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Recupero un debate viejo de la red (luego daré post de referencia más abajo) porque de nuevo, por decimosexta vez en los últimos diez años, hoy me he vuelto a encontrar en la cuerda floja de la inestabilidad. Me conocéis tanto o más que muchos de aquellos que trabajaron conmigo en el pasado. Durante el último año y medio he renovado imagen en red y comparto experiencias personales, pasiones e inquietudes. Porque sí, soy una persona inquieta. Esto que intelectualmente era apreciado en el Renacimiento y que pudo dar lugar a algunas de las mayores obras del arte y el conocimiento de la humanidad, hoy es sin duda algo incómodo.  Lo es porque necesitamos algo más de madurez en las organizaciones.

No tener una caja donde meter a una persona parece ser el primer paso para desperdiciarla. Como decía en el anterior post, creo reunir bastantes sino todas las características inherentes al hombre conectado que busca devorar y crear conocimiento, mezclar y probar fórmulas. Tengo un miedo nulo al fracaso pero procuro exponer mis ideas de forma que resulten provechosas para todos. No busco la individualidad y me encanta conocer al detalle la realidad de los diferentes sectores en que hemos dividido la tarta del mercado. No por nada en concreto sino porque considero que todo permanece y siempre ha estado conectado. Lo creo ciega y diligentemente. Dicho lo cual para mí uno de los grandes post que se ha escrito sobre cómo puede ser una empresa hoy en día lo ha escrito Dave Gray en su post The connected company. Él y su equipo se dedican desde hace años a rediseñar compañías para adaptarlas al nuevo mundo conectado, una labor que me encantaría llevar a cabo en los entornos en los que trabajo pero cuya dificultad es enorme debido al choque cultural que supone. Aún así lo intento, ya digo. Gray habla de diferentes estadios de compañías:

THE COMPANY AS A MACHINE (modelo clásico, estructura de cajones y departamentos)

THE COMPANY AS AN ORGANISM (como un complejo, dinámico y creciente sistema)

THE LONG-LIVED COMPANY (tres características las unen: ecosistemas, cultura compartida y escucha activa)

para lograr las realmente exitosas (las LONG-LIVED companies) debemos superar el DISEÑO POR DIVISIONES y como relata Dave ir hacia el DISEÑO POR CONEXIONES. La clave está en hacer organizaciones pensadas para personas y no para estructuras. El sistema es un medio y no un fin en sí mismo, no debemos olvidarlo.

Lo realmente complicado de cuadrar todo esto es que a menudo buscamos a gente con inquietudes, mente, formación y visión en algo muy específico sin darnos cuenta de que nuestras vidas son y seguirán tendiendo a la diversidad. Nos forzamos hacia la caja pero ignoramos cuánto aguanta, fabricamos locomotoras pero no tendemos unas vías firmes por las que pueda caminar. Mi caso concreto puede servir de ejemplo para ver cómo nuestra propia vida es diversa y crece gracias a la multidisciplinaridad, las habilidades relacionales y el autoaprendizaje:

Con 9 años quise ser arqueólogo y devoré la historia egipcia y mesopotámica. Recitaba de memoria el panteón griego y me encantaban los libros de aventuras.

Con 10 años me enamoré por primera vez y escribí la mejor poesía que jamás he escrito durante los 8 años posteriores que duró mi amor no correspondido. Durante este tiempo mandé decenas de cartas selladas a mi amada cada una de las cuales contenía como mínimo tres folios por ambas caras. He vuelto a enamorarme con desmedida pasión y gran locura otras cinco veces más durante los veinte años posteriores.  He cuidado y mimado hasta donde han llegado mis fuerzas a cada una de las mujeres que he amado. Siempre he sido correspondido porque siempre he amado a la mujer de mi vida. Inherente a mi pasión y mi afición por la escritura, he desarrollado cierto pensamiento analítico y creatividad que me han servido en mi vida y que he explotado ineficientemente en mi trabajo por falta de medios y de una estrategia de gestión de la creatividad y el talento seria. Fruto de mi afición por la lectura y la escritura, me pregunto cada día el por qué de las cosas e intento influir sobre ellas. Este hecho, que es parte de la mejora continua, resulta incómodo en el mundo fábrica.

A los 11 años quise ser futbolista. No se me daba mal y siempre tenía un balón entre los pies. Desarrollé cierta agilidad y algunas dotes para la estrategia y el trabajo en equipo que dificilmente he podido rentabilizar en mi trabajo. De nuevo otra capacidad cercenada por la estructura.

A los 14 años me encantaban William Ury y Peter Drucker de los que más tarde renegué en gran medida.  Me metía en las librerías y ojeaba cualquier libro posado en una mesa. A esa edad doné la totalidad de mis ahorros (unas 60.000 pesetas) a una comunidad sudanesa aquejada por la guerra tras escuchar el discurso sincero de un católico. A esa edad mi padre ya decía que debía salir un poco más de casa y que no debía ser bueno leer tanto y no hablar absolutamente nada. Renegué de la vida de barrio de los otros y leí y leí durante días y noches y madrugadas gesticulando apasionado todo aquello que interiorizaba. Amo la literatura y la filosofía, me encanta la ciencia a pesar de mi incapacidad matemática más que explícita. Creo ciegamente en la razón humana y en sus posibilidades. Desde esta edad e incluso antes me impresiona lo que puede conseguir un hombre inteligente y educado e intento serlo. Solo lo intento. Mi fe en la razón implica una convicción absoluta en las posibilidades de cualquier comunidad bien organizada, algo que de nuevo no he podido explotar con garantías en ningún trabajo.

Con 15 años gasté mis segundos ahorros (unas 90.000 pesetas) en mi primera remesa de libros de Alianza Editorial que aún conservo y que incluye no menos de 45 volúmenes clásicos que no he dejado de visitar cuando ando triste o muy contento. A esa edad descubrí a mi alter ego Stefan Zweig y a otros padres de mi inquietud que me educaron y me metieron las locas ideas que luego he ido pariendo en mi cabeza. Desde entonces siempre procuro escuchar a gente que no piensa como yo para aprender a ser yo mismo. En un mundo donde la pluralidad es riqueza esto sería una ventaja, pero en el mundo fábrica del «sí, señor» de nuevo vuelve a ser un inconveniente claro con el que tengo que lidiar.

Con 15 años quise ser periodista. Mi decisión tenía que ver con mi admiración por algunos columnistas de los diarios de tirada nacional y dos o tres señores con nombres ingleses que escribían en diarios extranjeros.

Con 16 años leía libros enteros de filosofía como un poseso, costumbre que he intentado no perder aunque flaqueo. A esa edad terminé de escribir el libro de mi vida que frecuentemente reedito sin haberlo superado por completo. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo imprimí a escondidas en una impresora de inyección de tinta en mi cuarto. Su título predecía un sino fatal que me ha acompañado siempre: El profeta y las piedras. Era algo así como una suerte de predicamento incomprendido contra muros de piedra intolerantes y cerrados. Luego eliminé este título y lo modifiqué por Morir sin sueño en un alarde trágico que heredé de Eurípides y del que no logro zafarme.

Con 18 años hice mi primer viaje largo al extranjero y viví uno de los momentos más felices en la historia de mi vida al contemplar Florencia. Una década después he visto Grecia, lo poco que quedaba del Ática, de Plaka, del ágora y los púlpitos donde algunos de los que considero maestros se acercaron a la razón humana. He viajado poco fuera de mi país porque casi siempre he estado trabajando pero me se el mío de memoria. He aprendido más viajando que sentado en una silla debido a mi naturaleza curiosa e inconformista.

Con 19 años empecé a trabajar mientras estudiaba avergonzado en parte de que mis padres tuvieran que pagarme los estudios universitarios. No he dejado de trabajar más que un breve periodo de tiempo de meses durante estos años.

A los 20 comencé a estudiar dos carreras mientras trabajaba, una de las cuales es mi pasión frustrada y la retomaré cuando sea viejo. La otra la acabé. Desde entonces he estudiado una gran cantidad de cursos, acudido a conferencias y actualmente busco matricula en un tercer master que os aseguro no será el último porque me gusta aprender y estudiar, estar al día, tener argumentos. Me he especializado en el mundo de la red, en tecnología, en innovación y en el mercado ECM. Algo que de nuevo es realmente malo si tu trabajo consiste en trabajar de forma repetitiva sobre una misma fórmula o tecnología o si estás encasillado en un ámbito concreto.

A los 21 me fui de casa convencido de que un mundo nuevo me esperaba. Exploré el océano de la inseguridad y me hallé bastante cómodo. Volé y me posé donde quise. Me apropié del mundo. No pienso devolverlo hasta mi muerte pero entre todos podemos seguir creándolo a diario. He vivido en 4 casas diferentes desde entonces, todas ellas han sido mi hogar merecido y disfrutado.

A los 24 años apostaté del catolicismo de forma voluntaria cansado de escuchar retórica vacía. Sigo siendo cristiano y totalmente agnóstico y ateo.

Actualmente si os soy sincero quiero ser muchas cosas diferentes incluyendo todas las que quise ser de niño y algunas otras que me han apasionado en el camino. Y creo que puedo ser aceptable e incluso tremendamente bueno en todas ellas.

Mis inquietudes son muy diversas como consecuencia de mi propia vida: filosofía, literatura, economía, tecnología, sociología, historia, innovación, ingeniería, escultura, música,… Me han educado en lo que Sir Ken Robinson llama un largo proceso de admisión universitaria encaminado a encajonarme. Lo han hecho y frecuentemente me he rebelado contra ello, incluso contra la actitud conservadora y poco constructiva de mi familia, a la que adoro y debo mi existencia. Tengo actitud y aptitud pero me he focalizado en desfocalizarme para ampliar mi perspectiva.

El problema es que cada vez me cuesta más demostrar que soy válido para varias cosas y que poseo un pensamiento analítico aplicable a muchos ámbitos del conocimiento. No porque no valga sino porque no existen medios ni personas capacitadas para entender este mensaje. Se trata de un déficit de perspectiva muy flagrante. No me entendieron en la escuela y siguen sin entenderme en las organizaciones. He nacido para pensar y para crear. Me siento un creador y no un ser creado. Siento además que debo ser partícipe y autor y no comparsa. Me gusta tener perspectiva de las cosas y no acotarme en un solo campo limitado. Por ello me formo y me educo en muchos ámbitos. En el nuevo orden social soy un humanista desprestigiado que se abre paso entre un ejército de especialistas de la manera en que lo exponía Chema en su blog. No creo que sea mejor que los demás ni que los demás sean mejores que yo, simplemente somos distintos, tenemos inteligencias diferentes. Ambos -y muchos otros- tenemos cabida en en este nuevo mundo, mucho más inmenso que el que me encontré cuando inicié mi vuelo. Sin embargo las estructuras actuales son exclusivas y buscan la diferenciación del cleannex: uso conocimiento hasta que encuentro otro que me sirve y tiro el anterior. No autoaprenden, no mejoran, no valoran. Se limitan a producir como método para producir más como objetivo.

No he vuelto a ser tan ingenioso y tan creativo como cuando era niño. Poco a poco se mata mi creatividad aunque de cuando en cuando pego un grito y la protejo. En esta decadencia, he encontrado serias trabas con corazas burocráticas, jerárquicas y consuetudinarias. Todas ellas son excusas para temer el cambio y la juventud, la voz de los que tenemos algo que decir y nuevos caminos que emprender. Como bien decía Aitor en su post No te especialices, huye de la perfección y se un general, el ser humano tiene una tendencia hacia la diversidad y parece como si poco a poco quisiéramos envilecer este principio. Hace poco he escrito un post en el blog de unos amigos en el que reconocía no ser perfecto y en el que firmaba como consultor experto. Aunque es algo totalmente lógico, nos educan en la perfección, en el éxito, en la ausencia de errores y no ha sido hasta este fin de semana cuando se me ha ocurrido reconocer públicamente que aunque sea senior de algo también me equivoco frecuentemente. Y que no pasa nada, ni es pecado. No se, me parece increíble tener que incidir sobre esto pero creánme que en muchos sitios es hasta revolucionario…

Recupero un post de Schuschny en el que hablaba hace dos años de generalistas VS especialistas y de la dicotomía que parece arrastrarse en las organizaciones a propósito de un magnífico artículo de Dave Gray. En 2006 Juan Freire decía que ahora más que nunca necesitamos renacentistas y no matarlos en las organizaciones como sugería Jones. Estoy completamente de acuerdo y creo que Dave mostraba la fundamental diferencia entre los que somos generalistas y los que son especialistas en las organizaciones. El valor de ambos es completamente necesario y reside en este cuadro:

La imagen es de Dave Gray (fundador de XPLANE) publicada en Communication Nation.

Los humanistas son buenos definiendo un problema o un objetivo o diseñando un plan, los especialistas son buenos para resolverlo y ejecutarlo. Ambos son necesarios, sin embargo las organizaciones no fabrican humanistas desde abajo para que planifiquen desde arriba sino que fabrican especialistas que luego se encuentran con la enorme ansiedad de gestionar y diseñar. Para más detalles, os recomiendo que visitéis XPLANE y veáis cómo se pueden diseñar nuestras realidades inmediatas. Maldita sea, las organizaciones son seres vivos compuestos de seres vivos, son grandes neuronas con nodos a conectar. No estamos trabajando en las sinapsis. Veo cada día derrochar ingentes cantidades de dinero que son insultantes en pro de la gestión y la productividad y sin embargo la base está enfangada. El problema no es qué lo que planificamos no funcione, el problema real es que la mayor parte de nosotros no somos felices ni siquiera habiéndonos esforzado para serlo durante décadas. Eso SÍ es un problema.

Hoy en parte me han quitado una red y ando algo confuso por el golpe pero no me queda duda de que puedo reinventarme y reinventar y de que yo mismo soy un nodo importante de mi red. No se qué voy a hacer, pero sí se que seguiré luchando por esa LONG-LIVED COMPANY que escape del cortoplacismo y sea inteligente. Si tengo que ir fuera o dentro, me da igual. Lo haré. Ahora os lanzo artículos contra el cerebro esperando un pulso a cambio. Y a veces recibo una respuesta, casi siempre un estimulante ánimo y otras veces no son unos sino ceros pero aún así sigo reinventando. Porque lo he hecho mil veces, porque soy un creador y además soy humanista. Y eso es cuanto se decir de mí. Aprovechadlo, yo lo hago 🙂

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