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12 hombres sin piedad

12 hombres sin piedad

Cartel de la película "12 angry men"

Cartel de la película "12 angry men" de Sidney Lumet

Hace tiempo que disfruté con esta película pero en mi afán de recolectar y recomendar una biblioteca de títulos que conforman y son bases de mi sistema de pensamiento, hoy os traigo éste. En él, Henry Fonda interpreta a un misterioso miembro de un jurado. El film de Sidney Lumet nos enseña muchas cosas: es posible una gran obra en un pequeño espacio físico y de tiempo; y no es necesaria más que la condición humana inherente a un solo hombre (o a doce) para dar vida a un argumento maestro. Asistimos a la deliberación de un jurado que debe acordar un veredicto en un juicio que todos consideran muy claro. La primera votación, sin embargo, resulta de 11 votos a favor frente a 1. La fuerza de ese voto puede ser decisiva, la vida de un hombre acusado de asesinato está en juego. A lo largo de la obra podemos observar la fantástica interpretación del elenco de actores, ninguno de ellos secundarios en mi opinión. Larazón y la sinrazón humanas quedan al descubierto; una y otra vez se analizan las pruebas y se construyen o destruyen los prejuicios del jurado.

Sin duda un título obligatorio para los amantes del séptimo arte; una película que debería proyectarse en las grandes escuelas de negocios y centros de poder para aleccionar sobre el poder del razonamiento lógico. La imagen mesiánica del redentor desaparece para dar paso a un sistema de valores basado en la coherencia de principios, en la protesta ante lo establecido y aceptado. Ubico este film entre los grandes del género que yo llamo «grandes solitarios» y que cultivaron con mestría grandes hombres del cine como Stuart Rosenberg, director de La leyenda del indomable o Brubacker. En todas ellas, la idea de un hombre consecuente intenta prevalecer en un sistema que descuida los detalles y lo distinto para salvar la cultura del trazo ancho y homogeneizar la capa visible de las cosas.

Cada tarde

Cada tarde

… de cada verano se asoma desde su balcón para ver ladrar a los perros en el parque y retozar a los grupos y parejas sobre el gastado suelo de césped. En ese lado de la calle del que hablo el sol domina un amplio jardín de árboles cuyas hojas superpuestas disponen cuatro filas de alturas y colores. Al fondo el resto de ciudad y la parte de campo vivo aún no conquistada por la tribu. De los cuatro órdenes custodiados por un paseo con rosales rojos y amarillos, en primer término, solo y mustio pero erguido, un joven abeto muy ajado  intenta cada tarde a la hora de la siesta – a la misma hora en que ella lo divisa- rivalizar en belleza con su distante compañero. Lo consigue. Este diálogo febril se prolonga hasta la noche, hora en la que ambos seres vivos junto al resto de tropas del jardín detienen su festín de sol para convertirlo en química y en vida.  Por respeto a la joven que se asoma a contemplarlos, ningún árbol de los que hoy he mencionado hace uso de frases o palabras. Guardan con recelo el secreto inaccesible de sus hojas, el lento pero eterno crecimiento. Ella desde su balcón se acostumbra a su belleza con los años y ya de poco a poco se atreve a salir y contemplarlos como la primera vez, sin reparar en las pinzas de la ropa, más allá de las cortinas, la ventana, la barandilla de cien años, las tareas de la semana, más allá del trabajo, del día a día, cruzando la calle con los ojos, sin poder tocar el cuadro pero sí poder vivirlo.

Vista de un parque más allá de la ventana

Vista de un parque más allá de la ventana

Incandescente

Despejado, 20 grados, madrugada del domingo 23 de mayo. En la esperanza de un pronto desembarco toda la tripulación arde en deseos de consumir los últimos toneles de licor. Como alferez de este navío he de abogar porque la conducta de estos seres roncadores no degenere en indolencia. Todos duermen, parece como si supieran que su suerte no depende de que cada par de ojos guarde la vigilia y que este manto arrugado de siglos que es el Pacífico tiene siempre la última palabra. Si de mí dependiera prendería el velamen y el alcohol, todo si con ello avistásemos el nuevo continente.

Mil veces mil he querido subir a la proa y gritar de pánico por encima de las torpes cabezas de cubierta. No tolero la ineficiencia de mis superiores ni su desconocimiento del medio y la navegación; todos ellos son una colección de sinsentido: señoritos de pañuelo que llegaron como hijos de antiguos oficiales, rostros estirados sin capacitación ni ideas, recién salidos de la Naval o viejos de viajes circunvalando su vacío, meros tramitadores o gestores, gente que no ve en el mar más que un segundo suelo y no un mundo inexplorado. Como oficial de menos rango a bordo no he mostrado hasta hoy semejante debilidad ni tibieza en ninguna de las decisiones que he tomado; no en vano en Portsmouth tengo fama entre los hombres de marina de ser un joven recto aunque cercano. En varias ocasiones he sido amonestado por fregar la madera junto a los hombres de cubierta y no carecen de razón quienes me han tachado de estrafalario. En mi rareza y mi insolente ansia de actuar con coherencia radica mi valor. Debo ser ejemplo de mí mismo. Me guardo sin embargo el derecho a desfallecer en el mejor de los momentos, cuando esta calma y silencio por fin nos abandonen y mis servicios se requieran con más apremio. La historia de mi vida ha estado sujeta a estos frecuentes desvaríos y en poco menos de un año he vivido dos abordajes y regulaciones oficiales. No espero ni fabrico esperanza, solo la transmito. Entretanto y hasta que llegue un nuevo azote, escucho rugir la panza de este cascarón con la fuerza de treinta hombres resoplando.

Romantic scene

Romantic scene

Salón de Baile. Museo del Romanticismo

Salón de Baile. Museo del Romanticismo

Embargado de Brahms, Schumann y Beethoven en la casa donde custodian el romanticismo de la Corte. Un concierto de gala para las almas sedentarias que me ha sabido a luz.

Gracias a Irene Mateos, Fermín Salaberri y Pablo Martín por esta gran tarde de acordes en directo en un salón realmente mágico donde el baile de principios del siglo XIX ha cedido su espacio a una familias de sillas y a una alfombra mullida de recuerdos. Entre otros compañeros de sentido y sentimiento, acudieron Ludwig Van Beethoven, Robert Schumann, Johannes Brahms, adultos de traje y zapato liso, mayores de chaqueta, jovenes de vida y gente vestida con vaqueros.

Los componentes del grupo de cámara que hoy revivió a Schumann provienen del RCSMM y tienen ya una joven experiencia en escenarios de la capital que les ha valido un temprano reconocimiento en la comunidad musical. Personalmente gracias, musicalmente de acuerdo.

El universo una vez al día

Gracias a varios post de Ricardo Montiel en su Blog El sofista, que ha cumplido 6 años y del que me declaro en adelante seguidor, he conocido la web Astronomy Picture of the Day, en la que cada día desde el 20 de junio de 1995 -aún me muerdo las uñas por no saberlo antes- un astrónomo profesional comenta una imagen captada por un fotógrafo aficionado, un satélite o un observatorio. Os recomiento que visitéis la página y contempléis cada día nuestro particular país de las maravillas.

Man-hattan

Después de una colección de gloria, hoy estrena «You will meet a tall dark stranger», un nuevo cristal de luz con que mirar nuestra realidad contemporánea. Me ha dado por recordar un gran comienzo de obra. Dice así: