En la pirámide de Maslow que define las necesidades del Hombre, no hay cabida para las grandes proezas. Tampoco hay cabida para el héroe en las organizaciones que hemos generado. Promovemos al ser conservador, al que calla, al que no comparte ni actúa, a aquel que sabe mantener el equilibrio y consigue ser el amo de la cuerdo. Mi entorno geográfico es puro pillaje, aquí inventamos hace siglos la más pulida picaresca y en cada organización y sitio en el que he puesto mis ojos he encontrado a muchos Lazarillos.
Más allá del instinto crudo de la supervivencia, más lejos aún de las pequeñas cosas, ¿Qué nos dignifica y hace trascender la inercia?, ¿Qué nos hace seguir hacia delante? El honor y el reconocimiento están muy lejos de la gente que gobierna nuestras comunidades. Desde hace siglos han ideado herramientas paralelas que les hacen permanecer arriba. Ninguna de ellas les permite una línea en la historia de los hombres. Consiguen tener mucho dinero, amasar poder y adormecer debilitadas estructuras, pero cada noche al acostarse, justo antes de dormir, tras mantener con argucias y engaños una delicada pirámide de miedo, cuando pueden silenciar la voz vacía del hombre poderoso, saben que la gloria sigue siendo de otros. Ellos tienen grandes casas pero a menudo el primer paso para comenzar una aventura es abandonar esa zona de confort. En el anuncio de un tabloide irlandés de 1914 se podía leer:
Se buscan hombres para peligroso viaje. Bajos sueldos, amargo frío, largos meses de completa oscuridad, peligro constante, dudosa seguridad de regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito.
Ernest Shackelton intentaba reclutar tripulantes para el Endurance en su expedición a la Antártida con esta terrible frase. ¿Por qué entonces al día siguiente se presentaron más de 5.000 científicos y marineros listos para sufrir un viaje de penurias?, ¿Qué puede hacer que un hombre luche incluso contra la naturaleza, contra la inclemencia y la falta de certeza, contra la propia seguridad de seguir vivo?, ¿Qué nos hace emprender el viaje? … porque nos movamos o no de nuestra tierra, cada vez que emprendemos algo hemos comenzado un viaje. Lo que nos hace movernos es nuestro afán de superar el miedo. Cuando todo a tu alrededor es miedo, cuando tú mismo eres miedo, las fronteras se multiplican hasta ser casi incontables. Cada paso que das te lleva al mismo sitio y casi nunca existe para ti el comienzo. El miedo apelmaza la emoción y alimenta sin medida la rutina del pensamiento razonable. Nada, NADA de lo que ha hecho que la Humanidad llegue hasta hoy tiene que ver con la razón de una manera absoluta y clara. Cuando todo es razonable, no existe la aventura. Y la aventura es vivir con el único limite posible de la imaginación.
Ayer @peluche, a quién admiro, dijo lo siguiente: «Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo«. La savia de la vida es sueño y la motivación tiene a partes iguales una medida de sueño y otra de de fe ciega. Cecilia Buil, tremenda escaladora oscense que ha recorrido el planeta logrando superar las mayores agujas y cimas montañosas en piedra y hielo, dijo en una entrevista a Al filo de lo imposible lo siguiente: «Las aventuras que más valor tienen son aquellas en las que no tienes seguro poder llegar a cumbre». La página inicial de su site dice algo que hoy quiero compartir con vosotros porque me parece hermoso y ejemplar sobre qué es la vida y por qué aprovecharla:
Hace tiempo que no busco la razón por la que voy a las montañas. Podría tener muchas, pero ninguna tan poderosa como el simple deseo de estar allí. Soy fanática de la belleza, de la soledad compartida con amigos, de las paredes verticales y los lugares salvajes, siempre en busca del equilibrio entre la dificultad y mis posibilidades. Lo importante no es llegar a cumbre, no necesariamente, sino el camino que lleva a ella, cada paso y cada esfuerzo, saber que he dado todo lo que tengo. Es lo que me hace dormir tranquila por la noche y soñar con nuevas paredes.
El cuerpo de Ernest Shackelton descansa en Georgia del Sur, donde perdió la vida tras un ataque cardíaco al arribar al mismo puerto del que debió partir el Endurance hacía solo unos cuantos años. Al recibir su cuerpo en Inglaterra su viuda exigió que fuera enterrado en Grytviken. Porque ella respetaba que la historia de Shackelton se había fraguado con el frío, porque el calor de la memoria puede estar a dos grados bajo cero cuando tu fracaso se estudia como éxito. Tras el hundimiento del barco, más de 22 hombres -toda la tripulación del HMS Endurance- lograron sobrevivir largos meses comiendo la carne de sus perros gracias a la valentía admirable de Shackleton que realizó junto con otros cinco hombres un viaje en bote abierto en busca de ayuda que es épico en la historia de la navegación.
Tres meses después de la muerte del explorador, su cuerpo y su historia descansaron por fin bajo el frío hielo y un fuerte granito que reza una gran frase de Browning:
«Sostengo que un hombre debe luchar hasta su último aliento por el valor que le ha puesto a su vida»
Sin duda hay mucho de esto en Cecilia Buil y en todos aquellos que viven y apuestan por su sueño. En este brain drain continuo que vivimos en España, en el que los nuevos buscadores de oro en tierras mucho más favorables son cada vez más jovenes, conviene recordar el caso del gran Shackelton. Uno puede llorar mucho pero nunca debe llorar tanto como para perder el sentido y el valor de cada lágrima. Está bien lamentarse pero lo verdaderamente sano y constructivo es actuar. Vive y haz que tú mismo admires lo que vives. Sea sencillo o complejo, la gloria llegará justo después.
Esta entrada está dedicada a mi buen amigo @zoeoros, escalador aficionado y constructor de ideas.