Hace tiempo que no te caminaba. Yo, discípulo nocturno, hace tiempo que no era poesía. Y por un breve instante en que todo era silencio, esta noche he pisado tres quilómetros de sueño. Vengo de ciudades encontradas, de un cúmulo de espanto y sentimiento y de todas las vigilias. Después de décadas sin inventar el mundo, esta noche volví a nacer bajo tu estrella. Saldré borracho de algún lugar infame buscando mi sitio en tu memoria. Pero tú eres una capital, eres el centro del mundo digno, ese mapa urbano repleto de fachadas respetables. Y yo solo estoy cansado y te contemplo. Asisto mudo a esa fantasía recurrente de grandes avenidas y de ensanche. Porque hay algo en tí que me conmueve, tal vez esa melodía de semáforos o la inédita actitud de las farolas. Me lo he repetido tantas noches que mendigar la madrugada ya es para mí mover los labios con tu nombre. Memorizo cada imagen de tu cuerpo, insulto todo tipo de transportes a la espera de una única respuesta. He crecido en tí bajo la atenta mirada de los parques. Escribí en mis paredes la traducción vibrante de tu voz y esperé sentado con un vaso de agua a que llegaras. Para entonces ya estabas satisfecha de mil calles y soportabas resignada los actos solemnes y la gente. Y yo solo, como ese crepitar de hojas que visita desde cada árbol la tierra. Porque hace tiempo que no te caminaba. Yo, discípulo nocturno, hace tiempo que no era poesía.