por David Criado | Sep 13, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
“Es lamentable que para ser un buen patriota uno deba convertirse en enemigo del resto de la humanidad”
maestro Voltaire
A María Hernández, Yohannes Halefom y Tedros Gebremariam, colaboradores de Médicos Sin Fronteras asesinados en la región etíope del Tigray en junio de 2021, in memorian
Viajé a un lugar donde nadie vive en el presente. Caminé por el mejor trozo de tierra en el que uno puede vivir en directo la verdad histórica de todo lo que fuimos, y a la vez la especie en la que nos estamos convirtiendo. En los lugares en los que nadie tiene casi nada, el alma se ensancha hasta abarcarlo todo. Sin embargo ese lugar además cuenta con una peculiaridad concreta. En aquella latitud las personas viven congeladas en el tiempo (un pasado neolítico, un pasado medieval cristiano, y un pasado tardoislámico) pero a la vez son absorbidas con enorme rapidez y con violencia sistémica por un futuro suicida que emerge. Etiopía es un destino singular porque se resistió al presente. No vivió de manera intensiva los procesos extractivos de colonización global que en los siglos XIX y XX venían de Occidente, y hoy está pasando de ser una sociedad estacionaria (tradicional, estática y rudimentaria) a ser una de las mayores colonias económicas de China en África.
Desde hace años peregrino a los lugares clave de la historia cultural, espiritual, social y económica de la humanidad. Acudo a los últimos reductos de nuestra dignidad y lo hago buscando esperanza. Este artículo es un resumen de los aprendizajes de mi última expedición, en esta ocasión al cuerno de África. Viajé a Etiopía como quien vuelve a su propia casa siendo un extranjero (farange). Necesitaba ver con mis propios ojos la cuna de la humanidad y acabé viendo a la vez las posibles causas de la lenta extinción de nuestra especie.
Durante un mes recorrí más de 4.100 kilómetros por caminos y carreteras polvorientos explorando el remoto jardín etíope del que hablara Homero, refugio de los primeros partidarios de Mahoma, segunda Jerusalén del mundo para los judíos tras las cruzadas, y segundo país histórico oficialmente cristiano. Hablo de la única tierra africana que se mantuvo independiente tras el saqueo colonial de aquella ominosa Conferencia de Berlín de 1884 en la que 7 paises europeos se repartieron la propiedad de todo un continente.
Para cartografiar la cultura neolítica de la que provenimos visité más de 13 tribus de las naciones indígenas que pueblan el valle de Omo, una de las últimas regiones tribales del planeta. Conviví también con soldados, civiles, clérigos y monjes en el este y el norte. De camino al norte y muy cerca del frente vi caminar hacia su muerte segura a niños armados llenos de alegría e ilusión. Curé las heridas y lavé los pies de quienes me acogieron. Visité los gloriosos palacios del emperador Facilides en Gondar. Escuché los viejos cuentos sobre el Arca de la Alianza. Dormí en antros de mala muerte junto a cucarachas y pulgas pero también en lugares de ensueño junto a salamandras sinuosas, pájaros de colores extraordinarios, excitados babuinos, orgullosos marabos, acechantes lobos y majestuosos antílopes. Rodé durante largas horas por carreteras precarias llenas de hoyos y baches que procuraron a mi cuerpo lo que Dani, mi amigo local, llamaba “el masaje etíope“.
Extraigo en este artículo muchas de las anécdotas y lecciones anotadas en mi cuaderno de viaje. He dividido el artículo en 3 apartados:
- LO QUE FUIMOS: En el primero de ellos comparto anotaciones y aprendizajes de mi cuaderno de viaje.
- LO QUE QUEDA DE NOSOTROS: En el segundo extraigo de modo sintético por qué considero que Etiopía es una lente de aumento que nos ayuda a ver bien lo que queda de nosotros.
- CONCLUSIONES: En el tercer apartado comparto mi conclusión final
Comenzamos.
LO QUE FUIMOS
Algo atávico y fascinante permanece en el remoto y fronterizo valle del río Omo como recuerdo del orígen de una especie entonces minoritaria y poco dañina. Ese olor, ese sabor y esos colores que han perdurado cientos de miles de años nos ofrecen un amplio crisol de culturas tribales al modo de vestigios vivos de una historia ancestral. Aunque algunas centrales industriales y parques tecnológicos chinos interrumpen puntualmente el horizonte visual del paisaje agreste del valle, todavía hoy -tal y como yo lo hice- uno puede conocer las culturas tribales diferenciadas de los 50.000 dassanech, los 30.000 dorze, los 34.000 suris, los 30.000 nyangatom, los 47.000 hamar, los 46.000 banna, los 2.400 karo, los 9.000 tsemai, los 7.000 arbore o los 12.000 mursis. Incluso uno puede disfrutar de la cultura algo más urbana de los 8 millones de sidama, los 2 millones de hadiya, los 289.000 aari, los 2.7 millones de wolaitta, los 400.000 konso o los 80.000 alaba, entre muchas otras naciones tribales. Lejos de allí quedan las etnias mayoritarias -aunque también profundamente leales a sus tradiciones- de los oromo, los afar, los tigray o los amhara.
Muchas de las culturas del Valle del Omo están emparentadas con los masai por la proximidad con la frontera kenyata, un límite político inventado por Europa que divide realidades antropológicas idénticas. Todos ellos viven en este extenso valle fluvial que es parte central del Gran Valle continental del Rift. Viven allí perdidos a conciencia en grandes mesetas y laderas, protegidos de la modernidad aunque asediados por ella (camiones de mercancías, visitas estacionales de turistas, regulaciones gubernamentales,…). Subsisten alejados cientos de kilómetros de Hawassa, la capital política rural de la región de las naciones étnicas del Sur, que a su vez está a otros cientos de quilómetros del centro del país. En la época de lluvias uno surca durante horas inmensos caminos rectos a cuyos lados se extiende un universo de salpicados árboles cuyo manto verde se multiplica hasta el infinito.
LA EVOLUCIÓN NATURAL. Aquí nacimos, aquí evolucionamos hasta caminar erguidos sobre nuestras dos piernas. Somos precisamente bípedos debido a la necesidad de avistar depredadores y presas en estas grandes y a menudo planas extensiones de tierra donde las grandes selvas empezaron hace cientos de miles de años a clarear. Este es el aspecto de la primera tierra que vieron nuestros ancestros. Aquí los mercados de las pequeñas villas o las cuevas en cuyo interior se intuye a una persona mirando, – bien hombre delgado o bien mujer resuelta- son el recuerdo de un mundo ecológico distinto habitado por tan solo unos pocos millones de personas difíciles de encontrar. De modo que el individuo etíope rural es la memoria viva de una verdad que hoy vivimos para olvidar: la vida natural es dolorosa, cruda y violenta y a la vez inmensamente bella porque es frágil, limitada y finita.
LA LOTERÍA HUMANA. Aquí es donde aprendimos a vivir de forma sostenible necesitando muy poco y encontrando en la naturaleza todas las posibles y útiles respuestas. Estas personas que descienden de nuestros ancestros son incapaces de evadirse de esta verdad porque todavía hoy la viven a diario. Saben algo que todos los demás hoy olvidamos: que una cosa es imposible sin la otra. La pobreza material que les rodea paradójicamente les aleja de la depresión posmoderna y el individualismo crónico. Parece como si en nuestro mundo envilecido durante siglos estuviéramos abocados a tener dos tipos de existencia dependiendo de nuestro lugar de nacimiento: vidas materialmente dichosas y cómodas pero espiritual y socialmente pobres, o vidas materialmente humildes y duras pero llenas de plenitud.
EL VÍNCULO CON LA NATURALEZA. En nuestro paso remoto aquí convivimos en la misma mesa compartiendo cobijo y alimento con los grandes mamíferos salvajes formando parte de los ciclos naturales, sufriendo y beneficiándonos de las inclemencias del tiempo. Aunque desde hace décadas los grandes animales migraron hacia el sur, existen en la región grandes pruebas de este pasado remoto en la intemperie. Todavía hoy los dorze continúan construyendo sus extraordinarias casas móviles en forma de elefante en honor al más grande de todos los seres que evolucionaron junto a nosotros. Todavía hoy las personas siguen vinculadas a los procesos y ciclos de la naturaleza. Los ejemplos son ilimitados:
No existen monocultivos intensivos y cada región está especializada en el cultivo estacional de diferentes alimentos con los que se comercia en mercados improvisados que sirven de punto de encuentro entre diferentes colonias de la misma tribu (no es frecuente el comercio entre tribus étnicas). Ante la inexistencia o la inutilidad de espantapájaros en los cultivos, pequeñas tarimas improvisadas de madera se alzan sobre las plantaciones acogiendo a niños que dedican gran parte de su jornada a amedrentar a los pájaros que se aproximan. La alimentación está íntimamente ligada a las estaciones no solo en cuanto al cultivo vegetal sino también en cuanto al aprovechamiento del alimento que se obtiene de los animales (leche y carne). Las propias construcciones no importan materiales lejanos sino que se realizan con materiales de las proximidades (cáñamo, rama seca, bambú, hoja de banana, canto rodado, barro, trigo, madera,…) Los utensilios y herramientas son los propios recursos naturales convertidos en vajilla de cocina (cuencos, platos, mazos o tazas se obtienen de la instrumentalización de calabazas, maderos u hojas) o en aperos de labranza (para tiro animal o uso humano). Aún en el caso de poder comprar maquinaria de cultivo, a menudo resultaría imposible usarla por la existencia de piedras en el terreno o por la propia disposición física de los cultivos.
UNA VIDA NEOLÍTICA. A causa del aumento y descenso de las precipitaciones de lluvia, los ciclos estacionales de desecado y desbordamiento anuales del río , premian y castigan los campos de cultivo y pasto desde hace siglos desabasteciendo y abasteciendo una y otra vez a humanos, vacas, ovejas y colonias jurásicas de millones de termitas. En esta parte del mundo, tal y como ocurría en la antigüedad de nuestra historia, la única realidad que conocerán la enorme mayoría de estas personas tiene un diámetro de unos 30 quilómetros. Una camarera en una localidad rural me comentaba que envidiaba el hecho de que yo, un extranjero, estuviera conociendo todo el país y ella no fuera a salir nunca de su pueblo.
Los niños que se bañan en el río embarrado, las ancianas que se sientan junto al quicio de la puerta o los adultos que cultivan de sol a sol los campos permanecerán al márgen de las millones de neurosis europeas, no conocerán qué demonios es una hipoteca ni se montarán jamás en un coche. A su muerte, puntualmente habrán acudido a una clínica donde se les suministrarán medicamentos importados de la India. Harán uso de herramientas construidas con sus propias manos y a lo sumo cargaran a cuestas con bidones de plástico amarillos para recoger cada día el agua potable que está a unos 8 quilómetros de su vivienda de madera talada, barro y paja.
La sociedad tribal etíope confía la búsqueda y el transporte de agua en las mujeres. Dado que el crecimiento demográfico desmesurado hizo huir hace décadas a los grandes mamíferos a Kenia, el peligro de ser hoy atacadas por animales salvajes se ha reducido. Las mujeres acarrean bidones amarillos de agua desde la superficie raquítica del escaso lecho del río hasta las aldeas en viajes diarios de varias decenas de kilómetros. El agua y la sed turbias son el sustento de una gran cantidad de poblados humanos en riesgo severo de exclusión ambiental en un futuro cercano. La ONU lleva varias décadas alertando de la futura emergencia de los conflictos por el agua ante el agotamiento progresivo y el abuso intensivo de las reservas fluviales y los depósitos naturales bajo tierra. Durante semanas vi la imagen de millones de mujeres y niños caminando varios quilómetros para disponer de agua como un augurio de todo lo que se nos viene encima.
VIVIENDA SIGNIFICA VIVIR LA VIDA. Una característica transversal de las naciones indígenas del valle de Omo tiene que ver precisamente con las variadas técnicas de arquitectura rudimentaria que emplean para construir sus viviendas. El símbolo central de la bandera de las naciones del sur es una choza porque decenas de miles de ellas se suceden en las comunidades tribales del valle. Durante el viaje documenté las técnicas y hábitos de construcción de todos los lugares que visité. Todas las tribus -del mismo modo que ocurre con otras sociedades estacionarias- manejan un entendimiento de la vivienda abierto y cercano en el que lo privado no es lo propio aislado sino lo íntimo compartido.
Dado que las viviendas están construidas con materiales naturales que necesitan ser renovados cada cierto tiempo (las construcciones puede durar entre 5 y 50 años según el material empleado), es común formar cuadrillas de construcción itinerantes o bien alternar la construcción o reparación de las viviendas con las actividades diarias. La vivienda se convierte así en un organismo vivo que envejece y se renueva con las personas que la habitan. En el caso de los dorze la vivienda (una enorme cabaña cónica con tragaluces) se mueve incluso cuando las personas y las aldeas se trasladan de un lugar a otro. Una vivienda suele implicar entre 2 semanas y 6 meses de trabajo dado que la complejidad arquitectónica varía mucho de unas tribus a otras desde las chozas a ras de suelo hechas de ramas sin estructura de techo de los mursi, hasta las grandes estructuras de madera encajada con pilares sobre piso y paredes robustas de los halaba o los konso.
Pero la vivienda también para la cultura tribal centroaafricana no solo es continente sino también contenido, es decir, el conjunto de usos que se hacen de ella. Al igual que ocurría en las sociedades preindustriales en Europa es frecuente que los vecinos sean parte de la familia y que la identidad grupal de la que el individuo se siente parte sea una identidad extendida en la que se incluye la totalidad de los animales, los objetos y las personas de la comunidad de las que todos cuidan. Así, las ideas de propiedad o parentesco existen pero no impiden que el resto de personas participe de ellas. Es frecuente entrar y salir de las casas con libertad (a menudo no existen puertas), participar activamente en la crianza de todos los niños o compartir el cuidado del ganado o el cultivo de alimentos (la caza está intensamente restringida y regulada).
EL SISTEMA SOCIAL DE LOS KONSO. La justicia tribal se imparte en improvisados consejos de justicia formados por los más ancianos o los adultos más capaces en torno a reglas de convivencia sencillas pero inalterables. Al estudiar y recopilar testimonios de comportamiento social en las tribus vi semejanzas con varios procesos sociales incipientes en las sociedades políticas posmodernas. Las naciones derivadas de la gran familia Hamar, entre las que destaco a los Karo y a los Mursi, representan para mí el claro ejemplo de cómo una vida sencilla con reglas muy básicas de convivencia puede generar fuertes lazos en sociedades reproductivas. Pero existen sociedades que aún siendo estacionarias han alcanzado un grado de desarrollo social que resulta inspirador como modelo de relaciones humanas.
El sistema social que más me impresionó por su elevada cohesión y fortaleza simbólica subsiste aún en la cultura konso. Las altamente desarrolladas estructuras sociales, deliberativas y colaborativas de la tribu konso (con una demografía total de 400.000 personas) representan el más alto grado de desarrollo en las inmediaciones del Valle de Omo. Es especialmente magnífica el fantástico matrimonio entre urbanismo y sociabilización. Los poblados konso se construyen en lo alto de las colinas para dormir la plantación de terrazas bajo los pies y protegerse de los atacantes desde una ventajosa posición de altura. Si decíamos que la vivienda tribal es una vivienda viva porque crece o desaparece orgánicamente con las personas que la habitan, los poblados konso amplían esta correlación al orden de magnitud de la población entera.
El urbanismo konso está íntimamente relacionado con la antigüedad de sus habitantes. Una generación equivale a 18 años de tiempo humano (dado que se mide por la edad a la que una persona puede casarse), de modo que el urbanismo -basado en anillos concéntricos amurallados- crece al modo en el que lo hacen los anillos del tronco de un árbol. Cuando la comunidad se amplía según pasan las generaciones, no se derriban las murallas anteriores sino que se conservan como símbolo de crecimiento y fortaleza. Como recordatorio de la antigüedad de la población entera, las plazas centrales de los poblados están presididas por enormes varas gruesas de madera que se alzan sobre el cielo, cada una de las cuales representa el esfuerzo de una generación, y todas las cuales unidas y atadas en conjunto representan el respeto que debe tenerse a todas las generaciones por igual.
Los recintos concéntricos de piedra (amurallados hasta la altura de la cabeza de un ser humano medio) albergan bellas calles empedradas y estrechas a diferentes alturas capaces de articular espacios sociales dedicados a la convivencia pública (tribunales, consejos y plazas) y colecciones de pequeñas comunidades de viviendas en las que una o varias familias conviven en régimen de recursos compartidos. Cada comunidad reducida es un recinto con intimidad propia rodeado de calles dentro del recinto de la comunidad extendida. Este urbanismo da lugar a una sociabilización efectiva de cercanía basada en la diaria administración distribuida de grupos sociales pequeños que subsisten sobre los acuerdos colectivos de la comunidad extendida. Los 9 clanes konso (toda la simbología social, material y artesanal gira alrededor de este número) alternan la poligamia para los animistas y la monogamia para los protestantes y ortodoxos.
A la entrada de cada pequeña comunidad konso dentro de la población se encuentran los totems familiares o waka. Cada jefe de comunidad es sustituido por un sistema de consejo y existe una casa comunitaria (o mora) en la que deben dormir todos los jóvenes a partir de los 12 años de edad (pueden convivir en una mora hasta 30-40 personas) para compartir de forma colectiva los días de paso a la edad adulta. Los impresionantes edificios mora tienen 2 alturas: en la superior duermen por la noche y en la inferior conviven o aprenden a tomar decisiones importantes para su vida relativas al cultivo o la convivencia junto con los adultos. Una población konso puede crecer hasta tener más de 10 moras, cada una de las cuales administra decisiones compartidas que afectan a las pequeñas comunidades de su demarcación urbana más cercana.
ALOJAMIENTO DE LUJO. Suele ser habitual que los alojamientos en Etiopía, ya sea en casas o en hoteles, sean precarios aunque de cuando en cuando uno tiene alguna alegría. La normalidad consiste en aprender a convivir con la rudeza. Fruto del choque entre las expectativas occidentales y la realidad de la vida tal y como es en Etiopía, surgen situaciones cómicas. Me contó Eskander, un buen amigo etíope con el que me reí mucho, que una vez un turista muy molesto con los alojamientos le preguntó cuántas estrellas tendría el siguiente hotel, y él le dijo: “No una, ni dos, ni tres, ni cuatro, ni cinco, sino muchas estrellas“. El hombre quedó desconcertado y no se fiaba mucho, por lo que durante todo el viaje estuvo esperando la llegada sin disfrutar del paisaje ni de las conversaciones con la gente. Al llegar por la noche a la siguiente parada y montar las tiendas de campaña sobre el mismo suelo junto al coche, el turista le preguntó: “¿Por qué demonios me dijiste que habría muchas estrellas?“, a lo que Eskander le respondió señalando el cielo estrellado.
UNA VIDA REAL, ES DECIR, IMPREVISIBLE. Acostumbrado a los continuos cambios de planes que surgen en todas las expediciones que realizo, y dada la situación de conflicto en el país no me extranó que tuviera que cambiar por completo mis planes a mi llegada. Las tropas tigray habían conquistado Lalibela por lo que decidí ir primero al sur por si la cosa se calmaba. Al llegar de regreso a la capital tras las primeras 3 semanas viajando por el resto del país, pude emprender camino hacia el norte tan solo porque me comunicaron que un acantilado de rocas que había caído sobre la carretera del norte, se había logrado quitar tras muchos esfuerzos. A menudo durante el viaje comí una vez al día sin necesitar más alimento y sintiéndome completamente lleno. Era frecuente montarme en el coche no sabiendo dónde iba o quién se montaría en él y más normal aún era que las personas con las que interactuaba cada día estuvieran armadas con algún fusil de asalto o ametralladora. Dado que yo tan solo llevaba mi humilde cuchillo cudeman en el cinto, todas mis herramientas para desenvolverme en un lugar donde nadie hablaba inglés ni castellano eran mi sonrisa, mi tono de voz, mi actitud y mis gestos.
En mi cuaderno de viaje tengo anotado: “Hoy tuvimos 6 controles de carretera y tuve que abrir la mochila unas 2 veces con la cara más sonriente que puedo ofrecer. “Todos los que tienen armas y nos paran son mis amigos” le digo mientras sornío a Daniel, mi conductor etíope. Hoy me ha dicho que le encanta viajar conmigo porque es como viajar con un hermano. En el penúltimo control 2 milicianos ametralladora en mano se montaron en el coche y nos dijeron que persiguiéramos a una ambulancia que se había escapado al ver el check point dando media vuelta. De modo que me he visto en medio de una persecución por una carretera perdida y con la mente tranquila. En fin, nada fuera de lo normal en este universo propio dentro del planeta Tierra.”
LA SISTEMÁTICA VIOLENCIA RITUAL. Los megalitos de Tiya, en Etiopía, que datan de varios siglos atrás dan testimonio de enterramientos rituales de guerreros cuyas lápidas ceremoniales son un ejemplo histórico de la importancia social de la violencia en las sociedades humanas y de su valor ostentatorio y heroico. El tamaño de los megalitos de dichas tumbas se corresponde con el número de muertos a manos del guerrero. Por cada uno de los enemigos muertos en combate con otros grupos o etnias, las sociedades de la antigua Etiopía dibujaban una espada convirtiendo la violencia en un elemento simbólico de éxito y reconocimiento. El hecho de que la violencia haya estado asociada al varón durante nuestra historia por motivos de complexión y disposición biológica, construcción social en forma de supremacia sobre la mujer y asociación con el honor, se ve bien en las tumbas megalíticas de las mujeres en los cementerios megalíticos etíopes, donde tan solo se observa la importancia social de la mujer en vida por el tamaño de los pechos grabados en la piedra.
LA NECESIDAD DE ADRELINA. La nación étnica de los surma, formada por unas 40.000 personas, una de las más inexploradas y en menor contacto con la modernidad, es ajena a cualquier tipo de comunicación no violenta y resuelve sus conflictos mediante matanzas y pequeñas guerras tribales. Paradójicamente mi estancia en Etiopía ha sido sensacional porque debido a las recomendaciones de los diversos ministerios de asuntos exteriores de Occidente nadie viaja allí desde hace tiempo. Pero no siempre el país es tal y como yo lo he visto.
El gobierno nacional ha realizado un esfuerzo para explicar a los surma y a otras tribus que existen otros medios para resolver las diferencias más allá de la violencia. Estos intentos han resultado infructuosos en muchos aspectos y la legislación y la justicia liberales etíopes conviven con la tradición y los consejos tribales. Durante mi estancia recolecté varios relatos de tribus que habían decidido la muerte de alguno de sus miembros como castigo a comportamientos considerados ominosos entre los que destacaban el adulterio, los malos negocios o el incumplimiento de las tradiciones.
En una suerte de demostración palmaria de la estupidez y la neurosis europeas, numerosos grupos de turistas aficionados a la fotografía suelen acudir a Etiopía para captar una instantánea de los surma. Al realizar estos viajes ponen en peligro la vida de mucha gente (guías, conductores, soldados del ejército, compañeros de viaje,…) a cambio de una anécdota “con una tribu remota” que contar a su vuelta a Europa. Este turismo de lo exótico que acaba en instagram no solo es irresponsable sino que ha contado ya con decenas de muertos.
Una viajera occidental se internó en el Valle de Omo andando completamente sola y caminó durante 2 semanas perdida hasta que Dani casualmente se encontró con ella. Al preguntarle qué demonios hacía en medio de un territorio lleno de animales salvajes, ella respondió que buscaba entrar en contacto con una tribu perdida. El azar y la suerte quisieron que esa mujer no hubiera sido raptada, violada o pasada a cuchillo por ninguna tribu, y que ningún animal la hubiera acechado en ese tiempo. Ambas historias tienen que ver con una misma realidad vergonzante: Nada más falaz que tener una vida anodina en Europa y buscar un chute puntual de adrenalina en la África salvaje y remota.
LA MUJER COMO PROPIEDAD. Uno aprende a valorar los avances en la igualdad de género en los países occidentales liberales cuando viaja por el mundo. Sin duda el rol que la mujer ha logrado ocupar como miembro social de pleno derecho en la reciente historia de Occidente es extraordinariamente minoritario en el mundo. Lo que es aplicable a la mayor parte del globo, es especialmente visible y crudo en la madre de África.
La mujer en las sociedades tribales del Valle de Omo es a todos los efectos un objeto. Forma parte del patrimonio (conjunto de propiedades masculinas) que tiene un varón a través del matrimonio (cesión, venta o entrega de mujeres entre hombres). Si bien el valor de un varón no es cuestionable, el de una mujer varía entre 20 o 40 cabezas de ganado y su cometido se ciñe a la crianza, el cultivo y el servicio doméstico. Es frecuente la ablación femenina del clítoris en la infancia y las mujeres no conocen ni llevan la cuenta de su edad. Se dividen entre niñas sin capacidad reproductiva y mujeres susceptibles de embarazo. Del mismo modo que todavía hoy ocurre en la enorme mayoría de todas las sociedades humanas litúrgicas, la propiedad de las mujeres pasa de un hombre (el padre de la mujer) a otro hombre (el padre del marido o el propio marido según el nivel de concierto) en ceremonias que implican intercambios de bienes.
Visitando un poblado halaba (de credo musulmán) entré en una de las viviendas de una familia por expresa invitación de ellos. Las viviendas halaba se encuentran entre las más grandes de las naciones del sur y tienen una peculiaridad apenas presente en el resto de tradiciones tribales: uno puede moverse de pie sin problema en el interior de la vivienda. Los halaba practican la poligamia. El cabeza de familia tras invitarme a comer varias tortas de pan me comentaba que su segunda esposa con la que acababa de casarse se encontraba en un habitáculo de la vivienda hecho de cañamos y que debía permanecer allí durante 4 meses sin salir ni ser vista por nadie salvo el marido. Tras esos meses la mujer sale a la comunidad y es aceptada por todos con un gran festejo en un ritual a través del cual se da a entender que ya forma parte de esa identidad grupal inmediata.
LA LIBERTAD y LA FELICIDAD COLECTIVAS. En mi recorrido por el mundo suelo comprobar cómo la cultura tribal desprecia, desconoce o permenece ajena a los conceptos modernos de libertad y felicidad individual. Etiopía no es una excepción y el continuo mantenimiento de la libertad y felicidad colectivas anulan las aspiraciones individuales. Mientras disfrutaba de un café molido a mano en una choza dassanech, en una página del cuaderno de viaje anoté: La búsqueda de la libertad individual que propusieron los ilustrados está basada en la defensa de los derechos individuales. Esta búsqueda genera ilusión y progreso pero es también el mayor motor de todas las neurosis. En una aldea del valle de Omo no existe ningún derecho individual más allá de la costumbre. Hay colectivos y grupos excluidos pero no observo depresión ni tristeza. La vida no se contempla como una lucha individual diaria contra otros sino como una realidad compartida por todos. Las relaciones humanas no se entienden en clave de justicia distributiva sino sobre el concepto de equidad. Son comunes las muestras de respeto y no existe la sobreprotección. Los niños crecen experimentando la crudeza y alegría de la vida por sí mismos.
LA MIRADA DE TODO UN CONTINENTE. Reproduzco íntegramente las notas de mi cuaderno de viaje: “Disfruto del encanto de una cerveza Dashen fria con una pizza margarita que puede que sea congelada y una ensalada de tomate. Pequeños placeres en un país prebélico con continuos cortes de luz y habitaciones mugrientas diseñadas por psicópatas. A mi alrededor una gran cantidad de personas, incluida una familia con varias mujeres cubiertas con hijab, cena despreocupada por un conflicto que no acaba de llegar aunque está a pocos quilómetros. Una sirena de policia advierte a algunos viandantes del toque de queda impuesto hasta las 20:00.
Al parar en la carretera a contemplar el maravilloso paisaje montañoso y verde de un valle, 30 niños se abalanzaron sobre mí y corrí sonriendo y gritando sobre ellos. Jugamos durante unos minutos hasta que vi que uno de ellos se sentaba y se lamentaba por una herida en el pie. Al verla -tal y como me había ocurrido varias veces antes- le ofrecí prestarle primeros auxilios pero salió corriendo. Esperé con calma a que volviera y después de muchos intentos, logré que subiera al maletero del coche para atenderle en condiciones. Supe luego por las burlas de sus amigos cuando le estaba lavando los pies que jamás se los había lavado antes. Desinfectando la herida comprobé cómo el muchacho estaba aterido del frío que infunde el miedo más profundo. Me miraba sorprendido tratando de entender por qué un desconocido le lavaba los pies. Comprendí que no me miraba un solo niño, sino que me juzgaba todo un continente.
EL MAPA DEL MUNDO. En mi camino hacia el norte, en el mayor monasterio de Etiopía, en Debra Libanos, conocí a un monje ortodoxo. Llevaban 2 semanas sin luz ni comida y me contó que los peregrinos lo estaban empezando a pasar mal. Los 800 monjes del monasterio tenían comida garantizada pero no contaban con recursos para alimentar a todas las personas que les visitaban. Aún así me dijo que estaban distribuyendo alimentos a diario entre la gente gracias a una máxima de su orden monacal que ayudaba a racionar y aprovechar al máximo el alimento. Según esta regla si alguien come una vez al día es un santo, si como dos veces al día es un ser humano y si come 3 veces al día es un animal. Al comentarle que como una o dos veces al día desde hace tiempo, el hombre me entendió como un hermano y continuamos camino.
A los lados de la senda y lavándose los pies en las fuentes, miles de personas descansaban tras viajar cientos de quilómetros desde sus casas con el ánimo de poder santiguarse con el agua bendita del lugar. El monje me acompañó en la visita a la catedral justo antes de que peregrinara a la cueva en lo alto de la montaña para ofrecer mis respetos al lugar en el que vivió el ermitaño fundador de la orden en el siglo XIII. Junto al monje también recorrí un museo bien cuidado que narraba la historia del lugar. Justo antes de salir a la calle, se paró ante un mapa y señalando el Estrecho de Gibraltar me dijo: “¿Cuánta distancia crees que hay entre Europa y África?“. Yo le respondí que no más de 15 kilómetros. Él me miró sonriendo y yo entendí perfectamente por qué demonios sonreía.
LO QUE QUEDA DE NOSOTROS
Quien viaja a Etiopía acaba mirándose al espejo. En Etiopía ocurre lo mismo que ocurre en el resto del mundo pero de una forma mucho más clara y evidente, sin necesidad de excusas ni ocultamientos. Si todo el continente africano resume bien la crudeza de todo lo que somos (para bien y para mal), este lugar del continente incluye todo tipo de realidades, niveles y estratos de vida en un sincretismo social y antropológico incomparable. Entre la miseria absoluta y las grandes apariencias 120 millones de personas sobreviven a las consecuencias ocultas de la lenta destrucción ecológica y humana que comenzó a fraguarse en los años 70.
En Etiopía conviven la fe y la tradición de las tribus milenarias con el escepticismo roto del hombre posmoderno. En 1.000.000 de quilómetros cuadrados confluyen una gran diversidad de culturas y más de 80 lenguas que sobreviven con dificultad a la barbarie productivista. Los contrastes son tan salvajes que apenas uno puede procesarlos. Las diferencias se miden en órdenes de magnitud que abarcan toda la historia humana desde su origen hasta el futuro inmediato.
Según el Kevra Nagast, allí desde hace 3.000 años se proyecta sobre todas las cosas la atenta mirada de Menelik I, mítico fundador de la tierra etíope, hijo del legenario Rey Salomón y la mítica Reina de Saba. Allí también conviven el recelo tribal alimentado durante décadas con un incipiente y próspero deseo de convivencia. El antiguo reino de Abisinia está cortado por la gran falla del Valle del Rift que divide la placa africana en dos partes. Sobre valles y montañas se multiplica la más antigua presencia de seres humanos sobre la Tierra, un paraíso fluvial donde nacen el Nilo Azul y muchos de los principales ríos del continente. Y a la vez que Etiopía es todo esto, al menos 10 fenómenos que son fácilmente visibles a nivel global, resultan completamente evidentes en este territorio:
REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA: El crecimiento desmesurado de la población en Etiopía es altamente representativo de la incertidumbre migratoria que está generando la revolución demográfica que llega. Entre 1960 y 2020, la población de Etiopía aumentó de 22.15 millones de personas a 114.96 millones, lo que supone más de un 400% de aumento sostenido. La emigración de las zonas rurales a las ciudades principales (Addis Abba, Dire Dawa, Adama, Gondar, Mekele, Bahir Daar o Arbaminch) es un hecho. Tras la superación de las hambrunas en el norte, se produjo un artificial e insostenible equilibrio en la producción alimenticia y la importación/exportación que ha favorecido una mediana de 19 años de edad y ha propiciado un aumento de la esperanza de vida hasta los 65 años.
Este crecimiento también es representativo de cambios en otros países africanos pero también asiáticos, lo que invertirá la piramide poblacional de los continentes y generará en el futuro inmediato continentes extensamente deshabitados y continentes con alta densidad de población. Además la mejora de los servicios sanitarios y sociales centrada en hacer accesible la pobreza no severa a cada vez más gente para combatir la pobreza extrema (pasando de vivir con 1$/día a vivir con 1,5-2$/día) ha generado que este crecimiento población vaya asociado a una incapacidad latente de infraestructuras y logística necesarias, lo que desemboca en una diáspora masiva y una…
BRECHA CRECIENTE ENTRE RICOS y POBRES: El 80% de las personas en Etiopía son granjeros de subsistencia mientras entre 10 y 20 multimillonarios acaparan la riqueza del país gracias al tráfico de influencias. Estas proporciones vuelven a ser representativas de la tónica global en las últimas décadas. Baste recordar que el 1% de la población mundial acapara el 82% de la riqueza económica. Pero el país del cuerno de África es también representativo por otro motivo. Bajo el pretexto de ser un “país con una de las economía de más rápido crecimiento“, Etiopía se mantiene en la absoluta miseria. El aumento de la acumulación de capital en manos de una cada vez más reducida oligarquía se produce gracias al empleo de sofisticados medios de educación y explotación productiva con los que se mantienen abusos y privilegios continuos.
Para entender las enormes implicaciones de lo que estoy diciendo, baste apuntar que más del 90% de viviendas en Etiopía son precarias (poblados de chabolas o ciudades slam) en un territorio equivalente a 2 veces y media Francia. Una tercera característica hace a Etiopía representativa de los comportamientos sociales de los acaparadores de riqueza: Es frecuente que una persona de una familia adinerada de Addis Ababa no conozca nada del resto del país, acostumbrada a moverse tan solo en su entorno de seguridad blindado, ficticio y anómalo. Los coches con lunas tintadas, los resorts y las urbanizaciones privadas mantienen a una clase social alejada de la enorme masa de la otra. Esta realidad polarizante nos lleva a la…
DESTRUCCIÓN DE LA CLASE MEDIA: En lo profundo del país, en una gran ciudad de paso vi a cientos de muchachos vestidos de gala y yendo sonrientes a su ceremonia de graduación. Dani vio que me fijaba y me dijo señalándoles: “David, ¿ves a todos esos cientos de personas?. Después de este día de graduación, no tendrán trabajo“. Etiopía es el fiel reflejo importado y exagerado de las desgarradoras políticas económicas occidentales de los años 70 y 80. Intensivos procesos de precarización laboral y una lenta muerte del espíritu crítico de las universidades a manos de un mercado voraz, ha generado una situación de mendicidad laboral incipiente en el que los únicos beneficiados son las grandes fortunas. Si la llegada del Acuerdo de Bolonia convirtió las universidades europeas en centros de formación empresarial acríticos y estupidizantes, África vivió procesos similares pero sin recursos ni voluntad de guardar las apariencias.
Un salario real de un etíope medio afortunado ronda los 60-80 € mensuales. Las diferencias entre la productividad real de riqueza y los salarios percibidos por los trabajadores se calculan en órdenes de magnitud del 3000%. El pluriempleo es habitual y la migración a las ciudades no garantiza encontrar un puesto de trabajo. Si bien en Etiopía la clase media nunca ha existido, esta fractura social evidente que polariza a las personas entre los que poseen y los que son poseídos representa una tendencia global. El modelo extractivo dominante en Etiopía es el colonialismo económico parasitario, basado en no generar mejoras locales significativas, e invertir en infraestructuras y servicios de supervivencia que garanticen tan solo el aumento del consumo.
Hablamos de sociedades no orientadas al bienestar de los individuos sino al sostenimiento de un consumo dañino y voraz basado en la lucha por la supervivencia. En esta línea el desembarco y la presencia china en Etiopía son más que evidentes. Mientras uno cena en un restaurante de Jimka, ve cómo un chino habla por videoconferencia con su familia por el móvil mientras una prostituta etíope le espera sentada en la misma mesa tras haber cerrado varios negocios ese mismo día. Las condiciones de inversión china en servicios e infraestructuras son cainitas con rangos de explotación denigrantes. A cambio ofrecen acceso continuado al mercado asiático y la cultura de lo rápido y barato.
CONFLICTOS POR EL CONTROL DE RECURSOS NATURALES: El surgimiento de nuevos conflictos derivados de la lucha por el control, administración y apropiación de recursos naturales como el agua, las tierras cultivo, o la propia generación de energía, es otra característica importante de Etiopía. 3 grandes proyectos de infraestructuras confluyen en Etiopía como paradigma de los nuevos conflictos por el acceso a los recursos naturales.
El primero de ellos es la Grand Ethiopian Renaissance Dam (GERD), una presa de dimensiones estratosféricas que pretende administrar y distribuir en el futuro próximo una gran parte del río Nilo para evitar la previsible carestía global de agua. Se trata de una de las mayores megaconstrucciones civiles de la historia humana. Durante los últimos años el país se ha enfrentado a Egipto y Sudán en su voluntad por administrar las fuentes del Nilo Azul que nacen en su seno. Por otro lado desde la independencia de Eritrea en la década de 1990, Etiopía no tiene acceso directo al mar por lo que la única vía segura de paso es Dyibuti a través de unas carreteras precarias, dado que Somalia no ofrece garantías de seguridad. Esta realidad ha provocado tensiones regionales y ni siquiera el ingente comercio del chad (una especie de hoja de coca que funciona como droga diaria) en el este ni los avances diplomáticos de paz entre Eritrea y Etiopía han logrado resolverlos del todo.
La segunda gran infraestructura ubica a Etiopía como eje fundamental de la construcción del tramo 4 de la Trans-African Highway (TAH), una de las mayores redes de carreteras del mundo que comunicará toda África por autovía, algo que en la teoría favorecerá según la Unión Africana la libre circulación de recursos, pero que en la práctica supondrá un terreno allanado para las tasas y peajes que encarecerán el acceso a los bienes básicos.
El tercer conflicto es la actual Guerra del Ejército etíope contra el TPLF del Tigray en el norte. Un conflicto que ha sido acallado por los medios internacionales y en el que están muriendo miles de personas. Se trata de un buen ejemplo de las nuevas luchas que las clases opulentas del mundo pueden llegar a liderar contra el propio interés general de la ciudadanía. Es lo que se ha dado en llamar postdemocracia y que en buena medida está tomando forma a nivel global a partir de las llamadas democracias iliberales. La oligarquía tigraya, educada en Estados Unidos y Occidente, vive en una zona desértica carente de recursos pero sus dirigentes con la connivencia del FMI y la comunidad internacional, controlaron el país durante 2 décadas. En ese tiempo educaron a varias generaciones en la división identitaria y se dedicaron a acaparar poder civil, militar y económico.
La reconstrucción civil y económica del país iniciada por el presidente Abiy Ahmed tras años de enfrentamientos políticos está ahora en peligro debido a que los líderes del TPLF se niegan a aceptar la cesión de poder. China y Estados Unidos orquestan sus apoyos en uno y otro sentido en la sombra. Durante mi viaje al norte del país, a unos kilómetros del frente bélico, pude comprobar cómo una reunión de altos mandos del ejército etíope preparaba la siguiente ofensiva. Durante las semanas anteriores me había cruzado en la carretera con autobuses llenos de adolescentes que se dirigían a morir en la guerra por decisiones e incapacidades de otros.
MESIANISMO TECNOLÓGICO y SUPERACIÓN PERSONAL: En un país que merodea a diario el umbral de la pobreza, la economía digital y el discurso de superación personal han entrado de lleno. Algo que sin duda vuelve a ser representativo de una tendencia global: la sustitución del estudio científico en detalle y el esfuerzo por el consumo puntual e incoherente de contenidos y mensajes enlatados. Por las calles de Addis Ababa o Adama los pocos libros que se venden son de autoayuda. Contra una realidad sistémica que ahoga, la tecnología digital y el discurso aspiracional más simplista y empobrecedor (al más puro estilo Tony Robbins) se emplean para responsabilizar al etíope de su realidad diaria. Muchachos que apenas saben leer disponen de teléfonos móviles con los que miran las excentricidades del llamado primer mundo.
Aunque ni mucho menos todo el mundo tiene acceso a una televisión, gracias a la implantación extendida de la tecnología móvil, allí también ha llegado la absurda costumbre de encumbrar la excepción del éxito empresarial para dar a entender que es la norma. La burbuja del emprendimiento digital está en su cumbre. Una mujer que creó una app móvil para solicitar coches con conductor ha logrado poner en jaque al corrupto gremio de los taxistas etíopes, imitando la supuesta revolución de Uber en el resto del mundo. Mientras el mesianismo tecnológico y los discursos de superación ayudan a los etíopes a soñar con otros mundos, la crudeza del suyo se mantiene.
GUERRA CONTRA LA RAZÓN Y LA CULTURA: Otra tendencia global se amplifica en este lugar del cuerno de África. El rico pasado histórico de Etiopía la convierte en encrucijada y acumulación de gran parte de las grandes civilizaciones humanas que han existido. Esta realidad sobrevive con enorme dificultad y serias pérdidas ante el rápido y devastador proceso de aculturación global que se puede observar en sus calles, museos, templos, mercados y casas. No existe apenas ningún tipo de cuidado ni recursos dedicados al mantenimiento y estudio de la historia y el patrimonio cultural etíopes, cuyas bases sobreviven gracias a la buena voluntad puntual de personas admirables. No hay mejor modo de caminar hacia el abismo que perder de vista las huellas que pisamos. Dos anécdotas ilustran el completo descuido y desdén por la historia que en Etiopía tan solo son un símbolo evidente de lo que ocurre en el resto del mundo a otros niveles.
Debido a mi afición por los libros, trabé amistad en Harar con un encuadernador que se dedicaba a salvaguardar el patrimonio cultural de una biblioteca magnífica sin apenas recursos. Dado que las ilustraciones y el curtido de los lomos era magnífico le pedí que me presentara al ilustrador y contribuí con lo que pude al fondo del taller agradeciéndoles que dedicaran su vida a la cultura.
En una especie de metáfora reveladora del cada vez mayor desprecio con el que tratamos nuestra historia, en la capital del país se pierde bajo el polvo del lúgubre Museo Nacional de Etiopía la mirada inocente de Lucy, nuestra antepasada homínida más remota. Resulta bastante impactante para un amante de la historia natural y humana contemplar el lamentable estado en el que se expone un testimonio de 3,2 millones de años. El edificio, casi en ruinas, alberga las imágenes de un mundo ahora perdido del que nuestra humanidad se desentiende. Lo más importante de nuestra historia, nuestro comienzo, se salvaguarda entre cortinas apolilladas y alfombras roídas. Ese mundo es nuestra historia, y debido a su lamentable cuidado actual, la estamos repitiendo.
El esqueleto reconstruido de Lucy (AL-288-1), uno de los mejores objetos de colección que cualquier museo puede tener y sin duda el mayor descubrimiento paleoantropológico de la historia, parece pasar frío dentro de su precaria urna. Lucy permanece iluminada en un rincón de la planta baja por una bombilla intermitente que apenas cuenta con energía eléctrica durante algunas horas. Cuando contemplé esos 1,2 metros de altura de Australopitecus Apharensis (por haberse encontrado en la región etíope de Afar) con su pelvis ampliamente abierta (que nos indica su género y su bipedismo), me sobrecogió una sensación de tristeza. Si Donald Sassoon y Peter Watson demostraron hace años que la construcción de la identidad social moderna está asociada a la invención y cuidado de las culturas nacionales, y si los cosmopolitas tratamos ahora de construir una historia de la humanidad global común (lo que Jose Antonio Marina ha llamado una historia de la evolución de las culturas), Etiopía representa un claro ejemplo de cómo ambas culturas se están desvaneciendo.
Otro gran ejemplo de la muerte de la cultura y la identidad humanas es la estrafalaria forma de conservar y recordar la memoria de Haile Selassie, considerado el último emperador etíope de la dinastía salomónica, venerado como una encarnación de Dios en la Tierra por la religión rastafari. Este emperador que instauró en dos periodos de la historia reciente etíope su monarquía absoluta, emprendió severas medidas pero tuvo el apoyo de líderes internacionales y la simpatía de su pueblo. Sus múltiples palacios cutres y la amplia multitud de tronos en los que se sentaban él y su esposa en las catedrales ortodoxas siguen siendo hoy respetados (está severamente prohibido sentarse en ellos) pero a la vez se conservan como testimonio de un pasado igualmente precario.
DIVISIONES IDENTITARIAS: O nacionalismos, llamen a esta vieja enfermedad social como quieran. La generación artificial, interesada, manipulada e inventada de identidades étnicas contrapuestas que deben luchar entre sí por su supervivencia ha sido fomentada en Etiopía durante años por una educación que primaba las diferencias étnicas o nacionales culturales sobre la realidad unitaria de la nación-estado. Al igual que en tantas otras partes del Globo, la educación ha sido el mayor vehículo del adoctrinamiento. El propio documento de identidad etíope hasta el gobierno reciente de Abiy Ahmed reflejaba como gentilicio la etnia a la que se pertenecía y no hacía referencia alguna a la nacionalidad etíope compartida.
Esto, sumado a la invención de relatos históricos de ninguna fiabilidad científica y ampliamente difundidos en las escuelas, ha dado lugar durante años a la proliferación de rencores y desconfianzas entre etnias, muy abanderada por políticos corruptos y egoístas. En la realidad he comprobado cómo ninguno de estos conflictos inventados es étnico, y todos responden a intereses económicos. Sin duda esto representa otra lupa de aumento para visibilizar nuestra realidad global. En un mundo que enfrenta retos globales como la destrucción ecológica, resurgen con fuerza los fantasmas de esencialismos pasados.
MIGRACIONES MASIVAS y REFUGIADOS CLIMÁTICOS: Fruto de los anteriores fenómenos, la población ha vivido durante las últimas décadas una frecuente diáspora en búsqueda de mejores oportunidades. Es normal en Etiopía que en toda familia exista uno o dos miembros de la misma en el exilio. Con suerte estas personas han encontrado asilo en países del norte del mundo. En un planeta humano androcéntrico, el pasaporte de las mujeres etíopes suele ser su extraordinaria belleza -que a menudo da lugar a matrimonios de conveniencia- y el de los hombres etíopes suele ser su elevada capacidad de trabajo a un coste mínimo en Yemen o alguno de los países árabes cercanos. En mi viaje de ida a Frankfurt coincidí en el avión con un tipo interesante que coordinaba la ayuda a los refugiados y asilados políticos en Alemania. Hablamos durante todo el vuelo y pudo detallarme el increíble aumento de refugiados en todo el planeta y el hecho de que Etiopía se movía siempre entre las primeras posiciones. Las dramáticas huidas a Sudán o las espeluznantes travesías a pie por el desierto del Danakil hasta Djibuti son ejemplo de las migraciones globales incipientes que está desencadenando un sistema global desequilibrado y ciego.
ECOLOGÍA vs ECONOMÍA: La riqueza natural incuestionable que todavía abraza a los etíopes -y que es una riqueza inmaterial a largo plazo- choca con el severo retroceso ambiental que está provocando la inversión china centrada en la obtención de beneficios materiales a inmediato plazo bajo condiciones infrahumanas. En pocos sitios como en Etiopía se ve con más claridad el enorme conflicto global que hoy se fragua entre el declive de la influencia económica estadounidense (que se autodevoró a sí misma y se afana ahora en la mayor y más desesperada impresión de moneda de la historia) y el enfermizo despertar del gigante chino (que basa su crecimiento en un sistema insostenible que genera una gran burbuja de deuda).
El 95% de vehículos, objetos, maquinas y materiales de construcción empleados en Etiopía es chino, con un fuerte posicionamiento en la medioambientalmente dañina proliferación del monocultivo agrícola y una apuesta por la generación de infraestructuras de transporte terrestre de calidad como carreteras y autovías comerciales. De este modo la enorme diversidad antropológica de Etiopía, única en el mundo, sobrevive a duras penas en contacto con el insano contrato neoliberal centrado de manera ciega en la obtención de resultados económicos a través de cualquier medio. En este sentido Etiopía es hoy un laboratorio económico con el que juega el desquiciado establishment económico posmoderno abanderado por China.
De nuevo una anécdota del viaje ilustra la enfermiza relación que el ser humano tiene con la naturaleza. De visita en uno de el impresionante Parque Nacional de Bale, me topé con un guía que a la vez era un fantástico conservacionista. De repente reparé en algo que puede pasar desapercibido. A la entrada del parque había una estatua de un hombre junto a unos lobos que me recordaba a la famosa estatua del conservacionista Félix Rodríguez de la Fuente en España. En efecto se trataba de un divulgador natural con una historia muy similar a la de Rodríguez de la Fuente en cuanto a la defensa del lobo -lobo etíope en este caso- que había corrido peor suerte aún que el español. En su ánimo por declarar espacio protegido al Parque, Biniyam Admasu (de mi misma edad) había luchado internacionalmente y había muerto tratando de sofocar un incendio provocado, se dice que por especuladores de la zona. Una historia que por desgracia se repite en la geografía y en el tiempo.
En el pedestal una cita de Admasu le recuerda: “Mucha gente a mi alrededor no entiende mi sensación eterna de amor por la naturaleza y mi visión de conservación. Lo único que deseo es formar una familia de amantes de la naturaleza para que trabajen duro y podamos legar un mundo confortable a las siguientes generaciones“. Durante nuestra visita a pie pudimos ver sensacionales y majestuosos antílopes a pocos metros de distancia, grandes cascadas y ríos, jabalíes, lobos y ciervos. Poco después acudimos a la gran meseta que conforma el espacio natural protegido de más de 2.000 kilómetros cuadrados. No dejaba de pensar en Admasu.
CONCLUSIONES
Transcribo a modo de conclusión la última nota de mi cuaderno de viaje:
30/08/21 Dicen las escuelas Madyamaka y Cittamara del budismo mahayana que todo lo que es no existe porque lo que existe no es real sino fruto de nuestro pensamiento. Lo fenoménico, así, no es digno de ser combatido sino que ha de ser ignorado y superado mediante la conciencia. Durante un mes he conocido la realidad de Etiopía, una tierra que parece parte de un planeta diferente al que veo a diario, pero que no es más que la consecuencia real de todas nuestras acciones. Recordando las enseñanzas de Nagarjuna y Shantideva concluyo que lo real es África y lo fenoménico e imaginado es Europa. Sobre una ficción de dolor continuo, con víctimas bélicas y misera diaria desde hace siglos, toda la felicidad de los privilegiados se sustenta en la desgracia de los explotados y los desposeídos. Estando junto a ellos me siento en casa, y a la vez tratando de cambiar el sistema normativo en el que nací me veo útil. Vivo en esa continua incoherencia.
En esta otra dicotomía se reflejan también las enseñanzas mahayana: la cultura occidental (capitalismo, judeocristianismo y democracia) es la neurosis originaria, y el resto del mundo ha sido y continúa siendo absorbido por ella. El verdadero problema es que nuestro planeta ya no aguanta, y ninguno de los pretextos o sistemas justificativos que ha inventado y sistematizado occidente (el psicoanálisis, el capitalismo industrial, la tecnología digital, la economía de escala o el desarrollismo social) son ahora suficientes para mantener a flote a una especie varada. Somos lo que fuimos pero también somos aquello en lo que nos estamos convirtiendo. Mi compromiso de ir contracorriente sigue vigente porque cada nuevo año tiene más sentido que nunca.
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por David Criado | Jun 28, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
“Todavía no he encontrado un sitio que no tenga un amo”
El hombre sin nombre (A fistful of dollars, Sergio Leone, 1964)
Es 14 de julio de 1789. La escena ocurre en el Palacio de Versalles, el lugar más lujoso del mundo en la época. A unos quilómetros de distancia, en París, el precio del pan lleva demasiado tiempo disparado, la hambruna es generalizada y la propaganda contra el orden del Antiguo Régimen comienza a surtir su efecto. Un asesor entra en la estancia e interrumpe al rey Luis XVI mientras este anota en su diario: NADA en referencia a su falta de éxito en la caza mayor de aquel día. Acelerado, el asesor se dirige al escritorio y le dice en alto tras la genuflexión pertinente: Señor, acaban de tomar la Bastilla. El rey, inmutable, pregunta extrañado: ¿Es una revuelta?. El asesor con gesto serio le responde: No señor, es una revolución.
Esta anécdota ha quedado para la posteridad de la historia como uno de los mayores ejemplos de distanciamiento de la realidad que puede llegar a cometer un militante de su propio pensamiento. Del mismo modo que la caja de resonancia de la corte versallesca del siglo XVIII impedía a su monarca conocer la verdadera realidad que acontecía fuera, defenderé aquí que la cultura de cancelación produce el mismo efecto en nosotros. Desde aquel día de 1789 sabemos que la Razón no es la defensa del pensamiento propio sino la búsqueda del pensamiento real de forma colectiva. Hoy explicaré por qué y cómo estamos dejando de hacer esto a un ritmo acelerado, es decir, por qué nos estamos convirtiendo en millones de reyes Luis XVI.
Este artículo pretende poner sobre la mesa un problema acuciante en cada uno de los estratos de nuestras sociedades: familia, relaciones afectivas, instituciones y empresas. Se trata de una pandemia cognitiva sin aparente límite que nos convierte en seres estúpidos acreedores de una razón totalitaria evitándonos el trabajo de pensar o razonar en común. La cultura de la cancelación viene a ser la reedición posmoderna de los antiguos lenguajes totalitarios que estudiara Jean-Pierre Faye en la posguerra de las dos guerras mundiales, y también se puede entender como el rescate de la conformación de discursos normativos que la maestra Hannah Arendt estudiara a lo largo de toda su obra.
He dividido el artículo en 4 apartados:
- Qué es la cultura de la cancelación
- Por qué ridiculizar o “cancelar” personas o ideas no es útil.
- Por qué la cultura de la cancelación no favorece una sociedad más justa
- Por qué ningún discurso puede ser impuesto bajo el pretexto de la coherencia
Comenzamos.
QUÉ ES LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN
Denomino cultura de cancelación (de su original anglosajón cancelling, block o cancel culture) al proceso de exclusión moral, social, relacional o financiero que la defensa de un denominado discurso válido o aceptado realiza respecto a otras narrativas o discursos a los que ridiculiza o resta el derecho de expresión, razonamiento o argumentación de manera previa. Esta exclusión suele manifestarse en nuestros días en 3 formas de clara y rabiosa actualidad: a través del boicot directo o indirecto (en medios de comunicación o por comportamiento lesivo o abusivo en redes tecnológicas asociales), por medio del silenciamiento público (mediante la invisibilización o la moderación sesgada de debates o diálogos) o por medio de la autocoerción, la autocensura y la evitación de la diferencia o el conflicto (las formas más comunes son la automoderación o la autocancelación; como respuesta a lo no aceptado o polémico, creamos temas o discursos intocables).
La cultura de la cancelación ha existido siempre en nuestras sociedades y se sitúa en las antípodas de la racionalidad y la búsqueda de entendimiento. En términos de relaciones sociales y comportamiento humano considero que su actual proliferación masiva es una consecuencia difícilmente contenible de las llamadas sociedades digitales. Estaríamos así viviendo una continua noche de los cristales rotos gracias a la retroalimentación constante de discursos y contradiscursos a través de canales de comunicación anónimos aunque omnímodos que nos incitan a la constante militancia. Forma parte de la cultura de la cancelación opinar contra el otro y no tanto opinar a partir del otro. El otro es una contraparte, un émulo, un enemigo idealizado e irreal contra el que defenderse. En el universo del maestro Carl Gustav Jung el que se defiende de el otro es el héroe, eternamente desconocoder e ignorante de la realidad a la que combate dado que su hiperactividad militante le impide reflexionar. Así, el inconsciente colectivo vendría a validar la continua generación de arquetipos en la cultura de la cancelación, pero esta vez no de acuerdo a patrones emocionales o de conducta, sino de acuerdo a patrones discursos que consideramos en su totalidad válidos o inválidos sin término medio. Y he aquí el problema: “sin término medio”, esto es -como diría Aristóteles- sin virtud.
La cultura de la cancelación necesita censores, esto es, policias de la palabra, personas que en mitad de una supuesta sociedad hiperconectada, son capaces de conservar de forma aislada sus respectivas cajas de resonancia, espacios seguros en los que no se argumenta o razona sino que se dan ideas o hechos por supuestos. Estos lugares comunes en los que practicar la estupidez se caracterizan por un hecho: hablar siempre sale gratis mientras hacerlo no se salga del discurso. Para solucionar esto, en mis intervenciones suelo defender que hablar debe costar siempre algo, esto es, tener consecuencias en algún sentido tanto positivo como negativo. Cuando esto no ocurre, o cuando todo el mundo aprueba algo, es que o bien no se ha dicho nada o bien no se ha aportado nada interesante. En contra de lo que la cultura de la cancelación defiende, solo se avanza cuando dos personas piensan distinto, porque solo así se da lugar a la dialéctica.
La cultura de la cancelación es hoy -para nuestra desgracia- omnipresente. Se practica en todo tipo de tradiciones y corrientes políticas, está presente en cualquier conversación que entablo a diario y -en lo que a mí más me preocupa- en todos los sectores de actividad profesional y empresas. Porque aunque no dejemos de negarlo a diario, la llamada cultura corporativa es a todos los efectos la forma explícita, oficializada y sistemática en la que practicamos la cultura de la cancelación en los entornos productivos existentes. La absurda manera en la que hoy entendemos las empresas está más cerca del modelo de disciplina militar o iglesia -aversivo a la mejora y proclive a la validación de prejuicios por medio de la fe, la tradición y el principio de obediencia debida- que del modelo de parlamento -otrora característico del desarrollo humano y enfocado al debate y el afrontamiento. Nuestras empresas son por tanto evitativas, no compiten mediante la búsqueda de razones o argumentos sino que imponen mediante la obliterada máxima masculina de el más grande o el más fuerte, lo que se traduce en nuestro tiempo en las neoclásicas variantes de el más rentable o el más eficiente.
Es importante comprender que lo opuesto a la cultura de la cancelación no es una cultura del todo vale sino una cultura del razonamiento, el cuidado y el diálogo. Como ya dejé dicho aquí no todo vale y no todo es respetable pero somos todos los que tenemos que decir qué es lo que no vale y lo que no es respetable. Que una cultura concreta, una escuela de pensamiento o una o varias personas en una conversación se erijan en las decisoras de lo que vale es de todo punto contraproducente. La cultura de la cancelación no se combate con esa horrible forma de estar en el mundo que representa el relativismo moral, sino con una actitud racional e ilustrada de entendimiento. Quien no se educa, vive del criterio de otros y es por tanto fácil pasto de una u otra caja de resonancia.
POR QUÉ RIDICULIZAR o “CANCELAR” PERSONAS O IDEAS NO ES ÚTIL
El cuerpo es la caja de resonancia del alma y la voz es su sonido. Todo el que calla a otro atenta contra la sinfonía de la condición humana. Para hacer justicia ya están los tribunales. Justicieros del mundo, estudiad y practicad Derecho. Tanto en las conversaciones como en el escenario público se suele escuchar que la cultura de la cancelación es útil para castigar comportamientos dolosos o para hacer frente común ante discursos de odio o ideas consideradas denigrantes. No dar pábulo ni invertir tiempo en hablar sobre determinados actos o con determinadas personas, ayuda -se dice- a que esas ideas o personas no adquieran relevancia. Personalmente defiendo que ni siquiera en estos casos resulta útil.
Aún en el caso de que consideremos a la persona o sus ideas universalmente reprobables, la historia nos ha enseñado sistemáticamente una lección: el verdadero problema de no hablar sobre determinas ideas o de excluir el contacto o la conversación con alguien, es que dejando de hacerlo el problema no queda resuelto, sino que simplemente queda latente en la sombra, lo cual acaba siendo aún más doloroso a la larga. De la misma manera que utilizar una aplicación de retoque fotográfico para eliminar a una persona de una imagen, no elimina a la persona ni el hecho de que estuviera allí; suprimir o borrar la expresión de una idea no hace que la idea desaparezca. Como sociedad casi exclusivamente volcada al cumplimiento de la voluntad propia, deberíamos reflexionar sobre el hecho de que querer que algo sea real no implica que realmente lo sea.
Nada tiene que ver visibilizar un problema con bloquear la capacidad de argumentación de alguien. Tenemos buenas y recientes pruebas de ello. Los movimientos Black lives matter o Me too son iniciativas que suponen una necesaria llamada de atención como gritos de alarma contra vestigios opresores que todos hemos presenciado y debemos superar. Y a la vez son también una buena prueba de que por sí solas las campañas de visibilización no modifican realidades, sino que tan solo promueven que se hable abiertamente de ellas. Solo cuando campañas de este tipo se convierten en ajustes de cuentas sociales más allá del Estado de Derecho, este tipo de iniciativas se vuelven reprobables, pero mientras visibilizan problemas favorecen la denuncia de injusticias. Como oposición a estos movimientos encontramos claros ejemplos de cajas de resonancia: Las campañas de desprestigio en las redes tecnológicas asociales que a menudo incurren en delito de calumnias, los cortes audiovisuales de todo signo y color con títulos de lenguaje agresivo (Iñigo Errejón calla la boca a VOX, Ortega Smith le calla la boca a Susana Griso, Pedro Sánchez responde al infame Aznar y le da donde más duele), o la moderación sesgada de diálogos o debates son ejemplos claros.
Por mucho que uno pueda simpatizar con ideas que se plantean en determinados foros o contextos, un ejemplo claro de la cultura de la cancelación lo representa el programa de debate GenPlayz (el desarrollo de su programa sobre conciencia de clase es el mejor caso práctico que se puede encontrar en un directo sobre cómo se produce el fenómeno del blocking en las conversaciones), o programas de radio como Buenismo Bien -que hace mucho tiempo que abandonó su intento de establecer un diálogo asertivo- o La mañana de Federico (en los que sistemáticamente se caricaturiza la realidad social dando por universalmente válidas premisas ideológicas particulares), aunque sobran los ejemplos de cajas de resonancia destinadas al descrédito ajeno en la red. Añadido al problema de la cultura de la cancelación, encontramos el fenómeno del funcionamiento opaco de los algoritmos de sugerencia que -hoy ya lo sabemos- no luchan contra las creencias propias sino que las perpetua generando burbujas sociales y cámaras de eco.
En este sentido la cultura de la cancelación es a todos los efectos uno de los instrumentos más comunes de la cultura de la evitación posmoderna, o eso que Han denomina la expulsión de lo distinto. Y pese a ello a nivel cognitivo y social sabemos que evitar o huir del dolor no evita en ningún caso a ningún ser humano un futuro sufrimiento. La cultura de la cancelación está así intrínsecamente vinculada a la cultura de los llamados ofendidos, personas que adolecen de un comportamiento epidérmicamente asertivo basado en defender que los sentimientos propios de dolor, frustración, asco, rechazo o ansiedad que les genera un comentario, una idea o una persona son suficientes para solicitar a esa persona que no vuelva a hablar de ello o para intentar convertir su propio territorio emocional evitativo en una norma social genérica y aplicable para todos. Se trata de un falso comportamiento asertivo por cuanto la persona no se responsabiliza de afrontar sus propios sentimientos sino que demanda al resto de la sociedad en su conjunto que acepte sus líneas rojas. Esto contradice no solo la larga tradición humana del diálogo y el afrontamiento en abierto de las diferencias, sino que omite la capacidad de mejora de un grupo social a largo plazo tratando de normativizar el comportamiento social a todos los niveles (ideológico, discursivo, afectivo, político, conversacional) por medio de la imposición y no por medio de la amplia mayoría y el consenso.
POR QUÉ LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN NO FAVORECE UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA
Se ha dicho también que la cultura de la cancelación es útil en el seno de nuestras sociedades para favorecer un mejor posicionamiento de las exclusiones sociales históricas (clase trabajadora, migrantes, mujeres, orientaciones sexuales, etc…). Bajo esta premisa se defiende que todo tipo de colectivos indeterminados o genéricos tradicionalmente excluidos o vejados tienen derecho a imponer sus discursos en una especie de movimiento pendular en el que -así se dice- un discurso minoritario aunque justo se impone a un discurso mayoritario aunque injusto a través de leyes o nuevas narrativas. Podría argumentar mucho contra esta forma de entender las relaciones humanas, pero resumiré mi rechazo en torno a 2 argumentos:
Lo sostenido en el anterior párrafo es una enmienda a la totalidad de las bases del comportamiento democrático en todas sus formas políticas y sociales de pensamiento (liberalismo, republicanismo o comunitarismo, y tradicionalismo o conservadurismo) dado que presupone que la sociedad debe ser primero legislada para cambiar actitudes y comportamientos cotidianos, y no al revés, como el Estado de Derecho desde Grecia defiende, es decir, desde el nacimiento de la democracia no es la ley la que crea el comportamiento aceptado, sino que es el comportamiento aceptado el que crea la ley por medio de la representación legítima de la soberanía popular. En otras palabras, la Razón, la convivencia y la democracia no admiten atajos, son -y deben de ser por su propio carácter y orientación a la convivencia- lentas pero a la larga efectivas.
Mi segundo argumento tiene que ver con una vacuna natural contra el totalitarismo. Cuando se pierde la necesidad de criticar de forma fundamentada lo que otro dice o hace, se pierde el contacto con la realidad y se acaba incurriendo en los más absolutos atropellos. Cuando cualquier de estos colectivos históricamente vulnerables o excluidos cancela o aisla determinados discursos, ideas o personas, se evitan a sí mismos escuchar críticas externas que les permiten reflexionar y mejorar. Y por otro lado, el excluido, cancelado, bloqueado o castigado genera un discurso propio como defensa a esa cancelación que en último término acaba siempre teniendo simpatizantes o seguidores. Por ello las exclusiones sociales no se mitigan o eliminan omitiendo a los supuestos discriminadores, sino razonando y hablando con ellos o -mejor aún, y esto es para nota- no creyendo que uno tiene la completa razón universal sino tratando -como diría Spinoza- de comprender al otro sin necesidad de justificarle pero tampoco sin la actitud binaria de alabarle o reprocharle.
POR QUÉ NINGÚN DISCURSO PUEDE SER IMPUESTO BAJO EL PRETEXTO DE LA COHERENCIA
Señalaba hace poco el maestro Ernesto Castro que “la coherencia o la incoherencia son adecuadas dependiendo de la base de la que se parta. Si eres estúpido, que seas incoherente le puede venir genial a la sociedad“. Poco más que añadir a estas sabias palabras. Un discurso no puede ser defendido contra otro que se cancela por el mero hecho de arrogarse la posesión propia de la coherencia. Si en una conversación dos personas que hablan tratan de dirimir alguna lógica o consecuencia a partir de la búsqueda de la coherencia, ninguna de ellas se entenderá en absoluto porque cada una de ellas probablemente tenga lógicas y coherencias propias. El diálogo fructífero no parte de una insana y ficticia idea de perfección discursiva (coherencia) sino que se mueve sobre la base de la contraposición y aportación de argumentos e ideas. La diversidad suma, no resta.
Haré un último inciso respecto a esto que acabo de señalar. Si algo nos falta en nuestras sociedades actuales no son personas que hablen u opinen, sino personas que lo hagan con criterio. Hablar y convencer es relativamente sencillo utilizando las técnicas adecuadas, razonar con propiedad y voluntad de encuentro es lo verdaderamente complejo. Nos faltan buenos argumentos y buenas ideas, nos sobran cajas de resonancia, altavoces y prejuicios.
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por David Criado | Jun 3, 2021 | ACOMPAÑAMIENTO AL CAMBIO
-Y usted, señor, ¿a qué se dedica?
-Yo soy metafísico
-Hay gente pa tó
Conversación en la barrera de la plaza entre Bombita, torero, y Ortega y Gasset
Hablo con seres vivos a diario, algunos no lo parecen ni son conscientes de serlo pero lo son. Me encargo de recordárselo a diario. Desde mi atalaya se contempla una enorme masa de cuerpos y de ruido. La confusión cobra múltiples formas. En esta sociedad de muchos que se autoexigen y pocos que les gobiernan, crece aceleradamente la tierra de nadie. Cada vez menos lugares físicos y menos lugares emocionales nos pertenecen, antes bien ampliamos cada día el grado en el que pertenecemos a otros. La extensión de la comunicación humana a nivel global no logra por el momento salvar las fronteras del continuo adoctrinamiento. Será que el pensamiento crítico no es una cuestión de tener en nuestra casa más libros o mejor ancho de banda, sino de educarse y esforzarse realmente por tenerlo. Un cliente resopla: “Parece que poco a poco ya volvemos a la normalidad”. Le respondo sonriendo: “No se qué de qué me hablas, nunca he conocido eso“.
En este artículo recorreré el estado actual de la fuente de conocimiento más empleada por los individuos de mi especie, la cultura audiovisual. Este es el mapa inicial de nuestro viaje:
- De donde venimos: El estallido irracional de los 80
- El mito del pasado como consuelo sistémico
- La normalización del colapso
- El abordaje epidérmico: Todo superficial es mejor que algo en detalle
- Hacia donde vamos: La tierra prometida de China
Comenzamos.
DE DONDE VENIMOS: EL ESTALLIDO IRRACIONAL DE LOS 80
La tierra que se deshace ahora bajo nuestros pies es la misma tierra que nuestros padres sembraron con su sudor en los años 80 y 90. El reproche hacia las generaciones posteriores o presentes como responsables de la actual falta de horizonte y de sentido no solo es impostado sino que también es parcial y falso. Ellos fueron tan culpables como nosotros de lo que hoy tenemos. Y digo culpables y no responsables porque hablamos de mayor homicidio colectivo de la historia, de uno del que todos somos parte. En aquellas décadas fundamentales para comprender el origen de la futura implosión y el colapso venidero (mi investigación ya apenas ofrece ninguna duda sobre esto), la cultura audiovisual generaba ya pocos contenidos de denuncia sistémica.
Continúo acumulando ingentes pruebas sobre cómo se nutrió entonces la pasiva desatención de toda una especie hacia sus actos y sus perversas consecuencias. No es que antes de los años 80 lo hiciéramos mejor, es que nuestra iniquidad estaba todavía medianamente restringida a sus respectivos territorios culturales y sociales. Pero todo adquirió la velocidad de la luz -o mejor dicho la de la oscuridad- a finales del siglo XX. En nombre de esa libertad de la que muchos hoy se apropian, el malestar fue extendiéndose y permeabilizó con claridad al tiempo que la industria del entretenimiento y la tecnología digital se diversificaban para robar el presente.
La cultura fílmica en las sociedades enfermizas del siglo XXI es uno de los mejores indicadores de la ausencia generalizada de salud mental. Incluso si uno se abandona al capitalismo de plataforma del que llevo varios años saliendo, todo apunta a que no estamos muy bien, ni tan siquiera aceptables. Los únicos filtros que pasamos ya son los de instagram, pero la apariencia de felicidad apenas se sostiene. Los títulos de películas y series son como droga que mantiene al ciudadano apolíptico conectado a la ficción agorera del absorbente sistema. Aunque las campañas electorales y las instituciones sociales todavía permanecen al margen del enorme abandono moral y el declive que vivimos como especie, y aunque hoy más que nunca la realidad supera con creces a la ficción, resulta interesante contemplarla para ver nuestro estado emocional e involutivo en ella. En lugar de combatir los hechos que demuestran que nos estamos yendo al carajo (como especie, como sociedad, como seres vivos), la industria audiovisual imagina variantes posibles de las inmediatas consecuencias de un comportamiento irresponsable.
EL MITO DEL PASADO COMO CONSUELO SISTÉMICO
Se respira desazón y nostalgia en las películas de nuestro tiempo. Parece intuirse en ellas un ejercicio introspectivo de dolorosa constricción que engloba a toda una especie y tal vez sea la mejor muestra del actual pulso del planeta. Como contrapunto, uno puede observar con gran facilidad los denodados intentos de Hollywood por levantar el ánimo cueste lo que cueste con películas ambientadas en otro tiempo, remakes de épocas mejores. Lo bueno o lo residualmente admirable de la humanidad ha dejado de buscarse en el presente y se nutre del barniz épico de relatos anteriores. Si bien mirar a otro tiempo para fabricar el ejemplo ha sido una constante en la historia de la humanidad desde el poema de Gilgamesh, el Enuma Elish u Homero, puede que nunca antes haya existido una ausencia tan flagrante de referencias contemporáneas que aporten esperanza y visión crítica a los que siguen vivos. De algún modo echar la vista atrás y recrearse con tiempos mejores, tranquiliza y ofrece una imagen de nuestra condición mucho más animosa que la presente. Parecemos flotar de orgullo cuando nos fijamos en otras épocas en las que había menos sobrepoblación humana, menos degradación ambiental y mental, y ante todo menos aversión al esfuerzo, la crudeza y el dolor consustanciales a la Vida. Desde nuestras pantallas miramos al mundo que era antes, en una suerte de incoherencia extrema desde nuestro televisor celebramos absortos aquellas épocas en las que todavía existía realidad más allá de las pantallas.
Abundan así las películas bélicas de la IIGM o incluso de la IGM, los títulos que recuerdan los gloriosos 30 años de la posguerra o las semblanzas de personajes mesiánicos que abundaban cuando nuestras sociedades predigitales todavía tenían referentes. Pero nadie en definitiva parece atreverse a defender un atisbo de bondad o vislumbrar un estímulo de esperanza en ningún aspecto de todo cuanto lleva ya más de 4 décadas pasando. Mientras Ana Iris Simón echa de menos el tiempo de sus padres y lo mitifica y lo recrea, olvidamos que fue en aquella generación donde se gestó y aceleró la maquina de mierda que salpica hoy las sociedades posmodernas. Como no tenemos ni puta idea de lo que somos ni queremos, nos decimos que los matrimonios sin divorcio, la escasez de libertad o el caciquismo rural eran mejores, que entonces se comía y vivía mejor. Pero la realidad es que no, el mundo de nuestros padres no era mejor ni ellos eran mejores, simplemente tenían entonces menos instrumentos y mucha menos tecnología para explotar la avidez y desenfreno que han sido en nosotros consustanciales siempre.
El ejercicio de Ana Iris Simón se convierte así en un magnífico ejemplo y un muy bello ejercicio literario de retrotopía, esa búsqueda de una utopía deseable que los actuales seres humanos encarnan en un pasado ideal que nunca existió pero que al reescribirlo de forma ficticia, tranquiliza. Sin medios para poder llegar a esbozar el mapa freudiano de emociones destructivas que hoy nos recorre, entonces -en aquella época- eramos miles de millones de personas menos, no habíamos multiplicado aún por 1000 el ritmo natural de extinción de las especies vivas, consumíamos menos no por convicción ni ética sino porque fuimos -conviene recordarlo- pobres como ratas y la mayoría de nuestro territorio apenas tenía retretes ni agua corriente. Por último, y por descontado -aunque no menos importante- el totalitarismo todavía era local y analógico. Así que no, no éramos mejores sino igualmente dañinos pero sin medios ni recursos.
LA NORMALIZACIÓN DEL COLAPSO
En mi trabajo de investigación exploro ahora los estudios sobre colapsología y las causas de nuestro malestar continuo. Parece que hubo un tiempo en el que las crisis sucesivas fueron suficientes para mantenernos a raya, hasta que hace relativamente poco comenzamos a trabajar activamente para el auténtico y definitivo colapso. Lo que estoy descubriendo -con datos, cifras y hechos de nuestra historia antigua y reciente- sencillamente me aterra. Sea como fuere, parece como si el capitalismo financiero y digital no evocara en los cineastas ninguna voluntad de épica (¿por qué será?), antes bien aflora el cine que muestra la inhumanidad del ser actual en medio de su humanidad herida. Margin call (2011) o The company men (2010) nos ofecían hace años un retrato certero del funcionamiento de la empresa global deshumanizada que apenas ha cambiado. El cine que celebraba la épica y que entonces era sustituido por el cine que retrataba el despropósito, ha sido hoy devorado por el cine que perfila futuras catástrofes. Peliculas de virus, desahuciados sociales, corrupciones políticas, tráfico de influencias, carestía de recursos naturales o exploraciones espaciales para huir de la miseria de la Tierra aventuran una imagen realista de las consecuencias del mundo que estamos construyendo. El ciudadano medio llega a casa y se enfrenta a dos decisiones: ser espectador pasivo de cualquier relato audiovisual del futuro colapso o evadirse del mundo humano con programas vacuos o banales comedias románticas francesas o italianas. Cualquier cosa menos asumir responsabilidad propia.
En una suerte de hibridación entre la vida real y la ciencia ficción a uno le resulta complicado diferenciar los guiones más catastrofistas de Hollywood de las noticias que a diario muestran los televisores y de los hechos de los que las revistas científicas nos alertan. Peliculas y series como The last man on Earth, I am leyend, The book of Eli, Virus, IO, la saga Cloverfield, El día de mañana, Contagio, Un lugar tranquilo, Tren a Busan, The Road, Infectados, 2012, The 100, The Rain, 3%, Walking Dead son insignificantes al lado de los documentales o películas basados en hechos reales como An unconvenient Truth, Lo imposible, Tierra, La hora 11, Plastic Planet, Océanos, The true cost, River Blue, Cowspiracy, 2040, Home, Gaia, o Comprar, tirar, comprar.
Incluso una película de ficción como Extinction (2018) es menos dramática que el documental científico sobre la realidad actual del planeta que David Attenborough ha presentado recientemente con el mismo nombre Extinction (2020). Asustan mucho más los documentales verídicos sobre la realidad invasiva y totalitaria de la tecnología digital incipiente que la serie de ficción Black Mirror (2011). Y en este climax de asunción del colapso, parece como si en el estado actual de las cosas, la aparición de Godzilla por la Gran Vía de Madrid o el aterrizaje de un platillo volante no fueran a causar mayores reacciones que el advenimiento de Boris Izaguirre anunciando la última crisis de la Pantoja. Para confirmar todos los pronósticos que atestiguan nuestra imbecilidad galopante, en el año 2049 el bueno de George Clooney, en la piel de uno de los grandes científicos de su tiempo y uno de los pocos miles de supervivientes, se anima en The midnight sky (2020) a advertir a unos astronautas que regresan de Júpiter, que mejor se den la vuelta, que aquí abajo “como veis, no se nos ha dado bien eso de cuidar el planeta en vuestra ausencia“.
Todo esta enorme estimulación audiovisual ocurre en un estado de anestesia social que da la espalda a las evidencias científicas por medio de estas y otras distracciones. De cuando en cuando el trabajador más quemado enciende el televisor y visualiza videos de tailandeses o indonesios construyendo casas con sus propias manos en medio de la naturaleza. Nuestra nostalgia de cazador-recolector que salió de África hace 300.000 años se mueve en busca de una autenticidad extinta, al mismo tiempo que la desertificación completa de los bosques de pluriselva de la isla de Borneo es un hecho. El televisor sobre el que se ofrecen esas imágenes bucólicas paradójicamente reposa sobre un mueble de Ikea fabricado con contrapachado de madera de una pretérita biodiversidad de millones de años al que la voracidad humanidad ya ha vencido.
Con suerte esa persona ha sacado tiempo volviendo del trabajo para ir a la carnicería o la pescadería y comprar algo. Mientras hace a la plancha su cena, el árbol genealógico del pez, el pollo, el cerdo o la ternera se diluye en la efectividad económica de la maquinaria posmoderna de forma efectiva. Efectiva solo para nosotros, claro, porque desde 1950 el volumen de la pesca ha crecido de 18 a 100 millones de toneladas al año agotando 3/4 partes de los bancales marítimos y haciendo desaparecer a un 60% de las especies marítimas de gran tamaño. La alternativa a esta realidad es también extrema. ¿Qué podemos reprochar a ese español medio que consume 240 litros de agua diarios o a ese estadounidense que consume 4 veces más? Si no eres una de esas personas que forman parte de ese millón de sapiens por semana que se muda a las ciudades en busca de un trabajo precario escapando de la aridez y la pobreza del mundo agrícola abandonado, pertenecerás a esa otra mitad de la humanidad que aún cultiva la tierra. Y si vives por debajo del meridiano, con certeza serás parte de esos 3/4 partes de personas que la cultivan a mano, o tal vez una de esas 1 de cada 4 personas (1.500 millones de personas) que viven como se vivía hace 6.000 años, o puede que una persona entre las 1.000 millones de ellas que no tiene acceso todavía hoy a agua potable. Si eres de ellas con certeza no estarás leyendo este artículo, porque no tendrás acceso a internet (el menor de tus problemas), y vivirás en uno de esas decenas de países ricos en recursos con poblaciones completamente explotadas en las que se acumulan la mitad de los pobres de este mundo y cuyo esfuerzo genera la mitad de la riqueza del planeta humano en manos del 2% de personas. Algún imbécil -o por desgracia ahora muchos- escribre de cuando en cuando un libro celebrando la mejora significativa de la calidad de vida de la humanidad entera. Hay gente pa tó, que diría Bombita.
Y en medio de este mundo inventado en el que la felicidad huye del que posee y se le arrebata al explotado, uno queda perplejo al contemplar los poderosos, fríos y vacíos paisajes que se suceden en la carretera rodeando de infinitud el hogar móvil que conduce Frances McDormand. El espectador huye con ella en esa furgoneta, trata de escapar sin ningún éxito de una sociedad rota cuyas cenizas muestra con maestría Chloé Zhao en Nomadland (2020), una oda a una época llamada Progreso que dicen -aunque ya no se sostiene – que antes existió. De acuerdo a las exigentes y ahogadoras premisas de la mano invisible (Adam Smit, nuestro valiente profeta), aquellas antiguas industrias hoy yacen bajo el polvo a la sombra de las grandes naves robotizadas de Amazon, aquellas ciudades llenas de vida son hoy lugares fantasmas que visitan seres que provienen de las megaciudades emergentes, y los excedentes humanos de aquellas familias con grandes coches, barbacoas y jardines hoy tratan de sobrevivir sin apenas dinero para malcomer en los maleteros de un coche. La clase trabajadora que vivió la ficción eventual de creerse clase media ya cumplió su cometido. Sin ser conscientes de ello el esfuerzo diario de centenares de millones de personas -entre ellos mis padres y los tuyos- se convirtió en el mejor acelerador combustible para la demolición del mundo conocido (el natural y el humano). Y entre tanto Elon Musk fabrica cohetes para abrir el espacio al mercado. Desea trascender y perdurar en lugares remotos del tranquilo universo… Tranquilo, claro está, porque todavía no llegamos nosotros. El caso es que veo a la sonda Voyager I descojonarse de la risa al contemplarnos desde sus 22.600.000.000 de kilómetros de distancia, a un ritmo de carcajada en el que huye del planeta Tierra a 17 kilómetros por segundo. El otro día al comentárselo a una amiga que todavía está bien de la cabeza, me decía… ¡Qué envidia!
Pero créanme, el éxito de Nomadland no es un fenómeno puntual, responde a un patrón de expresión creativa audiovisual concreto que muestra la humanidad gris que ahora somos. Ese patrón tiene múltiples ejemplos. Un año antes de Nomadland, en la también mundialmente celebrada Parasite (2019) un irreprochable Bong Joon-ho pintaba el retrato de la inmensa y mayoritaria cara B del mundo, familias que viven del pillaje en la miseria, seres humanos convertidos en parásitos sociales por el mecanismo empobrecedor y la lógica diligente del sistema. Apartados del mundo se convierten en seres invisibles. Nuevas éticas de la precariedad se abren paso en estructuras laborales decadentes que lentamente quiebran. Lo que fuimos ya no sirve y nadie sabe hacia donde ahora vamos. El ejercicio de exposición de nuestra miseria que realiza Bong Joon-ho lleva hasta el cine de masas la larga tradición de exposición de la miseria que realizaron en su día Ken Loach, Vitorio di Sica (su imprescindiible Ladri di biciclette es pionera) o Luis Buñuel.
Y cuando algunos piensan… Bueno, pero también somos capaces de grandes cosas, dos buenos ejemplos de bofetadas cinematográficas nos demuestran que sí, en efecto lo somos, pero sobre un amplio océano de corrupción y de mierda… En The last face (2016) el maravilloso director Sean Penn mostraba el retrato descarnado del mundo de los cooperantes, esa legión de animales heroicos que no contentos con disfrutar una vida de privilegio se adentran en lo más oscuro y lo más negro. Seres humanos que pretenden tan solo ser humanitarios, esto es, servir a sus semejantes, sufren las consecuencias de una globalización envilecida que muerde a quienes tratan de curarle las heridas. Charlize Theron y Javier Bardem cruzan sus vidas en una continua batalla por superar la iniquidad de los laboratorios farmaceúticos, la corrupción de las instituciones políticas o la constante dentellada de los grupos paramilitares armados por Occidente para mejor matarse. Algo que ya había sido puesto sobre la mesa en la también descarnada -y edulcorada- película Beyond Borders (2003) en la que Angelina Jolie vive un apasionado romance con Clive Owen, un doctor que se mueve por varios continentes entre la ilegalidad y la legalidad de los médicos cooperantes que ponen tiritas a una humanidad que se desangra en abierto.
Las series Euphoria, Shameless, Modern Love, Fleabag o Transparent ponen sobre la mesa de la cena de millones de familias la vida de personas que lidian como pueden con construcciones sociales, identitarios y culturales anacrónicas que destrozan su salud mental a diario en el fuerte choque con el individualismo contemporáneo. Una mujer con una vida vacía se siente extasiada ante la vida de los otros que contempla a través de las ventanas mientras toma el tren camino a casa cada día en The girl on the train. La excelente Robin Wright trata de superar un suceso traumático en su vida escapando y dejándose morir en las montañas en Land. Trabajos que no existen, afectos que se crean para sustituir a otros que ya se fueron, relaciones amorosas urbanas, fugaces y sedentarias, amores dificiles de mantener en medio de la furia turbulenta posmoderna. La película V de Vendetta cuyas máscaras fueron utilizadas posteriormente en el ya completamente extinto espíritu del 15 M o las series Years and Years, Black Mirror, Them, The Wire o The handmaids tale alertan -tal y como antes lo hicieron Orwell, Asimov, Bradbury o el propio King- de los peligros del fanatismo que favorece la pasividad. Donald Trump ha hecho más daño al mundo del que jamás hizo Kevin Spacey en House of Cards.
Proliferan los documentales que nos advierten de las consecuencias de las burbujas financieras del dataísmo, la deshumanización provocada por las redes sociales, el peligro de la cesión de datos personales, el aumento de la publicidad subliminal. Y como consuelo uno puede visualizar el lavadero de conciencias psicoanalítico del mundo en In treatment o conocer las últimas tendencias y modas que aceleran la inercia desde la mirada de la consultora Axios.
En Una ventana al mar (2019), Miguel Ángel Jiménez nos ofrece otro retrato frecuente: una mujer madura que ya no es útil para la sociedad para la que trabajó pero se niega a renunciar al amor o a sus sueños antes de morir. De algún modo se niega a reconocer que ella no posea ya belleza y eso la convierte en el mejor paradigma de la mujer heroica posmoderna. La inalterable mirada de Emma Suárez se abre paso desde el Cantábrico y a través del mar Mediterráneo hasta acabar en uno de los países destruidos por la crisis, Grecia. La antigua cuna de la civilización moderna se convierte así en la víctima de un mundo que ofrece una experiencia de renacimiento para el nuevo ave fénix: ser humano de más de 45 años que se niega a que le aparquen. Edadismo o silver sufers lo llaman algunos gurús en sus continuas conferencias, al tiempo que las empresas no reducen sino que aumentan sus formas de discriminación continuas.
En Mientras dure la guerra (2019), la visión de Amenabar trata de advertirnos de los peligros de las ideologías del odio retrotayendo a los espectadores españoles a episodios que todavía emocionalmente sienten como recientes. El mejor Karra Elejalde personifica a un ser humano que hoy desde la periferia intelectual de nuestro tiempo nos parece estratosférico. Un Miguel de Unamuno convencido de convencer y a la vez entristecido por volver a comprobar cómo perdemos todos en esta tierra de nadie que queda tras la derrota continua de quienes tratan siglo tras siglo de educar a España, aún a pesar de aquellos que la pueblan. Pero a Unamuno ya nadie le lee y a Karra Elejalde le escuchan solo unos segundos antes de acudir a las urnas a votar a los nuevos representantes políticos del odio, la ignorancia falaz y el oscuro y vetusto enfrentamiento.
EL ABORDAJE EPIDÉRMICO: TODO SUPERFICIAL ES MEJOR QUE ALGO EN DETALLE
Atereados en su propia supervivencia los refugiados climáticos, los represaliados políticos, los industriales proactivos, los jubilados empobrecidos, las femenistas que se enfrentan entre ellas, los riders o las kellys, el desahuciado que ve cómo la persona que le defendía antes le olvida por completo siendo alcadesa, las madres estresadas o los brokers de insatisfacción eterna y pretérita, no prestarían mucha atención a un extraterrestre o un monstruo marino. Y en esta anestesia colectiva en la que todo es incertidumbre y nada es horizonte, en este magma en el que todo se agita y nada llega, la sociedad de todos acaba siendo en definitiva la tierra de nadie. La clave, sobre todo, está en adormecer, en generar activismo de sofá, en provocar agitación y protestas pero de esas que nunca dan problemas.
Alguien escribe un tweet o publica un video en tiktok que se hace viral y algún periodista vago que jamás hizo periodismo de investigación utiliza para llena espacio en el telediario. El video o el tweet no tienen ningún efecto y a los dos días todo se olvida por completo, hasta ahí el activismo posmoderno: controlable, ruidoso pero apenas significativo y siempre fugaz e indoloro. Proliferan los videos en Twitch o Youtube de personas apenas leídas o informadas que comparten su opinión (un puzzle de ideas inconexas) a masas deseosas de adquirir criterio sin esfuerzo. Hay debates de jóvenes curiosos en espacios como GenPlayz que pueden resultar interesantes pero se quedan en la superficie. Como ocurre con casi todo la atención también allí es epidérmica y no orgánica, expositiva y no propositiva. Prima el impacto y la risa sobre el conflicto real y la crítica.
En algunas plataformas, foros y espacios, la cultura sobrevive con mayúsculas y con enorme dificultad. Nos quedan así grandes espacios de conocimiento, fundaciones privadas, instituciones todavía públicas y canales audiovisuales que estimulan la curiosidad sana, el sentido del conocimiento y la conciencia cósmica (ese sabernos muy poquita cosa para desvestirnos de certeza). El Espacio Fundación Telefónica, la Fundación Juan March, Medialab Prado, la Fundación Raíces de Europa, el Museo Nacional del Prado, el MNCARS, el Museo de la Evolución Humana, la Casa Árabe, la Casa Asia o la Casa América son mis favoritos en España. También -por amistades, conversaciones y experiencia- conozco el delicado estado financiero y la escasez de recursos de muchas de ellas, y reconozco que me apena.
Como completemento a esta realidad, la realidad de la antena televisiva en abierto es igualmente descarnada. Ojo al dato: En la televisión española no existe un solo programa cultural o de reflexión documentada o seria en ninguna televisión privada. Han leído bien: en ninguna. De nuevo uno puede escuchar a una caterva de imbéciles repetir el mismo soniquete cuando una conversación se pone interesante: “Parecemos ahora mismo la 2“. Claro, lo parecéis porque el canal 2 de RTVE ahora mismo es el único canal televisivo en España en el que podemos contemplar conversaciones y diálogos de interés para el lector, el curioso o simplemente el ciudadano. Educado en el puro entretenimiento, el ser humano medio no nutre las audiencias de un sistema de medición de éxito audiovisual que hace décadas quedó caduco pero en el que triunfa la voluntad popular de infoxicarse.
HACIA DONDE VAMOS: LA TIERRA PROMETIDA DE CHINA
Si no trabajamos masivamente por evitar lo que ya está siendo un hecho -y no basta con que 4 o 5 freakis agentes de cambio rememos en esa dirección- tengo muy claro hacia donde vamos. Puede que el mejor retrato de la inmensa desgracia social y ambiental que estamos propiciando desde el ya obsoleto modelo de relaciones en el que nos movemos, se encuentre en American factory (2019), ese maravilloso trabajo documental de los entrañables ancianos Steven Bognar y Julia Reichert en el que se ve el choque entre la completa amoralidad productiva de China y el imperialismo laboral todavía predominante -aunque en rápida decadencia- de la clase trabajadora de EEUU. Empresarios que eliminan sindicatos, personas que sobreviven con lo que pueden, empleos miserables y dictaduras que esclavizan para multiplicar cosas en la vida del consumidor irresponsable. Y entre medias de ambos mundos se sitúa Europa, cariacontecida y en parálisis permanente.
La sociedad orwelliana ha llegado y se llama China: Mientras la segunda generación de capitalistas financieros aterriza en China proclamando que es la nueva tierra de las oportunidades en la que crecen como setas las ciudades y los mercados, El Gran Hermano totalitario crece y la ambición de Xi Jinping aspira a que la industria de la videovigilancia china recorra la cada vez más corta distancia entre la ausencia total de libertades china y los restos de las democracias liberales y plurales occidentales. Los datos asustan. Desde 2013 a 2020 se ha duplicado el impresionante número de cámaras en las calle chinas hasta alcanzar los 600.000.000, lo que equivale a 1 cámara por cada 2 habitantes chinos. Las etnias uygur y tibetana viven una vigilancia constante por parte de las autoridades chinas que supera cualquier ficción cinematográfica. Campos de reeducación y detenciones arbitrarias a partir de espionaje digital revelan un sistema de represión silencioso muy desarrollado que audita costumbres de consumo, creencias religiosas, facturas, salarios, horarios de empleo, envío y recepción de correos electrónicos, sistemas de mensajería instantánea, geolocalizaciones e imágenes captadas por las cámaras de móvil o en la calle e incluye códigos QR de marcado social y apps desarrolladas exprofeso para vigilar y castigar (Si estuvieras vivo, fliparías, Michael Foucault).
Este sistema de espionaje y etiquetado social al servicio del régimen se complementa con modelos públicos que convierten a sospechosos en personas marcadas u objeto de constante vigilancia. El sistema de Crédito Social, que ahora se exporta a otros paises y que partió de los trabajos de Lin Junyue, infantiliza los ya socavados derechos ciudadanos en China desde hace algunos años. Dicho sistema puntúa a las personas desde la triple A a la D en función del completo cumplimiento de las normas impuestas e incentiva que las personas cumplan con leyes impidiendo y limitando su libertad hasta límites que atentan contra la igualdad de oportunidades en la política, el trabajo o la sociedad. Todo pasa la validación de un baremo de puntos a través del cual las personas van perdiendo derechos de forma irreparable si incumplen las asfixiantes leyes chinas favoreciendo la delación y la denuncia de vecinos en la propia comunidad. Las fotografías de ciudadanos ejemplares cuelgan como modelos de moralidad en expositores públicos mientras que los ciudadanos de mala calificación son expuestos para vergüenza pública y el sonido de su móvil antes de descolgar la llamada les identifica públicamente como deplorables.
Para aquellos que escriben magníficos libros defendiendo que este es el mejor momento de la humanidad, en fin, aunque solo sea por vergüenza propia y para la salud mental del resto de nosotros, por favor hacéoslo mirar. Si no conocéis a un terapeuta, en serio, yo puedo daros un teléfono…
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Respuesta para la pregunta que todos me estáis haciendo estos meses: ¿Cuándo se publicará el libro?. Pues bien, no es 1 solo libro sino 4. Los estoy escribiendo al mismo tiempo y como mínimo la investigación durará 5 años. Ya llevo 2 de ellos, así que paciencia. La perspectiva histórica y la rigurosidad se cocinan a fuego lento.
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por David Criado | Abr 21, 2021 | DESARROLLO DIRECTIVO
“Las épocas de heroísmo son generalmente épocas de terror“
maestro Ralph Waldo Emerson, El heroísmo
El nivel de desquiciamiento colectivo está llegando a niveles asombrosos. Lo reconozco, a veces cuando leo algunas cosas la postura que tiene el tipo que encabeza este artículo me posee. Es como si me dijera a mí mismo en alto: ¿En serio está ocurriendo esto?. No tengo ya ninguna duda: el homo economicus que soñaron los padres fundadores del neoliberalismo posmoderno está mutando a homo estupidens a un ritmo acelerado. Espero acabar la investigación y los libros antes de que hayamos olvidado leer o nos parezca poco trendie pensar de forma crítica. Convengamos en algo: Últimamente el mundo anda más loco de lo normal. No es solo la pandemia, es más bien un proceso de estupidización global. En medio de toda pandemia o carestía, surgen los profetas. En otras palabras, a río revuelto, ganancia de pescadores. El profeta que me ocupará hoy se llama Florentino Pérez. Vayamos por partes.
Recientemente Andy Stalman, una persona cuya labor sigo desde hace años y cuyo trabajo observo y respeto, ha publicado un artículo sobre la propuesta de Superliga abanderada por Florentino Pérez. Pude conocer su artículo La Superliga Europea, caso de estudio para el mundo de la empresa gracias a la impactante publicación en Linkedin que figura más abajo. Sirva este artículo como alternativa a la propuesta de reflexión del maestro Andy Stalman. No suelo coincidir en casi ningún análisis que hace Andy sobre la realidad actual de nuestro mundo, pero ello no me impide respetarle y considerarle lo que es, un buen maestro del marketing.
Este artículo breve tendrá 3 partes. En ellas trataré de exponer por qué la Superliga es el perfecto ejemplo de…
- MARCAS Y NEGOCIOS QUE NOS ENVILECEN: Aquí explicaré cómo nos empobrece la creación de marcas o negocios elitistas sin valor de mejora social, sin ninguna voluntad de cambio significativo y sin ganas de fomentar comportamientos éticos o solidarios.
- EL RANCIO MANAGEMENT DE SIEMPRE: Aquí abordaré cómo la inercia amoral y acrítica del pensamiento empresarial predominante desprecia a las mayorías e impone el conflicto radical continuo como medio imprescindible para la supervivencia.
- LOS 3 PECADOS CAPITALES DEL MESIANISMO EMPRESARIAL: Aquí explicaré cómo Florentino Pérez reinventa 3 de los 7 pecados capitales que siempre ha practicado pero cuyo alcance nunca acaba.
Comenzamos.
MARCAS Y NEGOCIOS QUE NOS ENVILECEN
Cuando era pequeño amaba el fútbol. Pasaba el día pegado a un pelota y apenas descansaba. Jugaba incluso con tetrabriks vacíos hinchados con aire en el patio del colegio cuando ni siquiera teníamos balones. En aquel tiempo -hace menos de 30 años- equipos de todo tipo de ciudades todavía competían entre sí en una desigualdad tolerable que permitía a grandes equipos medirse con pequeños que buscaban la gesta memorable. Los estadios de fútbol eran lugares donde se dirimía el estado de ánimo de la sociedad cada domingo. Eso fue antes de que los equipos jugaran casi cada 2 días y la intensificación y globalización mediática de los torneos convirtiera un deporte noble en un descarnado mercado de intereses y lucha de poderes. Desde sus inicios el fútbol ha estado politizado y ha dependido de filántropos o empresarios que invertían en los equipos a cambio de relevancia social. Hace unos días, sin embargo, se dio un paso determinante que augura la ya creciente voluntad de apropiación de un bien colectivo y una ilusión social que a todos nos pertenece: el deporte.
La propuesta de creación de una Superliga por parte de uno de los empresarios más poderosos del mundo (ACS factura más de 100 millones de euros/día) y presidente del Real Madrid C.F. (El primer o segundo club de fútbol del mundo en cuanto a facturación anual) merece ser atendida por varias razones:
En primer lugar, considero que merecen mucho respeto las personas capaces de dirigir grandes conglomerados de negocios con independencia de la condición ética de sus actividades y modelos de negocio. Si queremos mejorar las cosas, es necesario examinar y entender la realidad de aquellos que han llegado a ser poderosos. En segundo lugar se trata de un fenómeno que capta la atención de mucha gente y es bueno reflexionar sobre algo de lo que todo el mundo opina para favorecer la reflexión racional de nuestro presente. Y por último siempre he creído -en contra de todas las escuelas de negocio que conozco- que la disciplina empresarial es algo vivo y puede alimentarse de noticias recientes. Esta es una de ellas.
El pasado domingo 18 de abril de 2021, 12 clubes de fútbol autonombrados “los más importantes” y abanderados por Florentino Pérez anunciaban la creación de la Superliga a todos los medios de comunicación a nivel mundial. Más allá de que el proyecto se esté cayendo por lógicas y evidentes presiones sociales, merece la pena analizar la continua banalización del mundo empresarial y los negocios de la que este episodio es un gran ejemplo.
Esta banalización con la connivencia de 3 factores simultáneos que suelen operar de facto en la lógica neoliberal más rancia y evidente, a saber:
- Una coyuntura económica dificil muy útil para imponer medidas y lógicas abusivas y en la que unos pocos tratan de sacar tajada cueste lo que cueste y caiga quien caiga: En otras palabras, el descenso de ingresos por la pandemia ha afectado al mundo del fútbol y un líder supuestamente carismático recupera un viejo proyecto elitista con el que ahora es más facíl convencer a los clubes que anhelan la continuidad de un crecimiento financiero infinito que ya no existe. Esta reedición y abuso de tiempos de incertidumbre para imponer viejas ideas suele estar fundada en medidas liberalizadoras y desrregularivas anteriores, en este caso sirva de ejemplo la Ley Bosman de 1995, pero también en pactos y movimientos alegales o en la sombra.
- La promoción y difusión de nuevas marcas y modelos de negocio por la industria insaciable del marketing vacío que solo admira el impacto fáctico y efectista convirtiéndose en un altavoz acrítico de las inercias, y haciendo que la publicidad -una de las formas de comunicación humana más efectivas- sirva a los intereses de una minoría cada vez más poderosa contra una mayoría que les compre. Sirvan de ejemplo los innumerables programas de televisión, medios y profesionales que se han hecho eco de esta propuesta de modelo de negocio durante los días previos y posteriores, en todas y cada una de las casas de cualquier persona que viera un telediario, abriera un diario (deportivo o no) o siguiera los consejos de un influencer o referente en las redes sociales. Tal y comentaba por redes sociales, incluso desde el punto de vista publicitario, mi posición es que el MKT no debe ser mera propaganda desligada de la ética. La publicidad (el branding, el marketing o como demonios quieran llamarlo) no debe idealizar el mito de la rentabilidad creciente o la generación de actividades económicas que contribuyen a la apropiación de un bien colectivo.
Por todo ello, lamento no compartir el entusiasmo y la admiración de Andy Stalman por la figura de Florentino Pérez y por ese supuesto cambio revolucionario para el fútbol europeo que lidera. Me da igual que tenga 74 años, que dirija una industria exitosa o que presida uno de los clubes más laureados del mundo. Habría tal vez que preguntarse por qué ocurren las dos últimas cosas y a que se deben. Respuestas a ambas preguntas no me faltan: concentración del poder económico del fútbol en unos pocos clubes gracias a acuerdos comerciales abusivos con empresas de comunicaciones; un desmedida, insultante e impúdico mercado del fútbol que aumenta cada año más en un mundo donde las clases medias se diluyen y la pobreza se generaliza; una concentración sectorial industrial fundada en la absorción, desmantelamiento y destrucción de la competencia; una vinculación directa y completamente demostrable entre clubes de fútbol poderosos y cargos políticos y empresarios que utilizan la atalaya del entretenimiento de masas como medio para su enriquecimiento,… En fin, la lista no acaba.
Entiendo que el negocio del fútbol se replantee fórmulas de nueva rentabilidad económica. Es algo lícito y propio de cualquier sector empresarial actualizarse. Otra cosa bien distinta es que en el fondo nada cambia de todo lo deleznable que tiene el fútbol de hoy (sueldos desmesurados, presión sobre el rendimiento del futbolista, apropiación de poder, abuso y control mediático) y solo cambie el fútbol (minutos de juego, horarios de partidos, número de partidos por semana) para intensificar la explotación de beneficio económico, y no para favorecer una comprensión saludable del deporte.
Esta propuesta nunca tuvo la voluntad de generar un marco europeo de competición deportiva justo y que garantizara la igualdad de oportunidades. Su impulso pretende que una parte muy reducida del mundo del fútbol salga reforzada respecto a una mayoría de clubes y aficionados, y además que esa minoría sortee la creciente migración de la atención masiva hacia otros medios de comunicación menos formales y menos controlables por los clubes en términos de explotación de beneficios económicos (hablo sobre todo de redes sociales de nuevo cuño y canales de streaming). En realidad la propuesta es un gran ejemplo de un dilema clásico de la filosofía moral y política: el contrato social VS el acuerdo comercial. Desde el siglo XVII y sobre todo desde el siglo XVIII aquellos que tradicionalmente entienden que la base de las relaciones humanas debe ser regulada desde el interés colectivo decidido por todos (de forma directa, participativa o a través de representantes políticos) entienden que la economía es un medio fundamental que sirve a un marco de convivencia compartido; y por otro lado aquellos que tradicionalmente entienden que esta base conductual solo debe ser regulada por los acuerdos comerciales libres entre partes entienden la economía es un fin al que las personas servimos.
Los que defendemos una posición intermedia entre el contractualismo social (liberalismo político) y libre mercado (liberalismo económico) hoy somos pocos y estamos en peligro de extinción. El falso dilema populista entre SOCIALISMO o LIBERTAD (muerte o susto) que ahora los representantes políticos más cercanos a Florentino Pérez defienden era y es por tanto falso y demuestra un desconocimiento histórico falaz, del mismo modo que es falso afirmar que el fútbol no sobrevivirá si no se produce una apropiación económica de este deporte por “los mejores”. Por cierto, eso de “los mejores” sería bueno que Florentino Pérez se lo dijera a un aficionado del Betis o del Rayo Vallecano o el Oporto… Sería genial que esta persona se diera cuenta de que el éxito en el deporte no consiste solo en ganar títulos o facturar dinero sino en aprender de esa relación saludable y muy pedagógica entre competición y solidaridad que tanto nos ennoblece como sociedad.
El neoliberalismo del que Florentino Pérez es uno de los mejores apóstoles, quema la tierra que cultiva dado que presupone a los acuerdos comerciales derecho de regulación de las relaciones humanas por encima de cualquier interés colectivo o bien común. Pero la verdad e que el fútbol siempre ha estado saludablemente en medio: en manos de millonarios que buscaban relevancia como bien colectivo disfrutable por todos. La restricción del acceso a la visualización de partidos no fue de hecho una innovación de los años 90, siempre ha estado ahí como medio de ganancia para el mantenimiento de los clubes. Recordemos aquellas jornadas en el antiguo estadio Metropolitano en las que las personas hundidas en la miseria económica más absoluta se encaramaban a la colina para poder ver el partido. Nada nuevo bajo el sol. Pero hay una diferencia notable entre restringir un uso para obtener un beneficio privado que se revierte a la sociedad, y tratar de apropiarse de un sector para romper un mercado. Ese es el efecto destructivo de la corriente económica neoliberal.
EL RANCIO MANAGEMENT DE SIEMPRE
Hay cierta impostura poco saludable y muy frecuente en el pensamiento empresarial y los modos de hacer de los negocios a la manera clásica que tiene que ver con ocultar los problemas reales para aparentar una fortaleza que no existe o es endeble. En el caso de la Superliga, su propuesta nace en verdad de un problema que es común a todos los clubes de fútbol grandes y pequeños pero que en los grandes causa una mella enorme: se trata de la financiarización de los clubes (la cesión de su propiedad real a los bancos) debido a su incapacidad para afrontar las deudas o préstamos necesarios para mantener un ritmo de negocio con unas cifras insostenibles en lo que vendría a ser una de las mayores burbujas de actividad económica de nuestras sociedades que nadie quiere acometer porque mantiene entretenida y ocupada a la gente. Ese es el verdadero problema y nadie reflexiona sobre cómo resolverlo, antes bien las propuestas engordan y amplían el problema buscando nuevos ingresos para que la burbuja se mantenga.
Además de valorar la adaptabilidad en las formas de negocio y admirar los Business Model Canvas de la Superliga y otras gilipolleces similares, deberíamos revisar la ética de los negocios. Si solo admiramos el dinero que pueden dar, olvidamos u obviamos la sociedad a la que DEBEN SERVIR TODOS Y CADA UNO DE LOS NEGOCIOS. Tal vez por eso uno echa en falta cuando ve todas estas cosas, cierta capacidad de autocrítica en aquellas personas que lideran el mundo. Y Florentino Pérez sin la menor duda es uno de ellos. Resulta innegable e incluso admirable su capacidad de mantener el equilibrio de manera continua desde sus inicios empresariales en los años 1970 y su inagotable pulso con las primeras economías mundiales. Como bien dice Andy Stalman no se le puede reprochar pereza a sus 74.
Sus influencias son eternas y poderosas. Desde la polémica recalificación y venta de la Ciudad Deportiva del Real Madrid en el terreno en el que hoy se sitúan el 4 Torres Business Area y en cuya operación participaron las principales grandes empresas españolas del momento hasta su fantástico olfato de talento con profesionales como su antiguo Director de Comunicación y Contenidos en el Real Madrid, Antonio García Ferreras, quien ocupa hoy uno de los programas televisivos españoles de más audiencia y con amplia influencia política; o su política de fichajes conocida como Zidanes y Pavones que rompió por completo el fútbol de finales del siglo XX introduciendo el capitalismo de casino en el fútbol tal y como recuerda uno de los madridistas más antiguos. Todo ello ha generado polémica y a la vez ha hecho universal a un club de fútbol cuyas camisetas visten los niños más hambrientos del mundo para quienes el líder salvador tiene estas palabras: “El Real Madrid para ellos es su única ilusión y esperanza“. Manda huevos, con perdón.
Nada puede objetarse en cuanto a capacidad de negocio en términos de rentabilidad económica a Florentino Pérez, otra cosa son las consecuencias de sus acciones y el tipo de sociedad que promueven. Son conocidos ejemplos muy claros en este sentido como el encarecimiento de camisetas oficiales del Real Madrid, o la pugna por el mantenimiento de agravios comparativos con otros clubes.
La propuesta de la Superliga en la cara deportiva de la vida de Florentino Pérez se asemeja en lo empresarial al golpe de efecto que ha dado respecto a la cúpula directiva de Dragados. Ambas medidas responden a una forma de hacer economía y negocios que está fundada en un fuerte sentido de cambiarlo todo continuamente para que todo siga igual. No hay reflexión ética ni social sobre lo que se hace, tan solo una suicida búsqueda continua del crecimiento económico que se lleva por delante economías familiares, órdenes sociales y mercados laborales enteros. Todo queda bien en la foto del evento pero a la larga la película documental del mundo que generan este tipo de inercias empresariales es dantesca.
LOS 3 PECADOS CAPITALES DEL MESIANISMO EMPRESARIAL
En el fondo el deseo de Florentino Pérez es perpetuarse, hacerse un hueco en la historia más allá de la mortalidad, del mismo modo que lo pretenden los grandes promotores de la desigualdad e injusticia global al más puro estilo Ellon Musk o Jeff Bezos en la línea de sus próceros mesiánicos Bill Gates, Larry Page o -me deprimo solo al escribir su nombre- Steve Jobs. Estas figuras apolíneas, de jerseys de cuello vuelto minimalistas o trajes encorbatados con aspecto de respetabilidad institucional, no dudan en liderar iniciativas y libros solidarios que tratan de arreglar el mismo mundo que a la vez ellos estropean. Y a mí esta mierda me cansa. El doble juego es tan evidente que resulta cruel y vergonzoso.
La propuesta de creación de la Superliga por parte de Florentino Pérez representa el paradigma de los 3 pecados capitales más desarrollados por esta clase de mesianismo empresarial en el que solo sobrevive el más fuerte, esto es, el más descarnado y cruel:
La propuesta es un buen ejemplo de la AVARICIA porque representa a una de las personas más poderosas del mundo y uno de los clubes más poderosos del mundo que se alían con otros poderosos para apropiarse de un deporte. Es decir, no contento con todo el reconocimiento y el dinero del mundo, quiere más. Ese alma insaciable es lo que vacía el mundo y nos pesa para ser mejores, lo que nos envilece y lo que nos condena. Las desorbitadas magnitudes financieras del fútbol y la pretensión de rentabilidad infinita que él representa y fomentó desde un inicio, envilecen un deporte que amo y son el peor ejemplo de éxito insolidario y clasista para los más jóvenes.
La actitud de Florentino Pérez en este aspecto es un claro ejemplo de ENVIDIA porque personas y organizaciones con mayor poder que él (a ese nivel hay pocas) le retuercen las tripas y no puede evitar sentirse regulado o normativizado por algo mayor que su interés propio. Bajo el pretexto de evitar la monopolización de la UEFA, Florentino Pérez propone una monopolización más drástica: la suya. El es fundador y dirigirá la iniciativa si llega a buen puerto.
Y por último Florentino Pérez en este caso de estudio no es un ejemplo de liderazgo, sino de SOBERBIA; no es agotamiento de un modelo, es una insultante aberración económica y una iniciativa deportivamente excluyente en un mundo en el que se diluyen las clases medias y se amplia la pobreza; no es ejemplaridad pública, es una profunda e intensa necesidad de controlarlo todo. Es una ruptura de la idea del fútbol como academia, como cantera y camino de desarrollo en virtud de la nueva ética elitista y finalista de la rentabilidad financiera. El problema es que a lo largo de la historia, las propuestas de creación de minorías selectas han supuesto siempre una enorme involución para las mayorías que eran indudablemente despreciadas.
Queridos amigos y amigas, hay otra forma de entender el entretenimiento, más democrática, más solidaria, más humana y menos egoísta. Y sí, por supuesto, hay otra forma de entender la economía y el mundo de la empresa.
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por David Criado | Abr 6, 2021 | DESARROLLO PERSONAL
“En algún momento de la vida, la belleza del mundo se vuelve suficiente. No necesitas fotografiarla, pintarla o incluso recordarla. Simplemente basta.“
maestra Toni Morrison
esperanza: Der. de esperar. 1. f. Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.
En medio de una inercia superficial sin precedentes históricos, en este artículo trataré de explicar por qué es útil conservar la esperanza y de qué forma podemos contribuir a que aquellos que nos rodean, la tengan. Haré una puntualización previa: la esperanza no se conserva, se practica y si no se practica, no se tiene porque se pierde. En tiempos apocalípticos tienes derecho a no tener esperanza, pero si quieres tenerla recuerda que no consiste en cruzar los dedos y esperar a lo que venga, tal y como hace el tío freak de la foto de arriba. Tener esperanza consiste en actuar a diario para merecerla y si al final no viene, conservar la confianza en seguir haciendo lo correcto. Si la esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea, deseemos mejorar el presente y no que mejore por sí solo en el futuro.
Este artículo tiene los siguientes apartados:
- Próxima parada: Esperanza
- La esperanza es consecuencia de ser y estar presentes
- La esperanza llega cuando algo se comparte
- La esperanza se encuentra en lo básico
- La esperanza solo llega si te das tiempo y espacio para tenerla
- Toda persona es la esperanza de otra
Comenzamos.
PRÓXIMA PARADA: ESPERANZA
¿Es posible en los peores momentos y lugares tener esperanza? No he parado de experimentar en mis viajes y experiencias profesional y personales que sin duda, sí, claro que es posible. Me atrevería a decir que no sabría vivir sin esperanza, lo que me recuerda una anécdota. Cuando era adolescente mi amigo Pablo, probablemente una de las personas a las que más admiro, nos invitó a varios amigos a ir a su casa. Aunque quedaba cerca del colegio, yo jamás había estado en su barrio y existía una frontera social y psicológica muy marcada entre Canillas y los barrios que la rodeaban, al menos hasta la entonces reciente unificación de todos ellos en el distrito de Hortaleza. Para un extranjero de Esperanza, pervivía aún en el imaginario colectivo una imagen de bandas enfrentadas a lo West Side Story pero en el noreste de Madrid y sin tanto baile de moñas. Tras tomar el metro nos bajamos en la estación de Esperanza y al preguntarle varios de nosotros por el motivo de aquel nombre, Pablo nos lo explicó mientras subíamos por las callejuelas oscuras en las que se sucedían las anécdotas sobre atracos, reyertas y barbaridades varias vividas en los anteriores años recientes. Sirva la explicación de Pablo para resaltar la importancia de conservar siempre la esperanza:
Antiguamente aquel pequeño barrio estaba poblado por chabolas de pequeños trabajadores y familias gitanas entre los que se el propio Pablo y sus hermanos se habían críado durante años. Con la llegada de la construcción de nuevas viviendas subvencionadas y accesibles para los trabajadores, los vecinos habían rebautizado el nombre del barrio a Barrio de la Esperanza, una estación que Manu Chao honró años más tarde en su famosa canción. De algún modo con los años la llegada del metro en 1979 a un barrio que era el fin del mundo para todo madrileño, había dado alas al lugar. En la típica sorna mitológica de la que hace gala con frecuencia todo madrileño, nuestro profesor de religión no paraba de decirle a Pablo que él conocía su barrio cuando todavía allí había indios que tiraban flechas. Tras unos años 80 y comienzos de los 90 en los que abundaba la droga, la inseguridad y los yonkis de barrio en el marco periférico de la llamada movida madrileña y el fenómeno de la delincuencia juvenil que tan bien retrató el llamado cine quinqui, el barrio había logrado resurgir de sus cenizas. Todos necesitamos esperanza y el barrio de Pablo, al que luego he ido con frecuencia considerándolo mi propia casa, es un buen ejemplo.
LA ESPERANZA ES CONSECUENCIA DE SER Y ESTAR PRESENTES
Conservo mi esperanza porque no la deposito en el futuro sino en el presente, en lo que ahora está ocurriendo cuando me lees o cuando escribo, en las personas con las que estoy cuando me hablan, en el abrazo que doy o en el abrazo que recibo. Solo por eso la vida tal y como hoy se me presenta me sorprende. Su naturaleza es desnuda y evidente, me asombra. Se parece a una película de Terrence Malick. El mismo diálogo continuo entre luces y sombras, idénticos planos en detalle o panorámicos que sobrecogen. Veo cómo mis ideas hacen el amor sabiéndose solas e inermes, buscando comprenderse. Sobre el papel en blanco que me espera acechante se despliegan desprovistas las primeras conclusiones. No hay comienzo del día ni final, todo ocurre de manera continua: el cartero que se enfada porque no arreglo el buzón, el sol que recorre las feas fachadas de los años 60, las amigas que han escrito un libro, las conversaciones telefónicas, el mensaje cariñoso de un amigo que me recuerda, la persona que me escribe desde la otra parte del globo, las farolas grises de la calle, los problemas de un amigo para encontrar un piso, la depresión de un cliente o la eufórica risa de quien accede o acaricia sus escombros. Todo ocurre por acumulación aunque no satura ni rebosa.
Escribo la epopeya del mundo, exploro la hondura emocional de las personas, compongo sinfonías sobre sus experiencias. En eso ando. Mi vida hoy es practicamente idéntica al ritmo y orden de las notas contenidas en esa composición de James Newton Howard en la que el espectador siente cómo toda la dureza del mundo le resbala, y quizás por eso, flota. Si pienso en esta sensación de ingravidez que me acompaña, sonrío. He logrado todo lo que quería de este mundo: el amor y el reconocimiento de los que me rodean, el dominio de la voz natural y la palabra, la capacidad de acceder y exponer el valor de esos seres ignorados a los que llamamos “los otros”.
De niño pensaba que mi soledad era un castigo, ahora siento que es un premio. No soy propietario de las personas que me leen o me quieren pero las llevo dentro. Cuando hablo con ellas, las visito. Si a veces acudo a su escondido hogar secreto, me acogen. Su deseo de vivir y dejar atrás el dolor que pesa, me ilumina y me enternece. Sobre mi voz todo el sufrimiento que viven se interrumpe y en mi rostro todo lo que fueron y son por un breve instante se refleja. Siento que a mi alrededor todo el mundo se pierde o se acelera. y yo me veo contemplarles desde lejos.
LA ESPERANZA LLEGA CUANDO ALGO SE COMPARTE
En un mundo caracterizado por la apropiación y acumulación de cosas, paradójicamente la esperanza solo llega cuando algo se comparte: un objetivo común, un horizonte, una forma de mirar o entender la vida. Una buena vida es una vida en la que el resto de personas te ha llamado un montón de cosas diferentes y ha tenido siempre razón al hacerlo. Calificar a alguien es dotarle de un lugar en la mirada propia que permita digerir o ubicar en el mapa de lo conocido a esa persona. Por eso se que en todas las ocasiones en las que me identifican con algo, no hay error, nadie se equivoca. Todos los mapas son válidos siempre que nunca lleven a ninguna parte. Las relaciones humanas están para perderse, para desordenar el orden propio o reordenarlo, para no saber hacia donde uno va o qué demonios hace. Los grandes gurús del marketing se han equivocado siempre: No te llega adentro quien te impacta inesperadamente, sino quien te descoloca por completo y hace que tú sola te recoloques.
A mí también me da miedo vivir pero no por ello olvido que respiro. Hay que defender la esperanza, protegerla. No me levanto cada día como esos inconscientes que dicen que lo hacen para “comerse el mundo”. Me vale con aprender a compartirlo, que ya es mucho. La acumulación de voracidades continuas es lo que provoca siempre la verdadera hambruna interior. No hay dignidad en el hambre interior, solo es digno y se siente satisfecho quien comparte. Quien no se sacia nunca, no disfruta de lo que es o acontece sino de lo que espera que suceda y nunca llega o si llega, no se queda.
LA ESPERANZA SE ENCUENTRA EN LO BÁSICO
La esperanza se encuentra siempre en lo más simple y básico, no habita lo complejo. Me apasiona la lectura y no encuentro en las complejas miradas ningún consuelo, sino que más bien lo hallo en los sabios matices de quienes desnudan con suavidad nuestra crudeza. Hasta donde yo recuerdo, todo lo que he hecho en mi vida es un continuo retorno a los orígenes, una fidelidad continua a lo básico. Mi animalidad me constituye, soy valioso para los demás porque ejercito a diario mi condición de ser vivo.
Dado que la humanidad entera galopa desbocada y dispersa en medio del ruido y la histeria colectiva de una complejidad inasible que genera ansiedad, lo que hago a diario sigue pareciendo a muchos revolucionario o sorprendente cuando lo ven o experimentan: ayudo a mantener diálogos significativos, con uno mismo, entre varios o entre muchos. Solo hago eso, de veras, no hago más. Pero es ahí donde sigue habitando la esperanza.
LA ESPERANZA SOLO LLEGA SI TE DAS TIEMPO Y ESPACIO PARA TENERLA
¿Qué esperanza vas a tener, alma de cántaro, si te pasas la vida de la oficina a tu casa y de tu casa a la oficina, de una reunión a otra y de un correo electrónico a otro de forma continua?, ¿Qué esperanza puede tener quien no tiene espacio ni tiempo para que llegue? Ningún persona que vive muriendo, puede tener esperanza. Para tener esperanza es necesario dedicarle tiempo y espacio, sacarlos de donde sea, reservarlos para uno mismo y su propio crecimiento. En mi caso concreto, me sorprende ver que aunque pasen los años sigo conservando los mismos hábitos que aquí enuncié hace ya tiempo y que me garantizan una vida saludable. Es más, diría incluso que cada año disminuyo aún más las interrupciones, tal y como en 2020 compartía por aquí con mi particular forma de vivr la maldita pandemia fuera de la inercia.
Para mantener mi pensamiento de crucero sigo yendo a velocidad de caracol. Hago las cosas muy lento, aunque más bien diría que me refugio en ellas. Dejo siempre huecos de tiempo entre compromisos concertados, nunca los encabalgo de forma sucesiva y sin descanso.Dedicando tiempo a lo importante y eliminando cualquier tipo de presión, todo llega.
Pongo ejemplos tontos y cotidianos: Solo quien aprecia el valor de un buen tomate, una buena patata o judía, una naranja jugosa, es decir quien se para a valorar todo el proceso hasta que llega a su mesa, disfrutar su sabor. Esa persona es capaz de alimentarse; todas las demás solo se nutren. Solo quien toma un libro y lo abre como si abriera un relicario, tomando cada reflexión como una joya y sintiendo en cada párrafo al autor, puede acceder a la sugestión intelectual o la belleza. Solo quien acude a una reunión habiendo tenido tiempo para prepararla y no pensando en la siguiente sino en esa, puede disfrutar o aprender de la conversación. En definitiva, solo quien no tiene prisa, halla esperanza.
TODA PERSONA ES LA ESPERANZA DE OTRA
Por mucho que no lo creas porque puedas estar pasando un mal momento, eres y siempre serás la esperanza de quienes tienes cerca. Antiguamente no paraba de preguntarme por qué las personas me querían. Estuve al menos dos décadas preguntándome lo mismo. Al principio no lo entendía, no encontraba un sentido lógico. No era ni soy excesivamente llamativo, ni físicamente fuerte, ni tengo fama, ni soy demasiado guapo ni tengo algo material muy llamativo o al menos dinero. Vamos, lo que se dice un cuadro para cualquier aplicación de citas actual. Pero no he dejado de ser querido -yo diría inmensamente amado- por todo el mundo durante toda mi vida. ¿Cuál demonios era la razón?
Un buen día me caí del pedestal de mi Ego y supe la verdadera razón: No queremos a las personas por lo que son, ni siquiera por lo que pueden llegar a ser, sino porque depositamos en ellas nuestra esperanza por no sentirnos solos, por sentirnos comprendidos, por formar una familia o mejorar nuestra vida o la sociedad. La esperanza es el motor de las personas, de todos nosotros. Así, cada persona no solo es el sujeto de lo que piensa o hace, sino que es el posible objeto de una esperanza ajena.
Yo tan solo soy un objeto, represento la voz de la esperanza para centenares de personas que me aprecian. Las personas por lo general no me quieren a mí (sujeto) sino a lo que represento para ellas (objeto). Y he aquí la trampa que desconocen: encuentran a menudo en mí lo que siempre se ha escondido en ellas, lo que atesoran. Al buscar en mí su esperanza, al tomar mi mano en una conversación o una sesión, no me descubren a mí sino que se conocen a ellas.
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por David Criado | Abr 3, 2021 | ACOMPAÑAMIENTO AL CAMBIO
Lissa Cuddy: Tu siempre tienes razón y los demás somos idiotas
Gregory House: No, mujer, es que no creo que yo sea idiota y que todos los demás tengáis razón
Primera conversación entre el Dr.House y Lissa Cuddy, Cap.1, T.1
Una vida en la que todo el mundo piense. Así dicho suena bien pero… ¡Todo apunta a que estamos yendo en la dirección contraria!. Mi trabajo por tanto es quijotesco. No solo no estoy dispuesto a aceptar una sociedad en la que la mayoría de personas con las que hablo se encuentran deprimidas, solas o perdidas, en la que la desigualdad económica es creciente, o en la que nuestros trabajos a menudo nos envilecen, sino que además trabajo para crear entornos diferentes sobre dos ejes: vidas propias en las que cada persona se piense y contextos laborales en las que todo el mundo piense. Así de sencillo y complicado a la vez. Hace años reflexioné en este mismo sitio en alto tratando de aportar algunas claves para educar el pensamiento propio. Continúo en este artículo la tarea comenzada entonces tratando de explicar por qué estamos dejando de pensar y por qué sigue siendo necesario hacerlo.
Aviso a políticos moralmente obscenos y populistas, youtubers descerebrados y ciudadanos de a pie que sobreviven con dificultad al despiste:
- No somos más libres cuantas más veces votemos o cuanta más libertad tengamos de hacer lo que nos de la gana (esa forma tan falaz de entender algo tan noble como el liberalismo), sino que somos más libres cuanto menos confusos y perdidos estamos y cuanto más protegidos nos sentimos ante los malos momentos por el prójimo y por nuestros representantes.
- No somos más desarrollados cuanto más altos sean los beneficios económicos de unos pocos; somos más desarrollados cuantas más personas aprendan a pensar conscientemente. No tenemos más igualdad cuanto más universalicemos la precariedad sino cuanto más cercanos nos sintamos.
Tal y como recordaba Gregori Luri en una reciente conferencia titulada El deber moral de ser inteligente: Conferencias y artículos sobre la educación y la vida, la maestra Concepción Arenal ya en 1881 sostuvo en su ensayo La instrucción del pueblo que permanecer voluntariamente en un estado de letargo intelectual equivale a «mutilar la existencia» y a «consumar una especie de suicidio espiritual». Pero «el deber de instruirse —continúa— no brota espontáneamente de la conciencia […]. No parece obligatorio sino al que sabe algo». Al ignorante que no conoce, saber le parece algo innecesario o incluso un lujo. Esto ocurre porque el que no piensa ni sabe, ignora que no lo hace. Y si antes no había demasiado peligro porque los iletrados no tenían micrófonos, ahora hay peligro de colapso porque todos ellos cuentan con amplificadores bestiales. En la medida en la que todos trabajemos para comprender esto y aprendamos a diferenciar qué es tener criterio y opinión respetable y que es no tenerlos, quedará esperanza.
Este será un artículo con enjundia que reune 7 breves pero contundentes píldoras de reflexión:
- Por qué es útil pensar
- Los peligros de no pensar
- Pensar lo propio, comprender lo ajeno
- Aprender a ser estúpidos de forma controlada
- Seleccionar minorías influyentes de calidad
- Distinguir subjetividad y soberanía
- No reducir la vida a la satisfacción propia
Comenzamos.
POR QUÉ ES ÚTIL PENSAR
¡Así es!, hemos llegado a esto, y esta quizás es el primer hecho descabellado al que nos estamos enfrentando muchos: ¡Hemos llegado a un momento de la historia en el que vemos necesario explicar por qué es útil pensar!. Estamos en un tiempo de decadencia y la prueba de ello es que olvidamos a diario lo más básico: para qué sirve pensar. Sobre todo porque la mayoría de empresas y personas que conozco, reconocen no tener tiempo para hacerlo… ¡Cómo si fuera algo que pudiéramos no hacer conscientemente! Considero que era natural llegar a este punto dado que la rápida extensión casi ya universal de todos los avances de la humanidad reciente (económicos, técnicos, políticos) no se correspondía con la lenta educación de las personas para adaptarse a estos cambios. Por así decirlo venimos de un desequilibrio entre el progreso técnico y social de nuestra especie -acelerado en el último tercio del siglo XX- y una precaria y primitiva forma de entender las relaciones que arrastramos desde hace varios milenios. Por eso hoy son determinantes las habilidades transversales que casi nadie tiene. Pero vayamos por partes…
La moda siempre ha sido no pensar, porque para no pensar no hay que hacer ningún esfuerzo. No pensar en principio parece gratis y además a menudo la estupidez propia, tranquiliza. El problema viene cuando a la larga no saber pensar tiene el mayor coste posible para la persona y además la estigmatizada y reduce su experiencia de vida a lugares comunes gobernados por una resignación constante. De todo ello podríamos deducir que no pensar y dejarse llevar es lo más rentable a inmediato plazo pero lo más estúpido a corto, medio y largo plazo. El aumento de la estupidez en el mundo y de la potencial peligrosidad de una ingente masa estúpida, está ligado a tres fenómenos simultáneos.
- En primer lugar la aceleración social que ha vivido la humanidad en las últimas 15 décadas ha modificado por completo las estructuras técnicas, relacionales y ahora ya incluso biológicas de nuestra especie, sin que haya habido una adaptación de nuestras instituciones sociales (relaciones afectivas, familia, estado, empresa).
- En segundo lugar el reciente y anodino periodo pacífico de Europa, sin duda el continente más violento de la historia hasta hace tan solo 7 décadas, ha favorecido el olvido de los fantasmas que acechan y son inherentes a nuestra condición: la tiranía de la barbarie y la ignorancia. No pasarlo mal nos ha hecho olvidar que es muy fácil estar mucho peor de lo que estamos acostumbrados.
- En tercer lugar, la desigual universalización de las libertades civiles y de las democracias pluralistas en el mundo ha estado fatalmente educada. En otras palabras, conquistamos la libertad contra la tiranía de unos pocos pero no contra la propia tiranía de nuestras creencias. Por lo general no nos educamos para ejercer la libertad de forma responsable, por lo que en la actualidad vivimos un tiempo de involución hacia tiranías emocionales anteriores.
La vieja idea de fluir con la realidad que los grandes maestros del tardohinduismo nos legaron, no consiste en abandonarse a los acontecimientos -esa especie de puñetero FLOW cuya consecuencia directa es renegar del criterio propio y permitir que otros vivan y decidan por nosotros- sino desapegarse de la propia voluntad tratando de disfrutar la vida desde la aceptación. Las 108 formas de experiencia que aceptamos los discípulos de Buda y el sistema de creencias taoísta que están formulados en el Dao De Jing, el Hua Hu Ching y que Zuang Zhi honró en toda su extensión, responden a este objetivo.
Pensar no es solo querer comprender, sino sobre todo aprender a percibir. Quien no piensa intuye sin argumentos, se conforma con la inexperiencia, huye de la responsabilidad de vivir, no existe como consecuencia de su propia capacidad sino como objeto de la voluntad de otros, se desindividualiza, se convierte en masa por medio de la inercia acrítica. Quien no piensa es, en definitiva, el pálido reflejo de la débil luz que proviene del acogedor aunque pasajero calor de otros; es, si se prefiere, el eco imitativo y desprovisto de existencia que se deriva de una voz significada lejana o del ruido general en el que su individualidad se sume.
LOS PELIGROS DE NO PENSAR
Pensar no es algo que se elige o no se elige hacer. Una persona solo tiene dos opciones: aprender a pensar continuamente, o dejar que las propias consecuencias de sus actos inconscientes le piensen. Por descontado como sociedad enfermiza hace tiempo que optamos por lo segundo. El problema no es que cada persona no piense casi nunca sobre su propia vida, lo cual ya sería por sí mismo alarmante. El problema es que una enorme masa de personas que no se piensan a sí mismas (no se cultiva, no dialogan, no leen, no se cuestionan) tiene consecuencias terribles. Más aún cuando en la actualidad nos hayamos en el mundo humano más conectado y con mayor capacidad de creación y/o destrucción de la historia. Nuestras sociedades -incluso las inmediatas sociedades modernas del reciente pasado tras la llegada de la subjetividad y la soberanía popular- siempre han estado pobladas de personas que no piensan durante la mayor parte de su existencia. Casi todos nosotros dejamos de pensar a menudo por salud mental. No está ahí el peligro, sino en no hacerlo nunca.
A lo largo de la historia de la humanidad, una realidad inconsciente nos ha condicionado siempre: No se respeta a quien mejor piensa o a quien más sabe sino a quien mejor se expresa y convence. Los actuales servicios de marketing tremendamente diversificados tratan de convencernos para convencer mejor, incluso si lo que se hace no tiene sentido. Fruto de un soniquete constante y ensordecedor que pugna por nuestra atención de la manera en la que lo hacen todos los narcóticos, la realidad es que cada vez cuesta menos convencer a alguien de algo. La democratización de la comunicación humana y la equiparación en el mismo plano de atención de grandes referentes intelectuales y terroristas culturales de barrio, ha dado lugar a lo que hemos llamado posverdad, una realidad no real que se dirime en el tiempo de la posmodernidad en sociedades ruidosas en las que se derrite la soberanía. Al haber ganado en credulidad (mucho más que en tiempos teocráticos pretéritos), los humanes hemos ampliado nuestro margen de estupidez tolerable, y en consecuencia la volatilidad inestable de nuestro pensamiento (que se rige hoy por modas pasajeras y no por razones sólidas) nos sume en la inestabilidad continua.
A lo largo de la historia, donde no hay ninguna certeza absoluta sobre nada, nace a menudo la sabiduría; pero donde no hay ninguna forma ni medio para cuestionarse (diálogo tranquilo, reflexión escrita o leída, tiempo y espacio para el encuentro), se multiplican de forma virulenta la estupidez y la ignorancia. No paro de comprobar cómo la dirección que está tomando el pensamiento empresarial es por lo general y en lo particular, errónea. En lugar de cuestionarse a sí mismo, de realizar una nutrida autocrítica, la velocidad inercial de las empresas lleva acelerándose ya más de dos décadas con especial torpeza intelectual y estupidez sistémica desde 2008. Dedico mi labor diaria a cuestionar lo que la mayoría de personas dan por supuesto ante esta clara evidencia: las empresas, el órgano colectivo de relaciones sociales más efectivo que hemos creado en la historia de la humanidad, caminan hoy cegadas.
PENSAR LO PROPIO, COMPRENDER LO AJENO
El que piensa alcanza la madurez por cuanto trasciende lo propio, habla con humildad desde lo que sabe queriendo abrazar y comprender todo aquello que le hace cuestionarse o le resulta ajeno. El que piensa no adoctrina, no necesita imponer porque convence, no imprime todo su esfuerzo en influir manipulando la realidad porque toda su energía se centra en razonar con otros. El que piensa combate su criterio, cuestiona su pensamiento, se atreve a dudar. El que piensa habla sobre todo de muchas personas que le precedieron y fundamenta su propia vida no en su voluntad sino en un comportamiento ético que favorece el bien común sobre la doma diaria del interés propio. En contra de lo que se ha dicho, quienes piensan no tienden a la virtud sino que la practican. Su propia manera de ser y hacer representa un modelo y edifica un ejemplo. No se admira a quienes piensan por su capacidad de llegar a otros (número de likes, seguidores, lectores,etc…) sino por el grado de calidad que se destila de su razonamiento.
Por oposición el que no piensa vive en un infantilismo o puerilismo continuo, no necesita leer, ni se molesta en construir un diálogo significativo, ni argumenta más allá de lo que siente, percibe o quiere. Su deseo le dicta comportamientos que además trata de defender como deberes naturales para los otros y ajenos. Su interés y afan de conocimiento no llegan nunca más allá de la defensa de su realidad propia. Por eso, desde el inicio del siglo XXI, la sociedad posmoderna se enfrenta a un grave problema: estamos dejando de pensar. Nuestros sistemas educativos y nuestro modelo de relaciones se aproximan a toda velocidad a la ignorancia y a la estupidez. No es que nunca hayamos corrido este mismo peligro, es que desde la conquista de las libertades civiles mínimas, nunca como hasta ahora ese peligro ha sido tan masivo.
APRENDER A SER ESTÚPIDOS DE FORMA CONTROLADA
Lo diré de forma clara: es imposible que dejemos de ser estúpidos, la clave reside en cuándo y cómo aprender a serlo. Somos animales bípedos, gregarios, mamíferos, con escasa autonomía, elevada torpeza y niveles de estupidez elevadísimos regados de momentos espectaculares de inteligencia y maravillosas capacidades colectivas. Aceptémoslo, por favor. Dejemos de intentar parecer cualquier otra cosa.
Hasta ahora la estupidez propia ha sido algo que por lo general negamos, que no reconocemos o de lo que tratamos de defendernos o huir. Nada peor que hacer esto en mi experiencia. Desde hace años dedico gran parte de mi jornada diaria a ser estúpido, la enorme diferencia con el resto de mis semejantes es que yo trato de hacerlo en privado y de forma controlada. Tener esos momentos me ayuda a comportarme de manera cabal y sensata en público y sin apenas esfuerzo. En otras palabras, las personas necesitamos desahogos, desconexiones temporales que nos ayuden a distinguir entre lo que es deseable para relajarme y descansar durante unos momentos, y lo que es necesario para construir sociedades mejores durante la mayor parte del tiempo. Negar la estupidez propia de uno mismo es lo más estúpido que alguien puede hacer.
Todo iría mejor en este mundo si las personas aprendiéramos que necesitamos a diario momentos de completa estupidez, pero que debemos tomar decisiones importantes cuando no estamos en esos momentos. La estupidez propia que no se comparte no hace daño a otros, pero la estupidez propia que se comparte como el más estupendo de los hallazgos, nos está matando como especie. Así, la estupidez cuando es controlada no solo es saludable sino incluso necesaria. Practicada en contextos cuyas posibles malas consecuencias no afectan dramáticamente a la realidad de una amplia proporción de gente, la estupidez individual o compartida es una bendición porque la estupidez reconocida nos acerca y ha sido de hecho uno de los mayores pegamentos de la amistad y la solidaridad fraterna durante milenios.
No hay por tanto nada de malo en ser estúpidos a diario siempre y cuando los lugares y tiempos en los que lo somos estén reservados para ello, esto es, siempre y cuando identifiquemos y sepamos que estamos eligiendo ser estúpidos. El problema llega cuando somos estúpidos la mayor parte del tiempo y en todos y cada uno de los foros y ámbitos de desarrollo humano, y ni siquiera -como está ocurriendo ahora- somos capaces de reconocerlo. No es lo mismo permitirnos ser estúpidos en una taberna junto a un par de amigos en una conversación amena, o abandonarnos a visualizar un video de youtube ridículo, que comprender el contenido de ambas manifestaciones como regulativo o normativo para la sociedad en su conjunto. Ser idiota en privado o en un contexto adecuado para serlo es fantástico, pero ser idiota en los medios de comunicación, la empresa o el parlamento es dramático.
La estupidez es altamente contagiosa, mucho más de lo que llegará a serlo nunca la inteligencia. Pero la relación entre inteligencia y estupidez no es tan sencilla. Descontrolada e indómita, desnuda de los filtros de la vergüenza y el respeto por el bien común, la estupidez nos anima a tener un comportamiento en el que nada posa, nutre ni se asienta, y todo pasa, se repite y enferma. Sin embargo al mismo tiempo la estupidez se basa en dos grandes paradojas:
- La primera paradoja de la estupidez es que siendo un comportamiento universal e histórico en nuestra especie, está basado en una exclusiva obsesión por el instante presente. Es decir, la estupidez siempre sobrevive aunque pronto quede obsoleto nuestro interés humorístico o crítico en ella. De este modo la estupidez es acumulativa, se nutre de la cegazón continua.
- La segunda paradoja de la estupidez es que solo cuando dejamos de ser estúpidos y nos atrevemos a ser inteligentes, accedemos a un habilitador y sano sentido del humor. El estúpido, por lo general, se defiende mucho más de lo que se ríe de sí mismo. Las personas con un desarrollado sentido del humor suelen ser en mi experiencia inteligentes.
Esto quiere decir que para ser estúpido basta con ser un completo ignorante pero para ser muy estúpido curiosamente hace falta ser muy inteligente. Lo que nos lleva a una deriva interesante: hay una estrecha relación entre estupidez, entretenimiento y sentido del humor. Lo racional, por lo común, no nos hace ninguna gracia pero lo más sujeto al presente y pasajero (una mueca, una broma, un eructo o un pedo) nos hace reír hasta postrarnos en el suelo.
De lo dicho se deduce que no es lo mismo ser ignorante que ser estúpido. Ser ignorante consiste en no saber que no se sabe, y ser estúpido consiste en vivir como si se supiera. A ser estúpido se llega mediante la acción, a ser ignorante se llega por omisión; para lo segundo no hace falta hacer ningún esfuerzo. Habiendo olvidado todo esto, hoy en nuestro tiempo proliferan como setas las personas que siendo completamente ignorantes y/o estúpidas, no solo no lo aceptan y no presumen de serlo, sino que se aventuran a expresar su opinión de forma abierta tratando de que esta opinión se encuentre al mismo nivel que la del resto de personas que se esfuerzan por comprender y conocer. El peligro no llega cuando una persona puntual hace esto, sino cuando las personas que son consideradas referentes, en lugar de aceptar la responsabilidad que tiene cada cosa que dicen o que hacen, utilizan los altavoces de su propio status social para aparentar que piensan o hacen uso de alguna inteligencia. En suma, el problema de nuevo no es que haya muchas personas estúpidas, sino que aquellas que deberían dar ejemplo no siéndolo, obtienen mayor reconocimiento social al serlo.
SELECCIONAR MINORÍAS INFLUYENTES DE CALIDAD
Dice el maestro Innenarity que esperamos siempre demasiado de la democracia, y que ésta cuando es sana y real está llena de frustraciones que continuamente se expresan. Nada que objetar a esta brillante reflexión, salvo la necesidad de que esa frustración disponga de un bálsamo continuo para evitar una enorme rotura colectiva. Ese bálsamo es sin duda el mantenimiento de las clases medias -hoy autodestruidas y en franca decadencia- y el cuidado y escucha activa de diálogos y debates intelectuales fundados y llenos de razones y argumentos sólidos no sentimentalizados, es decir el cultivo de eso que Ortega llamó la minoría selecta, y que no es una forma de aristocracia griega moderna sino la manera de favorecer sociedades mínimamente virtuosas basadas en lo que podríamos llamar atención autorizada continua como complemento a un creciente y descontrolado fenómeno de escucharlo o leerlo todo…
En la sociedad tiránica del Like, TODO tiene la importancia pasajera de la atención que genera en un determinado momento (hashtag, trending topic, meme, challenge, clicbait) para acto seguido morir en el olvido. Explicado de una forma más clara y sin duda muy trágica: no existe lo que no está existiendo ahora. Este podría ser el título de una de esas presentaciones ridículas, vacías, idiotizantes y aspiracionales de cualquier profesional del marketing de ventas. Aceptar -tal y como estamos aceptando- que no existe lo que no está existiendo ahora, equivale a despreciar o exiliar lo que fue o lo que siempre seremos, equivale a sustituir la memoria consciente (que nos evita repetir errores del pasado) por la atención dispersa (que nos sume en la indefensión).
De este modo, los esfuerzos actuales de nuestra especie no se centran tanto en aprender a pensar como en captar las sucesivas y esquivas atenciones. Esto nunca había sido un problema para las sociedades modernas porque si bien la teoría la soberanía popular existía, en la práctica esa soberanía era siempre gobernada por una minoría de personas medianamente conocedoras que ocupaban un lugar prioritario, central o referencial. Estemos o no estemos de acuerdo con Juan Ramón Jiménez o con Ortega (que incluso defendían que la civilización dependía de ella), en nuestras sociedades existía y existe una eterna minoría selecta. De algún modo nunca hemos logrado desasirnos de esta inercia. El dilema no está en que exista o no sino en las personas que en cada época la integran.
Así, no es lo mismo que tu presidente del gobierno sea Donald Trump que Abraham Lincoln; no es lo mismo que la opinión colectiva sea guiada por Marx, Adorno, Cioran o si se prefiere Mill, Mises o Hayek, que por Belén Esteban, Messi o el Rubius. No es lo mismo mantener un diálogo sensato y cultivado entre un neoliberal convencido y un republicano socialdemócrata, que mantener un ridículo diálogo entre un presentador de La Sexta y un youtuber que acaba de terminar de ver un video y repite una a una sus premisas. Por extensión, y sin caer en la beatería cultureta, no es lo mismo que una persona no lea nada en absoluto y limite su vida a trabajar, mandar whatsapps y jugar a videojuegos, que una persona -además de hacer lo anterior- dedique tiempo a conversaciones significativas, libros interesantes o experiencias vitales que conformen un sólido edificio crítico e intelectual sobre el que desarrollar ideas. No, no es lo mismo. Una cosa y otra generan sociedades diferentes.
Las formas de selección de esa eterna minoría eran la vía académica o cultural (mayor y mejor conocimiento sobre determinado ámbito o sobre la perspectiva genérica) o la vía experiencial (mayor y mejor experiencia en ese área). Si antes dábamos nuestro reconocimiento -de forma acertada o equivocada- a personas que socialmente eran reconocidas por sus ideas o trayectorias, hoy damos nuestro reconocimiento a hombres y mujeres de paja, personas que no nos animan a mantener nuestra dignidad sino que enmascaran su indignidad propia con técnicas de manipulación, marketing o empobrecimiento moral. Las formas de selección de esa minoría de referentes no solo se han deteriorado sino que se han entregado por completo al capricho voluble de la gente. Hoy el proceso social de selección de minorías no tiene nada que ver con una autoridad social brindada por la excelencia en el ámbito del pensamiento o la racionalidad, sino que la concesión de autoridad prescriptiva en nuestras sociedades está cada vez más ligada a la capacidad de generar irreflexión y entretenimiento.
DISTINGUIR SUBJETIVIDAD y SOBERANÍA
La frase Todo es subjetivo o Todo es relativo que repiten continuamente desde profesionales del coaching, a alumnos de secundaria y políticos que nos representan, no solo es vacía y absurda sino que atenta contra los grandes valores democráticos que construyeron lo mejor de cuanto somos. Además de hacernos más estúpidos este tipo de reflexiones sencillas y baratas nos abocan a olvidar un hecho: no es lo mismo subjetividad que soberanía. Yo soy demócrata en la medida en la que acepto que tengas derecho a expresarte como sujeto soberano, pero también soy demócrata en la medida en que cuestiono y contrasto mis ideas contigo para llegar a una conclusión que podamos compartir como cierta.
Con la incorporación de la subjetividad a la escena, es decir con el nacimiento de la opinión pública, en lugar de aprender a respetar, cuidar y honrar a cierta intelectualidad movilizadora, la aniquilamos en nuestro individual deseo de alcanzar la relevancia. Pero olvidamos -aunque internet nos lo recuerda a diario- que más personas opinando no necesariamente hacen un mejor pensamiento, sino que a menudo desembocan en todo lo contrario. El maestro Amalio Rey ha sintetizado durante años lo mucho que se ha hablado sobre esto. Para que exista inteligencia colectiva, debe existir voluntad individual de aprender a pensar; y por otro lado mucha publicación ideas no garantiza una elevada calidad de ellas.
Con la subjetividad (es decir, con el disruptivo derecho a ser alguien en el mundo), la persona (campesino, siervo, cumplidor, esclavo, sometido o vasallo) que solo podía aspirar en la Antigüedad a la supervivencia diaria, dio un salto espectacular al cambiar una vida de penurias y servidumbre por el renovado espíritu de trascendencia al que le invitaba la nueva ciudadanía. Este inmenso salto cualitativo se produjo sin apenas transición ya entrados en el siglo XIX pero solo comenzó a resultar verdaderamente trágico a comienzos del siglo XXI. No solo porque el insaciable crecimiento poblacional que predijera Malthus se multiplicara, y no solo porque la intensificación industrial adquirió dimensiones inasumibles para la Tierra, sino sobre todo porque el siglo XXI nació de la prisa, de la urgencia, fue de hecho un recién nacido prematuro que no se adelantó unos meses sino 2 décadas. Y la urgencia es ante todo contraria a la reflexión y la racionalidad. Por eso en los endemoniados cursos de marketing no se enseña a las personas que venden cosas a razonar, sino a hacer que las personas que pueden comprar lo hagan rápido, cuanto antes; y por eso repetimos como un mantra -que si se piensa en completamente absurdo, ilógico y esclavista- que el cliente siempre tiene la razón. ¿Qué clase de broma pesada es esa? No, amigos, la Razón no se tiene por comprar algo o tener la voluntad de hacerlo, sino que alguien tiene razón por el esfuerzo, el compromiso y la voluntad que imprime en cultivarla. No se nace con razón, se adquiere.
Cuando hablo de la sociedad tiránica del like, quiero decir que en la realidad posmoderna y decadente que vivimos tiene más valor un “Me gusta” que un razonamiento poderoso. Pero no nos martirecemos con esto, no dramaticemos, simplemente analicemos lo que nos está ocurriendo poco a poco: Las buenas ideas no son las mejores sino las más votadas. Mientras algunos sienten que peligra la democracia, lo que ocurre es precisamente lo contrario: TODAS las personas opinan y votan sobre TODO incluso cuando no tienen criterio. Esto, que era válido y noble en el marco de la representatividad política y la salvaguarda de los derechos colectivos desde el nacimiento de la democracia moderna -toda una conquista histórica de libertad-, no lo es tanto para determinar qué es lo ético o lo correcto en una enorme cantidad de ámbitos que requieren conocimiento y especialidad. No todo vale y no todas las opiniones son respetables de facto, sino que más bien podemos determinar si son o no respetables siempre a posteriori, tras un civilizador y calmado diálogo y sobre todo desde el tamiz del conocimiento y no desde el mero derecho a la opinión. Al entregarnos a la mentalidad apriorítica, al juicio rápido, al impacto y la emoción, lo que hacemos -y lo estamos haciendo en masa y de manera alarmante- es comprar con la omisión de nuestra inteligencia, la estupidez colectiva.
Un pensamiento republicano y a la vez liberal me acompaña frecuentemente y proviene de mis continuas lecturas de Habermas, Sandel y Rorty: Si todos podemos erigirnos como sabedores o conocedores de todo, esto es, como opinadores dogmáticos y sintetizadores de verdad en potencia, no solo no hemos superado las tiranías con las que los antiguos príncipes nos oprimieron, sino que por el contrario cada uno de nosotros se ha convertido en un príncipe tirano de los otros sustituyendo la convivencia por la tiranía mutua y competitiva. En esta reedición de la sociedad hobbesiana que confirma todos los temores de Carl Smichdt, la cautela y la humildad se vuelven minoritarias, y la entrega y la pasión inconsciente e irreflexiva con opiniones infundadas se convierte en el regulador de la vida. Somos dictadores individuales que se suman a la dictadura colectiva del like. Los púlpitos públicos de hoy no están ocupados por relevantes pensadores, denodados juristas, extraordinarios filósofos, eminentes políticos sino por personas que no solo son como cualquier persona -porque los antiguos referentes también lo eran- sino que además no hacen nada para dejar de serlo y son admirados como si no lo fueran. La estupidez y la ignorancia han conquistado los puestos de mando y los puestos referenciales que conformaban la ejemplaridad pública y construían los mitos y narrativas sociales de la heroicidad.
NO REDUCIR LA VIDA A LA SATISFACCIÓN PROPIA
El respeto no consiste en aceptar lo que dice cualquier persona como válido, sino en tolerar a cada persona que se expresa pero cuestionar sus planteamientos. La pasiva y acomodaticia forma que hoy tenemos de entender el respeto es en realidad indolencia, temor al conflicto y mediocridad racional. Hace poco me preguntaron en qué consiste la postverdad, y creo que es una buena suma de todas estas cosas que nos están destruyendo y que algunos estamos tratando de curar y revertir:
Nuestras sociedades han llegado a tal punto de estupidez colectiva que si bien en la antigüedad más reciente nadie que no supiera o pensara a diario negaba la utilidad de saber o pensar; hoy en día muchas personas dudan incluso de que hacerlo sea incluso útil o sensato. En realidad muchos de ellos están en lo cierto. La sociedad ha dejado de premiar al que sabe para premiar simplemente al que más consume y compite. Y para hacer esto último se necesitan sobre todo altas dosis de ignorancia e inconsciencia. En la mente de cualquier persona de hoy surgen a diario una cascada de preguntas hasta ahora inéditas: ¿Por qué tengo que pensar?, ¿Por qué tengo que hacer cosas que no me gustan?, ¿Por qué debo leer?, ¿Qué me aporta conocer? o siendo más exactos… ¿Por qué pensar pudiendo tan solo no hacerlo y obteniendo grandes beneficios económicos por ello?, ¿Por qué no es correcto hacer tan solo lo que me gusta si es lo que de veras quiero?, ¿Por qué he de leer pudiendo vivir mis propias experiencias?, ¿Por qué conocer algo en detalle si todo está en internet?
En este contexto, las personas como un mínimo sentido común y un honorable sentido propio escasean. No porque seamos más viles que antes, sino porque lo que cada vez hacemos con mayor frecuencia nos envilece más rápido y profundamente. Vivimos sumidos en una ética de la voluntad propia o individualismo posesivo-defensivo que siempre fue conocida por su verdadero nombre: egoísmo. El problema de ser egoístas y de encontrar cierta virtud en el egoísmo (una tesis ampliamente defendida por la escuela económica austriaca, el tardoliberalismo deformado y el objetivismo de Rand, solo por citar algunos apóstoles), es que olvidamos por entero las bases sobre las que se asienta el progreso histórico de la condición humana: la solidaridad social. El relativismo moral que afirma que lo que tú dices y lo que yo digo es todo respetable a priori (y no a posteriori) olvida que las conquistas de la ilustración no arrojaron un mundo potencialmente mejor porque respetáramos todas las ideas, sino porque convenimos en respetar a todas las personas por medio de su cuestionamiento continuo. Al haber olvidado esto, somos víctimas de un punto muerto colectivo en el que cualquier discurso es válido y por tanto ninguno moviliza.
Decía el maestro Lessing en plena Ilustración que “el valor de una persona no se define simplemente por la verdad en cuya posesión cualquiera está o puede estar, sino por el esfuerzo honrado que ha realizado para llegar hasta ella. Así pues, no es por la posesión de la verdad sino por la constante investigación en pro de la verdad como se amplían sus fuerzas, y sólo en ellas consiste su siempre creciente perfeccionamiento. La posesión hace apático, perezoso y orgulloso“. Pero ¿Qué esfuerzo para llegar a la verdad tiene un tertuliano?, ¿De qué esfuerzo hace uso una persona que retwitea o vive en el feed continuo de lecturas efímeras? ¡Qué razón tenía Lessing podríamos decir al leerle!, ¡Cuánto exceso de orgullo y defensa de lo propio se gasta hoy y qué poca voluntad de entendimiento del argumento ajeno!, ¡Cuánta mala energía gastamos en la fratricida lucha por no desposeernos de la verdad propia contra la verdad ajena!. Y en esta batalla dialéctica ridícula, que no nos aleja demasiado de nuestros parientes primates, pasamos las horas y los días, los artículos de blog, las publicaciones de linkedin, los videos de youtube en los que abundan palabras como “Tal persona destroza a tal otra en tal debate” o “Le da la lección de su vida” o “Le pone en su sitio” ¡Qué escasez intelectual, amigos/as! los programas de televisión, los videoblog, las noticias, las tertulias y la prensa, en todos los lugares la carnaza abunda.
Al hacer esto, no solo estamos cambiando a un ritmo acelerado la paideia, esto es, la forma en la que entendemos y transmitimos el mundo, sino que estamos tratando de apropiarnos de la verdad el mundo y reformulándolo cada día en una suerte de adormecimiento continuo en el que todo parece cambiar cuando en realidad todo empeora. Porque quien se gasta estos comportamientos -y sobran los ejemplos- no solo desconoce las consecuencias de lo que dice o piensa sino que empeora el mundo a cada paso.
Si hemos dejado de movilizarnos colectivamente (e incluyo a las empresas actuales, tremendamente inertes a nivel intelectual), o al menos si hemos dejado de hacerlo de forma provechosa, es porque en la sociedad del entusiasmo nos movilizamos sobre todo por la satisfacción propia. Si la satisfacción de las necesidades esenciales a nivel individual siempre ha sido conditio sine qua non para nuestra supervivencia propia, lo cierto es que tenemos ingentes evidencias históricas -me refiero a océanos de pruebas- que demuestran que es cierto aquello que afirmó Nietzsche, y antes que él toda la genealogía de grandes maestros desde Tales de Mileto y Lao Tsé, a saber, que “solo en cuanto animal social el hombre ha aprendido a ser consciente de sí mismo, y así lo hace todavía y lo seguirá haciendo. La conciencia no pertenece a la existencia individual del hombre, antes bien a lo que en él es naturaleza y rebaño” (Gaya ciencia, V, 354).
Reducir nuestra vida a la satisfacción propia no solo nos envilece sino que nos aproxima a la barbarie de la ignorancia de la que me alertó en mi primera juventud la lectura del gran maestro Steiner. Aprender a pensar es una tarea ardua y continua. No hay principio ni existe fin. Quien se atreve a pensar opone su propia vida a la actitud rígida, pueril y cómoda del pensamiento dogmático y a la actitud cómoda, barata y nada comprometida del relativismo. El problema de nuestro tiempo no es la existencia del populismo. Éste siempre ha existido, todos durante la mayor parte del día somos de hecho populistas, y durante toda la historia de la humanidad la mayoría de la población ha regido su vida diaria alrededor de la irreflexión y la emocionalidad constantes. El problema es que el populismo -para el que todo es relativo y la verdad no importa- rige hoy nuestras vidas. La continua búsqueda de satisfacción propia, esto es, la incapacidad sistémica y radical de razonar y explorar la verdad y a su vez la extraordinaria capacidad de fabricar falsedades y convencer de ellas a otros, además de seguir condicionando nuestras pequeñas decisiones diarias, ahora condiciona los lugares y espacios donde se toman decisiones importantes. En esos lugares donde antes -hasta hace relativamente poco- se pensaba, hoy tan solo se publicita y se comparte pero mayoritariamente no se piensa. En otras palabras, la irreflexión ha conquistado de forma plena los puestos de mando de nuestras sociedades; el populismo y la tecnocracia han desplazado por completo de la escena pública y el ideario referencial y simbólico a la cultura del esfuerzo, el ejercicio de conocimiento y la voluntad de pensar y razonar de acuerdo a criterios racionales.
El que hoy influye a otros ni siquiera necesita hacer ya el esfuerzo por conocer los hechos o tratar de explorar múltiples dimensiones de una misma verdad. Tan solo se limita a favorecer una profecia autocumplida de su propia voluntad. Las personas que hoy ejercen influencia sobre grandes mayorías, grupos o comunidades de gentes no destacan por su capacidad de haber logrado algo y escapar del vacío; sino que son heroicos por su capacidad de hacer de la plena nada, simplemente algo. Las divertidísimas y absurdas entrevistas de David Broncano, el relativismo moral del twitchero Grefg o el Rubius sobre su migración a Andorra, o el populismo político de la nueva generación de dirigentes mundiales, responden todos ellos a una misma realidad: la Nada. Todo lo que rodea a la persona es vacío, solo la propia persona importa y existe. Y por tanto todo lo que se aproxima a la persona (entrevistado, sociedad o aficionado) queda eclipsado por ella.
El entrevistador que es siempre protagonista de todas sus entrevistas cuyos contenidos improvisa aunque existan guionistas, el jugador de videojuegos que se define como “creador de contenido“ (revolvéos en la tumba Tolstoi, Berlin, y temblad Buonarotti o Borges) o el político que aspira a ser incoherente sin que se note demasiado, todos ellos son productos de una misma realidad: la reducción de la vida a la satisfacción propia. En todos ellos el todo (el mensaje y fin último) importa menos que la suma de las partes (la distracción o la dispersión intermedia). En ese contexto, paradójicamente TODO es menos vistoso que NADA. Pasar el rato es mejor que significarlo; presumir de que se ignora algo es mejor que tratar de conocerlo. Así, el entrevistador ya no necesita preparar la entrevista porque él es el protagonista, el youtuber no necesita mejorar el país en el que nació porque se puede ir a otro, y el político no necesita conocer los hechos porque puede provocarlos. Todo es más rápido, más cómodo y más nada.
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