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una piedra para alzarse a mirar

una piedra para alzarse a mirar

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«Mañana te quema en los dedos de ganas de entrar.
Te esperan más puertas cerradas que pasos por dar.
Mañana dibuja una calle por estrenar.
El pasado es sólo una piedra  para alzarse a mirar.
Que no te aplaste la carga,
que no te abrumen las faltas,
que no te venzan derrotas por llegar.
Detrás de la nube 
siempre está el sol
y aunque ahora llegue otra nube mayor
son cosas que pasan…
El pasado es solo una piedra para alzarse a mirar…»

De la canción Mañana, Irene Tremblay, BSO de la peli Madrid,1987

Sábado 13 de octubre. Madrid, 2012. Como pequeño intelectual de barrio que solo ha salido de casa para decir que ha estado en California, esbozo algunas nuevas teorías a partir de la lectura de varios libros que compré en la Cuesta de Moyano. En un delirio de productividad preparo durante todo el fin de semana (3 días) el plan de negocio para una idea compartida con algunos otros locos. Cambio el mundo, no hay duda, pero también hago descansos. En esos puntos muertos necesarios conecto con películas, salgo a correr y leo la Breve historia del cerebro de Julio González. En esta inmersión de aprendizaje, descanso por momentos y me reconcilio con el cine patrio gracias a Madrid, 1987 (2011, David Trueba) Desde ya una película de culto. Lo que más me gustó: el guión interior bruto del propio David Trueba. José Sacristán en tal vez uno de los mejores personajes que recuerdo: un periodista consagrado tras años de transición democrática. María Valverde en su papel de recién llegada al mundo. Estos son algunos momentos cortados que anoto al vuelo:

Ella saca el DNI del bolsillo y dice: – Está caducado. Él responde – No puedo estar más de acuerdo

– Le leo cada día, me encantan sus artículos – Yo no escribo para que me lean, escribo para que me paguen

– Me encantan tus sandalias, parece que me aplauden

– En el fondo han dejado de interesarme los besos. Son interesantes en la adolescencia, luego saben a trámite, a burocracia, estás deseando pasar a otra cosa.

– Mi hermana me dijo que eras un escritor sobrevalorado – Solo un escritor totalmente sobrevalorado puede ganarse la vida con este oficio.

– Hay quien viaja con una novela dentro toda la vida por esa cosa antigua de la trama y contar una historia, yo que sé…

– Conocer a alguien a quien se admira es como dar el primer paso para dejar de admirarle. Solo se puede admirar a los muertos o a los cuerpos. Lo de dentro está sucio, podrido, sin barrer. Mejor no entrar.

– Y entonces ¿tu por qué cojones quieres ser periodista? Si en este país ya ha pasado todo lo interesante. Hasta que no vuelvan a matarse los unos a los otros esto va a ser un bostezar de datos económicos y resultados electorales.

– Una mujer que grita no es lo mismo que un hombre que grita. A un hombre no quiere salvarlo nadie.

– Eres joven y aún crees que queda algo por ahí flotando que se parece a los sueños…

– Lo que lees de joven es lo único que lees

– De joven te gusta lo imposible y de mayor lo más sencillo. Es como volar. De joven piensas que se puede volar, que se puede salir de aquí volando.

– La literatura elude la verdad porque quiere competir con Dios en lo desconocido. Con Dios y con la Disney.

– Desconfía de lo abstracto, fíate de los sentidos. De Stendhal un crítico de su época dice que escribía como un conserje. Esa es la virtud, no el defecto. Escribir llanamente, contar lo que ves.

– Cuando dos amantes se desean y hacen el amor, sus cuerpos no pesan, es como si flotaran. Pero al saciarse se hacen plomizos, se hacen reales otra vez. Como las carnes de las mujeres de Rubens.

– En el mejor teatro cómico se da mucho el argumento del viejo gagá en busca de la carne joven y fresca, siempre inalcanzable. Esta situación ridícula da mucha risa pero desvela que la distancia entra la locura y el equilibrio se reduce al tamaño de un pelo de la cabeza. Entonces la risa se vuelve terror, miedo de que pueda sucederte algo parecido.

– …Eso te importa, porque lo comprendes, porque es real. Solo lo que es de verdad puede emocionar.

– Que va, no importa. Si yo me meto con un ministro le importa a un ministro. A la gente lo único que le importa es que no te metas con ellos.

– ¿No piensas en la gente que te lee? – No, prefiero pensar en la empresa que me paga.

– ¿No me digas que eres de esos que piensa que se puede cambiar el mundo escribiendo? Escribir bien es lo único que puede hacer un escritor por el mundo. La tragedia es en sesión continua, cambian los detalles pero el argumento sigue siendo el mismo.

– Los jóvenes olvidáis que seréis como nosotros

– Preferiría que me enseñaras algo de verdad creyendo en ello.

– Ventajas de crecer sin televisión: no sueñas con salir en televisión.

– ¿Si no te engañas no eres feliz? – Aunque no lo parezca, no tengo respuesta para todo

– El desesperado ya no espera nada. Y suele ocurrir que entonces llega lo mejor

– Yo he sido educado en el sentimiento de culpa. El cambio es veros a vosotros.

– No olvides que la vida es el sabotaje perfecto de los sueños.

Son solo algunos momentos de una gran película. Espero que algún día puedan disfrutarla…

la familia perfecta

la familia perfecta

Cartel promocional de The perfect family (2011, Renton)

Cartel promocional de The perfect family (2011, Renton)

 

¿Se puede ser la mujer católica del año con un marido ex-alcohólico, una hija lesbiana embarazada y un hijo divorciado? Esta es la pregunta a la que la película debut de Anne Renton, The perfect Family (2011, Renton) intenta responder. El elenco de actores lo forman -entre otros- un recuperado de la nada Richard Chamberlain que hace de sacerdote católico, y una Kathleen Turner que desde The Virgin Suicides (1999, Coppola) no se volvía a meter en la piel de un personaje de esta altura. Lo que aparentemente puede ser un conflicto de fe, se convierte poco a poco en una historia de encuentros y desencuentros, secretos y mentiras que acabarán minando la moral de Eileen Cleary, una madre católica, servil y con una papel relevante en su comunidad.

Durante la película, esta devota madre católica tendrá que enfrentarse a una realidad que no acierta a comprender recuperando momentos olvidados del pasado e intentando no perder el contacto con la realidad. Todo un encaje de bolillos para una mujer de ferviente fe. La visión de la película aporta una perspectiva cómica sobre cada uno de los pequeños baches con que cada miembro de la familia se va enfrentando.

No es la primera vez que hablamos de un trabajo sobre el tratamiento de la homosexualidad dentro de una familia católica. Hace ahora más de dos años hablábamos en otro artículo sobre Prayers for Bobby (2009, Mulcahy). Sin embargo aquel trabajo tenía un tinte totalmente dramático ya que estaba basado en los hechos reales de un adolescente homosexual que termina suicidándose ante la incomprensión de su madre. En este caso se trata sin embargo de una nueva revisión sobre la temática desde una aproximación menos severa. En cualquier caso, sin ser un film maravilloso ni tener una interpretación magnífica, nos ha parecido interesante el enfoque que Anne Renton aporta en su debut cinematográfico en el selecto club de los largometrajes: ¿la familia perfecta lo es porque cumplen aquello que cada uno cree que es perfecto o simplemente porque son nuestra familia? Responded vosotros 😉

el fin del mundo

el fin del mundo

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En The New York Observer han calificado la película de la que os voy a hablar de este modo: «Tras tantas películas infernales de apocalipsis, este trabajo es inteligente, majestuoso y emocionalmente satisfactorio» Sin que sirva de precedente, coincido con esta parte de la crítica.

¿Qué harías si supieras con toda certeza que el mundo va a terminar en 3 semanas? En Seeking a friend for the end of the world (2012, Scafaria) nos narran la vida diaria de Dodge y su vecina Penny justo antes de que el meteorito Matilda colisione con la Tierra. Tal vez merecería la pena que todos nos hiciéramos esta pregunta.

Lorene Scafaria, actriz y cantante y también guionista y directora del film, pertenece a esa generación de mujeres guionistas que durante los últimos 5 años han generado obras de arte admirables. Íntima amiga de Diablo Cody (Juno) y Dana Fox (The wedding date), éste es su segundo guión conocido tras Nick and Norah´s Infinite Playlist (2008, Sollet) con el añadido de que se trata de su primer trabajo original (no basado en novela) y la primera vez que se sitúa tras las cámaras.

Durante el film, Dodge -un gris y cotidiano vendedor de seguros- se encuentra con situaciones inesperadas a las que tendrá que enfrentarse. Un recorrido por el mapa humano de nuestras emociones más primarias va tejiendo una historia loca llena de momentos divertidos y dramáticos. En este viaje, ambos personajes principales buscarán su identidad perdida para reconciliarse con su mundo antes del impacto final. Algunas preguntas florecen por sí mismas bajo la piel de esta aventura: ¿He sido feliz?, ¿Puedo serlo en estas tres semanas?, ¿Realmente me quería?, ¿Por qué nunca tuve hijos?, ¿Por qué nunca supe tener una relación sincera con mi padre?, ¿Me gusta mi trabajo?,… sin embargo nada de esto parece tener mucho sentido cuando el reto real es vivir tus últimos días en el planeta de la forma más maravillosa posible.

Con este reto por delante y una sociedad sin ley ni un futuro posible, en un paisaje de vidas abandonadas, conocemos varias historias cruzadas y diferentes formas de asumir el fin del mundo. Desde los desenlaces más hilarantes hasta los más dramáticos, Dodge y Penny experimentan un recorrido compartido con un final que considero mágico. En resumen, una película altamente sugestiva que te hará replantearte algunas de las certezas que tomabas como eternas. La pregunta ahora es qué harías tú si hoy supieras que dentro de dos semanas todos vamos a morir. Estoy seguro -como la directora de esta peli- que vivir de este modo nos haría salir hacia delante 😉

el compromiso con aquello a lo que amas

el compromiso con aquello a lo que amas

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«Desde los inicios de la historia han nacido unos 110.000 millones de personas. Ni una sola de ellas ha sobrevivido. Hay 6.800 millones de habitantes en el planeta y cada año mueren 60 millones de personas. Son alrededor de 160.000 al día. De niño leí una vez esta frase: Vivimos solos y morimos solos, lo demás es una ilusión Y es algo que me quita el sueño. Si morimos solos ¿por qué tengo que pasarme la vida trabajando, sudando y luchando? ¿Por una ilusión?«

Comienzo de The art of getting by (Gavin Wiesen, 2011)

Con este monólogo de George, un adolescente escéptico y solitario, empieza el largometraje The art of getting by (El arte de pasar de todo) Realmente no se si es una gran película pero se que es un trabajo necesario. Durante décadas hemos desgastado el sentido del esfuerzo o la fuerza de la fe en querer hacer algo y conseguirlo. El propio George vive en su propio entorno algunos de los desequilibrios que caracterizan la trama disociada de nuestro tiempo: en su padrastro, en lo que lee y escucha, en lo que vive. Nada le hace creer que algo acabe de tener algún sentido. En el viaje iniciático de este adolescente neoyorquino encontramos algunos elementos clave del itinerario de aprendizaje hacia uno mismo. «Yo no era nadie hasta que te conocí. Tú hiciste que eso cambiara» le dice en un momento de la película a Sally, una compañera del último curso de su instituto.

Ahora que muchos se rinden a los hechos, ahora que muy pocos se atreven a ignorarlos, ahora que casi nadie quiere superarlos, el aprendizaje moral de George desde el relativismo absoluto hasta el compromiso con aquello a lo que ama, nos puede enseñar mucho. Porque esta sociedad se parece a este adolescente abotargado. Le faltan ganas y le sobran excusas para no salir hacia adelante. Hasta que alguien en algún lugar, alguien en algún momento, demuestra que podemos salir hacia delante. A menudo solo con el hecho de querer hacerlo. En realidad no hay momento malo para superarse excepto cuando ya hemos muerto. George tiene mucha razón: nadie sobrevive a la vida. Y sin embargo, amigos, no por tener esa certeza dejamos nunca de vivirla 😉

Hace dos días hablaba con un empresario al que acababa de conocer de algo que creo que define al héroe. La ideología en la que yo creo se llama sentido común. Ningún partido político, ni gobierno y a menudo muy pocas organizaciones la profesan. Se encuentra en franca decadencia a pesar del resultado de apostar por lo contrario. Siempre veo en mi entorno cómo algunos perros rabiosos se indignan y se aferran a estructuras huecas del pasado o se ciegan cuando el viento sopla en contra de la bandera que siempre han enarbolado. Como dijo un famoso futbolista, los colores están bien pero nunca para más de 90 minutos más la prórroga. Aristóteles dijo a uno de sus discípulos: «Somos lo que hacemos a diario. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito» Y para mí se trata del hábito del sentido común. Hay algo que cambia a George. Se llama Sally, se llama arte, se llama de cualquier otra manera. Sea lo que sea, ese algo no ha dejado nunca de hacer girar su mundo. Y de repente, a veces caminando, en un té o tan solo tumbado boca arriba sin dormir durante varias noches, uno encuentra ese algo. Y lo abraza y dedica su vida a cuidar su felicidad a partir de ello. Por lo común no suele estar muy lejos, puede que con frecuencia cambie y a menudo ese «algo» -sea persona, reto o sueño- marcará el ritmo del resto de las cosas. Creo sinceramente en ello 😉

el compromiso con la vejez

el compromiso con la vejez

 

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«Una agonía es también un proceso vital, no menos que un nacimiento, y a menudo ambos se pueden intercambiar.»

Herman Hesse, Elogio de la vejez

El desprecio hiriente o la idealización incondicional de nuestro pasado -no me cabe duda- son dos de las mayores causas de conflicto en nuestras sociedades. Han provocado las mayores guerras y generado la peor inestabilidad que se recuerde. Es tan malo o incluso peor basar nuestras decisiones tan solo en el pasado como basarlas en un obstinado intento de borrarlo. En estos momentos el péndulo social está en este segundo punto. Esa obsolescencia programada de ideas, de cosas, de personas nos impide ver la luz de una figura inmutable y llena de razón: el anciano. Yo hablo mucho de inteligencia social pero ¿qué red social, disco duro o tableta es más fiable, resistente al tiempo y admirable que los guardianes de la memoria colectiva? Mi consejo es este: sal de facebook y habla con tu abuela.

Porque hay algo que salvo un imprevisto en el camino a todos nos llega y nos toca por igual. El gran estadista, el estanquero, el hombre de negocios, la presidenta, el secretario, la repartidora de correos o el camarero, el periodista, la autora, el lector, el ser inteligente y el idiota, el hombre bueno y el malo… todos ellos envejecen. Decía Bacon que este era el secreto de una buena vida: «vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer». En nuestro tiempo despreciamos sin embargo con un impúdico desdén el valor inmenso que atesora la vejez. Actualmente nuestra programación social descarta a los mayores, los aparta y los condena a un ostracismo comúnmente aceptado. Y cada vez se es viejo más pronto y el exilio social es más temprano.

Recientes y consecutivas medidas punitivas en relación a la jubilación (que no es otra cosa que el reconocimiento social avanzado a la aportación de un individuo en su etapa productiva) no dejan lugar a dudas: estamos destruyendo, malnutriendo y generando una indefensión imperdonable sobre un pilar básico de nuestra sociedad: el anciano. Tiene que ver con diferentes factores demográficos como el envejecimiento acelerado de Europa, que corre el riesgo de ser la residencia de la ya muerta aldea global, o con factores económicos que hablan de la falta de sostenibilidad financiera de tan alto porcentaje de ancianos por parte de un reducido número de seres supuestamente productivos. El considerar que un anciano no es productivo para una sociedad ya es sintomático de la pérdida de pensamiento sistémico y perspectiva que hemos alcanzado. La falta de cuidado y atención generalizada sobre aquellos que han hecho que estemos aquí -sea como fuere- es ya un hecho que nos toca a diario de forma autoimpuesta en nuestras familias.

Sin embargo una lectura menos menuda debería hacernos reflexionar. Si tenemos una sociedad vieja deberíamos tener una sociedad sabia. ¿Por qué claramente no es así? Porque nuestra actual vejez dista mucho de parecerse a la vejez de nuestros ancestros. Hemos declinado y conjugado el verbo envejecer hasta casi agotarlo por completo. Nuestra vejez urbana pesa, socava y deteriora. La experiencia ahora no es un grado sino una losa. Algunos ignorantes proclaman que todo el mundo vale para todo y que cualquiera puede acceder a la excelencia. La democratización del acceso al conocimiento con la llegada de la Red parece haber enturbiado la mente de aquellos que defienden que ser joven, apuesto y a la moda es la única forma de vida asumible para todos. Mi segunda confesión en estos días también es un hecho constatado por los que me han conocido durante años. Siempre he sido un viejo. Cuando dejé mi último trabajo, una compañera me entregó una nota que, entre otras cosas, decía lo siguiente: «Por mucho que quieras disimularlo en un cuerpo ahora de pocos años, eres un alma vieja»

De modo que a mis casi treinta años soy un viejo y estoy consecuentemente cansado de que se nos releve y se nos humille. Estamos jugando con un fuego que jamás podremos extinguir porque muy a pesar de nuestra incoherente voluntad, la base estable de cualquier sociedad sedentaria son siempre los ancianos. En el genial blog gráfico 500 generaciones, Nacho Docavo nos comenta que la primera ley que se dictó en el mundo la dictó un anciano probablemente hace 12.800 años. Muchas teorías filosóficas e innumerables culturas asocian la sabiduría a la vejez. La soficracia, que aún se practica en lugares recónditos de Asia, algunas regiones de América Latina y África, estuvo basada en sus inicios en consejos de ancianos que deliberaban sobre el bien común de su comunidad. Actualmente existen comunidades tribales cuya toma de decisiones es adoptada por los miembros de mediana edad pero con un peso importante de los ancianos del lugar como poder consultivo y asesor. Es así también como nació la palabra Senado (del latín senex o anciano), órganos consultivos oligárquicos en la Antigua Roma y naturales en la tradición indostánica. Ya en nuestra Edad Moderna, el Conseil des Anciens en el siglo XVIII francés, era un organismo legislativo formado por ancianos y tan pervertido a posteriori por clanes familiares como el romano. También es reconocido indistintamente en las familias occidentales y orientales el respeto y el ritual de culto asociado a los ancianos contadores de historias (storytellers) como garantes del conocimiento y la memoria grupal. En la Edad Media estos contadores de historias conformaron un gran legado literario gracias a la tradición oral heredada de padres a hijos. Goethe reflexiona sobre la vejez en Fausto y Pitágoras decía que una buena vejez es la recompensa a una buena vida.

 

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En el largo éxodo histórico del pueblo judío desde tiempos de Moisés la figura del anciano ha sido venerable, desde la formación del Sanedrín (un consejo de 70 ancianos jueces y gobernantes) hasta pasajes sagrados en los que se defiende al anciano incluso por encima del derecho: «la ley es agua, la palabra del anciano, vino generoso». En Birmania el Consejo de ancianos o Salang era respetado como cuerpo judicial y el Myit Su, el hombre más respetado, solía ser una anciano conocedor de costumbres. Los arunda australianos reservan sus mejores comidas para los viejos y los samoanos reconocen a sus ancianas como las mejores tejedoras y maestras de mujeres jóvenes. Son respetadas como autoridades en Medicina y matronas excelentes. Los chamanes o hombres espirituales nunca son jóvenes o de mediana edad, más bien son los mayores de su comunidad tanto en los indígenas norteamericanos como en los hotentotes, hopis o hamagua.

Al contrario, muchas sociedad nómadas coinciden en entender la vejez como una carga. Parece como si esa nomadización que sufre nuestro sistema social (en la familia, la vivienda, el trabajo) desplazara el valor de la vejez. Parecemos imitar a esos pueblos nómadas que abandonan o matan a sus ancianos en rituales milenarios que ayudan a perpetuar la comunidad. Como en Siberia, donde los chukchis abandonan a sus ancianos en la nieve a temperaturas extremas; como esas tribus brasileñas, los borobos, que ahogan a sus mayores untados de resina en cuanto éstos no se sienten útiles; como esas comunidades de Panamá, los guaimíes que abandonan a los ancianos en la selva con el solo sustento de una calabaza. Por su parte los esquimales abandonan en el hielo al anciano o al herido de muerte hasta ser devorado por los osos que luego son cazados y forman parte del alimento de la comunidad, cerrando el ciclo de la vida. Algo parecido ocurre en el Norte de Venezuela, donde parece que antiguas tribus mezclan las cenizas del muerto en la bebida que la nueva generación bebe para nutrirse simbólicamente de su sabiduría. También en Tierra de Fuego y en Guinea era usual comerse a las ancianas ante la falta de sustento en una región tan adversa. La única diferencia entre nuestra cultura y todos estos casos de comunidades nómadas es que el sacrificio o el abandono en ellos partía siempre del propio anciano guiado por un sentimiento de supervivencia del grupo. En nuestro caso se trata más de una sentencia tácita de agonía que perpetra la sociedad a espaldas de su pasado.

La vejez es, como decía Ramón y Cajal, una enfermedad crónica siempre mortal que curiosamente todos deseamos. Aún así, parece que todos tendemos a desautorizar la posición de los ancianos en nuestro tiempo. Sin embargo en la película La tête en friche (Jean Becker,2010) asistimos a una relación de respeto, ternura y empatía entre un hombre de mediana edad maltratado por su madre desde niño y una anciana abandonada por su familia. Sucesivos encuentros en el banco de un parque hacen renacer en ambos el amor por las pequeñas cosas y la pasión por la lectura. Salvando la opinión de los estúpidos hombres blancos que pueblan de crítica cinematográfica pseudo-profesional nuestros periódicos, se trata de un film lleno de enseñanzas pedagógicas que nos enseña el valor de la vida y de la bondad con independencia de nuestra obsolescencia física socialmente programada. Así que, lo dicho, sal de facebook y habla con tu abuela. Será mejor para todos…

Fuentes: artículo antropológico del Instituto Conmemorativo Gorgas

Nota: algunos me reprochan la longitud de los artículos, yo -inalterable- les reprocho la fragilidad de su constancia porque, a pesar de todo, siempre vuelven. Gracias 😉

cambiar el mundo (II)

cambiar el mundo (II)

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«Do you remember when you were young
and you wanted to set the world on fire»

de  la magnífica canción I was a teenage anarchist de Against Me!

Hace más de un año escribía por aquí un artículo titulado cambiar el mundo que hablaba sobre Shirky la teoría que tantas veces me viene a la cabeza. Pero ¿qué demonios es cambiar el mundo? Hoy quiero compartir con vosotros una píldora de vida sobre esto, algo que cada día tengo más claro y que alguna vez he comentado. Es a propósito de un entrañable trabajo de Andrea Blaugrund que he visto hace poco.

En el hilarante documental The Other F Word (Blaugrund, 2011) se analiza la vida actual de algunos miembros de aquellas bandas del movimiento punk-rock que hace 20 años modificaron las vidas de muchos adolescentes y que siguen aún hoy haciéndolo.

La pregunta a la que responde este documental es:

¿Qué pasa cuando la generación de los mayores radicales anti-sistema (los punkies) se convierte en el primer bastión del sistema (los padres)?

A lo largo del film se entrevista a diferentes protagonista de la historia del punk-rock que siguen ganándose la vida en bandas pero que ahora deben mantener una familia, una hipoteca y una estabilidad. Miembros de ya legendarias bandas como Red Hot Chili Peppers, Pennywise o Rise Against nos muestran que ocurre cuando la otra cara de la palabra que empieza por F (FUCK) es FATHER.

Casi al final de la peli, después de que Tim Mcllrath toque un acústico de Swing Life Away en una habitación de hotel, se ve cómo Jim Lindberg, que abandonó recientemente Pennywise tras 19 años como cantante, juega con sus hijas en la playa. Cuenta que dejó el grupo porque quería pasar más tiempo con su familia pero lo cuenta de este modo:

«Yo sentía que había un mundo mejor por ahí, que con un poco de unidad y cooperación todos podríamos hacer de este, un lugar mejor. Y es muy idealista, es la manera de ver el mundo para una persona muy joven Pero creo que cuando envejeces te pones un poco realista. Pero lo que yo quiero tener, lo que yo quiero mantener es el sentimiento de que podemos hacer un cambio. Tal vez la forma en la que cambiemos el mundo sea educando mejor a nuestros hijos y estar más atentos a esos hijos. Y bueno, tal vez sea así como cambiamos el mundo. En lugar de escribir una canción de punk rock, tal vez solo sea ser mejores padres. Quiero estar aquí con mis hijas, quiero estar cuando ellas quieren que esté aquí. Y creo que eso es la cosa más punk de todas»

En todos los sentidos creo que Jim está liderando la mayor revolución de su vida: su revolución. En un mundo donde nos atareamos cambiando el sistema, nos olvidamos de cambiarnos a nosotros y a la gente que tenemos cerca (equipos, familias, amigos) No se a vosotros pero a mí me basta con que vuestros hijos sean grandes personas y con que vosotros trabajéis por ello. El subtitulo del documental es parte de la lección aprendida: «Sometimes a little anarchy can be a life changing experience». No puedo estar más de acuerdo. Creo de hecho, familia, que todo es necesario. Las grandes luchas pero también tiene que ver con ser el cambio que quieres ver en el mundo. Pase lo que pase 🙂