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El aguador de Sevilla, Diego de Velázquez, 1620

El aguador de Sevilla, Diego de Velázquez, 1620

Dejen que les sorprenda: estamos viviendo una revolución cultural que tiene precedentes. Aunque no comparto la forma en la que Carlos Rebato expone su ejemplo en ALT1040, el ejemplo del que habla supone una metáfora real del cambio que estamos viviendo. En su post hace referencia al cuadro de Velázquez el Aguador de Sevilla en el que se retrata un modo de vida (evito utilizar por respeto a Carlos el término “modelo de negocio”) que ha caído en desuso por la universalización del servicio de agua corriente a través del sistema de canalización y abastecimiento a poblaciones que conocemos hoy en día, o bien a través del complejo sistema logístico de distribución de agua mineral que las compañías articulan para explotar los manantiales naturales. El ejemplo me parece lo suficientemente inspirador para hacer comprender la importancia del cambio de escenario a aquellos que permanecen aún alejados de la cultura red y sumidos en un modelo productivo industrial. Tanto el cuadro como la profesión que refleja me resultan admirables. Como siempre que atendemos a nuestro pasado, tenemos muchas más cosas en común con la Sevilla del siglo XVII de las que nos gustaría creer.

A principios del siglo XVII, cuando el cuadro fue pintado, existía en Sevilla una fluida economía que contribuyó a la construcción de los más importantes edificios que actualmente conocemos. En el siglo anterior la ciudad había liderado en gran medida el crecimiento económico de toda una nación haciendo florecer industrias importantes dedicadas a la fábrica de jabón, la artesanía cerámica y el negocio de la seda. Las instituciones comerciales del sur español encontraron en la ciudad una referencia a explotar a través del río Guadalquivir cuyo empuje cedería posteriormente a favor de Cádiz. La expulsión de los moriscos en 1609 afectó al norte español pero no tanto al sur que vio incrementar su población de forma vertiginosa con la inmigración africana, canaria y la sincrética disolución social de los moriscos reconvertidos para luego sufrir una drástica reducción demográfica por la crisis económica (¿les suena?) y la peste. Efectivamente en esa época toda España, Sevilla incluida, padeció una epidemia de peste que contribuyó a diezmar la población reduciendo en un 1.500.000 habitantes la población española de aproximadamente 7.000.000 de habitantes, una población enorme para la época en aquel entonces. Aunque la población de Sevilla era elevada, se concentraba en la ciudad el grueso de la inmigración esclava que existía residualmente en la península: alrededor de 50.000 personas que supusieron el último resquicio de esclavitud antes de que su existencia pasara a ser anecdótica en el siglo XVIII. El historiador Luis de Peraza relataba en el primer tercio del siglo XVI “»Hay infinita multitud de negras y negros de todas las partes de Etiopía y Guinea, de los quales nos servimos en Sevilla y son traídos por la vía de Portugal». De esté número de habitantes, un censo eclesiástico de la época cifra en 6327 el número de esclavos de lo que podemos deducir junto con las familias moriscas (los llamados esclavos blancos) y los esclavos musulmanes, que en la época en la que vivía el aguador había gran diversidad de culturas y modos de vida diferentes en una sociedad jerarquizada y sujeta a una estructura rígida de reparto de poder. Relata Diego Ortíz de Zúñiga que «Eran en Sevilla tratados los negros con gran benignidad desde los tiempos de don Henrique Tercero, permitiéndoles juntarse a sus bailes y fiestas en los días feriados, con que acudían gustosos al trabajo y toleraban mejor el cautiverio» por lo que si damos fe a este testimonio dentro de la diversidad y la férrea estructura de esclavismo (debemos contextualizar) había un respeto escrupuloso hacia la condición de algunos esclavos si bien otros eran denigrados tras la subasta en las gradas exteriores de la Catedral de Sevilla. Dada la época y como bien señala Alma Mater Hispalense el medio más apto para la integración era la religión por lo que muchos de estos esclavos se integraron en la sociedad con la normalidad que les era permitida a través de cofradías y hermandades.

Mulata en la cocina, Diego de Velázquez, 1620

Mulata en la cocina, Diego de Velázquez, 1620

Otro cuadro de Velázquez, Mulata en la cocina, refleja la presencia de esclavos negros en las casas pudientes sevillanas cuya relación incestuosa con sus amos daba lugar a los mulatos. Estos mismos esclavos servían el agua a sus señores cerrando el círculo de la discriminización social de la que también participaba el negocio de la distribución de agua. Era pues una sociedad mestiza que inconscientemente y fruto de el clasismo de sus ciudadanos fomentaba la aparición de elementos sociológicos diferenciadores de forma totalmente natural y sin solución de control o tutelaje.

Todos ellos tenían que convivir mediante modos de vida muy diversos. Entre ellos y dado el inexistente servicio de canalización de agua potable exenta de enfermedad (tifus, catarro, peste atlántica), el aguador tenía un papel clave. Era una profesión respetada y fundamental para la vida diaria de una ciudad tan grande como Sevilla, abastecía a las casas pudientes y en menor medida (con pequeñas dosis a precios a menudo abusivos para tratarse de un bien de primera necesidad) a la gran cantidad de hogares que se encontraban a medio camino entre la casta mendicante (elevada y sin derechos de acceso salvo caridad) y la casta noble (privilegiada y que acaparaba el poder). Esta profesión fue poco a poco quedando en desuso hasta que en el siglo XVIII y ya a principios del siglo XIX la ciudad contó con una red de suministro de agua potable en cada hogar de la ciudad sin distinción de clase o condición. El hecho de que una nueva forma de abastecer a la población diera paso a un control eficiente de la potabilidad del agua evitando enfermedades y pasando de una logística de barrio a una logística metropolitana, tiene cierta similitud con el proceso de democratización de la creación y autoría de contenidos en la actualidad. Nadie de los que consumió agua a través del grifo de su cocina quiso menospreciar el admirable trabajo de varias generaciones de aguadores en pro de la salud pública de los habitantes, simplemente se trataba de un nuevo escenario gracias a tecnologías novedosas de distribución de agua que favorecían a todos, incluso a los aguadores que supieron reciclar su negocio y montar pequeñas flotas de distribución de agua embotellada para los más exquisitos.

Quiero extrapolar con vosotros esta bella lectura de la historia a nuestro momento actual: No se trataba de criticar un cambio en el abastecimiento de agua (cultura) sino en hacer fluir ese agua (cultura) a cada ciudadano que necesitara beber (consumir cultura) para saciar su sed (generar conocimiento) y con ello evitar el enquistamiento y el acceso restringido y controlado de las élites sociales (industria de la cultura) al agua (la cultura). La riqueza multicultural (riqueza en la creación y consumo de formas diferentes de conocimiento) unida a la decadencia hegemónica española (crisis económica pr
ovocada por los mercados financieros actuales), confiere a los cuadros de Velázquez esa pátina de genialidad que retrata la cruda y meridiana realidad (cruda y meridiana realidad actual) de la España y los modos de vida de la época, como es el caso de la profesión de aguador (industria cultural) en decadencia. El cuadro reflejaba una época en la que un mediador (el aguador/industria cultural) suministraba agua potable (conocimiento/cultura) a aquellos que podían permitirse el lujo de pagarla (de pagar CDs, royalties, derechos,…). Tampoco se trataba de que los generadores del agua (cultura) que sacaban y explotaban los pozos minerales (autores sujetos a propiedad intelectual) no fueran reconocidos por su trabajo ya que simplemente se cambiaba la cadena de reconocimiento de valor de la época anterior a una nueva cadena que fomentaba la distribución del agua (cultura) entre los habitantes y pagaba también por ello pero de una forma novedosa a los generadores de esa agua (autores). Claro que siempre había gente que acudía a los manantiales por la noche (crackers) a robar el agua o las carrozas que portaban las tinajas (películas de estreno o discos de moda) para ser consumidas sin pago de tasas. También en Sevilla existían personas que reclamaban que el agua era un bien común (procomún) y que el acceso debería ser universal, del mismo modo que en Aranjuez pocos años más tarde la población enfervorecida reclamaba el pan para vivir.

Cuando existe un cambio cultural, que no teman los autores (generadores de conocimiento/agua) cuando los mediadores (que siempre han sacado su parte del negocio a menudo explotando de una forma poco ética su papel de facilitadores entre partes) pretendan elevar su voz y provocar la alarma, porque  nada miran por la preservación y difusión del agua (cultura) sino por sus propios intereses. Si eres autor, sigue creando y pon en valor tu trabajo sin necesidad de que las masas sean bombardeadas con él para consumirlo no por su valor sino por la voluntad de quienes quieren distribuir según qué cosas. Que tu derecho a crear y ser reconocido nunca choque con mi derecho a consumir la información y el contenido libremente sin necesidad de que se exhalte y se encumbre a unos pocos por encima de la mayoría creadora. Que tampoco tema ningún gobierno que quiera representar la voluntad popular y cubrir las expectativas y necesidades de su pueblo, porque primar el beneficio de unos pocos (repartir el agua entre las casas nobles mientras otros que no tienen acceso al agua sustentan con su trabajo esas mismas casas) nunca redundará en la mejora del concepto de ciudadanía ni en la pluralidad y riqueza culturales.

Sobre esta base, hablaremos de nuevos modelos de vida y de consumo adaptados a las necesidades e intereses que mejoren nuestra libertad con formatos más justos y equitativos, pero sin esta base común no hay diálogo posible. Vemos a diario a grandes expertos perdidos en el mundo de la red, un mundo nuevo que cambia por completo su ajedrez con nuevas reglas. Pero es un mundo meritocrático, en el que cabemos todos, en el que los que delinquen (de verdad) son condenados y los que poseen valor serán valorados. Es el mismo mundo, nada cambia salvo el medio y los canales, adaptémonos para llegar más lejos.

Enlaces relacionados:

Evolución de la población española en la época precensal (Wikipedia)

Los esclavos en la Sevilla del siglo XVI (Alma mater hispalense)

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