“Las revoluciones que cambian de verdad son las culturales. El resto es violencia o marketing“
Javier Taravilla, filósofo de la ciencia
La gente nace y muere cada día y nadie te pide permiso para hacerlo.
Creo que olvidamos este hecho cada mañana antes de ir a trabajar. Lo hacemos cuando henchidos por un traje entallado caminamos como si hoy el mundo nos debiera verdaderamente algo. Amigo, si crees que tienes que enfocar tu esfuerzo en ser el mejor a cualquier precio, no me cabe ninguna duda de que acabarás siendo el único. Y más allá del Blue Ocean, del posicionamiento y de tu imagen, de tu productividad y de los resultados de tu departamento, hay algo que todavía ningún mentor te ha dicho: la soledad es solo soportable por el sabio. Y nadie te educa para serlo.
Nadie te lo ha dicho porque resulta divertido verte ascender hasta la cumbre para ver caer acto seguido tu cuerpo herido sobre otros. Es un secreto no compartido en ninguna escuela de negocios. Pero ocurre. Sucede en mitad de una lucha fratricida por saciar tu sed buscando algo que alguien te ha contado. Lo han llamado éxito pero la genealogía de nombres anteriores se pierde en la memoria de los tiempos. Mientras subes serás el rey del mundo, habrá fiestas dionisíacas en tu nombre, crepitarán de placer todos los foros, serás un destacado manager advisor y al final llegará la edad de la penumbra. Cuando hayas sido trending topic, lo siguiente será formar parte de un backup en un formato apenas ya legible. Porque antes de que tú fueras el único, infinitos más lo fueron. Humildad, un poco más ya sería suficiente. La humildad es revolucionaria e implica un cambio cultural. Humildad sobre quien soy y sobre lo que represento, sobre mi limitado y leve papel en esta obra. Porque cuando el protagonista es el equipo todos los demás somos actores secundarios. Y se humilde, no idiota. Decir que no vales para nada es igual a decir que ignoras todas las aplicaciones de ti mismo sobre otros. Y ni siquiera ellos lo creen a pesar de que puede que jamás lo oigas.
Levedad. Sentirte parte de ella te ayudará a convertirte en algo eterno. Una persona que digiere con elegante impaciencia cada etapa del ciclo de su vida o del equipo es doblemente válida. Lo es porque habilita a otras personas para sentir la vida o el equipo.
Bastaría con leer. Y no solo libros. Me gustaría poder decir esto a todos los que alguna vez buscan la respuesta. Ese mundo absorto y necio que hemos generado nos educa en la virtud de los mejores. Muchos han escrito sobre la insaciable construcción del héroe, respetable en la literatura, altamente tóxica en cualquier negocio (personal o laboral). Alguna vez fue soportable cuando los mejores estudiaban o cuando el cultivo del mérito implicaba haber hecho algo bueno para otros. Sin embargo cuando los mejores son aquellos que solo piensan en sí mismos, el espacio que nos separa del vacío es apenas una exhalación de miedo. Para leer la realidad no hay que vivir rodeado de ella sino en ella.
De hecho bastaría con vivir. Como si estuviera vivo; así me gustaría vivir. Aunque tenemos infinitas oportunidades para lo contrario, bastaría con sentirse vivo. Bastaría con luchar día tras día esperando al final no sentirte solo. Porque hay dos formas de ser social altamente edificantes:
- ser social en el tiempo (saber que antes y después habrá otros y aprender con ellos)
- ser social en el espacio (saber que a tu lado puedes aprender con alguien)
Nos han educado para creer porque lo difícil era educarnos para crear. Aprender con alguien y también de alguien, no al revés.
Sobre el escaso esfuerzo por educar en inteligencia social y emocional (y todos sabíamos que eran necesarias) hace poco acompañé a mi amigo Juan Núñez, cofundador de OTB Innova, para defender la alegría ante un público formado por directores de colegio. Entre otras sanas cosas que eran necesarias, recordó lo que jamás nos enseñaron en el colegio. Para hacerlo utilizó una canción de Fito que sin duda es un alegato por la sensatez en el mundo educativo, y por extensión en nuestro trabajo diario.
Letra de la canción La casa por el tejado:
Ahora si, parece que ya empiezo a entender
Las cosas importantes aquí
son las que están detrás de la piel
y todo lo demás….
empieza donde acaban mis pies.
Después de mucho tiempo aprendí
que hay cosas que mejor no aprender.El colegio poco me enseñó. Si es por esos libros nunca aprendo a:
- Coger el cielo con las manos,
- A reír y a llorar lo que te canto,
- A coser mi alma rota,
- A perder el miedo a quedar como un idiota,
- Y a empezar la casa por el tejado,
- A poder dormir cuando tú no estás a mi lado
menos mal que fui un poco granuja…
Pues eso, que menos mal…
Se granuja, my friend.
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