Tan solo una reflexión leyendo el artículo De nuevo un círculo vicioso de Carmen Alcaide en el diario El País, que ha compartido con mi comunidad un amigo y que quiero comentar antes de comer:
Faetón. No me deja de sorprender y enervar la capacidad de los estamentos dirigentes (gobierno, oposición, clase política, aparato de Estado) para aislarse de la realidad y enrocarse en sí mismos. Emplean las mismas soluciones que han dado resultados nefastos una y otra vez con la insana pretensión de que milagrosamente den resultados diferentes. Me sorprende y no dejo de denunciar esta obstinación en cuanto puedo y sobre todo aunque no me lo permitan. La fórmula España no funciona todo lo inesperadamente bien que debiera, fruto de esto la marca España no es positiva por mucho que conservemos la «españolidad» de algunas empresas que se han demostrado excepcionalmente eficientes pero que son grandes caballos para un carro sin un auriga firme. Es indudable que nuestra herramienta de regulación colectiva debe seguir siendo el Estado de Derecho pero no nos hemos ocupado de educarnos para poder reinventarlo. Como consecuencia disponemos de un enorme e ingobernable sistema burocrático que nos impide crear empresas de forma ágil, abanderar proyectos con fácil financiación y lo más preocupante: nos impide educar el talento (la capacidad única de cada persona para aportar valor a nuestra marca). Toda la gente que conozco que se ha esforzado y tiene nuevas fórmulas de entender la vida, se va de este país. Estoy cansado de ver una fuga de talento continuada que dilapida el gasto educativo. Asumámoslo: Nuestro Estado no sabe invertir. Aplica modelos de inversión privada de corto plazo y con un elevado coste social y económico que es imposible de recuperar. Si nuestro Estado fuera un empleado, le habrían despedido de cualquier empresa. Nuestro Estado no hubiera pasado ningún proceso de selección y haría décadas que se le habría acabado el paro. Nuestro Estado habría muerto de hambre o vivido a base de limosnas externas por una falta de convicción y emprendimiento imperdonables. Podemos deambular eternamente presumiendo con nuestros amigos de una capacidad que no es real. Sin embargo cuando alguien nos deja subir al carro y nos observa, no somos capaces de gobernarlo sin convertir la tierra fértil en desierto ni quemar con nuestra falta de equilibrio una gran cantidad de talento y oportunidades por el camino. Somos como ese hijo de Febo Apolo, el dios sol, que presumió ante los suyos pero que no acaba nunca de estar preparado para ser responsable del futuro. A Faetón, por muchas proezas que hiciera, se le representa siempre cayendo. Su existencia ha sido recordaba por eso y no por todo lo demás. En nuestras propias manos está el reinventar este presente.
Europa. Aún así no dramaticemos y dejemos de buscar fórmulas perfectas. No existen. Olvidáos. Probemos ensayo-error, actuemos cueste lo que cueste pero con recetas coherentes, recetas que desdeñen el corto plazo y recetas que unifiquen y sean integradoras. Lo necesitamos para ayer. Me apena tener tan clara la fórmula del éxito y verla tan lejana. En perspectiva somos un país de «clase alta» como se solía decir de una familia burguesa en los años del boom inmobiliario. Comparativamente tenemos una calidad y esperanza de vida elevada con respecto a una gran cantidad de países y regiones. Mi primera solución -no os ríais, jodíos- se llama Europa. En estos momentos Europa no existe, es una gran entelequia, como un SecondLife político y conceptual que pesa más que ayuda. La construcción de Europa es el ejemplo más claro de como no hacer las cosas. Primero nos unimos por la pasta y luego ya veremos si queremos algo en común más allá de una nación financiera. No funciona. Aún compartiendo un pasado histórico común de guerra y hambre no hemos sido capaces de hallar la identidad. Enfrentados ya en una mesa con decenas de platos, decidimos quitar de la mayor parte de platos para comer todos del puchero. Somos una mitología de la rectificación continua. Evocamos el comportamiento individualista y receloso de los dioses del Olimpo. Todos nos creemos grandes y compartimos territorio pero cada cual busca aventuras y batalla por su cuenta. Pese a todo ello, no existe ningún continente con tanta riqueza cultural, con tanta disparidad, modelos sociales y recursos tan dispares en ningún lugar del planeta. Incluso dentro de cada país, la diversidad se multiplica por pequeñas regiones. El europeo es por naturaleza regionalista. Que se aprieten los machos esos traders y brockers porque Europa entera me recuerda al principio de la nación griega cuando una gran cantidad de polis disgregadas con interpretaciones de la vida a menudo diferentes pero con un mismo pasado y espiritualidad común, comenzaron a caminar juntas para defenderse de los invasores. Hoy en día no existen invasores pero si coopetidores. No he escrito mal: coopetidores. Grandes territorios que superan su geografía para coopetir (colaborar+competir) por una posición y una estabilidad propia. El sistema político y financiero europeo entiende a cada una de sus regiones como un gasto y trata a todos ellos no como un recurso de riqueza sino como apuestas arriesgadas dificilmente justificables en la cuenta final de resultados. La Europa a la que aspiro supera antiguas barreras y se eleva sobre las disensiones, es libre y conectada, multiplica su talento extremadamente diverso y rico a través de la coopetición de sus regiones. La Europa a la que aspiro comparte algo más que una moneda y un territorio sin fronteras físicas, comparte talento y es una fuente eficaz de emprendimiento. La fórmula del cambio pasa por un modelo educativo fuerte que refuerze el valor del esfuerzo y la colaboración y promueva el mérito. Por mucho que castiguemos y penemos la corrupción y el fraude con medidas penales no conseguiremos nada sin un aparato educativo digno que acompañe la reeducación de las sociedades. Por mucho que pongamos parches al sistema financiero, no conseguiremos nada si no probamos nuevas fórmulas y renovamos continuamente (repito «continuamente») los estamentos de poder y toma de decisiones.
España. Oh, mia patria si bella e perduta decía el canto de los esclavos en Nabucco. Mi segunda solución – callad esas risas, malditos- se llama España. El caso español actualmente es flagrantemente indigno. Estudiado como un modelo de éxito durante algún tiempo, es ahora el sinónimo del fracaso de una forma de entender la gobernanza. Lo que me hace pensar que ni entonces eramos tan buenos ni seguramente ahora seamos tan malos como pintan. Sin embargo ante una multitud de jóvenes sobradamente preparados (como rezaba el famoso anuncio hace más de una década) tenemos gobernantes que se han educado en un espíritu que ha sido útil durante una época de nuestra historia pero que se niegan a pasar el testigo generacional. Durante varias décadas han gobernado los mismos una y otra vez arrastrando bicefalias, rivalidades ideológicas que ya se han superado en el mundo empresarial, incompetencias explícitas que renacen con vocación de eternizarse. YA NO NECESITAMOS EL FRAMEWORK TRANSICIÓN. Hemos aprendido y reconocemos que fue una época fantástica pero ahora necesitamos reinventar el mundo y que os apartéis para aconsejarnos. Os escucharemos pero no gobernaréis. Nuestro panorama político a corto plazo es algo más que desolador. Una persona que ha perdido dos veces las elecciones generales de una nación, se presenta una tercera; y el partido gobernante presenta como «alternativa renovada» a una gloria de gobiernos anteriores. Ninguno de los dos comprende el mundo porque nacieron y vivieron en otro, ninguna acepta perder y ninguno ha sido elegido democráticamente para ocupar su puesto de presidenciable. Como esta situación, muchas otras. Solo quiero hacer un apunte: la grandeza de un dirigente no consiste en aferrarse al poder sino en saber abandonarlo cuando ya no puede brillar con luz propia más allá de su entorno.
Este piso se llama España y sigue estando de alquiler pero ahora necesita nuevos inquilinos en todos los estratos. Ahora tenemos una nueva realidad, el escenario ha cambiado y la gente que nos dirige se niega a adaptarse. Y lo que es más incomprensible: no les castigamos por ello sino que les seguimos encumbrando. Ese coro de esclavos hebreos de Nabucco que recordábamos hace unos días no cantaba por su desgracia sino que lo hacía reivindicando su futuro. Lo hizo ante Il Cavaliere para protestar y su voz debe ser un ejemplo emulable por el resto. Me levanto cada día luchando por un futuro más digno para mis hijos. Lo que me afecta hoy a mí, todo lo que estamos perdiendo, las enormes manifestaciones de estos meses solicitando que no acaben con una educación pública de calidad ni con un sistema sanitario envidiado por el resto del mundo, las voces que claman por una transparencia en los organismos de control financiero, todo ello será heredado por mis hijos y posiblemente el legado. La modernidad no consiste en perder todos los valores y actitudes que han hecho de la humanidad una especie fascinante: respeto a los mayores, civismo, solidaridad, innovación, conocimiento abierto,… La modernidad consiste en nuevas fórmulas que reinventen la visión de estos valores. Solo eso. Algo se convierte en una genialidad cuando nunca deja de ser actual por mucho que pasen los años y los siglos. Le pasó a Verdi con este Nabucco pero también a William y a Miguel, a mis amigos Sócrates y Esquilo, a Thomas Jefferson (que era un político que hoy ni siquiera soñaríamos tener) y también a Henry Ford (que hoy lloraría al ver en qué se ha convertido su legado). En la España de hoy no tenemos la capacidad de ser geniales teniendo sin embargo todos los ingredientes para serlo. Hemos perdido, como señala Carmen en su artículo, eso que tanta falta nos sigue haciendo para incorporarnos y seguir: una estructura moral digna y coherente. Porque eso es lo primero y luego, sin duda, viene por sí solo lo demás.
El puchero. Si tenemos que comer todos de un puchero, que este sea abierto y libre y que todos puedan contribuir y vivir de ese puchero. Mi tercera solución es un macroecosistema que reuna esos principios de los que siempre hemos hablado aquí: emprendimiento, innovación, creatividad, libertad, eficiencia. Nuestra clase creativa es deficitaria no porque no seamos capaces de generarla sino porque no la cuidamos y se escapa, no porque no de beneficios, sino porque no le damos la oportunidad de generarlos. Necesitamos un entorno abierto que sea capaz de inundarse y captar ideas, un espacio libre de barreras que no nos haga temer nuestro futuro sino construirlo. Pero de eso como digo hablamos siempre, así que de momento os dejo descansar 😉