La soledad tiene formas que invaden y conmueven. Esta película de Koppelman y Levien es, en mi opinión, la mejor interpretación que he visto a Michael Douglas desde hace bastantes años. Ben, su personaje, es un defenestrado comercial del sector automovilístico cuya vida personal está llena de ligues y una cultura autodestructiva del pensamiento hedonista. Su soledad es la de un hombre que no acepta las pautas de comportamiento establecidas por la sociedad para un hombre de su edad. Su éxito fugaz con las mujeres le impide apreciar algunos valores que no ha conseguido comprender ni abrazar a lo largo de su intermitente vida: el compromiso, la amistad, el amor y la familia son sentimientos de los que recela aún siendo padre y abuelo. Un breve paso por la cárcel como consecuencia de una estafa en la que participó, le impide rehacer sus negocios en el mundo del motor. La película aborda la etapa posterior a su reinserción en la sociedad tras el pago de una multa compensatoria y el conocimiento de un tumor que se niega a investigar. Durante este tiempo, Ben da tumbos y se relaciona con diferentes personajes que de algún modo son el espejo en el que puede observar su pasado y la vida que nunca ha podido conseguir. Una comedia-drama sobre el éxito, las consecuencias y la soledad de una persona que se rebela contra su propia condición y contra el tiempo; una suerte de diario de un inmaduro simpático que provoca dolor y alegría de forma muy descompensada.
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