretexto de evitar la monopolización de la UEFA, Florentino Pérez propone una monopolización más drástica: la suya. El es fundador y dirigirá la iniciativa si llega a buen puerto.
Y por último Florentino Pérez en este caso de estudio no es un ejemplo de liderazgo, sino de SOBERBIA; no es agotamiento de un modelo, es una insultante aberración económica y una iniciativa deportivamente excluyente en un mundo en el que se diluyen las clases medias y se amplia la pobreza; no es ejemplaridad pública, es una profunda e intensa necesidad de controlarlo todo. Es una ruptura de la idea del fútbol como academia, como cantera y camino de desarrollo en virtud de la nueva ética elitista y finalista de la rentabilidad financiera. El problema es que a lo largo de la historia, las propuestas de creación de minorías selectas han supuesto siempre una enorme involución para las mayorías que eran indudablemente despreciadas.
Queridos amigos y amigas, hay otra forma de entender el entretenimiento, más democrática, más solidaria, más humana y menos egoísta. Y sí, por supuesto, hay otra forma de entender la economía y el mundo de la empresa.
Gracias a todos por el éxito del programa TRAINING DAYS, el programa de entrenamiento de alto impacto en Habilidades Relacionales. La edición online sigue su curso contra viento y pandemia. Infórmate ya sobre nuevas ediciones.
«La historia del miedo a lo largo de los siglos muestra que algunos han conseguido, a veces, liberarse de él de dos maneras. La primera, con la ayuda del mismo miedo, escapando de un miedo a otro en el que haya más esperanza. La segunda, recurriendo a la curiosidad por algo totalmente diferente que borra temporalmente la conciencia de peligro»
maestro Theodor Zeldin, Historia íntima de la Humanidad, p.189
Hoy compartiré contigo, lector o lectora, una pequeña reflexión sobre el momento actual de las organizaciones y la creciente tendencia a buscar entornos más saludables de trabajo con más o menos suerte en la consecución de este objetivo. Espero de veras que te resulte útil. Esto es lo que trataré de exponer en este artículo:
Creo que en la actual búsqueda de nuevos entornos de trabajo más humanos, la mayor parte del tiempo no estamos modificando algo que considero básico para sentirnos satisfechos. Hablo de medir nuestro éxito de forma diferente, de complementar los indicadores economicistas con indicadores mucho más tangibles e inmediatos a nivel humano.
El momento que vivimos actualmente en las empresas es fantástico por cuanto estamos reinventando las relaciones laborales en una gran cantidad de aspectos y matices que enriquecen nuestra experiencia con cada año que pasa. Soy de esas personas que contribuye con su trabajo a este cambio humanizador y esto me anima a compartir una breve explicación de donde estábamos y hacia donde vamos.
Hablaré en torno a estos apartados:
Indicadores clave del management científico
Alimentando la bestia del consumo
El mito del cerebro descontrolado e insaciable
Cómo revertir la tendencia a la insatisfacción
Comenzamos.
Durante años he observado el comportamiento humano en entornos laborales desde una u otra perspectiva. En todas las empresas que he conocido -sin excepción- he observado con mucha mayor frecuencia momentos de ansiedad, depresión, estrés, prisa y falta de atención a las cosas importantes (uno mismo, su entorno inmediato, la vida) que momentos de gozo, alegría, celebración y disfrute. Esta pauta la he vivido una y otra vez. Personas «que no llegan», «que no dan», «que no pueden» con los objetivos, con los retos, con lo que sea… ¿Por qué ocurre esto?
INDICADORES CLAVE DEL MANAGEMENT CIENTÍFICO
Cuando la ciencia universalizó gradualmente una sociedad, una sanidad y una educación para todos parecía apagarse la oscuridad de tiempos pretéritos en los que el mito y la superstición generaban enormes desigualdades. Con el progreso traído por la ciencia, nació el concepto de empresa y desde el inicio todas las empresas compraron dos discursos: EFICIENCIA y COMPETITIVIDAD.
Parecían dos palabras infinitas: siempre se puede ser más competitivo y siempre se puede ser más eficiente, nos decíamos. En la actualidad prácticamente todos los indicadores de éxito en el mundo empresarial miden el rendimiento, la productividad, la rentabilidad económica, y no miden nada que tenga que ver con el sentido de la vida, sea el que sea siempre y cuando no sea solamente trabajar.
Para esta mentalidad descansar es un pecado y estar ocioso o actuar lento y con atención al detalle es sencillamente «poco eficiente» o «nada rentable».
ALIMENTANDO LA BESTIA DEL CONSUMO
Añadido a esto el marketing se ha dedicado de forma voraz durante ya casi más de un siglo a entrar y meterse en nuestra vida, a saberlo todo de nosotros y a invertir cientos de miles de millones de dólares en generar insatisfacción y ganas de querer más a la gente. De nuevo sin límite, sin medida. Consumimos porque nos convencemos de necesitar algo. Aquí no me canso de recordar que «otro marketing es posible».
Detecto por todo esto una sensación de hastío generalizada y uniforme. Durante los últimos años veo con mayor frecuencia muchos más titulares y entrevistas, libros y personas que hablan de que se encuentran insatisfechas, sin rumbo, saturadas, en una especie de fenómeno global de indignación constante. A los seres humanos parece como si haber creado la sociedad más justa y tecnológicamente avanzada de la Historia, no nos bastara o al menos no fuera suficiente.
Es de locos, todo el mundo va con prisas, nadie tiene tiempo, aparentemente las cosas cada vez son más confusas. Vivimos más años pero parece que lo haremos con menos calidad. Parecemos postergar la felicidad sin dilación y con inquietante fe en el futuro. Pero el futuro nunca llega.
EL MITO DEL CEREBRO DESCONTROLADO E INSACIABLE
Hace ya 11 años un psicólogo llamado John Naish publicó un libro que se llamaba «¡Basta!: cómo dejar de desear siempre algo más» (lo publicó en castellano la editorial Temas de Hoy) En él sostenía que el cerebro humano ha sido programado durante millones de años para sobrevivir, para vivir en entornos de escasez y no de abundancia, para buscar y querer más porque durante varios millones de años nuestro cerebro programado para la supervivencia siempre necesitaba más (comida, abrigo, refugio,…) Pero sin embargo en la actualidad, desde hace no más de un par de siglos en el mejor de los casos, nuestro cerebro vive en un entorno de abundancia en el que a priori no necesitaría buscar más. Muchas nuevas teorías sobre la abundancia y el minimalismo desarrollan hoy -más que nunca en Occidente- este nuevo paradigma.
En sesión suelo recordar que tenemos la mejor máquina de supervivencia de la historia de la evolución pero tal vez una de las peores máquinas de convivencia jamás desarrolladas. Somos al mismo tiempo la única especie capaz de mostrar compasión y la única especie que mata sin necesitar biológicamente hacerlo.
Estar programado para la insatisfacción tiene un lado positivo: nuestra curiosidad nos ha aportado grandes descubrimientos. Hemos descifrado la cadena de ADN, pisado la Luna, comenzamos a comprender la evolución del universo, creamos sociedades estables y sostenibles en el tiempo, viajamos a cientos de kilómetros hora recorriendo en un solo día las mismas distancias que nuestros antepasados recorrieron a lo largo de más de 2500 generaciones.
Pero también tiene un lado negativo: querer más todo el tiempo no resulta sostenible. Nuestro cuerpo tiene un límite, los grupos humanos en los que vivimos también lo tienen y el planeta nos alerta a diario del suyo.
CÓMO REVERTIR LA TENDENCIA A LA INSATISFACCIÓN
Creo que la clave para cambiar esta tendencia es el cambio progresivo de mentalidad y la práctica del autocontrol sobre nuestros pensamientos. Yo lo llamo conquistar la tranquilidad de espíritu y es gran parte de la base de mi trabajo con clientes. Aunque ya he escrito otras veces sobre cómo cambian las personas, esta vez compartiré contigo una fórmula para revertir esta tendencia con mucha paciencia, compromiso y voluntad:
Deja de medir tu satisfacción con indicadores que nunca te la han garantizado. Renuncia al crecimiento ilimitado, solo somos seres vivos limitados y no podemos por naturaleza crear nada infinito. Cualquier voluntad del ser humano por querer crear algo infinito solo garantiza sufrimiento. Crea nuevos indicadores que hagan sostenible tu entorno de trabajo sin necesitar que otros sufran para ello. El equilibrio entre economía (mercado) y ecología (entorno de vida) es posible, no tengo duda.
Cualquier acto implica conflicto o dolor, tu única responsabilidad es minimizarlo. En tí y en otros.
A todos aquellos que sostienen que debemos elegir entre empresas o economías competitivas que generan riqueza y empresas o economías deficitarias que generan pobreza… solo puedo decirles esto con cariño: Cambien sus indicadores ya. Modifiquen sus indicadores sobre qué es riqueza y qué es pobreza. Por el bien de todos, incluso por el suyo.
Los entornos de trabajo humanos y equilibrados son posibles a partir de un margen de rentabilidad concreto que suele ser frecuentemente bajo en comparación con los objetivos anuales de la mayoría de las empresas. Una vez que una organización logra esta rentabilidad básica (sostenibilidad económica), creo que es posible diseñar y pensar nuevos indicadores de éxito más humanos y basados en la calidad de vida de todos los actores: colaboradores, clientes y proveedores de servicios. Más allá de la máxima incierta y nada deseable que proclama que si no trabajas para vivir, solo vives para trabajar; creo que en nuestro tiempo vida y trabajo van de la mano y abogo más -como Judy Wajcman, Andre Köhler y David Graeber- por entornos de desempeño donde seamos capaces de sentirnos vivos, esto es, útiles, realizados y respetados como personas.
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Tengo el gran placer de anunciarte que ya está abierta en modo de pruebas la web de TRAINING DAYS Academy, un sueño hecho realidad detrás del que llevaba mucho tiempo…
Con este proyecto quiero hacer accesible el conocimiento y la sabiduría milenaria a miles de personas a través de una formación humanista, práctica e integral que les ayude a mejorar su realidad más inmediata. Aquí tienes el enlace para conocer el programa y los 14 talleres iniciales Espero que te guste la idea.
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Dentro de poco aparecerá una entrevista que realicé para la plataforma hotmart de Mundo Performance:
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Además si necesitas apoyo o acompañamiento en tu proceso de cambio consulta nuestro catálogo de servicios de acompañamiento al cambio y formación y solicita más información a david.criado@vorpalina.com
«En mi búsqueda de la felicidad estudié a personas relevantes de mi especie y no os vais a creer lo que encontré. Hace unos pocos años hallé el extravagante caso de una persona que existió hace dos mil años y afirmaba haber llegado a este planeta para amar absolutamente todo. Por lo que parece la noticia causó tanta conmoción que no dudaron en matarle. Aunque yo había estudiado casos similares, lo que me sorprendió de esta persona y cambió mi vida por completo es que cuando hablaba de amarlo todo incluía también a las personas. A todas. Sin excepción. Incluso a aquellas que le habían condenado.»
El autor, extraído de un taller sobre Liderazgo servicial, marzo 2019
A menudo leo textos de grandes compañeros en el estudio y la comprensión del comportamiento humano. Suelo encontrar verdaderas joyas. En muchas ocasiones estas joyas esconden grandes teorías complejas y muy elaboradas que explican fenómenos como el liderazgo o la coordinación de equipos. De hecho en este blog he compartido durante años una gran cantidad de reflexiones útiles para aproximarte, lector o lectora, a esta disciplina transversal y con tanta materia publicada. Pero hoy compartiré algo más inmediato, algo que deseo que recuerdes y que te suponga, lector o lectora, un gran aprendizaje.
Hoy comparto contigo una explicación muy sencilla sobre el liderazgo y el valor de nuestras relaciones en la vida, una forma de explicar este fenómeno que cualquier persona puede entender sin necesidad de ser ningún experto. Comenzamos.
Hace poco en una película que estaba viendo escuché una conversación entre personajes que ya había leído en algún otro lugar pero que volvió a conectarme con la esencia del liderazgo. En la película uno de los personajes -líder de una tribu- hablaba a un muchacho joven y algo perdido, uno de esos personajes que suele estar llamado a liderar algo pero no sabe por qué.
He tomado las ideas fundamentales del diálogo y me he permitido adaptarlas para una mejor formulación de esta sencilla explicación. Ahí va:
Una buena persona dibuja un círculo alrededor suyo y se ocupa de los que están dentro. Y aquí entran la persona misma, su pareja, sus hijos, su familia…
Otras personas dibujan un círculo mayor y dentro de él también están sus hermanos, aquellos que comparten con él una misma identidad o cultura…
Y otras personas tienen un destino superior a todos los anteriores. Han de dibujar a su alrededor un círculo dentro del cual quepan muchas, muchas personas más. Se da incluso el admirable caso de personas que dibujan un círculo en el que cabemos todos.
Esta sencilla explicación ilustra muy bien muchas cosas que ya conocemos y están demostradas a través de la sabiduría milenaria, la psicología cognitiva y social, y el arte de la gestión de grupos y la empresa. Estas son las 6 razones por las que me encanta la explicación que acabas de leer:
1) RESPONSABILIDAD
La explicación relaciona directamente la influencia sobre otros con la responsabilidad propia de cada persona y el compromiso con su decisión. Esto significa que son igualmente respetables cualquiera de los tres círculos que la persona decida dibujar siempre y cuando no deje de ocuparse de los que están dentro. Es decir, el liderazgo está íntimimamente relacionado con la forma en la que me relaciono con otros y decido comportarme.
2) BONDAD
Esta perspectiva entiende que el liderazgo útil está asociado a la bondad. De acuerdo a esta explicación nuestra bondad radica en saber trazar círculos en los que las personas se sientan cuidadas y queridas. De este modo además el sentido de la vida de una persona reside en el reto de diario de ocuparse de todos aquellos que estén dentro de su círculo y en mantener vivo cada dia ese mismo círculo. Sinceramente, me parece una forma genial de explicar la bondad con una actitud inclusiva y saludable.
3) ESFUERZO
Esta forma de entender el liderazgo deja claro que la bondad exige esfuerzo. En este caso se trata del esfuerzo de dibujar día a día con tus actos uno o varios de los tres círculos en los que hacer que las personas que están dentro se encuentren bien y cuidadas.
4) RESPETO
La explicación respeta la decisión de cada persona sobre el área de influencia que quiere abarcar con sus acciones. Esto significa que es tan buena una persona que sabe cuidar de los suyos en su círculo inmediato como una persona que decide dibujar círculos mayores. Es decir, para hacer algo bien solo tienes que aceptar o vivir de acuerdo al círculo de influencia del que decidas responsabilizarte. Y si lo haces bien, con honestidad y tesón, tal y como se afirma en otra famosa película, entonces «todo el mundo comprenderá que no todos necesitan ser reyes porque para cada persona su propia casa es su castillo». Y esto es algo digno y respetable.
5) PROGRESIVIDAD
Esta teoría explica muy bien cómo suele distribuirse en la vida el número de personas en cada círculo de influencia. He aquí la gran lección que nos regala esta sencilla explicación: La mayoría de personas deciden centrar su esfuerzo en dibujar el primer círculo, algunas personas deciden dibujar un círculo mayor, y solo unas pocas están dispuestas a dibujar un círculo en el que «quepan muchas, muchas personas más». De hecho la teoría explica muy bien cómo es imposible liderar a otros (segundo círculo) si uno mismo no se cuida o no tiene un entorno que cuide y le cuide consecuentemente bien (primer círculo).
6) EXCELENCIA
Explica muy bien cómo la excelencia puede estar en todas las personas pero solo unas pocas dejan huella en la Historia de nuestra condición. Esta forma de entender las relaciones explica muy bien cómo es realmente admirable una persona con un círculo pequeño bien dibujado (un buen padre, una buena pareja o un buen amigo, por ejemplo); cómo es igualmente admirable una persona con un círculo mayor (un pueblo, un equipo, una ideología, o una organización por ejemplo) pero cómo son extraordinariamente admirables solo aquellas personas que «han de dibujar a su alrededor un círculo en el que quepan muchas, muchas personas más», es decir aquellas personas que son capaces de inventar un círculo que al principio no suele ser visible para otros, un contexto que esa persona tiene que crear y en el que una gran variedad de personas aparentemente diferentes se sienten igualmente bien tratadas y cuidadas a menudo incluso con independencia de sus diferencias.
Espero que este artículo te haya resultado interesante y útil.
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«La poderosa bestia primitiva se hacía fuerte en el interior de Buck y no dejaba de crecer bajo las terribles condiciones de vida del trineo. Pero crecía en secreto, pues su recién adquirida astucia le proporcionaba equilibrio y control de sí mismo»
Este artículo está escrito especialmente para todos los abolicionistas empresariales que deseen abolir, extirpar y erradicar la moderna esclavitud de sus empresas. Dedico mi vida a apoyaros y a estar junto a vosotros. Sea bienvenida vuestra atención, agradezco vuestro tiempo y esfuerzo. Pretendo hoy en este artículo compartir contigo, lector o lectora, las 3 SITUACIONES MÁS HABITUALES A LAS QUE SE ENFRENTA UN DIRECTIVO HOY Y MIS RECOMENDACIONES ASOCIADAS. Creo que esto te aportará algo de luz si quieres familiarizarte con el acompañamiento al cambio hacia organizaciones que no anulen personas. Comenzamos.
Una pregunta me ocupa desde hace muchos años:
¿Por qué las personas necesitamos crear organizaciones capaces de anularnos?. ¿Qué utilidad tiene trabajar en un lugar cuyo funcionamiento propio no me satisface?, ¿Por qué madrugamos para trabajar en sitios que a menudo nos hacen sentir inútiles o insatisfechos?.
Dedico mucho tiempo a apostar por las personas que trabajan en las organizaciones. Para mí ellos son la clave. Me gano cada pulgada de su confianza con un esfuerzo imperceptible y lento que funciona por goteo. Cada vez que hablo o hablan y cada vez que callo o callan cambia algo. Entreno mi atención para que mi mirada envuelva y comprenda lo que hacen. De momento estas son mis conclusiones:
Tal y como sabemos las organizaciones fueron creadas para satisfacer las necesidades de las personas. Sin embargo hemos creado un círculo vicioso en el que aceptamos ser excesivamente mal tratados como empleados y exigimos ser excesivamente bien tratados como clientes. Este desequilibrio poderoso nos ha empujado a una sociedad del bienestar aparentemente real pero cada vez más alejada y vacía de vida. Como evolución a la vieja idea mecanicista de gestión basada en la autocracia y el poder impositivo de los fuertes sobre los débiles, surgen nuevos continentes de gestión que pretenden no dejarnos morir de viejos sino de vivos. No es casual la actual fiebre impostada de felicidad en las empresas. Todos los que tenemos que impulsar negocio sabemos que las personas ya no van a trabajar solo para poder comer sino que dado que ya pueden comer, ahora también pretenden otras muchas cosas. Cuando hablo de las 4 viejas tecnologías que debemos recuperar y mejorar para poder vivir de forma plena como especie, realmente creo en ellas.
Sea como fuere en algún momento de su vida profesional todo directivo se encuentra ante el siguiente dilema:
Tratar a las personas como objetos y sustituir a las que «no funcionan» por las que «funcionan». Aunque a menudo es útil y recomiendo despedir a algunas personas manifiestamente reactivas que adolecen de comportamientos tóxicos conscientes, adoptar este tipo de medidas como solución sistémica nunca es efectivo a medio y largo plazo. La gestión de la mediocridad requiere reeducar y entrenar nuevos comportamientos y actitudes. Sobre esto mi compañero y gran maestro Xavier Marcet ha escrito mucho en su fantástico libro titulado Esquivar la mediocridad.
Apostar por las personas y reeducarlas en nuevos comportamientos y escenarios de trabajo saludables. Esto en términos económicos a menudo suele costar lo mismo o menos que despedir sistemáticamente a personas reactivas y sin embargo favorece a medio y largo plazo realidades sostenibles en términos de motivación, rendimiento y clima laboral. Mi trabajo -y el de cualquier facilitador- está basado en apostar por las personas «que ya tenemos dentro».
2 CONCEPTOS PREVIOS PARA DIRIGIR UNA ORGANIZACIÓN AHORA
Comprendo el arte de la facilitación y el acompañamiento de acuerdo a dos conceptos. Estos dos conceptos creo que son igualmente aplicables al arte de dirigir personas y organizaciones. Son los siguientes:
MAESTRÍA: Creo que nadie que no sea un gran maestro de sí mismo, lleno de imperfecciones que gestiona y que convierte en algo grande, debería dedicarse a esto. Solo de este modo una persona puede ser la luz de otra con alguna certeza o garantía.
HUMANISMO: Además considero que todo directivo debe ser humano y atesorar una gran cantidad de conocimiento y técnicas útiles para lograr resultados y garantizar la reflexión-acción de las personas que acompaña. Creo que con independencia del estilo que practique, cualquier directivo está llamado a ser una respuesta práctica para la incertidumbre y el temor de otros. Y esto solo se logra con mucho esfuerzo, tiempo y entrenamiento.
Un sabio solía decir que los buenos maestros aportan soluciones, y los grandes maestros favorecen dudas razonables. Sobre esta base, destaco 3 escenarios con los que suelo trabajar y a los que diariamente se enfrentan muchos directivos. Espero que mis recomendaciones asociadas sean de tu interés:
CUANDO TODO PARECE ROTO Y YA NO HAY ESPERANZA
A menudo muchos de los equipos que acompaño viven realidades asfixiantes alimentadas de miedo y de dolor. En estos casos, donde las personas han perdido casi totalmente la esperanza, hay dos escenarios que suelo encontrarme:
EXCESO DE AGITACIÓN: El primero de ellos consiste en equipos que viven abiertamente el conflicto y que ocupan la mayoría de su tiempo en mostrarlo hasta consumirse.
AUSENCIA DE VIDA: El segundo de ellos, sin duda más común, consiste en equipos que trabajan con una aparente ausencia de cualquier tipo de conflicto y cuya armonía artificial (en lenguaje Lencioni) o silencio ficticio también les consume.
Ambos escenarios son enmascaramientos de realidad que necesitan ser desmontados. Son dos tipos de desgaste social diferentes que requieren atenciones diferentes pero que comparten un mismo resultado: el sentimiento de apatía. Éste proviene de una prolongada percepción de aburrimiento, desgana o desdén con respecto al reto diario que asumimos. Por lo general el problema radica en dos causas: o bien este reto diario suele ser muy bajo en relación a la percepción de habilidades que el equipo tiene, o bien se han perpetuado comportamientos tóxicos y nocivos dentro del equipo que han llevado a la pérdida absoluta de la confianza.
Cuando todo se ha roto y hay una sensación de desesperanza, mi recomendación es que la labora de facilitación sea parecida a la técnica del kintsugi que los alfareros japoneses realizan con las vasijas y jarrones rotos. Se trata de recomponer los trozos rotos sin ocultar ni esconder las grietas. No hace falta mentir ni tapar el conflicto, simplemente es necesario construir desde la verdad de todos y con la colaboración de todos. Realidades excluyentes y dolorosas solo se mitigan o resuelven mediante intervenciones inclusivas y razonables. Kintsugi significa «carpintería de oro» ya que este es el material con el que los artesanos pintan esas grietas para que nadie se olvide de que ese nuevo objeto ha surgido de algo roto y aparentemente imperfecto. Del mismo modo, mi trabajo como facilitador consiste en que la belleza surja de escenarios donde a menudo solo hay sufrimiento o dolor.
Para poder lograrlo, cualquier directivo se enfrenta al mismo reto al que yo en enfrento a diario con decenas de equipos por toda España. Se trata de aprovechar al máximo el tiempo sobre la creencia palpitante y rentable de que MENOS ES MÁS. Y esto me recuerda el segundo escenario más frecuente en las organizaciones…
Añado en este apartado un pequeño corolario para aquellos directivos humanos -¡los hay!- que disfrutan autofustigándose y sumiendo su vida en el más oscuro de los martirios. Este corolario dice: «Para saber levantarse hay que saber caer» y a menudo una pequeña derrota garantiza en un futuro la mayor de las victorias.
CUANDO TODO EL MUNDO ACTÚA Y NADIE PIENSA
También ocurre muy a menudo que llego a los equipos después de que su organización lo haya intentado «absolutamente todo». El problema no es la falta de acción sobre el problema sino la forma de actuar ante el problema. La mayoría de organizaciones consume de forma compulsiva metodologías de trabajo, modelos de innovación y discursos y realidades de otros. Generalmente lo han hecho todo menos comprender que cada una de las personas que trabajan en la organización son tan solo personas con necesidades esenciales de reconocimiento, afecto y desarrollo. En estos casos en los que se ha despersonalizado tanto el entorno laboral (a menudo con encubrimientos pretenciosos que solo se descubren con el tiempo) mi trabajo consiste en humanizar y desestresar los equipos favoreciendo el respeto y la confianza mutua desde la honestidad.
Por ello, aunque creo que hoy en día la división entre pensamiento y acción ya no es tan firme y clara, creo que no debemos olvidar que hace falta tiempo para pensar. Toda persona y todo conjunto de personas necesitan la estrategia. Sin embargo a menudo la actividad constante no permite pensar. En estos casos, cuando existe un clima de hiperactividad continua, mis recomendaciones para la capa directiva son las siguientes:
Invertir el 80% del tiempo en encontrar tu sitio mediante apoyo de expertos, estudios de mercado y experimentación. Invertir el 20% del tiempo en decidir productos, tecnología o detalles de negocio. Para poder lograr este reparto de esfuerzo con convicción es necesario formar, capacitar y acompañar a los directivos en pensamiento estratégico. No sirven solo los grandes programas de escuelas de negocio sino sobre todo los programas de acompañamiento individuales en sus vertientes de mentoring y coaching ejecutivo, y las reuniones periódicas y continuas con otros actores del mercado que puedan aportarnos una visión en perspectiva de las oportunidades que podemos aprovechar y las aspiraciones saludables que pretendemos satisfacer.
Crear una estructura de dirección sencilla y comprensible de máximo 5 personas con mecanismos de toma de decisión ágiles y que esté pegada a tierra (mercado y empleados) mediante dos figuras clave: el responsable de innovación y el responsable de personas (RRHH) Destaco dos apuntes importantes que nos recordaba hace bien poco el maestro Osterwalder en una carta para CEOs. El primero es que la innovación no es un departamento o un plan sino una forma de hacer, de ser y de estar ante tu mercado y tu gente. El segundo es que en un entorno de completa incertidumbre se hace cada vez más necesario la existencia de dos vías de acción: gestionar el presente e inventar el futuro. En mi opinión para gestionar el presente la estructura sencilla que adoptemos tiene como figura clave al responsable de personas, que está en contacto con el talento interno para rentabilizar su valor. Por otro lado para inventar el futuro creo que la figura clave es el responsable de innovación.
Favorecer espacios de reflexión colectiva donde exponer no solo opiniones y dudas sino propuestas y estados de ánimo de forma abierta. El respeto mutuo en este tipo de espacios nunca se da desde el principio y hay que construirlo con el tiempo sesión tras sesión. Para ello nada mejor que educar y vivir el diálogo auténtico y sincero mediante espacios compartidos que supongan hitos en el camino de crecimiento de la organización.
CUANDO NADA SE CONCRETA Y TODO VALE
Otro de los escenarios comunes que se repite con frecuencia viene dado por equipos que se mueven en la generalidad y que manejan un comportamiento ambiguo y poco comprometido con la acción. En estas ocasiones las personas suelen utilizar una amplia colección de lugares comunes, grandes palabras y brindis al sol que no aportan nada a la obtención de resultados reales. En estos momentos todo el mundo duda de todo y critica de forma gratuita. Mi trabajo aquí está basado en construir una moral provisional (Descartes) que ayude a los equipos a desatascar su inacción y a avanzar de acuerdo a un sentido común generado y formulado por todos ellos. A menudo el acuerdo de sentido común, esa moral provisional, está basado en comportamientos sencillos pero que marcan grandes diferencias respecto a las costumbres anteriores.
Para poder actuar es necesario confiar en el camino. Nadie que no crea en el proceso puede participar en él. No se construye sobre la marcha sino sobre la fe en unos valores y una meta compartidos. Cuando es necesario concretar y favorecer un comportamiento basado en la acción, mis recomendaciones son las siguientes:
Disminuir drásticamente el tiempo empleado en reuniones y medir el cumplimiento de compromisos acordados en estos espacios. Establecer sistemas de control de tiempo, moderadores y reglas estrictas dentro de la reunión. Y además fomentar una cultura de autorregulación capaz de eliminar convocatorias de reuniones innecesarias. Esta cultura de autorregulación se puede lograr sustituyendo canales de comunicación ineficientes por canales de comunicación más inmediatos o ágiles.
Premiar comportamientos que suman y castigar comportamientos que restan. Sin justicia recíproca o correspondencia directamente proporcional entre esfuerzo y resultados, no es posible crear una cultura basada en la acción. Además de las tradicionales medidas disciplinarias legales que forman parte del derecho laboral, existen muchas estrategias de comportamiento útiles para aplacar actitudes indeseables o tóxicas y fomentar el desarrollo común. No todo vale y no todo es respetable.
Evitar papeleos y burocracia y adelgazar metodologías y procesos más allá del máximo posible. Cuando para hablar con la persona que quieres hablar necesitas más de dos semanas, varios correos electrónicos y llamadas y rellenar un formulario, algo no funciona. Cuando para hacer algo bueno que aporte a todos necesitas la aprobación de tres personas más, algo no va bien. Cuando para tomar una decisión minúscula, tiene que enterarse hasta el director general, algo no cuadra. Sin duda uno de los mayores retos a los que me enfrento y que más satisfacción produce a mis clientes cuando logran conquistarlo, es el de naturalizar las relaciones.
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Espero, lector o lectora, que este artículo te haya resultado interesante.
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