“Lo sabes y no puedes explicarlo. Pero lo sientes. Lo has sentido toda tu vida entera. Que hay algo malo con el mundo. No sabes lo que es. Pero está allí, como una astilla clavada en tu mente que te está enloqueciendo»
The Matrix, hermanas Wachowski (1999)
Me encanta la ciudad de San Francisco; su estética es electrizante. En realidad este es parte del problema. Lo es porque por dentro, en su ética, San Francisco hoy está vacía. El fenómeno de las ciudades de cartón-piedra es global: lugares que ya no existen precisamente porque los visitamos. Pero en San Francisco hay algo más que este vaciamiento cultural de franquicias y globalización que alimenta un turismo de masas barbarizante. En sus calles existe una mezcla de decadencia histórica y surgimiento de lo nuevo, en un choque titánico y desigual entre humanidad y digitalidad del que hasta ahora no había escrito. He apostado en mi vida abiertamente por utilizar la tecnología como medio para tratar de mejorar la condición humana. Diré, tan solo para comenzar, que San Francisco me parece el claro ejemplo de todo lo contrario. Si Londres y Nueva York fueron los paradigmas mundiales de la formulación, el colapso y el desengaño del capitalismo financiero global; San Francisco es hoy el indicador más claro de la creciente burbuja del capitalismo digital.
Quiero advertir a todos aquellos adoradores del dataísmo que éste será un duro artículo que está orientado directamente a atacar a la línea de flotación de la modernidad. No creo que lo estemos haciendo bien. Como seres humanos se nos está escapando lo mejor de todo lo que hemos logrado durante siglos. El activismo tecnológico militante y la exaltación de «la vida inorgánica» hablan de nuestra imbecilidad, no de nuestra inteligencia. Estamos viendo a diario una deshumanización y una pérdida de nuestra riqueza interior como personas que si bien tiene precedentes históricos nada memorables, no es comparable a ningún otro periodo de la historia en cuanto al ritmo de destrucción del pensamiento crítico, la riqueza interior y la memoria.
La ciudad de San Francisco es un caso especialmente paradigmático, significativo y doloroso del momento actual en el que vivimos. Probablemente es el ejemplo más claro de que los nuevos monstruos que amenazan a la condición humana pueden parecer preciosos. San Francisco es hoy el paradigma de la ciudad gourmet, del quiero y no puedo del ser humano en la Tierra. En una suerte de metáfora impagable atravesando el Golden Gate, la Puerta Dorada, accedemos a una nueva Fiebre del Oro, a un paraíso prometido lleno de leyenda. Desde la propia ciudad se ve la antigua cárcel de Alcatraz pero no se visualiza la propia. Paradójicamente, en una nueva suerte de puñalada a nuestra historia, San Francisco (Francisco de Asís) fue uno de los santos más humildes y contrarios a la riqueza exterior que han existido en la historia del cristianismo. Sus sucesores inmediatos no solo practicaron un voto continuo de pobreza sino que abogaron activamente porque la Iglesia lo practicara de verdad. Por supuesto si usted teclea hoy las dos palabras San Francisco en Google, el santo ni aparece. En un ejemplo más que inmediato del funcionamiento voraz de la mentalidad San Francisco, ésta ha eliminado por completo a la persona en cuya memoria se fundó. Las dos palabras San Francisco han dejado de identificarse ya con la virtud y han comenzado a significar la lenta destrucción de la persona.
Esta mentalidad aparentemente inofensiva del postureo y el egotismo materialista está convirtiendo una ciudad histórica y culturalmente rica y diversa en una granja masiva de producción y consumo en serie. Donde antes se luchó por la igualdad racial, donde miles de artistas e intelectuales de la contracultura ganaron y defendieron derechos pioneros en el mundo y donde se practicó la libertad, hoy tan solo se produce y se consume. Mediante el halo de lo cool y la atracción de lo moderno, la tecnología se convierte en el vehículo de una creciente desvalorización de la persona hasta relegar al individuo a una mera parte de un proceso. Parece como si estuviéramos cansados de explotar animales y plantas y hubiéramos sentido el impulso irrefrenable de explotarnos a nosotros mismos globalmente con el desafortunado desenlace de estar teniendo éxito.
La mentalidad San Francisco representa el paso de la sociedad del bienestar a la sociedad del rendimiento, es la tendencia a mercantilizarlo todo y comprender que nuestro progreso como especie y nuestro desarrollo como personas son proporcionalmente directos a la eficiencia en la gestión de la información y a una innovación que favorezca la comodidad y la agilidad. De acuerdo a esta mentalidad, algo es útil cuanto más cómodo o más rápido sea consumirlo, ejecutarlo o crearlo. Todo está bien mientras consiga ahorrarnos tiempo para sumarlo a esa gran bolsa de tiempo en la que hacemos una gran cantidad de cosas sin esfuerzo orientadas a no ser ni vivir verdaderamente nada.
La mentalidad San Francisco es el triunfo del futuro imaginable sobre la realidad explícita, la victoria de la aspiración constante por lo que podemos ser contra el disfrute de lo que somos, el engordamiento de la emotividad del instante contra el cultivo del análisis en perspectiva, el voluntarismo distópico del pensamiento positivo contra el compromiso con la causa justa, la simplificación embrutecedora de los mensajes y las citas virales contra el pensamiento reflexivo y meditado, el endiosamiento de la novedad y el inmediato plazo en contra de lo eterno y el largo plazo, la idealización de lo instrumentalmente útil (TENER) contra lo intrínsecamente útil (SER), la justificación superlativa de cualquier medio para lograr un fin. Hinchemos e inflemos el virus del emprendimiento suicida, ya que el emprendimiento sensato abarata los costes sociales demasiado poco.
La mentalidad San Francisco es un rodillo que vende trato igualitario y oculta adoctrinamiento y uniformización global. Da igual de donde seas y de donde vengas, da igual tu religión o tu cultura, tu origen o formación, mientras sumes a la fábrica y des tu tiempo de vida en sacrificio, eres siempre bienvenido. Da igual donde estés, por remota que sea tu región o milenario que sea tu legado, allí también llegamos y pasamos el rodillo; nosotros somos la nueva Coca-Cola.
Para la mentalidad San Francisco interesan poco la ética, el pensamiento crítico o la auténtica felicidad. Porque la felicidad no se practica, se consume. Porque la meditación no se interioriza, se visita. Porque el yoga ya no es un modo o una filosofía de vida saludable milenaria, sino una colección de asanas o posturas físicas. La mentalidad San Francisco prima la apariencia y la riqueza exteriores sobre la tranquilidad y la riqueza interiores. Nadie está vivo si no está alerta, lo importante es no parar de moverse o inventar. El glamour y el exhibicionismo de la más absoluta intimidad en redes sociales públicas y globales transforma a una puñetera magdalena en un crujiente y delicado muffin, una reflexión de un gran maestro de la sabiduría en un magnífico candidato para un nuevo pie de foto.
En una suerte de peregrinaje de ciegos que enseñan a otros a comenzar a serlo, miles de programas formativos y personas visitan San Francisco movidos por la mitología de las corporaciones, atraídos por el altar de la intelectualidad global de Stanford, por las mesas de billar, el supuesto hecho de hacerse millonario en un garage, las oficinas molonas en pradera y las bicicletas para el interior del campus, por las dispensadoras gratuitas de bebida o los restaurantes de comida ecológica para empleados. A San Francisco llegan todos los peregrinos de lo digital tal y como religiosa y obligatoriamente todos los musulmanes acuden a la Meca. Poco importa que solo sean conocidos los casos excepcionales de éxito y que el peaje de vidas truncadas e historias de fracaso apenas se conozca.
La mentalidad San Francisco explota una tendencia humana que si no se trabaja, acaba por controlarnos: Nos encantan las teorías dualistas sobre el comportamiento humano, la etiqueta fácil o las teorías rápidas para identificar roles, los libros que nos invitan a ayudarnos a nosotros mismos, las macroconferencias motivadoras en las que todo el mundo chilla y salta; nos apasionan todas estas cosas porque hemos convertido incluso nuestro propio desarrollo y el crecimiento personal en un nuevo objeto de consumo. Acumulamos herramientas, picoteamos conceptos, seguimos a influencers o líderes de opinión. Cualquier cosa sirve para dar un relato comprensible a nuestra travesía incierta. Por eso siempre son bienvenidas las charlas de filosofía en las grandes corporaciones tecnológicas del valle, por eso se abre las puertas al humanismo y se publicitan las incorporaciones de sociólogos y pensadores a estas nuevas empresas; porque ni la filosofía ni el humanismo son ya elementos centrales de la riqueza interior de las personas, tan solo son herramientas que podemos contratar y consumir, visitas a las que podemos escuchar durante unos minutos para volver luego al sistema. Si el estoicismo se rescata hoy en Sillicon Valley no es para practicarlo, sino para utilizarlo en beneficio del sistema.
La mentalidad San Francisco no tiene límites e invade nuestra casa. De repente un día reaparece en mi vida uno de esos gurús estilosos al que me tocó sufrir en una clase y que siempre dedicó su vida a replicar power points aparentes en escuelas de negocio. Le veo en el telediario haciendo aspavientos indignado porque todavía no hay vuelos directos de Madrid a San Francisco y alega que «eso dice todo de la falta de visión emprendedora de nuestro país«. A mi vecino, un profesional contrastado, le acaban de desalojar por impago porque con 55 años no encuentra trabajo (ni siquiera en todas esas jodidas empresas que hablan de edadismo en la prensa); el chaval que nos hace los recados vive en un zulo; la fruta que comemos dura semanas pero sabe a plástico y supera la dureza del diamante porque nos da igual el ciclo de los cultivos y solo queremos comer lo que nos gusta todo el año; el trabajo es cada vez más precario; dormimos en muebles que nadie ha fabricado cerca; el mundo pierde impasible la Amazonia,… pero a este buen hombre le preocupa que no haya vuelos directos de Madrid a San Francisco. ¡Virgen Santa! que diría el maestro Forges.
Otro iluminado sale hablando con el maestro Iñaki Gabilondo. Le dice que él no piensa morir, que la inmortalidad está cerca y que el ser humano está avanzando tanto que vivirá para siempre y que él ya no cree en la muerte. Iñaki, claro está, lo flipa. Da igual que cada vez cueste más independizarse o saber qué demonios es eso de una pareja o una persona estable, es indiferente si las patologías mentales y el consumo de antidepresivos aumenta, no importa que ensimismados en nuestra burbuja observemos al mundo desde arriba, qué más da si el coste de la mentalidad San Francisco hace mucho mal muy lejos aunque cada vez más cerca. Imagino a varios refugiados perdiendo su vida en las fronteras o sobreviviendo para encender la televisión y ver a este atrevido muchacho (porque no tiene otro nombre este renombrado experto de avanzada edad). Si usted no puede imaginar la imagen de ese refugiado, yo le ayudo porque lugares no nos faltan: vaya a Oriente medio, a Oriente Próximo, a las costas de España o a Ceuta o Melilla, a la frontera de EEUU con México, a Venezuela, a Nigeria,… mire el nuevo colapso financiero provocado intencionadamente en Argentina, o la siguiente crisis económica global.
El Dios al que todos adoramos ya no manda a su hijo a morir en Jerusalén por todos nuestros pecados; ahora le ayuda a multiplicarlos pasando varias rondas de financiación de la mano de sus ángeles inversores. Las mentes humanas ya no son inteligentes, lo son las aplicaciones móviles que se miden por su usabilidad, tal y como llevamos tiempo midiendo a las personas. No me importa tu coherencia o la honestidad de lo que piensas o haces, solo me importa que lo que digas pueda ser tendencia. No me metas rollos macabeos sobre la tranquilidad de espíritu, la condición humana o la realización personal, dime en qué aplicaciones puedo encontrar más rápido y con menos esfuerzo un chute momentáneo de algo parecido a lo que en la antigüedad era el amor.
En la mentalidad San Francisco, en este nuevo Matrix hipervitaminado y a tope de esteroides positivos, vivimos para perpetuar nuestros prejuicios y servirlos, no para ponerlos en cuestión y superarlos. Nos acercamos y agregamos a personas que piensan como nosotros y nos alejamos de las que nos llevan la contraria. Descartamos a personas por su foto o las etiquetas de su perfil, y sí, lo se, antes las descartábamos por su imagen en persona pero ¡maldita sea! al menos nos dábamos la oportunidad de conocerlas, y puede incluso que tras hacerlo nos lleváramos una buena lección. Los mensajes pro-eficiencia se reproducen como esporas. No escribas tantas palabras en el blog, que nadie lo lee y a nadie le interesa. Aprende a posicionarte en la red porque por encima de tu mensaje lo que más importa es cómo lo dices. El conocimiento que mueve el mundo se concentra en cada vez menos universidades que tienden a retroalimentarse. Las editoriales y los centros de opinión no se multiplican sino que se reducen.
Si usted quiere ver cuál es el futuro de la mentalidad San Francisco concierte una reunión por la mañana en un rascacielos del downtown y a la tarde pasee por sus calles. Vea una de las ciudades con mayores índices de desigualdad del planeta, asista a la chapa y pintura de la concentración públicamente financiada de empresas en el centro en una suerte de parque temático del pensamiento positivo y la fiebre del oro global. Entre en la maravillosa tienda de Apple y al salir observe al actual mendigo y antiguo empleado de una tecnológica empujando lo que queda de su vida dentro de un carrito de la compra. Vea todo esto y asuma que asistimos a la muerte de la espiritualidad. Pasamos en nuestro tiempo, sin apenas darnos cuenta pero con nuestra participación, de las comunidades abiertas y culturalmente diversas a las comunidades cerradas y fundadas en virtud del pensamiento único de la nueva Santísima Trinidad: el materialismo deshumanizador, el consumismo sin límite y la ilusión de crecimiento infinito de un capitalismo financiero decadente.
La fórmula de la mentalidad San Francisco, consciente a veces e inconsciente otras, se repite a lo largo y ancho del globo:
- ANULAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO desinvirtiendo y provocando la agonía de modelos, manifestaciones y formas de pensamiento molestos para el sistema; y favoreciendo formas de irreflexión masiva basadas en la justificación del sistema.
- DESREGULARIZAR EL MERCADO haciendo interpretables o evitables cualquier tipo de norma o freno a la especulación sin medida para favorecer el interés privado por encima del bien común.
- PRECARIZAR EL TRABAJO para mejorar la vida de unos pocos y aumentar la diferencia de ingresos entre clases contribuyendo a destruir la clase media existente. Esto implica precarizar la vida de muchos para mejorar el negocio real de unos pocos por medio de sucesivas políticas de gentrificación que generen la sensación de una nueva burguesía aparentemente más selecta pero cuantitativa y cualitativamente más empobrecida.
- DESTRUIR LA DIVERSIDAD y promover el pensamiento único, dando lugar a un nuevo sistema mediante el colapso del anterior y a través de la mercatilización total del espacio público, las culturas y las manifestaciones sociales.
La mentalidad San Francisco no es una conspiración ni una paranoia propia. En cierto sentido ha sido enunciada mucho más inteligentemente por personas más capaces que yo como Handke, Illouz, Zizec, Stiglitz, Sennett, Giddens, Klein, Nussbaum, Harari, Han,… y tantos otros pensadores. No soy ejemplo de nada, solo quiero advertir y compartir por aquí de algo que a título personal intento por todos los medios revertir.
Nos estamos quedando reducidos, estamos pasando de la vecindad al aislamiento; despreciamos poco a poco la sociedad igualitaria orientada a los derechos universales que preconizó una Ilustración esperanzadora, para abrazar la sociedad cruel de los ganadores y los perdedores que defienden unos pocos; estamos cediendo el control y el protagonismo sobre lo que nos pasa al consumo y el seguimiento de lo que nos dan; involucionamos de la superación como sociedad del darwinismo al retorno a la selección «natural» como individuos aislados.
Podemos y debemos trabajar por una forma de vivir mucho más conectada con la sencilla idea de disfrutar la vida, tratar de comprenderla, cuestionarnos y cuestionar lo que hacemos a diario. Podemos dejar de caminar como zombies y atrevernos a volver a ser personas. Trabajo a diario para que dejemos de vivir tan distraídos y volvamos a conectar con las cosas importantes. No vivimos el silencio de la reflexión, sobrevivimos al ruido de los acontecimientos. Estamos saturados y todavía estamos a tiempo de liberarnos de la enorme cantidad de estímulos y dependencias que generamos a diario. Y esto no se puede hacer mediante tecnología sino mediante una revisión honesta y profunda de la insostenible forma en la que nos relacionamos y generamos riqueza interior. Tecnología, sí, desde luego, pero no contra todo lo demás.
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Sinuhé el egipcio
🙂 Un abrazo, Jaír
Otro para ti también David.
Excelente artículo, como de costumbre. Cité el libro de Sinuhé porque me parece que describe muy bien los sentimientos de frustración que se puede llegar a tener, fruto de observar el “progreso” de la civilización. Por lo menos, esas fueron mis sensaciones después de leer el libro.
Aún así, es bonito ver tu lucha dando buenos puntos a seguir al final del artículo.
Gracias David! Saludos desde Ceuta!
Como siempre, tus recomendaciones llenas de riqueza, compañero. Abrazo.
Estimado David, gracias por tu valioso escrito. Sabes que sin embargo hay más, en la cual San Francisco es a model pero no está completo, hay arista y antípodas que se mantienen vinculadas por el buen entender de una convivencia con intereses comunes que aquí se dan ( el respeto a la preferencia personal, el medio ambiente, el respeto animal,etc) y que en otras ciudades aún no se dan. Vivo varios años aquí y encuentro que no hay tantos cambios por que estos llegan solos, en otras ciudades de países de America se fuerzan para que estos lleguen… ..¿? Pero no están preparados y en ínterin cambian las generaciones y florecen las tendencias que algunas personas las mantienen creando el Romanticismo Citadino, el cual no podrán mantener mucho tiempo. Una vez más gracias por la lucidez de tu artículo
Gracias por ese apunte. Es justo recordar, Enrique, que en efecto San Francisco es la punta de lanza de iniciativas medioambientales pioneras. Gracias por recordarlo porque el retrato hubiera permanecido incompleto sin tu comentario. En realidad lo que apunto en el artículo tiene que ver con la premisa de que la mentalidad San Francisco es para mí el paradigma ejemplar del desarrollo desequilibrado y deshumanizador. Con independencia de unas y otras bondades y maldades de la ciudad, su mentalidad representa para mí esa voracidad latente en el ser humano moderno post-digital. Esa es la idea. Encantado de verte por aquí, de nuevo, Enrique.
David, gracias por ayudarme a poner en mejores palabras la angustia que traté de expresar y explicar hace dos días a una persona que amo. Y es que hasta para hablar del vecino que sufre o las muestras diarias de una comunidad que pierde su sentido cada vez más rápidamente, parece que se necesitan datos y estadísticas. Ignoramos cada día el impacto de nuestros actos en nuestro entorno inmediato, pero conocemos los datos de facturación de los 5 mismos ejemplos de éxito enlatado y ajeno, que me canso de ver encumbrados como deidades charlas o formaciones que engordan la burbuja del emprendimiento. Valoramos en términos económicos y globales la riqueza de una sociedad que ha perdido la capacidad de observarse a sí misma de forma humana.
Aún teniendo presente el espacio que se abre entre la culpa y la diligencia para tirar de mi responsabilidad, lo cierto es que me encuentro gestionando cada día la clase de temores que me aborda en forma de notificaciones y asisto muchas veces asustada al peso que siente mi alma del «hay que estar» sin cuestionar el «para qué» y el «cómo», David. Eso sí, estamos rebosantes de producto interior brutalmente deshumanizado.
Miedo siento al buscar esa fina línea donde la aceptación evita convertirse en una nueva forma de perpetuación. Miedo al tratar de encontrar equilibrio entre promover y facilitar nuevas formas de hacer a través del ser, sin ser engullida por ese mismo agua que quiero limpiar y en el que a la vez nado cada día.
Gracias por este post David, ojalá lo lean muchas personas, sobre todo aquellas con mayor radio de acción y gracias sobre todo por las emociones que han llegado a mí al leerlo.
Un abrazo
María, encantado de escribirlo. Creo que la mentalidad San Francisco nos ha tocado a todos, es parte ya de nuestro día a día y debemos observar cierto examen de conciencia sobre lo que hacemos y sus implicaciones. Quise compartir este humilde toque de atención a modo de reflexión personal y colectiva. El hecho de que te identifiques con lo que has leído por aquí y que yo haya necesitado escribirlo, ambas cosas son fruto de un largo proceso de deterioro humano compartido por la mal llamada aldea global. Todos hemos participado y participamos de algún modo en esto. Personalmente en mi día a día y en plena etapa de madurez profesional, siento que lo digo y lo que hago, llega; que aquellas que verbalizo, otros como tú también las viven. La digitalidad mal entendida y practicada -que es como la estamos observando ahora- es el nuevo becerro de oro que hemos fabricado y adoramos de camino a la Tierra Prometida de la Felicidad. Justo ahora me he embarcado en la escritura de un libro sobre todo esto y sobre cómo poder vivir con plenitud sin la necesidad implícita de generar enormes sufrimientos. Y al menos por ahora, creo que tengo una respuesta; por eso trato de compartirla con el mundo. Has sido valiente en tu comentario, te agradezco tu tiempo y tu atención, compi. En el camino de tu propio crecimiento tú eres Jesús, yo solo soy Juan el Bautista 😉 Abrazo fuerte.
Hola David,
tus comentarios me llevan a confirmar algo que llevaba rumiando hace mucho, y es que ya no digerimos nada, solo engullimos, y por contra este exceso no nos hace más felices.
Estoy contigo en la necesidad de reflexionar, de ver en el estoicismo algo más que fachada, y resulta complejo interactuar en el mundo actual si estás al margen de la moda tecnológica.
Trabajo con personas, en una industria, pero con personas, y son realmente lo único que marca la diferencia, ni los datos ni la tecnología, creo que tenemos que ser las personas las que marquen el rumbo no la tecnología.
Un ejemplo que vivo de cerca es la burbuja del 4.0, nos abruman, y en que pocas ocasiones aportan valor, la empresa donde yo trabajo, en todos los puestos hay un pc, pero el único mensaje que llega es el personal, aunque tengas millones de datos e información digital, ahí, en las personas, es donde más tiempo invierto, aun así, desde todos los costados me bombardean diciendo que si no me transformo digitalmente, moriré profesionalmente…
Hace falta reflexión y visión de la persona, o ¿que legado vamos a dejar?
Espero tu libro…
Muchas gracias.
Un saludo.
JAE
En efecto, Jose Antonio, es una cuestión de legado. Somos responsables no solo del legado que dejamos sino de dar continuidad al que hemos heredado. Y en esto hay un ejercicio de memoria necesario. Hace poco compartía que en la teoría vamos ya por el nivel 20.0 de innovación, persona, mundo, empresa,… pero que en la práctica continuamos en la Tierra. A menudo se trata de realizar un ejercicio honesto y continuo de presencia. En la voluntad de la cercanía y la identificación con otros reside el alma viva del verdadero legado de la condición humana. Me gusta tu símil digestivo: engullimos, no digerimos. Es muy cierto y mientras consumimos burbujas llenas de aire nos perdemos el catálogo de los sabores. Para mí la respuesta a todo esto está en la superación de la conceptualización continua y la experimentación en vivo de la práctica. Sabemos en el fondo todo lo que nos está pasando como especie, y más allá de volver a teorizarlo, necesitamos mejorarlo.
Genial artículo, muy intenso, tras leerlo pensé «le ha salido del alma». Llamó mucho mi atención la segunda parte del título «… o la lenta destrucción de la persona», algo con lo que conecto por mi propia experiencia.
Sí el proceso de convertirse en persona ya de por sí es complicado, el sistema construido nos lo pone muy difícil. Es un acto de lucidez despertar y darse cuenta de que en nuestra era prima la estupidez, que eso de correr tras «la zanahoria» nos lleva al agotamiento pero no da sentido a nuestras vidas. Y a veces una tarea titánica cuestionar esa construcción social, no por el echo de cuestionarla en sí, si no por el esfuerzo que entraña mantenerse al margen pero a la vez dentro de ella.
Comparto una reflexión que leí en una entrevista a Zygmunt Bauman, sociólogo de 91 años: «Internet aportaba los cimientos para crear una humanidad en la que todas las piezas estuvieran en contacto y se entendieran mutuamente. Sin embargo, los estudios sociales indican lo contrario: esta maravilla tecnológica no sólo no te abre la mente, sino que es un instrumento fabuloso para cerrarte los ojos».
Ahora, ¿Seremos capaces de utilizar todo el conocimiento que hemos desarrollado para construirnos como personas y no destruirnos como especie?
Gracias por tus artículos, un saludo.
David.
Gracias por tu contribución, David. La reflexión de Bauman es real y es una de las cosas que nos apena. Precisamente sobre la pregunta que formulas, es sobre lo que ahora estoy investigando. Mi respuesta inmediata es que no lo sé, pero al menos estoy dando forma a una reflexión integral sobre lo que nos está pasando como especie y voy a tratar también de dar forma a una propuesta de valor útil para todos aquellos que deseen mejorarlo. Es una etapa ilusionante de mi vida en la que recoger todo lo sembrado, experimentado y vivido hasta ahora y concretar conclusiones que puedan ayudar a otros.