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Los siete samuráis

En la más alta cima de la épica poética, más allá de las sombras y lugares oscuros que a veces nos habitan, encontramos siempre joyas que nunca tienen color ni brillan engastadas, que no se cuelgan ni se regalan; solo se pueden ver, leer o apreciar. En 1954 Kurosawa alumbró la épica heredada de shakespeare y los griegos, dejó su gota de arena y su grano de agua, sus cuatro montículos de gracia coronados por katanas. En 1960 John Sturges realizó un remake de la película adaptada a la cultura del western con magníficas (nunca mejor dicho) interpretaciones de Yul Brinner, Charles Bronson, Steve McQueen, Robert Vaughn, Eli Wallach, James Coburn y Brad Dexter. En el estreno se convirtió en un clásico.

Y también en el invierno

La toma de la mano frente al sol de agosto y también en el invierno. La mira ciegamente. Afuera se derrite o luce un árbol. Los niños salen del colegio devorando calle. La ropa tendida en viejas cuerdas, seca el paso y el peso de los años. La ha dicho mil veces «yo te amo» y por eso las paredes no dejan de invadirle. Busca nuevas palabras más allá del acto y de la obra. Desfallece y a un tiempo se incorpora. La toma de la mano nuevamente. Pronuncia:

Desconozco el sentido de las cosas,
la aparente vida que destila el firmamento.

No he encontrado sol que yo no haya pintado
ni logrado sueños que antes no soñara.
Solo fui un gran salvaje para mi vieja alma domada.
He sabido andar y estar sentado.

Imagino un catálogo de besos con que acariciar tu rostro.
Cada noche encayo mi pecho en medio de la cama
y con tu nombre como estrella, te imagino.
Eres esta calle, los niños, el árbol, la ventana,
la gravedad paciente de los días en que vivo.

Obituario

A pesar de su avanzada edad, se podría decir que el barón era un hombre joven de apenas 20 años. A pesar de ser portugués, era cojo de la pierna izquierda. Comía los fines de semana, por lo que de viernes a domingo jamás probó bocado. Era ateo, aunque todas las mañanas se peinaba y tuvo un coche de cinco plazas muy en contra de su naturaleza, pues era muy delgado y además moreno. Se le conocieron dos novias pese a ser completamente fértil y le encantaba el dulce aunque de profesión era maestro. Personalmente le pude conocer en Versalles y debo confesar que me extrañó verle en suelo galo, pues todos sabíamos que el barón usaba gafas desde el primer año de vida. Su caligrafía era excelente y ha sido recordada pese a ser educado en la Universidad de Salamanca. Escuchaba perfectamente pero le encantaban los días soleados. Dicen que tuvo hijos pese a serlo él mismo de su padre y tener una vida saludable practicando deporte y con dieta equilibrada. Cuando murió, extrañamente perdió la vida y de repente dejó de contestar a las llamadas. Le encantaban los palacios de tres pisos pese a consumir grandes cantidades de agua de colonia. Fue funcionario real aunque desayunaba y de niño era muy limpio pese al avanzado estado de putrefacción de sus áxilas. Le gustaban, por ejemplo, las galletas ya que no soportaba producto derivado del trigo, el centeno o cualquier otro cereal. Bebía leche, eso sí, pese a que una vez jugó a las cartas; y se dice que era un hombre bondadoso aunque practicaba la caridad y no mentía nunca. Era un hombre muy curioso y pintaba cuadros a pesar de haber sido pintor. En una especie que aún subsiste, fue el último hombre monotarea del planeta aunque ya nadie le recuerda y esta mañana me ha invitado a un café solo.

El nacimiento del resto de su vida

Por su empeño en ver la vida, le fue dado el derecho de vivir.
Por no existir paredes que contengan su deseo,
su propia madre le sacó del vientre.
Su primera carta en la tierra, bocabajo pintó en bastos,
aunque esa noche todos los demás cantamos copas.
Nadie en medio de la crisis le pudo desear dinero
porque nada se acercó más al sentido de las cosas
que su propio nacimiento.