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«No debemos aspirar a un placer puro: tanto el placer como el sufrimiento forman parte del viaje»

De su ensayo «Viajar», escrito por el maestro Herman Melville,1859

 

Me adentré en la selva porque quería conectar con mis orígenes, acercarme a nuestra milenaria condición de cazadores. Quería averiguar de algún modo si esa condición aún existía y si los últimos supervivientes de esa tradición pre-agrícola todavía veneraban sus costumbres. Necesitaba convivir con mis antepasados hasta poder comprenderles como hermanos para descifrar así el misterio que ilumina y oscurece nuestra especie. En medio del lugar más alejado del planeta, sentí el rigor de la Edad de Piedra, la hospitalidad honesta del aborigen melanesio y los olores y sabores de la selva. Conviví con los korowai de las tierras bajas (señores de los árboles y aislados del resto del mundo hasta 1974), y con los descendientes pigmeos yali de las montañas (señores de la tierra y aislados del resto del mundo hasta 1930). En este largo camino me acompañaron algunos herederos dani del Gran Valle de Baliem y también algunos hijos lani del Oeste.

Mi diario de viaje recoge una gran cantidad de anécdotas y experiencias durante este mes de aventura. Entre todas ellas he seleccionado una muestra significativa de mis aprendizajes alrededor de estas 4 claves de liderazgo personal:

  1. Vive con menos para poder vivir mejor
  2. Vive ahora porque no hay otro tiempo ni lugar
  3. Practica la tranquilidad de espíritu
  4. Haz que el resto de personas se sientan especiales a tu lado

Comenzamos.

Para comprender el salto mental que experimenté a nivel cualitativo durante el viaje quizás sea necesario recordar algunos aspectos orientativos:

  • GENÉTICA: En el año 2010 un estudio científico que había durado cuatro años aportó datos sorprendentes sobre la teoría de evolución humana. Dicho estudio cartografió por completo el genoma neandertal a partir de fósiles y lo comparó con el actual genoma homo sapiens. En dicho estudio, entre otras muchas cosas, se determinó con claridad que el ADN de los actuales aborígenes melanesios tiene el menor porcentaje de ADN homo sapiens de la Tierra con un 94% de homo sapiens y en un 6% de denisovano (un contemporáneo del neandertal del que tomaba un 17% de ADN). El estudio determinaba que los actuales aborígenes de Papúa son el último reducto genético de nuestro verdadero orígen homínido en la Tierra.
  • PARADIGMA: La mayoría de personas a las que conocí o bien han practicado el canibalismo en el pasado o bien pertenecen a una cultura tribal en la que todo el mundo hasta hace solo una o dos generaciones practicaba el canibalismo ritual y normalizado. Algunas experiencias recientes de contacto con tribus aisladas han demostrado que todavía hoy estas prácticas son habituales en regiones periféricas. Si bien los alimentos envasados son de uso común, cualquier aborigen de Papúa podría vivir perfectamente de lo que suministra por sí misma la naturaleza. Existían hasta hace veinte años más de 300 lenguas catalogadas por lo que el contacto entre tribus no era habitual salvo para escaramuzas o conflictos violentos puntuales. Las poblaciones eran a menudo endogámicas.
  • CULTURA: Ahora quiero que se imagine, lector o lectora, cada hecho histórico y descubrimiento humano desde la invención de las armas de caza hasta la actual exploración de Marte. Todos los imperios y civilizaciones, todos los conflictos internacionales y conquistas sociales, todas las religiones, movimientos artísticos, toda la literatura escrita y la expresión musical en sus miles de variedades, estilos y formatos. Imagine la evolución de la arquitectura y la escultura desde los primeros días a los últimos rascacielos. Imagine también todos los avances científicos, tecnológicos y variedades de transportes que sucedieron a la aparición de las embarcaciones primigenias. Imagine Imagine el descubrimiento de la agricultura intensiva, de las sociedades jerarquizadas, o la historia completa desde el armamento desde la construcción de las primeras lanzas y flechas de madera. Piense en todo el mundo intelectual y racional complejo que hemos creado durante tres mil años… y ahora olvídese de todo ello y trate de vivir. Eso es Papúa. Hasta hace sesenta años -en algunas regiones hasta hace cincuenta años- la práctica totalidad de la isla vivía tal y como había vivido los últimos 45.000 años. De modo que incluso con las actuales influencias culturales occidentales (cristianas) y asiáticas (indonesias), e incluso con la llegada humilde de la tecnología, Papúa es aún hoy un planeta diferente a nivel cultural.
  • HISTORIA: La isla más grande de la Melanesia es hoy el resultado más agitado de combinar tres factores explosivos. El primer factor es la revolución cognitiva que ocurrió hace más de 45.000 años y que llevó al homo sapiens -que durante cientos de años había recorrido Euroasia desde África- a conquistar el Sahul fabricando pequeñas barcazas con las que atravesar el océano. A Papúa llegaron así los primeros navegantes de la historia de la Humanidad. El segundo factor es la posterior división geográfica mediante inundación del territorio del Sahul, dando lugar a las actuales islas de Nueva Guinea, Tasmania y Australia tras la última glaciación terrestre hace 10.000 años. Así es como Papúa se convirtió en un tesoro antropológico único y aislado del resto del mundo hasta hace unas pocas décadas. El tercer factor- fueron los brutales procesos de colonización que han sido especialmente desgarradores en los últimos doscientos años (ocupaciones holandesa e indonesia cronológicamente).
  • MEDIOS DE VIDA: Más allá de ser el lugar más empobrecido en el que he vivido, no existe agricultura intensiva o extensiva en Papúa. Todo el paisaje desde los riscos oceánicos hasta el interior es una continuación infinita de árboles y ríos caudalosos. A pesar de que la electricidad tiene un uso ya muy extendido gracias a paneles solares, salvo en Jayapura el resto de los lugares que visité carece de infraestructuras básicas y son una sucesión de chabolas y casas bajas. La alimentación es poco variada. El concepto de familia difiere del concepto de familia occidental con una cultura heredera de la poligamia y una separación de roles muy clara. Se trata de uno de los mayores productores de oro del mundo pero todos los beneficios de la explotación están controlados por indonesios.

En este contexto estos son los 4 grandes aprendizaje que me regalaron las tribus korowai y yali en la remota isla de Nueva Guinea:
 

1) VIVE CON MENOS PARA PODER VIVIR MEJOR

Durante mi primera estancia en Mongolia pude experimentar el extraordinario potencial del minimalismo. Las familias nómadas de la estepa y el desierto viven con lo justo sin necesidad de almacenar prácticamente nada. En otras regiones he vivido aprendizajes similares en materia de «vivir extraordinariamente bien con poco» que me han ayudado a mejorar y hacer más saludables y sostenibles mis hábitos de consumo. Entre otras muchas decisiones y renuncias así es como he transformado mi vida en algo intencional y significativo. La recomendación que Joshua Fields Millburn suele dar al final de sus charlas es especialmente elocuente y resume muy bien mi aprendizaje sobre vivir con menos para poder vivir mejor: «Ama a las personas y usa las cosas, porque lo contrario nunca funciona».

En el valle de Baliem he comprendido la completa inutilidad de acumular objetos. Las familias aborígenes viven con lo puesto y un par de mudas, con salarios nunca asegurados de unos 50 euros al mes y en casas diminutas pero completamente funcionales. En este sentido mis días en la selva han alimentado mi convicción de que para poder vivir mejor es necesario poseer tan solo aquello que necesites. En este viaje he regalado a mi nueva familia de Papúa la mitad de todo lo que llevaba conmigo y he vivido utilizando muy pocas cosas. Desde el primer día me comporté como si todo lo que llevaba en mi mochila de 40 litros (unos 7,5 kilos como único equipaje) fuera de todos. La mayor parte de material que compré para la expedición se quedó en Papúa. Nada me satisface más que imaginar a Diki, Kerias o Simon (mis amigos porteadores) disfrutando de la ropa o utensilios que tomaron. A mi vuelta a casa he vuelto a adelgazar aún más mi armario y he donado una gran cantidad de ropa bien conservada que apenas utilizo.

Si quieres tener una vida plena, vive con menos para poder vivir mejor.
 
 

 

2) VIVE AHORA PORQUE NO HAY OTRO TIEMPO NI LUGAR

Occidente tiene el conocimiento pero Oriente tiene la verdad. Lo explicaré en detalle. No imagino un territorio más alejado de España que Papúa en todos los sentidos. Cuando uno viaja a Oriente vive la verdad de la vida y esa verdad es un equilibrio mágico que casi siempre está lleno de incertidumbre, miedo, caos y falta de justicia. Sin embargo todo en Oriente (filosofía, religión y cultura) está configurado para practicar el camino de la aceptación. Cada palmo de instante y experiencia que uno vive en Oriente es pura incertidumbre, y por tanto el mejor de los posibles campos de entrenamiento para la aceptación. En este aspecto Papúa no es una excepción.

He viajado a los cinco continentes y este es el lugar donde más pobreza física he observado pero donde más calma he podido ver en las caras de sus habitantes. Los yali viven apegados a su realidad diaria sin más necesidad que la inmediata. No tienen grandes planes ni existe ambición. No se plantean grandes expectativas ni articulan elevados pensamientos o conceptos. Si tienen hambre, cazan. Si tienen sed, acuden al río. En realidad todo su vida diaria está basada en tomar de la naturaleza lo que solo ellos quieren obtener.

Esta sencillez y aceptación es algo complejo de imaginar en un occidental. A menudo en la selva imaginaba a la mayoría de mis conocidos vivir alguna de las situaciones estrambóticas que vivía a diario. Y entonces sonreía. Lo hacía porque realmente me resultaba imposible imaginar a muchos de mis familiares o amigos en un contexto similar. El nivel de gestión de incertidumbre que viví es sencillamente inasumible para la mayoría de mis conocidos. En concreto, la mayor parte del tiempo no sabía en absoluto lo que podría pasar en la siguiente media hora. Ninguno de los planes previstos ni paradas ni hitos clave  se cumplieron. Cambios de vuelos, nuevas rutas, caminos inundados por las crecidas de la lluvia,…

En varias ocasiones necesité tomar decisiones ágiles y sensatas que evitaron muchos inconvenientes para mí y para las personas de mis respectivos equipos (porteadores, cocineros, guías). Recuerdo que en la expedición a las tierras altas al cuarto día estábamos prácticamente sin comida -a excepción del arroz- porque el cocinero solo tuvo un presupuesto de 2.000.000 rpi para dar de comer a 7 personas 2 veces al día durante 14 días (unos 100 euros). También recuerdo que en las tierras bajas con los korowai nos encontramos dificultades para dormir en uno de los poblados y nos vimos en la obligación de tomar una decisión drástica. Montaba en coches que siempre estaban en reserva de depósito y no sabía si se quedarían parados. Los aviones ni aeropuertos eran especialmente tranquilizadores, las pistas de aterrizaje tenían aviones averiados o estrellados a ambos lados. Por otro lado fue continua la falta de profesionalidad a nivel de compromiso de las buenas personas con las que interactué durante el viaje, lo cual garantizaba aún más la incertidumbre continua. Si bien eran amables y son ya mis amigos y familia, a menudo fruto de la carestía y la necesidad algunos de ellos intentaron algunos engaños evidentes que logré salvar sin necesidad de atacar su dignidad ni perder mi nobleza. En todas estas situaciones vivir el momento y evaluar la situación con calma estudiando todas las opciones, me ayudó a no perder la cabeza y a menudo hizo que las personas que estaban conmigo se sintieran mejor.

Si quieres tener una vida plena, vive ahora porque no hay otro momento ni lugar.
 
 

 

3) PRACTICA LA TRANQUILIDAD DE ESPÍRITU

Tras recorrer un amplio río en barco desde Dekai a Mabul durante 8 largas horas, la segunda noche de mi expedición a las tierras korowai me hallaba en medio de la selva tras 5 horas adicionales de caminata entre charcas, cenagales y árboles caídos. Dormíamos en una cabaña korowai hecha de juncos y ramas secas bien techada y abierta por dos lados para dejar pasar el aire. Más allá de nosotros la jungla comenzaba a un solo paso de la tienda. Como cada día en la isla, anochecía de repente y pronto nada se podía distinguir salvo unos pocos sonidos de animales en la maleza salvaje, el perro de la tribu que me olisqueaba buscando comida y la presencia constante de insectos y alguna pequeña serpiente reptando en nuestro techo.

Al no encontrar ningún cajero operativo en el que pudiera sacar dinero tras mi primera aventura en las tierras altas, teníamos algo menos de 60 euros en rupias indonesias para el resto de la expedición y debíamos gestionarlo para poder pagar algo en cada poblado y aguantar hasta la vuelta a Mabul varios días después. A nivel económico la situación era desastrosa y como siempre la planificación y estimación que teníamos en mente no se cumplía nunca por lo que no solo contaba con la incertidumbre de quedarnos sin fondos sino que además -como ya era costumbre- podían surgir innumerables imprevistos. Justo ese día mi diario recoge este pasaje:

(15 de julio tras algunas anotaciones hechas en el día…) Acaba de venir un grupo de muchachos korowai a la tienda. Estaban muy excitados y se han sentado a hablar con Mike, mi guía. Su frase ha sido: «Os mataremos si no nos dais cigarros y dinero» Aunque hablaban en indonesio -la lengua korowai está en decadencia y morirá con la siguiente generación- he entendido la conversación por los gestos que realizaban. Mike les ha dicho literalmente esto: «Sois idiotas. Dejáis que los indonesios os manipulen con el tabaco y el alcohol. Ellos, que están destruyendo poco a poco nuestra cultura y nuestra identidad. Los propios indonesios fomentan que los pocos visitantes que llegan os agasajen con cigarros aumentando así vuestra dependencia a algo que hasta hace unas décadas no conocíais. Sin embargo a mí, que soy un hermano dani de las tierras altas, y a mi amigo nos amenazais. Mirad el color de mi piel, soy como vosotros, y esta persona a mi lado es un visitante que ha viajado miles de kilómetros para conocer y respetar nuestra cultura. Después de esto ¿Qué opinión de nosotros creéis que compartirá esta persona al volver a su hogar?» Los muchachos han asentido, nos han saludado y se han marchado de la cabaña. Creo que lo han entendido, al menos eso espero por mi supervivencia.

(ese mismo 15 de julio en mitad de la madrugada escrito de forma ilegible en la oscuridad) Susto por la noche: Varios hombres con luces y machetes aproximándose a la cabaña. Enciendo otra vela para tener más luz. Creo que el grupo de muchachos viene a matarnos. Escondo todas mis cosas valiosas. Hablo con Mike. Nuestros porteadores no estaban durmiendo con nosotros.

Hasta aquí literalmente el pasaje escrito en el diario. Quiero detenerme en el detalle de esta segunda anotación que hice en el diario. Estos fueron los hechos: Tras la visita del grupo de muchachos Mike y yo estábamos tranquilos. Me explicó en detalle la conversación y tras ordenar nuestros petates y hacer limpieza y cena, nos acostamos sobre el suelo de bambú que se alzaba a unos 30 centímetros del suelo para evitar la picadura de alimañas e infecciones. En mitad de la madrugada me encontraba escuchando música con los cascos para evadirme del cansancio mental de las primeras semanas en la selva. De repente escuché el ruido de machetes cortando hierba y las luces que se acercaban a nuestra posición. Pensé que no teníamos machetes ni armas con las que defendernos y que casi todo lo que ocurriera no dependía de mí. Durante media hora permanecí inmóvil y literalmente -lo recuerdo con absoluta claridad- este fue el pensamiento que tuve:

«En realidad pase lo que pase, no puedo hacer nada. No tiene sentido que me preocupe. Aún en el peor de los casos he tenido una vida plena y me siento bien con la decisiones que he tomado. Si hoy he de morir, lamentaré dejar a las personas a las que quiero pero lo haré con tranquilidad de espíritu»

No se cómo explicar bien la sensación de paz que tenía en aquella peligrosa situación. Estaba asustado, tenía miedo pero el miedo no me controlaba. Sentía que toda mi vida había tenido el sentido de llegar a ese momento para encontrarme en absoluta paz. Aún en el supuesto de enfrentarme a la probabilidad de perder mi vida, mi mente no se centraba tanto en este hecho como en ser consciente de que había vivido en plenitud y sentía respeto por la persona que era. En este estado comencé a tararear una canción, me incorporé para encender la vela y Mike, que estaba también asustado dentro de su iglú, salió. Hablamos durante unos breves minutos. Esto fue lo que le dije:

«Mike, creo que quieren atemorizarnos, tal vez vengan a por nosotros. Es muy raro que haya tanto movimiento de luces y sonido de machetes a estas horas. Cada vez están más cerca. Quiero ser claro contigo: Pase lo que pase yo cuidaré de tí y tu cuidarás de mí. Es todo lo que podemos hacer. No te preocupes más allá de esto.»

Él me miró y con esa calma que caracteriza al hombre de Papúa me dijo: «Puede ser pero también es probable que no, creo que les convencí al hablarles. No se por qué hay ruido de machetes pero lo averiguaremos. Estemos un rato más despiertos» Pasada media hora vino un porteador que parece que se encontraba con una pareja de lituanos que coincidían con nosotros en la villa. Nos dijo que la mujer tenía la costumbre de ir a la letrina que estaba a unos veinticinco metros de la villa por la mañana y que se habían levantado para abrir un sendero improvisado para ella.

Esta increíble anécdota me enseñó dos cosas. La primera es que nuestra cabeza casi siempre va más rápido que la propia realidad. En segundo lugar experimenté sin necesidad de morir que la tranquilidad de espíritu garantiza una felicidad auténtica incluso justo antes de abandonar la vida.

Si quieres tener una vida plena, practica la tranquilidad de espíritu.
 
 

 

4) HAZ QUE EL RESTO DE PERSONAS SE SIENTAN ESPECIALES A TU LADO

Recuerdo unas palabras que mi guía Mike compartió con un aficionado belga a la antropología de tribus y conmigo en Dekai: «Puedes darme mucho dinero pero desaparecerá tarde o temprano. Sin embargo si me das respeto, durará toda mi vida». Sin duda este es la base de este cuarto aprendizaje en Papúa.

Durante ambas expediciones, al caer la noche por norma siempre cedía el mejor sitio junto al fuego a los porteadores. En una ocasión tenía tanto frío que temblaba y lloraba de dolor y Simon -uno de mis amigos porteadores- corrío a acercarme al fuego y quitarme la ropa húmeda. Tras ocho o nueve horas diarias ininterrumpidas de camino subiendo y bajando valles y montañas densos de vegetación, todos ellos por defecto me invitaban siempre a comer a mí primero. Yo siempre insistía en comer el último aunque muy pocas veces me lo permitieron. A menudo les ayudaba a cargar los fardos para que descansaran durante unos minutos. Si había una tienda de campaña impermeable en el ajuar de la expedición, siempre procuraba que mi equipo durmiera dentro y yo permanecía fuera. Compartía el agua, las medicinas y absolutamente todo con ellos. En realidad no había «ellos» y «yo» salvo el hecho de que yo era blanco y portaba mucho menos peso que el resto la mayor parte del tiempo. Todas estas cosas les entusiasmaban y yo no acertaba a comprender por qué hasta que una noche me lo explicaron:

Me sorprendió escuchar que estaban acostumbrados a que los pocos visitantes occidentales que venían ni siquiera se preocuparan por tratarles por sus nombres, a menudo no hablaran con ellos, y durmieran y comieran separados. No deja de sorprenderme el clasismo falaz y absurdo de muchas personas. En mi caso no puedo imaginar convivir así con alguien y tener el derecho a considerarme civilizado. Mi equipo en las tierras altas estaba formado por mi gran amigo Weneluk (el cocinero siempre sonriente y bromista), Carlos (mi despistado y alocado guía), Diki (mi tímido amigo que siempre buscaba mi comportamiento con su mirada sin hablar), Simon (mi gran salvador en muchos precipios y momentos difíciles), Dianus (mi enorme y joven amigo de buen corazón y siempre dispuesto) y Kerias (escéptico y serio en los primeros días, entregado totalmente en los siguientes). Mi equipo en las tierras bajas estaba formado por Makwezen (Mike, mi fantástico guía que sueña con convertirse en piloto), por Mandon (un viejo porteador resabiado y antipático al que lograba sacar una sonrisa) y por Aliom (un joven agradecido y muy vivo de espíritu que cojeaba y siempre sonreía). Recuerdo además cada nombre de cada persona que conocí y con la que hablé.

Durante ambas expediciones traté a todo el mundo lo mejor que supe, y con independencia de incidencias o imprevistos, fui generoso con todas las personas que me acompañaron. Tratar a las personas como personas me reportó grandes beneficios. He aquí una muestra:

Tras la expedición a las puertas de Yalimo en Anguruk el equipo tuvo que tomar una decisión complicada. Tras 10 días en la jungla y varios imprevistos contábamos con pocos fondos, una malísima planificación, ninguna certeza logística ni de transporte y el tiempo muy justo. Reuní a todos y les expuse las opciones ofreciéndoles en una de ellas que 2 de ellos volvieran en la única avioneta disponible (solo vuela allí 2 veces al mes sin horario ni día fijo y solo había 2 asientos) si necesitaban descansar. Les pedí que tomaran la decisión y yo aceptaría el resultado. Ante esta propuesta sin dudarlo todos decidieron sacrificarse y volver andando para cederme uno de los asientos de la avioneta y poder llegar a tiempo a mi expedición en otra parte de la isla. Les entregué el dinero que me quedaba para su manutención. Se trata de un camino que cualquier aborigen haría en 5 días, que yo no hubiera sido capaz de hacer en menos de 6 días pero que ellos hicieron en 3 días de intenso camino (algunos de ellos descalzos). Llegaron extenuados a Wamena y lo primero que hicieron fue venir a verme y darme un abrazo. Diki se encontraba muy enfermo, a causa de la completa extenuación había caído a plomo en uno de los puentes colgantes y todos le daban por muerto. Al llegar al hotel vi que tenía infectada una herida del pie, fuimos al baño, le lavé los pies y le apliqué antibióticos y vendajes. Les invité a cenar. Ellos luego quisieron invitarme al día siguiente a ir al mercado y comprar un cerdo para luego comerlo junto al río (una de las mejores y más costosas comidas en Papúa). Incluso Mac, el coordinador local que me ayudaba en el previo a las expediciones, quiso presentarme a su hermana en Wamena y a su familia en Jayapura, lo que sin duda fue un honor añadido.

Si quieres tener una vida plena, haz que el resto de personas se sientan especiales a tu lado

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