por David Criado | Ene 14, 2023 | DESARROLLO PERSONAL
«Tengo la determinación de sacar algo bueno de cada catástrofe de mi vida.
Llegará el día en el que viaje por todo el mundo y conoceré
los nombres y los rostros de hombres, mujeres y niños.
Conoceré los giros en las carreteras y tendré tantos amigos
que será imposible contarlos, y aún así me sentiré sola
como me siento ahora, y seguiré deseando conocer
más rostros, nombres y ciudades.
Soy la buscadora perpetua»
maestra Patricia Highstmith
Pocas personas han retrado el alma humana con tanta precisión y certeza como el anciano sabio que encabeza este artículo. Llegará el día en que le agradezca adecuadamente todo cuanto le debo. Hoy toca otra cosa pero sirva su venerable imagen para ilustrar la esencia de lo que compartiré aquí.
Hay un artículo con el que todo empezó, un texto inagural que dio paso a la maravillosa travesía por el desierto que ha sido mi vida. ¿Quién diría que alguien como yo sobreviviría hasta hoy? Nadie, ni siquiera yo. Las buenas personas no caben en las grandes ciudades. Y aún así, resisto. ¡Cuánto me acuerdo a diario del maestro Robert Frost y de los 2 caminos que se bifurcan!
Cuando yo era niño en la casa de mis padres se compraba EL PAÍS los domingos al volver de misa. Por casualidades de la vida esta columna del maestro Manuel Vicent se publicó en la contraportada de este diario un domingo de 1994, de modo que este texto entró en mi casa aquel día. Yo tenía entonces 12 años.
Tomé el periódico, le di la vuelta buscando una nueva columna de Vicent y con atención leí el breve texto.
Aquel artículo hablaba de mí.
326 palabras, 2006 carácteres tipográficos impresos con tinta mala en la contraportada de un periódico.
326 palabras, 2006 carácteres que me daban esperanza.
Soy poco amigo de las epifanías. Me parecen mistificaciones forzadas que tratan de aportar sentido a una existencia natural que no necesita otra belleza que la vida misma. No creo que en la vida de nadie un solo instante cambie por completo su vida, más bien creo que nos convencemos de ello. Ahora bien, sí creo que determinados momentos en la vida de una persona marcan etapas clave de su desarrollo. Aquel domingo 16 de octubre de 1994 fue uno de esos momentos.
Siempre he tenido la impresión -y por desgracia a menudo la certeza- de ser un hombre inteligente y bueno rodeado de gente que a menudo me ha considerado ingenuo, idiota o idealista. Al menos hasta aquel día. Recuerdo que al final de aquel domingo, cuando todos habían ya leído el periódico, recorté la columna y la plastifiqué para conservarla. Tenía la manía de plastificar y forrar todo cuanto me conectaba con la vida con el ánimo incierto de convertir una sensación pasajera en algo eterno.
Con el tiempo estudié y trabajé, me hice adulto sin necesitad de olvidar este mensaje, tal y como el propio artículo pronostica que le sucede a todos los adultos. La completa rebeldía irreverente que ha supuesto haberme negado a convertirme en un puto gilipollas pragmático y desengañado, ha marcado toda mi vida.
Han pasado 30 años de aquel domingo y todavía recuerdo esa sensación de descubrimiento único. En estos 30 años me he hecho a mí mismo contra toda suerte de egoístas, reprimidos, amargados, desgraciados, miserables, reaccionarios y listos de la vida. He ayudado a decenas de personas a superar situaciones y problemas aparentemente irresolubles en principio. He salido adelante contra todo pronóstico y he tomado una larga sucesión de decisiones difíciles.
Le debo mucho a este artículo.
Y todas las personas que me disfrutaron, también.
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por David Criado | Mar 6, 2022 | DESARROLLO PERSONAL
«No todo es incierto en el futuro.
Yo sé mucho acerca del futuro.
Estoy muy seguro de cosas relevantes del futuro.
Hay algo que inevitablemente se va a producir en el futuro:
Todo aquello que no cambia»
maestro Juan Luis Arsuaga, paleontropólogo
Obsesionados por lo que cambia constantemente (lo nuevo), a menudo olvidamos lo que siempre ha sido (lo eterno). Hay padres y madres que no explican bien a sus hijos todo aquello que no muta, hay personas que no saben lo que siempre necesita una pareja, o jefes que siempre exigen a los demás continuas adaptaciones. Todos ellos animan a los demás a situarse en el camino más común de la existencia: el de la lucha por el reconocimiento ajeno cueste lo que cueste, remando siempre a favor de la corriente. Pero así es cómo el mundo se llena de reprimidos, frustrados o cobardes, y cómo la mayor parte del tiempo nuestra especie, nuestra relación de pareja, nuestro equipo o nuestra empresa no avanzan.
Sin embargo hay muchas cosas que han sido constantes a lo largo de toda la historia de nuestra especie y que lo seguirán siendo. Durante todos estos años como profesional del acompañamiento he centrado mi trabajo en ampliar nuestra conciencia de lo continuo y constante, en conectar con lo que nos une a todas las personas. Y en medio de un tiempo convulso llevo de crisis, epidemias, fenómenos naturales impredecibles y guerras, conviene recordar y dejar por escrito todo esto. Hoy hablaré de una de esas cosas que nunca cambia: LA BONDAD.
Soy partidario de dejar las cosas claras desde el inicio, de modo que aquí lo dejo dicho: Hacer lo correcto suele ser optar siempre por el camino más difícil, de modo que en este mundo la bondad humana es la única forma real de resistencia. Militar en el bien es la manera más sublime de ubicarse en la rebeldía más heroica. Y el rebelde se ve abocado a sufrir todo lo indecible porque todas aquellas heridas y lágrimas que muestre serán propicias para asegurar la cobardía ajena. Ser bueno o actuar correctamente es, sobre todo, estorbar, ser a menudo molesto. Y -digámoslo muy claro- atentar contra la certeza o la comodidad de otros, se paga siempre.
Esto equivale a decir que el mundo tan solo es un lugar tranquilo y previsible para quien vende a diario su propio corazón, o dicho de otro modo, el mundo es tremendamente confortable para los que buscan perseguir sus propios intereses sin importarles qué demonios es eso de la ética, la honestidad o la moral. Si quieres una buena vida o disfrutas imaginándote en lo más alto, lame el culo y humíllate ante el resto. He visto a tantas personas con carreras profesionales supuestamente existosas que simplemente han hecho eso, que a estas alturas considero que esa actitud es el patrón del éxito social y se puede prescribir como infalible. Haz lo que todos esperan de tí y no hagas lo que casi nadie haría para que nadie te envidie o se avergüence. Porque el que quiere hacer siempre lo correcto está condenado a sufrir mientras decida hacerlo.
Y es bueno añadir a este recordatorio, un apunte más: el precio que paga el que actúa con honestidad es siempre muy alto. Lo se por propia experiencia. Mi propia vida es una sucesión de peajes y heridas que no niego ni oculto. ¿Y cuáles son entonces las ventajas? Solo hay una: poder mirar a la cara de todas las personas que te conocen sin culpa, sin temor y sin vergüenza. Pero ni siquiera esto llega a corto plazo porque como todos sabemos la maldad endémica milita en la obsesión por el inmediato plazo (lugar en el que se hallan ahogadas casi todas las empresas), pero la bondad auténtica no se conquista buscando el beneficio cercano sino que llega por obsesión, como resultado de un largo esfuerzo. Veamos por qué.
Lo más normal si una persona decide hacer lo correcto de forma continuada es que desespere y renuncie a ello con el tiempo. Cansado de remar contra las dificultades o aguantar continuas críticas o resistencias, lo lógico es que esta persona que alumbraba una ilusión, acabe rindiendo su propia dignidad al servicio de comportamientos infames o intereses mediocres. Solo entonces, declarada ya su obediente sumisión por medio de un hecho o un gesto que demuestre su abandono, esta persona verá caer cualquiera de las anteriores dificultades que se le presentaron, y su existencia -repleta hasta ese instante de continuas desventuras y penumbras- transitará por la más luminosa, grácil y confortable de todas las veredas. Será absorbido de manera silente por el inmenso ejército de seres que niegan cualquier oportunidad a la conciencia. Acogido como parte indivisible de una unidad de seres inerciales, será en ese momento uno más de todos los miles de millones de individuos que frecuentemente se resignan.
Se levantará entonces cada mañana para autojustificarse, se repetirá que este es el mejor de los mundos posibles y en los momentos de mala conciencia se recordará que si las cosas ocurren, sencillamente será por algo. Llegado ese momento esta persona ya no será ni el pálido reflejo de lo que era, habrá perdido el brillo que iluminaba a otros y contribuirá durante el resto de su vida de forma activa a la aceleración de un mundo malvado, cruel y deshonesto. Con una insultante condescencia hacia los que todavía lo intentan (ser buenos, me refiero), denominará madurez a este deshonroso tránsito de la esperanza al desengaño. Se mirará al espejo diciéndose que hace lo que hace por aquellos a los que quiere. Bajo esta proyección emocional que sitúa la responsabilidad moral de su vida en otros, encontrará una paz autoinducida basada en dejar que las cosas sencillamente sigan su curso.
Esta es la evolución que describe la vida de la enorme mayoría de personas que tratan de obrar de acuerdo a lo correcto. En el lenguaje de los seres conformistas y crédulos, saber callarse a tiempo -un consejo eternamente repetido- significa no resultar molesto a quienes deberían llevar una vida profundamente incómoda por cómo son, actúan o se comportan. El mediocre es toda persona que sabiendo qué es lo correcto, opta la mayor parte de su vida por elegir y actuar de acuerdo de manera diferente. Sin embargo he aquí que a veces algunas personas insistimos en militar del lado de lo correcto, sin apropiarnos o militar en ninguna idea de pureza; he aquí que a estas extrañas personas nada nos motiva más que la continua resistencia contra el desalmado, el reprimido y el triste. Y resulta que estas personas que nos alimentamos de nuestra propia paciencia, representamos la sagrada excepción al destino general de las personas buenas sin ella, esto es, somos la alternativa a la hoguera.
Ser bueno y lograr seguir siéndolo requiere así una tolerancia al dolor sin límites, un compromiso con lo que se sabe que es correcto que va más allá de las continuas decepciones, una convicción plena de que aquello que se hace es lo que se debe hacer y lo que para cualquiera debería ser exigible (imperativo categórico). Ser bueno y lograr seguir siéndolo es sobre todo morir en cada gesto, acto o palabra con las botas puestas para poder decirse a uno mismo al final de una vida que hizo todo lo que nadie esperaba que hiciera.
Porque cuando uno hace esto, cuando uno está realmente convencido de que hace lo correcto, de cuando en cuando despierta esa parte autorreprimida de la gente que de repente transforma sus corazones dormidos en flores que despiertan tras la anestesia.
Sí, tienes razón, el mundo humano es un verdadero infierno para la buena gente. No por nada demasiado complicado de entender. Sencillamente hemos poblado y llenado este planeta de auténticos malnacidos y deficientes morales sin escrúpulos. Hay mucho desgraciado suelto, mucha persona que disfruta viendo caer a aquellos cuya dignidad envidia. Y sí, también tienes razón en esto otro: el mundo por regla general está lleno de seres traumatizados y cobardes, productos de una forma de mirar la vida que nos vacía y desquicia. De modo que sí, allá donde uno mire contemplará confusión y donde quiera que uno vaya presenciará almas ateridas por el miedo, corazones congelados e inmóviles que se esconden detrás de cuerpos en continua agitación y movimiento.
Pero si uno insiste y se atreve a respetar los tiempos de la gente, se dará cuenta de que toda planta capaz de tener flores, si es bien atendida y cuidada, y si demuestra la suficiente fe y disciplina en quererse a sí misma, finalmente florece. Y si no lo hace, es que esa planta no tenía flores. Una vida sin dolor ni decepciones es más bien una agonía lenta. Siento ponerme muy flamenco pero es mejor sufrir de forma consciente que reprimirse para evitar el regalo continuo de la vida. Ser bueno no es ser fuerte o débil sino sobre todo ser vulnerable y consciente, estar presente en la vida, dar amor a quien no lo pide y lo merezca, mostrar firmeza ante la crueldad y no ser tibio o indiferente ante la injusticia. Ser bueno consiste en no vivir secuestrado por el miedo. Ser bueno es ser valiente y aprender a vivir o morir cuando no te queden fuerzas.
¿Y si esta actitud de la que son capaces muy pocas personas no es suficiente para evitar conflictos, crisis, colapsos o extinciones apocalípticas? Entiendo tu pregunta, yo tampoco tengo mucha esperanza en nosotros como especie pero si me permites, esa pregunta no me la hagas a mí, házsela a los que duermen cada noche sin haber hecho todo lo que pudieron. Yo ya tengo suficiente con lo mío: hacer lo correcto y disfrutar y sufrir las consecuencias.
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por David Criado | Nov 18, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
“A los dioses les encanta que las personas trabajen mucho.
Las personas que no están ocupadas continuamente pueden empezar a pensar.”
sir Terry Pratchett
Hoy es el día de la filosofía, y se bien por qué las personas que gobiernan desde hace décadas el modelo socioeconómico actual, atentan década tras década contra ella. Se maltrata, se exilia o se elimina la filosofía porque la conformación de personas mansas y dóciles, de una masa iletrada y distraída, limita la aspiración humana colectiva a la satisfacción individual de lo doméstico. Al reducir el hogar defendible a la persona individual (la satisfacción de su deseo, su emoción o su instinto), perdemos nociones de pertenencia colectiva vertebradoras como familia, cultura, territorio o Estado de Derecho. Cuando estos hacedores de convivencia desaparecen, resulta más sencillo para la eterna minoría de los que más tienen favorecer la competitividad voraz entre los que menos tienen.
Quien no sabe pensar sobre grandes cuestiones ni formar un criterio propio, no tiene la capacidad de reivindicar sus derechos, ni aún cumpliendo la totalidad de sus obligaciones a rajatabla cada día. Cuando mis convicciones las fabrica otro que no apruebo ni decido, en lugar de vivir disfrutando del camino, nos convertimos en mero combustible y medio de los atajos de otros. Por explicarlo de una forma muy gráfica, cuando aprendí a pensar, aprendí a sintonizar el sonido de la vida, identifiqué cada vez con más facilidad su inalterable frecuencia. Pero quienes no aprenden a pensar ni se molestan por entender lo que otros dictan, se limitan a vivir ajenas sintonías. Contra la comodidad autojustificativa de no cuestionarse nunca, la filosofía ofrece la oportunidad responsabilizadora de cuestionarse a veces.
Sin la filosofía todo cuanto nos digan otros es verdad y todo lo que digamos nosotros es mentira. La verdad así puede cancelarse, ser propiedad tan solo de unos pocos, y dejar de ser una construcción colectiva. Al generar cada vez mayores masas que ignoran, no se rebelan ni cuestionan, y cada vez menores y más reducidas élites que gobiernan y deciden, nos deposeemos como especie de la realidad, nos alejamos de la naturaleza y vivimos de la arbitraria decisión de otras personas porque nos importan más de lo que nosotros nos importamos a nosotros. Les dedicamos de hecho más tiempo a sus estúpidas apariciones que a nuestras necesarias evoluciones.
Por contra, la filosofía es sobre todo el interés y el cultivo de los medios y las formas, es un continuo e inspirador comienzo, y la única y verdadera cura que conocemos para la obsesión por el fin o la mera satisfacción continua de nuestros instintos o deseos. Pretender que la dignidad humana, la economía política o la democracia puedan existir si no existe la filosofía, es un suicidio inconsciente. Cualquier persona que visite la historia lo comprende, y solo quien vive obsesionado por su ficción o su entelequia finalista, lo ignora. La filosofía cuestiona la esencia y la apariencia, articula la ética y al estética, nos mantiene próximos a lo humano para pensar con inteligencia constructiva la sociedad, la industria, la máquina.
Ya he hablado de la necesidad de aprender a pensar en otras ocasiones, pero permíteme, lector o lectora, contarte por qué insisto en ello.
La filosofía que de niño leí cuando lloraba, hizo posible al adulto que hoy sonríe. La filosofía, y en general aprender a pensar, me ha ayudado a vivir de acuerdo a unas referencias, a una estructura. Ello me ha permitido no sentirme perdido ni aún cuando me encontraba en un terreno desconocido o ignoto. De hecho, aprender a pensar y cuestionarme me salvó varias veces la vida. Solo la filosofía convirtió mi frustración y rabia en aceptación y valentía. Solo la filosofía tomó una tímida llama que latía en mí (inquietud innata) y la alimentó hasta convertirla en fuego eterno (curiosidad sistemática). Ese mismo fuego me ha dado calor en pleno invierno y ha sabido dar calor a otros cuando me necesitaban.
Pero hay algo todavía más poderoso que todo lo anterior, y es el hecho de tener la certeza de saber que si hoy soy algo -y se que soy mucho- es gracias a que otros existen y existieron. Esta certeza que me contextualiza como parte de una larga y dilatada historia de ideas, de esfuerzos y de relaciones y me ayuda a equipararme al resto de personas, es totalmente contraria al discurso barbarizante y aspiracional que promueve la independencia, la superación y la autosuficiencia de unas personas sobre otras. Las tres cosas -independencia, superación y autosuficiencia- si bien pueden generar euforia a inmediato plazo, se han demostrado históricamente dañinas y contraproducentes a largo plazo en una especie compuesta por animales gregarios, seres sociales que necesitan comprender y sentirse comprendidos, amar y sentirse amados más allá de la competitividad insaciable y la sed de interés propio.
Nada salvo la filosofía me enseñó a amar a los otros, me hizo comprender la sencillez y la complejidad, el gozo y el dolor ambivalentes y continuamente necesarios en la vida. Quienes dicen que la filosofía es algo simple o algo complejo, aciertan, porque así es también la vida.
Nada salvo la filosofía me salvó en innumerables ocasiones del abismo de la falta de sentido, de la oscuridad que sentí al comprobar que existe la injusticia. Nada salvo la filosofía me curó de la herida que inflige el abuso de poder, del desconsuelo de la condescendiente inercia, de la fría y distante indiferencia de los que se aislan.
La filosofía me permitió acceder a realidades colectivas, sentirme verdaderamente humano al compartir con personas a miles de quilómetros las mismas inquietudes, y sentirme verdaderamente vivo al cuestionar lo que pensaba o sentía. Solo la filosofía me ayudó a sentirme único construyendo mi criterio y a la vez completamente acompañado al ver que mis dudas son las mismas que las de cualquier persona en el mundo, y al entender que a menudo ninguno tenemos respuesta. Al leer, hablar y estudiar para vivir con criterio, comprendí que antes que yo, muchos otros intentaron mejorar el mundo. Y lo mejor de todo: también comprobé que algunos lo consiguieron. La filosofía sobre todo aporta referencias, historias de esfuerzos pasados y presentes, pistas y bastones con los que explorar, acariciar y disfrutar la vida. En una época en la que las identidades, los sentimientos y las ideas dividen, la filosofía fue y es mi pegamento.
Nada salvo aprender a pensar me libró de la cadena perpetua y la barbarie de la absoluta ignorancia. Me supe interdependiente gracias a la filosofía. Aprender a pensar me enseñó a detectar, localizar, relacionar y mantener cerca la mayor parte de cosas importantes de la vida. La filosofía me ayudó a tener la necesaria base apreciativa desde la que amar, sentir y contemplar la existencia.
Gracias a la filosofía me levanté cuando caía, recobré y aumenté mi valor para seguir insistiendo, para perseverar, para alejar de mí la tentación del abandono o la apatía. Nada salvo la filosofía me acompañó en las travesías de silencio y soledad que viví en mi vida. Recuerdo con nitidez la presencia de la filosofía en la primera parte de mi vida pero también en la crisis que toda persona vive a la mitad de ella o con la pérdida dolorosa de relaciones o seres queridos. En todos esos momentos, la filosofía me enseñó a saberme vulnerable, me animó a aceptar el dolor y a exponerme, me dio herramientas para ayudar a mejorar la realidad de miles de personas.
Nada salvo la filosofía me ayudó a comprender -para intentar cambiar- la continua sensación de ruido, desconcierto, absurdo y vacío de una sociedad evanescente, continuamente errada y difusa. Solo el estudio y el conocimiento detallado del pensamiento humano me hicieron ser humilde al comprender que entre todos pensamos mejor que por nosotros mismos. Nada salvo la filosofía me apartó de la ceguera de la fe y la creencia ciega, nada salvo ella me enseñó tolerancia, me ayudó a detectar y tratar de superar cada prejuicio.
En la filosofía hallé esperanza y ahora tú deberás encontrarla sin la ayuda del sistema educativo. Suerte.
Hoy más que nunca gritemos y actúemos alto: La filosofía importa #lafilosofíaimporta
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por David Criado | Sep 13, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
«Es lamentable que para ser un buen patriota uno deba convertirse en enemigo del resto de la humanidad»
maestro Voltaire
A María Hernández, Yohannes Halefom y Tedros Gebremariam, colaboradores de Médicos Sin Fronteras asesinados en la región etíope del Tigray en junio de 2021, in memorian
Viajé a un lugar donde nadie vive en el presente. Caminé por el mejor trozo de tierra en el que uno puede vivir en directo la verdad histórica de todo lo que fuimos, y a la vez la especie en la que nos estamos convirtiendo. En los lugares en los que nadie tiene casi nada, el alma se ensancha hasta abarcarlo todo. Sin embargo ese lugar además cuenta con una peculiaridad concreta. En aquella latitud las personas viven congeladas en el tiempo (un pasado neolítico, un pasado medieval cristiano, y un pasado tardoislámico) pero a la vez son absorbidas con enorme rapidez y con violencia sistémica por un futuro suicida que emerge. Etiopía es un destino singular porque se resistió al presente. No vivió de manera intensiva los procesos extractivos de colonización global que en los siglos XIX y XX venían de Occidente, y hoy está pasando de ser una sociedad estacionaria (tradicional, estática y rudimentaria) a ser una de las mayores colonias económicas de China en África.
Desde hace años peregrino a los lugares clave de la historia cultural, espiritual, social y económica de la humanidad. Acudo a los últimos reductos de nuestra dignidad y lo hago buscando esperanza. Este artículo es un resumen de los aprendizajes de mi última expedición, en esta ocasión al cuerno de África. Viajé a Etiopía como quien vuelve a su propia casa siendo un extranjero (farange). Necesitaba ver con mis propios ojos la cuna de la humanidad y acabé viendo a la vez las posibles causas de la lenta extinción de nuestra especie.
Durante un mes recorrí más de 4.100 kilómetros por caminos y carreteras polvorientos explorando el remoto jardín etíope del que hablara Homero, refugio de los primeros partidarios de Mahoma, segunda Jerusalén del mundo para los judíos tras las cruzadas, y segundo país histórico oficialmente cristiano. Hablo de la única tierra africana que se mantuvo independiente tras el saqueo colonial de aquella ominosa Conferencia de Berlín de 1884 en la que 7 paises europeos se repartieron la propiedad de todo un continente.
Para cartografiar la cultura neolítica de la que provenimos visité más de 13 tribus de las naciones indígenas que pueblan el valle de Omo, una de las últimas regiones tribales del planeta. Conviví también con soldados, civiles, clérigos y monjes en el este y el norte. De camino al norte y muy cerca del frente vi caminar hacia su muerte segura a niños armados llenos de alegría e ilusión. Curé las heridas y lavé los pies de quienes me acogieron. Visité los gloriosos palacios del emperador Facilides en Gondar. Escuché los viejos cuentos sobre el Arca de la Alianza. Dormí en antros de mala muerte junto a cucarachas y pulgas pero también en lugares de ensueño junto a salamandras sinuosas, pájaros de colores extraordinarios, excitados babuinos, orgullosos marabos, acechantes lobos y majestuosos antílopes. Rodé durante largas horas por carreteras precarias llenas de hoyos y baches que procuraron a mi cuerpo lo que Dani, mi amigo local, llamaba «el masaje etíope«.
Extraigo en este artículo muchas de las anécdotas y lecciones anotadas en mi cuaderno de viaje. He dividido el artículo en 3 apartados:
- LO QUE FUIMOS: En el primero de ellos comparto anotaciones y aprendizajes de mi cuaderno de viaje.
- LO QUE QUEDA DE NOSOTROS: En el segundo extraigo de modo sintético por qué considero que Etiopía es una lente de aumento que nos ayuda a ver bien lo que queda de nosotros.
- CONCLUSIONES: En el tercer apartado comparto mi conclusión final
Comenzamos.
LO QUE FUIMOS
Algo atávico y fascinante permanece en el remoto y fronterizo valle del río Omo como recuerdo del orígen de una especie entonces minoritaria y poco dañina. Ese olor, ese sabor y esos colores que han perdurado cientos de miles de años nos ofrecen un amplio crisol de culturas tribales al modo de vestigios vivos de una historia ancestral. Aunque algunas centrales industriales y parques tecnológicos chinos interrumpen puntualmente el horizonte visual del paisaje agreste del valle, todavía hoy -tal y como yo lo hice- uno puede conocer las culturas tribales diferenciadas de los 50.000 dassanech, los 30.000 dorze, los 34.000 suris, los 30.000 nyangatom, los 47.000 hamar, los 46.000 banna, los 2.400 karo, los 9.000 tsemai, los 7.000 arbore o los 12.000 mursis. Incluso uno puede disfrutar de la cultura algo más urbana de los 8 millones de sidama, los 2 millones de hadiya, los 289.000 aari, los 2.7 millones de wolaitta, los 400.000 konso o los 80.000 alaba, entre muchas otras naciones tribales. Lejos de allí quedan las etnias mayoritarias -aunque también profundamente leales a sus tradiciones- de los oromo, los afar, los tigray o los amhara.
Muchas de las culturas del Valle del Omo están emparentadas con los masai por la proximidad con la frontera kenyata, un límite político inventado por Europa que divide realidades antropológicas idénticas. Todos ellos viven en este extenso valle fluvial que es parte central del Gran Valle continental del Rift. Viven allí perdidos a conciencia en grandes mesetas y laderas, protegidos de la modernidad aunque asediados por ella (camiones de mercancías, visitas estacionales de turistas, regulaciones gubernamentales,…). Subsisten alejados cientos de kilómetros de Hawassa, la capital política rural de la región de las naciones étnicas del Sur, que a su vez está a otros cientos de quilómetros del centro del país. En la época de lluvias uno surca durante horas inmensos caminos rectos a cuyos lados se extiende un universo de salpicados árboles cuyo manto verde se multiplica hasta el infinito.
LA EVOLUCIÓN NATURAL. Aquí nacimos, aquí evolucionamos hasta caminar erguidos sobre nuestras dos piernas. Somos precisamente bípedos debido a la necesidad de avistar depredadores y presas en estas grandes y a menudo planas extensiones de tierra donde las grandes selvas empezaron hace cientos de miles de años a clarear. Este es el aspecto de la primera tierra que vieron nuestros ancestros. Aquí los mercados de las pequeñas villas o las cuevas en cuyo interior se intuye a una persona mirando, – bien hombre delgado o bien mujer resuelta- son el recuerdo de un mundo ecológico distinto habitado por tan solo unos pocos millones de personas difíciles de encontrar. De modo que el individuo etíope rural es la memoria viva de una verdad que hoy vivimos para olvidar: la vida natural es dolorosa, cruda y violenta y a la vez inmensamente bella porque es frágil, limitada y finita.
LA LOTERÍA HUMANA. Aquí es donde aprendimos a vivir de forma sostenible necesitando muy poco y encontrando en la naturaleza todas las posibles y útiles respuestas. Estas personas que descienden de nuestros ancestros son incapaces de evadirse de esta verdad porque todavía hoy la viven a diario. Saben algo que todos los demás hoy olvidamos: que una cosa es imposible sin la otra. La pobreza material que les rodea paradójicamente les aleja de la depresión posmoderna y el individualismo crónico. Parece como si en nuestro mundo envilecido durante siglos estuviéramos abocados a tener dos tipos de existencia dependiendo de nuestro lugar de nacimiento: vidas materialmente dichosas y cómodas pero espiritual y socialmente pobres, o vidas materialmente humildes y duras pero llenas de plenitud.
EL VÍNCULO CON LA NATURALEZA. En nuestro paso remoto aquí convivimos en la misma mesa compartiendo cobijo y alimento con los grandes mamíferos salvajes formando parte de los ciclos naturales, sufriendo y beneficiándonos de las inclemencias del tiempo. Aunque desde hace décadas los grandes animales migraron hacia el sur, existen en la región grandes pruebas de este pasado remoto en la intemperie. Todavía hoy los dorze continúan construyendo sus extraordinarias casas móviles en forma de elefante en honor al más grande de todos los seres que evolucionaron junto a nosotros. Todavía hoy las personas siguen vinculadas a los procesos y ciclos de la naturaleza. Los ejemplos son ilimitados:
No existen monocultivos intensivos y cada región está especializada en el cultivo estacional de diferentes alimentos con los que se comercia en mercados improvisados que sirven de punto de encuentro entre diferentes colonias de la misma tribu (no es frecuente el comercio entre tribus étnicas). Ante la inexistencia o la inutilidad de espantapájaros en los cultivos, pequeñas tarimas improvisadas de madera se alzan sobre las plantaciones acogiendo a niños que dedican gran parte de su jornada a amedrentar a los pájaros que se aproximan. La alimentación está íntimamente ligada a las estaciones no solo en cuanto al cultivo vegetal sino también en cuanto al aprovechamiento del alimento que se obtiene de los animales (leche y carne). Las propias construcciones no importan materiales lejanos sino que se realizan con materiales de las proximidades (cáñamo, rama seca, bambú, hoja de banana, canto rodado, barro, trigo, madera,…) Los utensilios y herramientas son los propios recursos naturales convertidos en vajilla de cocina (cuencos, platos, mazos o tazas se obtienen de la instrumentalización de calabazas, maderos u hojas) o en aperos de labranza (para tiro animal o uso humano). Aún en el caso de poder comprar maquinaria de cultivo, a menudo resultaría imposible usarla por la existencia de piedras en el terreno o por la propia disposición física de los cultivos.
UNA VIDA NEOLÍTICA. A causa del aumento y descenso de las precipitaciones de lluvia, los ciclos estacionales de desecado y desbordamiento anuales del río , premian y castigan los campos de cultivo y pasto desde hace siglos desabasteciendo y abasteciendo una y otra vez a humanos, vacas, ovejas y colonias jurásicas de millones de termitas. En esta parte del mundo, tal y como ocurría en la antigüedad de nuestra historia, la única realidad que conocerán la enorme mayoría de estas personas tiene un diámetro de unos 30 quilómetros. Una camarera en una localidad rural me comentaba que envidiaba el hecho de que yo, un extranjero, estuviera conociendo todo el país y ella no fuera a salir nunca de su pueblo.
Los niños que se bañan en el río embarrado, las ancianas que se sientan junto al quicio de la puerta o los adultos que cultivan de sol a sol los campos permanecerán al márgen de las millones de neurosis europeas, no conocerán qué demonios es una hipoteca ni se montarán jamás en un coche. A su muerte, puntualmente habrán acudido a una clínica donde se les suministrarán medicamentos importados de la India. Harán uso de herramientas construidas con sus propias manos y a lo sumo cargaran a cuestas con bidones de plástico amarillos para recoger cada día el agua potable que está a unos 8 quilómetros de su vivienda de madera talada, barro y paja.
La sociedad tribal etíope confía la búsqueda y el transporte de agua en las mujeres. Dado que el crecimiento demográfico desmesurado hizo huir hace décadas a los grandes mamíferos a Kenia, el peligro de ser hoy atacadas por animales salvajes se ha reducido. Las mujeres acarrean bidones amarillos de agua desde la superficie raquítica del escaso lecho del río hasta las aldeas en viajes diarios de varias decenas de kilómetros. El agua y la sed turbias son el sustento de una gran cantidad de poblados humanos en riesgo severo de exclusión ambiental en un futuro cercano. La ONU lleva varias décadas alertando de la futura emergencia de los conflictos por el agua ante el agotamiento progresivo y el abuso intensivo de las reservas fluviales y los depósitos naturales bajo tierra. Durante semanas vi la imagen de millones de mujeres y niños caminando varios quilómetros para disponer de agua como un augurio de todo lo que se nos viene encima.
VIVIENDA SIGNIFICA VIVIR LA VIDA. Una característica transversal de las naciones indígenas del valle de Omo tiene que ver precisamente con las variadas técnicas de arquitectura rudimentaria que emplean para construir sus viviendas. El símbolo central de la bandera de las naciones del sur es una choza porque decenas de miles de ellas se suceden en las comunidades tribales del valle. Durante el viaje documenté las técnicas y hábitos de construcción de todos los lugares que visité. Todas las tribus -del mismo modo que ocurre con otras sociedades estacionarias- manejan un entendimiento de la vivienda abierto y cercano en el que lo privado no es lo propio aislado sino lo íntimo compartido.
Dado que las viviendas están construidas con materiales naturales que necesitan ser renovados cada cierto tiempo (las construcciones puede durar entre 5 y 50 años según el material empleado), es común formar cuadrillas de construcción itinerantes o bien alternar la construcción o reparación de las viviendas con las actividades diarias. La vivienda se convierte así en un organismo vivo que envejece y se renueva con las personas que la habitan. En el caso de los dorze la vivienda (una enorme cabaña cónica con tragaluces) se mueve incluso cuando las personas y las aldeas se trasladan de un lugar a otro. Una vivienda suele implicar entre 2 semanas y 6 meses de trabajo dado que la complejidad arquitectónica varía mucho de unas tribus a otras desde las chozas a ras de suelo hechas de ramas sin estructura de techo de los mursi, hasta las grandes estructuras de madera encajada con pilares sobre piso y paredes robustas de los halaba o los konso.
Pero la vivienda también para la cultura tribal centroaafricana no solo es continente sino también contenido, es decir, el conjunto de usos que se hacen de ella. Al igual que ocurría en las sociedades preindustriales en Europa es frecuente que los vecinos sean parte de la familia y que la identidad grupal de la que el individuo se siente parte sea una identidad extendida en la que se incluye la totalidad de los animales, los objetos y las personas de la comunidad de las que todos cuidan. Así, las ideas de propiedad o parentesco existen pero no impiden que el resto de personas participe de ellas. Es frecuente entrar y salir de las casas con libertad (a menudo no existen puertas), participar activamente en la crianza de todos los niños o compartir el cuidado del ganado o el cultivo de alimentos (la caza está intensamente restringida y regulada).
EL SISTEMA SOCIAL DE LOS KONSO. La justicia tribal se imparte en improvisados consejos de justicia formados por los más ancianos o los adultos más capaces en torno a reglas de convivencia sencillas pero inalterables. Al estudiar y recopilar testimonios de comportamiento social en las tribus vi semejanzas con varios procesos sociales incipientes en las sociedades políticas posmodernas. Las naciones derivadas de la gran familia Hamar, entre las que destaco a los Karo y a los Mursi, representan para mí el claro ejemplo de cómo una vida sencilla con reglas muy básicas de convivencia puede generar fuertes lazos en sociedades reproductivas. Pero existen sociedades que aún siendo estacionarias han alcanzado un grado de desarrollo social que resulta inspirador como modelo de relaciones humanas.
El sistema social que más me impresionó por su elevada cohesión y fortaleza simbólica subsiste aún en la cultura konso. Las altamente desarrolladas estructuras sociales, deliberativas y colaborativas de la tribu konso (con una demografía total de 400.000 personas) representan el más alto grado de desarrollo en las inmediaciones del Valle de Omo. Es especialmente magnífica el fantástico matrimonio entre urbanismo y sociabilización. Los poblados konso se construyen en lo alto de las colinas para dormir la plantación de terrazas bajo los pies y protegerse de los atacantes desde una ventajosa posición de altura. Si decíamos que la vivienda tribal es una vivienda viva porque crece o desaparece orgánicamente con las personas que la habitan, los poblados konso amplían esta correlación al orden de magnitud de la población entera.
El urbanismo konso está íntimamente relacionado con la antigüedad de sus habitantes. Una generación equivale a 18 años de tiempo humano (dado que se mide por la edad a la que una persona puede casarse), de modo que el urbanismo -basado en anillos concéntricos amurallados- crece al modo en el que lo hacen los anillos del tronco de un árbol. Cuando la comunidad se amplía según pasan las generaciones, no se derriban las murallas anteriores sino que se conservan como símbolo de crecimiento y fortaleza. Como recordatorio de la antigüedad de la población entera, las plazas centrales de los poblados están presididas por enormes varas gruesas de madera que se alzan sobre el cielo, cada una de las cuales representa el esfuerzo de una generación, y todas las cuales unidas y atadas en conjunto representan el respeto que debe tenerse a todas las generaciones por igual.
Los recintos concéntricos de piedra (amurallados hasta la altura de la cabeza de un ser humano medio) albergan bellas calles empedradas y estrechas a diferentes alturas capaces de articular espacios sociales dedicados a la convivencia pública (tribunales, consejos y plazas) y colecciones de pequeñas comunidades de viviendas en las que una o varias familias conviven en régimen de recursos compartidos. Cada comunidad reducida es un recinto con intimidad propia rodeado de calles dentro del recinto de la comunidad extendida. Este urbanismo da lugar a una sociabilización efectiva de cercanía basada en la diaria administración distribuida de grupos sociales pequeños que subsisten sobre los acuerdos colectivos de la comunidad extendida. Los 9 clanes konso (toda la simbología social, material y artesanal gira alrededor de este número) alternan la poligamia para los animistas y la monogamia para los protestantes y ortodoxos.
A la entrada de cada pequeña comunidad konso dentro de la población se encuentran los totems familiares o waka. Cada jefe de comunidad es sustituido por un sistema de consejo y existe una casa comunitaria (o mora) en la que deben dormir todos los jóvenes a partir de los 12 años de edad (pueden convivir en una mora hasta 30-40 personas) para compartir de forma colectiva los días de paso a la edad adulta. Los impresionantes edificios mora tienen 2 alturas: en la superior duermen por la noche y en la inferior conviven o aprenden a tomar decisiones importantes para su vida relativas al cultivo o la convivencia junto con los adultos. Una población konso puede crecer hasta tener más de 10 moras, cada una de las cuales administra decisiones compartidas que afectan a las pequeñas comunidades de su demarcación urbana más cercana.
ALOJAMIENTO DE LUJO. Suele ser habitual que los alojamientos en Etiopía, ya sea en casas o en hoteles, sean precarios aunque de cuando en cuando uno tiene alguna alegría. La normalidad consiste en aprender a convivir con la rudeza. Fruto del choque entre las expectativas occidentales y la realidad de la vida tal y como es en Etiopía, surgen situaciones cómicas. Me contó Eskander, un buen amigo etíope con el que me reí mucho, que una vez un turista muy molesto con los alojamientos le preguntó cuántas estrellas tendría el siguiente hotel, y él le dijo: «No una, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni cinco, sino muchas estrellas«. El hombre quedó desconcertado y no se fiaba mucho, por lo que durante todo el viaje estuvo esperando la llegada sin disfrutar del paisaje ni de las conversaciones con la gente. Al llegar por la noche a la siguiente parada y montar las tiendas de campaña sobre el mismo suelo junto al coche, el turista le preguntó: «¿Por qué demonios me dijiste que habría muchas estrellas?«, a lo que Eskander le respondió señalando el cielo estrellado.
UNA VIDA REAL, ES DECIR, IMPREVISIBLE. Acostumbrado a los continuos cambios de planes que surgen en todas las expediciones que realizo, y dada la situación de conflicto en el país no me extranó que tuviera que cambiar por completo mis planes a mi llegada. Las tropas tigray habían conquistado Lalibela por lo que decidí ir primero al sur por si la cosa se calmaba. Al llegar de regreso a la capital tras las primeras 3 semanas viajando por el resto del país, pude emprender camino hacia el norte tan solo porque me comunicaron que un acantilado de rocas que había caído sobre la carretera del norte, se había logrado quitar tras muchos esfuerzos. A menudo durante el viaje comí una vez al día sin necesitar más alimento y sintiéndome completamente lleno. Era frecuente montarme en el coche no sabiendo dónde iba o quién se montaría en él y más normal aún era que las personas con las que interactuaba cada día estuvieran armadas con algún fusil de asalto o ametralladora. Dado que yo tan solo llevaba mi humilde cuchillo cudeman en el cinto, todas mis herramientas para desenvolverme en un lugar donde nadie hablaba inglés ni castellano eran mi sonrisa, mi tono de voz, mi actitud y mis gestos.
En mi cuaderno de viaje tengo anotado: «Hoy tuvimos 6 controles de carretera y tuve que abrir la mochila unas 2 veces con la cara más sonriente que puedo ofrecer. «Todos los que tienen armas y nos paran son mis amigos» le digo mientras sornío a Daniel, mi conductor etíope. Hoy me ha dicho que le encanta viajar conmigo porque es como viajar con un hermano. En el penúltimo control 2 milicianos ametralladora en mano se montaron en el coche y nos dijeron que persiguiéramos a una ambulancia que se había escapado al ver el check point dando media vuelta. De modo que me he visto en medio de una persecución por una carretera perdida y con la mente tranquila. En fin, nada fuera de lo normal en este universo propio dentro del planeta Tierra.»
LA SISTEMÁTICA VIOLENCIA RITUAL. Los megalitos de Tiya, en Etiopía, que datan de varios siglos atrás dan testimonio de enterramientos rituales de guerreros cuyas lápidas ceremoniales son un ejemplo histórico de la importancia social de la violencia en las sociedades humanas y de su valor ostentatorio y heroico. El tamaño de los megalitos de dichas tumbas se corresponde con el número de muertos a manos del guerrero. Por cada uno de los enemigos muertos en combate con otros grupos o etnias, las sociedades de la antigua Etiopía dibujaban una espada convirtiendo la violencia en un elemento simbólico de éxito y reconocimiento. El hecho de que la violencia haya estado asociada al varón durante nuestra historia por motivos de complexión y disposición biológica, construcción social en forma de supremacia sobre la mujer y asociación con el honor, se ve bien en las tumbas megalíticas de las mujeres en los cementerios megalíticos etíopes, donde tan solo se observa la importancia social de la mujer en vida por el tamaño de los pechos grabados en la piedra.
LA NECESIDAD DE ADRELINA. La nación étnica de los surma, formada por unas 40.000 personas, una de las más inexploradas y en menor contacto con la modernidad, es ajena a cualquier tipo de comunicación no violenta y resuelve sus conflictos mediante matanzas y pequeñas guerras tribales. Paradójicamente mi estancia en Etiopía ha sido sensacional porque debido a las recomendaciones de los diversos ministerios de asuntos exteriores de Occidente nadie viaja allí desde hace tiempo. Pero no siempre el país es tal y como yo lo he visto.
El gobierno nacional ha realizado un esfuerzo para explicar a los surma y a otras tribus que existen otros medios para resolver las diferencias más allá de la violencia. Estos intentos han resultado infructuosos en muchos aspectos y la legislación y la justicia liberales etíopes conviven con la tradición y los consejos tribales. Durante mi estancia recolecté varios relatos de tribus que habían decidido la muerte de alguno de sus miembros como castigo a comportamientos considerados ominosos entre los que destacaban el adulterio, los malos negocios o el incumplimiento de las tradiciones.
En una suerte de demostración palmaria de la estupidez y la neurosis europeas, numerosos grupos de turistas aficionados a la fotografía suelen acudir a Etiopía para captar una instantánea de los surma. Al realizar estos viajes ponen en peligro la vida de mucha gente (guías, conductores, soldados del ejército, compañeros de viaje,…) a cambio de una anécdota «con una tribu remota» que contar a su vuelta a Europa. Este turismo de lo exótico que acaba en instagram no solo es irresponsable sino que ha contado ya con decenas de muertos.
Una viajera occidental se internó en el Valle de Omo andando completamente sola y caminó durante 2 semanas perdida hasta que Dani casualmente se encontró con ella. Al preguntarle qué demonios hacía en medio de un territorio lleno de animales salvajes, ella respondió que buscaba entrar en contacto con una tribu perdida. El azar y la suerte quisieron que esa mujer no hubiera sido raptada, violada o pasada a cuchillo por ninguna tribu, y que ningún animal la hubiera acechado en ese tiempo. Ambas historias tienen que ver con una misma realidad vergonzante: Nada más falaz que tener una vida anodina en Europa y buscar un chute puntual de adrenalina en la África salvaje y remota.
LA MUJER COMO PROPIEDAD. Uno aprende a valorar los avances en la igualdad de género en los países occidentales liberales cuando viaja por el mundo. Sin duda el rol que la mujer ha logrado ocupar como miembro social de pleno derecho en la reciente historia de Occidente es extraordinariamente minoritario en el mundo. Lo que es aplicable a la mayor parte del globo, es especialmente visible y crudo en la madre de África.
La mujer en las sociedades tribales del Valle de Omo es a todos los efectos un objeto. Forma parte del patrimonio (conjunto de propiedades masculinas) que tiene un varón a través del matrimonio (cesión, venta o entrega de mujeres entre hombres). Si bien el valor de un varón no es cuestionable, el de una mujer varía entre 20 o 40 cabezas de ganado y su cometido se ciñe a la crianza, el cultivo y el servicio doméstico. Es frecuente la ablación femenina del clítoris en la infancia y las mujeres no conocen ni llevan la cuenta de su edad. Se dividen entre niñas sin capacidad reproductiva y mujeres susceptibles de embarazo. Del mismo modo que todavía hoy ocurre en la enorme mayoría de todas las sociedades humanas litúrgicas, la propiedad de las mujeres pasa de un hombre (el padre de la mujer) a otro hombre (el padre del marido o el propio marido según el nivel de concierto) en ceremonias que implican intercambios de bienes.
Visitando un poblado halaba (de credo musulmán) entré en una de las viviendas de una familia por expresa invitación de ellos. Las viviendas halaba se encuentran entre las más grandes de las naciones del sur y tienen una peculiaridad apenas presente en el resto de tradiciones tribales: uno puede moverse de pie sin problema en el interior de la vivienda. Los halaba practican la poligamia. El cabeza de familia tras invitarme a comer varias tortas de pan me comentaba que su segunda esposa con la que acababa de casarse se encontraba en un habitáculo de la vivienda hecho de cañamos y que debía permanecer allí durante 4 meses sin salir ni ser vista por nadie salvo el marido. Tras esos meses la mujer sale a la comunidad y es aceptada por todos con un gran festejo en un ritual a través del cual se da a entender que ya forma parte de esa identidad grupal inmediata.
LA LIBERTAD y LA FELICIDAD COLECTIVAS. En mi recorrido por el mundo suelo comprobar cómo la cultura tribal desprecia, desconoce o permenece ajena a los conceptos modernos de libertad y felicidad individual. Etiopía no es una excepción y el continuo mantenimiento de la libertad y felicidad colectivas anulan las aspiraciones individuales. Mientras disfrutaba de un café molido a mano en una choza dassanech, en una página del cuaderno de viaje anoté: La búsqueda de la libertad individual que propusieron los ilustrados está basada en la defensa de los derechos individuales. Esta búsqueda genera ilusión y progreso pero es también el mayor motor de todas las neurosis. En una aldea del valle de Omo no existe ningún derecho individual más allá de la costumbre. Hay colectivos y grupos excluidos pero no observo depresión ni tristeza. La vida no se contempla como una lucha individual diaria contra otros sino como una realidad compartida por todos. Las relaciones humanas no se entienden en clave de justicia distributiva sino sobre el concepto de equidad. Son comunes las muestras de respeto y no existe la sobreprotección. Los niños crecen experimentando la crudeza y alegría de la vida por sí mismos.
LA MIRADA DE TODO UN CONTINENTE. Reproduzco íntegramente las notas de mi cuaderno de viaje: «Disfruto del encanto de una cerveza Dashen fria con una pizza margarita que puede que sea congelada y una ensalada de tomate. Pequeños placeres en un país prebélico con continuos cortes de luz y habitaciones mugrientas diseñadas por psicópatas. A mi alrededor una gran cantidad de personas, incluida una familia con varias mujeres cubiertas con hijab, cena despreocupada por un conflicto que no acaba de llegar aunque está a pocos quilómetros. Una sirena de policia advierte a algunos viandantes del toque de queda impuesto hasta las 20:00.
Al parar en la carretera a contemplar el maravilloso paisaje montañoso y verde de un valle, 30 niños se abalanzaron sobre mí y corrí sonriendo y gritando sobre ellos. Jugamos durante unos minutos hasta que vi que uno de ellos se sentaba y se lamentaba por una herida en el pie. Al verla -tal y como me había ocurrido varias veces antes- le ofrecí prestarle primeros auxilios pero salió corriendo. Esperé con calma a que volviera y después de muchos intentos, logré que subiera al maletero del coche para atenderle en condiciones. Supe luego por las burlas de sus amigos cuando le estaba lavando los pies que jamás se los había lavado antes. Desinfectando la herida comprobé cómo el muchacho estaba aterido del frío que infunde el miedo más profundo. Me miraba sorprendido tratando de entender por qué un desconocido le lavaba los pies. Comprendí que no me miraba un solo niño, sino que me juzgaba todo un continente.
EL MAPA DEL MUNDO. En mi camino hacia el norte, en el mayor monasterio de Etiopía, en Debra Libanos, conocí a un monje ortodoxo. Llevaban 2 semanas sin luz ni comida y me contó que los peregrinos lo estaban empezando a pasar mal. Los 800 monjes del monasterio tenían comida garantizada pero no contaban con recursos para alimentar a todas las personas que les visitaban. Aún así me dijo que estaban distribuyendo alimentos a diario entre la gente gracias a una máxima de su orden monacal que ayudaba a racionar y aprovechar al máximo el alimento. Según esta regla si alguien come una vez al día es un santo, si como dos veces al día es un ser humano y si come 3 veces al día es un animal. Al comentarle que como una o dos veces al día desde hace tiempo, el hombre me entendió como un hermano y continuamos camino.
A los lados de la senda y lavándose los pies en las fuentes, miles de personas descansaban tras viajar cientos de quilómetros desde sus casas con el ánimo de poder santiguarse con el agua bendita del lugar. El monje me acompañó en la visita a la catedral justo antes de que peregrinara a la cueva en lo alto de la montaña para ofrecer mis respetos al lugar en el que vivió el ermitaño fundador de la orden en el siglo XIII. Junto al monje también recorrí un museo bien cuidado que narraba la historia del lugar. Justo antes de salir a la calle, se paró ante un mapa y señalando el Estrecho de Gibraltar me dijo: «¿Cuánta distancia crees que hay entre Europa y África?«. Yo le respondí que no más de 15 kilómetros. Él me miró sonriendo y yo entendí perfectamente por qué demonios sonreía.
LO QUE QUEDA DE NOSOTROS
Quien viaja a Etiopía acaba mirándose al espejo. En Etiopía ocurre lo mismo que ocurre en el resto del mundo pero de una forma mucho más clara y evidente, sin necesidad de excusas ni ocultamientos. Si todo el continente africano resume bien la crudeza de todo lo que somos (para bien y para mal), este lugar del continente incluye todo tipo de realidades, niveles y estratos de vida en un sincretismo social y antropológico incomparable. Entre la miseria absoluta y las grandes apariencias 120 millones de personas sobreviven a las consecuencias ocultas de la lenta destrucción ecológica y humana que comenzó a fraguarse en los años 70.
En Etiopía conviven la fe y la tradición de las tribus milenarias con el escepticismo roto del hombre posmoderno. En 1.000.000 de quilómetros cuadrados confluyen una gran diversidad de culturas y más de 80 lenguas que sobreviven con dificultad a la barbarie productivista. Los contrastes son tan salvajes que apenas uno puede procesarlos. Las diferencias se miden en órdenes de magnitud que abarcan toda la historia humana desde su origen hasta el futuro inmediato.
Según el Kevra Nagast, allí desde hace 3.000 años se proyecta sobre todas las cosas la atenta mirada de Menelik I, mítico fundador de la tierra etíope, hijo del legenario Rey Salomón y la mítica Reina de Saba. Allí también conviven el recelo tribal alimentado durante décadas con un incipiente y próspero deseo de convivencia. El antiguo reino de Abisinia está cortado por la gran falla del Valle del Rift que divide la placa africana en dos partes. Sobre valles y montañas se multiplica la más antigua presencia de seres humanos sobre la Tierra, un paraíso fluvial donde nacen el Nilo Azul y muchos de los principales ríos del continente. Y a la vez que Etiopía es todo esto, al menos 10 fenómenos que son fácilmente visibles a nivel global, resultan completamente evidentes en este territorio:
REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA: El crecimiento desmesurado de la población en Etiopía es altamente representativo de la incertidumbre migratoria que está generando la revolución demográfica que llega. Entre 1960 y 2020, la población de Etiopía aumentó de 22.15 millones de personas a 114.96 millones, lo que supone más de un 400% de aumento sostenido. La emigración de las zonas rurales a las ciudades principales (Addis Abba, Dire Dawa, Adama, Gondar, Mekele, Bahir Daar o Arbaminch) es un hecho. Tras la superación de las hambrunas en el norte, se produjo un artificial e insostenible equilibrio en la producción alimenticia y la importación/exportación que ha favorecido una mediana de 19 años de edad y ha propiciado un aumento de la esperanza de vida hasta los 65 años.
Este crecimiento también es representativo de cambios en otros países africanos pero también asiáticos, lo que invertirá la piramide poblacional de los continentes y generará en el futuro inmediato continentes extensamente deshabitados y continentes con alta densidad de población. Además la mejora de los servicios sanitarios y sociales centrada en hacer accesible la pobreza no severa a cada vez más gente para combatir la pobreza extrema (pasando de vivir con 1$/día a vivir con 1,5-2$/día) ha generado que este crecimiento población vaya asociado a una incapacidad latente de infraestructuras y logística necesarias, lo que desemboca en una diáspora masiva y una…
BRECHA CRECIENTE ENTRE RICOS y POBRES: El 80% de las personas en Etiopía son granjeros de subsistencia mientras entre 10 y 20 multimillonarios acaparan la riqueza del país gracias al tráfico de influencias. Estas proporciones vuelven a ser representativas de la tónica global en las últimas décadas. Baste recordar que el 1% de la población mundial acapara el 82% de la riqueza económica. Pero el país del cuerno de África es también representativo por otro motivo. Bajo el pretexto de ser un «país con una de las economía de más rápido crecimiento«, Etiopía se mantiene en la absoluta miseria. El aumento de la acumulación de capital en manos de una cada vez más reducida oligarquía se produce gracias al empleo de sofisticados medios de educación y explotación productiva con los que se mantienen abusos y privilegios continuos.
Para entender las enormes implicaciones de lo que estoy diciendo, baste apuntar que más del 90% de viviendas en Etiopía son precarias (poblados de chabolas o ciudades slam) en un territorio equivalente a 2 veces y media Francia. Una tercera característica hace a Etiopía representativa de los comportamientos sociales de los acaparadores de riqueza: Es frecuente que una persona de una familia adinerada de Addis Ababa no conozca nada del resto del país, acostumbrada a moverse tan solo en su entorno de seguridad blindado, ficticio y anómalo. Los coches con lunas tintadas, los resorts y las urbanizaciones privadas mantienen a una clase social alejada de la enorme masa de la otra. Esta realidad polarizante nos lleva a la…
DESTRUCCIÓN DE LA CLASE MEDIA: En lo profundo del país, en una gran ciudad de paso vi a cientos de muchachos vestidos de gala y yendo sonrientes a su ceremonia de graduación. Dani vio que me fijaba y me dijo señalándoles: «David, ¿ves a todos esos cientos de personas?. Después de este día de graduación, no tendrán trabajo«. Etiopía es el fiel reflejo importado y exagerado de las desgarradoras políticas económicas occidentales de los años 70 y 80. Intensivos procesos de precarización laboral y una lenta muerte del espíritu crítico de las universidades a manos de un mercado voraz, ha generado una situación de mendicidad laboral incipiente en el que los únicos beneficiados son las grandes fortunas. Si la llegada del Acuerdo de Bolonia convirtió las universidades europeas en centros de formación empresarial acríticos y estupidizantes, África vivió procesos similares pero sin recursos ni voluntad de guardar las apariencias.
Un salario real de un etíope medio afortunado ronda los 60-80 € mensuales. Las diferencias entre la productividad real de riqueza y los salarios percibidos por los trabajadores se calculan en órdenes de magnitud del 3000%. El pluriempleo es habitual y la migración a las ciudades no garantiza encontrar un puesto de trabajo. Si bien en Etiopía la clase media nunca ha existido, esta fractura social evidente que polariza a las personas entre los que poseen y los que son poseídos representa una tendencia global. El modelo extractivo dominante en Etiopía es el colonialismo económico parasitario, basado en no generar mejoras locales significativas, e invertir en infraestructuras y servicios de supervivencia que garanticen tan solo el aumento del consumo.
Hablamos de sociedades no orientadas al bienestar de los individuos sino al sostenimiento de un consumo dañino y voraz basado en la lucha por la supervivencia. En esta línea el desembarco y la presencia china en Etiopía son más que evidentes. Mientras uno cena en un restaurante de Jimka, ve cómo un chino habla por videoconferencia con su familia por el móvil mientras una prostituta etíope le espera sentada en la misma mesa tras haber cerrado varios negocios ese mismo día. Las condiciones de inversión china en servicios e infraestructuras son cainitas con rangos de explotación denigrantes. A cambio ofrecen acceso continuado al mercado asiático y la cultura de lo rápido y barato.
CONFLICTOS POR EL CONTROL DE RECURSOS NATURALES: El surgimiento de nuevos conflictos derivados de la lucha por el control, administración y apropiación de recursos naturales como el agua, las tierras cultivo, o la propia generación de energía, es otra característica importante de Etiopía. 3 grandes proyectos de infraestructuras confluyen en Etiopía como paradigma de los nuevos conflictos por el acceso a los recursos naturales.
El primero de ellos es la Grand Ethiopian Renaissance Dam (GERD), una presa de dimensiones estratosféricas que pretende administrar y distribuir en el futuro próximo una gran parte del río Nilo para evitar la previsible carestía global de agua. Se trata de una de las mayores megaconstrucciones civiles de la historia humana. Durante los últimos años el país se ha enfrentado a Egipto y Sudán en su voluntad por administrar las fuentes del Nilo Azul que nacen en su seno. Por otro lado desde la independencia de Eritrea en la década de 1990, Etiopía no tiene acceso directo al mar por lo que la única vía segura de paso es Dyibuti a través de unas carreteras precarias, dado que Somalia no ofrece garantías de seguridad. Esta realidad ha provocado tensiones regionales y ni siquiera el ingente comercio del chad (una especie de hoja de coca que funciona como droga diaria) en el este ni los avances diplomáticos de paz entre Eritrea y Etiopía han logrado resolverlos del todo.
La segunda gran infraestructura ubica a Etiopía como eje fundamental de la construcción del tramo 4 de la Trans-African Highway (TAH), una de las mayores redes de carreteras del mundo que comunicará toda África por autovía, algo que en la teoría favorecerá según la Unión Africana la libre circulación de recursos, pero que en la práctica supondrá un terreno allanado para las tasas y peajes que encarecerán el acceso a los bienes básicos.
El tercer conflicto es la actual Guerra del Ejército etíope contra el TPLF del Tigray en el norte. Un conflicto que ha sido acallado por los medios internacionales y en el que están muriendo miles de personas. Se trata de un buen ejemplo de las nuevas luchas que las clases opulentas del mundo pueden llegar a liderar contra el propio interés general de la ciudadanía. Es lo que se ha dado en llamar postdemocracia y que en buena medida está tomando forma a nivel global a partir de las llamadas democracias iliberales. La oligarquía tigraya, educada en Estados Unidos y Occidente, vive en una zona desértica carente de recursos pero sus dirigentes con la connivencia del FMI y la comunidad internacional, controlaron el país durante 2 décadas. En ese tiempo educaron a varias generaciones en la división identitaria y se dedicaron a acaparar poder civil, militar y económico.
La reconstrucción civil y económica del país iniciada por el presidente Abiy Ahmed tras años de enfrentamientos políticos está ahora en peligro debido a que los líderes del TPLF se niegan a aceptar la cesión de poder. China y Estados Unidos orquestan sus apoyos en uno y otro sentido en la sombra. Durante mi viaje al norte del país, a unos kilómetros del frente bélico, pude comprobar cómo una reunión de altos mandos del ejército etíope preparaba la siguiente ofensiva. Durante las semanas anteriores me había cruzado en la carretera con autobuses llenos de adolescentes que se dirigían a morir en la guerra por decisiones e incapacidades de otros.
MESIANISMO TECNOLÓGICO y SUPERACIÓN PERSONAL: En un país que merodea a diario el umbral de la pobreza, la economía digital y el discurso de superación personal han entrado de lleno. Algo que sin duda vuelve a ser representativo de una tendencia global: la sustitución del estudio científico en detalle y el esfuerzo por el consumo puntual e incoherente de contenidos y mensajes enlatados. Por las calles de Addis Ababa o Adama los pocos libros que se venden son de autoayuda. Contra una realidad sistémica que ahoga, la tecnología digital y el discurso aspiracional más simplista y empobrecedor (al más puro estilo Tony Robbins) se emplean para responsabilizar al etíope de su realidad diaria. Muchachos que apenas saben leer disponen de teléfonos móviles con los que miran las excentricidades del llamado primer mundo.
Aunque ni mucho menos todo el mundo tiene acceso a una televisión, gracias a la implantación extendida de la tecnología móvil, allí también ha llegado la absurda costumbre de encumbrar la excepción del éxito empresarial para dar a entender que es la norma. La burbuja del emprendimiento digital está en su cumbre. Una mujer que creó una app móvil para solicitar coches con conductor ha logrado poner en jaque al corrupto gremio de los taxistas etíopes, imitando la supuesta revolución de Uber en el resto del mundo. Mientras el mesianismo tecnológico y los discursos de superación ayudan a los etíopes a soñar con otros mundos, la crudeza del suyo se mantiene.
GUERRA CONTRA LA RAZÓN Y LA CULTURA: Otra tendencia global se amplifica en este lugar del cuerno de África. El rico pasado histórico de Etiopía la convierte en encrucijada y acumulación de gran parte de las grandes civilizaciones humanas que han existido. Esta realidad sobrevive con enorme dificultad y serias pérdidas ante el rápido y devastador proceso de aculturación global que se puede observar en sus calles, museos, templos, mercados y casas. No existe apenas ningún tipo de cuidado ni recursos dedicados al mantenimiento y estudio de la historia y el patrimonio cultural etíopes, cuyas bases sobreviven gracias a la buena voluntad puntual de personas admirables. No hay mejor modo de caminar hacia el abismo que perder de vista las huellas que pisamos. Dos anécdotas ilustran el completo descuido y desdén por la historia que en Etiopía tan solo son un símbolo evidente de lo que ocurre en el resto del mundo a otros niveles.
Debido a mi afición por los libros, trabé amistad en Harar con un encuadernador que se dedicaba a salvaguardar el patrimonio cultural de una biblioteca magnífica sin apenas recursos. Dado que las ilustraciones y el curtido de los lomos era magnífico le pedí que me presentara al ilustrador y contribuí con lo que pude al fondo del taller agradeciéndoles que dedicaran su vida a la cultura.
En una especie de metáfora reveladora del cada vez mayor desprecio con el que tratamos nuestra historia, en la capital del país se pierde bajo el polvo del lúgubre Museo Nacional de Etiopía la mirada inocente de Lucy, nuestra antepasada homínida más remota. Resulta bastante impactante para un amante de la historia natural y humana contemplar el lamentable estado en el que se expone un testimonio de 3,2 millones de años. El edificio, casi en ruinas, alberga las imágenes de un mundo ahora perdido del que nuestra humanidad se desentiende. Lo más importante de nuestra historia, nuestro comienzo, se salvaguarda entre cortinas apolilladas y alfombras roídas. Ese mundo es nuestra historia, y debido a su lamentable cuidado actual, la estamos repitiendo.
El esqueleto reconstruido de Lucy (AL-288-1), uno de los mejores objetos de colección que cualquier museo puede tener y sin duda el mayor descubrimiento paleoantropológico de la historia, parece pasar frío dentro de su precaria urna. Lucy permanece iluminada en un rincón de la planta baja por una bombilla intermitente que apenas cuenta con energía eléctrica durante algunas horas. Cuando contemplé esos 1,2 metros de altura de Australopitecus Apharensis (por haberse encontrado en la región etíope de Afar) con su pelvis ampliamente abierta (que nos indica su género y su bipedismo), me sobrecogió una sensación de tristeza. Si Donald Sassoon y Peter Watson demostraron hace años que la construcción de la identidad social moderna está asociada a la invención y cuidado de las culturas nacionales, y si los cosmopolitas tratamos ahora de construir una historia de la humanidad global común (lo que Jose Antonio Marina ha llamado una historia de la evolución de las culturas), Etiopía representa un claro ejemplo de cómo ambas culturas se están desvaneciendo.
Otro gran ejemplo de la muerte de la cultura y la identidad humanas es la estrafalaria forma de conservar y recordar la memoria de Haile Selassie, considerado el último emperador etíope de la dinastía salomónica, venerado como una encarnación de Dios en la Tierra por la religión rastafari. Este emperador que instauró en dos periodos de la historia reciente etíope su monarquía absoluta, emprendió severas medidas pero tuvo el apoyo de líderes internacionales y la simpatía de su pueblo. Sus múltiples palacios cutres y la amplia multitud de tronos en los que se sentaban él y su esposa en las catedrales ortodoxas siguen siendo hoy respetados (está severamente prohibido sentarse en ellos) pero a la vez se conservan como testimonio de un pasado igualmente precario.
DIVISIONES IDENTITARIAS: O nacionalismos, llamen a esta vieja enfermedad social como quieran. La generación artificial, interesada, manipulada e inventada de identidades étnicas contrapuestas que deben luchar entre sí por su supervivencia ha sido fomentada en Etiopía durante años por una educación que primaba las diferencias étnicas o nacionales culturales sobre la realidad unitaria de la nación-estado. Al igual que en tantas otras partes del Globo, la educación ha sido el mayor vehículo del adoctrinamiento. El propio documento de identidad etíope hasta el gobierno reciente de Abiy Ahmed reflejaba como gentilicio la etnia a la que se pertenecía y no hacía referencia alguna a la nacionalidad etíope compartida.
Esto, sumado a la invención de relatos históricos de ninguna fiabilidad científica y ampliamente difundidos en las escuelas, ha dado lugar durante años a la proliferación de rencores y desconfianzas entre etnias, muy abanderada por políticos corruptos y egoístas. En la realidad he comprobado cómo ninguno de estos conflictos inventados es étnico, y todos responden a intereses económicos. Sin duda esto representa otra lupa de aumento para visibilizar nuestra realidad global. En un mundo que enfrenta retos globales como la destrucción ecológica, resurgen con fuerza los fantasmas de esencialismos pasados.
MIGRACIONES MASIVAS y REFUGIADOS CLIMÁTICOS: Fruto de los anteriores fenómenos, la población ha vivido durante las últimas décadas una frecuente diáspora en búsqueda de mejores oportunidades. Es normal en Etiopía que en toda familia exista uno o dos miembros de la misma en el exilio. Con suerte estas personas han encontrado asilo en países del norte del mundo. En un planeta humano androcéntrico, el pasaporte de las mujeres etíopes suele ser su extraordinaria belleza -que a menudo da lugar a matrimonios de conveniencia- y el de los hombres etíopes suele ser su elevada capacidad de trabajo a un coste mínimo en Yemen o alguno de los países árabes cercanos. En mi viaje de ida a Frankfurt coincidí en el avión con un tipo interesante que coordinaba la ayuda a los refugiados y asilados políticos en Alemania. Hablamos durante todo el vuelo y pudo detallarme el increíble aumento de refugiados en todo el planeta y el hecho de que Etiopía se movía siempre entre las primeras posiciones. Las dramáticas huidas a Sudán o las espeluznantes travesías a pie por el desierto del Danakil hasta Djibuti son ejemplo de las migraciones globales incipientes que está desencadenando un sistema global desequilibrado y ciego.
ECOLOGÍA vs ECONOMÍA: La riqueza natural incuestionable que todavía abraza a los etíopes -y que es una riqueza inmaterial a largo plazo- choca con el severo retroceso ambiental que está provocando la inversión china centrada en la obtención de beneficios materiales a inmediato plazo bajo condiciones infrahumanas. En pocos sitios como en Etiopía se ve con más claridad el enorme conflicto global que hoy se fragua entre el declive de la influencia económica estadounidense (que se autodevoró a sí misma y se afana ahora en la mayor y más desesperada impresión de moneda de la historia) y el enfermizo despertar del gigante chino (que basa su crecimiento en un sistema insostenible que genera una gran burbuja de deuda).
El 95% de vehículos, objetos, maquinas y materiales de construcción empleados en Etiopía es chino, con un fuerte posicionamiento en la medioambientalmente dañina proliferación del monocultivo agrícola y una apuesta por la generación de infraestructuras de transporte terrestre de calidad como carreteras y autovías comerciales. De este modo la enorme diversidad antropológica de Etiopía, única en el mundo, sobrevive a duras penas en contacto con el insano contrato neoliberal centrado de manera ciega en la obtención de resultados económicos a través de cualquier medio. En este sentido Etiopía es hoy un laboratorio económico con el que juega el desquiciado establishment económico posmoderno abanderado por China.
De nuevo una anécdota del viaje ilustra la enfermiza relación que el ser humano tiene con la naturaleza. De visita en uno de el impresionante Parque Nacional de Bale, me topé con un guía que a la vez era un fantástico conservacionista. De repente reparé en algo que puede pasar desapercibido. A la entrada del parque había una estatua de un hombre junto a unos lobos que me recordaba a la famosa estatua del conservacionista Félix Rodríguez de la Fuente en España. En efecto se trataba de un divulgador natural con una historia muy similar a la de Rodríguez de la Fuente en cuanto a la defensa del lobo -lobo etíope en este caso- que había corrido peor suerte aún que el español. En su ánimo por declarar espacio protegido al Parque, Biniyam Admasu (de mi misma edad) había luchado internacionalmente y había muerto tratando de sofocar un incendio provocado, se dice que por especuladores de la zona. Una historia que por desgracia se repite en la geografía y en el tiempo.
En el pedestal una cita de Admasu le recuerda: «Mucha gente a mi alrededor no entiende mi sensación eterna de amor por la naturaleza y mi visión de conservación. Lo único que deseo es formar una familia de amantes de la naturaleza para que trabajen duro y podamos legar un mundo confortable a las siguientes generaciones«. Durante nuestra visita a pie pudimos ver sensacionales y majestuosos antílopes a pocos metros de distancia, grandes cascadas y ríos, jabalíes, lobos y ciervos. Poco después acudimos a la gran meseta que conforma el espacio natural protegido de más de 2.000 kilómetros cuadrados. No dejaba de pensar en Admasu.
CONCLUSIONES
Transcribo a modo de conclusión la última nota de mi cuaderno de viaje:
30/08/21 Dicen las escuelas Madyamaka y Cittamara del budismo mahayana que todo lo que es no existe porque lo que existe no es real sino fruto de nuestro pensamiento. Lo fenoménico, así, no es digno de ser combatido sino que ha de ser ignorado y superado mediante la conciencia. Durante un mes he conocido la realidad de Etiopía, una tierra que parece parte de un planeta diferente al que veo a diario, pero que no es más que la consecuencia real de todas nuestras acciones. Recordando las enseñanzas de Nagarjuna y Shantideva concluyo que lo real es África y lo fenoménico e imaginado es Europa. Sobre una ficción de dolor continuo, con víctimas bélicas y misera diaria desde hace siglos, toda la felicidad de los privilegiados se sustenta en la desgracia de los explotados y los desposeídos. Estando junto a ellos me siento en casa, y a la vez tratando de cambiar el sistema normativo en el que nací me veo útil. Vivo en esa continua incoherencia.
En esta otra dicotomía se reflejan también las enseñanzas mahayana: la cultura occidental (capitalismo, judeocristianismo y democracia) es la neurosis originaria, y el resto del mundo ha sido y continúa siendo absorbido por ella. El verdadero problema es que nuestro planeta ya no aguanta, y ninguno de los pretextos o sistemas justificativos que ha inventado y sistematizado occidente (el psicoanálisis, el capitalismo industrial, la tecnología digital, la economía de escala o el desarrollismo social) son ahora suficientes para mantener a flote a una especie varada. Somos lo que fuimos pero también somos aquello en lo que nos estamos convirtiendo. Mi compromiso de ir contracorriente sigue vigente porque cada nuevo año tiene más sentido que nunca.
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por David Criado | Jun 28, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
«Todavía no he encontrado un sitio que no tenga un amo»
El hombre sin nombre (A fistful of dollars, Sergio Leone, 1964)
Es 14 de julio de 1789. La escena ocurre en el Palacio de Versalles, el lugar más lujoso del mundo en la época. A unos quilómetros de distancia, en París, el precio del pan lleva demasiado tiempo disparado, la hambruna es generalizada y la propaganda contra el orden del Antiguo Régimen comienza a surtir su efecto. Un asesor entra en la estancia e interrumpe al rey Luis XVI mientras este anota en su diario: NADA en referencia a su falta de éxito en la caza mayor de aquel día. Acelerado, el asesor se dirige al escritorio y le dice en alto tras la genuflexión pertinente: Señor, acaban de tomar la Bastilla. El rey, inmutable, pregunta extrañado: ¿Es una revuelta?. El asesor con gesto serio le responde: No señor, es una revolución.
Esta anécdota ha quedado para la posteridad de la historia como uno de los mayores ejemplos de distanciamiento de la realidad que puede llegar a cometer un militante de su propio pensamiento. Del mismo modo que la caja de resonancia de la corte versallesca del siglo XVIII impedía a su monarca conocer la verdadera realidad que acontecía fuera, defenderé aquí que la cultura de cancelación produce el mismo efecto en nosotros. Desde aquel día de 1789 sabemos que la Razón no es la defensa del pensamiento propio sino la búsqueda del pensamiento real de forma colectiva. Hoy explicaré por qué y cómo estamos dejando de hacer esto a un ritmo acelerado, es decir, por qué nos estamos convirtiendo en millones de reyes Luis XVI.
Este artículo pretende poner sobre la mesa un problema acuciante en cada uno de los estratos de nuestras sociedades: familia, relaciones afectivas, instituciones y empresas. Se trata de una pandemia cognitiva sin aparente límite que nos convierte en seres estúpidos acreedores de una razón totalitaria evitándonos el trabajo de pensar o razonar en común. La cultura de la cancelación viene a ser la reedición posmoderna de los antiguos lenguajes totalitarios que estudiara Jean-Pierre Faye en la posguerra de las dos guerras mundiales, y también se puede entender como el rescate de la conformación de discursos normativos que la maestra Hannah Arendt estudiara a lo largo de toda su obra.
He dividido el artículo en 4 apartados:
- Qué es la cultura de la cancelación
- Por qué ridiculizar o «cancelar» personas o ideas no es útil.
- Por qué la cultura de la cancelación no favorece una sociedad más justa
- Por qué ningún discurso puede ser impuesto bajo el pretexto de la coherencia
Comenzamos.
QUÉ ES LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN
Denomino cultura de cancelación (de su original anglosajón cancelling, block o cancel culture) al proceso de exclusión moral, social, relacional o financiero que la defensa de un denominado discurso válido o aceptado realiza respecto a otras narrativas o discursos a los que ridiculiza o resta el derecho de expresión, razonamiento o argumentación de manera previa. Esta exclusión suele manifestarse en nuestros días en 3 formas de clara y rabiosa actualidad: a través del boicot directo o indirecto (en medios de comunicación o por comportamiento lesivo o abusivo en redes tecnológicas asociales), por medio del silenciamiento público (mediante la invisibilización o la moderación sesgada de debates o diálogos) o por medio de la autocoerción, la autocensura y la evitación de la diferencia o el conflicto (las formas más comunes son la automoderación o la autocancelación; como respuesta a lo no aceptado o polémico, creamos temas o discursos intocables).
La cultura de la cancelación ha existido siempre en nuestras sociedades y se sitúa en las antípodas de la racionalidad y la búsqueda de entendimiento. En términos de relaciones sociales y comportamiento humano considero que su actual proliferación masiva es una consecuencia difícilmente contenible de las llamadas sociedades digitales. Estaríamos así viviendo una continua noche de los cristales rotos gracias a la retroalimentación constante de discursos y contradiscursos a través de canales de comunicación anónimos aunque omnímodos que nos incitan a la constante militancia. Forma parte de la cultura de la cancelación opinar contra el otro y no tanto opinar a partir del otro. El otro es una contraparte, un émulo, un enemigo idealizado e irreal contra el que defenderse. En el universo del maestro Carl Gustav Jung el que se defiende de el otro es el héroe, eternamente desconocoder e ignorante de la realidad a la que combate dado que su hiperactividad militante le impide reflexionar. Así, el inconsciente colectivo vendría a validar la continua generación de arquetipos en la cultura de la cancelación, pero esta vez no de acuerdo a patrones emocionales o de conducta, sino de acuerdo a patrones discursos que consideramos en su totalidad válidos o inválidos sin término medio. Y he aquí el problema: «sin término medio», esto es -como diría Aristóteles- sin virtud.
La cultura de la cancelación necesita censores, esto es, policias de la palabra, personas que en mitad de una supuesta sociedad hiperconectada, son capaces de conservar de forma aislada sus respectivas cajas de resonancia, espacios seguros en los que no se argumenta o razona sino que se dan ideas o hechos por supuestos. Estos lugares comunes en los que practicar la estupidez se caracterizan por un hecho: hablar siempre sale gratis mientras hacerlo no se salga del discurso. Para solucionar esto, en mis intervenciones suelo defender que hablar debe costar siempre algo, esto es, tener consecuencias en algún sentido tanto positivo como negativo. Cuando esto no ocurre, o cuando todo el mundo aprueba algo, es que o bien no se ha dicho nada o bien no se ha aportado nada interesante. En contra de lo que la cultura de la cancelación defiende, solo se avanza cuando dos personas piensan distinto, porque solo así se da lugar a la dialéctica.
La cultura de la cancelación es hoy -para nuestra desgracia- omnipresente. Se practica en todo tipo de tradiciones y corrientes políticas, está presente en cualquier conversación que entablo a diario y -en lo que a mí más me preocupa- en todos los sectores de actividad profesional y empresas. Porque aunque no dejemos de negarlo a diario, la llamada cultura corporativa es a todos los efectos la forma explícita, oficializada y sistemática en la que practicamos la cultura de la cancelación en los entornos productivos existentes. La absurda manera en la que hoy entendemos las empresas está más cerca del modelo de disciplina militar o iglesia -aversivo a la mejora y proclive a la validación de prejuicios por medio de la fe, la tradición y el principio de obediencia debida- que del modelo de parlamento -otrora característico del desarrollo humano y enfocado al debate y el afrontamiento. Nuestras empresas son por tanto evitativas, no compiten mediante la búsqueda de razones o argumentos sino que imponen mediante la obliterada máxima masculina de el más grande o el más fuerte, lo que se traduce en nuestro tiempo en las neoclásicas variantes de el más rentable o el más eficiente.
Es importante comprender que lo opuesto a la cultura de la cancelación no es una cultura del todo vale sino una cultura del razonamiento, el cuidado y el diálogo. Como ya dejé dicho aquí no todo vale y no todo es respetable pero somos todos los que tenemos que decir qué es lo que no vale y lo que no es respetable. Que una cultura concreta, una escuela de pensamiento o una o varias personas en una conversación se erijan en las decisoras de lo que vale es de todo punto contraproducente. La cultura de la cancelación no se combate con esa horrible forma de estar en el mundo que representa el relativismo moral, sino con una actitud racional e ilustrada de entendimiento. Quien no se educa, vive del criterio de otros y es por tanto fácil pasto de una u otra caja de resonancia.
POR QUÉ RIDICULIZAR o «CANCELAR» PERSONAS O IDEAS NO ES ÚTIL
El cuerpo es la caja de resonancia del alma y la voz es su sonido. Todo el que calla a otro atenta contra la sinfonía de la condición humana. Para hacer justicia ya están los tribunales. Justicieros del mundo, estudiad y practicad Derecho. Tanto en las conversaciones como en el escenario público se suele escuchar que la cultura de la cancelación es útil para castigar comportamientos dolosos o para hacer frente común ante discursos de odio o ideas consideradas denigrantes. No dar pábulo ni invertir tiempo en hablar sobre determinados actos o con determinadas personas, ayuda -se dice- a que esas ideas o personas no adquieran relevancia. Personalmente defiendo que ni siquiera en estos casos resulta útil.
Aún en el caso de que consideremos a la persona o sus ideas universalmente reprobables, la historia nos ha enseñado sistemáticamente una lección: el verdadero problema de no hablar sobre determinas ideas o de excluir el contacto o la conversación con alguien, es que dejando de hacerlo el problema no queda resuelto, sino que simplemente queda latente en la sombra, lo cual acaba siendo aún más doloroso a la larga. De la misma manera que utilizar una aplicación de retoque fotográfico para eliminar a una persona de una imagen, no elimina a la persona ni el hecho de que estuviera allí; suprimir o borrar la expresión de una idea no hace que la idea desaparezca. Como sociedad casi exclusivamente volcada al cumplimiento de la voluntad propia, deberíamos reflexionar sobre el hecho de que querer que algo sea real no implica que realmente lo sea.
Nada tiene que ver visibilizar un problema con bloquear la capacidad de argumentación de alguien. Tenemos buenas y recientes pruebas de ello. Los movimientos Black lives matter o Me too son iniciativas que suponen una necesaria llamada de atención como gritos de alarma contra vestigios opresores que todos hemos presenciado y debemos superar. Y a la vez son también una buena prueba de que por sí solas las campañas de visibilización no modifican realidades, sino que tan solo promueven que se hable abiertamente de ellas. Solo cuando campañas de este tipo se convierten en ajustes de cuentas sociales más allá del Estado de Derecho, este tipo de iniciativas se vuelven reprobables, pero mientras visibilizan problemas favorecen la denuncia de injusticias. Como oposición a estos movimientos encontramos claros ejemplos de cajas de resonancia: Las campañas de desprestigio en las redes tecnológicas asociales que a menudo incurren en delito de calumnias, los cortes audiovisuales de todo signo y color con títulos de lenguaje agresivo (Iñigo Errejón calla la boca a VOX, Ortega Smith le calla la boca a Susana Griso, Pedro Sánchez responde al infame Aznar y le da donde más duele), o la moderación sesgada de diálogos o debates son ejemplos claros.
Por mucho que uno pueda simpatizar con ideas que se plantean en determinados foros o contextos, un ejemplo claro de la cultura de la cancelación lo representa el programa de debate GenPlayz (el desarrollo de su programa sobre conciencia de clase es el mejor caso práctico que se puede encontrar en un directo sobre cómo se produce el fenómeno del blocking en las conversaciones), o programas de radio como Buenismo Bien -que hace mucho tiempo que abandonó su intento de establecer un diálogo asertivo- o La mañana de Federico (en los que sistemáticamente se caricaturiza la realidad social dando por universalmente válidas premisas ideológicas particulares), aunque sobran los ejemplos de cajas de resonancia destinadas al descrédito ajeno en la red. Añadido al problema de la cultura de la cancelación, encontramos el fenómeno del funcionamiento opaco de los algoritmos de sugerencia que -hoy ya lo sabemos- no luchan contra las creencias propias sino que las perpetua generando burbujas sociales y cámaras de eco.
En este sentido la cultura de la cancelación es a todos los efectos uno de los instrumentos más comunes de la cultura de la evitación posmoderna, o eso que Han denomina la expulsión de lo distinto. Y pese a ello a nivel cognitivo y social sabemos que evitar o huir del dolor no evita en ningún caso a ningún ser humano un futuro sufrimiento. La cultura de la cancelación está así intrínsecamente vinculada a la cultura de los llamados ofendidos, personas que adolecen de un comportamiento epidérmicamente asertivo basado en defender que los sentimientos propios de dolor, frustración, asco, rechazo o ansiedad que les genera un comentario, una idea o una persona son suficientes para solicitar a esa persona que no vuelva a hablar de ello o para intentar convertir su propio territorio emocional evitativo en una norma social genérica y aplicable para todos. Se trata de un falso comportamiento asertivo por cuanto la persona no se responsabiliza de afrontar sus propios sentimientos sino que demanda al resto de la sociedad en su conjunto que acepte sus líneas rojas. Esto contradice no solo la larga tradición humana del diálogo y el afrontamiento en abierto de las diferencias, sino que omite la capacidad de mejora de un grupo social a largo plazo tratando de normativizar el comportamiento social a todos los niveles (ideológico, discursivo, afectivo, político, conversacional) por medio de la imposición y no por medio de la amplia mayoría y el consenso.
POR QUÉ LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN NO FAVORECE UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA
Se ha dicho también que la cultura de la cancelación es útil en el seno de nuestras sociedades para favorecer un mejor posicionamiento de las exclusiones sociales históricas (clase trabajadora, migrantes, mujeres, orientaciones sexuales, etc…). Bajo esta premisa se defiende que todo tipo de colectivos indeterminados o genéricos tradicionalmente excluidos o vejados tienen derecho a imponer sus discursos en una especie de movimiento pendular en el que -así se dice- un discurso minoritario aunque justo se impone a un discurso mayoritario aunque injusto a través de leyes o nuevas narrativas. Podría argumentar mucho contra esta forma de entender las relaciones humanas, pero resumiré mi rechazo en torno a 2 argumentos:
Lo sostenido en el anterior párrafo es una enmienda a la totalidad de las bases del comportamiento democrático en todas sus formas políticas y sociales de pensamiento (liberalismo, republicanismo o comunitarismo, y tradicionalismo o conservadurismo) dado que presupone que la sociedad debe ser primero legislada para cambiar actitudes y comportamientos cotidianos, y no al revés, como el Estado de Derecho desde Grecia defiende, es decir, desde el nacimiento de la democracia no es la ley la que crea el comportamiento aceptado, sino que es el comportamiento aceptado el que crea la ley por medio de la representación legítima de la soberanía popular. En otras palabras, la Razón, la convivencia y la democracia no admiten atajos, son -y deben de ser por su propio carácter y orientación a la convivencia- lentas pero a la larga efectivas.
Mi segundo argumento tiene que ver con una vacuna natural contra el totalitarismo. Cuando se pierde la necesidad de criticar de forma fundamentada lo que otro dice o hace, se pierde el contacto con la realidad y se acaba incurriendo en los más absolutos atropellos. Cuando cualquier de estos colectivos históricamente vulnerables o excluidos cancela o aisla determinados discursos, ideas o personas, se evitan a sí mismos escuchar críticas externas que les permiten reflexionar y mejorar. Y por otro lado, el excluido, cancelado, bloqueado o castigado genera un discurso propio como defensa a esa cancelación que en último término acaba siempre teniendo simpatizantes o seguidores. Por ello las exclusiones sociales no se mitigan o eliminan omitiendo a los supuestos discriminadores, sino razonando y hablando con ellos o -mejor aún, y esto es para nota- no creyendo que uno tiene la completa razón universal sino tratando -como diría Spinoza- de comprender al otro sin necesidad de justificarle pero tampoco sin la actitud binaria de alabarle o reprocharle.
POR QUÉ NINGÚN DISCURSO PUEDE SER IMPUESTO BAJO EL PRETEXTO DE LA COHERENCIA
Señalaba hace poco el maestro Ernesto Castro que «la coherencia o la incoherencia son adecuadas dependiendo de la base de la que se parta. Si eres estúpido, que seas incoherente le puede venir genial a la sociedad«. Poco más que añadir a estas sabias palabras. Un discurso no puede ser defendido contra otro que se cancela por el mero hecho de arrogarse la posesión propia de la coherencia. Si en una conversación dos personas que hablan tratan de dirimir alguna lógica o consecuencia a partir de la búsqueda de la coherencia, ninguna de ellas se entenderá en absoluto porque cada una de ellas probablemente tenga lógicas y coherencias propias. El diálogo fructífero no parte de una insana y ficticia idea de perfección discursiva (coherencia) sino que se mueve sobre la base de la contraposición y aportación de argumentos e ideas. La diversidad suma, no resta.
Haré un último inciso respecto a esto que acabo de señalar. Si algo nos falta en nuestras sociedades actuales no son personas que hablen u opinen, sino personas que lo hagan con criterio. Hablar y convencer es relativamente sencillo utilizando las técnicas adecuadas, razonar con propiedad y voluntad de encuentro es lo verdaderamente complejo. Nos faltan buenos argumentos y buenas ideas, nos sobran cajas de resonancia, altavoces y prejuicios.
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por David Criado | Abr 6, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
«En algún momento de la vida, la belleza del mundo se vuelve suficiente. No necesitas fotografiarla, pintarla o incluso recordarla. Simplemente basta.«
maestra Toni Morrison
esperanza: Der. de esperar. 1. f. Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.
En medio de una inercia superficial sin precedentes históricos, en este artículo trataré de explicar por qué es útil conservar la esperanza y de qué forma podemos contribuir a que aquellos que nos rodean, la tengan. Haré una puntualización previa: la esperanza no se conserva, se practica y si no se practica, no se tiene porque se pierde. En tiempos apocalípticos tienes derecho a no tener esperanza, pero si quieres tenerla recuerda que no consiste en cruzar los dedos y esperar a lo que venga, tal y como hace el tío freak de la foto de arriba. Tener esperanza consiste en actuar a diario para merecerla y si al final no viene, conservar la confianza en seguir haciendo lo correcto. Si la esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea, deseemos mejorar el presente y no que mejore por sí solo en el futuro.
Este artículo tiene los siguientes apartados:
- Próxima parada: Esperanza
- La esperanza es consecuencia de ser y estar presentes
- La esperanza llega cuando algo se comparte
- La esperanza se encuentra en lo básico
- La esperanza solo llega si te das tiempo y espacio para tenerla
- Toda persona es la esperanza de otra
Comenzamos.
PRÓXIMA PARADA: ESPERANZA
¿Es posible en los peores momentos y lugares tener esperanza? No he parado de experimentar en mis viajes y experiencias profesional y personales que sin duda, sí, claro que es posible. Me atrevería a decir que no sabría vivir sin esperanza, lo que me recuerda una anécdota. Cuando era adolescente mi amigo Pablo, probablemente una de las personas a las que más admiro, nos invitó a varios amigos a ir a su casa. Aunque quedaba cerca del colegio, yo jamás había estado en su barrio y existía una frontera social y psicológica muy marcada entre Canillas y los barrios que la rodeaban, al menos hasta la entonces reciente unificación de todos ellos en el distrito de Hortaleza. Para un extranjero de Esperanza, pervivía aún en el imaginario colectivo una imagen de bandas enfrentadas a lo West Side Story pero en el noreste de Madrid y sin tanto baile de moñas. Tras tomar el metro nos bajamos en la estación de Esperanza y al preguntarle varios de nosotros por el motivo de aquel nombre, Pablo nos lo explicó mientras subíamos por las callejuelas oscuras en las que se sucedían las anécdotas sobre atracos, reyertas y barbaridades varias vividas en los anteriores años recientes. Sirva la explicación de Pablo para resaltar la importancia de conservar siempre la esperanza:
Antiguamente aquel pequeño barrio estaba poblado por chabolas de pequeños trabajadores y familias gitanas entre los que se el propio Pablo y sus hermanos se habían críado durante años. Con la llegada de la construcción de nuevas viviendas subvencionadas y accesibles para los trabajadores, los vecinos habían rebautizado el nombre del barrio a Barrio de la Esperanza, una estación que Manu Chao honró años más tarde en su famosa canción. De algún modo con los años la llegada del metro en 1979 a un barrio que era el fin del mundo para todo madrileño, había dado alas al lugar. En la típica sorna mitológica de la que hace gala con frecuencia todo madrileño, nuestro profesor de religión no paraba de decirle a Pablo que él conocía su barrio cuando todavía allí había indios que tiraban flechas. Tras unos años 80 y comienzos de los 90 en los que abundaba la droga, la inseguridad y los yonkis de barrio en el marco periférico de la llamada movida madrileña y el fenómeno de la delincuencia juvenil que tan bien retrató el llamado cine quinqui, el barrio había logrado resurgir de sus cenizas. Todos necesitamos esperanza y el barrio de Pablo, al que luego he ido con frecuencia considerándolo mi propia casa, es un buen ejemplo.
LA ESPERANZA ES CONSECUENCIA DE SER Y ESTAR PRESENTES
Conservo mi esperanza porque no la deposito en el futuro sino en el presente, en lo que ahora está ocurriendo cuando me lees o cuando escribo, en las personas con las que estoy cuando me hablan, en el abrazo que doy o en el abrazo que recibo. Solo por eso la vida tal y como hoy se me presenta me sorprende. Su naturaleza es desnuda y evidente, me asombra. Se parece a una película de Terrence Malick. El mismo diálogo continuo entre luces y sombras, idénticos planos en detalle o panorámicos que sobrecogen. Veo cómo mis ideas hacen el amor sabiéndose solas e inermes, buscando comprenderse. Sobre el papel en blanco que me espera acechante se despliegan desprovistas las primeras conclusiones. No hay comienzo del día ni final, todo ocurre de manera continua: el cartero que se enfada porque no arreglo el buzón, el sol que recorre las feas fachadas de los años 60, las amigas que han escrito un libro, las conversaciones telefónicas, el mensaje cariñoso de un amigo que me recuerda, la persona que me escribe desde la otra parte del globo, las farolas grises de la calle, los problemas de un amigo para encontrar un piso, la depresión de un cliente o la eufórica risa de quien accede o acaricia sus escombros. Todo ocurre por acumulación aunque no satura ni rebosa.
Escribo la epopeya del mundo, exploro la hondura emocional de las personas, compongo sinfonías sobre sus experiencias. En eso ando. Mi vida hoy es practicamente idéntica al ritmo y orden de las notas contenidas en esa composición de James Newton Howard en la que el espectador siente cómo toda la dureza del mundo le resbala, y quizás por eso, flota. Si pienso en esta sensación de ingravidez que me acompaña, sonrío. He logrado todo lo que quería de este mundo: el amor y el reconocimiento de los que me rodean, el dominio de la voz natural y la palabra, la capacidad de acceder y exponer el valor de esos seres ignorados a los que llamamos «los otros».
De niño pensaba que mi soledad era un castigo, ahora siento que es un premio. No soy propietario de las personas que me leen o me quieren pero las llevo dentro. Cuando hablo con ellas, las visito. Si a veces acudo a su escondido hogar secreto, me acogen. Su deseo de vivir y dejar atrás el dolor que pesa, me ilumina y me enternece. Sobre mi voz todo el sufrimiento que viven se interrumpe y en mi rostro todo lo que fueron y son por un breve instante se refleja. Siento que a mi alrededor todo el mundo se pierde o se acelera. y yo me veo contemplarles desde lejos.
LA ESPERANZA LLEGA CUANDO ALGO SE COMPARTE
En un mundo caracterizado por la apropiación y acumulación de cosas, paradójicamente la esperanza solo llega cuando algo se comparte: un objetivo común, un horizonte, una forma de mirar o entender la vida. Una buena vida es una vida en la que el resto de personas te ha llamado un montón de cosas diferentes y ha tenido siempre razón al hacerlo. Calificar a alguien es dotarle de un lugar en la mirada propia que permita digerir o ubicar en el mapa de lo conocido a esa persona. Por eso se que en todas las ocasiones en las que me identifican con algo, no hay error, nadie se equivoca. Todos los mapas son válidos siempre que nunca lleven a ninguna parte. Las relaciones humanas están para perderse, para desordenar el orden propio o reordenarlo, para no saber hacia donde uno va o qué demonios hace. Los grandes gurús del marketing se han equivocado siempre: No te llega adentro quien te impacta inesperadamente, sino quien te descoloca por completo y hace que tú sola te recoloques.
A mí también me da miedo vivir pero no por ello olvido que respiro. Hay que defender la esperanza, protegerla. No me levanto cada día como esos inconscientes que dicen que lo hacen para «comerse el mundo». Me vale con aprender a compartirlo, que ya es mucho. La acumulación de voracidades continuas es lo que provoca siempre la verdadera hambruna interior. No hay dignidad en el hambre interior, solo es digno y se siente satisfecho quien comparte. Quien no se sacia nunca, no disfruta de lo que es o acontece sino de lo que espera que suceda y nunca llega o si llega, no se queda.
LA ESPERANZA SE ENCUENTRA EN LO BÁSICO
La esperanza se encuentra siempre en lo más simple y básico, no habita lo complejo. Me apasiona la lectura y no encuentro en las complejas miradas ningún consuelo, sino que más bien lo hallo en los sabios matices de quienes desnudan con suavidad nuestra crudeza. Hasta donde yo recuerdo, todo lo que he hecho en mi vida es un continuo retorno a los orígenes, una fidelidad continua a lo básico. Mi animalidad me constituye, soy valioso para los demás porque ejercito a diario mi condición de ser vivo.
Dado que la humanidad entera galopa desbocada y dispersa en medio del ruido y la histeria colectiva de una complejidad inasible que genera ansiedad, lo que hago a diario sigue pareciendo a muchos revolucionario o sorprendente cuando lo ven o experimentan: ayudo a mantener diálogos significativos, con uno mismo, entre varios o entre muchos. Solo hago eso, de veras, no hago más. Pero es ahí donde sigue habitando la esperanza.
LA ESPERANZA SOLO LLEGA SI TE DAS TIEMPO Y ESPACIO PARA TENERLA
¿Qué esperanza vas a tener, alma de cántaro, si te pasas la vida de la oficina a tu casa y de tu casa a la oficina, de una reunión a otra y de un correo electrónico a otro de forma continua?, ¿Qué esperanza puede tener quien no tiene espacio ni tiempo para que llegue? Ningún persona que vive muriendo, puede tener esperanza. Para tener esperanza es necesario dedicarle tiempo y espacio, sacarlos de donde sea, reservarlos para uno mismo y su propio crecimiento. En mi caso concreto, me sorprende ver que aunque pasen los años sigo conservando los mismos hábitos que aquí enuncié hace ya tiempo y que me garantizan una vida saludable. Es más, diría incluso que cada año disminuyo aún más las interrupciones, tal y como en 2020 compartía por aquí con mi particular forma de vivr la maldita pandemia fuera de la inercia.
Para mantener mi pensamiento de crucero sigo yendo a velocidad de caracol. Hago las cosas muy lento, aunque más bien diría que me refugio en ellas. Dejo siempre huecos de tiempo entre compromisos concertados, nunca los encabalgo de forma sucesiva y sin descanso.Dedicando tiempo a lo importante y eliminando cualquier tipo de presión, todo llega.
Pongo ejemplos tontos y cotidianos: Solo quien aprecia el valor de un buen tomate, una buena patata o judía, una naranja jugosa, es decir quien se para a valorar todo el proceso hasta que llega a su mesa, disfrutar su sabor. Esa persona es capaz de alimentarse; todas las demás solo se nutren. Solo quien toma un libro y lo abre como si abriera un relicario, tomando cada reflexión como una joya y sintiendo en cada párrafo al autor, puede acceder a la sugestión intelectual o la belleza. Solo quien acude a una reunión habiendo tenido tiempo para prepararla y no pensando en la siguiente sino en esa, puede disfrutar o aprender de la conversación. En definitiva, solo quien no tiene prisa, halla esperanza.
TODA PERSONA ES LA ESPERANZA DE OTRA
Por mucho que no lo creas porque puedas estar pasando un mal momento, eres y siempre serás la esperanza de quienes tienes cerca. Antiguamente no paraba de preguntarme por qué las personas me querían. Estuve al menos dos décadas preguntándome lo mismo. Al principio no lo entendía, no encontraba un sentido lógico. No era ni soy excesivamente llamativo, ni físicamente fuerte, ni tengo fama, ni soy demasiado guapo ni tengo algo material muy llamativo o al menos dinero. Vamos, lo que se dice un cuadro para cualquier aplicación de citas actual. Pero no he dejado de ser querido -yo diría inmensamente amado- por todo el mundo durante toda mi vida. ¿Cuál demonios era la razón?
Un buen día me caí del pedestal de mi Ego y supe la verdadera razón: No queremos a las personas por lo que son, ni siquiera por lo que pueden llegar a ser, sino porque depositamos en ellas nuestra esperanza por no sentirnos solos, por sentirnos comprendidos, por formar una familia o mejorar nuestra vida o la sociedad. La esperanza es el motor de las personas, de todos nosotros. Así, cada persona no solo es el sujeto de lo que piensa o hace, sino que es el posible objeto de una esperanza ajena.
Yo tan solo soy un objeto, represento la voz de la esperanza para centenares de personas que me aprecian. Las personas por lo general no me quieren a mí (sujeto) sino a lo que represento para ellas (objeto). Y he aquí la trampa que desconocen: encuentran a menudo en mí lo que siempre se ha escondido en ellas, lo que atesoran. Al buscar en mí su esperanza, al tomar mi mano en una conversación o una sesión, no me descubren a mí sino que se conocen a ellas.
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