por David Criado | Abr 19, 2010 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
1.- Las 360 personas más ricas del planeta tienen el mismo dinero que las 2.400.000.000 personas más pobres.
2.- El acto más revolucionario que se puede cometer en la sociedad de hoy es ser publicamente feliz
3.- «Cuando todo ha terminado, quiero decir toda mi vida, yo era una novia casada con el asombro» Mary Oliver
4.- «Hay que dejar que el suave pequeño de tu cuerpo ame lo que ama» Mary Oliver
5.- «La vida es un problema solo si la muerte no lo es: estar vivo es dehacer el cinturón y buscar problemas» Kazantzakis
6.- «Llorar un mal que ha pasado y se ha ido es el siguiente camino para dibujar un nuevo mal» Shakespeare
7.- «En cada trabajo que se debe hacer hay un elemento de diversión: encuentra esa diversión un complemento, haz de ella el juego del trabajo» Mary Poppins
8.- «Solo una vida vivida para los demás vale la pena» Albert Einstein
9.- «La vida no deja de ser graciosa cuando la gente muere más de lo que deja de ser seria cuando la gente ríe» George Bernard Shaw
10.- Con pasión, todo es posible
por David Criado | Abr 19, 2010 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
Se sumerge en la bandada de pájaros con chaqueta de su calle. Navega en cada acera, precavido de los faros. Alza el vuelo en las esquinas a través de los ojos de los otros. De cuando en cuando asiste a la cópula infinita de cristales. Y al fin de todo asciende, se escabulle entre la manta de automóviles y sol para hacer llegar la lluvia. Se detiene en el centro del balcón y se acribilla, divisa la manada de profetas, conoce a Dámaso en el parque y cada hoja de roble le parece que habla griego. Atiende porque el tiempo es un conjunto de líneas en la palma de su mano. La piel de las antiguas cosas le pesa contra el cuerpo. Piensa en no ceder nunca, en detener el curso de su vida y en girar también unos ciento veinte grados. Dilata el horizonte cuando habla, humedece los charcos con su llanto; su fachada es un rostro montañoso cuyo tacto es un beso en la memoria. Su corazón se reproduce por esporas a la espera del siguiente folio. Alcanza la comprensión relativa de los patios, organiza el crecimiento en las macetas de todo el vecindario.
Se alimenta de los asesinatos, del homicidio del día y el triunfo de la noche, del embargo de las puertas entreabiertas y el sabor de la cerradura de tu alma. Lo hace porque él tiene la llave, porque no la utiliza ni defiende, porque todo lo que es o ha sido le demanda nacimiento. Pinta de colores los semáforos, traza surcos blancos sobre asfalto en recuerdo de esa cárcel consentida que es su cuerpo. Recita pasos cuando los demás van caminando, lee -antes de escribir- su historia en las briznas de la hierba, conoce el lenguaje de las piedras. Frecuentemente da calor o frío y nunca en periodos compensados. De todas las gargantas y las lenguas de este valle, pudiera decirse -no sin miedo- que su desfiladero de palabras es la tempestad concreta. Duerme y se asume, pero no se necesita.
por David Criado | Abr 19, 2010 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
Por todas las veces que ella le había ayudado a levantarse; por la luz cegadora de sus ojos que calmaba el frío en el invierno y helaba el rayo de sudor en el verano; por el tiempo en que amanecía y él soñaba despertarla; por los pasos en común cuya huella el olvido no borraba; por la vida futura en que con o sin fortuna saldrían adelante; por el fulgor incandescente de su pecho ante cualquier imagen de su otra parte a la que tanto veneraba; por la noche en que decieron crecer juntos y supieron que serían viejos el uno junto al otro; por la vida y también por la muerte de los otros; por los muertos de su felicidad, aquellos a los que había amado y que le habían construido y hecho más humano; por los versos decadentes y el poema eufórico; por el libro y el cuarteto, por su rostro, por aquella sonrisa en la que el mundo se miraba: por su capacidad de mostrar la vida más allá del alma y de la fe: por el principio y el fin del sentido de las cosas que se halla justo entre sus dos cejas diminutas: por la paz de mis preocupaciones que solo puede encontrarse en su regazo; por el cielo y por la tierra y porque dibujamos cada día el horizonte; por sus manos que traducen notas que ni siquiera los autores han soñado; porque se equivoca y pide perdón; porque ama y no espera ser amada; por su pequeño cuerpo en el que se contienen las mareas y cualquier trozo de tierra que yo pueda llamar patria: por eso, creo, aquel día me convertí en el resto de su vida.
por David Criado | Abr 19, 2010 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
Despuntó Elgar en el cuarto, no en el piso cuarto sino en el apartado cuatro que el desaparecido tenía en el albergue Le Premiére. A la media hora de la muerte se calcula que la brisa del río, algo perturbada, entró en la habitación. Tenía un olor familiar, como de incienso seco. Aunque yo no lo creí así, las pesquisas apuntaron luego a una quema de colchones viejos de tres niños judíos en el Marais. A pesar de que no era algo insoportable, era cierto lo que la señora Marchand, gerente del albergue, declaró a los gendarmes: ese olor disimula bien la muerte. La anciana se refería a que aletarga los sentidos y es fácil no distinguir el olor de un cadáver del de un colchón abandonado al fuego.
En mi opinión resulta desconcertante que la escena del crimen no fuera inventariada. Y pese a que todo habitante a uno y otro lado del río conoce el éxito continuado del comisario Simonet en cada uno de sus casos, es razonable pensar que no quería que el muerto levantase el pánico en el Departamento y que por ello actúo con cautela y algo de premura; pero menos razonable parece esta falta en el método de investigación acostumbrado, si conocemos -como luego pude comprobar en el Registro de Entrada de Monmartre- que el cadaver pertenecía al escritor André Breton. No me refiero a que el muerto fuera André Breton, que ya lo estaba hacía veinte años, sino a que uno de sus personajes más queridos había fallecido hacía cinco días en el cuarto donde cinco agentes peinaban cada palmo susceptible de ser alguna prueba.
Los diarios vespertinos se hicieron eco del hallazgo del cuerpo y la señora Marchand pronto fue objeto de las visitas de vecinos y curiosos; parecía como si la anciana madre de tres hijos, muertos todos en la gran guerra, tuviera su momento de gloria gracias a la desgracia ajena. El comisario Simonet abandonó la finca momentos antes de las ocho de la tarde bajo la atenta mirada del vecindario. A las ocho y veinte – e incomprensiblemente dada la distancia entre ambos puntos- fue visto en el Marais interrogando a los tres chicos. Tras media hora de declaración, compró comida kosher y almorzó en el parque Le Gaulois, cerca de la Calle Libertad. Luego acudió a la comisaria y redactó el parte de defunción que fue sellado por el juez. Al acabar la noche, regresó a su casa. No se ha vuelto a saber nada de este hombre hasta hace quince días aproxidamente; cuando tras cuatro meses ha sido hallado muerto a orillas del Sena con una inscripción en el reverso de su brazo. Los fotógrafos han logrado captar la imagen y la frase ha sido difundida en pasquines y carteles improvisados durante las últimas semanas. Aunque se han hecho cientos de copias, no he logrado hacerme con un pasquín hasta el día de hoy. Su difusión fue prohibida bajo secreto policial. La frase dice así:
«Mi curiosidad por conocer el final de su historia es mayor que el resto de mi vida»
Se ha sabido que a Simonet le quedaban cinco meses para la jubilación, que era ateo católico pero simpatizante sintoista a raíz de un caso intrigante que le llevó a las calles del barrio Chino. Han contado sus propios vecinos que no dormía de noche y que era frecuente verle vestido con la misma ropa varios días de la semana. Se ha concluido de todo esto que estaba trastornado y que los últimos años de su vida vivió atormentado; y no han faltado reputados psiquiatras que con estos datos han dicho que sufre un síndrome de nueva cuña que afecta a los que guardan el sistema. No creo nada de todo esto, como no creo en el humo de los colchones judíos ni en los días de la muerte de Nadja y Simonet. No creo, y estoy muy seguro de ello, porque hoy mismo -esta mañana- he leído una novela de Breton en la que el comisario Simonet hallaba el cuerpo de la joven Nadja; y de todo ello deduzco que cuando usted acabe de leer esta oración, caeré como un cuerpo sin vida sobre el suelo de mi piso.
por David Criado | Abr 19, 2010 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
Rezó por la vereda cuando nadie le escuchaba; rezaba entre suspiros, escondido tras olivos cuatro veces más inmensos que su figura de niño atormentado. A la salida de misa, todos los domingos, cinco mujeres que rondaban la treintena corrían a bañarse antes del almuerzo. Eran las hijas solteras de las fuerzas de Mariño; María, la guapa; Remedios, insolente; Adela, solitaria; Piedad, tempestuosa y revelada; Inés la de la cara siempre fija al suelo. Escondidas tras las zarzas junto al río, despojaban a su cuerpo del peso innecesario: enaguas, camisola, almidones y cinco de las cinco bragas tras las falda larga. Ajeno a la gran guerra, Roberto las miraba; escapaba así de los gritos de su casa, de la muerte de Dantón – su perro-, y de los chicos medio lelos que no pedían más que pueblo ni soñaban con Madrid, con sus trajes, con paseos a media tarde y cafés en torno a Valle. Se recreaba en las formas de su cuerpo, no en pecado sino en una contemplación casi infinita, memorizando valles y cornisas, amando su inocencia y su ternura, vigilando las cinco corrientes voluntarias de un río recién bombardeado. Para Roberto, aquel sería el momento más cercano al cielo y a sus ninfas.
Una oscura costumbre irremediable le había condenado al campo por herencia. De lunes a sábado soñaba entre los surcos del arado el instante en que ellas, confiadas, empapaban de río su piel blanca, sus cabellos extremadamente largos y sus muslos; el momento en que el mundo se paraba y cinco cuerpos se lanzaban agua con las manos, ríendo, sonriendo, llegando al otro con solo alzar los brazos. Pero aquel sábado, el día en que todo iba tan bien – puchero y ropa vieja y el sol suficiente sin llegar a asesinar- encontró el río vacío, y el recodo sin princesas. Pensó que su reino había caído, que ya no era feliz, que todo había terminado. Recordó que renegó de Dios cuando nada le había dado, en el rincón oscuro de su casa, pensando en su pobreza y en su suerte. Recordó aquello pero comenzó a rezar pensando que cualquier idea resultaba indiferente, que la vida era buscar el domingo en que las ninfas se bañaban y que sin domingo no podía matar el resto de semana, pensando que Dios se le había adelantado, quizás en tan solo un día, en apenas un pecado.
por David Criado | Abr 19, 2010 | CREATIVIDAD e INNOVACIÓN
Caminó descalzo, nadó desnudo, comió siempre vestido, bendijo con su voz el silencio de los otros.