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En qué consiste la genialidad

En qué consiste la genialidad

roky

Rocky Erickson, forajido salvaje o genio psicodélico de la banda 13 Floor Elevators

«No se es valiente sino se tiene miedo»
Bounce (Don Roos, 2000)

Tal y como compartía con el equipo de #clubdelapasión creo que la vida solo ocurre una vez en la vida. Y entender esto en sí mismo creo que es una genialidad.

También creo que hay dos tipos de idiotas: los que lo son y los que simulan serlo. Si lo eres, es realmente complicado dejar de serlo; si no lo eres, eliges cuando parecerlo. Distinguir la incapacidad de poder ser otra cosa y la voluntad de serlo, nos evitaría grandes problemas en nuestras familias, con amigos, en el trabajo e incluso -más bien sobre todo- en nuestros representantes políticos electos. Paradójicamente la misma regla es válida para los genios.

Diría que el promedio de genios en mi entorno es excesivamente bajo pero tal vez lo diga porque soy idiota y porque defiendo el derecho a ser idiota. Lo hago porque creo que los idiotas son muy necesarios y por ciertos prejuicios hinduistas de no se qué equilibrios en el universo. Por cada 300 auténticos idiotas que he conocido, tal vez haya conocido a más del doble de personas verdaderamente dignas. Yo defino la dignidad de una persona en función de tres parámetros:

  • la honestidad, que no es más que una honradez completamente razonable. Esta cualidad -no tengo duda- hace destacar a la persona, la ennoblece y tiñe cada uno de sus actos de una dignidad pareja al héroe. No nos sobre gente honesta.
  • la coherencia, que no es más que el hábito de una honestidad propia. De acuerdo a mi parecer, esta es la antesala del reconocimiento. Genera mérito por sí misma y facilita la realización personal que para algunos es la última de nuestras aspiraciones.
  • la bondad inteligente, que no es más que la elección de ser bueno siempre que uno tenga la opción de no serlo. En este sentido hay también idiotas extremadamente buenos pero no lo eligen e igualmente podrían ser malos por completo. No es este el matiz del que ahora hablo. Elegir ser bueno es serlo siempre, podría decirse así.

Digna o indigna, cualquier persona para mí es respetable. La persona, no sus juicios. Por lo tanto no se trata de ser lo uno o lo otro: de ser perfecto o un adefesio; de ser una proeza de la evolución del simio o un simio. Se trata de establecer un marco de comportamiento y de valores que impida la proliferación de idiotas, favorezca la detección de genios y promueva una vida digna para el común de los mortales entre ambos.  En la mayor parte de equipos y organizaciones no existe un equilibrio parecido, ni un marco de desarrollo de valor capaz de sumar esfuerzos. En nuestros entornos de trabajo prima una cultura espartana en la que de acuerdo a unos preceptos definidos en el pasado, se decide quien vale y quien no para perpetuar esa creencia. Una ilógica congregación de éforos (ahora los llaman CEOs o ejecutivos) decide cuando hacer la guerra a partir de una idea y cuando no; de hecho penalizan la existencia de ellas. Porque no tenemos empresas, tenemos religiones. Y no hace falta falta que recuerde que si las religiones «verdaderas» han sido la mejor excusa de conflictos armados en los últimos 4000 años, las empresas «verdaderas» han sido los mejores argumentos de la actual cuyos peajes económicos han sustituido a las bombas en la destrucción de derechos y personas.

He sufrido el peso idiota del sello corporativo durante años. El problema es que soy, como la mayor parte de personas de las últimas generaciones del siglo XX, un nómada laboral sin estabilidad alguna. Antes a mi padre le decían en su empresa qué tenía que creer y qué no, qué hacer en según qué caso y que callar en según que otro. Mi padre pasó periodos de casi veinte años en empresas, a él le daba tiempo a olvidar que en otros trabajos las cosas tal vez se hacían de otra forma y hasta tal vez funcionasen mejor. A mí no me da tiempo. El máximo periodo en que he trabajado en una compañía por tiempo continuado ha sido de tan solo 4 años. Y creedme, soy eficiente y productivo, me tengo por mucho más inteligente, capacitado y hábil que algunos presidentes de mis antiguas compañías. A algunos incluso se lo he hecho saber sin respuestas agradables en este sentido. Incluso algunos headhunters (cazadores de cabezas: es literal tanto la traducción como la actividad que desempeñan) me tienen por alguien valioso de momento. Pero no me da tiempo a olvidarme de las cosas. Siempre se que es posible hacerlas de otra forma. Porque lo he vivido, porque lo he hecho de otra forma antes o he visto o se que otros lo han hecho diferente y también vale. Y claro está que al proponer mejoras es cuando… comienzo a sentirme incómodo para aquellos que me aprecian. La historia se ha repetido una y otra vez. Y creo que se debe a dos razones:

  • En las organizaciones en las que he trabajado no había líderes sino pastores (valgo el término para las dos acepciones ganadera y religiosa)
  • Es complicado pretender que alguien acepte algo sin que crea en ello o le reporte algún beneficio saludable. Aunque tal y como me obligaban siempre lo acabara ejecutando (valga el término para los dos acepciones homicida y hacedora) Pero eso es enfermedad pura de la que encontré vacuna hace unos meses. Se llama SALTA.

De modo que, si soy sincero con vosotros, lo único que me preocupa ahora tras vivir una extensa experiencia de torpeza estratégica y de falta de visión impuesta, es que aquellos equipos en los que trabajo sean entornos de desarrollo equilibrados a pesar incluso de sus organizaciones. Cada vez me importa menos la estrategia y trabajo más la cultura. Porque la estrategia quiebra e intimida, la cultura cala e involucra. Lo bueno de todo esto es que cuando se generan resultados creando microreductos de cultura lógica en el imperio del absurdo de mercado, no hay organización que no se sume al cambio. Sin excepción. La genialidad consiste en hacerlo siempre desde abajo. Durante años he trabajado en consultoría comprendiendo el rechazo de los equipos en cliente. Una vez escuché en un pasillo «ahí vienen los listos«. Y aunque en aquel momento era cierto -mi equipo era muy listo a pesar de mí- el tono crítico me pareció totalmente razonable. En cuanto damos la espalda a nuestro equipo de confianza y le confiamos su trabajo a otros, es normal que generemos rechazo para el cambio.

Personalmente siempre he intentado co-crear (no solo trabajar para personas sino con ellas). Lo que los grandes sabiondillos de la innovación llaman ahora co-crear se lleva haciendo en terapia psiquiátrica desde hace décadas y ha sido estrategia de grandes reyes desde Alejandro Magno (que era uno más entre su pueblo y no digamos en su ejército) hasta las filosofías de vida samurai, indígena y griega. Los mismos valores que renacen hoy contra un estilo de vida improductivo fueron generados en esas culturas y países con los que ahora nos cebamos.  Yo he co-creado con mis equipos a pesar de mis becerros. Los becerros son aquellos individuos con los que me he cruzado y que son ídolos indiscutibles. Hay muchos tipos de iconos animales en mi vida laboral. He tenido toros que han hecho las cosas por cojones, ciervos a los que les han salido cuernos, buitres que esperaban mi cadáver, etc… Me hubiera gustado tener más jefes-insecto. Son mucho más inteligentes aunque no lo parezcan y generalmente piensan más en el equipo que en sí mismos. Rara avis en nuestro desierto de negocios. Pero a veces hay oasis. Yo los creo y os aviso de ellos a veces porque todos necesitamos beber agua además de caminar sobre la arena.

En una era en la que el acceso a la información se ha descentralizado y ya no existen secretos ni monasterios para genios, todos podemos elegir ser un genio en algo. Tengo amigos en Finlandia y en Chile que planean agencias de viaje para superhéroes. Cuando hablo de personas respetables, esto es a lo que me refiero.

el working dead

el working dead

Abro aquí una serie de post sobre perfiles laborales sociópatas que creo que puede ser interesante de cara a evaluar por qué ocurren algunos de los fenómenos de endogamia ejecutiva que vive mi entorno inmediato.

A menudo en nuestras organizaciones vivimos la reposición continua de una especie de spin off recurrente de una famosa serie norteamericana. Hemos adaptado la realidad del muerto viviento a nuestro entorno laboral desde hace muchos años. De hecho somos precursores de esa ágil y proactiva forma de entender la conquista del mundo. Parecemos disponer de un gen innato y a menudo también hereditario y vírico al que conocemos de 9:00 a 18:00 h. como The Working Dead.

El working dead, conocido como el cabeza-gacha o el acongojado en algunos territorios, es un tipo (o tipa) enajenado que cumple con su trabajo sin apenas rechistar, asume lo que «le viene dado», no emite queja y sufre frecuentemente los abusos de un jefe bastante malvado a cambio de un loable derecho de pernada que todos conocemos como «nómina». El lema del working dead es, de hecho, TODO POR LA NÓMINA. Hasta el punto incluso de sufrir grandes trastornos antilaborales de la personalidad y llegar a anular su condición de persona en favor de la de número con gran orgullo. Hablando en lenguaje cotidiano, se trata de un contrastado caso de mosquita muerta latente que las mata callando. Sin embargo en ocasiones el working dead hace uso de alardes de rebeldía y se atreve a abrir la puerta a su jefe sin que éste se lo haya pedido. Estos graves momentos de tensión sostenida le generan no poco estrés que a continuación veremos como diluye:

Cartel promocional de FALLING DOWN (Un día de furia, Joel Schumacher, 1992) en el que se ve a un afamado working dead: Bill Foster

Desde los puestos directivos se aboga porque este tipo de perfiles mansos adquieran el mayor peso posible en las estructuras y equipos de trabajo. Sencillamente son útiles para asumir discursos impuestos ya que manejan una alta predisposición al conformismo. Durante años el working dead acumula una frustración diaria, minuto a minuto, proyecto a proyecto, hasta que encuentra una oportunidad de posicionarse directamente proporcional a la magnitud de las tragaderas que posee. Es en ese momento cuando manifiesta los primeros brotes de Síndrome de Estocolmocon sus antiguos secuestradores de vida propia o antiguos jefes working dead, a quienes antes temía pero no respetaba y con quienes ahora en el ejercicio de su nuevo poder, idolatra y empatiza . En este proceso de conversión de larva zombie a gran insecto viviente el working dead, ante su incapacidad y falta de responsabilidad para gobernar las situaciones de forma ética y respetable para todos, comienza poco a poco a justificar cualquier actitud autocrática o abusiva en las relaciones laborales. Es el momento en el que asume que lo importante es el fin, su fin, y que para ello vale cualquier medio. Su lema entonces crece: TODO POR LA NÓMINA PASE LO QUE PASE, CAIGA QUIEN CAIGA.

Pero sin duda si hay algo que caracteriza al working dead es su capacidad de camuflaje. En el gran reino laboral, estos especímenes representan uno de los mayores logros de la mímesis artificial autoinducida. El working dead se desaparece a sí mismo a su antojo y se repliega en su pequeño cubículo de vida ajeno a cualquier problema que no sepa resolver para mayor deleite del resto de su equipo. Como alcanza puestos directivos, presume incluso de esta capacidad ante el resto de mortales con las siguientes palabras: «Para mí delegar es básico. Establecer una relación de confianza con tu equipo es fundamental«. Detrás de estas bellas palabras se oculta, no obstante, una carencia de liderazgo y ejecución que nada tiene que ver con la habilidad de la delegación. Se trata, como podrán comprobar en sus organizaciones, de pura supervivencia. Durante tal vez décadas, como un pequeño camaleón en busca de su refugio confortable, logra sortear cualquier adversidad con su llave mágica: la sumisión. La enarbola como herramienta exitosa y hace uso de ella en cualquier situación límite o debate… si es que alguna vez es posible ver a un working dead en un debate.

El working dead jamás muestra de forma abierta o sincera ningún tipo de pasión ni apego por ninguna idea. No es que sea humilde, es que jamás se expone ni se enfrenta a ninguna situación clave que pueda resolver algo. Solo es propiedad de su nómina, a quien debe pleitesía y obediencia ciega hasta que otra nueva nómina la supla. El working dead es solo militante de sus intereses. Egoista, huraño e indirecto, reúne los requisitos fundamentales del líder liberal en un modelo de producción empresarial exitoso como el que la humanidad vive actualmente.

La mayor parte de seres laborales tienen un arma de supervivencia efectiva y eficaz. Nuestro working dead no podía ser menos en medio de la gran jungla laboral. Su arma de supervivencia es: EL MIEDO. Lo abraza como desposeido de cualquier otra esperanza. Lo utiliza antes de escalar arriba entre sus víctimas como una herramienta de contención y de defensa propia. Después, cuando ya está en lo alto y saciado, como herramienta de ataque. Una vez ha vivido con el miedo, lo más sencillo para él es provocarlo. En todas sus etapas de crecimiento el working dead tiende a adquirir compromisos sociales que le sojuzguen y sometan hasta casi anular su propia vida en favor de esos compromisos.

Sin embargo el más terrible caso de working dead, aquel que ya no puede cambiar su suerte porque tiene enraizado el carácter zombie en su interior, es el working dead que no evoluciona, el que siempre conserva su rutina opaca y miserable durante quizás la única vida que le será dada, el que acude cada mañana con la certeza de que todas las mañanas serán siempre fotocopias en blanco y negro de esa misma. Es el temible caso del working dead continuo. Es altamente peligroso ya que acumula una terrible furia interior que es capaz de matar cualquier tipo de sueño o cambio en su vida y ejercer una presión vertical y hacia sus lados que genere un clima vírico adverso.

Esto ocurre porque el habitat natural del working dead es la gran empresa y los equipos cuyos jefes avasallen o no sepan dialogar. Sus necesidades básicas son una silla, una mesa, un ordenador, cajoneras completamente vacías y horizontes sin fotografía de otros working dead familiares o posibles seres  con los que pueda tener un vínculo humano afectuoso. Algunos compañeros, los mismos creativos y trabajdores de equipo que serán despedidos en cuanto ascienda el working dead, suelen llamarle «hombre gris» o «sinsangre». Pero el working dead es ajeno a cualquier tipo de vínculo durante su actividad diaria. Él solo teje y teje el tiempo sin contribuir a ningún otro progreso más que el propio hasta que le favorezca un cambio de aires o le sea pagada su falta de voz y de conciencia.

El working dead está ahí, pero tú no lo sabes, no lo espera, está acechando, forma parte de tus peores pesadillas. A menudo viste camisas dos tallas más grandes y pantalones colgantes con enormes cinturones opresores. No dice buenos días, no dice buenas tardes, pero está ahí. Si le tomas el pulso, está vivo. Si le riegas para que realice la fotosíntesis emitirá un pequeño quejido semejante a una protesta. Pero no es una planta aunque queda aparente a menudo en los despachos.

¿Es posible motivar a un working dead?, ¿Conoce usted un caso cercano de working dead?, ¿El working dead nace o se hace?, ¿Hay vida más allá del working dead?

El gran mensaje para el working dead es que sí, hay vida más allá de todo eso y es posible un cambio. La mala noticia es que hay que trabajar con los demás por ese cambio cada día 😉

AVISTAMIENTOS REALES:

Ejemplos famosos de working dead continuos, quizás la subespecie más agresiva y violenta en su interior de este perfil, son Bill Foster (cuya furia estalló en mitad de un atasco de tráfico en Falling Down o Un día de furia) y el extraño caso de Gregor Samsa, protagonista de La metamorfosis de Franz Kafka, que mutó en insecto por una frustración rutinaria acumulada que anuló el sentido de su condición humana.