Cuando uno sabe quien es está preparado para saber quién no quiere ser #prejuiciospropios vorpalina en twitter, 4:24 h., 14 de enero 2011
Este parece ser el roadmap real de nuestro sistema circulatorio a día de hoy y tras siglos de investigación científica:
«El corazón contiene 4 cámaras en las cuales fluye la sangre. La sangre entra en la aurícula derecha y pasa a través del ventrículo derecho, el cual bombea la sangre a los pulmones donde ésta se oxigena. La sangre oxigenada es traída de nuevo al corazón por medio de las venas pulmonares que entran a la aurícula izquierda. De allí, la sangre fluye al ventrículo izquierdo, el cual la bombea hacia la aorta que distribuye sangre oxigenada a todas las partes del cuerpo» Pero amig@, si no tienes corazón, ¿de dónde fluirá tu sangre repleta de colesterol y miedo?.
Tengo un problema de base que no me permite sobrevivir con la destreza que mi entorno profesional y personal me demanda o dice requerir. Soy altamente intolerante. No tolero la violencia, la injusticia, el engaño, el cortoplacismo de los interesados, el cinismo de la doble vía, la rancia falta de creatividad impuesta, la carencia de ilusión, el homicidio de los sueños, el puedo y no quiero, el conformismo de los acomodados, la amargura autoinducida y contagiosa, el clasismo, el esclavismo, el fomento del miedo y la desconfianza, la mistificación del líder, y por encima de todo la anterior las sobredosis masivas de jerarquía y racionalidad dentro de la caja. Cada año que pasa me cuesta más adaptarme a ambientes totalmente adversos y contrarios a mi forma de pensar y trabajar para cambiar el mundo. Tengo dos opciones: claudicar o motivarme. Digo «motivarme» porque entiendo que debe resultar dificil que otros me motiven a juzgar por la escasez de personas que han logrado valorarme. Y no es porque crea que yo tengo valor, sino porque creo que al menos se me debe valorar. El problema es que soy más intolerante cuanto más autorizado me siento para cambiar de forma eficiente y efectiva la realidad que me circunda. Pequeños prejuicios sin apenas importancia para la mayor parte de empresas del tejido laboral me hacen sentirme cada vez más autorizado: formación, experiencia laboral, actitud crítica, inquietud y conocimiento. Dadas estas circunstancias por el momento no he visto una forma más eficaz y gratificante de motivarme que tener buen corazón. Algo no obstante inútil para una gran colección de ejecutivos. Por el momento quiero hablaros de un segundo problema que también me pesa.
Además de ser altamente intolerante no quiero sobrevivir sino vivir. Otro problema. En la cultura mesoamericana era frecuente y aceptado sacrificar y cortar la cabeza del enemigo para exhibirla junto a otras en las plazas de victoria justo a la entrada de las ciudades. Los jefes militares devoraban las vísceras de los jefes cautivos para absorver su fuerza y su energia. Esta práctica que nos parece brutal y es en efecto sanguinaria desde una perspectiva moderna, se reproduce de forma fiel y mucho más sibilina, procaz y dolorosa en las organizaciones actuales. Sometido a una presión de tiempos imposibles, con una multitud de tareas inventadas, fronteras invisibles y grandes artificios, el trabajador crítico se inmola o se disuelve entre la masa de seres conformistas. Sin poder aportar nada y con un elevado peso fruto de la frustración, se hunde y se diluye porque el componente químico de los acomodados es enormemente corrosivo. Una vez su fuerza se diluye y es absorvida por los homicidas, la historia de su esfuerzo se proscrive y se convierte en un trofeo. Los cotos de caza son extensos y la mayoría de piezas se cobran muy baratas. Solo en algunas ocasiones una rebeldía innata, incapaz de doblegarse, adquiere dimensiones místicas y evoca la heroicidad grecolatina de quienes saben que su destino cierto es un oscuro precipio y caminan altivos hacia él. Demandan tiempo para una conciliación real entre su vida personal y laboral, piden que se respeten sus derechos o simplemente libertad para no sentirse culpables por disfrutar del tiempo libre. Realmente son unos descerebrados, no entienden que «esto es lo que hay» y se niegan a aceptar que no pueda «haber» otro entorno más humano y más real. No participan de la entelequia impuesta, carecen de las mismas armas y del respaldo incuestionable de los continuistas. Predican el esfuerzo, la especialización y el mérito por encima del dominio de la burocracia y la perpetuidad de los prejuicios aceptados. Quieren compartir conocimiento y no apropiarse de él para su beneficio propio; buscan ecosistemas sostenibles en los que se pueda convivir y no espacios infames en los que competir por el cuerpo de un cadáver. Estos locos idealistas con un buen corazón, qué poco efectivos son y qué inservibles… ¡Sacrifiquémoslos, colguemos de baras puntiagudas sus cabezas y que todo el mundo escarmiente con su ejemplo!
Más allá de la ironía me canso en algunos momentos – generalmente tras chocar varias veces contra un mismo molino- de ser un inadaptado. Sin embargo prometo seguir siéndolo. No hay molino tan grande que me impida chocar mi fe y mi ilusión contra su muro. La prueba es que me alimento de nuevas esperanzas con la idea insana de disfrutar como un niño cada vez que encuentro algún alma gemela que ha vivido o vive con la misma angustia. Un mundo que no comprende ni acepta a los que quieren mejorarlo, es un mundo agónico incapaz de crecer o seguir vivo. Quiero ahora compartir con vosotros un artículo que es para mí carbón de sueños para continuar adelante y fomentar un mundo mejor. A los amargados que continúais amargando y siendo grises, tomad este artículo como un desafío que sois incapaces de asumir. Seréis ricos y socialmente reconocidos (si no lo sois, es que ya sois directamente tontos) pero qué pobreza y soledad os espera al llegar a casa cuando ningún artificio ni máscar ya os proteja. El artículo apareció en forma de columna sin párrafos ni grandes fuentes hace ya algunos años en la contraportada de El País, me emocionó y lo conservo plastificado bajo mi vade de escritorio junto a algunos recuerdos y recortes. Desconozco el día exacto en el que apareció pero es para mí una constitución tan válida como cualquier texto jurídico o política corporativa absurda lo es para esos otros. La columna está escrita por Manuel Vicent y dice así:
Corazón
Tener buen corazón, una cualidad de la que no se es responsable, se ha convertido hoy en un grave obstáculo para afrontar la vida moderna. Si un joven llega a este perro mundo con un natural demasiado benigno y se encuentra que su círculo social está formado por gente neoliberal instalada bajo el imperio del pensamiento único, tendrá que soportar ciertas sonrisas irónicas cuando en cualquier sobremesa empiece a dolerse de los desheredados de la tierra, del desecho de la globalización. Aunque nadie niegue que es un buen chico, sin duda lo tomarán por un idiota. ¿Qué más quiere, si ya tienen un Patrol para ir a la discoteca? En efecto, tiene un Patrol y un corazón de oro: no puede evitar la congoja que siente ante la miseria de la humanidad. Ha ido a Seattle y a Praga pero no ha roto ningún escaparate. La situación de este joven se complicará mucho más si trata de llevar su bondad a la política. No tendrá otro remedio que horrorizarse cuando vea que unos señores sonrosados, con mantequilla hasta las orejas, bombardean a unas gentes miserables del Golfo o de los Balcanes como si fueran cucarachas. En la barra del bar algún amigo le preguntará con insolencia de parte de quién está. Por supuesto, su buen corazón estará siempre del lado de las víctimas, pero ahora no sabe realmente dónde se hallan, porque él odia tanto las bombas como los tiranos. El joven experimentará por primera vez la sensación de vivir a la intemperie, sin ninguna protección ideológica, sólo que le da por apoyar siempre a cuantos se rebelan. De pronto oirá que le llama pacifista, alma blanca o, simplemente gilipollas, y esto le llevará a plantearse la siguiente cuestión: ¿por qué nunca consigo ser de los nuestros?, ¿arrastraré algún trauma infantil debido a un mal destete? En medio de su confusión oye un insulto nuevo. Le han llamado «equidistante». En este caso el joven de buenos sentimientos sólo quiere que ETA dejara de matar, que el odio no se sumara al fanatismo, que no se llegar al enfrentamiento crispado en la calle, que el Estado tuviera la suprema fortaleza de sentar a la mesa a unos terroristas para que las pistolas fueran sustituidas por las palabras, porque un fanático armado es el mal absoluto, nada hay más allá, y sólo puede ser neutralizado cuando la política se convierte en un arte. A este joven su buen corazón siempre le pierde. Le dicen: eres un buen muchacho, pero no entiendes nada.
Manuel Vicent en el diario El País