Creo que cuando la cosa va muy mal suele coincidir con el momento en que todo está perfecto. Es nuestra insistencia en tender a la perfección, y no nuestra fragilidad y falibilidad innatas, lo que nos debilita. Seríamos tremendamente poderosos si aceptáramos que nos equivocamos. En diferentes revistas pseudo-científicas y algunas charlas con colegas observo cierta defensa a ultranza del error. Yo mismo hace poco en una conferencia me atreví a decir esto: «El éxito es una ecuación sencilla: 1000 x 1. 1000 fracasos x 1 persona. Cuando te equivocas 1000 veces e insistes, la 1001 suele ser el éxito» Estos discursos practican de algún modo un enfoque de impacto sobre una creencia muy extendida en la sociedad y que todos alguna vez o muchas hemos vivido en nuestras familias, relaciones, escuelas y trabajos. Se trata de la demonización del error, del castigo ante la falta a una regla o conducta. Esta forma de entender la disciplina como la herramienta que endereza nuestro camino de perfección, creo que es a todas luces destructiva. Intentaré explicar brevemente la utilidad de mantenerse equivocado para las personas y los equipos:
La vida me otorgó quizás el mayor regalo que se le puede dar a alguien. Solo hay una persona que sepa hacer lo que yo hago, que sepa vivir lo que yo vivo, que sepa besar como yo beso. Y ese soy yo. Esa es la grandeza de mi fortuna y el valor del poder que represento. Llamar a alguien «gordo» nunca me hizo más delgado. Así que antes de compararme con nadie, intento compararme con mi mejor versión, la que me dio momentos de luz y de alegría y con mi peor versión, la que hundió y pisó mi corazón hasta encontrarse. Me quedo con ambas cuando las miro en la distancia. Ambas son necesarias y son parte de mí. Me sirven para medirme y orientar a un fin todo mi progreso.
Lo cierto es que donde hay amor late la certeza y donde hay miedo se siente duda. La certeza es la firme adhesión de la mente a algo sin miedo a errar y esto, amigos, es muy extraordinario. La incertidumbre o la duda sin embargo son algo cotidiano. La mayor parte de seres humanos del planeta viven en una completa incertidumbre disfrazada de verdad. Esta verdad no suele tener más de tres capas por lo que a menudo me resulta sencillo encontrar fisuras y grietas en el casco de esa débil nuez llamada DÍA A DÍA en medio del enorme océano al que nadie llama VIDA. Pero hay algo por encima de esta duda continua, de esta constante incertidumbre que nos engrandece y nos libera. Hay algo inmenso que es la mayor energía que yo he sentido. Amar es dotar de sentido, responsabilidad y confianza a lo que haces. Y conozco a muy pocas personas que hayan elegido AMAR en vez de TENER MIEDO. Y son oro puro, diamantes de una veta inigualable. Nadie ni nada puede competir con ellas.
Pero ¿qué tiene todo esto que ver con mantenerse equivocado? Para mí es sencillo. La certeza que late en el amor está repleta de un miedo suspendido, de una conciencia de error que hemos superado. No es la destrucción del miedo sino la convivencia junto a él lo que nos hace superarlo. Solo podemos controlar lo que nos aterra cuando lo hemos comprendido por completo. Solo podemos amar cuando nuestra ansiedad ante lo que ese miedo nos quita es mayor que la provocada por lo que ese miedo nos da. Por todo esto, para amar siempre SIEMPRE SIEMPRE hay que explorar nuevos territorios y aprender a mantenerlos. Y no se conoce en la historia de los hombres ningún explorador que alcanzara un gran descubrimiento y que jamás se haya equivocado de ruta. Todos ellos han vivido su gloria más gracias a sus pequeñas decisiones que a sus enormes dudas.
Hace poco hablaba con una persona, alto cargo en su empresa, y me decía que había apostado por la internacionalización de su empresa y que muchos en la empresa habían reconocido tener miedo. Esta persona les había dicho que no es que no tuviera miedo sino que lo controlaba y creía que superarlo y salir era tremendamente más beneficioso que instalarse en él. Esta pequeña anécdota de un hombre dispuesto a dar un paso ante la posibilidad de quedarse simplemente quieto, es muy gráfica e ilustra muchos casos exitosos de cambio que vivo continuamente en las organizaciones.
Educar en el error (en detectarlo, interiorizarlo, aprender de él y superarlo) es infinitamente más útil que educar en la perfección. Aspirar a conocernos es infinitamente más útil que aspirar a ser perfectos. Precisamente porque la única manera de serlo -si es que se puede- es conocernos. Y solo cuando nos permitimos la libertad de equivocarnos, nace la libertad de conocernos. No digo que la filosofía del error sea un estado de vida mejor que la filosofía de lo perfecto. Digo simplemente que la primera es real y la segunda sencillamente NO. Amar es practicar el error con elegancia. Castigar y ocultar el error es tener miedo de lo que realmente ahora somos. Y yo, que me dedico a transiciones culturales en organizaciones, que veo el crecimiento de los equipos y el desarrollo de personas, se que no se puede cambiar otra cosa que lo que somos. Podemos interiorizar lo que hemos sido, podemos soñar lo que seremos, pero solo podemos trabajar con lo que somos.
Mantente equivocado. Siempre.
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