Se pasaba los días llenos intentando recordar. Damián había sido asesinado en la franja de Gaza, y antes de ese día fue matado en Jartún a cuchilladas, envenenado en un palacio veneciano, pasado a machete en el desierto de Atacama, burlado y muerto a tiros en un barrio de París, lapidado en Egipto, degollado en el Madrid del XVII, atropellado en la India por un utilitario, hecho cadáver en Katmandú por el ejercito de Mao, arrastrado en carne viva por familias de caballos mogoles a su paso y herido de muerte en el pecho en plena justa normanda a los pies de una dama de pañuelo blanco. Cada día intentaba recordar estos momentos, los sentía como la vez que pasaron, recientes y lentos, repletos de esperanza en que no se repitieran. Y con ello, ya digo, se le pasaban los días llenos en la memoria de los días en que había sido muerto.