Con bastón y con sombrero

…como habían soñado sus ancestros; así logicamente caminaba entre el tumulto, formando parte de la masa de las seis y cinco de los martes. De la misma forma en que el séquito de gatos aulladores augura una noche más tranquila; así encontré acertado pensar que tanto ruido solo es la antesala de millones de silencios solitarios.

Así en el mar como en la tierra

Así en el mar como en la tierra

La última noche que pasé en el puerto sentí un hondo estallido en mis pulmones. Siempre tuve problemas con el viento y mi cuerpo nunca fue una excepción. Supuse que el gran Mar me llamaba y resté importancia al hecho de que todos los navios que partieron, viajaran en otra dirección. Le rogué que no batiera mi barco más que contra el alba y quité muertos y amarre. Para cuando había recogido las defensas, el farero hizo luz desde lo alto y vi claro el camino al nuevo mundo. La primera de mis velas no entendió mi idioma hasta pasado un tiempo corto, quizá algunos minutos. La segunda desplegó su fuerza marcando el rumbo sin temor. Pronto perdí la costa y mis ojos deshicieron las murallas de aluminio adentrándome en el mar. Dicen que de los tres grandes mares de esta tierra, el Mediterráneo es el más calmo y cálido de todos. Recuerdo que aquella mañana parecía recordar su parto fijando en la marea la extensión de sus dominios, multiplicando espejos hacia el cielo, tomando y expulsando aire como solo yo había visto hacerlo a compañeros en su último álito de vida. Plegué la bandera de mi patria a la espera de encontrar continentes en mi alma, yo solo, derivado, incapaz de controlar mi suerte más que en un porcentaje tan mínimo como la envergadura, dureza y longitud de mi génova y mi mayor.

Fotografía desde el mar

Perfil horizontal de este mundo

Muchos han abrazado la fe en Dios una vez han visto el mar y han arribado pero yo no tuve más liturgia ni creencia que la navegación y la búsqueda de tierra. Aún seguro de esto y sabiendo que mi universo conocido se perdía a millas de mi popa, por primera vez tuve la sensación de saber a donde iba, de no temer a nada ni a nadie y de no esperar nada de nadie sino solo en ocasiones lo peor. Sobre este punto fragüé mis ilusiones y pude desvelar quién era aunque pasados siete días no supiera dónde me encontraba. De todos es sabido que la última de mis travesías fue el primero de mis dos grandes naufragios. Me llamo Damián Diente y la suma de mi apellido halló lecho en el mar mucho antes que mi nombre. Arrecifes de tristeza inundaron de coral mi cara y soy la casa esperada por los peces abisales. En las cuencas donde resposé mis ojos, nacen alfombras de algas diminutas y se extienden en mi pecho -ahora instrumento- al capricho de corrientes que mis pulmones no pudieron soñar en otra tierra. Porque no hay ser más dinámico y más vivo que este mar…

Decimotercer día en la India

En Calcuta el tranvía es relativamente cómodo. Los monzones aún no han llegado aunque dicen que pasaron la costa de Kerala hace ya dos semanas. Hace niebla de noche y algo de frío a la tarde. Se puede sobrellevar con ropa larga aunque la humedad se me hace realmente insoportable y sudo casi veinticuatro horas. El número de musulmanes por las calles va en aumento a medida que desciendo el río; lo noto en sus costumbres y saludos y en el modo en que entienden los paseos. Los guettos son frecuentes y el barrio rojo deja tras de mí una ejército de prostitutas que asedian a las hordas de turistas, a mí me esquivan y logro entender que voy algo desarrapado a estas alturas. El metro de la ciudad de Kali tiene dos líneas infinitas que se proyectan custodiando el río. A través de una de ellas acudo a la primera razón por la que he arribado a esta parte del antiguo imperio. La casa es de un rojo globular almenada de balcones y con un patio repleto de columnas. El jardín es amplio y me siento a contemplarlo. Aquí nació el maestro y aquí escribió los primeros versos. Me encuentro con una pareja de españoles y me comentan que acaban de venir del norte y que la Escuela está aún abierta y ahora se ha convertido en el campus de Visva-Barathi, un gran ciudad universitaria. Como con ellos, no he visto el templo jainita y me hablan de él, llevan apenas cuatro días y yo les hablo de mi viaje. Cuando acabo, duermo un rato en la calle, cerca de un mercado. Mañana iré a Santiniketan, reconvertido en el centro educativo de la India. Estoy algo cansado, los últimos cinco días no he dormido bien por la humedad; espero al sueño pero como siempre, llega tarde.

Sexto día en la India

El lunes partida en Finnair a las cuatro de la mañana empollando hindi en el avión. Destino Delhi con trece millones de habitantes. Mentada por primera vez hace dos mil seiscientos años en el Mahábharata como lugar donde vivían los cinco hermanos conocidos descendientes del rey Pandú, incluido el héroe Arjuna al que tantas veces he admirado, el gran hijo fiel y leal de Indra, un dios principal temeroso, con un harén de putas, rezagado y envidioso. A pesar de que tenía la ilusión de encontrar la ciudad pérdida de más de tres mil años, me conformo con ver Jama Masjid y Qila Rai Pitora, el sueño de los Chauhan en el siglo XII. Delhi está desencantada por los coches y el ruido constante pero nos entendemos bien, gran parte de la gente que me habla lo hace en inglés. He pensado en ir a Jaipur pero mi sueño es llegar a Agra y luego bajar a Varanasi; puede que vuelva a la ciudad rosa a la vuelta. Repaso el plano en la pensión; el dueño no hace reverencia cuando le pido luz y extiende la mano buscando el latón de pocas rupias. Me meto y respondo a los correos. A la noche paseo con fruición por Delhi recordando que fue agasajada por imperios y olvidada por todos los británicos.

El cuarto día lo paso viajando en un turbio tren atestado de hermanos, viendo a los ascetas caminar a pie de un lugar a otro buscando su interior en otra vida. El tiempo no pasa y todo parece detenido. Varanasi fue lugar sagrado, centro espiritual y comercial; cuna quebrada del alma y del dinero de esta parte del mundo hace ya siglos. Quiero bajar por alguno de los cien ghats hasta el gran río. Mi idea es bañarme en calzoncillos, entiendo que no seré arrestado. Cuando quiero darme cuenta, se detiene el treb. Paramos media hora creo que por una vaca tendida en medio de la vía. A la hora estamos en Agra, gran ciudad mogola; oigo hablar al Templo Rojo y miles de turistas atestan el Mahal. La entrada a Agra es desoladora, una contaminación brutal te impide ver el fin. Cansado por el viaje, espero ansioso ver la tumba de la Joya del Palacio, quiero prescindir de guías y compro algo de comida algo cara para los que somos extranjeros de este mundo.

Al entrar al recinto siento que la historia se ríe de todos los que creen ser algo, de todos los que me han dañado y amado en mi alejado continente. Llevo años esperando este momento, he pasado meses en pie sin alcanzar un sueño tranquilo ni el descanso. Todos los que creen en el honor, en una casa o un coche más grande, en el fin y no en los medios, todos los que visitan este templo como algo más en un viaje por el mundo, se quedan a las puertas de ver con nitidez esta belleza. Aquí, en el rincón interior en que me encuentro, hablando con los jardines que humedecen mi poema, recito de memoria la secuencia que escribí hace casi quince años. La recito como un rezo, esperando una respuesta. Sonrío a Jahan y pienso que él lo consideraría un tiempo breve. Expoliado y nacido en la llanura, el Taj Mahal es un gran Corán con paredes y techos infinitos, es un sueño de cuarenta mil manos amputadas trabajando en un sagrado compromiso; en conjunto es un concepto, en concreto es todo lo que se puede entender por el amor. Nueve iwanes y el brillo inmortal del mármol blanco me iluminan. Al girarme veo al fin edificios de piedra roja que me recuerdan que estoy vivo. Pienso en no moverme y no lo hago. Tras más de tres horas sentado en el blanco, no puedo antender qué me pudo preocupar en Madrid, qué problemas -si tenía- no me dejaban seguir hacia delante. Busco un sitio en la ciudad y al fin descanso. Hoy recorreré Agra y compraré unas sandalias; lavaré la ropa y seguiré a Varanasi, detrás está Kanpur.

El juicio de Osiris

Ya he colgado el gran corto en la pared del dormitorio. Es una sentencia larga que ha viajado desde Egipto, desde más allá del Bajo Nilo. Soy acompañado por Anubis, muy educado, no me da nunca la espalda. Al llegar a la balanza, Ammit me observa con rigor y con desprecio, Thot escribe sobre el paso, Dios y sus 42 secuaces observan la roadmovie. Tengo miedo, la pluma de Maat es muy delgada y mis 21 gramos supongo que no darán la talla. No veo a Horus y su padre se impacienta; aún así estoy tranquilo.

What did you learn in school today? Tom Paxton

«What did you learn in school today, dear little boy of mine?
I learned that Washington never told a lie
I learned that soldiers seldom die
I learned that everybody’s free
That’s what the teacher said to me
And that’s what I learned in school today
That’s what I learned in school

What did you learn in school today, dear little boy of mine?
I learned that policemen are my friends
I learned that justice never ends
I learned that murderers die for their crimes
Even if we make a mistake sometimes
And that’s what I learned in school today
That’s what I learned in school

What did you learn in school today, dear little boy of mine?
I learned that war is not so bad
I learned about the great ones we have had
We fought in Germany and in France
And someday I might get my chance
And that’s what I learned in school today
That’s what I learned in school

What did you learn in school today, dear little boy of mine?
I learned that our government must be strong
It’s always right and never wrong
Our leaders are the finest men
So we elect them again and again
And that’s what I learned in school today
That’s what I learned in school»