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«Desde los inicios de la historia han nacido unos 110.000 millones de personas. Ni una sola de ellas ha sobrevivido. Hay 6.800 millones de habitantes en el planeta y cada año mueren 60 millones de personas. Son alrededor de 160.000 al día. De niño leí una vez esta frase: Vivimos solos y morimos solos, lo demás es una ilusión Y es algo que me quita el sueño. Si morimos solos ¿por qué tengo que pasarme la vida trabajando, sudando y luchando? ¿Por una ilusión?«

Comienzo de The art of getting by (Gavin Wiesen, 2011)

Con este monólogo de George, un adolescente escéptico y solitario, empieza el largometraje The art of getting by (El arte de pasar de todo) Realmente no se si es una gran película pero se que es un trabajo necesario. Durante décadas hemos desgastado el sentido del esfuerzo o la fuerza de la fe en querer hacer algo y conseguirlo. El propio George vive en su propio entorno algunos de los desequilibrios que caracterizan la trama disociada de nuestro tiempo: en su padrastro, en lo que lee y escucha, en lo que vive. Nada le hace creer que algo acabe de tener algún sentido. En el viaje iniciático de este adolescente neoyorquino encontramos algunos elementos clave del itinerario de aprendizaje hacia uno mismo. «Yo no era nadie hasta que te conocí. Tú hiciste que eso cambiara» le dice en un momento de la película a Sally, una compañera del último curso de su instituto.

Ahora que muchos se rinden a los hechos, ahora que muy pocos se atreven a ignorarlos, ahora que casi nadie quiere superarlos, el aprendizaje moral de George desde el relativismo absoluto hasta el compromiso con aquello a lo que ama, nos puede enseñar mucho. Porque esta sociedad se parece a este adolescente abotargado. Le faltan ganas y le sobran excusas para no salir hacia adelante. Hasta que alguien en algún lugar, alguien en algún momento, demuestra que podemos salir hacia delante. A menudo solo con el hecho de querer hacerlo. En realidad no hay momento malo para superarse excepto cuando ya hemos muerto. George tiene mucha razón: nadie sobrevive a la vida. Y sin embargo, amigos, no por tener esa certeza dejamos nunca de vivirla 😉

Hace dos días hablaba con un empresario al que acababa de conocer de algo que creo que define al héroe. La ideología en la que yo creo se llama sentido común. Ningún partido político, ni gobierno y a menudo muy pocas organizaciones la profesan. Se encuentra en franca decadencia a pesar del resultado de apostar por lo contrario. Siempre veo en mi entorno cómo algunos perros rabiosos se indignan y se aferran a estructuras huecas del pasado o se ciegan cuando el viento sopla en contra de la bandera que siempre han enarbolado. Como dijo un famoso futbolista, los colores están bien pero nunca para más de 90 minutos más la prórroga. Aristóteles dijo a uno de sus discípulos: «Somos lo que hacemos a diario. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito» Y para mí se trata del hábito del sentido común. Hay algo que cambia a George. Se llama Sally, se llama arte, se llama de cualquier otra manera. Sea lo que sea, ese algo no ha dejado nunca de hacer girar su mundo. Y de repente, a veces caminando, en un té o tan solo tumbado boca arriba sin dormir durante varias noches, uno encuentra ese algo. Y lo abraza y dedica su vida a cuidar su felicidad a partir de ello. Por lo común no suele estar muy lejos, puede que con frecuencia cambie y a menudo ese «algo» -sea persona, reto o sueño- marcará el ritmo del resto de las cosas. Creo sinceramente en ello 😉

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