“No me preocupa ser un desconocido. Busco ser digno para ser conocido”
K’ung-fu-tzu (Lún Yǔ, s.V a.C)
Hoy comparto abiertamente contigo, lector o lectora, la mayor parte de todas mis creencias. Estas son las asunciones básicas de las que parto. A partir de ellas vivo, fuera de ellas me siento en algún sentido muerto. De acuerdo a mi experiencia hay muchas más cosas que unen a todas las personas -sin excepción- que las que las separan. Espero que este artículo sea gran testimonio de ello y consecuentemente sirva como bálsamo diario para las relaciones personales y profesionales que usted promueve o que frecuenta.
Nos une que vivimos, que morimos, que amamos y que nos equivocamos. Nos une que somos volubles, frágiles, insignificante, poderosos. Nos une que somos ignorantes y también nos une que compartimos los mismos miedos e idénticas aspiraciones.
En un mundo donde una gran cantidad de personas invierte todo el tiempo de sus vidas en hallar y cultivar las diferencias, confieso que personalmente a mí se me suele dar fatal encontrarlas. Ni siquiera soy capaz de verlas a través de los maravillosos retratos del proyecto Humanae de Angélica Dass que ilustran este artículo. Invito a hablar conmigo a todas esas personas, naciones u organizaciones que se creen o viven para ser diferentes. En verdad no veo en ellas maldad sino ignorancia, falta de conocimiento real sobre las cosas. Creo esto porque en mi caso cada nueva lectura, cada nueva experiencia y cada nuevo viaje no hacen más que confirmar mi creencia de que nosotros, las personas, compartimos algo más que un cuerpo y una misma especie. Todos -no me cabe duda- somos también uno en valores. Sobre esta creencia articulo todas mis intervenciones.
Comenzamos.
Esto es un buen resumen de todo aquello en lo que creo y todo aquello por y para lo que me levanto a vivir y trabajar a diario. Articulo mis intervenciones y mi vida en función de ello. Más en concreto creo verdaderamente ser y vivir para practicar todo esto que sigue. El hecho de ser entendido como un igual en todos los lugares en los que he estado, habla de la importancia auténtica de todas estas cosas para mejorar el desarrollo personal de cualquiera que se pretenda hacerlo :
BONDAD y HÁBITO. En una ocasión Zizhang preguntó al maestro K’ung-fu-tzu en qué consistía la verdadera virtud. Esta fue su respuesta:
“Ser capaz de practicar cinco cosas en cualquier lugar bajo el cielo constituye la virtud. Estas cinco cosas son la seriedad, la generosidad, la sinceridad, el ímpetu y la bondad. Si eres serio no te faltarán al respeto. Si eres generoso lo ganarás todo. Si eres sincero las personas depositarán su confianza en tí. Si eres impetuoso lograrás mucho. Si eres amable podrás utilizar los servicios de los otros.”
Desde entonces cualquiera de mis hermanos confucionistas y yo erramos sin temor. Lo hacemos porque defendemos que Li Ren, la práctica diaria de la bondad y el hábito son los dos nobles senderos. En un mundo repleto de ruido y confusión, el silencio se ofrece como la primera y última esperanza. Cuando todo el mundo quiere explicar algo, la naturaleza de las cosas nos invita simplemente a observar y aceptar primero la existencia de ese algo. Es hoy cuando las viejas palabras del maestro Candrakîrti adquieren más sentido: “La más noble verdad es el silencio“.
AUTOCONOCIMIENTO, ATARAXIA y LOCUS DE CONTROL. Los estoicos que nos hemos sucedido desde Zenón de Citio y Crisipo solemos decir que existen cuatro virtudes: sabiduría prudente, templanza, valor y justicia. Para nosotros el hábito de praemeditatio malorum tiene una significación relevante en la conquista diaria de la salud mental y la virtud. Ser capaces de anticipar el sufrimiento o el dolor e incluso de practicar la consciencia y aceptación del dolor nos ayuda a mitigar y controlar el sufrimiento. Saber qué es nuestra responsabilidad y qué no es nuestra responsabilidad es una vía valiosa para alcanzar la tranquilidad de espíritu desde que nuestro maestro Epicteto nos la enseñara. Por añadido los estoicos sabemos que el deseo incontenible y constante es la causa principal del dolor y buscamos con nuestros actos poder vivir con imperturbable ánimo y actitud tranquila ante las cosas. Aunque a veces no lo logramos este es nuestro camino.
PRESENCIA y DESAPEGO. Todos los budistas sabemos de hecho que la consciencia es uno de los seis sentidos humanos que santifican nuestros actos. Con el fin de conquistar cada día la consciencia y romper el círculo del sufrimiento constante, amanecemos y anochecemos recorriendo el octuple camino. De hecho todos los budistas tibetanos conocemos que el nirvana se alcanza en comunión continua de los actos, y todos los budistas zen hablamos de igual modo del satori, la iluminación a través de la presencia. Y nada de esto llega a través del apego a las personas, los actos, las ideas o las cosas. Dejar ir es dejar llegar.
COMPASIÓN, HERMANDAD y SACRIFICIO. Todos aquellos que crecemos a partir de la palabra de Jesús somos conscientes del valor del sacrificio y la compasión toda vez que elevamos la vista en alguno de nuestros templos y observamos la presencia de la cruz. En nuestro momento más amargo nos acompaña siempre el sermón de la montaña o su comportamiento al ser traicionado o su petición de perdón para aquellos que le martirizaban. Por contra en nuestro momento más alegre recordamos que lo más sensato es la humildad. No puede llamarse cristiano alguien que viva entre nosotros y no comparta su pan con el extraño. Si verdaderamente alguno de nosotros dice ser discípulo de Cristo no tratará nunca de imponer su voluntad por la violencia verbal o física. Porque nosotros no damos para recibir. Nosotros no golpeamos para ganar porque no necesitamos hacerlo. Sobre todo no necesitamos responder a los que nos critican o golpean. En la familia de la vida solo vemos hermanos. No es nuestro éxito en conseguir vivir de acuerdo a esto lo que nos hace cristianos, sino nuestra voluntad auténtica de cometer errores, reconocerlos y pedir perdón por ellos para luego vivir en consecuencia.
VACUIDAD y EQUILIBRIO. Cuando era un joven novicio en la práctica del Tao (hace apenas un minuto y hasta el día de mi muerte) el maestro Zhuang Zi me enseñó que la confusión del ánimo y las ataduras de la mente se disipan practicando la no acción. Actuar solo cuando no se puede actuar menos, eso es la virtud (Libro XXIII, IX). A menudo nos hallamos buscando la respuesta hasta que tras mucho meditar encontramos que cada uno de nosotros es la respuesta. Nuestros actos hablan más de mí que todo lo que puedan decir el resto de personas. Lo que nos aporta equilibrio es conocer la íntima relación entre el todo y la nada, pero sobre todo el hábito de desnudar nuestra mente de complejo pensamiento. Dice nuestro Dao De Jing “El uso de la fuerza solo atrae la fuerza. El camino del cielo es saber vencer sin combatir, responder sin hablar, atraer sin llamar y actuar sin agitarse“. Así vivimos.
CIRCULARIDAD y PERSPECTIVA. Cuando los hinduistas hablamos de la práctica meditativa de la autodisolución, es porque aquellos que llamamos sadhus nos enseñan a despertar de la ficción del ego y nos invitar a convertirnos cada día en un centro de percepción consciente. Para nosotros solo hay certeza en el ser y todo aquello que hacemos determina cada resultado o premio de la vida que obtenemos. Esto no solo en nuestra vida actual sino en el ciclo infinito de vidas que mantiene el universo. Cuando hablamos de energía, nos referimos de hecho a la relación plena que existe entre las cosas.
EXPERIMENTACIÓN Y CONTRASTE. Nosotros los científicos creemos que la virtud se alcanza con el método, con la experimentación contrastada y probada de todas nuestras tesis. Así es como hemos explicado el movimiento de los planetas, la ley de la gravedad y la existencia de bacterias. Creemos en que la vida es evolución constante y adaptativa. Por tanto nuestra certeza reside en la aceptación del cambio. Para nosotros todo se reduce a la existencia de elementos en continua interacción de acuerdo a unos principios. Llevamos esta creencia -que es nuestra certeza- a cualquier dimensión, desde las diminutas células y tejidos a las constelaciones. Así es como estudiamos el movimiento de las mareas y como somos capaces de hacer volar aviones.
COSMOPOLITISMO, ASKESIS, AUTARQUÍA y PARRESIA. Desde que Antístenes nos dejó nosotros los cínicos creemos en la utilidad directa de la práctica, en la aceptación y guía de la naturaleza y no de las convenciones humanas. Somos ciudadanos del mundo entero, hermanos de todas las personas sin distinción de razas o naciones. Nos confrontamos con las personas sin temor para poner a prueba nuestra ecuanimidad. Confrontamos a las personas con sus ideas y por eso sabemos que todos los humanos somos absolutamente idiotas. Creemos que partir de esta base y no de la base de que todos somos tremendamente inteligentes, paradójicamente nos da sabiduría. Nuestra felicidad no está en otros ni en las cosas sino en nuestra capacidad de no necesitar mucho más que lo que somos. Diógenes de Sinope, nuestro gran maestro, no presumía de ser el mejor de los humanos sino que cada día por las calles lo buscaba. Procuramos hablar y actuar con claridad y franqueza sin necesidad de excusarnos porque la parresia es nuestro lenguaje.
SENCILLEZ, CARIDAD, AUTOCONTROL y TOLERANCIA. Nosotros los musulmanes practicamos una filosofía de vida sencilla. Nuestros edificios y casas lo son como lo son nuestros actos. Creemos que la fe está en los actos y no en los pensamientos. Creemos que la naturaleza del hombre y la mujer es la misma y no creemos en el sometimiento de uno a otro (Noble Quran 3:195). Nuestro valor nuclear es la familia, la que somos capaces de crear, cuidar y entender a lo largo de toda nuestra vida. No creemos porque un tipo llamado Adán se equivocara, el resto de la humanidad viva en pecado o en error. Antes bien, creemos que cada persona es responsable de todo lo que hace y responde ante otros y ante sí mismo de ello. Los verdaderos musulmanes creemos que todas las creencias deben tolerarse sin imposición ni miedos (Noble Quran 109:6). A lo largo de la historia hemos entendido la ciencia como impulsora de la razón y la opinión crítica, valores nucleares del Islam. Incluso en tiempos de conflicto, nosotros los musulmanes creemos en el perdón, en la caridad obligada y vivimos para la conquista de la paz. De las dos yihad que practicamos, lo que llamamos Gran Yihad consiste en que cada uno de nosotros luche contra sí mismo para hallar la virtud en el obrar con otros a diario.
PLACER y SATISFACCIÓN. Todos los epicúreos creemos en el cultivo y la búsqueda del placer significativo. No tememos la muerte porque es parte de la vida y no tememos a los dioses porque vivimos de acuerdo a nuestra naturaleza, no a la de ellos. No nos preocupamos de la vida después de la muerte sino que nos ocupamos en la vida antes de la muerte. La maldad no existe en sí misma, creemos que no hay personas malas o que actúan con maldad sino que existen personas ignorantes. La ignorancia garantiza sufrimiento, la práctica del placer consciente propio y ajeno es nuestra felicidad. Nos entusiasma disfrutar con moderación de los deseos naturales que necesitamos (comer, beber, dormir,…). Pero el placer derivado de buscar estos deseos es voluble; una vez satisfechos, desaparecen. Por eso vivimos sobre todo para buscar placeres estáticos: conversaciones, relaciones humanas saludables, realización personal… En realidad por todo esto sabemos que los deseos vanos que nos ofrece a raudales la sociedad actual como la fama, el poder o la riqueza son muy difíciles de satisfacer y no tienen límite.
NATURALEZA y HUMILDAD. Nosotros los sintoístas, los nativos indígenas americanos y los aborígenes africanos y melanesios creemos en la fuerza y la presencia continua de la naturaleza, en una constante vida que está dentro de nosotros y que nos rodea. Creemos que somos una parte diminuta de todo lo que existe y que debemos en consecuencia humildes. Vivimos conectados al mundo en el que nacemos y morimos. Rezamos al sol, a la luna, a la tierra, al mar y los ríos y tratamos de vivir en comunión con nuestros hermanos animales. No nos creemos una parte diferente o especial del mundo sino un elemento más en el transcurso diario de las cosas. Nacemos de la tierra y nos disolvemos en ella al morir. No negamos el conflicto porque es parte de la vida, lo interiorizamos. Cualquier cosa alejada de la naturaleza no es hogar.
RESPONSABILIDAD PROPIA y RECTITUD. Nosotros los judíos creemos que hay algo que no podemos entender con certeza, cuya forma no es representable y cuyo nombre apenas es pronunciable, que nos mantiene vivos y sujetos a la naturaleza. Es el principio y el fin de todo, nos creó y mantiene la relación entre las cosas. Creemos que la virtud consiste en honrar con nuestros actos la vida que nos fue dada por nuestros padres. No nos está permitido matar, ni robar y consideramos un error mentir. Creemos que la envidia o la codicia por algo que es de otro o forma parte de su vida es el camino más rápido para perder la salud mental.
Espero que este artículo te haya resultado interesante.
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Hola David. Me fascina el uso que sabes hacer de la primera persona del plural: el “somos” te acerca a los demás, no rechazas a nadie, todo lo haces tuyo y lo compartes a la vez. Eres budista, estoico, musulmán, cristiano, epicúreo, confucionista, científico ¡y hasta cínico! Todo cabe en ti. Y en todo hay verdad. ¡Que sabia actitud la de aprender de todos! ¡Que grande eres! ¡Que regalo haberte encontrado en el camino de la vida! ¡Cuanto voy a aprender de ti!
GRACIAS.
Hola Elena. Qué ilusión leer tu aportación al artículo. En realidad he de confesarme: Soy idiota, completamente idiota e insignificante y lo único que pretendo es dar sentido a mi relato. Con estos antecedentes que voy a compartir contigo y con la red, comprenderás que no hay otro modo de dar sentido a lo que soy que mediante la inclusión. Soy una persona que ha cubierto y sigue cubriendo hitos que ponen en cuestión muchas de las cosas que nos enseñaron. A saber:
En primer lugar, no cumplo el prejuicio de identificarme con una sola región o cultura del planeta, tal y como muchos se empeñan siglo tras siglo en defender de forma cansina y recurrente. Mi hogar es las personas a las que enseño y de las cuales también aprendo. La historia de mi vida es mi argumento: Mi corazón continúa -y seguirá estando- en el Himalaya, y en mi corta vida ya he sido acogido por la generosidad de familias de Europa, África, Oceanía, Asia y América. Sería muy desconsiderado por mi parte obviar el hecho de que todas ellas ayudaron a construir aquello que hoy soy.
En segundo lugar no entiendo los prejuicios de discriminación racial o ideológica. La historia de mi vida es de nuevo mi argumento: A día de hoy la mitad de mi familia es negra y muchos de los momentos más maravillosos que he vivido no entendieron tampoco de diferenciación étnica o religiosa. Recuerdo haber defendido mis creencias budistas ante “cristianos” radicales que intentaban -malditos fanáticos- adoctrinar a una población cercana al lugar de nacimiento del maestro Siddharta Gautama. También recuerdo haber explicado muchas veces el gran aprendizaje que tuve leyendo pasajes del Al Quram durante años y en no pocas ocasiones he defendido el extraordinario valor que me han aportado grandes maestros del pensamiento árabe que ya en su día aportaron al país donde crecí uno de los momentos de mayor esplendor que se han vivido. También para todos aquellos que ya no le recuerdan con sus actos y que han olvidado sus palabras, suelo hablar a menudo de la vida y los actos de Jesús. En mi peregrinación por Grecia recé a los dioses del Olimpo, en las casas hindúes donde me han alojado he rezado a Shiva y recordado los días en los que memorizaba el Bhagavad Gita. En pocos textos he hallado mayor consuelo y esperanza que en aquellos que recogen los testimonios de los grandes jefes panindígenas norteamericanos. Creo en la gran luz que nos aportaron los mayas y jamás he podido separarme de las lecturas nórdicas que realicé en mi adolescencia. ¿Cómo despreciar la riqueza de unos para quedarme con la de otros?, ¿Que me aportaría no mostrar mi respeto ritual al entrar en un monasterio budista o cristiano o en una mezquita?, ¿No sería acaso alimentar mi Ego lo contrario?
En tercer lugar he crecido gracias al cultivo de culturas que distan miles de kilómetros y a las que he entendido como complementarias (quizás este artículo era una deuda pendiente con algunas de ellas). No hallo grandes diferencias entre culturas y escuelas de pensamiento orientadas a la convivencia durante toda la historia de la Humanidad. Puede que el folclore sea diferente pero continúa sorprendiéndome la extraordinaria similitud de los ritos de culturas aparentemente remotas.
Por último, en cuarto lugar, me he educado como socrático en la convicción de que mis convicciones nunca son tan importantes como el hecho de ponerlas continuamente en cuestión ante los otros. Aunque a menudo esto se me olvida, hallo mi virtud en recordarlo y en recordarme que nada es más importante que las reglas de convivencia y mi compasión por los que no saben tenerlas.
Confesado esto, ¿qué puedo hacer salvo no sentir que NOSOTROS, LAS PERSONAS, formamos parte de algo mucho mayor que la totalidad de todos nuestros relatos? 🙂
Mucha gracias por tan extensa confesión, David. ¡Te ha salido otro artículo con la respuesta!
Estoy 100% de acuerdo en todo lo planteas, (me da hasta escalofríos pensarlo), excepto en una solo cosa: NO ERES IDIOTA. Y si me equivoco, entonces me encantaría ser idiota yo también.
Un abrazo
Encantado de aportar siempre, Elena. Te mando un abrazo de aquí a Sevilla, compañera