“Creo que he encontrado el eslabón perdido entre el animal y el hombre civilizado. Somos nosotros”
maestro Konrad Lorenz, padre de la etología
Necesitamos más sentido del humor. Las personas necesitan aprender a reírse de sí mismas y de lo que les ocurre sin censuras. Una empresa sana sabe llorar pero también sabe reír. Convivir con el absurdo de la inmediata realidad es un arte que no nace por sí solo y que hay que cultivar. El humor se echa en falta en los despachos de quienes tienen la responsabilidad de mirar más allá de lo inmediato, pero también en las praderas de mesas donde se indigestan realidades urgentes que a fuerza de repetirse pierden su sentido.
El alma de las personas se ahoga sin el oxígeno relacional de una sonrisa. Sonreír no es reírse pero ayuda. No hace falta secuestrar nuestra alegría para que todos los demás nos consideren serios. La seriedad es un compromiso; el sentido del humor es la habilidad de los que se alimentan de la actitud de ser felices. Es algo que se entrena y es capaz de disfrutarse como la mejor vacuna contra el victimismo crónico y el individualismo malsano.
El primer paso para practicar el sentido del humor es relativizar la importancia de las cosas. Alimentar nuestra visión en perspectiva no solo calma nuestra sed de drama sino que acalla la mayoría de las alertas reptilianas que nuestro cerebro enciende ante lo inesperado. Si bien estamos evolutivamente programados para responder a la sorpresa con precaución, es la transformación de ésta en miedo paralizante lo que nos impide disfrutar de una vida sin grandes sobresaltos. Tener perspectiva es practicar la habilidad constante de poner las cosas en su sitio, conocer el lugar de todo lo que pasa en el amplio contexto de la naturaleza de la vida. Es una habilidad avanzada y propia de personas que se entrenan para ser inteligentes. Se dice por esto que el buen sentido del humor es propio de los genios. Saberse humilde y diminuto ante la inmensidad de todo lo que ocurre consiste en ser voluntaria y decididamente consciente de nuestro lugar en el mundo y de nuestras obligaciones. Pero no solo basta con esto. El sentido del humor con gusto, el que reconforta y alivia, el que distiende las relaciones y engrasa la maquinaria de la satisfacción, implica también saber el lugar de otros en el mundo, sus responsabilidades y sus obligaciones pero sobre todo las enormes limitaciones que por fortuna les impiden “ser perfectos” o “ser tal y como nos gustaría que fuesen”.
El segundo paso para conquistar el sentido del humor en las empresas es poner en cuestión nuestras creencias. Cuando estamos completamente seguros de lo que pensamos o somos nos situamos frente al abismo insondable de la certeza de estar cada vez más muertos. Por el contrario, el sentido del humor trabaja incansablemente para hacernos sentir cada vez más vivos. Para ello es necesario que superemos esa mente multiplicadora de fronteras que engorda una visión propia y sesgada de la vida; y abracemos una mente abierta a la visión de otros. El aprendizaje significativo y hondo, las experiencias que construyen nuestra condición y la riqueza de la interacción humana… todo ello llega cuando nos atrevemos a vivir más allá de la certeza sobre lo que es correcto o incorrecto, sobre lo que vale y lo que no. Una persona con un sano sentido del humor es primero un cuestionador de sí mismo y luego un cuestionador de otros.
El tercer paso para trabajar con sentido del humor consiste en ser valiente. Si bien nacemos completamente indefensos y nada preparados para el mundo, solo podemos vivir con dignidad siendo valientes. Tal y como yo lo veo los actos de valor puntuales no hacen de alguien un ser valeroso y admirable sino que es el propio acto puntual lo realmente ejemplar en ese caso. Lo que hace a alguien valiente es una continua actitud de valentía. Defiendo que el sentido del humor es la más rentable y creativa de todas las posibles valentías. Para tener sentido del humor de una forma constante y acertada es necesario desplegar con decisión y a un mismo tiempo una larga colección de destrezas a menudo inaccesibles para la amplia mayoría. Entre ellas destaco la capacidad de ser consciente del absurdo, la habilidad de comparar diferentes realidades y contextos, la facultad de la improvisación pertinente, la agilidad en la generación de respuestas en tiempo real, el entendimiento avanzado y en detalle de las cosas, la práctica de la memoria y la vinculación conveniente de experiencias propias y ajenas, el talento de la comprensión de emociones ajenas, el despliegue de medios agradables en adecuada proporción al fin,… Hacer todo esto a diario es impedir que el drama se apodere de uno mismo y de los otros, ofrecer alternativas placenteras que no escapan del dolor sino que lo limitan, crear tiempos y momentos de desahogo que generados de forma repetida modifican por completo los espacios y lugares de trabajo.
Que la realidad supera a la ficción es algo que comprobamos a diario. Hace poco conocí una anécdota desternillante que le ocurrió a uno de los grandes maestros de nuestro tiempo. Cuentan que en la primera década del siglo XX el maestro Charles Chaplin se encontraba en San Francisco y oyó que se celebraba un concurso de “dobles de Charlie Chaplin”. Había oído hablar de estos concursos por todo el país en una época en que el auge del cine mudo había hecho de él algo más que un mito. Aprovechando que estaba en la ciudad, decidió presentarse al concurso. Imitador tras imitador vio cómo todos emulaban de una forma catastrófica los pasos de su famoso personaje Charlot hasta que le llegó su turno. Realizó entonces los mismos movimientos que en sus célebres películas, aquellos grandes gags que representaba en los teatros. Para su sorpresa la puntuación final que obtuvo le situó como el último imitador de su grupo y en la vigésima posición del certamen de imitadores de sí mismo. Pareciera que lo normal en esta situación es que cualquier persona movida por la vergüenza hubiera ocultado esta experiencia, pero uno de los grandes maestros del sentido del humor aprovechó una entrevista con los medios para compartir todo lo que todavía le quedaba por aprender para convertirse en él mismo. Las personas con sentido del humor no solamente son inteligentes, también son grandes sabios.
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