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«Debemos juzgar el dinero de acuerdo con su verdadero valor ponderando
el fin por encima de los medios y prefiriendo lo bueno a lo útil
«

maestro John Maynard Keynes

 

Hoy escribiré sobre el trabajo, un ámbito de estudio, investigación y acompañamiento que suelo abordar con mis clientes. El futuro del trabajo es incierto pero las tendencias reales que observo a diario son sin embargo muy claras.

Sobre este particular versa uno de los ensayos que me encuentro escribiendo ahora en el marco de mi proyecto de investigación (ese ambicioso trabajo que es mi legado a este mundo que me tocó vivir y consta de 4 libros). En dicho ensayo no solo comparto una foto detallada de la historia del trabajo y la empresa, sino una crítica furibunda y argumentada de por qué necesitamos transformar profundamente el mal llamado pensamiento empresarial.

Este artículo es un breve aperitivo de todo ello y consta de 4 partes que espero que te inspiren:

  • El trabajo os hará libres
  • Marco teórico de estudio del trabajo
  • El valor del trabajo en nuestro tiempo
  • Caso práctico: Qué hacer para dignificar el trabajo

Comenzamos.

 

EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES

Hace ahora casi 100 años que el maestro Keynes -al que considero el mayor economista del siglo XX- pronunció en la Universidad de Madrid las palabras que encabezan este artículo a modo de cita. Rondaba el año 1928 y tituló a su conferencia Las posibilidades económicas de nuestros nietos. En ella imaginó y describió el futuro que profetizaba que le esperaría a los jóvenes que vivieran 100 años después, en 2028. Queda poco para eso, apenas unos años. En dicha conferencia predijo que las personas se sentirían desligadas o desconectadas de la economía. También predijo que para entonces habríamos destrozado nuestro medio ambiente como resultado de una comprensión de la explotación, la producción y el consumo que causaría estragos irreversibles en el ambiente natural. El ensayo -insisto, hace 100 años- comenzaba de este modo: «Estamos sufriendo precisamente ahora un ataque inadecuado de pesimismo«. Lo decía por la cruda corriente de desmotivación que poblaba los mercados tras el desastre económico del año 1929. Pero tan solo 9 años después de esta conferencia estalló el mayor episodio histórico de violencia de la historia de la humanidad: la II Guerra Mundial, que trajo consigo la sistematización colectiva del Infierno de Dante a manos de los nazis, aquellas personas totalitarias inspiradas por ideas que hoy -incomprensible y estúpidamente- volvemos a encumbrar y dar espacio en las democracias europeas. La historia, dicen algunos, se repite.

A la entrada de los campos de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, Gros-Rosen, Sachsenhausen; Neuengamme o Dachau figura una inscripción que todavía hoy puede verse como recordatorio de la mayor barbarie global perpetrada por la humanidad. Dicha inscripción reza ARBEIT MACHT FREI. Literalmente puede traducirse por «El trabajo os hará libres«. Toda persona que entraba a un campo nazi o volvía a él tras realizar trabajos forzados podía leer esa inscripción tomada de una novela de Loren Diefenbach, autor nacionalista alemán del siglo XIX. Ante esa revelación continua, cualquier persona albergaba aún una esperanza movida por una falsa llamada al sacrificio, un afán continuo de supervivencia y la más cruel de las alusiones a esa creencia judeocristiana de que la cultura del esfuerzo todo lo puede.

El lema había sido copiado por el NSDAP (el partido nazi) del lema oficial de la anterior República de Weimar que combatió el desempleo alemán a base de generar grandes construcciones públicas que requerían ingentes masas de trabajadores y mano de obra. En algunos campos de exterminio, Heinrich Himmler añadió bajo la inscripción las siguientes palabras: «Hay un camino a la libertad. ¡Sus pilares son obediencia, laboriosidad, fidelidad, orden, limpieza, sobriedad, veracidad, sacrificio y amor a la patria!«.

En el campo de exterminio de Buchenwald la expresión ARBEIT MACHT FREI se cambió por JEDEM SAS SEINE, literalmente «A cada uno lo suyo» en clara referencia a la condición que por justicia nazi a cada persona le correspondía en este mundo, pero también un lema que sería igualmente aplicable a los adoradores del «Si quieres, puedes» o el «Si es pobre es porque no trabajó lo suficiente«. La expresión JEDEM SAS SEINE había sido traducida al alemán del latín SUUM CUIQUE, empleado por la monarquía prusiana como recordatorio del lugar que cada persona merecía en la Tierra, incluida la posición de privilegio de la realeza.

A la enorme mayoría de personas que se adentraban en aquellos lugares de atrocidad y horror, lo que les esperaba era el trabajo que antecedía con suerte a una rápida muerte en cámaras de gas o a una lenta agonía por enfermedas y hambruna. La mayoría de ellos comenzaban creyendo que lo que hacían podría garantizarles la supervivencia, pero en realidad casi todos ellos murieron tras arduos, severos, inhumanos e ingentes esfuerzos. Es difícil imaginar algo más doloroso que trabajar cada día por algo que casi nunca llega. El maestro Victor Frankl, superviviente de uno de estos campos, enseñó a sus compañeros de campo que cualquier posibilidad de supervivencia jamás llegaría por el trabajo y tan solo llegaría por algo que nadie podía quitarles: la dignidad y la esperanza que cada uno se diera a sí mismo aún en medio de aquel infierno.

Desde la invención del trabajo en el Neolítico, nuestra comprensión del esfuerzo ha estado vinculada a la generación de sentido. Queremos creer que lo que hacemos sirve para algo. Trabajamos para «ganarnos la vida«, para «tener un sitio» o «encontrar nuestro lugar«. Al esforzarnos nos sentimos útiles. Nos levantamos cada mañana para acostarnos cada noche diciendo «Yo hago lo que puedo«. Pero ¿cómo lo hacemos? y más importante aún… ¿hacia dónde nos lleva como sociedad lo que cada uno hacemos y cómo lo estamos haciendo hoy?.

Veámoslo.

 

MARCO TEÓRICO DEL ESTUDIO DEL TRABAJO

Una estupenda, ligera y entretenida aproximación al lugar del trabajo en nuestras vidas a lo largo de la historia la ha hecho recientemente James Suzman en su libro Trabajo (2021). En ella se aborda la vinculación del sentimiento de culpa y la cultura del esfuerzo al mito bíblico del Edén, el jardín que todo lo provee, de cuya expulsión por influencia de la mujer, hizo que los descendientes de Adán y Eva tuvieran que «ganarse por sí mismos la vida«, relegando a la culpable de la expulsión -de acuerdo a este mito- a un lugar residual en el futuro sistema productivo. En realidad este mito no es exclusivo -nos recuerda Suzman- de las culturas abrahámicas. Todo mito de la creación, toda historia de un principio, lleva implícito un tiempo anterior donde ni quisqui trabajaba hasta que llegado un momento concreto, surge -como castigo o redención- la necesidad del trabajo. De eso a la muerte japonesa por trabajo (karoshi) distan solo unos pocos milenios en el curso de los cuales creamos la esclavitud sistemática que sostenía todos los imperios desde la Edad Antigua hasta la Edad Moderna. Por fortuna los grupos antikaroshi y las demandas de una mejor comprensión del trabajo prosperan a día de hoy aunque siguen siendo aún minoritarias.

Muchos autores han reflexionado ampliamente sobre el lugar que ocupa el trabajo en nuestras sociedades. Una estupenda retrospectiva histórica sobre el trabajo en España la coordinó Santiago Castillo bajo el título El trabajo a través de la historia (1996) donde decenas de autores dejaron por escrito la evolución del trabajo en el territorio español por medio de pequeños ensayos acerca de casos y realidades muy diversas. Miguel Ángel Muñoz Muñiz escribió en 1975 otro ensayo fascinante y riguroso sobre la Historia social del trabajo en EuropaLa mítica editorial Anthropos editó 2 libros de Enrique de la Garza en los que analiza bien las tesis de Offe, Richard Sennett, Zygmunt Bauman y Ulrich Bech sobre la transformación del trabajo en nuestros días con aportaciones interesantes acerca de la fragmentación de las identidades causada por trayectorias laborales discontinuas. Este fenómeno creciente propiciado por una competitividad endémica se sustenta sobre la volatilidad de las ocupaciones, lo efímero de la idea de «colaboraciones» esporádicas, la alienación social asociada y la creciente flexibilidad posfordista del mercado laboral que se decanta del lado de la progresiva precarización del empleado y no del mutuo beneficio de todos los actores (empleador y empleado).

Ni qué decir tiene que las reflexiones en torno a qué es el trabajo y cómo organizarlo han sido claves en los diferentes hitos históricos que se han sucedido en la Edad Moderna desde La riqueza de las naciones del maestro Adam Smith hasta El capital del maestro Karl Marx pasando por el nacimiento de la psicología profunda, las teorías del psicoanálisis de Freud, Adler y Jung, sin olvidar por supuesto la larga estela inspiradora que dejaron los padres de la Teoría Crítica formada en Viena. En definitiva todo lo que somos y hacemos hoy tiene que ver con el valor y el lugar que le damos al trabajo.

Verdaderas cabezas pensantes de la modernidad como Herbert Marcuse, Jurgen Habermas, Hans Georg Gadamer, Jean Baudrillard; Erich Fromm o Pierre Bourdieu han escrito ríos de tinta acerca del trabajo. El maestro John Maynard Keynes predijo el futuro desempleo asociado a la tecnología y la futura tendencia de reducción de jornadas laborales debida a la automatización del trabajo y el crecimiento poblacional. A Anthony Giddens le obsesiona todo lo que tenga que ver con el trabajo y mucho antes que ellos Max Weber dejó dichas muchas reflexiones que todavía hoy son actuales. No se entiende el trabajo sin entender el impacto que tuvieron 2 fenómenos que considero conectados: la emergencia de la fe en la escuela económica austriaca en la década de 1980 y la durísima crítica infértil y poco constructiva contra la modernidad que realizaron GIovani Vattimo y Jena Francois Lyotard en la misma década. Lo primero rompió el mercado económico hasta la fecha; lo segundo dejó sin una idea de verdad, ninguna certeza y una dispersión continua a las generaciones de jóvenes que se han sucedido desde entonces.

Los pensadores del star system actual (del tipo de Slavoj Zizec o Byung Chul Han) no han parado de hacer referencia al carácter esclavista o falto de ética en muchos aspectos que conlleva la comprensión actual del empleo. Una vez que los antiguos ilustrados dieron a Dios por muerto, después de que Nietzsche proclamara la muerte del hombre, en las últimas décadas también se ha declarado la muerte del trabajo. El autor más conocido que se ha unido a este fenómeno es Jeremy Rifkin (El fin del trabajo: nuevas tecnologías contra el trabajo, el nacimiento de una nueva era, 2010) aunque sin duda es el menos importante y tan solo es el último de una larga serie de pensadores que enunciaron el nacimiento del postrabajo, un modelo de relaciones en el que necesitaremos rediseñar los horarios laborales, las costumbres sociales y la redistribución de la riqueza. Todo apunta a que la cosa no será más justa. Los cambios que se han sucedido tras la pandemia apuntan a ello.

Mark Fisher ha escrito sobre al privatización del estrés, Remedios Zafra ha denominado expectativa cruel al sistema de injusticia sobre el que se asienta la producción cultural y cualquiera de los trabajos inmateriales en nuestro tiempo. La autora ha señalado que en nuestra sociedad del entusiasmo la precariedad y la gratuidad son los vehículos que sostienen en vilo el conjunto de cuerpos e intereses que luchan por la supervivencia continua. En este contexto la neutralización ética que favorece la inacción y la pérdida de derechos y libertades se produce de forma tácita entre personas o empleados que temen perder su fuente de ingresos porque -tal y como recuerdan desde hace décadas muchos directivos de banca a sus empleados- «hace mucho frío ahí fuera«.

 

EL VALOR DEL TRABAJO EN NUESTRO TIEMPO

Durante los últimos 20 años el mundo de los negocios se ha envilecido de una manera que sorprende. He vivido este proceso de precarización continua acompañando momentos de transición en empresas en las que se sinceraban los propietarios del negocio y los empleados. He acompañado muchos procesos dolorosos pero también he ayudado a mejorar la realidad diaria de mucha gente que había perdido la ilusión en un contexto de común desesperanza.

Por norma, el valor del trabajo a menudo queda a la altura del zapato y diferentes estrategias y tácticas -conscientes o inconscientes- han ayudado a precarizar un mercado laboral que por lo general atenta contra la dignidad de las personas. Si en el pasado reciente las ofertas de trabajo llevaban asociada una retribución exigua para todo aquel que empezaba a abrirse paso, durante estos años he observado en el mundo empresarial (clientes y conocidos) cómo esta tendencia se ha extendido a todo tipo de profesionales cualquiera que sea su formación, condición o ámbito de actividad.

Esto se nota especialmente en las políticas de retribuciones salariales a la baja que fomentan las grandes corporaciones en la actualidad. Un empleado que entra a trabajar en una gran empresa hoy suele tener por defecto peores condiciones laborales (salario base, pluses o beneficios añadidos) de las que tenía un empleado hace 20 años. Está ya generalizada la costumbre de aumentar los incentivos y recortar el salario cotizable y suele ser muy frecuente que el IRPF deducido en cada nómina mensual de un empleado por cuenta ajena sea mínimo de manera que se haya de regularizar la diferencia entre ese mínimo porcentaje deducido y el adecuado, mediante un pago posterior en la declaración anual que todo ciudadano debe realizar a la Hacienda pública. Estas y otras prácticas más lamentables son el pan nuestro de cada día y cualquiera que haya prestado servicios de acompañamiento empresarial o consultoría las conoce.

Se tiende además al empleo autónomo y la contratación de personas que trabajan por cuenta propia, de acuerdo a una inercia que no me parecería falta de ética si no llevara aparejada la reducción sustancial de las tarifas que los clientes finales llevan años realizando a los proveedores. No ayuda mucho que los frecuentes modismos barnizados de anglicismos chick presenten la miseria laboral como una tendencia trendie. En este sentido es fácil identificar que juegan a favor de toda esta inercia fenómenos sociales como la burbuja del emprendimiento, la cultura knowmad, el minimalismo mal entendido, la instrumentalización de la filosofía estoica para que aguantes lo que tienes, o la constante murga con alcanzar la felicidad en las empresas aunque te estén explotando. Se añade a esto la realidad de los falsos autónomos y una gran cantidad de pillerías y artimañas con las que continuamente tratamos de meternos un gol en propia puerta.

Muchas personas bien intencionadas tratan de suplir las carencias de inversión en formación o reciclaje que las empresas tienen para sus empleados, y algunas otras buscan algo que les ayude a cambiar su vida. En España existe un fondo con amplia dotación económica en forma de subvenciones del que toda empresa puede disfrutar de acuerdo al número de empleados en nómina. Pese a ello la formación y la innovación siguen ocupando un lugar cada vez más residual en los presupuestos económicos de las empresas. La idea es sencilla: producir más con menos. De modo que cuando a menudo se alcanza el techo de crecimiento, lo más frecuente es recortar en gastos.

 

CASO PRÁCTICO: QUÉ HACER PARA DIGNIFICAR EL TRABAJO

No creo en los discursos elevados de personas que no predican con el ejemplo. De modo que he decidido compartir un ejemplo de cómo en mi día a día trato humildemente de dignificar el trabajo y evitar la precarización constante del empleo que propiciamos a diario. Tengo miles de anécdotas, aquí comparto tan solo el ejemplo más próximo. Me ocurrió hace unos días y -al igual que siempre hago con todo lo relativo a mi actividad- conservaré el anonimato de la persona y la organización implicadas en esta anécdota.

Hace unos días contactó conmigo una persona muy amable a través de una red social. Me había conocido en una formación pasada que le había entusiasmado y quería que diera una breve charla en el marco de una iniciativa de innovación de la que formaba parte. Le solicité con la misma amabilidad con la que se dirigía a mí que me escribiera un correo electrónico indicando el tiempo del que dispondría, el presupuesto asociado y el público objetivo. Al escribirme igual de amablemente por correo electrónico se identificó como empleado de una gran empresa española, como miembro de un grupo de «embajadores» internos de innovación y respondió dándome los datos que le solicitaba e indicándome que no habría remuneración alguna.

Esta fue mi respuesta literal:

 

«Hola XXXXXX,

Gracias por contactar conmigo. He leído la propuesta con atención.

En primer lugar, te agradezco que trates de promover la innovación dentro de tu empresa. En segundo lugar, he deducido una serie de cosas de tu correo:

1) Eres empleado de ZZZZ. Lo deduzco porque tu correo está escrito desde el dominio de la empresa matriz MMMM vinculada a ZZZZ

2) Organizas algo para empleados de ZZZZ. Lo deduzco porque te has presentado amablemente como embajador de innovación de esa empresa y me comentas que publicitarías mi participación dentro de la organización teniendo como único público objetivo a compañeros de ZZZZ

3) Mi colaboración no estaría retribuida. No hay presupuesto asociado

Si lo anterior es cierto, además de animarte a seguir vinculado al mundo de la innovación conservando tu entusiasmo, permíteme compartir contigo 2 reflexiones:

El lugar de la innovación en la empresa. Desde hace años algunas organizaciones (por lo general grandes corporaciones) han tendido a desvincularse o renegar de uno u otro modo de su responsabilidad como empresas respecto a la formación y reciclaje de sus empleados. En este sentido ha sido frecuente que se reduzcan las tarifas de contratación de profesionales, o se reutilice deslealmente el contenido profesional de proveedores, o se adelgace o desaparezca el catálogo formativo, o se responsabilice por completo al propio empleado -por su cuenta y riesgo- de su formación. En esta inercia constante las empresas están situando a la innovación como un valor del que presumen pero que en absoluto facilitan o promueven. Este tipo de comportamientos que sitúan a la innovación en el ámbito del voluntarismo individual no me parecen éticamente admisibles. La empresa debe responsabilizarse de invertir económicamente en sus propios empleados. De otro modo hablamos de procesos de precarización laboral.

El valor del profesional de la innovación. Durante mis primeros años emprendiendo a veces algunas organizaciones me llamaban para colaborar puntualmente sin obtener ninguna remuneración económica bajo el pretexto de que su propia marca me daría prestigio o yo podría publicitarme. En este punto, confieso que los primeros 2 años por pura necesidad aceptaba dichos encargos. Con el tiempo tomé una decisión que mantengo. Acepto colaborar en estos términos con iniciativas sociales desinteresadas sin ánimo de lucro pero creo que toda colaboración con un negocio con actividad económica debe estar retribuida. Conozco bien la empresa de la que estamos hablando. ZZZZ es una de las mayores empresas privadas de España, cotiza en Bolsa, tiende rendimientos económicos y alrededor de 10.000 empleados contratados según fuentes oficiales.

Por todo lo anterior te agradezco la oferta y la rechazo. Me has comentado que otros compañeros han aceptado. No juzgo su elección, tan solo actúo de acuerdo a lo que considero ético.

Gracias de nuevo.

Un saludo»

 

¿Habría logrado algún futuro cliente en esa colaboración? Lo más seguro es que sí. Siempre suele pasar que a alguien le llama la atención lo que hago o explico. Pero la pregunta no es esa. De veras que no. Es importante señalar que no trato de culpabilizar a nadie. Con mi ejemplo tan solo trato de fomentar una actitud responsable. Creo que esto que hago se llama comportamiento ético. Se distingue muy bien mediante una pregunta sencilla: ¿Lo que estoy haciendo facilitará que alguien que venga después de mí sea tratado justamente?

Entiendo que muchas personas no puedan permitirse formular este pregunta por diferentes necesidades adquiridas, por otras prioridades personales o por una visión diferente de las cosas. En mi caso trato de ser fiel a comportamientos como este en todo momento porque creo que este tipo de actos dignifica el trabajo y hace reflexionar a las personas con las que hablo sobre aquello que estamos destruyendo: EL VALOR DEL TRABAJO.

No solo se trata de renunciar a colaboraciones injustas con uno mismo, también se trata de intentar que posibles ofertas de colaboración poco éticas sean mínimamente decentes para todos los implicados. No pido más. Cuando veo este tipo de abusos trato de no reproducirlos con ninguno de mis colaboradores. Toda persona que trabaja conmigo es justamente remunerada en función de los ingresos y todo cliente que me contrata debe aceptar que contrata algo valioso y que cada uno merece lo que es -como decía aquel lema prusiano- pero todos sin excepción merecemos lo digno.

Espero que este artículo te haya parecido interesante.

 

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